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Historia de Italia

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Historia de Italia

Italy in its region.svg

Por periodo histórico

Italia Prehistórica

(Terramaras · Villanovianos)

Italia prerromana

(Itálicos · Etruscos · Magna Grecia · Galia Cisalpina)

Antigua Roma e Italia romana (siglo viii a. C.-siglo v d. C.)

(Monarquía · República · Imperio)

Edad Media (siglo vi a. C.-siglo xiii d. C.)

Renacimiento (siglo xiv a. C.-siglo xvi d. C.)

Renacimiento italiano · Guerras italianas (1494-1559)

Dominio extranjero (1559-1814)

Resurgimiento (1814-1861)

Reino de Italia (1861-1946)

República de Italia (1946-presente)

Por tema

Historia militar
Antiguos Estados de Italia

La historia de Italia está íntimamente ligada a la de la cultura occidental y a la historia de Europa.


Muchos importantes acontecimientos históricos del mundo occidental, así como varios de los logros que
han condicionado la cultura universal, han tenido lugar en el país o los han protagonizado sus pueblos.1 
23

Heredera de múltiples culturas antiguas, como la de los etruscos y de los latinos, receptora de la
colonización griega y hogar de la Magna Grecia, fue cuna de la civilización romana y vio nacer la
República y el Imperio romano, legador de gran parte de la cultura occidental y uno de los mayores de la
historia, del cual Italia constituyó el centro absoluto, tanto político como económico y cultural, en el
curso de la Antigüedad clásica.4 5 6

Tras la caída del Imperio romano de Occidente, Italia sufrió una serie de invasiones germánicas,
alternadas con intentos bizantinos y francos de reconstruir la unidad del Imperio romano. Roma, sede
del papado y fuente de legitimidad imperial, fue en esos tiempos un foco que atrajo a figuras como
Justiniano I y Carlomagno.7 8

Durante la Edad Media, Italia se convertiría en un mosaico de Estados y ciudades-Estado (llamadas liberi
comuni) a menudo en lucha entre sí para conseguir la hegemonía sobre el resto, con frecuentes
intervenciones de las potencias circundantes y de la Santa Sede que, a través de la figura del papa en
calidad de soberano, gobernaba buena parte del centro de Italia en el territorio conocido como Estados
Pontificios, con capital en Roma.9

La privilegiada situación geográfica de Italia hizo que esta fuera clave en el comercio continental y
favoreció el florecimiento de ricas repúblicas marítimas conectadas con la historia europea y de todo el
Mar Mediterráneo. La lucha entre el poder temporal imperial, que incluía a Italia, y el espiritual papal,
que tenía su sede en Roma, tuvo en Italia especiales repercusiones políticas.

Esta herencia de relevancia política la convirtió en foco de las luchas por el poder en el continente
europeo. Además, el legado cultural clásico y eclesiástico fue el caldo de cultivo de nuevas tendencias.
En los siglos xv y xvi Italia se convirtió en el centro cultural de Europa, dando origen al Humanismo y al
Renacimiento, y fue uno de los campos en los que se decidió la supremacía europea del Imperio español
con la victoria sobre Francisco I de Francia.

Tras el declive de la Monarquía Hispánica, los Habsburgo de Austria pasarían a controlar la región, así
como buena parte de Europa Central. Transformada en un campo de batalla durante las guerras
revolucionarias francesas y el Primer Imperio de Napoleón Bonaparte, pasaría a luchar por su
independencia. Entre 1848 y 1870 se llevó a cabo la Unificación de Italia, después de una serie de
guerras que implicaron enfrentarse tanto al Imperio austríaco como a la soberanía papal sobre los
Estados Pontificios y, a partir de las cuales, Italia se instituye como un único reino políticamente
unificado bajo la dinastía real de los Saboya.

Posteriormente, el Reino de Italia, junto con las demás potencias europeas, llevaría a cabo políticas
imperialistas que conformarían el Imperio italiano y que la llevaron a participar en la Primera Guerra
Mundial del lado de la Entente, a desarrollar el fascismo de Benito Mussolini, a la invasión de Albania y
Abisinia, y a participar en la Segunda Guerra Mundial con las Potencias del Eje junto a la Alemania Nazi y
al Imperio del Japón. Después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la monarquía sería derrocada
y se instauró la actual república que tuvo una excelente recuperación, colocando a Italia entre las
mayores economías desarrolladas y entre los países más industrializados del mundo.

En la actualidad Italia pertenece a importantes organizaciones internacionales, como el G-4, el G-7 y el


G-20, así como a la Unión Europea, a la OTAN, al Quint y al OCDE.

Definición de Italia

Moneda en plata del siglo i a. C. acuñada en Corfinium (Corfinio) durante la guerra Social, exhibiendo la
inscripción ITALIA, al borde de la personificación de Italia, representada como una diosa con corona de
laurel, símbolo de victoria.

El nombre de Italia ha sido usado desde antiguo, al menos desde el siglo viii a. C., inicialmente para
designar a las regiones del sur y del centro de la que se conoce como península itálica, haciendo
referencia a los pueblos itálicos, hablantes de las lenguas llamadas igualmente. La etimología del nombre
es incierta: Pallottino defiende que deriva del gentilicio de uno de los pueblos itálicos nativos de la
región de Calabria, los (v)itàlii, el cual mutua su nombre de su animal sagrado: el ternero (viteliú en
idioma osco, vitulus en latín y vitello en italiano); y que fue usado por los antiguos griegos como término
general para designar a los habitantes de toda la península.10

El término se asentó definitivamente cuando, la ciudad itálica de Roma, a partir del siglo v a. C., unificó
gradualmente toda la península conquistando y federando al resto de pueblos itálicos peninsulares,
empezando por los latinos, de los cuales la misma constituía una aldea, y terminando con los etruscos
hacia el norte y los brucios hacia el sur, unificando así todo el territorio peninsular bajo un único
régimen, el de la República romana, y dándole nombre de Italia, la cual, desde entonces, constituirá el
territorio metropolitano de la misma Roma.11 12
El nombre de Italia fue usado también en monedas acuñadas por la coalición de los aliados itálicos (socii)
descontentos por no haber aún recibido la ciudadanía romana, a pesar de la fundamental contribución
ofrecida para la conquista de las provincias (al tiempo la ciudadanía romana había sido otorgada a
muchas ciudades dentro de Italia, pero todavía no a todas, y era aún totalmente inexistente en los
territorios fuera de Italia, que eran las provincias), que se declaró independiente; es decir, la coalición de
los socios itálicos insatisfechos, compuesta por habitantes de ciudades samnitas, picenas, apulias y
sabinas, entre otras, se levantó contra Roma y los demás centros itálicos ya provistos de ciudadanía, en
el siglo i a. C., y desplazó la capital de Italia, de Roma a Corfinium (hoy Corfinio), rebautizada Itálica, con
la intención de erigir el Senado en ella y acuñando monedas, las cuales llevaban imprimida la escrita
Italia, y marcando así el comienzo de la guerra Social (guerra de los aliados),13 o sea, la guerra entre
Roma y las demás ciudades itálicas ya provistas de ciudadanía romana contra sus aliados itálicos
desprovistos de ciudadanía, a la que se puso fin en el año 89 a. C. y con el conseguimiento de la Lex
Plautia Papiria, que otorgaba la plena ciudadanía romana a todos los habitantes de la Italia peninsular;14
remarcando así aún más la diferenciación de estatus entre Italia (ya territorio metropolitano de Roma
exento de los impuestos provinciales y, tras la susodicha guerra Social, habitada en su totalidad por
ciudadanos romanos de pleno derecho) y las provincias (los restantes territorios fuera de Italia).615

Hacia el final de la época republicana, en el año 42 a. C.,16 al territorio de Italia fueron añadidas, de iure,
también las tierras situadas al norte del río Rubicón, llevando así el territorio metropolitano de Roma y el
nombre de Italia hasta los pies de los Alpes, y englobando dentro de Italia la que hasta entonces había
sido una provincia (a diferencia de la Italia peninsular, que nunca fue una provincia) conocida con el
nombre de Gallia Cisalpina (correspondiente al norte de Italia) la cual, siete años antes, en el 49 a. C., por
voluntad de Julio César y a través de la Lex Roscia,17 había recibido el Plenum Ius, es decir, la plena
ciudadanía romana para todos sus habitantes (los cuales, diferentemente de las demás provincias,
gozavan ya complexivamente, desde casi un siglo, del Ius Latii, es decir, de la ciudadanía latina). A partir
de entonces, Italia, quedó en su totalidad como unidad central del Imperio y siguió siendo administrada
de manera totalmente distinta de los territorios provinciales, en cuanto evolución natural del mismo
Ager Romanus y corazón político, económico y cultural del Imperio Romano.518

Tras la caída del Imperio romano de Occidente, la palabra Italia, además de hacer referencia al Reino
ostrogodo de Italia y al Exarcado bizantino de Italia, siguió, en el curso de los siglos, designando al
conjunto de Estados, reinos y repúblicas que poblaban el antiguo territorio de la Italia romana y que
compartían una cierta afinidad cultural, histórica y lingüística, además de geográfica, destacando
especialmente un mismo conjunto de dialectos del latín, las lenguas italorromances (y el subgrupo de las
lenguas galoitálicas), que darían origen al idioma italiano; mientras, siempre en la alta Edad Media, el
antiguo gentilicio de itálico se convirtió en italiano, quedando el primero como referencia para todos los
habitantes de la Italia romana y prerromana, hablantes antiguos idiomas itálicos (como el latín), y el
segundo como referencia para todos los habitantes de Italia hablantes lenguas neolatinas
contemporáneas (como el italiano), es decir, desde la época medieval en adelante. Siglos después, el
nacionalismo romántico, así cómo pasó en muchas otras partes de Europa (como, por ejemplo, en
Alemania o en Grecia), basó en esta unidad cultural, geográfica, histórica y lingüística, su búsqueda de
una unidad política y estatal, que desembocaría en el moderno Estado italiano.2
Algunos territorios que bajo esos mismos baremos podrían ser llamados italianos, por diferentes
cuestiones históricas, no entraron a formar parte política del Estado italiano moderno, como es el caso
de regiones limítrofes con Eslovenia y Croacia (por ejemplo, la península de Istria, ver Cuestión Adriática
y foibe), con Suiza (la Suiza italiana: el Tesino y la parte italoparlante de los Grisones) y con Francia (Niza
y sus alrededores y la isla de Córcega), así como Mónaco, Malta y el microestado de San Marino, el cual
constituye un enclave dentro del Estado italiano.

Un caso aparte, único en el mundo y mucho más sui generis, es el resultante tras el pacto entre el
entonces Reino de Italia y la Santa Sede (conocido como Pactos de Letrán), donde, en 1929, se concedía
a la Santa Sede soberanía política sobre una minúscula parte de la ciudad de Roma, la que constituye el
llamado Estado Vaticano, para que el papa, en calidad de obispo de Roma y, al mismo tiempo, jefe
espiritual de todos los católicos, pudiera ejercer su poder temporal sobre de un territorio físico sin
depender políticamente de Estado alguno, y obteniendo así una entidad religiosa estatalizada dentro de
la ciudad de Roma.

Primeras culturas y Edad del Hierro

Artículos principales: Prehistoria en Italia y Pueblos antiguos de Italia.

Primeros pobladores

Artículos principales: Arte rupestre de Val Camonica y Sassi di Matera.

Matera: con sus casas troglodíticas y cuevas cavadas que datan del Paleolítico (X milenio a. C.).

Una de las más antiguas trazas de civilización en el mundo: el arte rupestre de Val Camonica (X milenio a.
C.).

La población del territorio italiano sube durante la prehistoria, época de la cual muchos testimonios
arqueológicos importantes han sido encontrados. Italia ha sido habitada por lo menos a partir del
Paleolítico. Varios yacimientos arqueológicos de esta época, y entre los más importantes al mundo, se
sitúan en Italia.

El sitio de Monte Poggiolo, que data del Paleolítico, e Isernia-La Pineta, son unos de los sitios más
antiguos donde el hombre utilizó el fuego (quizás los más viejos en absoluto). En las Cuevas de Addaura
se encuentran unos complejos vastos y ricos de grabados, datables entre el Paleolítico superior y el
Mesolitico, grabados únicos al mundo de hombres y animales. Cuando el hombre se sedentariza y pasa
de cazador a pastor y agricultor, deja en Italia unos de los rastros más importante de toda la prehistoria,
constituyente el más grande conjunto de petroglifos del mundo, sobre una duración de 8000 años,
conocido como Arte rupestre de Val Camonica.

Las primeras culturas más o menos estudiadas en lo que hoy en día es Italia, incluyen a los ligures, un
enigmático pueblo que habitaba el noroeste de Italia. Durante la Cultura de la Cerámica Impreso-Cardial
crearon las primeras sociedades en Italia, con conocimientos muy adelantados de agricultura y
navegación. Se sabe relativamente poco de estos pueblos, presuponiéndolos preindoeuropeos y, por
ende, antecedentes a los indoeuropeos, los cuales fueron asimilados pronto por las subsiguientes
culturas.

Primeras civilizaciones

Artículos principales: Cultura de Villanova, Tumbas de los gigantes, Cultura nurágica, Pueblos del Mar y
Shirdana.

Ötzi: la momia más vieja del mundo. Encontrada al sur de los Alpes con un importante y rico equipo
(3300 a. C.).

De forma similar, en el sur (Sicilia, principalmente), los primeros aventureros incluyen, tras leyendas
ciclópeas, a élimos, sicanos y sículos como habitantes de esas tierras. Sin mucha información sobre ellos,
se especula con la posibilidad de que estos fueran o no indoeuropeos. En Cerdeña se desarrolló un
pueblo con grandes conocimientos de metalurgia y famoso por sus construcciones megalíticas, las
nuragas, cuyo principal yacimiento se localiza en Su Nuraxi.

Las similitudes fonológicas hacen a algunos estudiosos relacionar algunas de estas culturas con los
Pueblos del Mar: los shirdana con Cerdeña, los shekelesh con Sicilia y los teresh con los tirrenios,
basándose solo en las similitudes etimológicas. Las evidencias arqueológicas solo sostienen un cierto
auge de la cerámica de origen micénico por todo el Mediterráneo, en medio de un cambio cultural,
diferente según el sitio. Es posible que algunos de los pueblos del mar operaran desde o se movieran por
las costas itálicas.19

Llegada de pueblos indoeuropeos

Mapa lingüístico de Italia en la Edad de Hierro. El mapa es posterior a la llegada de los pueblos osco-
umbrios pero previa a la llegada de los galos.

Con la Edad del Hierro llegaron a Italia los pueblos indoeuropeos, principalmente en cuatro grandes
migraciones desde el norte.20 21
Una primera oleada migratoria, probablemente indoeuropea, se dio hacia el III milenio a. C. Son
características de este periodo las estelas o estatuarias de tipo menhir, que frecuentemente llevaban
grabados signos solares, aparentemente signos distintivos indoeuropeos. Una segunda oleada entre el
final del III milenio y los inicios del II milenio a. C. llevó a la difusión de poblaciones asociadas a la cultura
del vaso campaniforme y del bronce en la llanura padana, en Etruria, y en las zonas costeras de Cerdeña
y Sicilia. Hacia la mitad del II milenio a. C., una tercera oleada, conocida como cultura de las Terramaras,
junta a pueblos itálicos del grupo latino-falisco, que difunden el uso del hierro y la incineración de los
muertos.

Hacia el final del II milenio y la primera mitad del I milenio a. C., se da la cuarta y principal oleada
asociada a la Cultura de los campos de urnas, es la de los pueblos osco-umbrios (pertenecientes al
mismo grupo itálico de los latino-faliscos), así como de leponcios y de vénetos. Se trata de
contemporáneos al florecimiento de la preindoeuropea cultura de Villanova, así llamada por uno de sus
principales yacimientos arqueológicos. Se sabe, además, que practicaban la cremación e incineración de
sus muertos, caracterizándose sus necrópolis por unas urnas típicas de forma cónica. Hablaban las
lenguas itálicas, de origen indoeuropeo. Se asentaron principalmente al norte, junto al Po, en Emilia, y en
el centro de la península (Umbría, Lacio y Abruzos). Más al sur, aunque la práctica general era la
inhumación, se han encontrado también enterramientos de esta cultura desde Capua, en Campania,
hasta Calabria.

De estas culturas provienen la mayoría de los pueblos que habitarían el centro, el norte y el sur de Italia
de forma hegemónica desde entonces. Los latinos, cuya principal ciudad era Alba Longa, darían con el
tiempo lugar a Roma. Los sabinos, que dieron nombre a la región Sabinia, habitaban cerca, en ciudades
cercanas como Reate (Rieti), Interocrea (Antrodoco), Falacrinum (Cittareale), Foruli (Civitatomassa),
Amiternum y Nursia (Norcia). Los oscos, que incluyen a los samnitas, se asentaron en Campania y en el
resto del sur de Italia, así como a los lucanos, entre otros. Los umbros dan nombre a Umbría y habitaron
en el centro de Italia, en ciudades como Perugia, Interamna Nahars (Terni), Fano, Osimo, Fermo y San
Severino Marche, entre otras.

Los etruscos

Artículos principales: Etruscos y Etruria.

Sarcófago de los esposos (Sarcofago degli Sposi), ejemplo de arte funerario etrusco del 600 a. C.

Los etruscos fueron un pueblo de lengua preindoeuropea cuyo núcleo histórico fue la Toscana, a la cual
dieron su nombre (eran llamados Τυρσηνοί (tyrsenoi) o Τυρρηνοί (tyrrhenoi) por los griegos y tuscii y
luego etruscii por los romanos; ellos se denominaban a sí mismos rasena o rašna).
Por mucho tiempo los orígenes de los etruscos se creían desconocidos, debido a ello surgieron tres
teorías que trataban de explicar dicha problemática:

La teoría orientalista, propuesta por Heródoto, que cree que los etruscos llegaron desde Lidia hacia el
siglo xiii a. C. Para demostrarlo se basa en las supuestas características orientales de su religión y
costumbres, así como en que se trataba de una civilización muy original y evolucionada, comparada con
sus vecinos.

La teoría autóctona, propuesta por Dionisio de Halicarnaso, que consideraba a los etruscos como
oriundos de la península itálica. Para argumentarlo, esta teoría explica que no hay indicios de que se
haya desarrollado la civilización etrusca en otros lugares y que el estrato lingüístico es mediterráneo y no
oriental.

Teoría de un origen «nórdico», defendida por muchos a finales del siglo xix y primera mitad del xx; se
basaba solo en la similitud de su autodenominación (rasena) con la denominación que los romanos
dieron a ciertos pueblos celtas que habitaban al norte de los Alpes, en lo que actualmente es el Este de
Suiza y Oeste de Austria: los ræthii o réticos, tal origen supuesto solo en parofonías está ya descartado.

Sin embargo, las modernas investigaciones sobre el origen de los etruscos, llevadas a cabo por un grupo
de genetistas y coordinadas por Guido Barbujani, miembro del departamento de Biología y Evolución de
la Universidad de Ferrara (Italia), llegaron a la conclusión que, genéticamente, el origen de los etruscos
corresponde a la segunda teoría, es decir, la de Dionisio de Halicarnaso, confirmando así el origen
autóctono de la península itálica de este pueblo.22

Etruria, territorio de los etruscos en Italia.

Desde la Toscana se extendieron por el sur, hacia el Lacio y la parte septentrional de Campania, en donde
chocaron con las polis griegas de la Magna Grecia (sur de Italia); hacia el norte de la península itálica
ocuparon la zona alrededor del valle del río Po, hasta el sur de la actual región de Lombardía. Llegaron a
ser una gran potencia naval en el Mediterráneo Occidental, lo cual les permitió establecer factorías en
Cerdeña y Córcega. Sin embargo, hacia el siglo v a. C. comenzó a deteriorarse fuertemente su poderío, en
gran medida al tener que afrontar, casi al mismo tiempo, las invasiones de los celtas, desde el norte, y la
competencia de los cartagineses para los comercios marítimos, desde el sur.

Su derrota definitiva, por los romanos, se vio facilitada por tales enfrentamientos y por el hecho de que,
los rasena (o etruscos), nunca formaron un Estado sólidamente unificado, sino una especie de débil
confederación de ciudades de mediano tamaño. Algunas de sus principales ciudades fueron: Veyes,
Chiusi, Tarquinia, Caere, Valathri, Felsina (Bolonia), Aritim (Arezzo), Volsinios (Orvieto) y Vetulonia, entre
otras.
A partir del siglo iv a. C., Etruria (nombre del territorio de los etruscos), fue gradualmente conquistada y
absorbida por la República romana y, los etruscos, al igual de los demás itálicos, federados por los
romanos, volviéndose así parte integrante de la Italia romana.

En cierto modo predecesores de Roma y herederos del mundo helénico, su cultura (fueron
destacadísimos orfebres, así como innovadores constructores navales) y técnicas militares superiores,
hicieron de este pueblo el dueño del norte y centro de la península itálica, desde el siglo viii a. C. hasta la
llegada de Roma. El arte etrusco, influenciado por el griego, marcaría el posterior arte romano. Son
exponentes del mismo: el Apolo de Veyes, el Marte de Todi, la Quimera de Arezzo o el Frontón de
Talamone, entre otros. A tal punto llegó su influencia que los primeros reyes de Roma fueron etruscos.

Celtas e ilirios

Los pueblos celtas del norte de Italia.

A partir del siglo xii a. C. se desarrollaron, en Centroeuropa, las culturas de Hallstatt y su sucesora de La
Tène, de la que derivan los pueblos celtas que se expandieron por buena parte de Europa. Su expansión
hacia el sur los llevó a asentarse en el noroeste de Italia, en la zona entre los Alpes y el llano al norte del
río Po, con una constante presión hacia el sur de la península, enfrentados a los pueblos itálicos.

Los taurinos se asentaron en la zona de lo que hoy es Turín, que fue su capital. Una de las ramas de la
gran tribu de los boyos llegó hasta a la actual Bolonia, cuyo topónimo es de raíz celta, acompañados por
lingones y senones (que dan nombre a Senigallia). La Llanura Padana y la parte norte de la actual región
de Marcas serían llamados por ello Ager Gallicus. Otras tribus incluyen a los insubrios, que se asentaron
en la parte oeste de Lombardía y a los cenómanos, asentados en la parte oriental de la misma región. En
muchos casos se produjo una asimilación o amalgamación entre los celtas y los pueblos ligures
preexistentes, dando vida así a una cultura celto-ligur.

De forma similar, los ilirios, empujados por los anteriores, se vieron desplazados hacia el sur, poblando
algunas zonas de Véneto (cuyo nombre viene del pueblo itálico de los vénetos), Istria (por los istrios) y
las costas meridionales del mar Adriático. Algunos defienden que los mesapios, que ocupaban Apulia,
son de origen ilirio, aunque otros les dan un origen helénico o itálico ilirizado.

Magna Graecia a principios del siglo iii a. C.

Magna Grecia
Artículos principales: Magna Grecia e Italiotas.

Desde el siglo viii a. C. la zona sur de la península itálica recibió una fuerte influencia griega. El
descontento con la clase dirigente, el aumento demográfico, la falta de tierras y el deseo de crear nuevas
factorías comerciales, llevó a los antiguos griegos a crear numerosas colonias en el extranjero. Su
cercanía, así como su relativa poca resistencia a este fenómeno, hizo del sur de Italia una de las
principales zonas de asentamiento griegas.

Varias de las principales polis (ciudades) griegas se ubicaron entre el arco que forma el Golfo de Tarento
(donde destacaban ciudades griegas como Taras, Síbari, Metaponto, Kalípolis, etc) y el Golfo de Nápoles
(donde se encontraban colonias griegas como Parténope, Pitecusas, Cumas, Poseidonia, etc), en la parte
oriental de Sicilia y, en menor medida, en determinadas zonas de la costa adriática. El conjunto de estas
poderosas polis griegas del sur de Italia era conocido como Magna Grecia (Gran Grecia) y a sus
habitantes peninsulares se les conocía como italiotas (esto es, griegos del sur de Italia o itálicos de
lengua y cultura griega y, de la misma manera, a los habitantes de las polis griegas de Sicilia se les
conocía como siciliotas).

Los eubeos y rodios fundaron Cumas, Regio de Calabria, Nápoles, Giardini-Naxos y Mesina; los corintios
Siracusa (que a su vez sería un foco de ulteriores colonias en Italia, como Ancona); los megarenses,
Lentini; los partenios-espartanos, Tarento; los focenses, Elea y los aqueos Síbari, Metaponto, Turios,
Caulonia y Crotona, entre otras. Mientras, Heraclea de Lucania y Locri Epicefiris, fueron ligeramente
posteriores.

Templo de Poseidón en Paestum (Campania).

Esta colonización supuso el primer contacto de los pueblos itálicos con la cultura clásica griega. Las
colonias no fueron meros enclaves comerciales, sino que también fueron hitos de la naciente civilización
helénica: Pitágoras residió en Crotona, Arquímedes y Teócrito eran nativos de Siracusa, Parménides era
natural de Elea... No en vano, los griegos conocían a la región como Magna Grecia. Supusieron además
las primeras democracias de Italia. El contraste con las poblaciones locales favoreció en muchos casos
una aculturación de los itálicos cercanos a las colonias.

La colonización griega llegó a sus límites en los territorios insulares que rodean la península. En el caso
de Sicilia, los griegos se asentaron en la zona norte, cerca del Estrecho de Mesina, y en la costa oriental,
donde ciudades como Siracusa tuvieron un papel importante en el mundo griego. Chocó ahí, sin
embargo, con el imperialismo cartaginés. Las Guerras Sicilianas entre griegos y púnicos no tuvieron un
vencedor, aunque la isla terminó dividida en dos esferas de influencia:
La zona oriental, con Siracusa, Agrigento, Mesina... quedó bajo control griego.

La zona occidental, donde destacaba la colonia cartaginesa de Panormos (Palermo)... quedó bajo control
púnico.

Algo parecido ocurrió con los intentos griegos de establecer colonias frente al mar Tirreno. Aunque los
comienzos en Córcega y Cerdeña fueron prometedores, con la fundación de Alalia y el establecimiento
de una base en Olbia (Cerdeña), la derrota frente a etruscos y púnicos en la batalla de Alalia dejó
Córcega y Cerdeña en manos cartaginesas. Los nuevos amos del Mediterráneo occidental se
concentraron en el sur de Cerdeña, naciendo las colonias púnicas de Cagliari, Nora, Sulcis y Tharros.

Las nuevas colonias griegas importaron el gobierno de polis (ciudades-Estado), muchas veces
compitiendo o aún enfrentándose entre sí. Así la rica Síbari fue derrotada por Tarento, que se convirtió
en una de las potencias de la península. No era infrecuente que se pidiera ayuda a las demás potencias
griegas para combatir a colonias enemigas o a los pueblos itálicos, destacando campañas como las de
Arquidamo II o la de Alejandro de Epiro. Pero la mayor colonia griega sería Siracusa, que gobernada bajo
una serie de tiranos como Dionisio I, se convirtió en el gran poder de Sicilia, rechazando una expedición
ateniense en el 415 a. C., a pesar de estar Atenas en el cénit de su poder y encabezando la lucha con los
púnicos.

A partir del siglo iv a. C., de la misma manera que los etruscos, los italiotas de la Magna Grecia, al igual
que todos los pueblos itálicos del sur de Italia, fueron gradualmente conquistados, absorbidos y
federados por la República romana, volviéndose así parte integrante de la Italia romana.

Posteriormente, este movimiento de población desde Grecia a Italia se repetiría en otros momentos de
la historia, dada la cercanía entre ambos países. En la Edad Media, durante los siglos de dominio
bizantino y las posteriores emigraciones griegas debidas a la conquista otomana de los Balcanes, llegaron
nuevas olas de griegos que encontraron en el Sur de Italia un pueblo hermano de raíces comunes y, a
veces, grecoparlante (ver: grikos del sur de Italia). Nápoles, especialmente, sería durante siglos uno de
los mayores puertos del Mediterráneo y un foco de cultura griega.23

Roma

Artículo principal: Antigua Roma

Rómulo y Remo, los legendarios fundadores de Roma, amamantados por la loba Luperca.

Orígenes

Artículos principales: Latinos y Fundación de Roma.


Expansión romana en Italia.

En el 753 a. C. se fundó, a orillas del río Tíber, en la parte central de la región de Lacio, en el centro de
Italia, una ciudad clave para la historia de la humanidad: Roma.

En base exclusivamente a su origen legendario: la mitología romana vincula el origen de Roma, y de su


institución monárquica, al héroe troyano Eneas, quien, huyendo de la destrucción de su ciudad, navegó
hacia el Mediterráneo occidental hasta llegar a Italia, tras un largo periplo. Allí, tras casarse con la hija
del rey de los latinos, pueblo del centro de Italia, fundó la ciudad de Lavinium.

Posteriormente, su hijo Iulo, fundaría Alba Longa, ciudad de cuya familia real descenderían los gemelos
Rómulo y Remo, hijos de Rea Silvia y del dios Marte, los cuales, después de haber sido abandonados en
el río Tíber por su madre, salvados y amamantados por una loba llamada Luperca, y criados por los
pastores Fáustulo y Acca Larentia, se asentaron entre las colinas del Palatino y del Aventino, donde
tuvieron una violenta discusión y, tras el asesinado de Remo por manos de su hermano Romulo, este
último, en el día 21 de abril del año 753 a. C, fundó Roma.

Según la historiografía y la arqueología contemporánea, el origen real de Roma, se debe a unos


asentamientos de tribus itálicas de latinos, sabinos (de ahí el legendario episodio del rapto de las
sabinas) y etruscos, que, entre los siglos x y viii a. C., se establecieron en el punto del Latium Vetus que
se convertiría en Roma, entre las siete colinas y la confluencia entre el río Tíber y la Vía Salaria, a 28 km
del mar Tirreno. En este lugar el Tíber tiene una isla donde el río puede ser atravesado. Debido a la
proximidad del río y del vado, Roma estaba en una encrucijada de tráfico y comercio. Alrededor del siglo
viii a. C. los asentamientos se unificaron en la que se conoce como Roma Quadrata.24

La Monarquía romana

Artículo principal: Monarquía romana

La monarquía romana (en latín, Regnum Romanum) fue la primera forma política de gobierno de la
entonces ciudad-Estado de Roma, desde el momento legendario de su fundación, el 21 de abril del 753
a. C., hasta el final de la monarquía, en el 510 a. C., cuando el último rey, Tarquinio el Soberbio, fue
expulsado, instaurándose la República romana.

Los orígenes de la monarquía son imprecisos, si bien parece claro que fue la primera forma de gobierno
de la ciudad, un dato que parecen confirmar la arqueología y la lingüística. Mitológicamente, se enraíza
en la leyenda de Rómulo y Remo. De cualquier manera, tras Rómulo y el sabino Numa Pompilio, llegó al
poder Tulio Hostilio, que expandió el puerto de escala de Roma en la ruta costera de la sal, a costa de sus
vecinos, transformando Roma en la más influyente ciudad de Lacio.
Tras el reinado de Anco Marcio, ascendió al poder una dinastía de origen etrusco, los Tarquinios, bajo la
que Roma amplió aún más su poder en la región. Sin embargo, los excesos de Tarquinio el Soberbio
fueron origen de disputas internas, a las que se sumaron la coalición de etruscos y latinos amenazados
por la ciudad, desembocando en la expulsión del rey gracias a la intervención de Lucio Junio Bruto y
Lucio Tarquinio Colatino. Roma perdió la mayor parte de su poder frente a los etruscos liderados por el
rey de Chiusi, Lars Porsenna, a lo que se sumó la humillación de un saqueo por celtas liderados por
Breno, que asolaron varias ciudades italianas.

La República romana

Artículos principales: República romana e Italia (época romana).

Ciudad de Roma durante los tiempos de la república. Grabado de Friedrich Polack (1896).

La República (509 a. C.-27 a. C.) fue la siguiente etapa de la antigua Roma en la cual la ciudad de Roma y
sus territorios mantenían un sistema republicano de gobierno. En circunstancias históricas poco claras, la
monarquía romana fue abolida, en el 509 a. C., y sustituida por la República.

Una característica del cambio fue que la administración de la ciudad y sus distritos rurales quedó
regulada en el derecho de apelar al pueblo contra cualquier decisión de un magistrado concerniente a la
vida o al estatuto jurídico.La administración ejecutiva quedó dotada de Imperium o poder omnímodo el
cual tenía un origen religioso que arrancaba del propio dios Júpiter. Los magistrados dotados de
imperium eran los cónsules, pretores y, eventualmente, los dictadores. Sin embargo, el imperium sólo se
ejercía extra pomoerium, es decir, fuera de las murallas de Roma. En consecuencia, tenía un carácter
esencialmente militar. En la ciudad, y en sus funciones civiles, los magistrados estaban sometidos a
limitaciones legales y controles mutuos.

Con el paso de los años la ciudad fue conquistando a sus vecinos latinos, sabinos y etruscos, a los que
agruparía en la Liga Latina, y recuperando su antiguo poder en el Lacio. La expansión continuó hacia el
sur y, aceptando una petición de protección de los samnitas de Capua frente a sus vecinos montañosos,
se involucró en las guerras samnitas, con las que terminaría obteniendo Campania. La ciudad griega de
Nápoles logró un acuerdo similar. Para asegurar el territorio conquistado se fundaron colonias romanas
en varios puntos de Italia, como Ostia, Urbinum Mataurense (Urbino), Aruminium (Rímini), Cremona,
Placentia (Piacenza) o Mediolanum (Milán). Uno a uno los diversos pueblos itálicos fueron conquistadas
y federados, Roma impuso un protectorado sobre las colonias griegas del sur, encabezadas por Tarento,
que pese a la campaña del rey Pirro de Epiro, terminaron de igual manera que los demás itálicos bajo el
yugo romano.
Con esto Roma completó la conquista de la intera Italia peninsular que, de este momento en adelante,
quedará como extensión ampliada del antiguo Ager Romanos, es decir, como territorio metropolitano de
la misma Roma, políticamente diferenciado de cualquier otro territorio fuera de ella, los cuales serán las
provincias.25

La petición de socorro de los mamertinos, un grupo de mercenarios que se habían adueñado de Mesina,
hizo que el avance romano continuara hacia Sicilia, donde chocó con los cartagineses. Tras ganar la
primera guerra púnica, a tres bandas, entre Roma, Cartago, y Siracusa, Roma se anexionó la mayor parte
de la de isla. Pronto la siguieron Cerdeña y Córcega, ante la debilidad de Cartago durante la Guerra de los
Mercenarios, y la propia Siracusa, tras la caída de su tirano Hierón II de Siracusa, y su famoso sitio.
Convertida en una de las principales potencias del Mediterráneo, junto a Cartago y los reinos helénicos,
Roma practicó una política exterior cada vez más importante. Datan de esa época las Guerras Ilirias, en el
Adriático, y los primeros serios choques con Macedonia y las tribus de la Galia.

Legión romana en orden de marcha.

El rearme cartaginés, liderado por Amílcar Barca, llevó a la ocupación púnica de buena parte de la
península ibérica y a un nuevo periodo de rivalidad con Roma. Con la excusa del asedio a los aliados
romanos de Sagunto, el hijo y sucesor de Amílcar, Aníbal, invadiría Italia a través de los Alpes. Durante
esta segunda guerra púnica, Aníbal infligió históricas derrotas a los Romanos, culminando en Cannas,
pero finalmente se impuso la victoriosa campaña de Publio Cornelio Escipión, en Iberia, que terminó
trasladando la guerra al norte de África y llevó a la victoria definitiva de los romanos en Zama.

Roma fue, a partir de entonces, la mayor potencia mediterránea. Se anexionó las provincias cartaginesas
en la península ibérica, que amplió mediante varias guerras en los dos siglos siguientes, durante su
conquista de Hispania, a pesar de contratiempos como el Sitio de Numancia o la resistencia de Viriato.
Roma comenzó a intervenir en Grecia y Macedonia, durante las guerras macedónicas, conquistándolas
tras una victoria en Pidna. Tras una tercera guerra púnica, largo tiempo buscada por el sector más
conservador del Senado y su portavoz, Marco Porcio Catón, con la que destruyó definitivamente a sus
antiguos enemigos cartagineses, así Roma puso el pie en África, en lo que hoy es Túnez.

Las herencias del rey Átalo III en Asia y de Nicomedes en Bitinia, le dieron nuevos territorios en Anatolia,
que llevaron a otra guerra con Mitrídates VI del Ponto y Tigranes I de Armenia, con las que su dominio se
amplió a Siria y Turquía, mientras conquistaba a sus antiguos aliados númidas, liderados por Yugurta, que
se habían vuelto contra Roma. Lo mismo ocurriría con el reino de Cirene, junto a Egipto, legado a Roma
por su último rey, Ptolomeo Apión. La necesidad de mantener las rutas que conectaban estos territorios
llevó a campañas contra piratas y a ocupar Cilicia, a aliarse y realizar pactos de protección con ciudades
como Marsella o Rodas y a la conquista de la Galia Narbonense. Publio Clodio Pulcro dirigiría con el
tiempo la ocupación de Chipre, una alejada provincia egipcia sometida a los vaivenes de la política
mediterránea. La construcción de calzadas romanas facilitó las comunicaciones, tanto en Italia como en
las provincias.

Este incombustible expansionismo de la República tuvo importantes consecuencias sociales, sobre todo
debidas al hecho de que el ejército romano no estaba concebido para las largas campañas de ultramar.
La ausencia de sus hogares tenía duras consecuencias para los confederados itálicos que componían la
base del ejército romano, tanto entre los itálicos provistos de ciudadanía (que integraban las legiones)
como, y sobre todo, entre los itálicos socii (los aliados, todavía desprovistos de ciudadanía y que
conformaban las alae sociorum, la base mayoritaria del ejército romano).

Esto llevó a la rebelión itálica de los socii (aliados), descontentos por no haber aún recibido la ciudadanía
a pesar de la fundamental contribución ofrecida para la conquista de las provincias, así como por las
rencillas con los demás itálicos ya ciudadanos, desencadenando la guerra Social (o guerra de los aliados),
es decir, la guerra entre Roma y las demás ciudades itálicas ya provistas de ciudadanía contra sus aliados
itálicos desprovistos de ciudadanía, la cual llevó al otorgamiento de la plena ciudadanía romana para
todos los itálicos, a través de la Lex Plautia Papiria; acontecimiento que remarcó aún más la
diferenciación de estatus entre Italia (ya territorio metropolitano de Roma exento de los impuestos
provinciales y, tras la susodicha guerra Social, habitada en su totalidad por ciudadanos romanos de pleno
derecho) y las provincias (los restantes territorios fuera de Italia).26

En el mismo periodo, el ejército de Metelo había sido asignado al cónsul sénior, Lucio Casio Longino,
para expulsar a los cimbrios, que volvían a amenazar a Italia desde los Alpes. Cayo Mario introdujo una
serie de importantes reformas.

Mario aplastó a los germanos en la batalla de Vercelae y se convirtió en el primer hombre de la Roma de
su tiempo, cinco veces consecutivas cónsul, pero a costa de un mayor grado de enfrentamiento político.
Mario, de extracción humilde, representaba el éxito de las clases populares frente a la tradicional
aristocracia romana, que se le opuso agravando un enfrentamiento entre clases sociales que databa de
los mismos orígenes de la ciudad.

Busto de Julio César.

Las reivindicaciones de las clases más pobres, que desde los intentos de reforma agraria de los hermanos
Tiberio y Cayo Sempronio Graco aspiraban al reparto de tierras públicas fruto de las conquistas que
beneficiaban a los latifundistas, y el nuevo ejército, que dependía del poder de su general para obtener
tierras al licenciarse, dio pie a una serie de conflictos y pulsiones internas. Lucio Cornelio Sila, antiguo
lugarteniente de Mario que se enfrentó a este en sus últimos años liderando a la aristocracia patricia,
reinstauró la paz tras una dictadura personal, pero con el tiempo se fueron anulando sus medidas. Se
trata de una de las épocas más famosas de la ciudad, con la oratoria de Marco Tulio Cicerón en el
Senado, el intento de golpe de Estado de Lucio Sergio Catilina o la revuelta de esclavos de Espartaco.

Destaca entonces el poder acumulado por el triunvirato de Pompeyo, Julio César y Craso, que se
repartieron los cargos públicos en Italia y el gobierno de sus provincias. Craso fue derrotado por los
partos en Oriente durante la batalla de Carrhae, pero César ganó la fama inmortal al conquistar a los
belicosos galos y poner el pie en Britania y Germania.

La enemistad entre el político y general que había conquistado las Galias y reunido un poder sin
precedentes, y la mayor parte de la aristocracia, desembocaron en una cruenta sucesión de guerras
civiles cuando se le trató de desposeer del mando de sus tropas, previa alianza con su otrora aliado
Pompeyo. César cruzó entonces el río Rubicón, imponiéndose en Italia, y persiguiendo a los que se le
opusieron por los dominios de Roma. Venció en la clave batalla de Farsalia y logró finalmente el poder
absoluto, pero fue asesinado por un complot liderado por Marco Junio Bruto que reinició la lucha
partidista.

En la nueva la guerra civil los cesaristas persiguieron a lo que quedaba de sus oponentes mientras se
disputaban entre ellos la sucesión. Después de una lucha con los antiguos lugartenientes de César,
Marco Antonio y Marco Emilio Lépido, el hijo adoptivo y sucesor de Julio César, Cayo Julio César
Octaviano, se hizo con el poder de la facción cesarista y de Roma, terminando con las guerras civiles.

El Imperio romano

Artículo principal: Imperio romano

El Imperio romano en su apogeo, en el año 117.

El nacimiento del imperio viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que extendió su control
en torno al mar Mediterráneo, y la larga sucesión de conflictos internos que marcaron el final de la
República.

Tras la victoria final de Augusto, se estableció por fin una paz perdurable, caracterizada por la
concentración del poder en manos del susodicho, primero como Princeps y luego como Domine.
Paralelamente, se continuó con la pacificación interna y la expansión exterior, buscando la conocida
como Pax Romana, un largo periodo de estabilidad y paz que vivió Europa, el norte de África y Oriente
Medio bajo el yugo romano. Augusto buscó consolidar y racionalizar las fronteras y crear una
administración que permitiera gestionar los ya extensos territorios bajo el poder romano. Para ello contó
con el apoyo de leales colaboradores como el acaudalado Cayo Mecenas o el general Marco Vipsanio
Agripa.
El territorio metropolitano de Roma: Italia (en rojo), dentro del contexto imperial, en el año 117,
rodeada por las provincias (en rosa).

Sucedido por Tiberio, hijo adoptivo de Augusto, comenzó la transmisión del poder imperial en una única
familia, si bien muchas veces se dieron sucesiones a hijos adoptivos, como los mismos Augusto y Tiberio.
Tiberio resultó un emperador duro y eficaz, aunque algo inestable con una temporada ausente en la isla
de Capri. Fue sucedido por su hijo adoptivo Calígula, hijo natural del gran general Germánico.
Inicialmente aclamado por todos, fue pronto famoso por su megalomanía, sus locuras y sus excesos.
Finalmente asesinado por un complot en el que intervino la Guardia Pretoriana, fue sucedido por su tío
Claudio, que era considerado incapaz pero se ganó reputación de buen gobernante por su hacer. En sus
últimos años se vio marcado por su esposa y probable asesina, que logró colocar a Nerón, hijo adoptivo
de Claudio. Nerón resultó ser un nuevo Calígula, y a su muerte, en otro golpe de Estado, se produjo el
año de los cuatro emperadores, que muestra hasta que punto la dinastía imperial podía ser frágil frente
al ejército. Vespasiano, hábil general y político, finalmente se impondría, sustituyéndose la dinastía Julio-
Claudia por la Flavia.

Le sucedieron sus hijos, primero el querido Tito y luego el cruel Domiciano, que murió en otra
conspiración. Tras él llegaron los conocidos como cinco buenos emperadores, que llevaron Roma a su
culmen territorial, económico y de poder: Nerva; Trajano, que extendió las fronteras del Imperio;
Adriano, querido emperador que realizó grandes reformas y visitó numerosas provincias; Antonino Pío y
Marco Aurelio, pensador a la par que defensor de la fronteras. A este último le sucedió su hijo natural,
Cómodo, con el que reaparecerían muchos de los problemas previamente presentes en cuanto a
sucesiones e inestabilidad.

El año de los cinco emperadores fue seguido de la nueva dinastía Severa, con emperadores de extracción
provincial como Septimio Severo, el cual fue un capaz general que restableció el imperio tras la dejadez
de Cómodo. Le sucedió su hijo Caracalla, de costumbres militares y buen general aunque impopular por
haber matado a su hermano Publio Septimio Geta, y que murió asesinado en campaña. Durante un par
de años ocuparon el poder el general que le había asesinado, Macrino, con su hijo, pero se impuso
finalmente la dinastía Severa con Heliogábalo, un polémico adorador del Sol. Tan polémico resultó que
su propia familia apoyó a su primo y respetado general Alejandro Severo. El nuevo emperador, tranquilo
y pacífico, terminaría abandonando el poder en manos de su madre y abuela, que se dedicaron a reparar
los errores cometidos durante la administración de Heliogábalo. Acabó siendo asesinado. Fue el último
gobierno civil de Roma y el final de la dinastía Severa: con su muerte, en el 235, se inician cincuenta años
de anarquía militar en el Imperio. Es la llamada Crisis del siglo iii.

El Panteón de Agripa, una de las muestras de la arquitectura de la Antigua Roma.


El Imperio romano fue el mayor foco cultural, artístico, literario, filosófico, científico, militar y técnico de
su tiempo. La cultura de la Antigua Roma no solo es relevante por el Derecho o la asunción del
Cristianismo como religión dominante; también, fue especialmente fructífera en materia de ingeniería
civil; se construyó la primera red de carreteras europeas cuando las calzadas romanas se expandieron
por todo el imperio; entre las obras civiles, destacaron los puentes y los acueductos para llevar agua
desde los acuíferos a las ciudades. La cultura urbana romana permitió el desarrollo de ciudades
extremadamente complejas, tanto en Italia como fuera de ella.

Roma tomó el relevo de la cultura griega. Destacan autores como Virgilio (autor de la Eneida, principal
poema épico romano), los historiadores Plinio el Joven, Plinio el Viejo, Tácito, Tito Livio y Suetonio, el
poeta Horacio, el comediante Plauto o el filósofos y orador Cicerón. La romanización de los territorios
ocupados, tanto por la superioridad cultural, la conquista militar y la creación de colonias, llevaron a
expandir el latín por toda Europa y siendo el germen de las lenguas romances.

En sentido inverso, los romanos importaron numerosos conocimientos de otros pueblos: la filosofía
helenística, el calendario egipcio... El sincretismo romano importó numerosos cultos de todas partes
como la Cibeles anatolia, el griego-egipcio Serapis o el fenicio Melkart. Hacia los últimos años del imperio
cobraron importancia sectas y cultos orientales como el judaísmo, su escisión cristiana, el mitraísmo o el
culto al Sol Invictus.

La capital de Italia y de todo el Imperio, Roma, se convirtió en la mayor urbe del mundo de su época, y
en la primera metrópolis de la historia, con habitantes venidos de todas las provincias romanas y
numerosos arcos triunfales, como los de Tito, Augusto o el de Trajano, columnas como las de Trajano y
Constantino y templos votivos por las victorias militares; se trajeron numerosos obeliscos de Egipto.

El famoso Augusto de Prima Porta.

La paz exterior, la seguridad, la red de comunicaciones que implicaban calzadas y rutas marítimas,
impulsaron el comercio y la economía. La agricultura y ganadería en la antigua Roma continuó el proceso
tardorrepublicano de concentración de propiedad de la tierra en latifundios merced a la distribución de
las tierras conquistadas y a la ruina de los pequeños agricultores. El esclavismo fue clave en la
explotación de dichos latifundios y otro motivo del militarismo romano. La ingeniería romana permitió
explotar por primera vez a gran escala minas en Hispania y Britania. Con gremios nacieron primitivas
industrias como el vidrio romano, el garum o la púrpura. La existencia de una serie de Estados
organizados a lo largo de Eurasia permitió la creación de la Ruta de la Seda, que enlazaba Occidente con
el Imperio chino y la India.
Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando. Augusto, después de que las
guerras que le llevaron al trono le enfrentaran a Cleopatra, conquistó Egipto, incorporó el antiguo
protectorado romano de Galacia y, en su intento de crear un imperio cohesionado. terminó la conquista
de Hispania contra cántabros y astures, la de Nórico y Rhetium al norte de los Alpes, y la cuenca del
Danubio (Panonia, Moesia y Tracia). Tiberio incorporaría como provincia Capadocia, que desde los
tiempos de la República había dependido de Roma para sobrevivir entre los imperios de la región.
Calígula, en uno de sus excesos, asesinó al rey de Mauritania y se anexionó el país. Claudio, tratando de
ganarse la fama, invadió Britania, que sería conquistada finalmente tras varias campañas. Tito es famoso
por haber conquistado Judea, desde tiempos de César aliado o protectorado romano. La lucha con Roma
marcó muchos hitos nacionales en dichos países, como la rebelión de la reina britana Boudica, las
campañas contra los pictos de Cneo Julio Agrícola o la última resistencia judía en Masada. El imperio
llegó a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, conquistador de Dacia (actual Rumanía) tras
las guerras dacias, de Petra y de Asiria, de Mesopotamia y Armenia tras una guerra con los persas.

Recreación de una legión imperial.

El Imperio romano abarcaba desde el Océano Atlántico, al oeste, hasta las orillas del mar Negro, el mar
Rojo y el golfo Pérsico, al este, y desde el desierto del Sahara al sur, hasta las tierras boscosas a orillas de
los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos
6.14 millones de km².

Con el tiempo las fronteras se fueron estabilizando. La derrota ante los germanos de Arminio en
Teotoburgo, en tiempos de Augusto, arruinó la conquista de Germania proyectada por el emperador. Las
constantes guerras con el Imperio parto en el este marcaron el límite final por Oriente, teniéndose que
librar muchas guerras con persas o Estados levantiscos como Palmira para conservar lo conquistado. Las
dificultades para gestionar el ya inmenso territorio imperial llevaron a la construcción de limes, o
fronteras fortificadas, para defender un imperio que comenzaba a dar señales de agotamiento.

El sucesor de Trajano, Adriano, abandonó parte de sus conquistas en Oriente Medio para mejor
gestionar el imperio y creó el Muro de Adriano frente a los pictos escoceses. Marco Aurelio pasó buena
parte de su reinado luchando en las guerras marcomanas contra los sármatas en el Oriente y los
marcomanos en el Danubio, a medida que la presión de los hunos empujaba a estos y otras tribus
(godos, alanos...) contra las fronteras del Imperio.

El Bajo Imperio y la decadencia

Artículos principales: Bajo Imperio romano y Caída del Imperio romano de Occidente.

El período conocido como Bajo Imperio (284-395) comienza con Diocleciano, que fue emperador de
Roma desde 284 hasta 305. Diocleciano, para facilitar la administración del Imperio, ideó la Tetraquía,
dividiendo el Imperio entre Occidente y Oriente. Él inaugura la dinastía Constantiniana (305-363),
llamada así en honor al más relevante de sus emperadores. Tras ella, se sucedieron la dinastía
Valentiniana (364-395) y la dinastía Teodosiana.

Desde Diocleciano, el imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones, siguiendo el ritmo de
guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la muerte de Teodosio I el
Grande, que hizo del Cristianismo no arriano la religión oficial, quedó definitivamente dividido.

Diócesis de Italia en el año 400.

La oleada de pueblos orientales terminó empujando a las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste,
que varias veces penetraron en un Imperio romano cada vez más débil. Las fronteras cedieron por falta
de soldados que las defendiesen, después de que Caracalla hubiera extendido la ciudadanía romana a
todo el Imperio en el siglo iii, dejando que Italia (y con ella la misma Roma) perdiera gradualmente su
diferenciación con las provincias.

En muchas ocasiones se llegaron a ceder provincias fronterizas a los germanos a cambio de que las
defendiesen de sus compatriotas (estableciendo foedus con ellos), pues el servicio militar había sido
abolido entre los italianos. Otras veces se vio como generales se autoproclamaban emperadores en Galia
o Britania, provincia que fue finalmente abandonada para concentrar las tropas en el continente. El
Imperio, sofisticado y rico como pocos en la historia, era ya decadente, y en los siglos iii y iv, sus últimas
glorias vinieron de generales de origen bárbaro como Aecio, que derrotó a Atila en la batalla de los
Campos Cataláunicos y Estilicón, que logró las últimas victorias contra los germanos.

En el Medio Oriente, la rebelión de Zenobia en Palmira y las guerras con los sasánidas pusieron varias
veces en aprietos al Imperio. La frontera del Rin fue rebasada por los francos un día que el río se heló y la
del Danubio cedió ante los godos que causaron una histórica derrota a las últimas legiones en la batalla
de Adrianópolis. En el culmen de la debilidad, la misma Italia fue atacada. La gloriosa ciudad de Roma
fue saqueada por los visigodos de Alarico I en 410. Atila atacó la península devastando Aquilea (cuyos
prófugos fueron el germen de la desde entonces pujante Venecia) y llegó hasta Roma, que sin embargo
no atacó después de un parlamento con el papa León I el Magno.

Paralelamente, la capitalidad había sido desplazada a Milán primero, y a la fácilmente defendible Rávena
después, mientras que varias provincias iban siendo conquistadas por diversos pueblos germanos o
directamente abandonadas por el poder central. La parte oriental, más rica y militarmente fuerte, se
convirtió en el gran foco de poder del Mediterráneo, el naciente Imperio Bizantino, a costa de reducir los
recursos de Italia y Occidente. El cristianismo, otrora perseguido, se convirtió en religión oficial gracias a
los edictos de Milán de Constantino I el Grande de 313, que proclamaba la libertad religiosa y el de
Tesalónica de Teodosio I el Grande, que hizo el cristianismo oficial en el 380. El obispo de Roma, el papa,
empezó a cobrar importancia política y a ser uno de los principales dirigentes cristianos. Las ciudades
decayeron, produciéndose una emigración al campo, con el consecuente efecto negativo en el comercio,
la cultura y la ciencia.

El emperador de Roma ya no controlaba el Imperio, de tal manera que en el año 476, un jefe bárbaro,
Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de apenas 10 años que fue el último emperador
Romano de Occidente y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente.

Alta Edad Media (s. v al xii)

El Reino ostrogodo

Artículo principal: Reino ostrogodo de Italia

Mapa del Reino ostrogodo de Italia.

Los ostrogodos eran un grupo de godos que habían sido sojuzgados por los hunos. Tras su liberación de
aquellos, eligieron a Teodomiro como rey y se asentaron bajo protección bizantina en Panonia, en el
cauce del Danubio. A este le sucedió su hijo Teodorico el Grande, que con la bendición del emperador de
Oriente condujo a su pueblo a Italia en 488.

En la península gobernaba el hérulo Odoacro tras deponer al último emperador romano en 476. Tras una
campaña en el Norte de la península, Teodorico tomó la capital, Rávena, matando a Odoacro en 493 y
estableciéndose como señor del país. Su reinado fue recordado por mantener la administración romana,
que protegió, logrando mantener la estabilidad de Occidente. Regente de sus primos visigodos al ser
abuelo del joven rey, Teodorico, llegó por un tiempo a parecer ser capaz de reconstruir el antiguo
Imperio de Occidente. Mandó construir y decorar joyas como la Capilla Arzobispal de Rávena, el
Baptisterio Arriano o su mausoleo, obra maestra del arte ostrogodo en Italia.

Sin embargo, en 526, la muerte de Teodorico acabó con esta etapa de paz, heredando Italia su nieto,
Atalarico. El Reino Ostrogodo de Italia se desmoronó, con un sobrino de Teodorico, Teodato, asesinando
a Atalarico, nieto y heredero del gran rey e iniciando una guerra civil. Los excesos de Teodato rompieron
con el apoyo del Imperio Romano de Oriente al dominio ostrogrodo y propició una invasión bizantina
paralela a las luchas nobiliarias.

El Exarcado bizantino

Artículos principales: Imperio bizantino y Exarcado de Italia.


El emblema del Imperio bizantino.

Bajo Justiniano I, el Imperio bizantino inició una serie de campañas con el objetivo de reconstruir la
unidad mediterránea, y principalmente con el intento de recuperar Italia, centro del antiguo Imperio. La
debilidad del reino ostrogodo, y los deseos bizantinos de recobrar la ciudad de Roma, convirtieron a
Italia en un objetivo. La guerra civil ostrogoda le dio la oportunidad de intervenir en la guerra gótica,
para lo que mandó a su mejor general, Belisario.

El Imperio bizantino en el 565, con las conquistas de Justiniano destacadas.

En 535, Belisario, había invadido Sicilia, Cerdeña y Córcega, dentro de sus campañas contra los vándalos,
y desde allí marchó a través de la península, entrando en Reggio di Calabria, tomando Nápoles (donde
cayó el usurpador ostrogodo Teodato) y llegando a Roma en 536. Bloqueado allí, tuvo que mantener la
posición hasta que la llegada de refuerzos, los cuales desembarcaron en Rímini, cambió las tornas.
Prosiguió hacia el norte y tomó Mediolanum (Milán) y Rávena, en 540 , acabando con el nuevo rey
ostrogodo, Vitiges. Un acuerdo con los ostrogodos, que conservaron un reino en el noroeste de Italia,
trajo la paz.

Belisario fue entonces llamado a Oriente, donde los persas amenazaban las fronteras. Su sucesor, Juan,
no logró mantener el control en un momento en que el Imperio Bizantino andaba escaso de recursos, y
en 541 los godos estaban enfrentados de nuevo con Bizancio, liderados por un enérgico rey llamado
Totila que había recuperado Italia del Norte y tomado Roma. La vuelta de Belisario permitió recuperar
Roma, para perderla de nuevo no mucho después.

En 548, el eunuco Narsés sustituyó a Belisario. Totila fue asesinado en 552, y el ejército del último rey
godo, Teias, cayó derrotado en 553. Hacia 561 los bizantinos habían pacificado la zona.

Los bizantinos controlaron Italia desde su capital en Rávena, bajo el Exarcado de Rávena. El arte
bizantino dejó en Italia huellas significativas como las iglesias de San Nicola in Carcere y Santa Maria in
Cosmedin de Roma; la iglesia de San Vital de Rávena o la basílica de San Apolinar in Classe en la misma
ciudad. El conjunto de edificios tardorromanos, ostrogodos y bizantinos de la ciudad de Rávena es a día
de hoy patrimonio de la humanidad.

El Reino lombardo

Artículos principales: Reino lombardo y Langobardia Maior.


La Corona de Hierro de los lombardos, posteriormente convertida en símbolo del Reino de Italia.

Entre los diferentes pueblos germánicos que habían abandonado su antigua morada para vivir en
mejores tierras, se contaban los lombardos (o longobardos), a los que Justiniano I había dejado
asentarse en Panonia, a condición de que defendieran la frontera. Atraídos por la riqueza de Italia y la
presión de los ávaros, atravesaron los Alpes, ocupando las actuales regiones de Piamonte, Liguria,
Lombardía y Véneto, sin mucha oposición. Milán, el centro del norte de Italia, cayó en el 569. Le sucedió
la caída de la Toscana, Spoleto en el centro y Benevento en el sur de Italia. Se le llama Longobardia Maior
a la zona del norte de Italia, donde establecieron su capital, Pavía (la región de Lombardía es llamada así
aún hoy por esto), mientras que Spoleto y Benevento, sus avanzadas en el centro y sur de Italia, eran
conocidas como Longobardia Minor.

Los nuevos señores de Italia organizaron sus posesiones en Ducados lombardos, como el ducado del
Friul, el ducado de Tuscia, el ducado de Spoleto o el ducado de Benevento, bajo la autoridad de un rey
en Pavía. La falta de una autoridad central durante el mandato de los duques posibilitó la fragmentación
de Italia en treinta y seis ducados cuasiindependientes, separados por franjas de territorio en manos del
bizantino Exarcado de Rávena. Si bien el reino lombardo volvió a tener un rey, el poder central fue
siempre débil.

Así, mientras se enfrentaban a la oposición de los territorios del Imperio bizantino en Oriente, y a la de
los francos, naciente potencia en Occidente, los lombardos consiguieron recomponer una monarquía
común electiva, tradicionalmente germánica. Es de destacar el reinado de Agilulfo que abandonó el
arrianismo y se convirtió al catolicismo, generando persecuciones religiosas entre ambas confesiones.

Mientras los conflictos iconoclastas ocupaban a Bizancio y lo enemistaban con el papa (pues la posición
del emperador de Oriente también regía en sus tierras italianas), los lombardos aumentaron sus
dominios, con el pretexto de socorrer al papa. En el 750, Aistolfo tomó la ciudad imperial de Rávena.

A partir de este período de la Alta Edad Media, y con la difusión entre el pueblo de los idiomas romances
(de las lenguas italorromances y galoitálicas, en el caso de Italia), el gentilicio italiano toma el lugar del
antiguo gentilicio itálico, utilizado hasta entonces.

Los francos y el Reino de Italia en el Imperio carolingio

Artículos principales: Imperio carolingio y Reino de Italia (Alta Edad Media).


Miniatura del papa Adriano I solicitando la asistencia de Carlomagno durante un encuentro cerca de
Roma.

La presión de los lombardos sobre el papa hizo que el rey de los francos, Pipino el Breve, realizará entre
756 y 758 repetidas campañas en el norte de Italia. El papa, en agradecimiento, le confirmó como rey de
los francos (a pesar de haber usurpado el título) y concedió el rango de patricio a la familia que había
tomado el trono de los merovingios en Francia.

La situación se recrudeció a la muerte de Pipino. El reino franco fue dividido entre sus hijos, aumentando
de nuevo la presión lombarda sobre el papado. Sin embargo, la reunificación de los francos bajo
Carlomagno, llevó a una nueva intervención en Italia en el 774. Tras una breve batalla, Carlos se hizo con
el reino de Lombardía, que, manteniendo su autonomía, se integró en el Imperio carolingio que con el
tiempo uniría a la mayor parte de Europa Occidental. Carlomagno auspició un renacimiento cultural y
una unidad política y religiosa, que cristalizó con su coronación como Emperador de Occidente por el
papa León III, en el año 800. Su nuevo imperio se consideraba heredero del Imperio romano de
Occidente, siendo el emperador la máxima autoridad temporal de Europa y el encargado de velar por la
Cristiandad.

Desde entonces, el norte de Italia formó parte de los territorios carolingios, con el nombre de Reino de
Italia.

Los Estados Pontificios

Artículo principal: Estados Pontificios

Bandera de los Estados Pontificios.

Desde los tiempos en que Constantino I hiciera el cristianismo religión oficial, el poder de la Iglesia se
había ido acrecentando en Italia. La Donación de Constantino, una falsificación histórica, fue la base de
reclamaciones del poder temporal sobre la ciudad de Roma por parte del papa, que ganó fuerza a
medida que los emperadores la abandonaban. Valga como ejemplo como Atila parlamentó con el papa
Gregorio I Magno al aproximarse a la ciudad. Ya en tiempos de los bizantinos y en medio de los
enfrentamientos iconoclastas, se eliminó el ducado de Roma ganando la ciudad Gregorio II, con
reconocimiento de su gobierno por parte del rey lombardo Liutprando. Era el Patrimonio de San Pedro.

Ante la ocupación del territorio por los lombardos, la ayuda de Carlomagno y los francos a León III fue
vital. Comenzó así el cesaropapismo, una estrecha vinculación papa-emperador. Parte de las tierras
arrebatadas a los lombardos fueron cedidas al papa, que creó entonces un Estado en el centro de Italia,
los Estados Pontificios, germen histórico de la actual Ciudad del Vaticano. Estos eran administrados
directamente por él o mediante vasallos.
El gobierno de estos territorios atravesó una fase clave durante el periodo conocido como pornocracia.
Dicho periodo se caracteriza por numerosas luchas por el poder en la Iglesia, Roma, e Italia central; entre
intrigantes muchas veces motivados por cortesanas y nobles (particularmente los señores de Spoleto).
Se inicia en el año 904 con Sergio III y su amante Marozia y data hasta la encarcelación en el 935 de Juan
XI por el duque de Spoleto Alberico II, ambos hijos de Marozia.

El contexto del sur y el surgimiento del Reino de Sicilia

Artículos principales: Langobardia Minor, Ducado de Benevento, Catapanato de Italia, Emirato de Sicilia y
Reino de Sicilia.

Mapa político de Italia hacia el año 1000, en la víspera de la llegada normanda.

Los ducados lombardos del sur no llegaron a ser conquistados por Carlomagno, que tuvo que marchar al
norte a combatir a los sajones, y no formaron parte de su imperio. Los duques lombardos de Benevento
mantuvieron su independencia, llegando a convertirse en el Principado de Benevento y a empujar hacia
el sur a los bizantinos. Sin embargo, el asesinato del duque Sicardo de Benevento dividió el Estado entre
su hermano, Siconulfo de Salerno, que fue proclamado príncipe de Salerno, y su asesino, Radelchis, que
se hizo con el poder en Benevento. La división permitió ganar autonomía a nobles en Gaeta, Capua y
Amalfi, que formaron principados y ducados propios. Los restantes territorios del sur, como en Nápoles,
Sicilia y la parte más meridional de la península itálica (Apulia y Calabria), seguían siendo una provincia
bizantina.

En la misma época, el sur de Italia entró en contacto con el islam, inicialmente como víctima de razias
desde el norte de África. Cerdeña fue ocupada por los árabes en el 710 tras ser abandonada por los
bizantinos a su suerte, pero, 70 años después, aprovechando la lejanía con las bases árabes, se produjo
una revuelta isleña que estableció gobiernos locales conocidos como giudicati. Córcega sufrió también
los ataques musulmanes, combinados con intervenciones francas, lombardas y del marqués de la
Toscana Bonifacio II, para asegurar la frontera.

En el 826, un desertor bizantino ofreció el territorio siciliano al emir musulmán de Ifriquiya, lo que
llevaría a una serie de guerras. Para 965 la isla había sido convertida en el Emirato de Sicilia, desde el que
se lanzaban ataques a los puertos de la península. Los bizantinos reformaron sus posesiones en la zona
sur de la península tras repeler uno de los ataques musulmanes sobre Bari en el 876, creando el
Catapanato de Italia, en guerra con musulmanes y lombardos.

La situación dio un vuelco con la llegada de los normandos. Diversas leyendas envuelven su llegada,
siendo la más famosa la que los describe como unos peregrinos del norte que se ofrecieron como
mercenarios a los lombardos. Inicialmente sirvieron a estos, pero en palabras de Amatus de
Montecassino:

Los normandos nunca desearon que ninguno de los lombardos ganara una victoria decisiva, lo que les
hubiera dejado en desventaja. Pero apoyando a uno y luego ayudando a otro evitaron que nadie fuera
totalmente arruinado.

Pronto eran señores de posiciones conquistadas a bizantinos y lombardos, llegándose a la conquista


normanda de Italia Meridional, con los nórdicos estableciendo un Estado en Nápoles capitaneados por
Roberto Guiscardo. De ahí cruzaron el estrecho de Mesina y llegaron a reconquistar Sicilia a los
musulmanes, que formaría parte de un reino unificado cuando Rogelio II de Sicilia reunió, en 1130,
ambos tronos en el Reino de Sicilia. El reino sería una amalgama cultural de sustrato latino, lombardo,
grecobizantino y normando, como su arte, ejemplificado en la catedral de Cefalú, la capilla palatina de
Palermo y la catedral de Monreale.

A finales del siglo xii dicho reino pasó a la dinastía imperial alemana de los Hohenstaufen, cuando el
emperador Enrique VI reclamó el trono en 1212 por ser su esposa Constanza I de Sicilia, heredera del
reino.27

Baja Edad Media (s. xii al xv)

Guelfos y gibelinos, el Sacro Imperio y la Liga Lombarda

Artículos principales: Sacro Imperio Romano Germánico, Güelfos y gibelinos, Reino de Italia (Sacro
Imperio Romano) y Liga Lombarda.

La muerte de Carlomagno y las luchas por retener su imperio repartido entre sus diversos hijos inició un
periodo de guerras civiles que no se estabilizaron hasta la creación, a principios del siglo x, del Reino de
Francia y del conglomerado del Sacro Imperio en lo que hoy es Alemania, el norte y centro de Italia,
Suiza, Países Bajos y otros territorios orientales de sus ex dominios. La ausencia de un poder central
fuerte supuso la atomización de estas regiones en principados, obispados, condados y ciudades
prácticamente independientes y con frecuencia enfrentados entre sí. Esto fue particularmente
importante en Italia, donde las ricas ciudades del norte emergieron como ciudades-Estado comerciales
cuasi-independientes. El emperador era elegido por los principales nobles, lo que facilitó este clima de
enfrentamiento que tuvo en numerosas ocasiones a Italia como campo de batalla.

Enrique IV delante de Gregorio VII en Canossa.

En el siglo x, se introdujo un nuevo elemento de discordia: el enfrentamiento entre la Iglesia y el Imperio,


que fue conocido como la Querella de las Investiduras de 1073, que inició una serie de conflictos por la
primacía del papa o el emperador en la cristiandad y el Sacro Imperio. Ambos se discutían el
sometimiento teórico del poder temporal imperial al religioso papal o viceversa, y el derecho al
nombramiento de los obispos. La lucha dividió Italia entre güelfos (por los Welfen de Baviera), que
apoyaban al papa, y gibelinos (por los Hohenstaufen de Waiblingen), los defensores del poder imperial.
A raíz de esto diversos emperadores se enfrentaron al papa e invadieron Lombardía, apoyando cuando
les convenía a antipapas. En respuesta, diversos emperadores fueron excomulgados, mientras los
Estados Pontificios rechazaron el poder temporal del emperador y promovieron facciones pro-
eclesiásticas.

Ciudades como Florencia, Milán y Mantua abrazaron la causa güelfa, mientras que otras como Forli, Pisa,
Siena y Lucca se unieron a la causa imperial. Se trataba en general de una lucha por la autonomía, donde
las ciudades que temían el poder del emperador trataban de contrarrestarlo con la influencia papal, y las
cercanas al Lacio Papal buscaban una autoridad imperial que les garantizara su libertad. Otras veces,
eran las luchas intestinas entre ciudades rivales las que convertían rencillas locales en nuevos episodios
de este enfrentamiento: la güelfa Florencia presentó batalla a la liga gibelina de las otras ciudades
toscanas (Arezzo, Siena, Pistoia, Lucca y Pisa), causando un largo conflicto que tuvo como máximas
exponentes las batallas de Montaperti, en 1260, (que se celebra en la famosa fiesta del Palio di Siena) y
la de Altopascio, en 1325. Sin embargo, muchas veces, en el seno de una ciudad coexistían ambas
tendencias alternándose según la que fuera más fuerte en el momento. Con el tiempo incluso se
desarrollaron subfacciones dentro de cada grupo.

Escudo de los emperadores de la Casa de Hohenstaufen, reyes de Sicilia y Emperadores del Sacro
Imperio.

Enrique IV, comenzó la querella al enfrentarse a Gregorio VII. Llegó a presentarse descalzo y en
penitencia ante él durante el Paseo de Canossa en 1077, para lograr que le levantaran la excomunión,
pero luego volvió a apoyar al antipapa Clemente III contra Gregorio y su cuñado Rodolfo de Suabia. Los
siguientes papas no lograron desactivar el conflicto, hasta que Calixto II logró con el Concordato de
Worms, la paz con el hijo y sucesor de Enrique IV, Enrique V. Por sus términos se diferenciaba entre la
coronación canónica del emperador por el papa y la laica, y se admitía la autoridad del emperador sobre
la Iglesia en Alemania, previa invasión de Italia por Enrique en 1110.

Tras los Enriques, gobernó Lotario II, derrotado por Rogelio II de Sicilia y enfrentado a Conrado III. Este
noble era el primer Hohenstaufen, familia que comenzó a acumular poder en Alemania. Probablemente
el mayor enfrentamiento entre papa y emperador se produjo con su hijo Federico I Barbarroja,
emperador entre 1155 y 1190, cuya activa política italiana acentuó la intervención imperial. Las ciudades
del norte de Italia se vieron involucradas en la guerra, cambiando frecuentemente de partido. La Liga
Lombarda fue una alianza establecida el 1 de diciembre de 1167 entre 26 Ciudades Opositoras del norte
de Italia, entre las que destacan Milán, Cremona, Mantua, Bérgamo, Brescia, Plasencia, Bolonia, Padua,
Treviso, Vicenza, Verona, Lodi, Parma y Venecia. Posteriormente se unieron otras cuatro ciudades más,
hasta formar un total de 30. El propósito inicial de la Liga era combatir la política italiana de Federico I,
que en aquel momento reclamaba el control total sobre el norte de Italia. La respuesta imperial quedó
expresada en la Dieta de Roncaglia, y fue llevada a cabo con la invasión de 1158 y luego otra vez en 1166.
La Liga recibió el apoyo incondicional del papa Alejandro III y sus sucesores, deseosos tanto de verse
libres de la influencia imperial como de aumentar su poder en la península itálica. En la batalla de
Legnano (29 de mayo de 1176), las tropas imperiales fueron derrotadas, y Federico se vio forzado a
firmar una tregua de seis años (1177-1183). La situación se resolvió al finalizar ésta, cuando ambas
partes firmaron el Tratado de Constanza, según el cual las ciudades italianas reconocían la soberanía del
emperador de Alemania, pero a su vez éste se veía obligado a reconocer la jurisdicción propia de cada
ciudad sobre sí misma y su territorio circundante, lo que supuso el reconocimiento de su independencia
de facto.

Sarcófago de Federico II, rey de Sicilia y emperador del Sacro Imperio, en la Catedral de Palermo.
Profundo reformador de Italia y gran guerrero, a su muerte se propagó la leyenda de que solo dormía en
espera de volver a su reino.

Tras Barbarroja, su hijo Enrique VI reuniría tanto el reino alemán como el de Sicilia, por su matrimonio
con Constanza I de Sicilia. El güelfo Otón IV gobernaría brevemente (1208-1218), dejando el Ducado de
Spoleto bajo dominio papal en 1213, pero terminó alejándose del papado y trató de restaurar la
autoridad imperial en Italia, solo para caer ante el gibelino Federico II Hohenstaufen, rey de Sicilia e hijo
de Enrique VI. Con Federico II, Stupor Mundi (el asombro del mundo), los Hohenstaufen recuperaron el
trono imperial alemán. Federico II reagrupó unos poblados de los Abruzos para fundar la ciudad de
L'Aquila en 1254, reorganizó el Reino de Sicilia con las Constituciones de Melfi, y fundó la Universidad de
Nápoles. El intento del papa de reunir a las ciudades güelfas contra él desencadenó, en 1229, una nueva
invasión imperial, que fue seguida por nuevas luchas e incluso una excomunión de Federico en 1239.
Hacia el final de su vida, el papa Inocencio IV logró sin embargo una victoria en la batalla de Parma. Su
muerte en 1250 marcó un interregno en el trono imperial, a medida que su hijo Conrado IV y su nieto,
Conradino de Hohenstaufen, se enfrentaban al papa en Alemania y en Italia.

Enrique VIII, terminó con el interregno al ser elegido emperador en 1308, y pese a pertenecer a una
dinastía distinta volvió a enfrentarse por Italia con la Iglesia. El papa, Clemente V, contó esta vez con el
apoyo de Sicilia, que, pese a la disputa con la Corona de Aragón, estaba en manos de los proeclesiásticos
Anjou de Francia. En 1314 fue elegido Luis IV de Baviera, que acogió a teólogos contrarios al papa como
Marsilio de Padua o Miguel de Cesena, y se enfrentó al papa Juan XXII. Apoyó al antipapa Nicolás V
contra él, mientras el papa apoyaba a Carlos IV de Luxemburgo como Rey de Romanos. Este accesió en
1355 al trono, con el apoyo del papa. Su hijo, Wenceslao de Luxemburgo, tuvo que afrontar la creciente
independencia de los nobles italianos y el Cisma de Occidente desde el comienzo de su reinado como
Rey de Romanos en 1376. En 1400, fue depuesto por Roberto del Palatinado, que fue derrotado por Gian
Galeazzo Visconti cuando trató de imponer su autoridad sobre Milán. Segismundo de Luxemburgo llegó
al poder en 1410, volviendo a usar el título de emperador y reinó hasta que, en 1437, Federico III de
Habsburgo comenzó la desde entonces interrumpida sucesión de emperadores de la familia austríaca de
los Habsburgo.
Ciudades-Estado italianas: Comuni y Signorie

Artículos principales: Ciudades-estado italianas, Signoria y Comuna medieval.

Así, estos continuos conflictos dieron la ocasión para forjar ciudades-Estado autónomas, gobernadas por
repúblicas (Comuni) o por gobernantes nobiliarios (Signoria) locales, que gracias al enfrentamiento entre
los grandes poderes de la época, no estaban supeditados a nadie. Historiadores contemporáneos suelen
asociar las Signorie al fracaso de las repúblicas en mantener la ley y el orden. No era raro que una ciudad
se ofreciera a un líder poderoso para garantizar su prosperidad: Pisa lo hizo posteriormente con Carlos
VIII de Francia y Siena con César Borgia ante la presión de sus enemigos florentinos. Cada ciudad
mantenía su peculiar equilibrio entre un gobierno y otro con distinto poder de los gobernantes. A veces,
una república nominal enmascaraba el control de una pequeña aristocracia o incluso de una sola familia.
Florencia era una república controlada sin embargo por la familia Médici, la más rica de la ciudad. En
otras, directamente los derechos hereditarios de una familia eran parte del derecho de la ciudad como
en las monarquías modernas.

El delicado equilibrio entre la Iglesia, la nobleza local, y una pequeña burguesía fluctuante, con los
conflictos permitió el establecerse de repúblicas como la República de Pisa, cuyas leyes de mar son
reconocidas por el papa en 1077, la República de Lucca, nacida en 1119, o la República de Siena en 1125,
las tres en la región de la Toscana. Bolonia, sede desde 1088 de la universidad más antigua de Occidente,
también tuvo una república, alternada con épocas bajo la órbita de Milán o el papado. Ciudades costeras
como Venecia, Génova, Ancona o Amalfi, crearon un subtipo particular de repúblicas, las repúblicas
marítimas, fuertemente ligadas al comercio internacional. De forma no sostenida en el tiempo, otras
muchas ciudades italianas alternaron gobiernos nobiliarios con revoluciones y repúblicas de dispares
duraciones.

En verde, la máxima extensión del poder milanés de los Visconti.

Particularmente clave fue la evolución de Milán, que devendría en la mayor potencia del norte de Italia.
El señorío de Milán estuvo en manos de la familia Della Torre, que lo perdió al enfrentarse al arzobispo
de la ciudad, Otón Visconti. Con el ascenso de Otón y de su sobrino, Mateo I Visconti, cabeza de sus
ejércitos, en 1277 comenzó el reinado de los Visconti. Apoyaron al emperador en el norte de Italia y
llegaron a sitiar Génova en 1318. Azzone Visconti conquistaría las ciudades papales de Bérgamo,
Cremona y Lodi, ampliando su poder en la región.

Otras dinastías también aprovecharon los acontecimientos para fundar Estados en el norte de Italia. La
Casa de Saboya, una familia borgoñona que había unificado la Marca de Turín y el Condado de Saboya,
alcanzó el título ducal del emperador Segismundo en 1416. La familia Montefeltro controlaba Urbino y
Pésaro desde 1213, siendo agraciados en 1443 con el título de duques de Urbino. Rávena, que estaba
bajo dominio papal, cayó en 1218 bajo los Traversari, a los que en 1270 sustituyeron los Da Polenta.
Rímini cayó en manos de la familia Malatesta en 1239, que desde 1285 también gobernaron en Pésaro y
que temporalmente ocuparon Ancona. Camerino, destruida en 1256, fue desde su reconstrucción, en
1262, liderada por los Varano, que lo convirtieron en el Ducado de Camerino. La familia Gonzaga se hizo,
bajo Luigi Gonzaga, con el dominio de Mantua en 1328, que convirtieron con el tiempo en marquesado y
ducado. La Casa de Este, vicarios del papa en Ferrara desde 1332, recibieron en 1452 el gobierno del
Ducado de Módena del emperador Federico III de Habsburgo, y el Ducado de Ferrara del papa Paulo II en
1471. Los Baglioni controlaron, salvo interludios, la ciudad de Perugia desde 1393.

Estados italianos en 1494

Muchos de estos Estados nobiliarios fueron, en diversos periodos, sometidos u anexionados por los
milaneses (tanto en la etapa de los Visconti como en la de los Sforza), que pasaron a ser la principal
potencia de Lombardía. Pavía, Alessandria, Lodi y Parma pasaron a depender del Ducado de Milán.
Diversos miembros de la familia Visconti intervinieron en Cerdeña. El cénit de este dominio fue el
reinado de Gian Galeazzo Visconti, que alcanzó la máxima expansión territorial después de las guerras
contra los señores de Padua, en el Véneto, y de Florencia en Toscana. Conquistó Verona, Vicenza, Bolonia
y temporalmente Padua. Compró el título de duque de Milán en 1395 por cien mil florines al emperador
Wenceslao, y derrotó a su sucesor Roberto cuando trató de acabar con su poder.

A su muerte, sin embargo, empezó el declive de los Visconti, que fueron perdiendo territorios. Venecia,
que había comenzado su expansión en el Véneto, erosionó las posesiones milanesas en el oriente de
Italia. El intento de su hijo, Filippo Maria Visconti, de conquistar la Romaña en 1423, le hizo enfrentarse
al emperador y perder Bérgamo y Brescia. Cuando con su muerte la dinastía Visconti se extinguió, en
1447, Milán pasó a ser la República Ambrosiana, a pesar de las pretensiones del duque de Orleans,
legítimo heredero. Orleans fue incapaz de tomar posesión de su herencia, pero la República fue corta. El
aventurero Francesco Sforza, casado con una hija del último Visconti, tomó Milán en 1450 y se
autoproclamó duque, en enfrentamiento a los pretendientes franceses.

Como la mayor parte de Europa, Italia fue asolada en ese tiempo por la peste negra, que en 1348 causó
un grave daño demográfico al acabar con un tercio de la población del país.28 Culturalmente, esta
convulsa época sentó las bases del esplendor culturar siguiente, destacando el poeta Dante Alighieri y su
Divina Comedia, una de las obras clásicas del idioma italiano, que datan de estos tiempos.

Las Vísperas sicilianas y el surgimiento del Reino de Nápoles

Artículos principales: Vísperas sicilianas, Corona de Aragón, Casa de Anjou-Sicilia y Reino de Nápoles.
Reino de Nápoles (Casa de Anjou) en naranja, Reino de Sicilia insular (Corona de Aragón) en rojo. En
amarillo las conquistas de Ladislao I de Nápoles, perdidas a su muerte.

A la muerte de Conradino de Hohenstaufen en 1266, el papado maniobró para colocar en el trono


napolitano a Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia, a fin de acabar con al influencia imperial
gibelina en el reino. A esta intromisión papal se opuso Manfredo I de Sicilia, hijo del rey, que logró
algunos éxitos iniciales en su lucha, pero fue definitivamente derrotado – y muerto – en la batalla de
Benevento. La oportunidad llevó al rey aragonés, Pedro III, a reclamar el reino, al ser su mujer hija del
último representante de la dinastía legítima. Carlos fue impopular por sus impuestos y su administración,
y esto, en 1282, le valió una feroz revuelta popular conocida como las Vísperas sicilianas. Pedro acudió
entonces en apoyo de los sublevados sicilianos, ganandose el trono de la parte insular del Reino de
Sicilia. En 1302 la Paz de Caltabellota dejaba la isla a la dinastía aragonesa, mientras, la parte continental
del hasta entonces Reino de Sicilia – ahora conocida como Reino de Nápoles – a los Anjou. Como fue
típico en la Corona de Aragón, el nuevo territorio insular terminó en manos de una rama menor de la
familia real, siendo Pedro sucedido por su segundo hijo, Jaime II de Aragón. En Nápoles, los Anjou
reorganizaron la administración y protegieron las universidades y la cultura.

A la muerte de Roberto I de Nápoles hubo una guerra por la sucesión entre Juana I de Nápoles y Carlos
de Durazzo, que dio un breve gobierno de Luis II de Anjou y finalmente dio el trono a Ladislao I, que
impondría su autoridad hasta Italia central y del norte. Con la muerte de Ladislao, en 1414, Nápoles
perdió sus conquistas y dejó a una reina sin herederos.

La Corona de Aragón en 1443, incluyendo sus posesiones en Italia.

A raíz de una concesión del papa Bonifacio VIII, que trató de reunificar el reino siciliano en 1295 con la
Paz de Anagni, dando a Jaime II de Aragón Córcega y Cerdeña a cambio de su renuncia a Sicilia, comenzó
la intervención aragonesa en territorios sardos y corsos. La oposición siciliana a los Anjou hizo que en el
trono siciliano continuaran los aragoneses con Federico II de Sicilia. Por otro lado, el dominio aragonés
sobre Cerdeña y Córcega fue disputado por potencias marítimas como la República de Pisa (cuyo obispo
había recibido también en donación Cerdeña de Gregorio VII durante la Guerra de las Investiduras) y la
República de Génova, cuyo interés comercial chocaba con los anteriores. La dominación efectiva significó
largas guerras y conflictos dinásticos. Córcega, que no llegó a ser ocupada de forma efectiva por la
Corona de Aragón, terminó entregándose en 1347 a la República de Génova a cambio de protección.

Fue Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso, quien de nuevo logró unir Mallorca y el Rosellón al tronco
principal, y pacificar Cerdeña. Su hijo y sucesor, Martín I de Aragón, reunió de nuevo Sicilia y Aragón con
su matrimonio con Leonor de Sicilia. Además, su victoria en la batalla de Sanluri, supuso la supresión del
último intento sardo de independencia.
La adopción de Alfonso V de Aragón por la última reina angevina, Juana II de Nápoles, le dio
justificaciones a este para heredar y reclamar el trono napolitano. Apoyado por el Ducado de Milán,
Alfonso conquistó el reino en 1442, que legó a su hijo bastardo Ferrante, el cual resultó una avezado
gobernante.

Las repúblicas marítimas

Artículos principales: Repúblicas marítimas, República de Venecia, República de Génova, República de


Pisa y República de Amalfi.

Bandera que agrupa los emblemas de las cuatro principales repúblicas marítimas: desde arriba a la
izquierda, en sentido horario, los emblemas de Venecia, Génova, Amalfi y Pisa.

El resurgimiento económico y demográfico de los siglos xi y xii tuvo un gran efecto en Italia, donde
confluían dos de los principales ejes económicos de la cristiandad. Ahí se interconectaban la rutas que,
desde las ciudades comerciales del norte de Alemania y el Báltico (agrupadas en la Hansa), atravesaban
el Rin y el Ródano hacia Italia, con las rutas marítimas que a través del Mediterráneo trasportaban las
especias y productos de lujo de Oriente y los países musulmanes.

Convertidas en emporios comerciales, muchas ciudades costeras italianas experimentaron un desarrollo


económico que les llevó a crear flotas mercantes y barrios comerciales en Oriente (Palestina, Bizancio,
Siria, Egipto...). Algunas, particularmente Génova y Venecia, extendieron su dominio a islas y puertos a lo
largo del mar Mediterráneo y el mar Negro, forjando auténticos imperios de ultramar. Políticamente,
supuso el ascenso social de los comerciantes, que formaron una oligarquía gobernante en muchas de las
ciudades del centro y del norte de Italia. Es la etapa de las repubbliche marinare (las repúblicas
marítimas).

Venecia estaba formada por las islas pobladas por los supervivientes de Aquilea, que habían estado
nominalmente bajo soberanía bizantina dentro del Exarcado de Rávena. Con Orso Ipato, en el 726,
comenzó un autogobierno local que terminó reconocido en el 803 por el Imperio Bizantino y el Sacro
Imperio. Aunque evolucionó en el tiempo, las grandes familias de la ciudad lograron un sistema en el que
el dogo o gobernante era electivo, y un consejo le supervisaba. Poco a poco, Venecia se extendió hasta
dominar el Véneto, a medida que el ducado de Milán y el Patriarcado de Aquilea perdieron poder. Sus
rutas marítimas surcaban el mar Adriático hasta las islas del Mediterráneo Oriental. Sus posesiones
incluyeron en su apogeo el Friul, Istria, Dalmacia, Zara, Rávena, Ragusa, Durazzo, Corfú, las islas Jónicas,
el Archipiélago egeo, Eubea, Imbros, Tenedos, Creta y Chipre. Sus delegaciones comerciales abarcaban
hasta Oriente Medio, y expedicionarios como el famoso Marco Polo llegaban hasta el Imperio Mongol en
China, siguiendo la Ruta de la Seda.
El Mediterráneo oriental hacia el fin del periodo de las repúblicas marítimas. Los Estados italianos que
dominaron algunos de estos territorios fueron la República de Venecia (territorios en verde) y la
República de Génova (territorios en amarillo).

Génova era un antiguo puerto ligur que, dejado de la mano imperial, terminó sin más señor que su
obispo. Sin embargo, con el tiempo, las magistraturas elegidas ganaron importancia. Las principales
familias nobiliarias y comerciantes, como los Grimaldi, los Doria y los Spínola, lucharon por el poder
sobre un Estado que llegó a controlar Liguria, Córcega, Cerdeña, Lesbos, Samos, Caffa...entre otras
posesiones de ultramar. Sin embargo con el tiempo decayó, perdiendo Cerdeña frente a Aragón,
posesiones en Oriente frente a Venecia en la Guerra de Chioggia, y trayendo la peste a Europa desde el
mar Negro. Terminaría entrando primero en la órbita del Reino de Francia (1394–1409), para después
tener una etapa en la que fue regida por los Visconti milaneses.

Otras repúblicas marítimas incluyen a Pisa, república que tuvo su parte en la lucha marina contra los
árabes en Salerno, Regio y Palermo, además de controlar Córcega, Cerdeña, y el mar Tirreno, antes de
ser desbancada por Génova y entrar en la órbita florentina; Amalfi, repúblicas independiente de facto
del poder bizantino y lombardo cuando estos flaquearon, tuvo una significativa importancia histórica
antes de ser englobada en el Reino de Sicilia por los reyes normandos , siendo las Tabulae amalphitanae
(o Leyes amalfitanas) el origen del Derecho marítimo. Las ciudades de Ancona y Ragusa (esta última sita
en la actual costa croata) son también a veces consideradas repúblicas marítimas.

El Renacimiento (s. xv al xvi)

Artículo principal: Renacimiento italiano

Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, ejemplo de la combinación de ciencia y arte.

El Renacimiento italiano inició la era del Renacimiento, un período de grandes logros y cambios
culturales en Europa que se extendió desde fines del siglo xiv hasta alrededor de 1600, constituyendo la
transición entre el medioevo y Europa moderna.

Aunque los orígenes del movimiento confinado principalmente a la cultura literaria, el esfuerzo
intelectual y el mecenazgo pueden rastrearse hasta inicios del siglo xiv. muchos aspectos de la cultura
italiana permanecían en su estado medieval y el Renacimiento no se desarrolló totalmente hasta fin de
siglo.

La palabra Renacimiento (Rinascimento en italiano) tiene un significado explícito, que representa el


renovado interés del período en la cultura de la antigüedad clásica, luego de lo que allí mismo se
etiquetó como la edad oscura.29 Estos cambios, aunque significativos, estuvieron concentrados en las
clases altas, y para la gran mayoría de la población la vida cambió poco en relación con la Edad Media.
El renacimiento italiano comenzó en Toscana, con epicentro en las ciudades de Florencia y Siena. Luego
tuvo un importante impacto en Roma, que fue ornamentada con algunos edificios en el estilo antiguo, y
después fuertemente reconstruida por los papas del siglo xvi. La cumbre del movimiento se dio a fines
del siglo xv, mientras los invasores extranjeros sumían a la región en el caos. Sin embargo, las ideas e
ideales del renacimiento se difundieron por el resto de Europa, posibilitando el Renacimiento nórdico,
centrado en Fontainebleau y Amberes, y el renacimiento inglés.

El renacimiento italiano es bien conocido por sus logros culturales. Esto incluye creaciones literarias con
escritores como Petrarca, Castiglione, y Maquiavelo, obras de arte de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci,
y grandes obras de arquitectura, como la Iglesia de Santa María del Fiore en Florencia y la Basílica de San
Pedro en Roma.

Políticamente fue un periodo de constantes luchas por el poder, cambios dinásticos, guerras e invasiones
extranjeras.

Escudo papal de Alejandro VI.

Los Borgia

Artículo principal: Alejandro VI

En 1492 ascendió al trono papal el cardenal de origen español Rodrigo Borgia, que tomaría el nombre de
Alejandro VI. Su gobierno pronto se hizo famoso por su nepotismo y su legendaria falta de moral. El
nuevo papa era partidario de una recuperación del poder político en Italia por la Iglesia, lo que lo llevó a
establecer múltiples y cambiantes alianzas con sus vecinos.

La situación política seguía marcada por el deseo francés bajo Carlos VIII de Francia de extenderse hacia
el sur. La extensión de la casa real napolitana les daba pretensiones de sucederles, dado el parentesco. A
pesar de haber devuelto a Fernando el Católico el Rosellón a cambio de su neutralidad y de las simpatías
iniciales de Milán, enfrentada al rey de Nápoles, el temor de que Francia pasara a controlar Italia se
extendió. La Guerra italiana de 1494-1498 le enfrentó a la Liga de Venecia, que unía las reivindicaciones
aragonesas con el Papado, Milán, Venecia y el Emperador, deseos de impedir el control francés de Italia.
Un ejército español fue levantado bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, que se ganaría el
apodo de "El Gran Capitán" al mando de los nacientes Tercios. Una enconada guerra en Calabria colocó
en el trono al monarca de origen aragonés Fernando II de Nápoles, con el Tratado de Marcoussis de
1498.
César Borgia por Altobello Melone.

Sin embargo, la muerte del rey francés en 1498, siendo sustituido por su primo Luis XII, le permitió
cambiar de bando. Así, emitió una bula que permitía el nuevo matrimonio del rey con la mujer de su
predecesor, Ana de Bretaña, necesaria para garantizar la fijación de la poderosa Bretaña a Francia a
cambio del apoyo galo. El nuevo rey, emparentado con los Visconti, antiguos duques de Milán, reclamó
exitosamente el Ducado de Milán que había sido ocupado por los Sforza. Fue la Guerra italiana de 1499-
1501. Con sus tropas, el hijo del papa y capitán de los ejércitos pontificios, César Borgia, conquistó una
tras otra las ciudades de la Romaña, (Imola, Forli, Rímini, Pésaro, Faenza...) a pesar de la resistencia de
sus señores (Caterina Sforza, los D'Este). César lo convirtió en su señorío particular como representante
del Papado, antes de ser nombrado en 1501 duque de Romaña. Invadió también el Ducado de Urbino y
amenazó Bolonia y Florencia. César se convertiría en uno de los prototipos de hombre renacentista y en
un claro ejemplo de condottiero o caudillo militar que marcarían esa convulsa etapa de Italia. Venecia
aprovechó la ocasión para anexar Cremona

Entre tanto, un pacto en Granada había repartido el Reino de Nápoles entre Francia y España. El país fue
fácilmente ocupado en la Guerra de Nápoles (1501-1504) tras el desgaste acusado durante la primera
guerra. Sin embargo, discrepancias posteriores desembocaron en una guerra en la que Gonzalo
Fernández de Córdoba expulsó del país a los franceses en 1504 tras vencerles en batallas como Seminara
y Ceriñola. Con el Tratado de Lyon, Nápoles se uniría ya definitivamente en la Corona de Aragón.

En 1503, mientras la situación se complicaba, el papa murió, siendo elegido como sucesor un cardenal
de la familia Della Rovere, con el nombre de Julio II. Se trataba del principal antagonista desde hace años
de los de Borja o Borgia dentro de la Iglesia. César Borgia cayó en desgracia y terminaría sus días en
Navarra, con sus tierras reincorporadas al papado. Bolonia fue saqueada en 1506 y definitivamente
reintegrada en los Estados Pontificios. Su hermano Francesco Maria I della Rovere ganó también el trono
ducal vacante de Urbino. Temeroso del beneficio que sacaba Venecia de la lucha en Italia, el papa reunió
a las potencias contra ella en la Guerra de la Liga de Cambrai en 1508 y recuperó Rávena. Sin embargo, el
juego de alianzas se complicó, con el Papado uniéndose a una Venecia derrotada en Agnadello y luego
salvada por la intervención francesa en Marignano. En 1516, los contendientes aceptaron volver al mapa
previo a esta lucha.

La Toscana

Escudo de armas de los Médicis, señores de Florencia y mecenas del Renacimiento.

Florencia no había intervenido especialmente en las luchas de poder por la península, pero influidas por
ellas había sufrido sus propias convulsiones. La República Florentina había pasado a estar controlada por
la patriarca de la familia Médici, principal casa de comerciantes de la localidad. Tras la muerte de Lorenzo
de Médici en 1492, quien había llevado a la ciudad al esplendor cultural y económico que le ganó el
sobrenombre de il Magnífico, la ciudad cayó en manos del predicador y monje Savonarola, fanático
religioso y defensor de una reforma eclesiástica. Esto condujo a una temporada de disturbios famosos
por sus hogueras de vanidades en las que se quemaron numerosas obras de arte.

El enfrentamiento con el papa Alejandro VI les llevó a excomulgarse mutuamente, lo que terminó
significando el arresto y, tras la muerte de su defensor Carlos VIII de Francia, la ejecución en la hoguera
del monje con la consiguiente restauración de la preeminencia de los Médici, liderados por el hijo de
Lorenzo, Piero de Médici. Sin embargo este careció de la diplomacia de su padre, labrándose numerosos
enemigos entre los defensores del gobierno republicano, que terminaron expulsándole. Dedicó desde
entonces su vida a intentar recobrar el poder, infructuosamente.

Esta República se vio marcada por las guerras contra Pisa, Arezzo y otras ciudades de la Toscana que
intentaron aprovechar estas disputas para minar la supremacía florentina en la región. La ascensión en
1513 de uno de los hijos de Lorenzo como papa, bajo el nombre de León X, fue determinante para el
retorno de la familia a la preeminencia en la ciudad. Tras un interregno en el que volvieron a perder el
poder tras la muerte del papa, se restablecieron con la elección del también Médici Clemente VII en
1523. Las posteriores alianzas con el Papado y el Imperio de Carlos V reforzaron su dominio y lo
convirtieron en un señorío hereditario a partir de Cosme I, al principio como duque de Florencia.

Las guerras por el predominio en Italia

Artículo principal: Guerras Italianas

La decisiva batalla de Pavía que supuso la victoria española en Italia.

El paso del tiempo trajo el relevo generacional y Francisco I se convirtió en rey de Francia y Carlos I en
monarca tanto de los reinos hispanos como de los territorios de las casas de Borgoña y de Habsburgo.
Ambos gobernantes se enfrentaron por el título de emperador y el dominio de territorios disputados en
Italia y Borgoña, desembocando en la Guerra Italiana de 1521-1526. Francisco I invadió Italia, pero sufrió
derrotas frente a las fuerzas habsburgo como Bicoca y sobre todo, Pavía. En esta batalla de 1525, donde
Francisco I fue capturado, se marcó el punto de inflexión a favor de España. Francisco tuvo que
abandonar muchas de sus pretensiones sobre Italia y Borgoña. Aunque tras su liberación se negó a
cumplir los términos del acuerdo, España se había convertido en la mayor potencia del momento.

Alarmado, el nuevo papa Clemente VII reunió a múltiples estados italianos en una liga contra España. La
guerra de la liga de Cognac de 1526 resultó un desastre: las fuerzas españolas tomaron Florencia y en
1527 se produjo un afamado Saco de Roma por lansquenetes imperiales. En 1528, el almirante genovés
Andrea Doria cambia de bando pasando de Francia a España y expulsando a los franceses de Génova.
Doria impuso importantes reformas en la república de Génova, que quedó integrada en la esfera
española. La república fue clave para garantizar las comunicaciones marítimas entre España e Italia, así
como clave en la financiación de la monarquía hispánica. Con la retirada de Francia con la Paz de
Cambrai de 1529, la guerra terminó con el poder español revalidado y Florencia de nuevo bajo control
de los Médici.

La muerte de Francesco Maria Sforza dio ocasión a la Monarquía Hispánica para reclamar el Milanesado
y desencadenó la Guerra italiana de 1536-1538, que dejó con la Tregua de Niza a España en control de
Milán y a Francia como dueña de Saboya. Notablemente Manuel Filiberto de Saboya, cuyas tierras
quedaban ocupadas por los franceses, pasó a servir en los ejércitos imperiales de Carlos V. La guerra
había llegado a implicar en paralelo acciones fuera de Italia como una invasión imperial en la Provenza.

La elección en 1537 de Paulo III como papa favoreció a su familia, los Farnesio. Legitimado su hijo
bastardo Pedro Luis Farnesio, le concedió los dominios papales de Parma, Piacenza, Camerino y
Guastalla con lo que fundó el Ducado de Parma, además del Ducado de Castro. El nuevo estado reunió
las tierras entre el poder Médici del sur y el Milanesado de Carlos IV, cuyo vicario Ferrante I Gonzaga
llegó a invadir el nuevo estado. Sin embargo, la alternando el uso de la fuerza y de la diplomacia, Carlos
V casó ese mismo año a su hija bastarda Margarita de Austria con el heredero de Parma, Octavio
Farnesio. El duque de Florencia Cosme I de Médici, enfrentado a la profrancesa república de Siena,
estableció una alianza similar con su boda con Leonor de Toledo y se proclamó Gran Duque de Toscana.
Varias de las sobrinas de Carlos V terminarían casándose con casas italianas aliadas a los Habsburgo
como los Gonzaga, Este o Medici, consolidando la influencia de la dinastía en Italia.

Buscando nuevos apoyos, Francia recurrió al Imperio Otomano de Solimán I, que le apoyaron durante el
sitio de Niza, ciudad proespañola en la frontera francoitaliana, que resultó infructuoso. La Guerra italiana
de 1542-1546, librada en paralelo a otros conflictos entre habsburgos y otomanos, vería una victoria
francesa en Cerisoles en 1544, pero también una invasión angloespañola sobre Picardía y finalmente la
vuelta al estado inicial.

El siguiente rey francés, Enrique II de Francia, desencadenaría la última guerra italiana, fracasando en su
ataque en Toscana al ser derrotado en la batalla de Marciano pese a éxitos previos en la frontera
germana, terminó con el territorio sienés repartido entre los florentinos aliados a los españoles y nuevas
guarniciones costeras de la monarquía habsburgo. Los franceses fueron finalmente rechazado por una
alianza entre España y Manuel Filiberto de Saboya en la batalla de San Quintín de 1557. Tras algunos
combates menores en Flandes, Francia se avino finalmente al tratado de Cateau-Cambresis, también
conocido como de las damas, que puso fin a las guerras en 1559. Por sus condiciones, Francia
renunciaba a Italia, donde España lograba la supremacía. Entre las implicaciones del tratado Manuel
Filiberto recuperó finalmente sus dominios saboyanos.

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