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Al poco tiempo, los israelitas empezaron a creer que Moisés los había abandonado.

Por eso, le dijeron a Aarón: “¡Queremos un líder! ¡Haznos un dios!”. Aarón les respondió:
“Tráiganme el oro que tengan”. Entonces él derritió el oro para hacer una estatua con forma
de becerro. La gente hizo una fiesta y empezaron a adorar el becerro de oro. ¿Era eso malo? Sí,
porque el pueblo había prometido que iba a adorar solo a Yahvé. Pero ahora no estaban
cumpliendo su promesa.

Mientras Moisés iba acercándose al campamento, oyó a la gente cantar. Al llegar, los vio
bailando y adorando el becerro. Moisés se enojó mucho, tiró las dos tablas de piedra al suelo,
y se rompieron. Enseguida fue a destruir la estatua. Aarón no debió hacer eso. Moisés subió
otra vez a la montaña y le suplicó a Yahvé que perdonara al pueblo.

Tras el pecado del Becerro de Oro, Moisés subió de nuevo al Monte Sinaí para buscar el
perdón de Dios para el pueblo. Él no sólo iba a pedir misericordia, sino que estaba dispuesto a
que su nombre fuera borrado del libro de la vida con tal que el pueblo fuera perdonado. Dios
no aceptó esa “oferta”, explicando que cada hombre debe pagar por su propio pecado.

Dios respondió diciendo que Él cumplirá Su promesa. Aunque el pueblo hubiera fallado al
Pacto, Dios asegura que cumplirá Su parte: llevarlos a la Tierra Prometida.

Dios perdonó a los israelitas que querían obedecerlo. Era muy importante que le hicieran caso
a Dios, y a Moisés también, ¿verdad que sí?

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