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Manuel Daza/Pablo Collazos

El cerezo
1914

En una verde ladera del monte Bucegi, en Basov, se halla un cerezo en torno a
lo que quedó de una villa después de las explosiones. Al lado se encuentra una
tumba, antaño embellecida con las más bellas esculturas, pero abatida ahora
en la misma decadencia que la casa. A un extremo de la tumba, con sus
peculiares raíces desplazando los bloques de mármol, crece un cerezo
descomunalmente grande y de figura curiosamente extraña; asemejándose a la
figura de un cadáver deforme sumido en la propia muerte, que los pueblerinos
temen pasar cerca en las noches en que la luna brilla a través de sus ramas
retorcidas.
2 mellizos apenas considerados hombres vagaban por la oscuridad y
profundidad del monte, Calos y Mucides eran sus nombres. Desesperados en
busca de un lugar seguro para resguardarse de los proyectiles, hallaron por
casualidad el gran monte. A pesar de ser rápidos se tomaron 2 días en subir,
culpa de las piedras clavadas en sus pies; al llegar a la cumbre, el vacío en su
estómago fue desconcertante, treparon como nunca aquel cerezo sacando
fuerzas de la nada, deleitaron su paladar con tan dulce fruta, se tumbaron en
un pedazo de tierra fresca y sin pasto.
Despertaron por un olor nauseabundo.Yacían al lado de un cadáver fresco, una
anciana de pelo enmarañado con una soga rodeando su tráquea, los jóvenes
saltaron y vieron en el cerezo un mensaje grande escrito con sangre roja y
espesa como los frutos de aquel árbol, acto seguido Mucides escucha un
sonido crujiente y jugoso, acompañado de un intento de grito. El cuerpo de
Calos cae inerte sin cabeza, Mucides se tira del monte sin pensarlo dos veces,
en vez de tratar de frenar su cuerpo; impulsado por el desespero y ansiedad
este giraba para rodar más rápido pues escuchaba y veía borrosamente como
un cuerpo levitando con sus brazos extendidos lo perseguía tal como lo hace
un depredador con su presa, Mucides sentía como la cálida sangre brotaba por
su cráneo. Un golpe en seco lo frena indicando que acabó la montaña y este
sale a correr de inmediato, avanzó a la par de los murmullos de los abedules,
sintiendo como con sus raíces trataban de atraparlo. Se detuvo después de
haber recorrido unas 2000 fanegas puesto lo único que llenaba sus pulmones
era un ardor constante que subía hasta su garganta. Su alma se llenó de
felicidad al darse cuenta que ya no había ningún peligro, pero este sentimiento
se detuvo en seco al ver entre los árboles una figura antinaturalmente raquítica
y alta, encorvada, con brazos más largos que su propio cuerpo y 8 ojos en su
calavera, su cuero era de color gris y llevaba una sonrisa tallada por el mismo
belcebú en su mandíbula, retratando así los horrores del averno. La
monstruosidad de tal criatura no es capaz de ser descrita por lápiz y papel.
El súcubo caminó con una tranquilidad inquietante hacia Mucides, pareciendo
así que este tuviera la mayor confianza en que lo iba a atrapar. Mucides se
sintió apresado por una fuerza invisible, la criatura empezó a reír
estrepitosamente, agarró con una mano la parte superior de su mandíbula y
con la otra la inferior, abrió su boca hasta desencajar y deformar totalmente su
rostro, la arpía se puso a silbar una melodía de cuna mientras despellejaba el
cuerpo, le sacaba todos sus órganos y huesos para construir un instrumento de
cuerda que acompañara su armonía.
Desde ese día en los bosques de Rumania se dice escuchar una estruendosa
melodía cada que un menor de edad desaparece…

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