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El día del mestizaje

La realidad de nuestro continente latinoamericano es el mestizaje. Un continente nación


atravesado por la diversidad de culturas indígenas y por la influencia hispánica que, en tres siglos
de ocupación, le dejó dos preciados tesoros: Dios y la palabra. La palabra que une con una sola voz
el continente; que es entendimiento, comprensión y prenda de unidad. Y el Dios que funde a la
diversidad en un abrazo místico. Porque nuestra América es fruto del sincretismo que fue
gestando una religión nueva, un religar de las diversas culturas americanas. Eso explica, además,
por qué la elección de un papa americano provocó el júbilo general del continente, más allá de las
confesiones.
Esta palabra americana que alguna vez trajeron los peninsulares, el viejo castellano, no es la
misma de hace cinco siglo. Es una palabra mestiza, acriollada, hecha nuestra. Y El Dios, que es
único y universal, aquí en esta América también se hizo mestizo; es dios de maíz, de vientos
antárticos, de tierras sin mal, de pachamamas. Todo se hace original en nuestra América.
América hispana es cultura de choques y contradicciones, pero también de fusiones y autocríticas.
De prédicas religiosas surrealistas para adoctrinar al indio, de inquisiciones incendiarias y de
misiones ejemplares para crear pueblos indios dueños de su destino frente a una realidad
inevitable.
La persistencia indígena está en el mestizaje; está en la palabra quechua, aymara, guaraní que
resisten como lenguas habladas y como argamasa de un castellano enriquecido. Está en los
rostros cobrizos del altiplano, y en los albañiles que todas las mañanas desafían las alturas de los
edificios de las grandes urbes.

Cuestión de identidad

Arturo Uslar Pietri, el gran escritor venezolano, ponía el acento en que “… muchos hombres
representativos de la América de lengua castellana y portuguesa creyeron ingenuamente, o lo
pretendieron, ser lo que obviamente no eran ni podían ser. Hubo la hora de creerse hidalgos de la
Castilla, como hubo más tarde la de imaginarse europeos en el exilio en lucha desigual contra la
barbarie nativa. Hubo quienes trataron con todas las fuerzas de su alma de parecer franceses,
ingleses, alemanes y americanos del Norte. Hubo más tarde quienes se creyeron indígenas y se
dieron a reivindicar la plenitud de una civilización aborigen irrevocablemente interrumpida por la
conquista …”. Y agrega: “por un absurdo y antihistórico concepto de pereza, los
hispanoamericanos han tendido a mirar como una marca de inferioridad la condición de su
mestizaje.”
Los entrerrianos nos reconocemos con el gurí, el tagüé, el mboyeré, y el che, que nos traen
reminiscencias guaraníticas, y con el mate (mati) quechua en la mano. Porque si observamos a
nuestro alrededor, el guaraní está en el aguaribay, el ñandubay, el apereá, el chajá, el pecarí, el
mboretá, y tantos nombres dados a la naturaleza. En los caracoles del río Uruguay y en el Paraná
como un mar. Ese lenguaje guaraní que en su momento fue común a los charrúas, a los chanaes y
otros grupos que habitaban estas tierras onduladas, y aún habitan en nosotros. Y luego vino el
mancebo de la tierra, el mestizo del Paraguay que fue ocupando estas tierras y poblándola con
palabras de un castellano castizo con tonadas guaraníticas. Y la soldadura de términos hispánicos
con indígenas fue inevitable. La vemos en la Concepción del Uruguay, el San Antonio de Concordia,
el Rosario del Tala, la Carmen de Nogoyá, el San José de Gualeguaychú.
Y Entre Ríos fue fusión entre lo español y lo indígena en las luchas por la emancipación y la
autonomía de sus pueblos. Resuenan desde el pasado apellidos hispánicos en los Urquiza,
Ramírez, López Jordán, Artigas. Pero con ellos están los soldados olvidados de mil batallas de
inconfundibles rasgos guaraníticos, los charrúas de las tropas de Artigas, y Anacleto Medina, y
Miguel Guarumba con sus tapes de Federación, y Gaspar Tacuabé, y Pablo de la Cruz, todos
misioneros afincados en la provincia.

Nuevas fusiones

Después vino el aluvión, de las montañas alpinas, de las riberas del Volga, de las praderas del
oriente europeo, con sus palabras extrañas, y sus dioses, y sus cánticos, y sus ropajes. Y aquí
multiplicaron las estancias en cientos de chacras, de concesiones que modificaron el paisaje
entrerriano y lo tiñeron de dorados trigales, de celestes linares. Y el caballo del soldado, del
tropero, tiró de la reja para hacer brotar el americano maíz, el mijo, el girasol, en melgas
geométricas. Y las chacras se poblaron de cabezas rubias, de vacas, gallinas, viñedos, olivares…
Y el judío se hizo hombre de a caballo en Basavilbaso, los rusos de Diamante cocinaron la carne al
rescoldo junto con el pirok y el kreppel. Los piamonteses supieron exclamar mboreyé con tanta
naturalidad como decían mercí o comprampá. Y así se fueron amestizando, de a poco, con
desconfianza, por necesidad y por imposiciones de un estado que quería “nacionalizar” a ese
mosaico de culturas trasplantadas. Así el rabino tuvo que admitir la escuela pública en castellano
con las efemérides de San Martín, Belgrano y mayos con escarapelas y negritas vendedoras de
velas. Y el cura de la aldea alemana tuvo que aprender la lengua de Castilla para pronunciar los
sermones en el idioma del país.
“Lo que vino a realizarse en América – dice Uslar Pietri – no fue ni la permanencia del mundo
indígena, ni la prolongación de Europa. Lo que ocurrió fue otra cosa y por eso fue Nuevo Mundo
desde el comienzo. El mestizaje comenzó de inmediato por la lengua, por la cocina, por las
costumbres.”
Pero, como dice Mariano Picón-Salas, otro indispensable escritor venezolano, “es la lengua
española el instrumento de identificación mayor y más válido entre los pueblos que viven desde la
estepas del río Bravo hasta la helada pampa patagónica. Idioma e historia tienden, contra los
obstáculos de la naturaleza, un sentimiento de fraternidad que, precediendo a los bloques
económicos y políticos que acaso surjan en el futuro, sostienen la esperanza y más promisoria
garantía del mundo hispanoamericano.”

Fuentes citadas:

Uslar Pietri, Arturo, En busca del Nuevo Mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969.
Picón-Salas, Mariano, De la conquista a la independencia, Fondo de Cultura Económica, México,
1985.

Imagen:
Placa existente en la Plaza de las Tres Culturas de México.

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