Está en la página 1de 435

Sinopsis

Theo Silva. Rudo jinete de toros. Notorio mujeriego. Ardiente problema caliente
envuelto en un paquete para babear.

Y me mira como si yo pudiera ser su próxima comida.

Pero estoy casi libre de mi matrimonio tóxico y he renunciado a los hombres por
completo. Así que todo lo que veo cuando miro hacia atrás es la tentación servida
con un montón de angustia.

Es difícil confiar en este hombre... y aún más difícil resistirse a él.

Mejor digamos que es imposible. Porque Theo es persistente. Y por mucho que
intente mantenerlo a raya, derrite mi gélido exterior y derriba todas mis defensas.

Tomando una copa en un bar de pueblo, le suelto mis secretos más profundos y
oscuros. Luego paso con él la noche más caliente de mi vida.

Adora mi cuerpo. Me hace sonrojar. Cobro vida bajo sus manos.

Entonces le digo que olvide lo que ha pasado. Quiero algo simple, y con él todo
parece complicado.

Se suponía que iba a ser algo de una sola vez.

Un secreto.

Pero ese pequeño signo más va a hacer que este secreto sea imposible de guardar.

Chestnut Springs #4
Contenido
• Capítulo 1 • Capítulo 17 • Capítulo 33

• Capítulo 2 • Capítulo 18 • Capítulo 34

• Capítulo 3 • Capítulo 19 • Capítulo 35

• Capítulo 4 • Capítulo 20 • Capítulo 36

• Capítulo 5 • Capítulo 21 • Capítulo 37

• Capítulo 6 • Capítulo 22 • Capítulo 38

• Capítulo 7 • Capítulo 23 • Capítulo 39

• Capítulo 8 • Capítulo 24 • Capítulo 40

• Capítulo 9 • Capítulo 25 • Capítulo 41

• Capítulo 10 • Capítulo 26 • Epílogo

• Capítulo 11 • Capítulo 27 • Receta Stroganoff

• Capítulo 12 • Capítulo 28 Brasilero

• Capítulo 13 • Capítulo 29 • Hopeless Sneak Peek

• Capítulo 14 • Capítulo 30 • Libros de Elsie Silver

• Capítulo 15 • Capítulo 31 • Agradecimientos

• Capítulo 16 • Capítulo 32 • Acerca de la autora


Para todas las agotadas mamás que están ahí afuera. Te veo.
El fracaso no es caerse, sino permanecer abajo.
MARY PICKFORD
Nota al Lector
Este libro trata sobre el aborto espontáneo y la infertilidad. Espero haber
tratado estos temas con el cuidado que merecen.
Uno
Winter
―No puedo entender por qué sientes la necesidad de ir a trabajar a ese
pequeño y sucio hospital en el campo.

Solía pensar que Rob era un buen tipo.

Ahora, lo sé mejor.

―Bueno, Robert ― digo en voz baja, usando su nombre completo para


cabrearlo, mientras meto un último jersey en mi maleta repleta―. No sé si lo sabes,
pero hay humanos, vivos de verdad, que viven en el campo y que también necesitan
atención médica.

No entiendo por qué llevo tanto equipaje para un solo turno. Cuando estoy en
Chestnut Springs, vivo en bata en Urgencias y en leggings en la habitación del hotel
por la noche.

―Gracias por aclararlo, Winter. ―Hay un tono mordaz en su voz que podría
hacer que algunas personas se estremecieran. Pero no a mí. Una parte oscura
de mí se enorgullece de saber exactamente cómo cabrear a mi marido. Mis labios
se crispan mientras lucho por contener mi sonrisa de satisfacción.

―Pero, ¿por qué ese hospital? ¿Por qué Chestnut Springs? Te vas
constantemente para allá y ni siquiera me dices que te vas. Ahora que lo pienso ―se
frota la barbilla de forma dramática mientras se apoya en el marco de la puerta de
mi habitación― ni siquiera has tenido en cuenta mi opinión sobre si querría que
mi mujer aceptara este trabajo. No es una decisión inteligente para tu carrera.

Cada vez que se queja como un niño, me pregunto qué es lo que me atrae de él.
No estoy segura de cuándo el hoyuelo de su barbilla se volvió repulsivo para
mí. Sólo sé que lo es. La forma en que se peina hacia un lado, con una pequeña raya
que ni siquiera se mueve cuando hace viento, solía hacer que me pareciera suave y
arreglado.

Ahora parece falso.

Como ha sido gran parte de mi vida con él.

Estoy casi segura de que lo peina así porque es demasiado vanidoso para
admitir que se está quedando calvo.

Y nada hace que la masculinidad de un hombre se arrugue y muera para mí


como quejarse de que una mujer ejerza su independencia profesional. Más le
valdría dar un pisotón y largarse como un niño pequeño machista.

Alargo la mano hacia la cremallera y la fuerzo contra el abultado contenido


de mi maleta.

―Es curioso ―empiezo, asegurándome de mantener un tono frío y


uniforme―. Es casi como si... fueras la última persona a la que consultaría sobre
mi vida.

Con una bocanada de aire, finalmente deslizo la cremallera en su sitio y miro


fijamente el estuche rígido, apoyando las manos en las caderas y dejando que una
sonrisa de satisfacción se dibuje en mis labios.

―¿Qué demonios se supone que significa eso, Winter?

La forma en que añade mi nombre al final de cada frase parece como si


intentara regañarme. Es una broma. No me regañará.

No es consciente de lo que supone desenvolverse en el sistema médico siendo


una joven doctora. Si dejara que hombres tan débiles como Rob me pisotearan, no
tendría ninguna oportunidad.

Y esta carrera es lo único que he tenido que es mío. Así que puede irse a la
mierda.
Dando la vuelta a una mano, me miro las uñas descuidadas, intentando
parecer aburrida por él. Me pregunto si encontraré un buen sitio para hacerme
la manicura en Chestnut Springs cuando respondo―: No te hagas el tonto.
Combina tan mal con lloriquear.

No puedo evitar preguntarme por qué sigo casada. Sé por qué creía que
aguantaba. ¿Pero ahora? Ahora, sólo tengo que animarme y hacerlo. Vuelvo a
mirar mi maleta, preparada como si fuera a marcharme para una larga
temporada, y me pregunto si mi subconsciente sabe algo que yo ignoro.

A lo mejor esa zorra se pone firme y me saca de una vez por todas. No soy
reacia.

―Cuida tu maldito tono conmigo.

Mis ojos se entrecierran en mis cutículas mientras lucho por contener la


rabia que burbujea en mi interior. Lava fundida hirviendo a fuego lento bajo la
fría superficie, a punto de estallar por todas partes.

Pero lo he mantenido a raya durante años. No dejaré que el Doctor Rob


Valentine sea quien me haga entrar en erupción.

No vale la pena la energía.

Desvío la mirada hacia él, al otro lado de la habitación. Mi habitación, porque


cuando le dije sin rodeos que ya no dormiría en la misma cama que él, me dirigió
a la habitación de invitados en lugar de mudarse él mismo, como el verdadero
caballero que es.

A pesar de que él es el culpable. Él es la razón por la que estamos donde


estamos.

Y lo peor es que lo amé una vez. Era todo mío. Un lugar seguro donde aterrizar
después de crecer en lo que parecía una especie de guerra fría doméstica.

Bajé la guardia con él. Caí tan fuerte.

Me rompió el corazón mucho más de lo que nunca dejaré que nadie sepa.
No le respondo, sino que agarro el asa de la maleta y, empujando su esbelto
cuerpo, me dirijo hacia la puerta principal de nuestra casa de tres mil metros.

Lo escucho seguirme. Zapatos de vestir contra el mármol. Y, por supuesto,


no se ofrece a llevarme la maleta.

Una sonrisa irónica tuerce mis labios y sacudo la cabeza al pensar que se
molestaría en mover un dedo para ayudar. Lo que más me cuesta aceptar de la
implosión de mi matrimonio es que no lo vi venir. Que pueda ser inteligente, culta
y estratégica en todo lo que hago y permitir que este imbécil me sorprenda es
simplemente... humillante.

Que me estafen de esta manera me irrita sobremanera.

Puedo sentir la rabia que irradia a su lado. Y yo sigo adelante con serenidad,
metiendo los pies en calcetines en un par de botas altas de cuero y envolviéndome
en un largo abrigo de lana marrón.

―¿En serio, Winter? ¿Ni siquiera me vas a dignar con una respuesta?

Me ato metódicamente el cinturón del abrigo alrededor de la cintura,


decidiendo que no tengo ningún deseo de dignificarlo en absoluto.

El problema es que Rob me conoce bien. Hemos estado juntos durante cinco
años, lo que significa que él también sabe cómo cabrearme.

Sus ojos recorren mi cara, adoptando una mirada maliciosa.

―Me gustabas más con el cabello claro. ―Su dedo índice recorre mi cabeza,
juzgando las mechas más oscuras coronadas con un tono más cálido. Siempre se ha
obsesionado con que tenga el cabello rubio platinado, diciéndome lo mucho que le
gusta―. Este nuevo color no es tan atractivo. Parece sucio.

Pero los retoques de raíz, el champú morado y el acondicionador profundo


eran demasiado trabajo para una residente agotada, por lo que pedí a mi estilista
que me pusiera mechas más oscuras.
Parpadeo un par de veces, como si no pudiera creerme que tenga el descaro de
actuar como si la forma en que me tiño el cabello fuera un desaire personal hacia
él.

Excepto que puedo. Porque este año se quitó la máscara y me mostró toda la
fealdad que había debajo.

―Es curioso. Me gustabas más cuando pensaba que no te habías cepillado a mi


hermanita y luego te la habías follado.

Se burla.

Se burla.

―No fue así. Estaba obsesionada conmigo.

Arrugo la nariz al oler la mierda que desprende.

―Un médico mucho mayor salva la vida de su paciente menor de edad.


Utiliza su atractivo físico y su poder sobre ella para que coma de su mano. Se
convierte en un héroe para ella. Luego, en cuanto ella cumple dieciocho años,
empieza a follársela por lo bajo como si fuera una especie de sucio secreto. Y
cuando conoce a su hermana mayor, más apropiada, la deja como a una piedra y
se casa con la que no le costará el trabajo por violar la licencia médica. Excepto que
aquí viene lo bueno. Aún no se ha dado por vencido con la más joven. La acosa y la
hostiga, saboteando todas sus nuevas relaciones sólo porque puede. O tal vez eso le
hace sentirse mejor con ese retroceso de cabello que intenta disimular.

Mi ira se agita, pero soy yo quien revuelve la olla al ceder ante él.

Se cruza de brazos y me mira fijamente. Cabello dorado, ojos azules brillantes


y aspecto de muñeco Ken.

―Sabes que nunca la amé.

Me invade una furia candente. Todo a nuestro alrededor se desdibuja mientras


mis ojos se centran en el imbécil con el que me casé. Intento mantener la calma.
Años de practicar esta fachada me han ayudado a superar los momentos más
desgarradores. Sé cómo actuar.
Pero hoy lucho.

―¿Crees que no amarla nunca lo hace mejor? Estás hablando de mi


hermanita. La que casi muere. Y la jodiste durante años. ¿Y a mí? Creo que a mí
tampoco me has amado nunca.

Mis palabras resuenan en el espacioso vestíbulo mientras nos miramos


fijamente.

―Lo he hecho.

Lo he hecho. ¿Esa es su proclamación para mí?

Me río amargamente.

―¿A quién demonios quieres engañar, Robert? ¿Nunca te cansas de mentir?


¿De intentar mantener tus historias? Se acabó. Ya te veo. Me hiciste creer que
tenía algo que nunca tuve. Me engañaste.

No me corrige. Sólo me mira. No debería doler, pero duele.

―¿Por lo que me has hecho? Me eres indiferente. ¿Por lo que le has hecho a
ella? Te odio. No te habría tocado ni con un palo de un millón de pies si me
hubiera dado cuenta del tipo de hombre que eres en realidad. Engáñame una vez,
nunca más. Ese es el nuevo dicho.

Levanto la maleta, giro sobre mis talones y abro la puerta con tanta fuerza
que choco contra la pared. Odio lo exaltada que estoy. Lo fuera de control que me
siento. Pero alzo la barbilla, bajo los hombros y salgo de la casa con toda la
compostura plácida e imperturbable que puedo reunir.

―¿Eso significa que me dejas?

¿Cómo puede alguien tan culto ser tan estúpido? Casi me río. Sigo andando,
dándole palmaditas en el hombro como el perro que es al pasar.

―Usa ese elegante título de medicina y averígualo por ti mismo.

―¡Ni siquiera te gusta! ―grita en un tono quejumbroso que me raspa el cuello


como uñas en una pizarra―. ¿Vas a volver corriendo a pedirle perdón después de lo
cabrona que has sido con ella todos estos años? Buena suerte con eso. Estaré aquí
cuando vuelvas arrastrándote.

Pero no me digno a devolverle la mirada. En lugar de eso, le señalo con el dedo


por encima del hombro y me satisface saber que se equivoca.

Que no es tan listo como se cree.

Y yo tampoco. Me siento muy pequeña y muy estúpida ahora mismo.

Porque quiero a mi hermana.

Es que tengo una forma jodida de demostrarlo.

Espero no morir ahora que estoy retomando el control de mi vida.

Quiero empezar de cero. Y sin embargo, estoy aterrorizada de hacerlo en


absoluto.

El Hospital General de Chestnut Springs está a sólo una hora de la casa en la


que vivo, así que ¿por qué me parece el viaje más largo de mi vida?

Empecé a hacer turnos aquí hace unos meses, para poder conducir con los ojos
cerrados, pero hoy está nevando lo suficiente como para tener que apretar el
volante.

Yo también estoy sufriendo por haber perdido la calma.

Rob empezó la pelea diciendo que no entendía por qué yo quería trabajar en
ese hospital de mala muerte, y yo no estaba dispuesta a decirle la verdad.

Una, que trabajar en un hospital donde no soy su mujer ni la hija de mi madre


es un alivio. Puedo ejercer la medicina y sentirme orgullosa de mi trabajo sin tener
que lidiar con todos los cuchicheos y las miradas de lástima. Sin esa mierda
colgando sobre mi cabeza.
Porque todo el mundo lo sabe, pero nadie habla de ello, y ese enfoque de la
vida está desgastando mi cordura. Sé cómo me ve todo el mundo. No lo ignoro.
Puede que no lo digan, pero yo lo escucho alto y claro.

Una doctora que consiguió su puesto en el hospital gracias a contactos


familiares y al matrimonio. Una mujer inaccesible, fría e infeliz.

Una esposa tan patética como para ignorar la traición de su marido.

Y dos, porque nunca he deseado tanto estar cerca de mi hermana como ahora.
Cuando estaba enferma, solía colarme en el hospital para ver cómo estaba, leía su
historia clínica para saber cómo estaba, aunque yo sólo estuviera en la universidad.
¿Y ahora? Ahora miro a mi hermana pequeña y lo único que veo son los años que
me perdí.

Veo a una mujer que vivió en la miseria para ahorrarme un poco de la mía.
Parece que somos afines en ese sentido.

Ahora es feliz, prometida a un hombre con el cabello demasiado largo, pero


que la ama de una forma que yo nunca experimentaré. Pero también me alegro por
ella: Dios sabe que se merece un poco de paz.

Dejó en el retrovisor su licenciatura en Derecho y su trabajo seguro en la


empresa de gestión deportiva de nuestro padre para dirigir un gimnasio y vivir en
un pintoresco ranchito de campesinos.

La admiro.

Pero no tengo ni idea de cómo arreglar la ruptura entre nosotras. Así que
acepté un trabajo a tiempo parcial en la pequeña ciudad en la que vive, con la
esperanza de encontrármela y arreglar las cosas de forma orgánica.

Tengo esta historia recurrente en mi cabeza, una que aparece todo el tiempo.
Debo estar tratando de manifestarlo o algo así.

En ella, pasea por la acera y me tropiezo con ella al salir de la adorable


cafetería parisina de Main Street. Parece sorprendida de verme. Le ofrezco una
cálida sonrisa, que no es forzada. Luego paso el pulgar por encima del hombro y le
digo―: Oye, ¿quieres tomar un café? ―de un modo desenfadado y encantador que
hará que me devuelva la sonrisa.

Por supuesto, tendría que pasar tiempo en otro lugar que no fuera el hospital o
el hotel para que eso ocurriera. Pero sigo escabulléndome entre las dos zonas de
seguridad, demasiado asustada y avergonzada para enfrentarme a ella.

―A la mierda ―murmuro mientras resoplo y me siento más erguida, con los


ojos fijos en la carretera―. Siri, llama a Summer Hamilton.

El pesado silencio que me recibe está cargado de años de expectación.

―Llamando a Summer Hamilton ―responde la voz robótica. La formalidad es


un golpe en el pecho. La mayoría de las hermanas tendrían algún apodo bonito
programado en su teléfono. Quizá la llamaría Sum si fuéramos amigas. Tal como
está ahora, también podría incluir su segundo nombre en la lista de contactos.

Suena el teléfono. Una vez. Dos veces.

Y entonces ella está allí.

―¿Winter? ―pregunta sin aliento. Mi nombre no es una acusación en sus


labios. Es... esperanzador.

―Hola ―digo estúpidamente. No hay estudios ni libros de medicina que me


preparen para esta conversación. Desde que todo estalló en el hospital aquel día, he
representado esta conversación en mi cabeza un millón de veces. Me he pasado la
noche en vela preparándome.

Y no fue suficiente.

―Hola... ¿estás… ¿estás bien?

Asiento con la cabeza mientras me pica el puente de la nariz. He sido horrible


con Summer a lo largo de los años y su primera inclinación es preguntarme si estoy
bien.

―¿Win?
Aspiro una profunda bocanada de aire. Win. Joder. Ese apodo. Cae en él con
tanta facilidad. Me pregunto distraídamente cómo me nombra en sus contactos.
Siempre imaginé que era ‘Media Hermana Malvada’ o algo por el estilo.

Es tan jodidamente amable. Casi me da náuseas que alguien pueda ser tan
amable conmigo después de todo lo que hemos pasado, después de lo frío que he
sido con ella.

No merezco a Summer. Pero la quiero. Y eso viene con ser honesta.

―No. No creo que esté bien ―digo, intentando disimular el tembleque de mi


voz aclarándome la garganta.

―De acuerdo. ―Puedo imaginármela asintiendo ahora mismo, juntando los


labios, con la mente zumbando mientras intenta resolverme este problema. Así es
ella. Una solucionadora.

Puede que yo sea médica, pero Summer siempre ha sido una sanadora.

―¿Dónde estás? ¿Necesitas que vaya a buscarte? ¿Estás herida? ― Hace


una pausa―. ¡Oh! ¿Necesitas ayuda legal? Ya no ejerzo, pero podría...

―¿Puedo verte? ―Suelto. Y ahora parece que le toca a ella guardar silencio―.
Ya estoy de camino a Chestnut Springs. Podría... No sé. ―Un suspiro rasgado me
sube por la garganta―. ¿Invitarte a un café? ―Concluyo torpemente, echando un
vistazo al reloj digital que indica que ya son las seis de la tarde.

Su voz llega a través del teléfono un poco gruesa, un poco suave.

―Me encantaría. Pero, ¿podríamos tomar vino en su lugar?

Un nudo de tensión se despliega en mi pecho, uno que ni siquiera sabía que


estaba ahí hasta ahora. Y ahora que me he dado cuenta, no puedo evitar sentir que
lleva ahí años.

―Sí. ―Mis dedos pulsan el volante―. Sí. Vino. Bueno. ―Sueno como una
maldita cavernícola.

―Tendremos una cena familiar en la casa principal esta noche. Habrá mucha
gente. Me encantaría que vinieras también.
Se me hace un nudo en la garganta. Esta clase de amabilidad me resulta
extraña después de haber vivido tanto tiempo en una burbuja estéril con Rob y mi
madre. Este tipo de perdón... No sé cómo reaccionar.

Así que lo acepto. Es lo menos que puedo hacer.

―¿Puedes enviarme la dirección?

En mi prisa por recoger mi equipaje y salir volando de la ciudad, ignoré el


depósito de gasolina todo lo que pude. Sin duda cortándolo peligrosamente cerca.
Lo que sólo aumentó mi ansiedad cuanto más me alejaba del límite de la ciudad.

Así que cedo y paro a repostar en Chestnut Springs antes de tomar la carretera
secundaria que mi teléfono me ha indicado para llegar al rancho.

Mientras estoy aquí, helada y deseando haberme puesto ropa de invierno más
apropiada para el exterior, dejo que toda la preocupación se cuele a través de mis
muros cuidadosamente erigidos.

Preocupada por ver a Summer.

Preocupada por sentarme a cenar con un montón de gente que sin duda piensa
que soy una zorra atroz.

Preocupada por las carreteras cubiertas de nieve. He visto demasiados


traumatismos por accidentes de auto en Urgencias últimamente.

Preocupada por mi carrera y por qué demonios voy a hacer, dónde voy a
aterrizar. Curiosamente -aunque con un hilarante tono sombrío- no me preocupa
en absoluto la idea de dejar a Rob para siempre. Lo he pensado durante mucho
tiempo. Lo he pensado, analizado desde todos los ángulos.
Seguía pensando en el divorcio como un fracaso. Pero irme esta noche no
me pareció un fracaso.

Sentí alivio. Como si alguien me hubiera estado pisando el pecho y por fin me
hubiera recompuesto lo suficiente como para empujarlo. Mis músculos están
cansados de empujar, y tengo algunos golpes y moretones de la pelea.

Salir duele, pero por fin puedo respirar a través del dolor.

Lanzo un suspiro profundo y pesado y veo cómo mi aliento sale de entre mis
labios formando una nubecilla humeante, más evidente bajo las luces de neón que
inundan los depósitos de gasolina. En cuestión de segundos, las puntas de mis
dedos pasan del hormigueo al entumecimiento total, donde se enroscan alrededor
del asa de plástico rojo. Reboto en el sitio y levanto la vista cuando escucho
tintinear un timbre en la puerta de la gasolinera.

El hombre que sale por la puerta de cristal es todo fanfarronería y hombros


anchos. Cabello oscuro, ojos oscuros, pestañas que irritan un poco a la rubia que
hay en mí. Sonríe ante el boleto de lotería que tiene en la mano, como si creyera
que va a ganar.

Podría decirle que no va a ganar. Que es una pérdida de dinero. Pero tengo la
clara impresión de que este es el tipo de hombre al que no le importa.

Lleva botas sin cordones y vaqueros apilados en la parte superior. Un par de


largas cadenas de plata adornan su pecho, desapareciendo bajo una camisa
abotonada de cuadros escoceses que está abierta un poco más de la cuenta, una
pesada chaqueta de punto colgada descuidadamente sobre la parte superior.

Es sexy sin siquiera intentarlo. Ni siquiera el tiempo parece molestarle.


Seguro que se levanta de la cama después de dormir con los calcetines de ayer y se
los vuelve a meter en esas botas de cuero desgastadas.

Apuesto a que sus manos son ásperas. Apuesto a que huele a cuero. Y después
del hombre con el que he pasado los últimos años, soy incapaz de apartar la mirada
del escabroso atractivo del hombre que tengo delante.
Me he quedado mirándolo tanto tiempo, tan detenidamente, que el surtidor
de gasolina hace un fuerte ruido metálico al chocar contra mi palma, señal de que
el depósito está lleno.

El ruido atrae su atención hacia mí, y vuelca toda la fuerza de su atractivo


sexual sobre mí. La mandíbula cuadrada con la cantidad perfecta de barba
incipiente, rematada con unos labios que no tienen desperdicio en un hombre. ¿Su
aspecto? Es absurdo.

Dejo caer la cabeza rápidamente, tanteando con la bomba para volver a


encajarla en su soporte. Me paso la lengua por los labios.

Tengo la clara sensación de que el sexy leñador me está observando, pero no


levanto la vista para verlo. Siento un aleteo en el pecho y un calor en las mejillas
que hacía mucho, mucho tiempo que no sentía.

Porque en realidad estaba felizmente casada. Y ahora no lo estoy. Eso creo.

Y este es el primer hombre al que me permito mirar inapropiadamente. Un


hombre que no se molesta en atarse los zapatos y juega a la lotería.

―Uf ―me quejo a mí misma mientras me acerco a la puerta, de repente


mucho menos fría de lo que estaba antes de verlo.

Pero cuando estoy a punto de deslizarme en mi asiento, miro por encima del
hombro al tipo. El que está de pie junto a su camioneta plateada.

El que sigue mirándome con una sonrisa cómplice en la cara.

El que se pasa una mano por el cabello perfectamente despeinado y me guiña


un ojo.

Estoy en mi auto y salgo a la carretera oscura como un tiro, huyendo lo más


rápido posible.

Porque lo último que necesito en mi vida es alguien que me haga sentir que no
hay suficiente oxígeno en mis pulmones cuando acabo de recuperar el aliento.
Dos
Theo
La mujer rubia se me quedó mirando como si yo fuera una especie de
extraterrestre. Tuve que detenerme y devolverle la mirada porque era jodidamente
descarada.

Estaba a punto de bromear sobre lo objetivado que me sentía por la forma en


que me miraba. Pero entonces se lamió los labios una vez, parpadeó y salió
disparada. Es una pena, porque me gustaba cómo me miraba. No me sentía para
nada como un objeto. Si me hubiera mirado a los ojos, se habrían acabado las
apuestas. Podría haberle dado algo para mirar.

No me hice jinete de toros porque no soportara al público. El espectáculo, el


público, el reconocimiento... me encantan. Nací para ello. Gabriel Silva es sin duda
uno de los jinetes más famosos de la Federación Mundial de Hípica Taurina de
todos los tiempos.

Y no es sólo mi ídolo. Es mi padre.

¿Era? Nunca sé cómo referirme a él. Todavía lo siento muy presente a pesar de
que murió hace tanto tiempo.

Mientras subo a la camioneta, me río entre dientes. Sé que de vez en cuando se


me pasará por la cabeza la rubia despampanante del Audi de lujo. Porque había algo
inusualmente sano en esa interacción, como si fuera una adolescente a la que han
atrapado embobada y se ha avergonzado de ello. Me sentiría mal por ella si no me
sintiera tan mal por mí mismo porque huyó antes de que pudiera conseguir su
número.
Tomo la oscura carretera que lleva al rancho Wishing Well. He venido aquí
tantas veces a lo largo de los años que sé adónde voy, esté oscuro o no. Mi
mentor, Rhett Eaton, vive aquí, y como mi madre y mi hermana viven a una
provincia de distancia, su familia se ha convertido en algo parecido a la mía
durante las vacaciones.

Yo solía ir a casa de mamá por Navidad, pero ella se fue de crucero con mi
hermana pequeña para que ambas conocieran a Mister Right, creo que así lo
llamaban.

Y aunque sea muy, muy soltero, tengo cero ganas de participar en esa mierda
con mi familia.

No gracias, paso.

Hay un montón de conejitas solteras en el circuito WBRF con las que pasar el
rato -aburridas como se han vuelto las interminables series de folladas sin sentido-
que no requieren involucrar a mi madre.

Por no mencionar que todo el tema del barco me asusta.

¿Meterme en un toro enfadado? Me parece bien.

¿Meterme en un gran barco sin tierra a la vista? Paso. Vi un episodio de Oprah


sobre gente que desaparece en ellos, y soy demasiado joven y guapo para morir.

A los pocos minutos, hay luces traseras rojas delante de mí y les estoy ganando
terreno rápidamente.

Muy rápido.

―Vamosss ―gimo en la silenciosa cabina de mi camioneta mientras inclino la


cabeza hacia atrás.

Sí, está nevando, pero las carreteras están empedradas y no heladas.


Finalmente alcanzo al auto y me doy cuenta de lo despacio que van. Treinta
kilómetros por hora. En donde podrías ir a cincuenta. Y ni siquiera es una zona
escolar.
Es cuando me acerco lo suficiente cuando me doy cuenta de que es el
espectacular Audi. Debería haberlo adivinado. Las botas de tacón y el abrigo largo
no gritaban chica de campo.

Y tampoco la forma en que conduce por una carretera secundaria.

El intermitente gira a la izquierda. El vehículo frena y luego acelera. La luz de


señalización parpadea a la derecha y el vehículo se desvía un poco.

¿Quizás está perdida? ¿O borracha? A veces me quedo mirando como ella


cuando he bebido demasiado.

Entonces me acerco lo suficiente para ver la luz de su móvil a través de la


ventanilla trasera. Perfecto. Mandando mensajes y conduciendo. Esta chica se va a
matar. O a mí.

Tal vez si compartiéramos una habitación de hospital, podría conseguir su


número después de todo. Podría merecer la pena. Cuando frena de golpe, me
sobresalto y toco el claxon.

―¡En serio! ―Grito, mi ritmo cardíaco se acelera. No me importa lo buena que


esté. Es una pésima conductora.

Sale disparada hacia delante, pero vuelve a frenar. Retrocedo, no quiero


acercarme demasiado a alguien tan errático.

Pero maldita sea, acabo pensando en mi madre o en mi hermana perdida en


una carretera secundaria. Vuelvo a pensar en ella perdida en vez de en conducir
como un imbécil a propósito. Un rápido vistazo a mi teléfono en su funda me dice
que la recepción se ha ido oficialmente en este tramo, por lo que ella no puede estar
enviando mensajes de texto a nadie.

Enciendo las luces largas, pensando que puedo ayudarla si se detiene.


Inmediatamente me siento como un asesino en serie.

Ninguna mujer en su sano juicio se detendría en una carretera oscura para


hablar con un extraño que la alumbra con las luces largas.
Así que me acomodo, pongo mi Chris Stapleton y dejo que mis ojos se pierdan
en los campos cubiertos de nieve. Blancos y nítidos, reflejan la luz de la luna y
hacen que ya no parezca tan oscuro. No tardo en acercarme al desvío del rancho
Wishing Well, lo que significa que por fin puedo despedirme de mi terrible
tentación al volante.

Excepto que ella hace señas. Y gira hacia el rancho.

Mi mente se agita con lo que eso podría significar. Seguro que va a pensar que
la estoy acosando.

Y si ambos vamos al mismo sitio, es alguien a quien conozco de forma


indirecta.

Cuando veo la casa iluminada, su auto acelera hasta el porche. Pisa el freno y
sale volando del auto, dando un portazo y dirigiéndose hacia mí antes de que yo
pueda bajarme de la camioneta.

Cuando salgo, escucho―: ¿Estás loco?

Bien. Está enfadada. Y no parece borracha en absoluto. Tiene las llaves


metidas entre los dedos como garras e instantáneamente me gusta esta chica.

Sin preámbulos. Sale por todas. Es pequeña y feroz. Me siento como Peter Pan
siendo azotado por Campanilla.

―Tranquila, Tink. ―Le ofrezco una sonrisa y levanto las manos en señal de
rendición, sin querer que se sienta amenazada.

―¿Tink? ―Su voz se hace aún más fuerte.

Le hago un gesto con la mano.

―Sí, tienes ese aire de Campanilla enfadada. Me gusta. ―Dejo que mi mirada
recorra su cuerpo sólo un momento, sin querer rozar la lascivia. Pero bueno, lo
justo es justo después de cómo se quedó embobada en la gasolinera.

―Estás como una puta cabra, ¿lo sabías? ―Ella empieza de nuevo―.
Conduces como un imbécil detrás de mí durante diez minutos, ¿y ahora me sigues
hasta aquí? ¿Para... para... mirarme y compararme con un duendecillo de Disney?
―Sus brazos se agitan con rabia y su delicada cara se tuerce con furia. Una mirada
así podría incinerar a un hombre en el acto.

Pero yo no.

No debería pincharla. Sé que no debería. Pero me siento como un niño


enamorado que se burla de la chica que le gusta para llamar su atención.

Y me gusta la forma en que esta devuelve el fuego. Quiero más.

―Creo que en realidad es un hada. Y para que conste, conducir veinte por
debajo del límite de velocidad también es peligroso y podría matar a alguien. Sobre
todo a mí. Por aburrimiento ―bromeo.

Sus ojos se abren de forma casi cómica, señal inequívoca de que no he


conseguido aligerar en absoluto el ambiente.

―¡Está oscuro y nevado! No conozco la zona. Podría haber animales salvajes.


Conducir despacio es seguro siempre y cuando un campesino no me esté dando por
culo en su camioneta de polla-pequeña, haciéndome señales con las luces largas.

Mis labios se aprietan el uno contra el otro.

Joder.

Me gusta mucho esta chica.

Debería parar. Debería alejarme. Debería canalizar mi madurez y no


coquetear con ella enfureciéndola.

Pero siempre he sido un poco imprudente.

―He escuchado que si quieres que te den por el culo, lo mejor es una polla
pequeña. Así que tal vez yo soy tu hombre.

Mi polla no es pequeña. Pero estoy feliz de hacer sacrificios para


conseguir una buena broma. Sólo un tipo de polla pequeña perdería esta
oportunidad.
No debería haberlo dicho, pero la pura sorpresa que pinta sus bonitas
facciones hace que merezca la pena. Está tan encendida que no puedo evitarlo.
Juega con fuego y yo estaré ahí para echarle gasolina.

Su mano se dispara entre nosotros.

―Estoy casada, maldito cerdo. Ahora vete. ―Su mano se levanta con firmeza,
señalando hacia el camino de entrada.

Casada. Me encojo de hombros.

―Casada por ahora, tal vez.

Soy persistente. Y esta chica no me miraba como una mujer casada. No


una felizmente casada de todos modos.

Es la voz de Rhett la que atrae nuestra atención hacia el amplio porche


adosado a la enorme casa.

―Sí, no te preocupes, Winter. Vamos a liberarte de ese marido y a enterrarlo


en el campo de atrás. Será como esa canción de Dixie Chicks. Rob es el nuevo Earl.

Winter.

¿Winter, como la hermana de Summer? Joder, es una estúpida combinación


de nombres para dos hermanas.

En mi opinión, deberían odiar a sus padres en vez de odiarse entre ellas.

Vuelvo a mirar a la mujer que tengo delante, a unos dos metros de distancia.
Todos la describen como fría y distante. Una auténtica reina de hielo.

He escuchado las historias. El drama. La han hecho parecer una especie de


cerebro criminal. Pero todo lo que veo es una petarda que necesita mi ayuda para
resolver alguna agresión.

Y no me enfadaría por ayudarla con eso. Ni siquiera un poco. Soy filantrópico


en ese sentido.

Winter se frota las sienes como si le doliera la cabeza. Me planteo ofrecerle


una aspirina de mi camioneta o un orgasmo. He escuchado que eso también ayuda.
―Tienes suerte de hacer tan feliz a mi hermana pequeña, Eaton ―dice,
sonando completamente agotada.

Rhett canturrea de buen humor, sus ojos adoptan esa mirada derretida y
drogada que se le pone cuando la gente menciona a Summer. Pero no habla de eso,
sino que dice―: Theo es sólo un bebé. No puedes corromperlo, Winter.

Pongo los ojos en blanco.

―No soy un bebé. Tengo veintiséis años.

Rhett se burla.

―No, no los tienes. Tienes veintidós.

Santo Dios. ¿Cree que sabe mi edad mejor que yo?

―Amigo. Tenía veintidós años cuando te conocí en el circuito. Me he hecho


mayor. Haces lo mismo que mi madre con sus mascotas. Llegan a cierta edad y
entonces ella dice que tienen esa misma edad hasta que un día simplemente se
mueren.

Se ríe entre dientes.

―Bueno, lo seré. Eres como esa tienda con los vestidos escasos. Forever 22.

Apoyo las manos en las caderas y suspiro con la boca torcida.

―Sí. Definitivamente te estás haciendo mayor. Esa tienda se llama Forever 21.

Rhett sólo me hace señas.

―No importa. Sólo sé de los vestidos escasos.

―¿Han terminado? Necesito un trago si voy a quedarme aquí toda la noche


―interrumpe Winter, claramente irritada por el rumbo que ha tomado nuestra
conversación. Aunque la interrupción de Rhett logró poner fin a nuestra pequeña
discusión.

Tristemente. Yo estaba disfrutando de sparring con ella. Puede defenderse


de una manera que no he encontrado en ninguna de mis relaciones.

Si es que se las puede llamar así.


―Ah, sí, Winter, te presento a mi protegido Theo Silva. Theo, te presento a la
doctora Winter Hamilton, mi futura cuñada.

―Winter Valentine ―le interrumpe con una dura corrección.

―Por ahora ―añado, guiñándole un ojo. Porque ahora que sé quién es, no me
siento tan mal por hacer mi jugada. Sé quién es su marido. Y ya sé que ese tipo me
importa una mierda.

Ya sé que Winter puede hacerlo mejor.

Y soy mucho mejor, tanto si ella se da cuenta como si no.

Me mira de la forma más dramática y camina en mi dirección. Le tiendo la


mano, porque mamá me educó como a un caballero, pero ella pasa de largo,
mirándome con ojos azules brillantes como el fondo de una llama. Giro la cabeza
para sostenerle la mirada mientras se pone a mi altura, hombro con hombro.

Pero no me toma la mano. Así que le sigo la corriente y me paso la mano por el
cabello guiñándole un ojo.

El mismo guiño que le hice en la gasolinera. Nuestro pequeño secreto.

―Llama a tu perro, Eaton. ―Ella sigue caminando, sólo dirigiéndose a Rhett,


como si yo no estuviera aquí. Pero maldita sea, me encantan los desafíos.

Me doy la vuelta con un sonoro ‘¡guau!’ al ver su menuda figura deslizarse


hacia la brillante luz de la cálida y bulliciosa casa.

Rhett se está riendo. De mí. No conmigo.

―Eres un idiota, Theo.

Sacudo la cabeza.

―Hombre. Creo que estoy enamorado de tu cuñada. Es tan fogosa.

Ahora es Rhett el que mueve la cabeza, como si supiera algo que yo ignoro. Y
lo sigo hasta la casa porque quiero saber más.

Quiero saber más sobre Winter Valentine.

Como cuando ese divorcio está sucediendo.


Tres
Winter
Rob: Saluda a Summer de mi parte.

Entro en la casa grande, más nerviosa que cuando salí de la ciudad hace un par
de horas. La perspectiva de entrar aquí, las carreteras de mierda, todo eso palidece
en comparación con el hermoso y exasperante hombre que hay fuera ahora mismo.

Juro que aún puedo sentirlo mirándome, sus ojos recorriendo mi espalda
con aprecio. Me hace sentir un poco más alta.

Aunque suene patético, es agradable que alguien me mire así.

Últimamente, me he acostumbrado más a las miradas de desdén y a las


miradas de lástima. Y cuando Rob me mira de una forma que sé que significa que su
polla está dura, se me eriza la piel.

Esto es diferente. Quiero que Theo me admire, pero también quiero patearle
las espinillas.

El sonido de una cocina bulliciosa me arrastra por el pasillo hasta el salón,


cálidamente iluminado. Las paredes verde oscuro y el suelo ancho y oscuro hacen
que el espacio sea acogedor sin esfuerzo. Las voces son alegres y las risas no son
forzadas.

No hay mármol, ni cocina blanca, ni eco cuando la gente habla.


Es extraño.

Me detengo en el umbral, asombrada por la enormidad de lo que estoy a punto


de hacer. Es como si alejarme de Theo Silva -el sexy jinete maníaco de toros- y su
perfecta estructura ósea me hubieran empujado hasta aquí, y ahora estoy entre la
espada y la pared.

Mi garganta trabaja al compás de mis dedos, que se enroscan y aprietan


en mis palmas. Como si la inercia de los pequeños movimientos se volcara en la
habitación, el espectáculo para que todos lo vean.

El primer paso para hacer las cosas bien.

―¿Todo bien, Winter? ―Una palma firme se posa en mi hombro y miro la


cara desaliñada del prometido de mi hermana. No es que no sea guapo, es que está
tan... sin pulir. Es como un perro grande, alegre y varonil que necesita pasar un día
en la peluquería.

Le hago un tímido gesto con la cabeza antes de volver a asomarme por la


esquina.

Pero no estoy del todo bien. Soy un maldito desastre. Pero no lo mostraré. Me
siento segura cuando estoy serena. Y el segundo par de pasos que vienen detrás de
Rhett pertenecen a un hombre que me hace sentir claramente no sereno.

―Va a ser genial. ―La mano de Rhett aprieta―. ¿Quieres que te dé un


empujón como si estuviéramos haciendo paracaidismo?

Ahora le lanzo una mirada poco impresionada.

―No, gracias. Puedo encargarme de esto.

No sé a quién se lo digo. ¿A él o a mí misma? Pero en cualquier caso, entro en


la cocina con la cabeza alta y abro con un confiado―: Hola, ¿puedo ayudar en algo?

Las cabezas se giran, pero los ojos no se abren. El bullicio no se detiene. En su


lugar, hay olas. Y sonrisas. Y un ‘¡Heyooo, Elsa!’ de Willa, que está apoyada en una
silla, luciendo una pequeña hinchazón en el estómago.
Summer se apresura hacia mí, con las mejillas sonrosadas. Su sonrisa es tan
sincera.

Y ella no dice nada. Se abalanza sobre mí y me rodea el cuello con los brazos,
hundiendo la cabeza en mi nuca. Tan abiertamente cariñosa.

No estoy acostumbrada. No me lo esperaba. Así que me paro un poco dura


antes de devolverle el abrazo.

Su cuerpo se ablanda y un pequeño suspiro sale de sus labios cuando lo hago.

―Me alegro mucho de que estés aquí ―me susurra.

Y me alegro de que nadie pueda verme la cara ahora mismo porque la estoy
arrugando furiosamente. Haciendo todo lo posible para no desmoronarme en
medio de otra reunión familiar.

Eso sería demasiado dramático. Y no me gustan los dramas. Simplemente


agacho la cabeza y hago las cosas.

Hay que reconciliarse con mi hermana. Así que aquí estoy.

―Yo también ―es todo lo que puedo responderle antes de que se aparte, con
una mano en mi hombro y la otra enjuagando sus grandes ojos marrones de cierva.
Tienen la misma forma que los míos, pero son de otro color.

Ambas tenemos los rasgos de nuestro padre, pero yo tengo los colores de
nuestra madre.

―¡Hola, Winter! ―Un hombre mayor cruza la cocina, limpiándose las manos
en los pantalones, lo que hace que la maniática de la limpieza que hay en mí dé un
pequeño respingo.

―Soy Harvey Eaton. El padre de Rhett. Es un placer conocerte. ―Me extiende


la palma de la mano y, por mucho que lo intento, no encuentro ni una pizca de
juicio en su rostro. No sé qué clase de mierda Brady Bunch está pasando en esta
granja, pero me desconcierta.

―Uh, hola ―respondo un poco tímida mientras le tomo la mano―. Muchas


gracias por permitirme colarme en tu cena.
El hombre hace un pfft y me hace un gesto con la mano.

―No vas a colarte en nada. Es una cena familiar. Tú eres de la familia. Y


así, si mis matemáticas son correctas, estás justo donde deberías estar.

Juro que me quedo boquiabierta. ¿Quién es este tipo? ¿El vaquero Ned
Flanders?

Sonríe. Como... una sonrisa agradable y normal. No una que me haga dudar
de su verdadera intención. Luego se aleja. Vuelve a lo que estaba cocinando, como
si tenerme aquí fuera normal y nada extraño o monumental.

¿Familia? Quizá este Harvey Eaton ya esté en su salsa. Porque Summer y yo no


nos hemos sentido como una familia en mucho tiempo. Y no he conocido a nadie
más aquí, excepto a...

―Toma. ―Un codo me da un codazo en el brazo, y lo huelo antes incluso de


ceder y mirarlo. Naranjas, frescas y dulces, mezcladas con algo picante. ¿Clavo?
¿Jengibre? Huele a vino caliente.

Es embriagador. Es masculino. No es brillante ni ácido, y no me pica en la


nariz.

Desvío la mirada antes de girar la cabeza. Y veo sus manos, ásperas y callosas,
como supuse.

Grandes y cálidas.

Un vaso de vino en cada uno. Uno tinto, uno blanco.

―¿Doble puño esta noche? ―Inclino la cabeza y le hago una ceja―. Eso sería
una pista. Conduces como si ya lo hubieras hecho.

Un lado de su pecaminosa boca se inclina hacia arriba y me doy cuenta de que


Theo Silva sabe lo guapo que es. Probablemente practica sus ángulos en el espejo.

―Ya tenemos mucho en común. Eso es exactamente lo que pensé cuando


estuve atrapado detrás de ti durante los diez minutos más aburridos de mi vida.
La sonrisa que le dedico es plana, intencionadamente aburrida, mientras
levanto una mano y me examino las uñas. Si pudiera hacerme la manicura, me
pondría un marrón cálido. No me importa que sea Navidad. El rojo es demasiado
llamativo. Pero no importa porque, de todos modos, en el hospital no nos dejan
llevar las uñas pintadas.

―Bueno, ahora tienes una ventana para saber cómo se sienten las mujeres en
tu presencia.

―¿Por eso gritan ¡Oh Theo, esto es tan aburrido! cuando estoy dentro de
ellas?

Resoplo y lo miro, ruborizándome un poco ante su mirada cómplice.

Es desconcertante. Así que disparo. Esperando poder herirlo lo suficiente para


que me deje en paz.

―Sólo te lo dicen para que acabes y dejes de revolcarte encima de ellas.

―¿Te parece? Tal vez podríamos acordar un momento en el que puedas


instruirme sobre cómo revolcarme menos. Me encanta practicar.

Mis ojos se entrecierran en una mirada fulminante.

Déjame a mí atraer al único hombre en el mundo que parece ser


inofendible. El único hombre del mundo que no me deja en paz cuando me siento
lista para unirme a la Mujer Maravilla en su isla solo para mujeres.

―¿Cuál? ―Me pone las dos copas de vino delante, interrumpiendo mi


ensoñación.

―¿Qué?

―¿Tinto o blanco? Dijiste que necesitabas una copa. No estaba seguro de cuál
te gustaba más, así que te serví los dos. Beberé lo que tú no bebas.

Me he quedado muda. Quiero decir que no me sorprende en absoluto que beba


todo lo que pueda. Parece el tipo. Engreído. Guapo. Piensa demasiado en sí
mismo. No hace falta ser un científico para saber que un hombre como él se
mueve. Apesta a experiencia, algo de lo que yo carezco.
Porque tenía estrellas en los ojos por Rob... hasta que no las tuve.

Miro el vino especulativamente. Se considera esto tomar una copa con un


hombre?

Rob traía una botella de vino de una región determinada y la enfriaba a una
temperatura exacta. Y luego me acercaba una copa y me susurraba al oído algún
comentario ostentoso sobre cómo los anfitriones tienen el vino más barato para
compartir.

Tiendo la mano hacia delante y, tímidamente, tomo el vino blanco. El tinto


me manchará los dientes, y ya me siento bastante cohibida estando aquí.

Estoy a punto de darle las gracias, aunque me duela, pero las puntas de mis
dedos rozan brevemente los suyos y una descarga estática pasa entre nosotros.
Se me disparan los ojos. Aparto la mano de la copa de vino y me la llevo al pecho.

―¿Estás bien? ―Sus cejas se fruncieron.

¿Estar bien? Casi me río. Es sólo el aire seco de la pradera. Todo está estático.
No es como si me hubieran disparado. Pero está realmente preocupado, y eso es...
desconcertante.

Una palabra a la que siempre vuelvo esta noche. Palabra del día. Mi vida es
ahora Barrio Sésamo, y yo soy Óscar el Gruñón.

Estoy segura de que Elmo acaba de traerme mi vino.

Lo tomo y me voy, pensando en intentar mezclarme. Por mucho que odie


mezclarme, creo que odio aún más quedarme ahí mirando fijamente los ojos
oscuros y profundos de Theo Silva mientras disfruto de su aroma a cítricos y
jengibre.

―¿Alguna noticia de Beau? ―Summer pregunta a mi lado en la enorme mesa


familiar.
Harvey se aclara la garganta y se sienta un poco más alto.

―Sí, sí. La verdad es que está bien. Tiene quemaduras de tercer grado en los
pies. Tuvieron que hacerle un injerto de piel y lo estaban vigilando muy de
cerca por si la infección volvía a brotar. Pero la actualización de ayer es que están
impresionados con lo rápido que se está curando .

―Deja que Beau sea jodidamente bueno en todo ―murmura Rhett,


sacudiendo la cabeza.

Se ríe a carcajadas. No conozco al otro hermano. Lo que tengo entendido es


que está en el ejército y le ha pasado algo durante su despliegue. Ahora está en un
hospital militar.

Las quemaduras son un asunto desagradable. He visto bastantes en urgencias.


No se las desearía ni a mi peor enemigo.

Bueno, de acuerdo. Lo haría con Rob. No soy tan agradable.

―Tendremos que llevarlo a unos médicos cuando vuelva a casa.

Me encojo de hombros mientras arranco una zanahoria glaseada con azúcar


moreno de mi plato y la oferta salta de mis labios antes de que tenga siquiera la
oportunidad de cerrarla.

―Puedo ayudar con eso.

―¿Sí? ―La cara de Harvey se ilumina desde el otro lado de la mesa, y me


pregunto si ser amable es contagioso de alguna manera.

No lo trataron en la facultad de medicina. Pero la ciencia siempre está


evolucionando.

Mis ojos se clavan en los de Theo. Está sentado frente a mí y me cuesta no


mirarlo. La forma en que la vela que hay entre nosotros parpadea contra su cara
ligeramente barbuda me distrae. Y parpadear rápidamente como un niño al que
atrapan mirando es inmaduro.

Pero lo hago de todos modos. Como si volviera a mi adolescencia con un chico


popular que se sienta enfrente de mí en clase.
Todo en mí esta noche está fuera de lugar. Opto por no analizarlo con un
microscopio.

―Claro. ―Dejo caer mi mirada de nuevo a mi plato―. No hay ningún


problema. Estaré encantada de ayudar en lo que sea que pueda.

Summer mete la mano bajo la mesa y me da un apretón tranquilizador en la


rodilla. La miro, preguntándome cómo dos personas criadas en la misma casa
pueden haber resultado tan diferentes. Opuestas. Winter y Summer. Nuestros
nombres no eran solo un estúpido truco, sino que nos representaban de alguna
manera.

Pero conozco la respuesta. Nuestros padres nunca se separaron el uno del otro,
sino que dividieron todo a su alrededor. Un equipo contra otro.

Yo tengo a mi madre. Summer tiene a nuestro padre.

Rhett habla de una partida de shinny en Navidad y de cómo Sloane y él


despejaron el hielo. Sloane, la rubia delicada sentada al lado de Harvey, empieza a
contar una historia parecida a la que ella y Jasper jugaron en otra granja.

Y está hablando de la superestrella de la NHL Jasper Gervais. Uno de los


clientes de mi padre, y el hombre que está sentado a su lado, mirándola como si
pudiera disparar arco iris por su vagina o algo así.

Ni siquiera creo que esté escuchando. Sólo la mira como si hubiera colgado la
luna. Me duele ver su expresión. Odio sentir celos, pero mucho de lo que veo aquí
esta noche me llena de esa emoción oscura y amarga.

Podría reventar con él.

No es que envidie a nadie lo que tiene. Es más bien que yo también anhelo
tenerlo.

Me hace darme cuenta de lo que me he perdido todos estos años. Me hace


darme cuenta de todas las cosas que no tengo.

Las cosas que nunca haré.


Durante el resto de la noche, observo. Me alejo un poco, sintiéndome como
una extraña. Todo el mundo está tan contento. Y yo no lo estoy.

Es casi como ver crecer bacterias en una placa de Petri a través de un


microscopio. Puedo verlo. Puedo entender por qué ocurre. Puedo acercarme lo
suficiente como para tocarlo. Pero sigo mirando a través de la lente. Estudiando.

Todos nos hemos retirado a la amplia sala de estar, alrededor de la chimenea,


y yo estoy sentada en un sillón increíblemente cómodo cuando aparece Theo.

Otra vez.

Es jodidamente implacable.

Está a unos metros de mí, con los ojos entrecerrados, muy seguro y
concentrado. Pero Willa atrae su atención. Sus ojos se clavan momentáneamente
en los míos, y le dedico una pequeña sonrisa. Willa me cae bien. Ha sido una
hermana para Summer como yo nunca pude serlo.

Y creo que siempre la querré por eso.

―Theo, lady-killer. ¿Cómo va la caza estos días?

Sus ojos se quedan fijos en los míos durante un instante, con más
determinación que despreocupación. De repente, quiero saber qué demonios
estaba a punto de decirme. Llevo toda la noche evitándolo y Willa es lo bastante
perspicaz como para darse cuenta. Pero no es el momento adecuado.

―Willa. ¿Cómo te encuentras? ¿Alguien te ha dicho últimamente que estás


radiante? ―Elude la pregunta sin esfuerzo. Tan juguetonamente. Incluso ella no
puede evitar sonreír y poner los ojos en blanco.

Hay algo irresistiblemente encantador en Theo. Algo juvenil y divertido. Aún


no está hastiado. Quizá ese sea el atractivo de un hombre cuya visión de la vida
parece estar ‘con el vaso medio lleno’, cuando yo casi siempre estoy ‘con el vaso
medio vacío’.

Es Cade, el mayor de los hermanos Eaton, que se acerca dando pisotones y se


tumba junto a Willa, pasándole un brazo posesivo por los hombros.
―Deja de coquetear con una embarazada, Theo.

Todos se ríen, incluso Theo. Pero veo cómo se le pone rígida la nuca, como si el
chiste tuviera algo de mordacidad que nadie esperaba. Como si se obligara a
mantener la cabeza alta cuando no le apetece.

Lo sé porque yo también lo hago.

―Jesús, hombre, ella lleva a tu bebé y vive en tu casa. ¿Qué necesitas? ¿Tu
nombre tatuado en su frente? Sólo estoy siendo amigable.

Rhett entra ahora.

―Sí, amigo. He visto lo amigable que puedes ser. Me atrevería a decir que eres
conocido por ser amigable.

Theo sonríe y pone los ojos en blanco.

―Rico viniendo de ti, Eaton.

―Hey… ―Las manos de Rhett se levantan, con su cerveza en una―. Yo era


Ricitos de Oro. Todas las gachas estaban demasiado calientes o demasiado frías.
Finalmente encontré una que estaba justo...

Summer lo interrumpe con una fingida expresión de exasperación en el


rostro.

―Por favor, no termines esa frase. Cualquier analogía que me compare con
cereales blandos es simplemente no, Rhett. No.

―Pero el jarabe de arce que me gusta ponerle me recuerda a…

―Rhett Eaton. ―Los ojos de mi hermana se abren de par en par―. Contrólate.

Tuerce los labios y su expresión destila sexo. Es casi inapropiado, pero


por el comportamiento de Rhett en el pasado, ya sé que es impulsivo y sin filtro.

Parpadeo, salgo por los grandes ventanales y contemplo las granjas nevadas.

Sigue nevando.
―Lo siento. ―Theo está de pie junto a mí cuando levanto la vista. Juro que
miro detrás de mí para ver si acaba de decirme eso. Hay una cabeza de ciervo con
mucha cornamenta colgada en la pared.

Señalo.

―¿Por qué? ¿Lo mataste?

Sus labios se levantan y la piel junto a sus ojos se arruga un poco.

―No estaba hablando con el ciervo, Winter.

Otras conversaciones han comenzado a fluir, y la atención ya no está en Theo.


En su lugar, es sólo su atención en mí. Lo que es casi sofocante.

―Siento haberte incomodado en el viaje hasta aquí. No era mi intención.


Como… ―Se pasa la mano por el cabello, tirante por los lados y un poco más
largo por arriba. Lo que le da un aire sexual―. En absoluto.

Asiento con la cabeza pero cruzo los brazos como si pudieran protegerme de
él.

―De acuerdo.

Sus gruesas y oscuras cejas asoman por su frente.

―¿Sí? ¿Es como... una disculpa aceptada?

―¿Y si no? ―Le arqueo una ceja en señal de desafío. Y casi no me reconozco.
¿Estoy coqueteando con él?

Rob me ha llevado oficialmente al límite. Coqueteo con un hombre más joven


en una reunión familiar, no porque me guste, sino porque... me siento bien.

Sus facciones se vuelven casi sombrías.

―Eso sería cruel, porque mi autoestima está muy enredada en si le caigo bien
a la gente. Ser querido es mi mejor cualidad.

Parpadeo. Casi le digo que esa no es su mejor cualidad, pero me parece cruel,
incluso para mí.
―Se me romperá el corazón si no te gusto ―añade mientras se deja caer en
cuclillas frente a mí.

Ponerse a la altura de los ojos no hace más que aumentar la intimidad de esta
conversación.

Pongo los ojos en blanco.

―Creía que querías que aceptara tus disculpas. ¿Ahora también tienes que
gustarme?

Se encoge de hombros, con una sonrisa juguetona que hace resaltar sus
hoyuelos.

―Básicamente son lo mismo.

Resoplo. Este hombre.

―No son lo mismo.

La punta de su lengua se desliza sobre su labio inferior, y mis ojos lo siguen


embelesados.

―De acuerdo en no estar de acuerdo.

Extiendo la mano como si estuviéramos haciendo una transacción comercial,


forzando mis facciones en una máscara fría. La misma que tan bien me ha servido
todos estos años.

―Acepto tus disculpas ―digo, usando la voz más distante que puedo reunir―.
Pero me desagradas.

Suelta una risita profunda y cálida, divertida, como si yo fuera un reto, y no


un desafío intimidatorio.

―Puedo aceptarlo por ahora ―responde antes de aceptar el apretón de manos.

Y cuando las yemas de nuestros dedos se tocan, vuelve a haber un destello


de electricidad. Pero esta vez no tiene nada que ver con el aire seco de la pradera.
Cuatro
Theo
Mamá: Deberías haber venido a este crucero. El tiempo es glorioso.

Theo: ¿Entiendes siquiera lo raro que es buscar citas juntos en familia?


¿Confinados en un barco? Me tiraría por encima de la barandilla.

Mamá: Me parece que llevarse bien con la familia es una característica bastante
importante a la hora de elegir novio o novia. No es que yo lo sepa. Nunca me
presentas a nadie.

Theo: No tengo ninguna novia que presentarte.

Mamá: Creo que es má s bien que tienes demasiadas.

No he podido apartar los ojos de Winter en toda la noche. Me siento como si


estuviera viendo el Discovery Channel, estudiando la fusión de dos manadas de
hienas o algo así. El parloteo en la casa no cesa, tampoco las risas.

Nadie intenta incomodarla. No hace falta. Ella lo hace todo sola.

Se fija mucho en cada movimiento y escucha con atención, dándole vueltas a


cada fragmento de conversación en su cabeza. Y cada vez que me atrapa mirando,
aparta la vista tan rápido que estoy seguro de que mañana le dolerá el cuello.

―Creo que voy a volver.

La vi trabajando en esta declaración. Jugueteando con sus dedos


ansiosamente. Inclinándose un poco hacia delante cuando se producía una pausa
en la conversación. Sus labios se abrían, pero luego la conversación volvía a surgir
y ella se encogía visiblemente en su silla.

Los notables contrastes de esta mujer, distante y al borde de la inseguridad en


un momento, fría e insolente al siguiente. Y pensar que al principio era una jodida
fogosa y se le iba la olla.

Debe estar agotada.

―¿Estás bien para conducir? ―pregunta Summer, siempre tan cariñosa con
todo el mundo.

Winter mira por la ventana, donde sigue nevando.

No.

―Sí. Estoy bien.

Mis muelas se aprietan con fuerza. No está del todo bien. No lo estaba hace
dos horas, y no se sentirá mágicamente cómoda conduciendo por carreteras
nevadas y oscuras sólo por haber cenado y tomado un vaso de vino.

―Puedo llevarte. Seguro que podemos conseguirte tu auto mañana.

Se burla, haciendo el numerito de la princesa de hielo mientras mueve los


hombros y levanta la nariz.

―Eso es totalmente innecesario.

Le lanzo mi mejor mirada de ‘no digas tonterías, cariño’ desde el sofá de cuero
que hay frente a ella.

―No me des esa mirada.

―¿Qué mirada? ―Pongo una cara adecuadamente inexpresiva.

Su dedo hace un garabato en el aire hacia mí mientras todas las miradas de la


sala vuelan entre nosotros.

―Esa mirada que dice que sabes más que yo.

―En este caso, podría.


Sus labios se fruncen, tan malditamente remilgados.

―Te garantizo que no. Soy médica.

―¿Oh? ¿Tomaste una clase especial de conducción en invierno en la escuela


de medicina?

―¿Fuiste a la escuela de monta de toros? ―me espetó con algo de veneno,


pero yo sólo quería reírme.

―No seas ridícula. Los jinetes de toros no van a la escuela. Tenemos suerte si
aprendemos a atarnos los zapatos y cepillarnos los dientes. ―Le enseño los dientes
sin importarme que todo el mundo nos esté mirando.

―Ya sé que no sabes atarte los zapatos. Lo de la higiene tampoco me sorprende


mucho, si te soy sincera.

―Me halaga que miraras lo suficiente como para notar que mis botas no
estaban atadas. Y me encantaría demostrarte que te equivocas sobre mi higiene, ya
que está claro que te interesa mucho.

Entrecierra los ojos y me río. Por mucho que lo intente, no puede meterse en
mi piel porque esto es demasiado divertido.

―Es verdad. Rhett lleva casi siempre botas de cordones ―dice Summer con
una risa un poco incómoda, tratando claramente de calmar la tensión.

Ojalá no lo hiciera. Me excita ver cómo se descongela Winter. Todos se ríen


cuando Rhett exclama―: ¡Grosero!

Winter aprovecha para levantarse. Da un torpe abrazo y palmaditas en


la espalda a su hermana mientras evita siquiera girar el cuerpo en mi dirección.
Las dos mujeres susurran en voz baja y siento un pequeño tirón al verlas.

He llegado a querer a Summer como a una hermana, y sé por lo que Rhett ha


divulgado que la distancia entre ella y Winter le duele.

Así que me digo a mí mismo que lo que voy a ofrecer es para Summer, y no
porque haya algo innegablemente intrigante en su hermana.
―Yo también me voy.

―¿Ya? ―Rhett pregunta.

―Sí, ¿nos vemos mañana en el gimnasio? ¿Quizás Summer pueda hacernos


llorar?

Rhett y Jasper se ríen, porque saben de lo que hablo por haber hecho ejercicio
con ella. Summer puede ser pequeña y dulce, pero ponla en modo de entrenadora
personal y se convierte en una auténtica malvada. No creo que ninguno de nosotros
haya estado en mejor forma que desde que empezamos a entrenar en Hamilton
Athletics.

―No es culpa mía que sean tan frágiles ―vocifera, girando para sonreírnos.

Sí, creo que disfruta viéndonos sufrir.

―Eso son hombres para ti ―dice agriamente Winter mientras se da la vuelta


para marcharse sin decir nada más.

Su hermana me lanza una mirada suplicante.

―Theo...

Levanto una mano para detenerla.

―Me aseguraré de que esté bien.

Winter se burla desde el fondo del pasillo, porque por supuesto tiene un oído
sobrehumano o algo así. Y yo le pongo los ojos en blanco a Summer.

―Cuidado, esa tiene garras ―ofrece Cade justo cuando Willa le mete un
codazo puntiagudo en las costillas.

Sonrío.

―No pasa nada. Me gusta que me rasquen la espalda.

―No voy a conducir contigo.


Winter sale volando de la escalera de entrada hacia la tormenta, los copos la
envuelven como si viviera dentro de una bola de nieve.

―De acuerdo.

―Ni siquiera quiero hablar contigo.

―Pues para ―le digo riéndome mientras me paro en lo alto de la escalera. Su


boca se abre y luego se cierra.

―Qué pesado eres.

―¿Es un diagnóstico médico?

―Yo… ―Aparta la mirada y juro que veo cómo se le crispan los labios―. Dios
mío, eres increíble.

Le lanzo mi mejor sonrisa de complicidad.

―Me lo dicen mucho.

Lanza una carcajada áspera y seca mientras inclina la cabeza hacia el cielo
perfectamente oscuro. La nieve adorna sus pestañas cuando vuelve a centrar su
atención en mí.

―Tú también me confundes. ¿Qué quieres de mí?

El tono de su voz es diferente ahora. Destila cansancio. Desde donde estoy,


parece pequeña y cansada, como si fuera a reír o a llorar pero no estuviera segura
de cuál de las dos cosas.

Ni siquiera quiero seguir pinchándola. Lo que quiero es darle un abrazo y


decirle que todo irá bien. Siento que necesita ese consuelo.

Es lo que haría por mi madre o mi hermana.

Pero le doy lo que puede manejar, que son hechos fríos y duros.

―Sólo quiero que vuelvas a casa a salvo.

Ella responde con una risa que roza el sollozo y luego vuelve a mirar al cielo
azul marino.
―A casa.

Me apoyo en la barandilla del porche y cruzo los brazos sobre el pecho,


observándola. Le doy espacio, pero no quiero dejarla sola.

―Me alojo en el hotel de la ciudad. El Rosewood Inn.

―¿Sí? ―Hago un gesto con la cabeza―. Lo mismo.

Me mira con incredulidad.

―Vamos, Winter. No soy un perro total. Dame algo de crédito. ¿Qué tal si
conduzco delante de ti y tú me sigues? De esa manera, si hay vida salvaje, la
golpearé primero.

Sus ojos giran, pero sus labios reiteran―: ¿Seguirte?

Me encojo de hombros.

―Sí. Y cuando llegues a la ciudad, estarás bien. Puedes ver cómo me alejo y no
volver a verme.

Ahora sus labios se inclinan hacia arriba, pero es practicado.

―Eso tiene un cierto atractivo.

―¿Verme marchar? Ya te atrapé haciendo eso antes. ―Guiño un ojo mientras


bajo las escaleras y pulso el botón para desbloquear mi camioneta.

―Eres incorregible.

―¡Oooh! ¡Incorregible! Gran palabra. Muy Bridgerton. Podría interpretar al


duque si es algo que te gusta.

Tiro de la puerta del conductor y le hago un gesto para que entre, pero se
detiene en seco.

Finalmente parece divertida.

―¿Conoces Bridgerton?

―Sí. Incluso me enseñaron a leer en el picadero de toros.

―¿Lees Bridgerton?
Está tan impresionada por mi capacidad de lectura que sigue sin moverse, así
que dejo la puerta abierta y sigo hasta mi camioneta. Me río mientras me subo al
asiento del conductor.

―Se los robé a mi madre para que me diera unos azotes en la adolescencia.
―Su grito ahogado me hace reír aún más y grito―: ¡Vamos, Tink! Nos vamos al
País de Nunca Jamás ―justo cuando cierro la puerta.

Sabiendo que ahora me seguirá sólo para poder echarme la bronca por volver
a compararla con un hada Disney.

Voy despacio. Más despacio de lo necesario, pero me alivia la presión en el


pecho ver sus faros detrás de mí. Conduce como si nunca hubiera visto la nieve y
me preocupa que caiga en la cuneta. Pero al menos estaré aquí para sacarla y llamar
a una grúa. Es mejor que estar sentado en el Rancho Wishing Well pensando que
una mujer que está mucho más aterrorizada de lo que jamás admitiría está en la
carretera con los nudillos en blanco ella sola.

El trayecto dura el doble de lo que debería, y suelto un profundo suspiro


cuando llegamos al primer semáforo de Chestnut Springs. Las carreteras eran
feas, y juro que puedo sentir su alivio a seis metros de distancia.

Cuando nos detenemos frente al Rosewood Inn, me bajo y empiezo a alejarme


como le prometí que haría. Creo que ya la he acosado bastante por una noche. Sin
embargo, me decepciona la idea de no volver a verla.

Es difícil encontrar un buen sparring.

―Oye, Theo ―llama, con la barbilla metida en el abrigo para que no le entre
la nieve, el cálido cabello color miel brillando bajo el haz de luz de la farola
arqueada sobre ella―. Tú… ―Sus brazos se cruzan sobre su cuerpo en señal de
protección y deja de mirarme torpemente―. Gracias.

Asiento con la cabeza.


―Por supuesto. Cuando quieras.

―Cada vez que las carreteras están mal, puedo simplemente, ¿qué? ¿Llamarte
y vendrás corriendo al rescate?

―Sí. Claro. Si alguna vez necesitas ayuda, puedes llamarme.

Parece momentáneamente aturdida.

―¿Por qué?

Levanto los hombros encogiéndome de hombros.

―No lo sé. ¿Por qué no?

Arruga los labios y se queda pensativa unos segundos.

―Pero si ni siquiera me conoces.

―No hace falta conocer a una persona para ser amable con ella.

La mujer parece realmente confundida.

―¿Esto es una estúpida mierda del karma?

―No, es totalmente egoísta. Me pasa que si me porto mal con alguien, me


corroe por dentro. Así que, si soy amable, me hace feliz. Ser negativo es agotador,
¿sabes? Y no tengo tiempo para dormir la siesta.

―Raro.

Mi cabeza se tuerce.

―¿Ah, sí? Pareces cansada, Winter.

―Lo estoy.

―Inténtalo entonces.

―¿Intentar qué?

―Hacer algo bonito. Inténtalo. Si lo odias, puedes volver a ser mala conmigo y
te dejaré.
Pone los ojos en blanco, pero veo que se muerde el interior de las mejillas
como si estuviera reflexionando.

―De acuerdo ―dice finalmente exhalando profundamente―. Theo, ¿puedo


invitarte a una copa para agradecerte que me hayas ayudado a volver sana y salva?

―Depende. ―Me froto la barbilla como si estuviera estudiando


detenidamente esta oferta, aunque ya sé que voy a aceptarla. Hay algo diferente en
Winter, y no estoy preparado para despedirme. Hay una atracción que no puedo
explicar.

Con cualquier otra mujer probablemente echaría un vistazo y pensaría que


demasiado trabajo, pero estoy ansioso por conocerla mejor. De averiguar qué hay
debajo de ese exterior gélido.

―¿Bebemos más vino?

Tal vez me siento mal por ella, y estoy siendo extra amable, en el espíritu de la
Navidad o lo que sea.

Pero me siento atraído por ella, y no sólo porque sea guapa.

―No. Creo que es más bien una noche de tequila ―responde,


sorprendiéndome cuando empiezo a acercarme inexplicablemente a ella.

―Lo que tú quieras ―digo mientras me acerco lo suficiente como para estirar
la mano y tocar su mejilla. ¿Se estremecerá? ¿O se inclinaría? No tengo
oportunidad de averiguarlo porque se vuelve hacia el vestíbulo del hotel.

Y esta vez no dudo en tocarla. Le aprieto la espalda con la mano mientras la


conduzco a través de la puerta principal hacia el bar.

El tequila no es mi amigo.

Pero por esta chica, haré una excepción.


Cinco
Winter
Marina: Acabo de hablar con Rob.

Winter: Oh, bien. Me encanta que haya optado por airear nuestros problemas
matrimoniales ante mi madre.

Marina: No puedes estar pensando seriamente en dejarlo.

Winter: ¿Después de lo que ha hecho? Sí.

Marina: Dudo que te vaya mejor. Yo lo aguantaría.

Winter: Sí, sé que lo harías. Yo crecí en ese hogar.

Marina: Si lo dejas por esa hermana mestiza tuya, la está s dejando ganar.

―Mi madre es una enorme e imperdonable zorra. De ahí me viene. ―Apoyo


un lado de la cara en la mano, con el codo apoyado en la mesa―. Es hereditario. Por
eso Summer es tan agradable. Su madre, Sofía, era la mejor. No la recuerdo muy
bien, pero recuerdo que era divertida. La recuerdo sonriendo mucho. En el fondo,
no puedo culpar a mi padre por tirarse a la niñera.

Theo me observa, fascinado por la historia de mi educación. Hemos recurrido


a sorber nuestros chupitos de tequila después de echarnos dos directamente de un
trago.
―¿Y sabes qué es lo peor? Cuando se quedó embarazada, mi madre la
despidió. Como si sólo fuera culpa suya. Y yo amaba a Sofía. La niñera que vino
después era mala. Como si mi madre no sólo estuviera castigando a mi padre al
contratarla, sino castigándome a mí también.

La mayoría de la gente me mira con lástima cuando les cuento esta historia.
Pero Theo sólo parece entretenido.

―Dios. Sabía que Kip era un comodín. Pero esto... es un cerdo. ―Suelta la
última palabra, lleno de incredulidad en su tono.

Mi padre es un importante agente deportivo y, al parecer, representa a


Theo. Un pequeño dato que no sabía hasta esta noche. Sabía que había sido el chico
de Rhett, y cuando Rhett colgó su sombrero de vaquero o lo que se diga cuando un
jinete de toros se retira, metió a su protegido con el hombre que lo hizo famoso.

―Sí. ―Aprieto el botón antes de inclinar el vaso alto y beber otro sorbo que me
quema la garganta. Un calor confortable y desconocido florece en mi pecho.

No recuerdo la última vez que me emborraché como es debido. Rob me decía


que no estaba ‘apreciando los sabores’ si bebía su vino más allá de cierto volumen y
yo estaba demasiado ocupada rompiéndome el culo profesionalmente para
soltarme. Estudiando. Haciendo turnos extra. Estando de guardia.

Tratando de mantener las expectativas de mi madre sobre mí.

―Entonces, Sofía se queda embarazada de Summer. Kip se lo cuenta a tu


madre.

―Marina ―corrijo, porque con los años he pasado a usar su nombre. O


Doctora Hamilton, ya que pasamos casi todos los días trabajando juntas―. Su
sueño es que me convierta en una cirujana plástica consumada como ella. Si
hubiera tomado ese camino, tal vez seguiría llamándola mamá. Pero el caos y la
imprevisibilidad de Urgencias me hacen sentir como en casa.

―¿Es todo esto real? Es como si me estuvieras contando una telenovela. A


veces mi madre me cuenta la trama de The Young and the Restless, y juraría que he
escuchado esto antes.
Me burlo, deseando que mi madre me llame para hablarme de algo tan
mundano como una telenovela. El alcohol zumba en mis venas y sigo adelante,
procesando en voz alta en lugar de en mi cabeza por una vez.

―La desafié por primera vez en mi vida, después de años siendo su


marioneta, y ella volcó ese lado cruel en mí sin pensárselo dos veces. ―Mi cabeza
tiembla y Theo me mira fijamente con esos ojos oscuros, parece un poco aturdido.
Probablemente es difícil de imaginar cuando tienes una madre que te abraza y te
habla de su telebasura favorita.

―Me pregunto si ese lado cruel es tan hereditario como el lado bueno de
Summer, ¿sabes? Como si tal vez esa faceta de mi personalidad estuviera esperando
a sacar su fea cabeza. No quiero ser como mi madre, pero me preocupa que ya lo
sea.

―Creo que el hecho de que te preocupes por eso significa que no eres para
nada como tu madre.

Tomo otro sorbo. Es dulce. Pero no soy tan reflexiva. Sólo estoy borracha y
con los labios sueltos.

―Sí. Soy un desastre. Marina nunca se permitiría acabar donde estoy.

Su mano se desliza por el pequeño copete circular, sus fuertes dedos golpean
mi codo.

―Oye, oye. Sentarte aquí conmigo no está tan mal.

Mi cabeza se inclina aún más mientras dejo que mi mirada lo escudriñe


perezosamente, aunque un poco ebria.

―No. Estoy de acuerdo. Eres bastante agradable a la vista.

En circunstancias normales, me avergonzaría de mí misma por decir eso en


voz alta. Pero nada de lo que ocurre en el bar de este hotel de pueblo es normal.

―Woah. ―Se echa un poco hacia atrás, levantando ambas manos, una
expresión dramática adornando sus rasgos perfectos―. Dije que deberías intentar
ser amable, no sobresalir en ello.
Mis labios se curvan lentamente. Es gracioso.

Me parece que no he pasado tiempo rodeado de mucha gente divertida en mi


vida. Inteligente. Académica. Realizada.

Divertido y simpático han estado muy abajo en la lista de rasgos que busco en
la gente de la que me rodeo.

―¿Soy una snob? ―Me pregunto en voz alta, con el cerebro con hipo por
todas partes.

―Si lo eres, me gusta.

Pongo los ojos en blanco y me muevo en el taburete, como si fuera a caerme al


suelo si sigo apoyándome en esa mano.

―¿Por qué pones los ojos en blanco? ―Bebe el chupito y le pide otro al
camarero. El hombre frunce los labios en señal de desaprobación, como si pensara
que no necesitamos otra ronda. Y yo casi me río.

Estoy tan cansada de la condena de todo el mundo.

―No te gusto.

―Sí, lo hago. ―La forma en que inclina la barbilla es segura. No deja lugar al
debate.

Devuelvo el último trago de tequila, una gota se derrama y cae sobre mi labio.
Por un momento, el mundo se detiene cuando los ojos de Theo se posan en mi boca.
En esa gota de licor dorado. Y cuando saco la lengua para limpiarla, para poner fin a
su atención, su mirada se calienta de un modo desconocido.

Porque los hombres no me miran así.

No con el que estoy casada.

Y definitivamente no uno como Theo.

El estruendo de los vasos detrás de la barra hace que todos los sonidos a
nuestro alrededor vuelvan a la vida, como si alguien acabara de apretar el botón de
reproducción después de pulsar la pausa.
Se me escapa una risa nerviosa y miro hacia la barra, donde el camarero, de
aspecto cansado, está limpiando una cristalería rota.

―Me gustas, Winter. Como persona. ―Los ojos de Theo están tan
concentrados en mí. Es desconcertante―. ¿Por qué eso te incomoda tanto?

―¿Siempre dices lo que quieres decir tan abiertamente? Es raro, joder.


―Entrecierro los ojos―. ¿Cuál es tu punto de vista?

―No tengo uno. Sólo soy un buen tipo tomando una copa con una chica
simpática.

Caen dos tragos más de Añejo entre nosotros, pero ninguno levanta la vista.
Estoy demasiado ocupada mirando al peculiar hombre sentado frente a mí.

―Eres un prostituto. Que es más joven que yo. Y lo pareces. ―Le hago un gesto
con el dedo.

―Y todavía me gustas.

―Y yo soy una infeliz casada de veintiocho años...

Theo me interrumpe con los ojos en blanco.

―Vuelve a mencionar nuestros dos años de diferencia de edad como si


importara y me burlaré de ti sin piedad.

Me relamo los labios.

―Bien. Soy una mujer infelizmente casada con todo un armario lleno de
equipaje. Sólo intento superar una residencia que nadie aprueba.

―Lo apruebo ―responde, sin alardes ni flashes, sólo lo dice como si fuera un
hecho.

―Me apruebas. Pero no te gusto. Eso tiene mucho más sentido.

Ahora sonríe, bebe un trago de licor, y mis ojos bajan para ver cómo trabaja su
garganta mientras traga. La piel leonada, la barba oscura, la pronunciada
protuberancia de su nuez de Adán.

¿Quién diría que el cartílago tiroides de un hombre podría atraerme?


―No, Winter. Me gustas. Deja de decirme que no.

Una risa irónica tuerce mis labios mientras bebo e inspecciono el pequeño y
encantador bar. Una especie de encanto del viejo mundo de Victoria adorna el
espacio. Una combinación perfecta para este elegante hotel boutique.

―No soy simpática, Theo. No le caigo bien a la gente. La verdad es que no.
―Levanto un dedo y lo miro con los ojos muy abiertos, dándole a entender que
no es el momento de que irrumpa con su numerito de chico simpático que mueve
la lengua―. La gente me respeta porque soy inteligente. O porque tengo éxito. Pero
no les gusto.

El hombre de enfrente me mira fijamente. Puedo ver cómo le da vueltas a mis


palabras en la cabeza. Se inclina hacia delante y hacia atrás como si estuviera
considerando todo lo que acabo de decir.

―Creo que me gustas porque eres del tipo de belleza que te deja con la boca
abierta.

Mi cara no revela nada. Nadie ha elogiado nunca mi aspecto por encima de mi


cerebro y yo... Ni siquiera sé qué pensar de ello.

―¿Me estás tomando el pelo? ―Suelto.

―No. ―Se echa hacia atrás en su taburete, bíceps abultados de una manera
que distrae mientras sus ojos me observan con aprecio―. Definitivamente me
gustas porque estás buena. Y porque dices las palabrotas muy claramente. ¿Sabías
que la gente que maldice es más honesta y digna de confianza que la que no lo hace?

Mi mandíbula se desencaja y entonces lo siento. Es extraño, pero no hay quien


me pare. Dejo caer la cabeza sobre los brazos cruzados sobre la mesa y estallo en
carcajadas. La risa me duele en la garganta mientras intento acallarla. Se me escapa
por los ojos por mucho que intente contenerla. Me sacude los hombros y se apodera
de mí.

Y el profundo barítono de la risa de Theo se une a mí, retorciéndose con la mía


como una sinfonía.
―Pero también he tenido muchas conmociones cerebrales. Así que mi juicio
podría estar equivocado ―añade entre risas.

Estoy lo bastante borracho y agotado como para reírme aún más.

―Joder ―jadeo, incorporándome y secándome los ojos.

―Sí, tienes que dar menos de esos.

―¿Qué? ―Tomo el tequila, necesito lubricarme la garganta después de mi


ataque de risa.

―Tienes que dar menos ‘joder’.

Me encojo de hombros exageradamente y aprieto los labios mientras el


alcohol corre directo a mi torrente sanguíneo.

―Es así. ―Theo estira un brazo tonificado, agarra mi taburete y lo arrastra


alrededor de la pequeña mesa redonda. Nos gira a los dos. Nos pone cara a cara,
de modo que la parte exterior de mis rodillas presiona el interior de sus muslos.
Ese aroma a cítricos picantes me envuelve. Las ganas de inclinarme hacia delante y
acariciarle el cuello me golpean como una tonelada de ladrillos.

Estamos demasiado cerca.

Pero él no parece darse cuenta. Se da la vuelta y apoya las manos sobre sus
muslos bien formados, con los diez dedos bien estirados.

―Imagina que sólo tienes diez joder para dar...

―Oh, creo que recuerdo este problema de matemáticas de segundo grado.

Ignora mi burla y sigue adelante.

―Y cuando te quedas sin ‘joder’, estás agotado. Terminado. Demasiado


estirado.

Pongo los ojos en blanco.

―Dios mío.
―Pero tú estás aquí dándole un carajo a tu madre por la carrera que ya sabes
que quieres, dándole uno a Summer por algún desaire que ella parece no saber que
existe, dándole al menos unos cuantos a tu marido que te hace desgraciada.

Me dirige una mirada mordaz que dice que él también conoce esa historia. Me
encojo un poco.

―Acabo de ver cómo me jodes con esa historia, como si te estuviera


juzgando cuando no es así. Así que, estamos en… ―Ambos miramos sus manos―.
Te quedan cuatro joder por dar y luego estás quemado. ―Ahora está en racha―.
Estoy bastante seguro de que le diste a ese camarero un Joder cuando tenía esa
expresión juiciosa y agria en su cara después de que pedimos otra ronda.
Quiero decir, vamos, Winter. ¿Ese tipo? Acaba de tirar una bandeja entera de
vasos. Ahora sólo tienes tres. ¿Por qué desperdiciaste uno con él?

Suspiro.

―Esta es la matemática más estúpida que he encontrado. Y yo dando a la


gente joder... la forma en que lo estás diciendo me hace sonar…

Sus oscuras cejas se levantan.

―¿Sonar qué?

―Suena como si saliera a Joder a la gente sin ton ni son. ―Me río. Tengo que
hacerlo―. Por favor, no digas nada de que le doy a mi padre por abandonarme.
Nunca me recuperaré.

―No hace falta. Tú misma lo acabas de admitir.

Me mete otro dedo por debajo y, mientras lo observo, me doy cuenta de que lo
estoy imitando. Las manos extendidas sobre la piel desnuda entre mis medias y el
borde del vestido, los dedos curvándose cada vez que me echa un polvo.

Dos Joder me devuelven la mirada, una de las cuales luce un sencillo anillo de
oro. Lo llevo para que el diamante que me compró Rob no rasgue mis guantes
médicos.
Miro a Theo. Me observa atentamente. Su piel es tan suave, tan bronceada.
Sus rasgos son tan oscuros. Su personalidad tan... divertida.

La antítesis de todo en mi vida.

Y de repente también me importa una mierda lo que piense de mí.

Doblo otro dedo hacia abajo sin decir una palabra. Me mira, pero su mano
cálida cubre la mía, me roza el muslo con sus dedos callosos, me toma el anular y
me lo saca.

―No me vengas con eso, Winter. No lo necesito. No te estoy juzgando. Y sólo


estás a dos Joder de tocar fondo.

Tocar fondo. La inanante combinación de palabras hace que mi cuerpo se


excite. Tocar fondo. Lo dice con un ligero gruñido en la voz mientras se inclina
hacia mí tan íntimamente. Cruzo las piernas y aprieto para aliviar el dolor que
siento entre ellas.

―Dios. ―Me paso las manos por el cabello, apartándomelo de la cara―. ¿Me
estás diciendo que no te importa una mierda lo que la gente piense de ti?

Se encoge de hombros y mueve la cabeza en mi dirección.

―Intento no hacerlo.

Está tan cerca, todo tequila y mandarinas y ojos profundos y achocolatados.

―Te he visto esta noche. La forma en que te pusiste rígido cuando te llamaron
lady-killer.

Su mirada rebota entre mis ojos, y Dios, me siento vista. Me pica la piel bajo la
presión de su mirada. Nadie me mira tan de cerca. Con tanto discernimiento.

―Cambiar de rayas no siempre es fácil.

―Creo que el refrán dice literalmente que un tigre no cambia de rayas.

Se aprieta el labio inferior con la lengua y sacude la cabeza.

―Entonces llamémoslo un dálmata que cambia sus manchas. Nacen sin ellas,
ya sabes.
―Entonces, ¿no eres un prostituto total?

Su boca se tuerce.

―Estoy superando esa fase. Pero la gente ve lo que quiere. Imagínate que les
diera por eso cuando en el fondo sé la clase de hombre que soy.

Hombre. Sí. Hombre.

Mi cerebro tartamudea con eso. Porque Theo es todo hombre, todo líneas
masculinas, colores oscuros arremolinados, toques suaves, comportamiento
caballeroso.

De acuerdo, es encantador como el infierno.

―Cuando no gané al final de esta temporada, me propuse redoblar mi


concentración. Subir un peldaño. Por eso estoy aquí, entrenando con Rhett y
Summer. Más entrenamientos, menos... juego. Todo trabajo y nada de juego hace
de Theo un chico aburrido.

Juego. ¿Todas las palabras de este hombre tienen que sonar sexuales? Juro que
ni siquiera lo intenta, pero sus palabras rozan mi piel como podría hacerlo el filo de
sus dientes o su barba incipiente. No hay nada aburrido en Theo Silva.

De hecho, bien podría ser un gigantesco letrero de neón, haciéndome


señas para que me aleje. Como la gente me ha hecho daño, mi capacidad de confiar
es prácticamente nula. Y sin embargo...

―Me vendría bien jugar un poco. ―Mi rodilla choca con la suya cuando me
vuelvo hacia él, una idea florece en mi mente.

Una muy mala idea.

―Menos Joder y más jugar. Me gusta esta estrategia para ti.

La forma en que separa los labios cuando dice joder me revuelve el estómago y
mis inhibiciones se agitan en el viento. ¿Y si las dejara de lado y apagara mi cerebro
un rato? ¿Y si hago algo sólo para mí? Algo que me haga sentir bien.
Dios sabe que Rob nunca ha sido eficaz para hacerme sentir bien. No como
aparece en las películas o suena en los libros. Cuando el corazón de la mujer se
acelera y su piel se eriza sólo porque un hombre la mira.

Theo me mira así. Como si fuera su próxima comida.

―¿Quizás lo que realmente necesito son más Joder? ―Uf. Eso sonó mucho
mejor en mi cerebro de tequila que en voz alta.

―Sólo tienes diez para el propósito del ejemplo.

Me muerdo el labio inferior.

―No me refería a eso.

Debe de notarlo en mi cara, porque se echa hacia atrás y separa los labios
mientras sus ojos arden.

―¿Me estás haciendo una proposición?

Me burlo y parpadeo.

―No.

No dice nada y cuando vuelvo a centrar mi atención en él, confieso―: De


acuerdo, quizá. Sólo por diversión. Quiero saber cómo es. ―Una imagen de Rob
aparece en mi cabeza y la desecho. No puede estar aquí en este momento.
Necesito ser yo misma. Necesito liberarme de él si voy a hacer esto―. Creo que
no sé lo que es que te follen bien.

Diversión y conmoción están en guerra en su rostro.

―Oficialmente has bebido demasiado.

―No lo he hecho. Sólo lo usas como excusa. Si no te interesa, sé directo.


Soy médica. Entiendo cómo funciona la biología de la atracción. No puedes
forzarla. Lo entiendo.

Cuando vuelvo a levantar la vista, la expresión de su cara es primitiva. Es


guapísimo, y al instante me doy cuenta de que soy idiota. Este hombre está fuera de
mi alcance. Es demasiado guapo. Demasiado experimentado.
―¿Sabes qué? Olvida lo que he dicho. Tengo toda esta cosa de solterona tensa
pasando y no te culpo por...

―Winter. Te habría follado como es debido en la trastienda de esa gasolinera


si me lo hubieras pedido.

Me quedo helada ante sus palabras.

―No voy a sentarme aquí y fingir que no he estado pensando en ello toda la
noche. ―Sus ojos se vuelven vidriosos y recorren mi cuerpo con complicidad,
como si pudiera ver cómo se me enrojece la piel y se me erizan los pezones. Sus
piernas se aprietan contra las mías. Me atrapa―. Ese vestido podría subirse tan
fácilmente. Pero… ―Su cabeza se inclina hacia el vaso que hay en la mesa junto a
nosotros―. Hemos bebido mucho tequila. No quiero que te arrepientas de nada.

¿Arrepentirse? Lo miro como a un paciente y me pregunto si alguna mujer se


ha arrepentido de follarse a Theo Silva. Parece muy improbable.

Y quiero averiguarlo. Por la ciencia.

Así que bebo el resto del chupito y saco un bolígrafo del bolso. Pongo el
posavasos en blanco y escribo:

Yo, Winter, juro legalmente que no estoy demasiado borracha para el...
Le dirijo una mirada.

―¿Qué te preocupa? No tengo orgasmos, así que la ingesta de alcohol no


importará.

Parpadea una vez, lenta y metódicamente, esas pestañas espesas y oscuras


enjuagando un destello de fastidio en su perfecta estructura ósea.

―Consentimiento, Tink. Me preocupa el consentimiento. Lo demás no


importa. ―Su voz baja hasta convertirse en un gruñido grave―. Llegarías allí
conmigo. Me aseguraría de ello.

El calor azota mis mejillas, se derrama por mi garganta y baña mi pecho. Está
tan seguro de sí mismo. Tequila o no, hablar así descaradamente es nuevo para
mí. Así que, en lugar de discutir con él, uso una mano temblorosa para terminar
la frase:

Consentimiento.
Cuando levanto la vista, nuestros ojos se cruzan. Prácticamente estoy
jadeando y él está ahí sentado, vibrando de energía sexual, con los dedos agarrados
al borde de la mesa.

Me muerdo el interior de la mejilla y dejo caer su mirada antes de firmar con


mi nombre.

Winter Hamilton.
Mi nombre de soltera.

Él también lo registra, porque cuando vuelvo a mirarle, su mirada permanece


fija en el posavasos.

―¿Pensé que era Valentine?

―No lo es. Los papeles del divorcio están escondidos en mi auto. Cuando venía
hacia aquí, los recogí. Soy una persona privada. No necesito que mi desordenado
divorcio sea conversación de cena.

Asiente con la cabeza, escrutando mi cara. Luego saca la punta de la lengua de


entre los labios mientras mira el posavasos.

―¿Así que esto es un... contrato sexual?

―Esencialmente, sí. ―Me siento como una idiota, pero también siento que,
por primera vez en mucho tiempo, no me importa. Cada paso que di lejos de esa
casa hoy fue una ficha de dominó cayendo. Una tras otra. Ahora, sólo queda una, y
estoy a punto de hacerla caer justo en el regazo de Theo Silva.

―Bueno, esta es la primera vez. ―Los dedos de Theo se empolvan sobre donde
firmé con mi nombre y los imagino en mi cuerpo. En mi cuerpo.
―Creo que… ―Me pongo una mano en la garganta, como si eso fuera a
obligarme a seguir usando mis palabras cuando lo único en lo que puedo pensar
ahora mismo es en él tocándome y en la fuerte presión entre mis piernas―.
Mantiene las cosas muy claras. Para nosotros.

Se acerca y su actitud cambia ante mis ojos. Su aliento húmedo y caliente me


recorre la oreja mientras su voz profunda retumba contra mi piel.

―La claridad contractual nunca me ha endurecido.

Mi cuerpo se acelera, aunque sé que me está tomando el pelo. Me obligo a


tragar saliva y asiento con la cabeza mientras desvío la mirada para encontrarme
con la suya.

―No sé si una sentencia en un posavasos se sostendrá en un tribunal.

―Una noche ―respondo―. Eso es todo. No estoy preparada para nada más.
Estoy demasiado jodida. Llevarte a juicio implicaría volver a verte, y no pienso
hacerlo.

Su garganta trabaja una vez más.

―Y nunca se lo decimos a nadie. Nos damos la mano y nos vamos, como


adultos maduros con un contrato.

―Winter… ―No le gusta esa parte.

Empujo el posavasos hacia él, sintiéndome más desnuda que nunca. Me


tiembla la voz.

―Fírmalo o me voy a la cama. Mi ego es demasiado frágil para esto ahora.

Su mirada se suaviza en mí, la calidez de esas profundidades de chocolate


calienta mi frío exterior. Veo las venas de su mano abultarse cuando toma el
bolígrafo. Los tendones de su antebrazo se ondulan mientras escribe.

Sólo una noche. Nunca se lo diremos a nadie. Pero probablemente te rogaré por
otra oportunidad, eventualmente.

- Theo Silva
Incluso su letra es hermosa.

Pone cara de satisfacción cuando desliza el posavasos hacia mí. Levanto el


trozo de cartón y lo miro, como si realmente estuviera leyendo un contrato. Otra
oportunidad... como si tal cosa. Pero le dejo que diga la última palabra.

Le tiendo el posavasos, él lo toma y sus cálidos dedos envuelven los míos. Me


lleva la mano a la boca y la besa con fuerza, provocándome un escalofrío.

Sonríe y me dan ganas de darle un pisotón. Odio lo obvio que es esto. Lo


poco natural que es. Lo sabelotodo que es.

Pero también lo deseo muchísimo.

Levantamos un último trago de tequila y, sinceramente, necesito el valor


líquido. Nuestros vasos tintinean mientras brindamos.

Sus ojos se clavan en los míos con un nivel de intensidad que me grita que
tenga cuidado. Y entonces dice―: Voy a arruinarte esta noche.

Volvemos a tirar el licor, sin dejar de mirarnos. Dejo caer el vaso con más
fuerza de la necesaria. Es ruidoso, como la escopeta de una carrera señalando que
ha llegado la hora.

Me hace un gesto con la cabeza. Una garantía silenciosa más.

Asiento con la cabeza.

Asiente con la cabeza.

Y sin decir nada más, enlaza sus dedos con los míos y me conduce fuera de la
zona del bar hasta el ascensor.

Cuando la puerta se cierra, se rompe el último lazo de control entre nosotros.


Es un ping audible en el pequeño espacio privado.

Me atrae hacia su pecho y sus dedos se enredan en mi cabello suelto.

Lo único que escucho son los graves de mi corazón bombeando sangre por
mis venas. Lo único que veo son sus mejillas sonrosadas y sus labios carnosos.
Todo lo que puedo sentir es la presión de su longitud dura como una roca
contra mi estómago.

Me mira directamente a los ojos y me agarra bruscamente la nuca con una


mano mientras con la otra me tira del labio inferior.

―Estoy deseando ver lo jodidamente hermosa que estás cuando te corras con
mi nombre en los labios.
Seis
Theo
Rhett: ¿Han vuelto a salvo Winter y tú ? Summer dijo que Winter nunca le
respondió .

Theo: Sí. Estaba cansada y malhumorada. Creo que se fue a la cama.

Rhett: Sí. De acuerdo. ¿Gimnasio a las 11?

Theo: Nos vemos allí, viejo.

―Theo. Eres un saco de mierda esta mañana.

Me tumbo en la colchoneta y decido que moriré aquí en un charco de sudor.

―Summer, pareces dulce, pero eres un poco imbécil.

Desde la colchoneta a mi lado, Rhett se gira y me da una patada en la zapatilla.

―Vuelve a hablarle así. Te reto.

―Rhett, veinticinco burpees por agredir a un cliente. ―Su prometida le


sonríe con suficiencia desde donde está sentada en un banco. O como lo he
bautizado en mi cabeza, el Trono de la Tortura.

Rhett se burla como si estuviera bromeando, pero ella inclina la cabeza hacia
él y cruza los brazos sobre su sudadera con capucha de Hamilton Athletics.

―Eres malvado. ¿Y Theo?


―¿Qué pasa con él? ―La voz de Summer es azucarada y divertida.

―Amigo, cállate. Déjame morir en paz. ―Al pasarme un brazo húmedo por la
cara, percibo un fuerte olor a alcohol. Estoy literalmente sudando tequila.

―Claramente estuvo fuera toda la noche ―dice Summer―. Probablemente


haciendo bebés por toda Norteamérica a este ritmo.

―Por favor. Siempre lo envuelvo. ―La verdad es que, desde que salí a la
carretera el pasado otoño, no ha habido nadie en mi cama. Dejo que cada uno crea
lo que quiera, pero estoy cambiando.

Rhett arquea una ceja.

―Aunque no niegas haber salido con alguien anoche, ¿verdad?

Gruño molesto, pero Summer se inclina hacia delante, con los ojos brillantes
de interés.

―¿Quién era?

―Tuve una larga velada romántica con mi mano derecha. ―Yo no beso y lo
cuento. Especialmente cuando Winter está involucrada. Me llevaré este a la tumba.
A menos que vuelva a por más.

―¿Encendiste una vela? ―Rhett se ríe de su propia broma.

―¿Por qué sigues ahí tumbado, Eaton? ―Summer lo increpa―. He dicho que
me des veinticinco o te haré apuntar a una clase de Zumba.

Resoplo.

―Joder. Pagaría mucho dinero por ver eso.

Rhett vuelve a darme una patada juguetona en el pie mientras empuja para
levantarse.

―¿Quién era en realidad, Theo? ―Summer no deja pasar esto.

Me siento y apoyo los codos sobre las rodillas dobladas, mirándola a los ojos.

―No fue nadie. Y si lo fuera, nunca andaría por aquí hablando de ello.
Tendrás que buscar tus cotilleos de pueblucho en otra parte.
―Todo sale a la luz en una ciudad de este tamaño. Debes tener cuidado si
piensas pasar más tiempo aquí, Theo. ―Ahora adopta un tono más serio conmigo.

Nunca se lo contamos a nadie. Yo mismo lo escribí y nunca traicionaría la


confianza de Winter. Demasiada gente en su vida lo ha hecho y no importa lo que
seamos o si nunca la vuelvo a ver, no seré otra persona que la defraude o le mienta.

Me encojo de hombros y le sostengo la mirada porque no voy a decir una


mierda.

―Nadie.

Rhett está saltando a mi lado, resoplando y jadeando. ¿Pero Summer?


Summer me mira fijamente. Es casi como si lo supiera. ¿Pero cómo podría saberlo?
No creo que nadie adivinara que Winter y yo acabaríamos juntos.

Yo soy jinete de toros y ella es médico. Yo soy fuego y ella hielo.

Quiere olvidarse de mí, y ahora mismo no puedo dejar de pensar en ella. Su


lado más suave.

La forma en que se abrió conmigo. La forma en que gimoteó mi nombre


cuando...

―Veinticinco burpees, Silva. ―Los labios de Summer se estiran en una


sonrisa malvada.

―¿Me estás tomando el pelo?

Rhett está demasiado jadeante para burlarse de mí, pero cuando lo miro,
puedo ver sus mejillas barbudas estiradas en una sonrisa.

―No. Levanta el culo.

―¿Creía que había terminado? ―Me quejo, pero hago lo que me dice, porque
me prometí que esta temporada haría sentir orgulloso a mi padre. Puede que
muriera montando un toro, pero lo hizo con un par de campeonatos en su haber.

Fue mentor de Rhett, y Rhett tiene dos.


Quiero uno. Quiero una fracción de su grandeza. Me alegraría tener aunque
fuera una pizca de su éxito para poder formar parte también de ese legado.

Quiero ser algo más que el niño salvaje de la Federación Mundial de Hípica y
un fantástico lego. Así que empiezo mis burpees.

Summer me sonríe y sacude la cabeza.

―Vaya. Realmente no debes querer que nadie sepa lo de anoche.

―Sólo está... molesto porque ya... fracasó en su objetivo ―resopla Rhett a mi


lado mientras comienzo mi primer salto en el aire. Mis músculos se desbocan
contra mí cuando vuelvo a poner mi cuerpo en acción después de dos horas de
entrenamiento.

―¿Cuál era tu objetivo, Theo?

Los ignoro a ambos.

Claro que me salí del objetivo que compartí con Rhett durante una de nuestras
charlas, pero no voy a explicarles que esto era diferente de alguna manera. Esto no
era sólo otro...

―Algo sobre vivir como un monje durante la próxima temporada para


ayudarlo a concentrarse.

Rhett suelta una risita mientras se agacha, y me encuentro deseando que se


lance. La agitación me empuja con más fuerza. Mientras sigo avanzando, siento los
ojos de Summer clavados en mí.

Evaluando. Analiza las cosas demasiado de cerca. Ve demasiado.

―Hueles a tequila ―dice, optando claramente por no echarle la bronca a su


prometido.

Cuando me reúno con Rhett en la colchoneta, resoplando y deseando estar


muerto, se vuelve y me sonríe.

―Sabía que nunca serías capaz de mantener la polla en los pantalones.


Aunque son una broma, sus palabras escuecen. También son el empujón que
necesito para motivarme, porque quiero el respeto de mi mentor. No quiero ser el
blanco de las bromas ni que me vean como el niño que nunca crece. Quiero
perseguir mis sueños y demostrarme a mí mismo que puedo hacer las cosas que me
propongo.

No quiero ser el ligue de una noche que sirve para rascarse un picor. Quiero
que una mujer como Winter Hamilton -bella, inteligente y de lengua afilada- me
mire y vea un futuro.
Siete
Winter

Marina: ¿Así que dejaste tu trabajo, dejaste a tu marido y ahora no contestas a


mis llamadas?

Winter: Parece que has descubierto la esencia por tu cuenta.

Marina: Llá mame.

Winter: Cuanto má s lo pienso, menos tengo que decirte.

Marina: Te crié mejor que esto. Má s fuerte que esto. Má s centrada que esto.

Winter: No puedo recordar un solo abrazo.

Marina: ¿Qué?

Winter: Nunca me abrazaste. Nunca me consolaste.

Marina: Para eso estaba la niñ era.

―Mierda. Esto tiene muy buena pinta. ―Sloane tiene las manos apoyadas en
sus caderas estrechas, tomando en la pequeña casa con una expresión de
satisfacción en su rostro.

Mi asentimiento parece una hazaña hercúlea. Durante las últimas tres


semanas, he experimentado un torbellino de emociones y he tomado decisiones
que me han cambiado la vida. Como era demasiado zorra para salir con gente
alegre, pasé las Navidades sola en un hotel, soñando con Theo Silva recorriendo mi
cuerpo con sus manos ásperas e intentando recrear la sensación con las mías.

No es que admita esto último en voz alta.

Pero hay algo inolvidable en la forma en que sus callos se deslizaban sobre mi
piel. La forma en que me tocaba como si no tuviera suficiente. Sus palmas no
dejaban de explorarme, de adorarme.

Me aclaro la garganta.

―Sí. Así es. Se ve bien.

La mujer rubia que está a mi lado sonríe con orgullo y yo no puedo evitar
devolverle la sonrisa.

Suena infantil, pero de alguna manera Sloane se ha colado en mi vida en las


últimas dos semanas. Es la prima de Rhett, y dice que cree que me conoció en el
momento justo. Dice que necesitaba a alguien como yo en su vida, pero la cosa es...
Creo que soy yo quien la necesitaba.

En el poco tiempo que hace que nos conocemos, ambas hemos sufrido muchos
trastornos. La diferencia es que su trastorno la llevó a estar con su amor de la
infancia -el jugador de hockey que la trata como a una diosa- y el mío me llevó a
darle los papeles del divorcio a Rob, a dejar mi trabajo en el hospital de la ciudad y
a mudarme a una casa de alquiler en Chestnut Springs.

Mirando a Sloane ahora, toda sonrisas y cabello desordenado, supongo que


también me llevó a tener una amiga.

Posiblemente mi única amiga en una vida llena de conocidos y compañeros


de trabajo. Y solo por eso ya merece la pena todo lo que he pasado.

―¿Cambiamos un poco el televisor? Puede que reciba demasiada luz durante


el día.

Resoplo y me dejo caer en el sofá detrás de mí.

―Trabajo horas locas. Dudo que vea la tele durante el día.


―¿Y los días libres? ―Sloane sigue su ejemplo, cayendo en el cómodo sofá
nuevo a mi lado.

―Sí. Supongo que sí.

―¿O vas a estar demasiado ocupada pasando el rato con tu nueva vecina
genial? ―Me hace un gesto con las cejas y no puedo evitar reírme. Jasper y ella
viven en el bungalow de al lado. De hecho, Jasper es el dueño de toda la manzana,
una hilera de casas a este lado y los negocios al otro que dan a la calle principal.
Sloane ha estado restaurando cuidadosamente cada una de ellas para devolverles su
gloria original y poder alquilarlas.

―¿Crees que mantendrás ambos trabajos ahora que te has mudado aquí?

Me encojo de hombros y dejo que mi cabeza se hunda en la suave tela


aterciopelada que tengo detrás. Excepto que no es terciopelo, es microfibra,
porque por muy rico que sea Rob como cirujano cardiotorácico, yo sigo siendo
solo una residente.

Gusto de terciopelo, presupuesto de microfibra. Esa soy yo. Winter Hamilton.


Y estoy bien con eso.

Veintiocho años - casi divorciada. Ex marido que me odia a muerte porque lo


único que se le da mejor que arreglar corazones es hacerse la víctima. Una madre
que me echa en cara que la miseria ama la compañía y ella ha elegido vivir una
vida miserable. Un padre que es tan jodidamente torpe conmigo como siempre
lo ha sido, bendito sea. Y una hermana distanciada que cada día se siente menos
distanciada.

Ese es el punto positivo de poner mi vida patas arriba. Realmente lo rocié todo
con gasolina, tiré la cerilla y dije: A la mierda.

―Renuncio hoy. ¿Tener que trabajar en el mismo hospital que mi madre y


Rob? No, gracias.

Me apunto con un dedo a la boca abierta y hago un ruido de arcadas.

Y hacer eso me da un poco de náuseas. Un poco de mareo.


Sloane se ríe, todo ligero y aireado, mientras yo aspiro profundamente,
tratando de dominar mi estómago revuelto.

―Bien por ti.

Asiento y ella continúa.

―Siempre podemos colgar la decoración mañana. Te ayudaré a deshacer las


maletas. Podemos llamar a Jasper cuando vuelva de su viaje. Me gusta la
colocación de los muebles.

―Eso suena bien ―susurro, relamiéndome los labios y dejando que se me


cierren los ojos.

―¿Quieres tomar algo? ¿Un tentempié? ¿Algo? Si no, me quedaré hasta tarde
trabajando en la otra casa.

―Necesitas un programa de HGTV. ―Le sonrío, pero no me muevo. Si me


quedo quieta y pienso en el aire frío que me entra por la nariz, me siento bien.

―Oh Dios mío. Sí. Es el sueño. ―Su mano golpea mi rodilla antes de sentarse,
rebosante de energía―. ¿Nos vamos?

Hago cuentas sencillas en mi cabeza, pienso en patrones numéricos, no tiro la


comida china para llevar de antes por todo mi nuevo sofá de microfibra.

―Creo que voy a pasar. ―Mi voz suena entrecortada y mi corazón retumba
contra mi esternón.

Se siente tan fuerte que me pregunto si Sloane puede escucharlo.

―¿Estás bien? ―Sus dedos palpitan en mi rodilla mientras su voz se llena de


preocupación.

Veintiocho menos siete es igual a veintiuno.

Ovulación.

Me giro y la miro.

―Estoy un poco cansada. Creo que me quedaré. Meterme en la cama.


Sus ojos contienen tanta preocupación. Sloane es una de las personas más
genuinas que he conocido. Es dulce, pero no enfermiza. De vez en cuando dice algo
inapropiado y se ríe para sus adentros.

Me gusta eso de ella. Es accesible.

―¿Segura?

Dividido por siete es igual a tres.

Comienza el ciclo.

Le ofrezco mi sonrisa más convincente, pero soy una pésima actriz. Estoy
segura de que la mirada que le dirijo no es más que un ceño fruncido con los labios
ligeramente torcidos.

Ella resopla y empuja para levantarse.

―Pareces un asesino en serie cuando haces eso. ―Se congela antes de girar
hacia mí con una carcajada―. ¡Imagínate! Ayudo a esta simpática doctora que creo
que es mi nueva amiga a mudarse a la casa de al lado. Pero resulta que es una
asesina en serie y está planeando mi asesinato. ―Se ríe―. Esa sí que sería una
buena historia.

Me froto las sienes.

―Suena como un libro de Catherine Cowles.

―¿Qué? ―Ladea la cabeza.

―Nada. Voy a leer en la cama.

Hace tres semanas fue el sábado antes de Navidad.

―De acuerdo. Envíame un mensaje cuando estés levantada y lista para


terminar este lugar por la mañana. ―Sloane se inclina y me da un beso en la
mejilla―. Y por favor, no me mates esta noche.

Me reiría, pero si abro la boca, vomitaré en el sofá de microfibra. El vendedor


me dijo que se limpia fácilmente. Me pregunto distraídamente cómo de fácil.

El sábado antes de Navidad cenamos en el Rancho Wishing Well.


Sloane se ríe mientras se calza sus UGG y se va. Está feliz y despreocupada,
contando chistes de asesinos en serie.

Y estoy haciendo cuentas en mi cabeza. Matemáticas con las que estoy


dolorosamente familiarizada porque he pasado los dos últimos años intentando
desesperadamente quedarme embarazada. Lágrimas, tiras de ovulación positivas,
pruebas de embarazo negativas, citas de fertilidad.

De todas las veces que me he puesto a hacer estos números obsesivamente,


una vez acerté.

Esa prueba dio positivo una vez.

Fue lo más alto. Pero terminó en pérdida, y dolor, y lo más bajo. Ahora, mis
matemáticas son correctas de nuevo.

En el rancho Wishing Well conocí a Theo Silva.

Winter: ¿Tienes acceso al gimnasio? A veces bailas allí a deshoras, ¿no?

Sloane: Sí. A veces, cuando no puedo dormir. Uso el estudio de Zumba.

Winter: ¿Puedo hacer que me dejes entrar?

Sloane: Pero son las 10 p.m.

Winter: Sí, lo sé. Acabo de salir del trabajo.

Sloane: ¿Se me permite preguntar por qué tienes que entrar en el negocio de tu
hermana a deshoras?

Winter: Puedes preguntar, pero no te lo diré.

Sloane: ¿Tiene que ver con su trama de asesinato?

Winter: Sí. Te estoy convirtiendo en mi có mplice.

Sloane: ¡Nuevo nivel de amistad desbloqueado! Estaré al frente en cinco


minutos.
―¿Quieres que entre contigo? ―Sloane me lanza una mirada preocupada
mientras estamos fuera del oscuro gimnasio.

El aire frío me sienta bien después de las náuseas interminables con las que
viví durante mi turno. El olor a antiséptico que normalmente encuentro
reconfortante se volvió contra mí de la forma más despiadada. Incluso hablar por
fin con Marina me provocó más náuseas de lo habitual. Pero decirle que dejara de
ponerse en contacto conmigo también me sentó bien. Me sentí fuerte. Me sentí
aliviada al saber que jamás sometería a otro ser humano a su toxicidad.

Curiosamente, en cuanto dejé de importarme un carajo lo que ella pensara de


mí, dejó de importarme su opinión, pero hoy podría haber vomitado sobre mi
teléfono con sólo escuchar su voz.

―No, está bien.

―Voy de todas formas. ―Sloane se apresura a pasar junto a mí, nuestros


abrigos de invierno se rozan y hacen un pequeño ruido de cremallera mientras se
dirige directamente al teclado numérico donde introduce un código.

Sloane se gira y me mira expectante.

―¿Vas a soltar algún comentario sabelotodo sobre que he venido a hacerle


algo malo a mi hermana? ―pregunto.

Sus cejas se fruncen.

―¿Por qué iba a pensar eso?

Pongo los ojos en blanco al tiempo que cruzo los brazos.

―Todo el mundo piensa eso.

―Creo que eres mucho más simpática de lo que crees. ―Entorno una ceja
hacia la otra mujer, y su cabeza se tambalea de un lado a otro mientras sonríe―.
Cuando quieres serlo.

Suelto una carcajada.

―Simpática cuando quiero podría ser mi lema.


La verdad es que me gusta. Como si realmente no le gustara a nadie cuando
estoy en mi peor momento. Soy simpática cuando pongo una cara sonriente y feliz.
¿Pero qué pasa cuando me derrumbo? Entonces sólo recibo críticas y reprimendas.

―De acuerdo, bueno, sólo necesito unos minutos.

―¿Para qué?

―Para comprobar algo en el ordenador.

Los ojos de Sloane se abren cómicamente.

―Pensé que el asesinato era la cosa. ¿Pero estás acosando a alguien?

Aprieto los labios y hago el gesto de cerrarlos con llave antes de tirarla. La
verdad es que... esto es un poco acosador.

Pero después de confirmar lo que ya sabía con una prueba de embarazo


positiva esta mañana, sé que tengo que hablar con Theo. Porque nuestro secreto de
una noche ya no es tan secreto.

Creo que todavía estoy en estado de shock. Después de años intentándolo y


fracasando, no soy capaz de enfadarme. Lloré en el baño del hospital mientras
miraba ese pequeño signo más rosa.

Lloré lágrimas de felicidad.

Porque por muy imprevisto que sea, no puedo evitar verlo como una
bendición. Algo levantando a Winter después de haber sido empujada hacia abajo
tantas veces.

Algo sólo para mí.

Y esto me dejó con otro problema al que enfrentarme. Ponerse en contacto.

Sloane se ríe entre dientes pero se da la vuelta, ofreciéndome intimidad


mientras me escabullo hasta la recepción y enciendo el ordenador. Espero
encontrar la información de contacto de Theo en la base de datos del gimnasio.
Podría preguntarle a Summer, pero eso daría lugar a preguntas. Si me pongo
en contacto con mi padre, que es su agente, eso llevaría a preguntas y a una
conversación incómoda. Y no quiero lidiar con ninguna de las dos.

Apenas conozco a Theo, pero sé que tengo que decírselo. Merece saberlo, y
merece saberlo antes que nadie. Es impredecible, pero hay algo profundamente
cariñoso en él. Y no importa cuál sea nuestra situación, hay una parte de mí que
piensa que sería un gran padre.

Y si él no quiere eso, también me parece bien. Pero se merece poder elegir.

No se me ocurre nada peor que el hecho de que todo el mundo a tu alrededor


sepa algo tan personal antes de que hayas tenido la oportunidad de procesarlo.

Lo sé todo sobre necesitar tiempo para procesar.

Por eso me aterroriza dar esta noticia a todo el mundo y luego perder al bebé
como la última vez. Tener ropa, juguetes y planes. Todo el mundo disfrutando de
esa emoción, sólo para que me den un pésame que ni siquiera podría soportar.

Si voy a volver a llorar una pérdida, quiero hacerlo en privado.

Mordiéndome el labio, intento navegar por el software en busca de...


miembros. Ya está. Con un rápido clic, una lista de nombres llena la página. Me
dirijo a la lupa en miniatura de la esquina y tecleo Theo Silva.

Aparece otra ventana con sus datos. Una dirección en Emerald Lake, una
ciudad lacustre universitaria de la Columbia Británica. Un contacto de emergencia
llamado Loretta Silva, que suena como el nombre de una mujer que viviría en un
rancho y es mucho más apropiado para la esposa de un jinete de toros que fue un
icono en el circuito. (Gracias, Google.)

Y entonces lo veo. Su número de móvil. Deslizo un bloc de Post-its y garabateo


el número antes de salir de todas las ventanas del ordenador, queriendo
asegurarme de que parezca que nunca estuve aquí.

En cuestión de segundos, rodeo el escritorio con las puntas de los pies, como si
alguien pudiera escucharme, aunque esto está completamente vacío.
―Listo. Gracias ―le susurro a Sloane mientras me acerco a ella.

Ahora se gira, habiendo sido totalmente respetuosa. La cómplice perfecta, ni


insistente ni entrometida.

―¿Limpiaste el teclado?

Mis cejas se fruncen.

―¿Qué?

―Ya sabes. Para limpiar las huellas.

―¿Estás...?

―¿Cuidando de ti? Sí. Para eso están los amigos.

Resoplo, porque creo que está bromeando.

―Aquí no se ha cometido ningún crimen esta noche.

―¿Estás segura de eso?

Se me tuerce la boca al pensarlo.

―No lo sé. Soy médica, no abogada. Podría ser un delito leve.

Se ríe mientras vuelve a poner la alarma.

―Eso me gusta. Espero que la policía aprecie tu marca.

Atravesamos la puerta y me toca reír. Pero se me revuelve el estómago. No me


preocupa la policía, pero la realidad de lo que estoy a punto de decirle a un hombre
que apenas conozco me golpea y puedo sentir la ansiedad creciendo en mi pecho.

Me froto la palma de la mano para aliviarlo. Y mientras Sloane y yo nos damos


las buenas noches, sigo presionándome el esternón.

No me detengo hasta que estoy sentada en mi sofá de microfibra, mirando


fijamente el trozo de papel amarillo pálido.

¿Qué he hecho? ¿Cómo dejé que esto pasara? Usamos condones.

Y los condones se rompen.


Es una sensación peculiar tener todo lo que siempre has querido, pero no de la
forma que habías imaginado. He sido esa chica desde niña. La que llevaba una
muñeca a todas partes y las empujaba en un cochecito diminuto. Estaba encantada
de tener una hermanita hasta que mi madre me lo estropeó.

He querido un hijo propio desde que tengo memoria. Desesperadamente,


con cada fibra de mi ser. Pero ni en mis sueños más salvajes imaginé que sucedería
así. Como una especie de broma cósmica.

Clomid. Piernas contra la pared. Infecciones de vejiga. Todo en vano.

Es como si mi cuerpo supiera que Rob era una mierda, aunque mi cerebro no
lo supiera.

Ha. No. Buen intento, cariño. No queremos un bebé con este hombre.

Y entonces me quedé embarazada. Después de lo cual, rápidamente descubrí


todas las formas en que mi marido me había traicionado.

Lo perdí.

Luego perdí al bebé.

Luego me perdí a mí misma.

Sólo lo he confesado una vez en voz alta a Willa, la mejor amiga de mi


hermana pequeña. Le confesé que, a pesar de lo destrozada que me dejó el aborto,
hay una parte de mí que se siente aliviada por no estar atada a Rob Valentine el
resto de mi vida.

Consigo pasar de él sin ataduras. Una bendición y una maldición. Una culpa
que me come viva. Una con la que tengo que aprender a vivir, porque me alivia
librarme de él.

Pero esto es diferente. El momento es diferente. Theo es diferente.

Levanto el teléfono y marco su número, respirando tranquilamente mientras


suena.
Pero sigue sonando y luego salta el buzón de voz. Su profundo barítono me
dice que deje un mensaje y me recorre un escalofrío. Las cosas que me dijo aquella
noche.

Maldita chica asquerosa. Sólo rogando por...

―Hola, Theo. Soy Winter. Del... bueno, del hotel. ¿O del rancho? Del contrato
del posavasos. He localizado tu número y esperaba que pudiéramos charlar,
aunque juré que no volvería a ponerme en contacto contigo. ¿Puedes llamarme
cuando tengas un momento? Te lo agradezco. Adiós.

Aún no se lo he dicho, pero ya me siento aliviada. Afrontaré esto de frente.


Todo va a salir bien. Me paso la mano por el vientre aún plano y suspiro.

Voy a ser feliz.

―Hola, Theo. Soy Winter otra vez. No he sabido nada de ti y ya han pasado
unos días. A riesgo de parecer una loca, he mirado en la web de la WBRF y sé que
estás de gira otra vez. Entiendo que estés ocupado, pero realmente necesito hablar
contigo. Tengo algo muy importante que decirte.

―Theo. Hola. Espero que estés bien. Basándome en los resultados que veo en
Internet, parece que estás bien. No estoy tratando de ser un conejito pegajoso o
como carajo lo llames. Sólo necesito compartir cierta información contigo, y me
gustaría decírtelo directamente.

Winter: Hola, soy Winter. ¿Habla Theo Silva? ¿Recibes mis mensajes de voz? Ya
dejé tres.

Winter: ¿Eres consciente de que he leído los acuses de recibido? Sé que has visto
mi texto.

Theo: Sí. He recibido tus mensajes de voz. No me interesa hablar.


Winter: Escucha, estoy tratando de no ser una perra completa contigo en este
momento. Pero, por favor, ¿puedes llamarme? Necesito decirte algo.

Theo: Pues dímelo.

Winter: ¿Por mensaje de texto?

Theo: Sí.

Winter: Bien. Esa noche en el hotel, un condó n debe haberse roto. Estoy
embarazada. El bebé es tuyo. Pensé que podría interesarte.

Theo: Gracias por avisarme.


Ocho
Winter
Dieciocho meses después...

Winter: ¿Está bien?

Harvey: Sí, mi mundo es su gimnasio de la selva. Sube y baja las escaleras. Ahora
baja bastante rá pido. Incluso trató de subir la barandilla. No deja de moverse
mucho.

Winter: Harvey. Por favor, no digas esas cosas.

Harvey: Si no fuera grosero, le preguntaría si su papá secreto es un mono.

Winter: Bá sicamente acabas de preguntar eso.

Harvey: ¿Dó nde está la pregunta?

Winter: Voy a volver.

Harvey: No. No lo hará s. Si puedo mantener vivo a Rhett, entonces Vivi será pan
comido.

Winter: De alguna manera eso no es muy reconfortante. Rhett está loco.

―Esto va a ser divertido, Winter. Ya lo verás. ―Willa me da una palmadita en


el hombro y la miro de reojo.

―Vivi se lo va a pasar en grande con Harvey. ―Summer me aprieta la rodilla.


―¿Han planeado esta charla de ánimo? ―Cruzo los brazos y miro fijamente el
anillo de tierra frente a nosotros.

Willa se encoge de hombros con una leve sonrisa en los labios.

―Sloane nos dijo que podrías necesitarlo, pero que teníamos su permiso para
sacarte de esa casa pateando y gritando.

―Es fácil para Sloane decirlo mientras está de viaje con Jasper. Voy a hacer
FaceTime ella más tarde y darle un pedazo de mi mente.

Me relamo los labios y observo el mar de gente que tengo delante. Summer y
Willa no responden, pero estoy segura de que ponen los ojos en blanco al ver lo que
nos rodea.

Es el tercer día del primer Rodeo anual de Chestnut Springs y me siento como
un sociólogo viendo cómo transcurre todo. El pueblo es pequeño y encantador.
¿Pero el recinto ferial este fin de semana?

Ni siquiera sé qué carajo es esto. Wranglers, botas de vaquero, cinturones de


diamantes de imitación.

Hasta los niños van vestidos de vaqueros y vaqueras. Es como si estuviera en


una de esas recreaciones históricas en las que todos los idiotas se visten de
caballeros y reyes.

Excepto que aquí, todos los idiotas se visten de vaqueros.

―Hay niños por todas partes ―anuncio―. No entiendo por qué no pude
traer a Vivi conmigo. Apenas se notaría que va en el portabebés.

Summer se acerca y aprieta su cuerpo contra el mío. No voy a admitirlo, pero


me gusta. No. Me encanta. Llegar a conocer a mi hermana como siempre he
querido durante los últimos dieciocho meses ha sido un punto brillante en mi vida.

―Te fijas en ella ―dice Willa―. Ya tiene nueve meses. Te has sacado
leche como para alimentar a un orfanato. He visto el congelador, así que no
intentes decirme lo contrario. Ella va a divertirse y tú también lo harás. Necesitas
esto. La primera vez que dejé a Emma también fue duro, pero yo... Winter, confía
en mí. Te sentirás como antes después de esta noche. No puedes hacerlo sola.
Tendrás que volver a...

Summer la interrumpe con una mirada severa y yo casi pongo los ojos en
blanco. Cree que no sé lo que Willa estaba a punto de decir?

Volver al trabajo.

Un año. El hospital de Chestnut Springs me ha concedido un año de baja por


maternidad, que está llegando rápidamente a su fin. El 21 de septiembre es el día
que he marcado en rojo en el calendario.

Ojalá alguien me hubiera dicho que una vez que tuviera un bebé, todo lo
demás me importaría un carajo. Actúan como si necesitara esta noche fuera, pero
no siento que sea así. Ya la echo de menos aunque me he pasado las dos últimas
semanas diciendo que lo único que quiero es que nadie me toque durante unas
horas.

Y no quiero sentirme como antes. Mi antigua yo estaba enfadada, amargada y


sola.

De acuerdo, todavía no soy un rayo de sol, pero he pasado página desde que
me mudé a Chestnut Springs.

―Voy por unas copas ―anuncia Willa, dando palmadas en sus muslos
vaqueros, y yo sólo puedo asentir mientras Garth Brooks suena a todo volumen en
los altavoces y hombres con polainas de cuero dan vueltas a mi alrededor.

Puede que sean idiotas, pero tendría que estar ciega para no apreciar las cosas
que este atuendo hace por el culo de un hombre. Todo el mundo habla de un
hombre en traje, pero no puedo evitar preguntarme si alguna vez han visto a un
hombre en Wranglers y chaparreras.

¿Qué traje?

Summer choca su hombro contra el mío.

―Gracias por venir.

Le devuelvo el golpe.
―De nada.

―Rhett y Beau han estado trabajando muy duro en este evento. Sé que ellos
también aprecian que estés aquí. ―Asiento con la cabeza―. Creo que tu sugerencia
de algo que pudiera darle un propósito a Beau fue útil. Cada vez parece más él
mismo. Planear este rodeo ha sido divertido para él.

Es verdad. Lo he dicho. Porque lo he visto antes. Un veterano entra en una


nueva fase de su vida y se siente monumentalmente perdido, como si todo lo que
era importante para él ya no lo fuera.

Arrugo la nariz y miro hacia otro lado. Por mucho que me resista a dejar a
Vivienne, hay una pequeña parte de mí que se siente identificada. Urgencias era
emocionante. Cada día ocurría algo nuevo. Trabajé muy duro para llegar allí, para
convertirme en el mejor médico que podía ser. Y ahora me he centrado en ser la
mejor madre posible.

Lo echo de menos.

Echo de menos esa parte de mí.

―Oh. ―Summer se ilumina y se sienta a mi lado―. Ahí están ellos.

―¿Ellos?

―Rhett y Theo.

Theo.

El corazón se me para en el pecho y las extremidades se me congelan. Al


mismo tiempo, mi estómago cae rápido y con fuerza, como si bajara directamente
del punto más alto de una montaña rusa. Excepto que el carro se sale de las ruedas y
se estrella directamente contra el pavimento.

Así es como me siento ahora mismo.

―¿Theo? ―Mi voz no me traiciona. Sale perfectamente suave. Perfectamente


inafectada.
―Si. Ya sabes... El protegido de Rhett. Creo que tú y él tuvieron una pelea a
gritos en el rancho hace un par de Navidades.

Me burlo.

―Gritarle a alguien no es mi modus operandi.

―No lo es, pero podría escucharte desde dentro.

Mi hermana pequeña me lanza su mirada de sabelotodo. La que he llegado a


conocer bien durante el último año y medio. No sé qué tipo de karma estaba
trabajando a mi favor para que Summer dejara atrás todos los años de tensión tan
fácilmente. Y aún no he encontrado las palabras para agradecérselo.

Estuvo a mi lado mientras estaba embarazada y sola. Estuvo en la sala de


partos tomándome de la mano.

Estaba en mi casa, llenando mi congelador de comidas cuando llegué a casa.

No estoy seguro de merecerla, pero soy demasiado egoísta para no engullir lo


que me está dando.

―Debes haber escuchado mal. ―Resoplo, observando a la multitud antes de


mirarme las uñas. Las que todavía no me he hecho, aunque juré que era una de las
primeras cosas que iba a hacer cuando me fuera de baja por maternidad.

―¿Por qué está aquí? Creía que esto era un rodeo de Podunk, no el lujoso
circuito de monta de toros que hacen.

Summer me da un codazo.

―Ahora vives en este pueblucho, ¿recuerdas?

Lo recuerdo. Y me encanta. La misma casita a la que Sloane me ayudó a


mudarme.

―De todos modos, vino a hacer una demostración. Rhett pensó que si traía un
gran nombre, podría ayudar a atraer a la multitud un poco.

Echo un vistazo y no puedo negar que su plan ha funcionado. Está lleno.


―¿Pensé que Theo no era tan bueno? ―Miento. He comprobado sus
estadísticas.

Summer suelta una carcajada.

―Siempre ha sido bueno, quizá un poco propenso a las lesiones. Pero en el


último año ha dado un giro. Cambió su enfoque. Ahora es el mejor, siguiendo los
pasos de su padre. Ya está planeando las finales en Las Vegas. Se siente como si
fuera su año, ¿sabes?

Mis labios se fruncen. Lo que quiero decir es qué conveniente para él. Yo me
tomo la baja por maternidad y él nivela su carrera porque se ha lavado las manos
de cualquier responsabilidad. No es que esperara que hiciera nada. Pero aún así me
duele.

No lo necesito. Nunca lo necesité. Pero me hizo daño de todos modos.

Gracias por avisarme.

A veces esa frase me despierta por la noche. Tenía la esperanza de que,


aunque éramos claramente incompatibles, él quisiera desempeñar algún papel en
la crianza de la hija que hicimos. Después de todo, toda mi vida he visto a mi padre
mimando a una niña nacida de una aventura. Hubo momentos en que lo
envidié por eso, ¿pero ahora? Ahora, puedo respetarlo por cómo manejó a
Summer, incluso si me falló en el proceso.

―Genial ―es lo que respondo. Y no es algo que yo diría nunca, por eso
Summer se vuelve y me mira con desconfianza.

―Qu...

―¡Summer! ―Willa llama desde el final de la fila de gradas donde lleva tres
copas en cada mano. Supongo que todos esos años de camarera no fueron un
desperdicio―. ¿Sabías que tienen mimosas en la carpa de la cerveza?

Mi hermana junta los labios y baja la mirada.

―Podría haberlo sabido, sí. ―Las mimosas son lo suyo. A menudo organiza
un ‘Boozy Brunch’, como lo llaman ella y Willa.
―Hombre, Rhett puede ser muy romántico a veces. ―Willa se agacha y
empuja los vasos de plástico en nuestra dirección―. Ayuda a una chica.

―¿Por qué hay seis? ―Arrugo la nariz, con la mente todavía en el imbécil
demasiado guapo del jinete de toros cerca de la puerta. ¿Actúo con normalidad?
¿Le doy una patada en los huevos?

¿Lo ignoro?

―No lo sé, Winter. Tú eres la médica aquí. ¿Cuántas manos tenemos entre
todas?

Miro hacia abajo, como si necesitara una representación visual de cuántas


manos hay entre tres humanos.

Dios. Theo Silva tiene un don para hacerme perder el juicio. Casi creo que no
debería beber. Quizá haya algo químico entre nosotros, porque cuando lo miro por
debajo de mis pestañas, veo un destello de sus dientes blancos y casi siento el
estruendo de su risa cuando echa la cabeza hacia atrás. Tan despreocupado.

Y mostrando su nuez de Adán. Recuerdo cómo subía y bajaba cuando me


arrodillé frente a él. Su cabeza se inclinó hacia atrás de forma similar cuando tomé
su longitud y...

―Winter, deja de ser tan aguafiestas. ―Willa me pone las dos copas en las
manos, que ahora están húmedas y apretadas sobre mis vaqueros.

Mis dedos se pliegan alrededor de los vasos de plástico húmedo y miro las
botas nuevas que tengo en los pies. Unos botines vaqueros de color marrón pálido
con la puntera adornada de metal. Porque, al parecer, no puedo llevar zapatos
normales a este evento sin convertirme en una especie de paria.

Las botas de piel de serpiente de Summer son un toque sutil con su camiseta
blanca WBRF. Pero Willa ha adoptado el estilo de vida. Las botas. Los vaqueros. El
cinturón brillante con su melena cobriza alborotada y rizada como una Barbie de
rodeo.
Las dos hablan a mi alrededor sobre el evento. La alineación de hoy. La última
noche del rodeo de tres días y qué éxito ha sido.

Doy un sorbo a mi mimosa y me esfuerzo por mantener la calma mientras


pasan los acontecimientos. Barriles, lazo, algo en lo que los niños pequeños
intentan mantenerse sobre las ovejas y todos se ríen cuando se caen. Summer y
Willa me acarician la espalda e intentan entablar conversación conmigo. Creen
que estoy preocupada por Vivi, pero lo único en lo que puedo pensar es que su
padre está ahí mismo, joder.

He imaginado este momento en mi cabeza un millón de veces. Lo que haría.


Lo que diría. He oscilado entre odiarlo y comprender su elección.

Pero nunca he superado cómo su reacción no coincide con el hombre que


pensé que conocí esa noche. Claro, él era salvaje y despreocupado, pero se sentía
como un alma vieja de alguna manera. Había dulzura en él.

Una aspereza también.

Basta, Winter.

Pestañeo, no quiero ir allí.

―Oh, aquí va Theo.

Levanto la cabeza y, efectivamente, el hombre que sujeta el micrófono en


medio del ring está hablando de Theo. De su padre, Gabriel, y de su legado familiar.
De sus logros y victorias.

Pero mis ojos están clavados en Theo, su culo luce demasiado bien en esos
vaqueros. Puedo estar resentida con él y aún así gustarme su culo. Eso es
perfectamente aceptable.

―Joder. Está bueno, ¿verdad? ―Willa da un sorbo a su bebida de naranja sin


mirarnos ni a Summer ni a mí. Luego continúa―: ¿Qué? Todavía puedo mirar
escaparates.

Mi hermana resopla, pero yo me siento de madera. Hueca. Theo sube a la


valla, el toro se agita entre las puertas metálicas. Pero a él no le afecta.
Le importa un carajo.

Su barbilla barbuda se inclina hacia abajo mientras su mano enguantada tira


metódicamente de una cuerda. No tengo ni idea de lo que está pasando. Parece que
se está masturbando con la cuerda, y me asombra cómo puede parecer tan
tranquilo a pesar del caos que le rodea.

―¿Intentas echarle una maldición, Win? ―Summer me da un codazo y yo le


ofrezco una débil sonrisa, intentando disimular lo loca que debo de parecer
mirando al hombre que todo el mundo cree que odio.

A quién odio.

―No, sólo estoy interesada. Nunca había visto montar toros en directo.

―¿Ves mucho en la tele? ―Willa se ríe.

No, en mi portátil es lo que casi respondo, pero eso levantaría algunas cejas. La
verdad es que, cuando intentaba localizar a Theo, a veces miraba sus rodeos.

―Ese será el día ―respondo, obligándome a escudriñar el anillo. Pero mis ojos
siempre vuelven. El casco sobre su cabeza no oculta la expresión de concentración
de su rostro. La forma en que saca la lengua por encima de los labios mientras se
agacha sobre el toro.

Con un rápido movimiento de cabeza, abren de un tirón la puerta y el toro


irrumpe en el ruedo, con la cabeza pegada al suelo y las pezuñas traseras tan altas
que casi besan el sol poniente. Mi corazón palpita tan fuerte que me hace vibrar las
costillas, mientras la multitud que nos rodea aplaude.

Por un breve momento, espero que se caiga. Espero que no llegue a los ocho
segundos. Es mezquino y bajo, pero hay una amargura en mí por el hecho de que él
podría tan fácilmente alejarse de mí. De ella.

Pero tampoco me gusta mucho la idea de que el padre de mi hija sea un


perdedor. Al menos podré decirle algún día que sabe montar un toro
excepcionalmente bien. Y eso ya es algo, aunque no compense que no forme
parte de su vida.
Theo echa sus anchos hombros hacia atrás, con la mano en alto. Parece
perfectamente controlado, o todo lo controlado que se puede estar con un animal
de mil kilos que lo único que quiere es tirarto al suelo, supongo.

Y es a Theo a quien lleva a la mugre.

Un hombro caído, un giro brusco, y el cuerpo de Theo se lanza hacia el suelo


como un dardo de césped.

Jadeo. Pero también lo hacen todos los que nos rodean. Y cuando el toro se da
la vuelta para marcharse, y pisa el hombro de Theo en el proceso, se escucha un
coro de ‘Ooohs’, pero me levanto y me pongo en marcha antes de tener tiempo
siquiera de hacer ruido.

Me apresuro a pasar junto a la gente sentada en el banco y me dirijo


directamente hacia la valla del estadio. La culpa me revuelve el estómago, como si
hubiera querido que le pasara esto.

¿Qué clase de médica soy?

Una amargada.

Ignoro la respuesta y me agacho a través de la valla. El payaso del rodeo atrae


al toro hacia la salida, y se me pasa por la cabeza que Vivienne no tiene por qué
quedarse huérfana si ese toro decide darse la vuelta.

Pero todo mi entrenamiento de emergencia se pone en marcha, y sigo


adelante de todos modos. Los vaqueros rodean el cuerpo de Theo, incluido Rhett,
que parece angustiado.

―Múevanse. ―Empujo físicamente a un hombre a un lado y me introduzco en


el círculo de gente que rodea a Theo. Caigo de rodillas junto a su cabeza, observando
su cuerpo inmóvil. Mis manos sujetan los laterales de su casco, manteniéndolo en
su sitio hasta que lleguen los paramédicos. Me inclino sobre él y veo que su
pecho sube y baja, pero necesito oír su respiración, necesito más pruebas.

El silencioso silbido del aire golpea mi mejilla justo cuando su picante aroma a
cítricos llega a mi nariz. La gente está demasiado cerca. Se ciernen. Empujando.
―¡Atrás! ―Ladro bruscamente.

―No pasa nada, es médica ―escucho decir a Rhett detrás de mí―. Todos
retrocedan un poco.

La presión de los cuerpos a nuestro alrededor retrocede. Escucho suaves


sollozos femeninos y casi siento la vibración de la ansiedad a mi alrededor. Cuando
miro por encima del hombro, veo a una chica vestida de rodeo con la cara
maquillada.

Está llorando.

Y todas las posibilidades de lo que eso significa pasan por mi cabeza. Tengo
que recordarme a mí misma que yo fui el entretenimiento de una noche. Eso es lo
que pedí, y probablemente encontró a alguien que quería más.

Miro a Theo y siento una punzada de nostalgia. No por mí, sino por todo lo
que nos hemos perdido. Después de dieciocho meses separados, es tan guapo como
lo recordaba. Incluso más.

Y joder, se parece tanto a Vivienne. Es casi alarmante. No entiendo cómo


nadie se ha dado cuenta todavía. No hace falta ser médico para ver que es idéntica a
él.

Sin darme cuenta, la yema de mi dedo anular, felizmente desnudo, ha


empezado a acariciar la piel desnuda de su cuello. Bronceada y cálida.

Y una vez que me doy cuenta de que lo estoy haciendo, no paro.

―Por favor, que estés bien ―murmuro en voz baja.

Y entonces sus ojos se abren, sus largas pestañas oscuras se levantan para
revelar esos oscuros ojos de ónice. Tardan un minuto en enfocarme y entonces una
pequeña sonrisa confusa se dibuja en sus labios.

―Hola, Tink.
Nueve
Theo
Siseo cuando caemos en un bache. No es tan malo como el camino de tierra
que sale del recinto ferial, pero tampoco es ideal.

La otra cosa que no es ideal es la pequeña rubia que se está guisando en la


esquina de la ambulancia. Ni siquiera puedo girarme para mirarla bien con la
cabeza atada así a la tabla. Si no me doliera reírme, me reiría ahora mismo.

Sabía que volvería a verla en algún momento, pero esto no es exactamente lo


que había imaginado.

Por el rabillo del ojo, la veo mirarse una mano mientras con el brazo contrario
se rodea el torso.

Lo que me despertó fue su vocecita sarcástica ladrando a todo el mundo que se


apartara, y la sensación de su dedo acariciándome el cuello. Antes incluso de abrir
los ojos, supe que era ella. Ha pasado más de un año, pero aún recuerdo cómo
sentía sus manos sobre mí. Cómo se sentía bajo las mías, húmeda y retorciéndose.

Creo que lo pasamos bien. Realmente bien.

―¿Por qué me ignoras? ―La sola vibración de mi voz en el pecho me produce


descargas de dolor en la clavícula.

Sé que está rota, porque sobresale a través de la piel. Me desmayé por segunda
vez cuando levanté la mano y pasé los dedos por el borde dentado.

Winter inclina la cabeza y me mira sin impresionarme.

―Debes estar de broma.


―Escucha, sé que dijiste que era un secreto, pero sólo estamos nosotros aquí.
Así que puedes dejar de fingir que no fue el mejor sexo que has tenido. ¿Cuántas
veces te hice...?

―Theo. Cállate ―suelta, pero no con su habitual aire de Campanilla. Hay algo
que no puedo ubicar.

Dolor.

Y me silencia.

Los minutos llenos de silencio se extienden entre nosotros. El zumbido de la


carretera bajo los neumáticos de la ambulancia y el ligero traqueteo de los cajones
de la parte trasera son nuestros únicos compañeros.

La ansiedad sustituye al malestar como lo principal que siento. Hay una


pesadez desconocida. No esperaba volver a verla y, desde luego, no esperaba que me
diera la espalda, ni siquiera ella.

―¿Cuántas conmociones has tenido, Theo? ―Su voz carece de emoción, pero
es segura. Muy de médico.

Suspiro.

―Muchas.

―¿Cuántos son muchas?

―¿Hablamos de diagnóstico o de sospecha?

Su cabeza se aparta.

―Jesucristo.

―La última vez que conseguí una, me dijeron que no consiguiera más.

―¿Hace cuánto fue eso?

―Probablemente hace tres conmociones cerebrales.

Su cabeza se golpea contra el asiento al que está atada.

―Ni siquiera puedo decir si estás bromeando ahora mismo.


―No estoy bromeando, sólo trato de aligerar el golpe. No es un juego de
palabras.

La veo sacudir la cabeza, pero no dice nada. Estoy bromeando un poco. Me


impide caer en un pozo de desesperación por ver cómo la temporada más épica se
va al garete ante mis ojos. Todo mi duro trabajo y sacrificio se esfumaron porque le
hice un favor a un amigo y me ofrecí a hacer una monta de demostración en su
rodeo de pueblo con un toro ‘fácil’.

Épicamente estúpido. Como muchas de las decisiones que he tomado en mi


vida.

―Cuando empecé, no creía que llevar casco fuera tan genial.

―Sí, las lesiones cerebrales te hacen parecer tan genial ―se burla, con la
mandíbula desencajada por la tensión.

―¿Has visto el episodio de Anatomía de Grey en el que McDreamy muere?

Su expresión es la de un niño, llena de desprecio. Pero de alguna manera es un


poco más ligera.

Lo acepto. Me encanta ver a esta mujer descongelarse.

―¿Me estás diciendo que ves Anatomía de Grey?

―Cada episodio de las dieciocho temporadas.

Parece confusa.

―¿Por qué?

Voy a encogerme de hombros y al instante me arrepiento.

―A mi madre le encanta. Cuando era más joven y vivía con ella, la veíamos
juntas todos los jueves. Ahora la veo solo y luego la llamo para hablar de ella. Es la
única razón por la que aún tengo cable.

―¿Con qué frecuencia? ―Los ojos de Winter se abren cómicamente.

―Cada semana. Bueno, mientras dure la temporada.

Me mira como si fuera un animal exótico en un zoo.


―Eso es...

―¿Vas a decir raro? No te molestes. No me convencerás. Nunca pensé que


fuera tan raro. Claro, los chicos se han burlado de mí por ello a lo largo del camino.
Pero me importa una mierda. Es mi madre. Es lo menos que puedo hacer por ella.

Winter casi se sacude en su asiento antes de dejar caer los ojos sobre su regazo.
Dice en voz baja―: No iba a decir raro.

―Te vas a asegurar de que hagan un TAC para que eso no pase, ¿verdad?

Levanta la cabeza.

―¿Qué?

―¿Te acuerdas? Estábamos hablando del episodio en el que Derek muere.


¿Estás seguro de que soy yo el que tiene una conmoción cerebral?

―No soy Meredith. Y ciertamente no eres McDreamy.

―Se casaron con una nota Post-it.

Sus cejas se fruncen.

―¿Y?

―E hicimos un contrato sexual en un posavasos. ¿Qué era? Sólo una noche.


Nunca se lo contamos a nadie...

No necesito preguntar. Sé lo que hay en ese posavasos, y estoy intentando ver


si ella también lo sabe.

La ambulancia se detiene y ella me mira fijamente, sin mover los labios. En


blanco, helada y completamente indiferente.

―Eso no es gracioso, Theo.

―No estaba tratando de ser gracioso...

―Bien, ya estamos aquí ―anuncia el paramédico mientras abre de un tirón las


puertas. Veo el reflejo de las luces rojas parpadeantes que rebotan en el hospital.
Y la silueta de Winter escapando de la ambulancia, alejándose de mí lo más
rápido posible.

Abro los ojos parpadeando para ver la habitación del hospital que me rodea.
Luces tenues. Un pitido constante. Sequedad en la boca.

―Debes disfrutar pasando tiempo en el hospital ―bromea Rhett desde mi


lado.

Aprieto los ojos una vez más para orientarme y finalmente gruño―: Espero
que tu estúpido rodeo haya sido un gran éxito, imbécil. ¿Dónde está mi perro? Una
de las chicas lo estaba vigilando.

El sonido de Rhett moviéndose en una silla de hospital de vinilo se une al


coro de pitidos.

―No te preocupes, Summer lo tiene. Bien podría ser un niño, teniendo en


cuenta que acaba de enviarme una foto de él en nuestra cama con ella. Y no es culpa
mía que hayas dejado caer ese hombro interior como un novato. Derecho al pozo.

Mis ojos se abren solo para poder fulminarle con la mirada.

―Divertidísimo. La mejor temporada de mi vida se ha ido al traste porque te


he hecho un favor y tú estás aquí sentado diciéndome lo que he hecho mal. La
próxima vez, monta tú mismo el puto toro. Tú eres el que todo el mundo quiere ver
de todos modos.

Sus labios se aplastan y sus brazos se cruzan.

―La gente estaba allí para verte, Theo. No te engañes.

Desvío la mirada y me doy cuenta de que los medicamentos que me dieron


después de la operación están haciendo un gran trabajo, porque no siento ningún
dolor.
―La gente viene a verme porque soy el hijo de Gabriel Silva y tu protegido. No
porque tenga méritos propios.

Los ojos ámbar de Rhett se entrecierran, con las manos juntas bajo la barbilla.

―Eso no es verdad.

―No me vengas con cuentos, Eaton. Dime por qué se me conoce en la WBRF.

Sus labios se crispan.

―Persiguiendo la cola.

Me trago mi frustración y me centro en el techo. Joder, odio eso por mí.

―Theo, te vas a romper un diente rechinando las muelas así. Todo el mundo
sabe quién eres porque estás cuajando una de las temporadas más impresionantes
que se han visto. Una mejor racha que la que tu padre o yo hemos tenido. Eso
seguro.

―Demasiado para eso.

―No seas pesimista. No te queda bien.

―Se me permite tener un momento, Rhett. Te he visto preocuparte por cosas.


Recuerdo lo mucho que te enfurruñaste cuando te asignaron a Summer como
niñera. Esto es diez veces peor. No tengo que estar siempre de buen humor.

―Volverás esta temporada. Estás lo suficientemente adelantado como para


lograrlo. Nos aseguraremos de que...

Una voz ligeramente elevada entra desde el pasillo a través de la puerta


abierta.

―¿No le revisaste la cabeza?

Uno más profundo responde.

―Estaba perfectamente alerta. Riendo. Bromeando. Voy para allá ahora. Ya


está despierto.
―¿No has visto el episodio de Anatomía de Grey en el que muere Derek
Shepherd? Fue un pequeño TAC para comprobar el cerebro de un hombre que ha
tenido múltiples heridas en la cabeza...

―Winter, relájate.

Rhett me mira con los ojos muy abiertos.

―Si no te conociera mejor, diría que le gustas a Winter Hamilton. Ha sido un


puto terror ahí fuera, comprobando tus gráficos y exigiendo actualizaciones.

Estoy a punto de responder, pero un hombre corpulento de cabello canoso


entra en mi habitación.

Se detiene cerca de mi cama, con las gafas bajas sobre la nariz, mientras mira
fijamente un portapapeles.

―Sr. Silva, soy el Dr. Forrester. Me alegro de verlo despierto. La operación ha


ido bien.

Winter viene detrás, imitando a Campanilla, y no puedo evitar sonreír.

―¿Cómo está tu cabeza?

―Winter ―la amonesta el médico mayor.

Me molesta. Se presenta como doctor, pero llama a Winter por su nombre de


pila.

―Doctora Hamilton ―corrijo, dejando que el acero se filtre en mi voz.

El hombre me mira, con la cabeza ladeada.

―¿Sí? ¿Qué pasa con ella?

―Sigues llamándola Winter. Pero ella trabaja aquí, ¿verdad? Es la Dra.


Hamilton, ¿no?

Un silencio incómodo impregna el espacio. Tres pares de ojos se clavan en los


míos. Rhett está divertido. El Dr. Forrester está desconcertado. Y Winter está
confundida.

El hombre se aclara la garganta y me ofrece una sonrisa plana.


―Bien, bueno, sí. La doctora Hamilton está preocupada por el traumatismo
craneal, pero le he asegurado que lo más probable es que sufras una conmoción
cerebral. El casco es lo que te ha salvado.

―Lo llevaré yo misma a que le hagan un TAC, entonces.

El otro médico deja escapar un atribulado suspiro y Rhett no puede reprimir


una carcajada.

Tengo que confesar que estoy un poco perdido en cuanto a por qué Winter se
preocupa tanto por esto. Pero no me enoja. Si ella quiere jugar al doctor, yo seré el
paciente.

―Creo que la Dra. Hamilton tiene razón ―digo, clavando mis ojos en los
suyos aunque me dirija al otro médico de la sala―. Me gustaría hacerme un
TAC, por si acaso. No me gustaría hacer un McDreamy. ―Sus labios se aplastan y
mira hacia otro lado. Estoy seguro de que esa es su versión de contener la risa―.
Pero primero, ¿cómo ha ido la operación? ¿Todo arreglado? ¿Cuándo puedo
volver?

―La cirugía fue un éxito. Tienes unos tornillos nuevos y relucientes que van
con la placa a lo largo de la clavícula derecha. Vas a tener que hacer fisioterapia,
sin embargo. Creo que volverás a tus actividades normales en unos tres meses. Eres
joven y estás en forma. Tendremos que ver cómo se curan esos huesos. Podría ser
antes. Aunque no te recomiendo que vuelvas a montar un toro.

Winter se burla y pone los ojos en blanco, con la cadera levantada y el pie
golpeando el suelo pulido.

―¿Algo que añadir, Dra. Hamilton? ―Esta vez usa las palabras correctas, pero
la forma en que dice es casi peor.

―Sí, en verdad. ―Sus ojos se entrecierran y no se echa atrás en absoluto―. Su


trabajo es montar toros. Decirle que no vuelva a subirse a uno no sirve de nada.
Tenemos que idear un programa de rehabilitación que se adapte a él como atleta.

―Excelente idea, Dra. Hamilton. Me encanta su exuberancia juvenil. ―Sonríe


y guarda su bolígrafo en la parte superior del portapapeles―. Si te apasiona tanto
su plan de rehabilitación, te invito a que vuelvas de tu permiso de maternidad y te
hagas cargo.

¿Permiso de maternidad?

Winter palidece y sus mejillas pierden el rubor ante mis ojos. Se muerde el
labio y asiente, ignorando mi mirada de una forma tan poco natural que me hace
mirarla aún más fijamente.

―Tal vez lo haga ―dice con frialdad. Luego gira sobre sus talones y sale de la
habitación. La decepción se me revuelve en las tripas, porque desde aquella noche
me he encariñado con ella. Y claramente lo cubrí bien, porque Rhett nunca sacó el
tema. O a ella en absoluto. Pero no me importaba. Pensé que cuando el polvo se
asentara para los dos, estaría de vuelta, molestándola para que me diera más de una
noche. Tal vez para que me diera la oportunidad de más. Como tal vez si me
recompusiera suficiente, sería digno de ese disparo.

Claramente ese barco ha zarpado. Ella quería esto. Y yo debería alegrarme por
ella. Pero después de todo lo que ha pasado hoy, no me siento feliz en absoluto.
Diez
Winter
Un aullido estridente me despierta de lo que debe ser una sola hora de sueño.

Yap. Yap. Yap.

Me pregunto si el juramento que hice de proteger vidas se extiende a los


perros, porque después de dos días en el infierno de la dentición, estoy lista para
asesinar a alguien. Un perro es un blanco fácil.

Uno pensaría que después de años de residencia y sesiones de estudio hasta


altas horas de la noche, estaría preparada para esta fase de mi vida. Pero esto es lo
más agotado que he estado nunca.

Soy una bolsa de leche andante y parlanchina y la única fuente de consuelo


para la pequeña humana más preciosa que he visto jamás. Uno pensaría que una
noche lejos de ella sería lo que necesitaba, pero en lugar de eso, el rodeo se fue a la
mierda y la eché tanto de menos que me dolió.

Yap. Yap. Yap.

Me cubro la cara con un brazo y gimo, pero lo dejo cuando recuerdo que
anoche cedí y dejé a Vivienne en la cama conmigo. Sé lo que dicen los libros de
bebés. Conozco los métodos. Conozco las normas.

Pero nadie te dice lo cansada que estarás, lo completamente abatida. Ya no me


importa que sea independiente. Sólo quiero dormir. Y si así es como lo hago, que le
den por culo a todos esos consejos. Soy médico. Pregúntame cómo el agotamiento
causa estragos en un cuerpo.
Yap. Yap. Yap.

Me doy la vuelta y miro a la pequeña que duerme a mi lado. Es tan guapa que
me duele el pecho. Su respingona nariz parece tener un punto de rotulador en la
punta. Mejillas regordetas, llenas y sonrosadas incluso mientras duerme. Piel
perfecta. ¿Por qué la piel perfecta se desperdicia en un bebé? Parece injusto.
Hubiera preferido tener arrugas de bebé a tener esta piel suave y tersa ahora.

Sin embargo, son sus pestañas las que siempre me atrapan. Parecidas a las de
su padre. Gruesas, oscuras y largas.

Casi como una de esas muñecas con tapas pesadas que se abren y cierran.

Pero mucho menos espeluznante.

Yap. Yap. Yap.

Su cabello negro y liso se le cae por la cabeza cuando se revuelve, y la


frustración aumenta en mí. Juro que si algún maldito perro la despierta cuando
por fin está dormida, voy a perder los nervios.

Me deslizo fuera de la cama lo más suavemente posible, haciendo mi mejor


imitación de ninja para no mover la cama en absoluto. Gracias a Dios por la espuma
viscoelástica. Una vez fuera de la cama, enciendo la máquina de ruido blanco de la
mesilla de noche y rezo para poder salir de la habitación sin despertarla.

Este bungalow está lleno de encanto. Y por encanto, me refiero a suelos


que crujen. Pero creo que ya me sé de memoria esas tablas sueltas. Giro y giro,
combino pasos largos con otros entrecortados y, cuando mi mano rodea el pomo de
cristal de la puerta, rezo otra vez para que la puerta no chirríe.

Sé que hay que engrasar las bisagras o lo que sea, pero se me olvida. O me
siento demasiado cansada para preocuparme cuando tengo tiempo de hacerlo.

Esta es mi nueva realidad.

Yap. Yap. Yap.

Pero un perro ladrando al lado no es mi nueva realidad. Me niego a que lo


sea, así que me quito la bata de algodón de la puerta del baño y me la ciño. Con los
hombros erguidos, salgo por la puerta principal, pero piso el freno para evitar que
la mosquitera se cierre de golpe tras de mí.

―¿Qué demonios es...?

Me detengo en seco cuando mis ojos se posan en la valla blanca que separa mi
propiedad de la de al lado. Hay tres hombres sin camiseta sacando muebles de una
furgoneta.

Hago inventario de mí misma. Pies descalzos sobre cálidas tablas de madera.


El calor ya me lame el cinturón de la bata atado a la cintura.

¿Qué hora es?

El sol en lo alto significa que debe ser mucho más tarde de lo que pensaba.

Yap. Yap. Yap.

―¡Buenos días, Win! ―Mi cabeza se gira hacia los hombres y entrecierro los
ojos, dándome cuenta de que es Rhett con el cabello recogido en un extraño moño.
Mi mirada se desvía hacia un lado, reconociendo a Beau con el cabello recogido y
luego...

A él.

Han pasado siete días desde la última vez que vi a Theo Silva en el hospital. No
sé cuánto tiempo ha estado allí ni si le han hecho el TAC que pedí a mi enfermera
favorita antes de irme. No sé dónde ha estado, y estoy segura de que no sé qué está
haciendo aquí. Sin camiseta y con este maldito aspecto pecaminoso.

Es molesto que tenga que recordarle a mi cerebro que puede que esté bueno,
pero también es un mierda.

Gracias por avisarme.

Esa es la frase que lo hará.

―Hola, Tink ―me dice con una sonrisa burlona. ¿Y cómo se atreve a
sonreírme así después de todo? ¿Me deja embarazada, despega y vuelve a la ciudad,
mirándome como si fuera su próxima comida?
Que se joda.

―Estoy deseando ser tu nuevo vecino.

Se me cae la mandíbula y casi me río. ¿Qué clase de broma cruel es esta?


¿Planea vivir al lado de Vivienne y fingir que no es suya?

―Por encima de mi cadáver. ―Cruzo los brazos y su mirada baja desde mi


boca hasta el lugar donde mi bata se abre sobre la camiseta de tirantes que llevo
debajo.

―Winter, es casi mediodía. ¿Acabas de despertarte? ―pregunta Beau un poco


burlonamente. Me giro y recorro con la mirada su cuerpo fornido y luego el de
Rhett, que es el más larguirucho de los dos.

Theo está en algún punto intermedio. Soy como Ricitos de Oro eligiendo un
tipo. Demasiado fornido, cabello demasiado largo... y luego está Theo.

Incluso con un brazo tonificado en un cabestrillo azul marino, se ve bien. Y


odio a mi cerebro por prácticamente suspirar y decir justo a la derecha.

Un chihuahua marrón claro de hocico canoso corre en círculos estúpidos


alrededor de los pies de Theo calzados con zapatillas. Por un momento, siento que
he encontrado un alma gemela en el animal.

―¿Winter? ―La voz de Theo es más suave, un poco más apacible que la de los
otros dos―. ¿Estás bien?

Mis ojos se abren de par en par ante él.

―¿Estar bien? ―Mi voz se tiñe de incredulidad―. No, Theo. No estoy bien.
Ese perro no para de ladrar y no puedes vivir a mi lado.

Los otros hombres se ríen y vuelven a descargar el camión de mudanzas, pero


los labios perfectamente perfilados de Theo se curvan hacia arriba mientras su
cabeza se inclina, revelando la incisión a lo largo de su clavícula.

―¿Ah, sí? Supongo que tendré que revisar los estatutos. Encontrar la regla
que dice que no se me permite vivir a tu lado. Debo haberla pasado por alto. ¿Y
Peter? ―Hace un gesto hacia el perro, que tiene la frente demasiado grande y la
lengua fuera de la boca. Parece tener cataratas, lo que explica por qué mira a Theo
como si estuviera en la luna―. Está sordo y un poco ciego. Está estresado. Se
calmará cuando nos mudemos y nos sintamos como en casa. No suele ladrar.

Las náuseas me revuelven el estómago mientras me pregunto a qué demonios


está jugando.

―Theo ―se me quiebra la voz―. ¿Por qué estás haciendo esto?

Los tres hombres levantan la vista al escuchar mi tono de voz y me doy cuenta
de que este no es el lugar para tener esta conversación.

Theo frunció las cejas.

―Jasper me ofreció esta casa. Está cerca del gimnasio. Entrenaré allí mientras
me recupero, espero volver al circuito antes del otoño. No estaré aquí mucho
tiempo.

El cuchillo en mis entrañas se retuerce con más fuerza.

―¿Me estás tomando el pelo ahora mismo? ―Sueno sin aliento, débil. Sueno
conmocionada y Theo parece desamparado, totalmente confuso por mi reacción.

―Winter, aguántate. Apenas conoces al tipo ―grita Beau, con los músculos
abultados mientras lleva un sillón hacia la puerta principal―. No tienen que ser
amigos.

Quiero tomar una piedra y tirársela a la estúpida cabeza de GI Joe de Beau.


Amigos. Dios. Somos mucho más que amigos. Y nadie lo sabe excepto nosotros. Los
jirones de dignidad que conservaba cuando dejé a Rob eran todo lo que tenía y
admitir ante cualquiera que Theo tampoco me quería a mí era más dolor del que
estaba preparada para soportar.

Así que le dije a todo el mundo que había tenido una aventura de una noche y
que no recordaba quién era el tipo. El problema es que recuerdo esa noche con todo
detalle. Y me persigue.

Sacudo la cabeza hacia Theo, por primera vez siento que podría odiarlo de
verdad. Se me llenan los ojos de lágrimas, señal de que me largue de aquí.
Theo se acerca a la valla, con el rostro marcado por la preocupación. Levanta
el brazo bueno como si fuera a detenerme. Como si quisiera decirme algo.

Pero no quiero escuchar nada de lo que tiene que decir. Y yo no quiero


romperme aquí con los chicos mirando.

Así que me doy la vuelta y le digo por encima del hombro―: Calla a tu perro,
Theo. Si despierta a mi bebé, te castraré.

Entonces les doy un portazo en un arrebato de frustración. Entonces escucho


el grito asustado de Vivienne.

Entonces me hundo en el suelo y lloro también.


Once
Theo
―Me cuesta creer que Summer haya salido tan simpática cuando su hermana
salió así. ―Beau sacude la cabeza mientras baja la escalinata con las manos vacías.

―Winter es agradable. ―La frase sale con más fuerza de la prevista, más de la
apropiada para la situación. Pero creo que me he sentido protector con esa mujer
desde la primera noche que la vi.

Yo no sabía entonces lo desesperadamente que necesitaba a alguien para


ser. Que nadie había sido eso para ella. Que había estado valiéndose por sí misma
desde antes de necesitarlo.

Beau se burla.

―Con ese humor me sorprende que haya encontrado a alguien dispuesto a


embaraz…

―Beau, cállate ―le corta Rhett―. Ella ha hecho mucho por ti. Es de la
familia. Si vamos a hablar de sus estados de ánimo, tal vez es hora de hablar de los
tuyos, ¿eh?

Los dos hermanos se miran fijamente en el patio delantero de la casa que


alquilaré los próximos meses. Mi pecho vibra de tensión, en parte porque si estos
dos se vuelven locos el uno contra el otro, no voy a intervenir. Soy más listo que
eso.

Pero la tensión sigue creciendo en mí mientras me fijo en la parte de


estar dispuesto a dejarla embarazada. No sé cuántos años tiene el bebé ni cuánto
tarda el proceso más allá de los nueve meses, pero de repente me entran ganas de
sacar un calendario y comprobarlo.

Beau se queda mirando, pero no dice nada. Desde que desapareció en combate
en una misión en el extranjero, no ha vuelto a ser el mismo. Se ha curado
físicamente, pero es diferente. Más oscuro.

―Voy a dar un paseo ―murmura y deja de mirar a su hermano, con los


hombros caídos, mientras pasa junto a nosotros y sale por la puerta blanca.

Rhett apoya las manos en las caderas y suelta un largo suspiro.

―Odio cuando aparece esa versión de él.

―Sí ―es todo lo que respondo porque, bueno, no sé qué más decir. Aunque no
conozco bien a Beau, estoy lo bastante familiarizado con la familia Eaton como
para saber que Harvey le daría un buen rapapolvo por faltarle al respeto a Winter.

―Está mejorando, pero de vez en cuando me gustaría darle una paliza. Es


como si el hecho de que Winter se desviviera por ayudarle con el tratamiento en
casa le hubiera irritado de alguna manera.

―¿Qué ha hecho?

―No lo sé. Lo llevó con unos médicos para que lo ayudaran con las
cicatrices. Bastante seguro de que le dijo que necesitaba terapia, pero en cualquier
manera que Winter tendría de decirle eso, lo pasó mal. Es un paciente terrible,
siempre lo ha sido. Pero tampoco le cuenta una mierda a nadie, eso tampoco es
nuevo.

Pienso en cómo me he sentido, pasando de capaz a lesionado, y puedo verlo.


Ver a estos dos descargar la camioneta mientras yo muevo cosas más ligeras con
una mano no me hace sentir precisamente útil.

―Cuanto más lo veo ahora, más me doy cuenta de que incluso cuando estaba
en casa, no lo estaba. Siempre estaba en alguna misión. Entraba y se mostraba feliz
y despreocupado. Pero no puedo evitar preguntarme si era una actuación. ¿Sabes?
Rhett mira hacia la acera, donde la silueta de Beau ha doblado la esquina de la
calle principal de Chestnut Springs. Tengo la sospecha de que no volverá en mucho
tiempo.

―Bien, bueno... Haré todo lo que pueda para ayudarte con el resto de esto.

Mi amigo se encoge de hombros y mira hacia la camioneta.

―No pasa nada. Puedo llamar a Summer, a ver si puede venir desde el
gimnasio para mover las piezas pesadas. Hagamos el resto.

No puedo evitar sonreír. Summer y él son tan buenos juntos.

―¿Crees que ella puede levantar más que tú?

Rhett esboza una sonrisa.

―No lo creo. Lo sé.

Con una risita, recojo a Peter, porque en cuanto empiece a andar, me va a


ladrar a los pies. Hay una lavandería en el sótano y allí se instalará con una cama,
comida y agua. Sólo espero que las paredes de hormigón ahoguen sus molestos
aullidos por haberse quedado atrás.

Le acaricio la cabecita.

―Cállate, ¿de acuerdo? No podemos tener a todo el mundo al lado llorando,


¿sí? No es de caballeros.

Se sacude en respuesta. Como lo hace un chihuahua. O eso aprendí cuando lo


llevé al veterinario porque no paraba de temblar.

Entonces vuelvo a tener todas mis pertenencias mundanas en la parte trasera


de la camioneta. No es mucho, porque nunca me he acurrucado en ningún sitio. En
los últimos cuatro años, he pasado la mayor parte del tiempo en la carretera. Paso
algunos días con mi madre en su casa de Emerald Lake, pero la mayoría de las
veces me quedo en el pequeño apartamento que alquilo en la ciudad. Es
prácticamente un trastero y no está muy bien equipado, pero es todo lo que he
necesitado.
Y la idea de vivir allí unos meses mientras me recupero me parecía
deprimente. Así que aquí estoy, siendo engullido por la familia Eaton. Ya ni
siquiera sé quién sugirió este arreglo de vivienda. ¿Summer? ¿Porque podría
rehabilitarme en su gimnasio? ¿Harvey? ¿Quién dijo que no debía estar solo?
¿Sloane? ¿Quién dijo que conocía la casa perfecta?

Quienquiera que fuese, no estaba triste por ello. Pero no sabía que Winter
viviría al lado.

Una vez que hemos colocado las cuatro sillas alrededor de la mesa cuadrada
del comedor, por fin me derrumbo y pregunto―: ¿Y qué pasa con Winter?

Rhett se pasa una mano por la frente.

―¿Qué quieres decir?

―No lo sé. Ella está viviendo aquí ahora. ¿Tiene un bebé? Ella...

Suelta una carcajada.

―No la acoses como aquella noche en la cena de Navidad. Ya tiene bastante


con lo suyo como para que te pongas a jorobarla como ese perrito tuyo.

Mi nariz se arruga.

―Peter no joroba.

―¿Por qué tu perro tiene nombre humano? Todo suena mucho más raro
cuando me imagino a un contable o algo así jorobando el aire. Además, Summer me
envió un vídeo de él jorobando mi almohada cuando lo cuidamos.

―Eso no es aire jorobando sin embargo. Eso es él jorobando tu almohada. No


lo juzgues.

Rhett suelta una carcajada.

―¿Sabes que ese perro se empalma al azar a veces? Como si estuviera sentado
ahí y le saliera su cohete rojo.

―Estarías en el mismo barco si no pudieras llevar pantalones.

―Deja que te toque el perro más cachondo del mundo.


Me río.

―No está cachondo. Son erecciones por estrés.

―¿Qué carajo es una erección por estrés?

Frotándome la mandíbula con una mano, intento mantener la compostura y


no estallar en carcajadas. Peter se merece mi defensa ahora mismo.

―Sólo se pone nervioso, o excitado, o sobreestimulado a veces y sucede.

Los hombros de Rhett tiemblan en silencio mientras cruza los brazos y se


apoya contra la pared.

―Theo, todo lo que hiciste fue describir las diferentes emociones que alguien
siente cuando tiene una erección normal.

―Es diferente. ―Aparto la mirada, mordiéndome el interior de la mejilla para


no sonreír―. Deja de meterte con Peter.

―Incluso le pusiste el nombre de un pene.

―¿Qué? Su nombre completo es Peter Pan.

―Peter es… ―Me hace señas para que me vaya―. Sabes qué, no importa. La
moraleja de la historia es: mantén tus erecciones por estrés lejos de Winter.

―¿Por qué?

―Porque ya tiene bastante con Vivi. No necesita que le des más trabajo.

―¿Tiene ayuda?

―¿Es esa tu forma de preguntar si está soltera?

―Jesús, Rhett. Dame un poco de crédito.

―Bien. ―Sonríe―. Sigo olvidando que ahora eres un monje. Pero no, ella no.
Está sola. Y esa mujer es una isla, así que si encuentras una forma de ayudarla que
no sea con tu polla, estoy a favor. Córtale el césped o algo, ¿sí?

No puedo evitarlo. Muevo las cejas hacia Rhett.

―Dios santo.
Pone los ojos en blanco.

―¿Qué? Acabas de dejarlo ahí. Sólo un perdedor no tomaría esa broma y


correría.

Le tiembla la cabeza, pero es todo sonrisas. Sé que se siente culpable por mi


lesión y que está aquí haciendo de mentor con esteroides para compensarlo.

―Entonces... ¿quién es el padre? ―Sigo presionando.

Los ojos de Rhett se entrecierran.

―¿Por qué?

―Sólo quiero saber en qué me meto cuando corto su césped. Como si veo a un
tipo merodeando, ¿debería preocuparme?

Rhett se burla.

―No tengo idea, hombre. Como dije, ella es una isla. Esa niña tiene nueve
meses y nadie tiene ni idea de quién es el padre. No se lo ha dicho a nadie. Dice que
estaba borracha y no se acuerda.

Y así, todas mis bromas se convierten en piedra y aterrizan pesadamente en


mis entrañas.

Realmente necesito mirar un calendario.

Conseguí mantener una sonrisa alrededor de Rhett mientras él y Summer


terminaban de ayudarme a mudarme. Pero incluso ellos se dieron cuenta de que
era forzada.

Cuando Rhett me preguntó si me dolía, le dije―: Sí. ―Pero no era mi


clavícula rota o mi cuerpo magullado. Era el nudo apretado constriñendo mi
estómago.
No me he movido de este sitio en mi sofá desde que se fueron. Lo primero que
hice fue abrir el calendario en mi teléfono. Peter está acurrucado en medio de mi
regazo, donde le gusta estar, roncando como si pesara mucho más de cinco kilos.

No seas tan duro con ella. Está muy cansada. Sólo hace lo que puede. Necesita
todo el apoyo posible, lo quiera o no.

La evaluación de Summer sobre la situación de su hermana no me hizo sentir


mejor. De hecho, me dio un poco de asco.

Porque tengo un presentimiento. Un instinto visceral. Y no quiero tener


razón. Porque si la tengo...

Dios. Si la tengo, la he jodido de verdad.

Un trueno afuera me sobresalta, pero Peter sigue roncando, lo bastante sordo


como para no darse cuenta. Felizmente inconsciente.

Joder.

¿Es eso lo que he sido?

Levanto al pequeño perro de mi regazo y lo aplasto contra la esquina del sofá,


cubriéndolo con una manta peluda para que solo asomen su cabecita y la mirada
sucia que me dirige. Tiene la punta de la lengua metida entre el enorme hueco de
los dientes que tuve que quitarle, y el hocico está salpicado de pelos grises.

―Ahora vuelvo. No me mires así.

Hace un pequeño gruñido y cierra los ojos como despedida. Y entonces


estoy levantando pies de plomo por el suelo, temiendo a partes iguales ir a la puerta
de al lado y sintiéndome arrastrado de una forma contra la que no puedo luchar ni
resistirme.

Necesito ir allí. Necesito saberlo.

Después de calzarme un par de zapatillas, abro la puerta y salgo al chaparrón.


Se escuchan truenos a lo lejos y, unos segundos después, el cielo se ilumina. En
verano, en las praderas hay luz hasta tarde, pero las nubes de tormenta han
proyectado un oscuro resplandor sobre la calle arbolada. Mi camiseta y mis
vaqueros están empapados en cuestión de segundos mientras me abro paso por la
corta y estrecha acera, hasta salir por la puerta principal. Doy la vuelta y hago el
camino inverso hasta la casa blanca contigua a la azul. La hilera de cuatro casas
tiene todas la misma construcción, pero la atención al detalle de Sloane cuando las
renovó hace que cada casa sea única.

Subo los escalones, con la mirada fija en mis pies, y la sensación de miedo en
mi pecho se expande hasta que incluso me cuesta respirar. Levanto la mano y
extiendo un dedo para pulsar el timbre, pero vacilo al pensar en lo agotada que
parecía Winter hoy. Antes parecía enfadada por el ruido, así que me planteo si
llamar al timbre es mi mejor opción.

La verdad es que no sé qué hacer.

Así que me siento en su último escalón, dejo caer la cabeza entre las manos y
espero.
Doce
Winter
Winter: ¿Por qué Theo Silva se muda a la casa de al lado? ¿Quién aprobó esto?
¿Tú o Jasper?

Sloane: ¿Es un problema? Ni siquiera pensé que te importaría. Ustedes se


pelearon, ¿qué? ¿Hace un añ o y medio?

Winter: No importa.

Sloane: Oh, Mierda.

Mi teléfono vibra cuando el movimiento en la puerta de entrada activa el


sistema de alarma. Deslizo la pantalla y abro el vídeo.

Y ahí está Theo, sentado en mi porche con la cabeza entre las manos. Sin llevar
el cabestrillo que aún debería llevar.

Estoy dividida. La diablesa amargada que tengo en un hombro quiere dejarlo


ahí fuera empapándose, pero el curioso ángel de la guarda que tengo en el hombro
opuesto quiere asegurarse de que está bien.

Porque nunca lo he visto abatido. Incluso en el hospital, hacía bromas y salía


en mi defensa, como si yo lo necesitara.

Camino por el pasillo hacia la habitación de Vivi y me asomo a verla. Está


tumbada boca arriba, con los brazos abiertos y los deditos cerrados en puños.
Quiero volver a dormir así. En cambio, me siento en un estado de alerta
constante en el que, incluso cuando estoy agotada, me cuesta relajarme lo
suficiente como para dormir profundamente de verdad.

Tras el suave chasquido de su puerta al cerrarse, espero con la respiración


contenida a ver si he despertado al monstruo de la dentición.

Uno. Dos. Tres.

Acerco el oído a su puerta y, al no escuchar señales de movimiento, un


profundo suspiro sale de mi pecho. Alivio.

Hasta que recuerdo quién está sentado en mi porche. Pero me acerco a la


puerta con la frialdad que me enseñaron en la facultad de medicina. Un nivel que
he pulido hasta conseguir un brillo perfecto trabajando en urgencias.

Una que dominaba de niña, si te soy sincera.

Mi mano rodea el pomo y, con un tirón agresivo, abro la puerta de un tirón y


miro fijamente el segundo par de ojos marrones más bonitos que he visto en mi
vida.

Es imposible no quedarse boquiabierta al menos un instante. El cabello


mojado de Theo le abraza la frente y gotas de agua se aferran a los dos picos de su
labio superior. La lluvia le ha pegado la camiseta blanca al cuerpo de la forma más
obscena.

―¿Por qué no llevas tu cabestrillo?

Eso es lo que mi cerebro decide abrir, incluso mientras miro sus ojos
torturados. Se despliega y, cuando se acerca, me veo obligada a levantar la barbilla
para aguantarle la mirada.

―Winter, necesito que me digas la verdad.

Siento que el corazón me late en la garganta y levanto una mano para


calmar el dolor que siento allí.

―Está bien.
―¿Es mío el bebé?

Mi cara se afloja. ¿Es mío el bebé? ¿Me está tomando el pelo? El estruendo de un
trueno me golpea como una bofetada.

―Eso no tiene gracia, Theo.

―No estoy tratando de ser gracioso, Winter.

―Ya hemos hablado de esto, así que no sé a qué estás jugando.

―¿Hablamos de esto? ―Su cara se contrae y sus brazos se abren a ambos


lados.

Se lo daré. Parece realmente confuso.

―Sí. Creo que el último mensaje de texto que recibí de ti fue ―mis manos
hacen un gesto junto a mi cabeza entre comillas― Gracias por avisarme.

Mientras viva, no creo que olvide la expresión de la cara de Theo en este


momento. Acabo de ver un corazón romperse delante de mí. Y recuerdo cómo se
siente. Conozco la sensación de que todo lo que creías conocer se derrumba a tu
alrededor.

La expresión de su rostro es atormentada y mi mano sube desde mi garganta


hasta taparme la boca.

―Oh, Dios ―susurro―. Realmente no lo sabías.

Me siento fuera de mí. Por encima de nosotros, observando. Como si estuviera


viendo a dos personas interactuar en una película o en un programa de televisión.

Esto no puede ser real.

Se le escapa una risa incrédula.

―No, no puedes hablar en serio.

Le devuelvo la mirada, sin saber qué decir.

Camina y suelta otra carcajada. Esta vez, suena un poco desquiciado.


―Tienes que estar de broma. ―Más rápido que los relámpagos que surcan el
cielo, me da la espalda y baja corriendo los escalones―. ¿Cómo...? ―Se pasa una
mano por el cabello y echa un vistazo al empapado jardín―. ¿Cómo es que...? ―Sus
ojos, normalmente alegres, se llenan de desolación cuando vuelve a mirarme―.
¿Cuándo...? . .

―Dos semanas después, más o menos. Intenté ponerme en contacto contigo


muchas veces. No sé...

Su antebrazo se flexiona mientras se limpia la boca con la mano.

―No. ―Se ríe, pero roza el sollozo―. ¿Me estás diciendo que tengo una hija y
me lo he perdido todo? ¿El embarazo? ¿El nacimiento? ¿Todo?

Me doy cuenta de que estoy viendo a un hombre deshacerse ante mis ojos. Un
hombre hermoso y conmocionado. He pasado los últimos dieciocho meses
asumiendo lo peor sobre Theo, y aquí está, desmoronándose en pedazos, como si
la lluvia estuviera desintegrando la arcilla que lo mantiene unido.

Se me abre la boca, pero no sé qué decirle. Quiero decir, sí, se perdió todas esas
cosas. Y no sé por qué, pero por la forma en que ha vuelto a pasearse y a tirarse del
pelo, tengo que suponer que no lo ha hecho a propósito.

―Winter. No me jodas. ¿Hablas en serio?

Tiene un aspecto desolado. Empapado y harapiento, sube los escalones. Ahora


puedo escuchar su respiración, no sólo jadeos, sino una especie de quejido en cada
exhalación. Se golpea el pecho con el puño.

―Winter. ―Ahora mi nombre es él suplicándome. Está entrando en pánico.


Verdaderamente en pánico.

―Theo. ―Mis manos salen disparadas y le sujeto las mejillas, obligándolo a


detenerse. Agarro su cráneo, su rastrojo áspero en mis palmas, su cuello húmedo
suave bajo las yemas de mis dedos―. Para. Dime tres cosas que puedas escuchar.

Su cuerpo se agita mientras me mira fijamente. Pasan unos instantes.

―Lluvia.
Asiento con la cabeza.

―Trueno.

Me lamo los labios.

―Tu dedo rozándome la nuca.

Trago saliva y apoyo la otra mano en su pecho. Su corazón retumba bajo mi


palma.

―Bien. Ahora tres cosas que puedas ver.

Sus ojos me recorren y no le suelto la cabeza.

―Tu casa blanca. El cochecito plegado junto a la puerta principal. ―Se le


quiebra la voz.

Le doy un masaje en la nuca, intentando que se tranquilice.

―Tú.

Aprieto los labios y mi mirada rebota entre sus ojos. Ahora parece más
tranquilo.

―Sí. Bien. ―Mi agarre se suaviza, mis manos se deslizan hasta sus hombros
con el relajante sonido de la lluvia cayendo de fondo.

Lo observo atentamente.

Sus manos cuelgan sin fuerza a los lados, pero es el temblor de su voz cuando
dice―: ¿Puedo verla? ―lo que hace que se me llenen los ojos de lágrimas.

No sé qué carajo está pasando ahora, pero sé que el hombre que está en mi
puerta merece ver a su hija. Asiento con la cabeza y abro la puerta para que entre en
casa. Cuando entra, su presencia es imponente.

Señalo el zapatero, intentando ignorar la presión de su cuerpo detrás de mí.


Incluso en un momento así, el aire entre nosotros zumba. Me dan ganas de
inclinarme hacia él y que me rodee con sus brazos.

Se sentiría tan bien ser abrazada por alguien.


En lugar de eso, me adelanto corriendo por el pasillo para traerle una toalla.
Cuando vuelvo y se la doy, observo su rostro cincelado. Su piel, normalmente
morena, combina a la perfección con la toalla blanca que tiene en las manos.

Intento no mirarlo mientras se seca, y en vez de eso me miro los dedos. Sigo
sin manicura. Una risa triste burbujea en mi garganta.

―¿Qué? ―Theo se concentra ahora en secarse el cabello mojado con la toalla,


el bíceps se abulta y se flexiona al levantar la mano por encima de la cabeza.

―Yo sólo... nada. Es una tontería.

―No, dime.

Cuando el suspiro me abandona, todo mi cuerpo se hunde a su paso. Mis


mejillas se calientan y me miro las manos extendidas.

―Suena ridículo, pero llevo mucho tiempo diciéndome a mí misma que voy a
empezar a hacerme la manicura. No sé por qué. Simplemente las quiero. En el
hospital no me puedo pintar las uñas y, de todas formas, el trabajo es demasiado
duro para mis manos. Sigo pensando en hacérmela cuando no trabajo, pero... no lo
he hecho.

Cuando levanto la vista, Theo me mira con una intensidad que no creo
haber visto en mi vida. Lo que supongo que tiene sentido. Él está destripado y yo
estoy aquí hablando de querer hacerme la manicura.

Le lanzo una sonrisa aguada.

―Deja la toalla ahí. Ignora el desorden. ―Hago una pequeña mueca de dolor
cuando miro la cocina y el salón. Podría ser peor, pero hay platos sin terminar en el
fregadero, cápsulas de café en la encimera y juguetes por todo el suelo del salón. Es
la prueba de que estoy haciendo lo que hay que hacer para superar esta maldita
fase de dentición―. Han sido un par de días duros.

No dice nada y no me atrevo a mirarlo antes de guiarlo por el pasillo hacia la


habitación de Vivienne. Sé que la intrusión podría despertarla, pero este parece
uno de esos momentos en los que no importa. Si el trueno aún no lo ha hecho, quizá
estemos a salvo.

Con un suave clic, abro la puerta de la habitación del bebé. Es una habitación
preciosa y acogedora que se ha hecho realidad con la ayuda de todos los que
estamos en Chestnut Springs. Sloane me ayudó a pintarla del rosa más suave,
con blanco brillante en las molduras de la corona. Las cortinas de encaje cubren
las cortinas opacas que hay detrás. La cuna es de mi padre, me la envió por correo.
La mecedora es de Harvey, una reliquia familiar que estoy segura de que no
merezco. Él mismo la trajo y la colocó en el rincón. Willa trajo todas las cosas
útiles, un genio de los pañales, un calentador de toallitas, montones de trapos para
escupir. Y Summer aún no ha dejado de comprarle ropa.

La forma en que todo el mundo se unió en torno a mí sigue siendo casi más de
lo que puedo pensar cómodamente.

Cruzo la habitación y abro las persianas, dejando que la suave luz gris del
exterior ilumine el cuarto. Theo está de pie en la puerta, inmóvil.

Miro a Vivi, que sigue en la misma posición de felicidad que la última vez que
la vi. Luego, con una respiración profunda y tranquilizadora, atravieso la
habitación y rodeo la mano de Theo. Tiene la palma húmeda y pegajosa mientras lo
llevo hasta el borde de la cuna blanca.

Y entonces nos quedamos ahí. Dos personas que apenas se conocen. Mirando
a nuestra hija. Él por primera vez. Y yo por millonésima vez.

Después de unos pocos latidos, mueve sus dedos para que se unan a los míos.
Me aprieta la mano y parece que me aprieta el corazón. Cuando levanto la vista
hacia él, sus ojos están muy abiertos y no parpadean.

―Winter. ―Esta vez mi nombre es un suspiro en sus labios. Se agacha y pasa


un nudillo por una de sus mejillas. Sus pequeños labios hacen un movimiento de
succión y ella gira la cabeza hacia él.

―Oh Dios. ―Su mano libre le tapa la boca―. ¿Dónde está el baño?
―Al otro lado del pasillo. ―Apenas puedo pronunciar las palabras antes de
que se vaya.

Lo sigo y lo escucho jadear mientras me acerco a la puerta. La ha dejado


ligeramente entreabierta y veo una parte de él encorvado sobre el retrete, con las
manos en el cabello, con cara de derrota.

Me alejo para darle un poco de intimidad. Y luego me deslizo por la pared


junto a la puerta del baño y cuelgo la cabeza entre las manos antes de entregarme a
mi propia sensación de náuseas.

Algo salió mal en el camino. No estoy segura de qué, o dónde. Todo lo que sé es
que el hombre de mi baño nunca me habría enviado ese mensaje.
Trece
Theo
Me he perdido muchas cosas.

Es la frase que me da vueltas en la cabeza. La que me martillea el corazón


hasta hacerme daño. La que me hace palpitar como si pudiera expulsar ese
pensamiento de mi cuerpo.

Levanto la cabeza cuando escucho un suave golpe en la puerta.

―¿Theo? Yo... Te he traído enjuague bucal. ¿Puedo pasar?

Tiro de la cadena, me levanto y abro la puerta hasta el final. Con las prisas, no
me tomo el tiempo de cerrarla y echar el pestillo. Se me nubla la vista y se me
revuelve el estómago al darme cuenta de que tengo una hija.

Una niña pequeña.

Y me he perdido tantas cosas.

Asimilo a Winter, realmente la asimilo, viéndola bajo una luz diferente


ahora. El cabello recogido en un moño desordenado. La cara sin maquillaje, con
ojeras que se clavan en las mías y se abren como platos. Parece cansada, pero más
sana que la última vez que la vi. Está radiante, como si pasara tiempo al aire libre.

Dejo que mis ojos recorran su cuerpo, pero vuelvo a posarlos en su cara
cuando llego a su pecho. Su holgada camiseta de tirantes no oculta nada y no lleva
sujetador. Contemplar el contorno de sus pezones a través de la fina tela gris no es
lo que requiere el momento, así que me centro en sus ojos azul hielo, llenos de
preguntas.
Pero no las hace.

Me tiende un vaso de plástico blanco, lleno hasta la mitad de un líquido que


hace juego con sus ojos.

―Toma.

Cuando acepto la taza, nuestros dedos se tocan. Durante un minuto, apoyo la


yema de mi dedo índice sobre la punta del suyo. Lo deslizo hasta el siguiente
nudillo, sintiendo como si estuviera tocando el borde de todas las formas en que
tengo que pedirle perdón. Ni siquiera sé por dónde empezar.

―Gracias. ―Vuelvo a beber el líquido mentolado, luego apoyo las manos sobre
el fregadero y miro fijamente el desagüe mientras intento asimilar todas las formas
en que mi vida ha cambiado hoy.

Una hija.

Otra oleada de náuseas me golpea, así que escupo, me enjuago y me siento en


el suelo con la espalda apoyada en la bañera y el culo hundido en una alfombrilla
rosa de felpa.

―¿Quieres venir a sentarte en el salón? ―La voz de Winter es suave,


tranquila. He escuchado a gente llamarla gélida, pero yo veo a una mujer fuerte.
Una que ahora admiro aún más.

―Creo que debería quedarme cerca del retrete. ―Echo un vistazo al pato rosa
espumoso que cubre el grifo y al jabón orgánico para bebés con pequeños bloques
ABC en la etiqueta frontal.

Junta los labios mientras me mira.

―Escucha, está limpio aquí, pero como... no tan limpio.

―Para ser sincero, la limpieza de tu baño es lo último que me importa ahora


mismo.

Sus pestañas se agitan al compás de la forma nerviosa en que asiente con la


cabeza.
―Sí. De acuerdo.

Para mi sorpresa, deja el enjuague bucal en un estante y se dirige hacia mí,


dejándose caer en la alfombrilla del baño justo a mi lado.

Cuando levanta las rodillas, sus suaves pantalones cortos de jersey se deslizan
sobre sus muslos y su pierna desnuda presiona la mía.

―¿Esto está bien?

Asiento con la cabeza, con los ojos fijos en su muslo moreno y liso, su fémur
mucho más corto que el mío. Recuerdo lo que sentí al agarrar ese muslo, cómo me
rodeó la cintura con los dos y tiró de mí.

Las luces redondas que hay sobre el tocador zumban y los únicos sonidos
que hay en el cuarto de baño son el suave chapoteo de la lluvia contra las ventanas
y nosotros respirando acompasadamente.

―¿Cómo se llama? ―Una risa acuosa sigue a mi pregunta―. Por favor, dime
que no la llamaste Autumn.

Winter resopla y baja la cabeza.

―Joder. Nunca lo haría. ―Luego vuelve la cara hacia la mía, con la tristeza
grabada en su bello rostro―. Se llama Vivienne Hamilton. Pero todos nosotros la
llamamos Vivi.

Todos nosotros.

Esas dos palabras me golpearon como una tonelada de ladrillos. Todos


nosotros. Todos aquí la conocen. La han visto crecer. Estuvieron allí cuando nació.

Y no tenía ni idea.

―¿Tiene segundo nombre?

―No.

Asiento con la cabeza. ¿A quién le importa el segundo nombre? Dios, soy


idiota.

―¿Qué día es su cumpleaños?


―Veintidós de septiembre. Habría sido estúpido llamarla Autumn con una
fecha de nacimiento así.

Suelto una risita, pero estrangulada.

―¿Qué tal el parto?

Parpadea.

―¿El parto?

―Sí. Su nacimiento. ¿Cómo fue?

―Fue… ―Hace una pausa―. Lo siento, no esperaba que me hicieras esa


pregunta.

―Quiero saberlo todo, Winter. Cada pequeño detalle.

―De acuerdo. ―Su cara se arruga un poco―. Bueno, no cada pequeño detalle.

―Mi madre es comadrona. No puedes escandalizarme después de años


escuchándola contar historias de partos.

Mi madre. Otra piedra aterriza en mi estómago. Esto la va a destripar.


Estará emocionada pero desconsolada a la vez. Lo sé porque así es como me siento
ahora mismo.

―Sinceramente, fue increíble. Poderoso. Y agotador. Pero tan gratificante.


Ella estaba sana y yo también.

Me trago las palabras que debería haber pronunciado por encima del nudo en la
garganta.

―¿Theo? ―Su rodilla empuja la mía―. Si no estaba hablando contigo,


¿con quién estaba hablando? Obtuve tu número de la lista de miembros de
Hamilton Athletics.

―Probablemente fue Geoff en Hamilton Elite.

―Espera. ―Levanta una mano―. ¿En el trabajo de mi padre?

Asiento con la cabeza, mirándome las manos, presionando las callosas


almohadillas.
―Después de aquellas Navidades, me centré y dejé de lado todo el ruido. Todas
las redes sociales, todas las... ―Inclino la cabeza hacia atrás y gimo mientras miro
al techo.

―¿Mujeres? ―Winter proporciona sin inflexión en su voz.

―Sí. Un teléfono nuevo parecía la forma más fácil de desconectar. Se lo


pasé a Geoff para que pudiera gestionar mis cuentas en las redes sociales. Le dije
que me avisara si llegaba algo importante.

―Hmm. ―Ella asiente, larga y lentamente, casi meciendo su cuerpo con el


peso de ello.

―¿Todavía tienes los mensajes?

―Los mensajes de voz no. ―Resopla mientras saca el teléfono del bolsillo.
Después de unas cuantas pulsaciones, me lo entrega. Theo Silva es el contacto que
aparece en la parte superior, y compruebo dos veces el número. Sé que me ve
hacerlo, porque la noto tensa. Pero necesito estar seguro de que ha contactado con
la persona correcta.

El número es correcto, y una parte de mí desearía que no lo fuera para poder


enfadarme con ella por no haberse esforzado más en ponerse en contacto conmigo.
Quiero culpar a alguien más que a mí por este maldito desastre colosal.

Pero cuando leo los mensajes del chat, todos esos sentimientos se evaporan, y
en su lugar aparece un pavor opresivo. Pena. Un nudo en el estómago. Porque
ninguna mujer en su sano juicio seguiría intentando localizarme después de recibir
mensajes de respuesta como estos.

No me interesa hablar. Gracias por hacérmelo saber.

Voy a matar a Geoff con mis propias manos. Puede que sea la única persona en
el mundo que considere estos mensajes ‘no importantes’.

La ansiedad se despliega en mi pecho. Me abruma el instinto de agarrar este


revoltijo y desenredarlo. Hacer las cosas lo mejor que pueda.
Cuando vuelvo a mirar a Winter, está acurrucada sobre sí misma, con la
mirada fija de nuevo en sus uñas.

―Winter. Mírame.

Se pasa la lengua por los labios, pero no me mira.

Me acerco a ella, ignorando el fuerte mordisco en la clavícula, y le guío


suavemente la barbilla con los dedos. Cuando por fin me mira a los ojos, dejo que
mi mirada los recorra, queriendo saber que tengo toda su atención.

―Si lo hubiera sabido, habría estado aquí en cada paso del camino.
Apoyándote en todo lo que necesitaras. ¿Y Winter?

―¿Sí? ―Por primera vez esta noche, su voz suena débil.

Atrapo una lágrima perdida que resbala por la mejilla y se la quito con un
dedo, conteniendo la rabia que siento en el pecho por todo lo que ha pasado.

―¿Ahora que estoy aquí? Ya estoy aquí. ¿De acuerdo? Sin expectativas, pero
quiero que me dejes ayudarte. Quiero conocerla, si te parece bien.

Ella asiente y caen más lágrimas. Levanto la otra mano e intento atraparlas
todas, pero no lo consigo. Caen demasiado deprisa, así que aprieto su cabeza contra
mi pecho y opto por dejar que empape mi camisa ya húmeda.

Parece lo menos que puedo hacer por esta mujer después de lo mucho que la
he defraudado.

No duermo. Aunque hemos trasladado todos mis muebles a esta casa nueva,
no la siento como mía. Me tumbo boca arriba, mirando al techo. Tengo a Peter
encajado en mi axila, roncando suavemente a un lado de mí, y el arrepentimiento al
otro lado con una mano en mi garganta.

Winter siempre me ha atraído hacia ella de algún modo inexplicable, ¿y saber


que está a unos pasos con nuestra hija? Ha cambiado algo en mí.
No quería molestar ni sobrepasar mis límites, pero quería sentarme en el
suelo de aquella habitación infantil y quedarme mirando a Vivienne toda la noche.

Saber que quieres tener hijos algún día es muy diferente a enfrentarte a uno
que ya existe. No sé cómo asimilarlo.

Pero sé quién lo hará.

Mientras me muevo en la cama, cojo el móvil de la mesilla y llamo a mi madre.

―¿Qué pasa? ―contesta al teléfono. Sus instintos son salvajes.

―¿Por qué tiene que pasar algo para que te llame? Eres mi madre.

―Cierto, pero te conozco. Ahora mismo son las seis de la mañana de un


domingo donde estás, lo que significa que aquí son las cinco.

―Mierda. Lo siento, mamá.

―No pasa nada. Me estaba preparando para hacer un poco de yoga


restaurativo. Puedo arreglar tus problemas mientras me preparo un té verde.

Resoplo. No creo que nadie pueda arreglar este problema en el tiempo que se
tarda en preparar una taza de té.

―¿Por qué no te quedas durmiendo? Es fin de semana.

Se burla de mí y escucho el ruido sordo de un armario al otro lado de la línea.

―Me aseguraré de decírselo a la próxima madre que se ponga de parto un fin


de semana. Lo siento, muñeca. Tendrás que esperar hasta el lunes.

Me río porque recuerdo tener que cuidar de mi hermana a horas


intempestivas cuando mi madre tenía que salir corriendo a un parto. O cuando
éramos más pequeños, cuando nos despertaba para llevarnos a casa de un amigo.

Lo hizo lo mejor que pudo tras la muerte de nuestro padre. Ser madre soltera
de dos niños no era una tarea fácil. Aunque cuando consiguió un trabajo enseñando
obstetricia en la universidad, las cosas se calmaron un poco.

―Me parece justo.

Peter suelta un fuerte ronquido a mi lado, nada molesto por la llamada.


―Oh, ¿ese es el pequeño Peter?

Deja que Rhett arruine el nombre de mi perro. El pequeño Peter suena


claramente como un pene. Pero no voy a decirle a mi mamá que...

―Dios. Cada vez que digo el nombre de ese perro, pienso en una polla.

Suelto una carcajada que, al sacudir mi cuerpo, despierta al pequeño Peter. Me


mira mal, como si fuera la peor almohada del mundo, y vuelve a acurrucarse.
Cuando lo recogí de la calle en México, pensé que pensaría que yo era su héroe,
pero la actitud de este perro es insuperable.

―Es verdad. Espero que no le hayas puesto tu nombre…

―Mamá. ―Cierro los ojos y me froto las cejas con los dedos.

―Bien. Nos estamos desviando. ―El bajo rumor del agua hirviendo de fondo
se filtra por el receptor―. Dime qué es lo que está mal.

Suspiro.

―No sé si mal es la palabra que yo usaría.

―Deja de andarte por las ramas, Theo.

―Tengo una hija. ―Siento como si hubiera gritado las palabras. De algún
modo, decirlas en voz alta es muy distinto a que me las digan o a que me las repita
mentalmente.

La línea está en silencio.

―Me enteré anoche.

Espero unos latidos. Sigue en silencio. Le doy la vuelta al teléfono para


comprobar la pantalla y asegurarme de que sigo conectado.

―¿Mamá?

―Oh, Theo. ―Casi lo suspira, como si yo la agotara. Y estoy seguro de que en


algún nivel lo hago. Elegir seguir la carrera que mató a mi padre puede ser una de
las cosas más agotadoras que le he hecho a mi madre, pero aún así me apoya.
Siempre lo ha hecho. Aunque espero no haberla presionado demasiado con este
pequeño chisme.

―¿Estás bien?

La respiración pesada que había estado conteniendo me abandona de golpe.

―Estoy... sí. Creo que estoy en shock.

―¿Cómo ha pasado esto?

―Bueno, mamá, cuando dos personas...

―Theodore Silva. No conviertas esto en una broma para sobrellevar tus


sentimientos. Habla conmigo.

La escucho verter agua en una taza, tomándose las cosas con calma, como
siempre ha hecho con nosotros, los niños. El universo la bendijo con dos puñados.
Julia es tan mala como yo.

―¿Qué quieres saber?

―¡Todo! ¿Qué edad tiene? ¿Cómo se llama? ¿Se parece a mí? ¿Cuándo puedo
conocerla? ¿Y cómo demonios ha pasado esto?

Nadie más que Loretta Silva tomaría esto tan fácilmente.

―Y estabas sobre mi caso por cubrir con bromas.

Suelta una carcajada y me la imagino pasándose una mano por encima como
si estuviera matando una mosca, como si estuviéramos en la misma habitación.

Así que le cuento todo lo que sé, notando el suspiro de felicidad que emite
cuando le hablo de Vivienne. No me pierdo el sonido estrangulado que se le atrapa
en la garganta cuando le explico cómo se perdió todo en la traducción.

―Podría matar a ese imbécil de Geoff ―murmura.

―No, él es mío para matarlo.

―¡Theo! No puedes amenazar así. Ahora eres padre.

Joder. Ahora soy padre.


―De acuerdo, tengo que serenarme antes de cruzar ese puente. Y decírselo al
padre de Winter ya que es el jefe de Geoff, y eso es todo un lío.

―Entonces, ¿la mamá es la cuñada de Rhett?

―Bueno, la boda no es hasta el mes que viene. ¿Te acuerdas? Estás invitada.

―No seas así, Theo. Sabes lo que te pregunto.

Me rozo el labio inferior con los dientes mientras miro fijamente el techo
blanco de palomitas. Como no he puesto persianas, la luz de la mañana ha
inundado la habitación, y el tono azul da al espacio un aire fresco y sereno que me
recuerda a Winter.

―Sí. Es ella.

―Esa chica, ¿eh? Bueno, no puedo esperar a conocerla.

―¿Vivienne?

―No. Bueno, sí. Pero a Winter también.

Sonrío al techo.

―Sí, creo que te gustará.

―¿Cómo lo lleva? Nunca fui madre soltera con un bebé. Pero recuerdo que tu
padre se iba de viaje y me dejaba sola en casa con ustedes dos. Prácticamente los
arrojaba sobre él y salía por la puerta en cuanto volvía, sólo para poder tener unos
minutos a solas.

―Creo que está bien. Feliz pero abrumada, si eso tiene sentido.

―Eso tiene mucho sentido. Si escribiera un diccionario, ésa sería la definición


que pondría bajo maternidad.

Me río, ya más ligero por haber hablado con mi madre.

―Theo, cariño, la pregunta que cualquier buen padre se haría ahora es: ¿qué
vas a hacer para que se sienta menos agobiada?
Catorce
Winter
Sloane: ¿Debería echarlo? Yo lo echaría por ti.

Winter: Está bien.

Sloane: ¿Debería volver de vacaciones y darle una paliza?

Winter: Pagaría un buen dinero por ver có mo le das una paliza a alguien.

Sloane: ¿Eso es un sí o un no?

Winter: No se lo digas a nadie. Es su historia.

Sloane: ¿Qué historia? Ni siquiera sé de qué está s hablando.

Sloane: LMAO. ¿Ves lo que he hecho?

Winter: ¿Te jodió Jasper todas las neuronas de la cabeza con su enorme polla?

Sloane: Me amas.

Winter: Sí.

Theo Silva está en el porche de mi casa a las 10 de la mañana en punto. Puedo


verlo en la pantalla de mi teléfono, desplazando torpemente su peso sobre los pies,
con un vaso de café de papel en cada mano.

He estado preparada para esto. Para él. Ayer, tuve la sensación de que no se
iría al atardecer después de enterarse de lo de Vivi. Y pasé toda la noche despierta
pensando en ello.
En el fondo debe odiarme. ¿Cómo podría no hacerlo? Pero quiero que tenga
una relación con su hija. No quiero que ella viva con la tensión con la que yo crecí.
Soy una mujer adulta. Una doctora. Sé que no soy cálida y difusa, pero soy madura.

Casi.

Tengo mis momentos, y este tiene que ser uno de ellos. Por Vivi. No me
preocuparé por gustarle a Theo, ignoraré lo dolorosamente atractivo que es y lo
consideraré un excelente espécimen.

Vivienne me agradecerá esos genes algún día.

Tiro del dobladillo y miro mi camiseta vintage Rainbow Brite. Me la he puesto


con unos vaqueros boyfriend holgados, porque los de antes ya no me quedan bien.

Algo en lo que intento no pensar demasiado. Al menos mis tetas están


estupendas.

No es que importe. Porque Theo es mi... copadre. Somos como socios. Sí. Me
gusta como se siente. Ordenado y no amenazante. Como si fuéramos un equipo
pero pudiéramos tomar caminos separados al final del día.

Con un gesto seguro de la cabeza, me meto el teléfono en el bolsillo y abro la


puerta.

―Dra. Hamilton, ¿me estaba esperando? ―Me guiña un ojo, y toda esa
compostura se evapora como si apenas hubiera existido. Vuelvo a aquella noche en
la gasolinera. Sus botas desabrochadas y su sonrisa arrogante.

Yo mirando como una idiota.

El subidón que sentí cuando me subió el vestido por encima de los muslos
como si estuviera desenvolviendo un regalo.

Sus dedos se enganchan dentro de mis bragas sin siquiera dudarlo.

Me aclaro la garganta.

―Parecía más bien que me estabas esperando por lo que pude ver en la
cámara.
Levanta la vista y la desvía hacia el pequeño cuadrado con una lente en la
esquina.

―Bien. Me alegro de que tengas un sistema de seguridad. Iba a ofrecerme a


poner uno.

Me muerdo el labio y parpadeo. ¿Por qué es tan... agradable?

Es desconcertante. La gente nunca es tan amable a menos que quieran algo de


ti. No es normal.

―¿Por qué no llamas o tocas el timbre?

Se encoge de hombros.

―No quiero despertarla otra vez.

―Puedo darte mi número.

―Ya lo tengo.

―¿Cómo lo tienes ya?

Se aclara la garganta y luego dice―: Lo puse en mi teléfono esa noche.

Parpadeo.

―¿Esa noche?

―Esa noche. ―La palabra destila insinuación. No hay duda de qué noche está
hablando.

―¿Tomaste mi número sin preguntar?

El rosa tiñe la parte superior de sus orejas, y tiene la sensatez de parecer un


poco contrariado.

―Me imaginé que lo necesitaría algún día.

No sé qué pensar de su revelación y, la verdad, no me siento preparada para


afrontarla. Opto por seguir adelante, dejando cualquier mierda complicada en el
espejo retrovisor.

―Así que... ibas a esperar aquí hasta que yo, ¿qué? ¿Revisara mi correo?
Un profundo estruendo le retumba en el pecho y sonríe. Joder, su sonrisa es
cegadora.

―No lo sé, Winter. No tenía un gran plan. Te traje un café y decidí resolverlo a
partir de ahí.

Me tiende una mano, con el vapor saliendo por el agujero de la tapa.

―Lo compré en la ciudad. Pensé que te haría tanta falta como a mí. ―Me doy
cuenta de lo cansado que parece. Su piel dorada tiene manchas azules bajo sus ojos
oscuros, y la barba incipiente de su mandíbula ha crecido un poco más que su
habitual desaliño―. Es solo un Americano. ―Me vuelve a acercar la taza.

Lo acepto, dándome cuenta de que le estoy mirando, preguntándome por


qué me trae café.

―No sabía lo que te gusta.

Miro fijamente la tapa, casi llorosa por el hecho de que esté aquí. Aunque
anoche le tiré una bomba, me trae café.

―Aparte del tequila y follar al estilo perrito. ―Se pasa una mano por el cabello
perfectamente despeinado―. Perdona. ¿Puedes decir algo para que deje de hacer
chistes incómodos para llenar el silencio?

Lo miro a través de unos ojos encogidos.

―¿Por qué estás siendo tan amable conmigo?

Su ceño se frunce y su rostro muestra auténtica confusión. Me parece insólito


cómo lleva su corazón en la manga, cómo cada emoción y cada pensamiento casi se
imprimen en su rostro.

―Winter, creo que ya hemos pasado por esto una vez. Sigues buscando algún
motivo oculto conmigo, y no lo hay. ¿Puedo entrar? Quiero ver… ―Hace una
pausa y se aclara la garganta, como si aún le costara decirlo en voz alta―. A Vivi.
Me gustaría pasar un rato con ella y hablar un poco más contigo.

Con un gesto de la cabeza, me hago a un lado y lo hago pasar.


Para una reunión normal.

Una reunión de negocios.

Ver a Theo levantar a Vivienne por primera vez me provoca muchas cosas.
En primer lugar, me dan ganas de vomitar del mismo modo que él lo hizo anoche.
Hay algo profundamente sobrecogedor en ver sus ojos clavados en los de ella
mientras su pequeña mano se enrosca alrededor de su dedo.

―Hola, pequeña ―murmura―. Encantado de conocerte.

El dulce arrullo que le devuelve, como si fuera a morir por ese hombre,
me da ganas de llorar. Y yo nunca lloro. No es lo mío. No tiene sentido, y siempre
me siento cansada y desolada después, no mejor.

Pero cuando veo que se emociona con sólo mirarla, abrazándola con tanta
naturalidad, me golpea de una forma que nunca vi venir. Se levanta y, dando
suaves saltitos, camina hacia el gran ventanal que da a la calle principal.

Los gira hacia su patio.

―Ahí es donde vivo. Justo al lado. Así que, si a tu madre le parece bien, podría
venir a visitarte de vez en cuando.

Me siento en un taburete junto a la isla de la cocina e intento recordar la


última vez que me senté a tomar un café que aún estaba caliente. No caliente salido
del microondas, sino realmente fresco. Me siento como si estuviera en este ciclo
constante de no tener nada específico que hacer en todo el día, sin embargo, el día
pasa tan malditamente rápido.

Cocinar, limpiar, dormir, entretenerse, acurrucarse, amamantar, socializar.


Parece que debería ser fácil. Trabajo en el caos para ganarme la vida, pero esto es
mucho más difícil.
Es por eso que no puedo, por mi vida, explicar la forma en que mi cuerpo
reacciona a la vista que tengo ante mí. Theo ya estaba buenísimo, y Theo con un
bebé en brazos está aún más bueno. Si sale en público con Vivienne, le van a tirar
más coños de los que ya tiene.

Y de alguna manera eso me pone irracionalmente celoso.

―Mira qué guapa estás. ―El sol ilumina los rostros de Theo y Vivienne con el
mismo tono cálido y dorado―. Te pareces a tu madre.

Vivienne lo mira fijamente y suelta una risita. Sus pequeñas manos se acercan
a la barba incipiente de sus mejillas y chillan cuando le roza las palmas.

―Joder ―murmuro, parpadeando más rápido que las alas de un colibrí


mientras intento quemarme la lengua con el café solo para darme algo menos
pastoso y desquiciado por lo que llorar.

He visto a Rhett abrazarla un millón de veces, y nunca ha sido así. No, esto es
todo Theo.

―¿Dormiste bien? ―me pregunta mientras se gira para mirarme.

Vivienne se ríe y sigue pasándole las manos por la cara. Y gah, ni siquiera
puedo culparla.

―Sí ―miento―. ¿Tú?

―No especialmente. ―Su rostro se transforma en una expresión más solemne


mientras la mira... otra vez―. Entonces, ¿qué te llevó a elegir Vivienne?

Vuelvo a beber un trago de café caliente. Sí, más café. ¿Por qué estoy tan
sensible? Tengo que controlar esta mierda antes de volver al trabajo dentro de unos
meses. Si lloro mientras doy malas noticias a la gente, puede que renuncie.

―Um… ―Miro alrededor de la habitación, sintiendo que podría ser más


fuerte si no tengo que mirarlos―. Significa 'vivo' y, bueno... ella me hizo sentir
viva de nuevo. Lo hizo cuando mi último bebé no lo hizo. Y me pareció un buen
nombre de adulto, ¿sabes? Como si pudiera ser primera ministra con un nombre
así.
Theo tararea alegremente y sonríe a Vivienne.

―¿Primera ministra? Bien por ti, chica. Estoy deseando decirle a la gente que
mi hija es la primera ministra.

Respira, Winter.

Me río para disimular la emoción que se me agolpa en la garganta. Cómo se


atreve a ser tan... él.

―Por supuesto, nunca pensé que sentirme viva también sería tan agotador. Ni
que lo único que querría sería que nadie me tocara, aunque solo fuera durante una
hora. O que nunca volvería a bañarme sola. ―Una risa estridente salta de mis
labios, un triste intento de disimular la emoción en mi voz.

Los ojos oscuros de Theo me miran.

―Ve a bañarte, Winter.

―¿Qué?

―Toma ese café y ve a darte un baño. Cierra la puerta. Pon música. Mira algo
de porno. Ve a tener un momento para ti...

Lanzo una carcajada.

―No me acabas de decir eso. Delante de una mente joven e impresionable,


nada menos.

La sonrisa con la que me golpea es de puro conocimiento. Sabe lo que me hace,


estoy segura. La forma en que sus ojos recorren mi cuerpo es la prueba. No creo que
sea la única que recuerda vívidamente esa noche.

―Tink, por favor. Puede que no te conozca muy bien, pero tengo la
sospecha de que la primera palabra de la futura primer ministra podría ser joder.

Me muerdo el labio para ocultar la sonrisa. La maternidad en solitario me ha


convertido en un puto camionero. Ni siquiera puedo negarlo.

―Ve. La tengo. Nos quedaremos aquí y te esperaremos.

Lo fulmino con la mirada.


―A que termines.

Imbécil. Miro con más fuerza, pero la parte desesperadamente tocada de mí


grita: ¡Hazlo! ¡Báñate!

―¿Sabes qué? Sí, voy a ir. Hace nueve meses que no me baño sola.

―Bien. Que te diviertas.

―Si llora...

―Estaremos bien. Todos mis primos mayores tienen un millón de bebés. Yo


solía hacer de canguro.

―Acabo de darle de comer, así que debería estar bien.

Sonríe, cálido y pegajoso.

―Mira. No la he dejado sola con nadie excepto con Harvey y la madre de


Sloane, Cordelia.

―¿Ni siquiera tus padres?

Desvío la mirada.

―No. Eso es complicado.

―Escucha, si no estás cómoda, puedo irme. No quiero irrumpir aquí y exigir


tiempo que no estás dispuesta a dar. Esto debe ser raro para ti.

Para mí. Es el colmo. Las lágrimas se acumulan de una manera que es


imposible detener.

En toda mi vida, ni una sola persona me ha dado prioridad. Y aquí está este
hombre que apenas conozco, priorizándome.

Fuerzo una sonrisa acuosa.

―No se me ocurre nadie mejor para cuidarla ahora mismo.

Asiente con la cabeza y me mira con demasiada atención.

Asiento con la cabeza y me dirijo al baño a llorar en mi bañera.

Y quizá a ver algo de porno.


Quince
Winter
Winter: É l está aquí. Lo sabe.

Sloane: ¿Có mo lo tomó ? ¿Es por eso que hicimos un B&E? ¿Para conseguir su
nú mero?

Winter: Sí. Excepto que otra persona tenía su teléfono solo para gestionar las
redes sociales y nunca se lo dijo.

Sloane: Mierda. ¿Está s bien?

Winter: Tomando un bañ o caliente. Bebí un café caliente. Estoy en estado de


shock. Pero también en el paraíso.

Sloane: Te lo mereces.

Winter: ¿Sí?

Sloane: Sí. Bañ os calientes y un papi caliente. Te mereces el mundo.

Winter: É l realmente es caliente.

Sloane: Apuesto a que está má s bueno con un bebé.

Winter: No tienes ni idea.

Cuando camino por el pasillo, espero un caos. Lágrimas y frustración. Una


petición desesperada de ayuda porque está fuera de sí. Me quedé en la bañera con
los auriculares antirruido puestos hasta que el agua se enfrió, y aún así me sentí de
lujo.
Así que la mierda tiene que estar cayendo a pedazos. Pero no.

Theo está tumbado en el sofá, con el brazo bueno colgado detrás de la


cabeza, lo que hace que su bíceps sobresalga de una forma muy molesta. Vivi está
tumbada sobre su pecho, como un koala que se sube a un árbol demasiado grande
para ella. Tiene los labios rojos, en forma de corazón, un poco abiertos, y el brazo
que debería tener en cabestrillo está doblado a su lado, con una amplia palma de la
mano extendida sobre su espalda.

Hay una especie de carrera de autos en la televisión, pero Theo está mirando
fijamente a Vivi.

Hay algo en este momento que me parece profundamente especial. Se ha


perdido muchos momentos, muchas primeras veces. Y esta es su primera siesta
sobre él.

Saco el móvil del bolsillo trasero de los vaqueros y hago una foto. La luz cálida
le da un efecto vintage polvoriento. Parecen tan tranquilas.

―Hola ―susurro mientras me acerco a ellos.

Theo me mira pero hace una doble toma.

―¿Qué?

―Tú sólo… ―Sus labios se juntan―. Estás hermos...diferente.

Casi sonrío.

Hermosadiferente.

―Bueno, me maquillé un poco. ¿Cómo está?

La mira fijamente.

―Perfecta.

Me siento rara revoloteando, así que me siento en la mesita junto a ellos y


sostengo mi teléfono delante de Theo para enseñarle la foto.

―Si me das tu número, te la envío.

Su pulgar recorre la espalda de Vivi en un arco tranquilizador.


―Me gustaría. Me siento...

Miro fijamente mi teléfono.

―Lo sé. Debes de odiarme. Y no pasa nada. Creo que en el fondo no te culpo.
Quizá debería haberme vuelto loca y habérselo contado a todo el mundo. Ser más
rencorosa, ¿sabes? Intenté dar menos por culo y me salió el tiro por la culata.

―Winter, no te odio. ―Su voz es suave pero segura, pero sigo sin atreverme a
mirarlo―. Hiciste mucho. Hiciste más que suficiente.

―Tienes que decir eso porque soy la madre de tu hija.

―Yo...

Levanto una mano.

―Sé que no te habrías apuntado a la paternidad. Pero yo... realmente quería


esto. No cómo surgió, tal vez. Quiero decir, ¿cuán cliché es un condón roto? ¿Pero
un bebé? Theo ―se me quiebra la voz―, de verdad quería un bebé. No me
arrepiento.

―¿Qué te hace pensar que no quiero esto?

Dejé que mis ojos recorrieran al hermoso hombre en mi sofá, con nuestra niña
recostada sobre su corazón.

―No en este momento de tu vida. Y no conmigo. Nunca me convencerás de lo


contrario.

Sus rasgos se endurecen, un brillo acerado destella en sus ojos.

―¿Qué te hace pensar que no querría esto contigo?

Me burlo y vuelvo a secarme una lágrima perdida. A la mierda mi vida y todo


este llanto.

―Lo siento, nunca lloro.

Una sonrisa se dibuja en sus labios.

―Sí, ya lo veo.
―Cállate. ―Me doy la vuelta para mirar por la ventana.

―Siento que me he perdido muchas primeras veces, Winter. Eso es lo que iba
a decir. Me siento como un intruso, pero no quiero. Ojalá hubiera estado allí para
verla crecer. Para verte crecer. Estar en el nacimiento.

Resoplo.

―Willa grabó un vídeo muy gráfico. Puedo enseñártelo alguna vez.

―Me encantaría.

―No es sexy. ―Lo miro de reojo y él frunce el ceño―. Arruinará cualquier


espléndido recuerdo de mi vagina que puedas tener.

―No. Eso es imposible. Por esos recuerdos tengo el antebrazo derecho más
grande que el izquierdo.

Pongo los ojos en blanco y me muerdo de risa.

―Eres imposible de disuadir.

Sonríe.

―Sí.

―Estoy feliz de tenerte cerca, Theo. Nunca jamás te alejaría de ella. Después
de lo que crecí, sólo quiero que esté rodeada de tanto amor. ¿Sabes?

―Por supuesto. Estamos de acuerdo. ―Su voz, sus palabras, son como un
abrazo firme. Me hacen sentir mejor al instante.

Vivi se remueve, llamando nuestra atención, y durante unos instantes los dos
nos quedamos mirando.

―Vamos a tener que decírselo a la gente pronto.

―Sí ―dice con voz áspera―. Ya se lo he dicho a mi madre. Espero que esté
bien.

―¿Qué ha dicho? ―Me entra el pánico. Dios, ¿qué debe pensar esta mujer de
mí?
―Que tengo que ponerme al día. Y que está deseando verte.

―¿Te refieres a Vivi? Sí, eso estará bien.

Me mira.

―No, Winter. A ti. Está deseando conocerte. ―Vuelve a hablar en serio y


quiero retorcerme bajo la intensidad de su mirada.

―Eso será interesante. ―Me río―. Espero que no esté muy decepcionada.

Pero Theo no hace lo mismo. En vez de eso, me frunce el ceño.

―Podría enterrar a quien te haya hecho creer que eres tan poco adorable
como pareces creer.

Me levanto y me froto la parte delantera de los vaqueros, alisando las arrugas


invisibles.

―Sí, bueno, he tenido años para deleitarme con esta sensación, así que no
creo que enterrar a nadie ayude.

―Ya veremos ―refunfuña, la vibración en su pecho es suficiente para hacer


que los ojos de Vivi se abran de golpe.

―¿Buena siesta, Vivi? ―pregunto, cambiando mi voz a una más suave.

Bosteza, su cuerpo se tensa y se estira como un gato feliz bajo un rayo de sol.
Theo sabe cómo hacer que una chica se sienta así cuando se fija en ella.

Lo sé. Lo recuerdo.

Inclina la cabeza y mira a Theo.

―Hola, pequeña.

Ese ‘pequeña’ con su voz profunda será mi perdición. Lo sé.

Sonríe, casi con timidez, y me tiende la mano. Y Theo no lo duda. Me la


entrega y suspiro cuando la estrecho contra mi pecho.

El descanso fue agradable, pero el alivio de tenerla de nuevo en mis brazos es


inexplicable.
Theo empuja para sentarse, y nuestras rodillas chocan entre sí mientras se
mueve, volviendo a ponerse recta la camisa.

―Deberías seguir llevando el cabestrillo.

Sus ojos giran juguetonamente antes de volver a posarse en nosotros.

―Lo sé, pero es un asco. Preferiría abrazar a Vivi. Envíame esa foto, ¿de
acuerdo?

―De acuerdo. Anota tu número antes de irte.

―Ah, sí. Te mandaré un mensaje antes.

Empuja para ponerse de pie, lo que pone su entrepierna justo a la altura de mi


cara. Mis mejillas se calientan, porque sé lo que hay al otro lado de esa cremallera.
Y sé lo que puede hacer con ella.

Encendí el porno en el baño, pero la verdad es que no hay nada comparable a


esa noche. Es la fantasía a la que siempre vuelvo.

―¿Por qué has tomado mi número? ―Lo miro de reojo mientras Vivi me
agarra del escote de la camisa de la forma menos sutil posible.

Theo me sonríe.

―Te dije que iba a volver por otra oportunidad, y quise decirlo.

Un pensamiento me golpea y me roba todo el aire de los pulmones. Es


irracional. Y es celoso. Y soy lo suficientemente insegura como para soltarlo
directamente.

―Dios mío. ¿Tienes otros hijos con otras mujeres? Estás tanto tiempo de viaje.
Ya eres tan bueno con ella. Podrías tener baby mamas por todas partes.

Sus grandes ojos marrones se abren de par en par y suelta una carcajada
incrédula antes de inclinar mi cara hacia la suya. Exactamente como hizo en el
ascensor aquella noche. Se inclina y susurra contra mi piel―: No, Winter. Eres mi
única baby-mama.

Y luego se larga por la puerta, como si fuera algo perfectamente normal.


Necesito despejarme. Así que saco a Vivi a pasear en su cochecito. Vamos al
parque y la empujo en un columpio. Cuando se ha saciado, paseamos por la calle
principal.

Estoy tan distraída que acabo pasando por delante de Hamilton Athletics,
donde puedo o no echar un vistazo a Theo haciendo ejercicio. Lleva el cabestrillo,
pero no parece un inepto. Más bien parece que puede hacer ejercicios para la parte
inferior del cuerpo y de equilibrio con una mano atada a la espalda.

Cada línea de sus brazos brilla de transpiración. Su cuerpo es firme, en


espiral: una máquina. Quién iba a decir que los jinetes de toros tenían que estar tan
en forma.

Pero no estoy embobada. Sólo estoy despejando la cabeza tras el shock de los
dos últimos días, y por eso me pongo del mismo tono que una fresa cuando me
atrapa de pie en medio de la acera de Rosewood Street.

Sorbiendo un café y mirándolo como una tonta descerebrada.

Doy un breve meneo con la cabeza y me giro para seguir caminando. Haré
como si ese pequeño momento no hubiera ocurrido. Es solo el cerebro de bebé.
Ahora me desconecto todo el tiempo.

No tiene nada que ver con Theo Silva.

Y definitivamente nada que ver con esa noche.

Y ahora estoy irracionalmente enfadada con él. Porque cuando echo un


último vistazo por encima del hombro para ver si me he salido con la mía, él sigue
ahí de pie sonriéndome.

Me guiña un ojo.

El absoluto descaro de este hombre de volver a mi vida y guiñarme un ojo.


Como si no hubiera pasado nada de tiempo entre ahora y la última vez que nos
vimos. Como si no fuera una locura coquetear conmigo abiertamente, como si yo
fuera algo más para él.

Vuelvo furiosa a casa, desconcertada por su confianza. Desconcertada por


su presencia. Molesta porque no sólo es un gran ligón, sino un coqueto
desvergonzado y persistente.

Sin límites.

La visión de una mujer en la puerta de su casa con una bolsa de regalo en la


mano me detiene en seco. La veo llamar al timbre y mirarse los dientes en busca de
carmín en el reflejo de la ventana.

Imagínate.

Mientras espera, cambia el bolso de mano, parece un poco nerviosa con sus
vaqueros pintados.

Con una mano se lleva un mechón suelto de pelo castaño claro perfectamente
peinado detrás de una oreja.

Llama a la puerta y vuelve a esperar. Como él no contesta, intenta asomarse


por el ventanal, mirando a su alrededor como si él pudiera estar escondiéndose de
ella.

Su perro ni siquiera ladra.

Luego se vuelve y echa un vistazo a la calle de enfrente. Yo ni siquiera me fijo


en ella, pero ella sí en mí. Es la chica del rodeo. La que tenía la cara llena de
lágrimas y estaba a punto de desmoronarse cuando vio a Theo en el suelo.

Es guapa. Muy guapa. Está en forma, y no parece agotada o caótica como yo.
Theo y yo aún no hemos tratado este tema, pero tiene sentido que tenga a alguien.

Quiero decir, míralo. Por supuesto que lo haría.

Excepto que me guiñó un ojo. Y sigue sonriéndome como si estuviera


repitiendo cuando lamió el tequila de mi...

―¿Sabes si Theo Silva vive aquí? ―me grita.


―Sí ―respondo con una fina sonrisa. A pesar de todo lo que me he esforzado
por convertirme en una persona más amable y menos crítica, miro a esta chica y la
odio.

―¿Está en casa?

―No lo parece. ―Intento que mi voz suene alegre mientras quito el pestillo de
la verja blanca de la entrada de mi casa. Pero es una pregunta tonta.

Obviamente, no está en casa. O no quiere verla. Esas son sus dos opciones,
pero se lo está pidiendo a un extraño.

Las preguntas estúpidas reciben respuestas estúpidas.

―¡Winter, espera! ―llama Theo, bajando por la acera desde la misma


dirección que yo.

Cuando despeja el seto que le ocultaba de la chica sexy en su escalón delantero,


ella se ilumina.

―¡Theo! Hola. ―Baja corriendo los escalones y se dirige a la calle principal.

Theo se detiene, parpadeando.

―Cindy. Hola.

Se sonroja y le sonríe, evitándome una rápida mirada antes de ir directa hacia


él y envolverlo en un abrazo.

Un abrazo muy confortable.

Su mano se apoya en la mejilla de él cuando se aparta.

―¿Cómo te encuentras? Siento no haber vuelto a visitarte al hospital. Estuve


liada con el trabajo en la ciudad.

Se aparta de su alcance y su mano cae entre ellos.

―Me siento muy bien. Y sin problemas. Fue agradable ponerse al día con una
vieja amiga.

Hace una mueca de dolor, y ahora me siento mal por ella. No parece que lo
que buscaba fuera una vieja amiga.
―Bueno… ―Se endereza, mejorando aún más su tono―. No pude localizarte
en el número que tengo para ti. Pero Rhett me dijo que te quedarías aquí por un
tiempo, así que pensé… ―Ella se encoge de hombros, los labios formando una
pequeña curva, haciendo que las manzanas de sus mejillas se llenen―. ¿Podríamos
ponernos al día? ―Levanta la bolsa―. ¡Te he traído un regalo de inauguración!

De la bolsa saca una botella de tequila de aspecto caro y un juego de vasos de


chupito adornados.

―Podríamos divertirnos como antes.

Theo se ríe cortésmente, asimilando el regalo y a la mujer que tiene delante. Y


una vez más, me quedo embobada mirando a Theo.

Excepto que, esta vez, no estoy avergonzada. Siento que quiero romper algo.
Preferiblemente esos vasos de chupito. Porque el tequila es lo nuestro.

Me doy la vuelta y dejo que la verja se cierre con un estruendo petulante


mientras me dirijo a la puerta principal.

Vivi está dormida, lo que significa que sería idiota si la moviera.


Normalmente tomaría un libro, me sentaría al sol en el porche y disfrutaría de la
paz y la tranquilidad. Pero el caliente Theo está aquí con su follamiga sexy y
prefiero beberme un vaso de tachuelas que verlos interactuar.

Estoy a punto de meter la mano y arriesgarme a mover a Vivi cuando escucho


el rumor de la voz de Theo.

―Eres muy amable, Cindy. Te lo agradezco. Pero ahora estoy en un lugar


nuevo. Salir de fiesta como antes no está en las cartas.

Es amable, pero directo.

Agachada tras la sombra del cochecito, me detengo y escucho a hurtadillas.

Se ríe, pero conozco esa risa. La uso para disimular mi decepción.

―Me parece justo. Hace un par de años que dejé el circuito. ¿Cenamos algún
día?
Aprieto las muelas, preparada para que diga que sí. ¿Por qué no iba a decir que
sí?

Se pasa la mano por el cabello y se aleja.

―Ya sabes, estoy en medio de algo. Algo que me da buena espina. Así que es un
no.

Mi estómago se calienta, como si se derritiera sobre sí mismo.

Su risa de respuesta es más estridente esta vez, su tono no es tan dulce.

―Oh, culpa mía. No me había dado cuenta de que estabas con alguien.

Sus ojos se clavan en los míos, reventándome. Otra vez.

―No lo estoy. Todavía.


Dieciséis
Theo
Theo: Te recojo a las 4.

Winter: ¿Para qué?

Theo: Cena en el rancho. Podemos conducir juntos.

Winter: ¿No crees que es un poco obvio?

Theo: Vamos a decirle a todo el mundo que soy su padre. Creo que las cosas van
a ser obvias muy rá pidamente.

Winter: Bien.

Theo: ¿Qué llevas puesto?

Winter: No lo sé. Probablemente un vestido de verano o algo así. ¿Por qué?


¿Planeas elegir un conjunto que combine como si fuéramos al baile de
graduació n?

Theo: No. Quiero decir, ¿qué llevas puesto AHORA MISMO? ;)

Winter: ¿En serio?

Theo: Envía fotos.

Theo: De acuerdo. Está bien. Seguiré usando mi imaginació n.

―Es molesto lo bueno que eres en todas las cosas de papá.


Vivi balbucea en el asiento trasero mientras golpea un libro de tela que
hace ruidosos arrugamientos. Nos dirigimos al rancho para dejar salir al gato de la
bolsa. O, mejor dicho, a sacar al padre de la bolsa.

―¿Papá? ―Arqueo una ceja mirando a Winter desde el lado del conductor de
mi camioneta. Parece una muñeca Barbie enfadada, con los brazos apretados sobre
las costillas, lo que no hace más que subirle las tetas. Ya estoy distraído con ellas,
así que esto no ayuda.

―Sí. Como ahora mismo. ¿Haciendo el asiento del auto? Simple. ¿Darle de
comer? Sin problemas. ¿Cambiar un pañal? Inmediatamente más rápido que
yo. ¿Bañarla? Como si lo hubieras hecho un millón de veces. ¿Meterla en el
portabebés? Ni una palabrota mientras luchas con la correa. Es molesto.

―Dios, Winter. No sabía que compitiéramos. ¿Tienes un trofeo especial para


mí? ―No me molesto en disimular el humor en mi voz. En la última semana, he ido
a su casa todas las mañanas, con café caliente en la mano. A pesar de lo mucho que
todo esto me ha jodido la cabeza, mantengo una sonrisa en la cara y pongo todo de
mi parte para aprenderlo todo.

La miro, esperando la siguiente puñalada. Se mueve para disimular su


nerviosismo. Pero lo único que veo es cómo el vestido azul marino con un pequeño
estampado floral se desliza sobre su piel, abriendo la abertura de la falda y
dejándome ver un muslo liso.

Mi mirada se detiene ahí, recordando cómo sentía su piel bajo mis manos. Me
pregunto distraídamente si piensa en aquella noche. Seguro que sí. Hice un buen
trabajo esa noche. Sé que lo hice.

―Cindy parece agradable.

Ah. Ahi esta. Está estresada. Y así es como se las arregla, volviendo a la versión
reina de hielo de sí misma.

―Sí, lo es ―digo inexpresivo mientras salgo de su entrada.

Es hora de dirigirse al Rancho Wishing Well para una cena familiar.


La punta de su nariz se mueve mientras mira hacia otro lado.

―Deberías haber salido con ella.

Mis labios se crispan.

―¿Ah, sí?

―Sí. Hacen una bonita pareja. Ella es guapa.

―No me había dado cuenta.

Se burla de mí. En voz alta.

―No seas ridículo. Probablemente ya te has acostado con ella, lo que significa
que te has dado cuenta.

―Sí, hace años. Solía quedarse en el circuito y viajar con nosotros.

Cuando miro, la piel de Winter se ha vuelto rosada y manchada. Parece a


punto de estallar.

―No me digas esas cosas ―responde ella en voz baja.

―¿Por qué? No voy a mentirte al respecto. No tengo nada que ocultar. Asumí
que sabías que no me quitaste la virginidad esa noche.

Resopla y se queda mirando por la ventana, mordiéndose las uñas.

―¿Por qué te molesta eso, Winter?

―¡Porque no puedes tener mujeres entrando y saliendo de tu casa a voluntad


si vas a tener a Vivi cerca!

―Bueno, no están bajando exactamente con cien de fuerza.

―Más les vale que jodidamente no lo hagan. Ahora eres padre. Ten tus rollos
de una noche en otro sitio.

―¿Como el Rosewood Inn? ―espeté, aún incapaz de evitar encenderla.


Todavía viéndola pasar de ser fría e indiferente a esto.

―Grosero.

―Creo recordar que una vez te gustó lo grosero que fui contigo.
Mueve la cabeza en mi dirección, con los ojos desorbitados.

―Detente. Hay una niña en el vehículo.

Tarareo pensativo, fingiendo que estoy reflexionando sobre su argumento


cuando en realidad no es así.

―¿Así que se trata de Vivi?

Ella asiente, exhalando un fuerte suspiro al hacerlo.

―Obviamente. ¿De qué otra cosa podría tratarse?

―¿Quieres decir de qué otra cosa podría tratarse?

Se le afinan los labios y se hace el silencio entre nosotros hasta que encuentra
algo más en lo que meterse.

―Y vives al lado. No tenías que venir a recogernos.

Me cuesta no reírme. No debería encontrar esta faceta suya entrañable, pero lo


hago.

―Pensé que cambiar el asiento del auto a mi vehículo sería más fácil así.

Resopla rápidamente, con los hombros subiendo y bajando.

―Eres irritantemente caballeroso.

―Vaya. Parece que la única constante en lo que a mí respecta es que soy


molesto y maleducado.

Cuando me asomo, su rostro se suaviza. La frialdad de su rostro se desvanece y


su postura se relaja un poco.

―Lo siento. Estoy enloqueciendo.

―Lo sé. ―Sonrío mientras pasamos por la gasolinera donde la vi por primera
vez.

―Estoy siendo una zorra.

―No, no lo estás. Sólo estás usando las habilidades de afrontamiento que


tienes.
―¿Esto es alguna mierda de Tony Robbins? Porque odio a ese tipo. Sólo un
hombre puede ser tan imbécil y aún así ganar millones de dólares vendiendo los
consejos más elementales.

Lanzo una carcajada.

―Realmente es un imbécil, ¿no?

Sus labios se crispan y mira por la ventana para cubrirse.

―Sí.

―De acuerdo. No soy Tony Robbins, pero ¿sabes cómo lidio yo con los sustos?

Sus ojos azules se abren de par en par y se vuelve hacia mí, con el codo
apoyado en la consola central, como si fuera a darle una respuesta profundamente
útil. Se está burlando de mí, pero no pasa nada.

Apoyo el codo junto al suyo, disfrutando de que no se aparte.

Joder. Tengo tantas ganas de tocarla. Algo más que este casto toque de codo o
lo que carajo esté haciendo ahora mismo.

Quiero agarrarla del cabello. Inclinarla. Separarla...

Sacudo la cabeza para despejarme. La polla se me engrosa en los vaqueros, y


no es el momento ni el lugar.

Me aclaro la garganta y sigo adelante.

―Cuando estoy enloqueciendo, intento ser lo más útil posible. Me pongo a


trabajar. Limpio. Organizo. Me vuelvo genial cambiando pañales.

Se desploma en su asiento.

―Joder. Lo siento. De verdad...

―Winter, no termines esa frase. En vez de eso, prométeme que cuando


conozcas a mi madre, le dirás que soy un caballero molesto. Eso la hará sentir
orgullosa.

Ella resopla.
―Bien. Lo haré.

―No creo que pueda retenerla mucho más tiempo. Está deseando conocer a
Vivi. Las fotos no son suficientes ―admito mientras llegamos al rancho.

Winter inclina la cabeza hacia mí y frunce el ceño.

―¿Por qué la retienes?

Su cuerpo se agita cuando me detengo cerca de la casa principal. Todo es


piedra de río y troncos teñidos, con tejado de hojalata y una espaciosa terraza
envolvente.

―No lo sé. Sólo trato de darnos a ti y a mí un segundo para resolver las cosas.

―Tú y yo. ―Ella sacude la cabeza, seguido de una burla.

Pero eso no puede ser, así que me bajo de un salto y rodeo la camioneta. Por la
forma en que rebusca en el bolso que lleva sobre el regazo, supongo que espera que
vaya por Vivi. Pero abro la puerta de un tirón y me acerco lo suficiente para que mis
rodillas choquen contra el borde de la camioneta.

―¿Qué haces? ―Su tono destila alarma mientras se sobresalta y me mira de


frente.

―¿Qué hay de divertido entre tú y yo?

Sus manos se agitan en señal de incredulidad.

―¿En serio?

―En serio.

―Es... es... tú..... no necesitas sentirte obligado a hacer de esto algo cuando no
lo es. Puedes quererla en tu vida sin pretender que me quieres a mí también. No te
sientas obligado a actuar como si te sintieras atraído por mí sólo porque soy su
madre. ―Sus ojos son tan brillantes, su barbilla obstinada tan alta, sus labios tan
jodidamente besables―. No cuando tienes chicas como Cindy.
La interrumpo, inclinándome para soltarle el cinturón y girándola hacia mí
como aquella noche en el bar. Nuestros ojos chocan y en sus profundidades azules
se arremolinan preguntas.

Con una mano apoyada en el techo de la camioneta, me inclino hacia ella y


susurro―: Es una apreciación fascinante, Winter. Pero no voy a fingir nada.
Porque durante un año y medio lo único que he tenido que hacer es recordarnos a ti
y a mí aquella noche para estar todo el día dando vueltas así.

Cruzo una línea.

Saco la mano y la agarro por la muñeca, tirando de ella hacia abajo para
deslizarla sobre mi polla dura como una roca.

No se aparta. Lo único que se mueve en ella son sus iris, trazando mi cara, su
expresión cuidadosamente en blanco.

Pero entonces sus dedos se flexionan sobre mi polla.

Exhala un suspiro y se lame los labios mientras yo gimo y bajo la cabeza. La


franja de espacio que nos separa cruje cuando mueve un dedo, recorriendo la tela
vaquera que nos separa. Su tacto es dolorosa y deliberadamente lento.

―¡Oh, bien! Ya estás aquí. ―La voz alegre de Summer y sus pasos bajando las
escaleras me alejan de Winter.

Los dos jadeamos y nos miramos fijamente.

―¡Estoy tan feliz de que hayan compartido el auto! ―Summer me palmea el


hombro―. Eres todo un caballero, Theo. Abriéndole la puerta así.

Summer no se da cuenta.

Pero creo que Winter ya no lo hace.


Diecisiete
Winter
Summer: ¿Todos está n bien para cenar en la casa principal esta noche?

Sloane: ¡Sí! Acabamos de volver.

Willa: Traeré las mimosas. Cade está cocinando.

Winter: Sí.

Summer: ¿Escuché que está s conduciendo con Theo?

Willa: Me gusta mucho má s que el Doctor Idiota.

Winter: No estamos juntos.

Willa: Pero si lo hicieran, estarías subiendo de nivel.

Summer: Muy arriba. Muy arriba.

Sloane: Déjenla en paz, chicos.

―¿Cómo está la fisio? ―Rhett pregunta cuando se produce una pausa en la


conversación alrededor de la mesa.

―Bien, en realidad. Me han dado el visto bueno para deshacerme del


cabestrillo. De todas formas, no es que lo lleve puesto ―responde Theo riendo.

Theo, que se negaba a sentarse en otro sitio que no fuera al lado de Vivi. No es
que pueda culparlo, pero aun así. No soy ajena a las miradas rápidas que la gente le
lanza. A nosotros.
―¿Cuándo viene tu madre? Summer y yo deberíamos invitarla a cenar. Ella
no ha visto la nueva casa. Ahora que lo pienso, hace tiempo que no la veo.
―Rhett se echa hacia atrás en su silla, mirando a Theo.

Todo parece muy obvio, sobre todo con Theo guiñándome un ojo cada vez que
carraspeo nerviosamente. Es como si estuviera a punto de decir algo y luego me
dejara arrastrar por la marea de la conversación.

―Por supuesto. A ella le encantaría. Creo que va a salir un poco antes. Se


quedará en mi casa.

Todos siguen comiendo la pasta con gambas y limón que ha preparado Cade.
En el centro de la mesa hay un cuenco lleno de ensalada de sandía y menta. Es la
comida perfecta para el verano y todo el mundo está aquí para participar.

Willa, cuyos sagaces ojos saltan entre Theo y yo. Cade, que se ocupa de su
hija Emma y de su hijo Luke, que apenas ha levantado la cabeza de meterse la
pasta en la boca como si sus padres llevaran días sin darle de comer.

Sloane y Jasper, que bien podría estar comiendo con ella en su regazo por lo
cerca que están sentados.

Y Beau, que está haciendo todo lo posible por robarme la corona de imbécil,
está enfrente de Harvey, en la cabecera de la mesa, dando vueltas a una botella de
cerveza y quitándole la etiqueta. Sin decir una palabra.

Incluso la madre de Sloane, Cordelia, está aquí. Todavía. Se mudó a un


lugar seguro para quedarse después de dejar a su marido imbécil hace más de un
año y simplemente... no se ha ido. Y la forma en que dice―: Harvey, tú también
necesitas ensalada. No puedes mantenerte sano comiendo solo carne y
carbohidratos ―mientras se seca los labios y mira hacia otro lado, es adorable.

Harvey pone los ojos en blanco y se sirve unas cucharadas de fruta.

Que todo el mundo nos mire sospechosamente a Theo y a mí mientras ignoran


lo que está pasando entre Harvey y Cordelia me deja alucinada.
―Qué bien. A mí también me gustaría conocerla. ―La voz grave de Harvey se
interpone mientras mira la fruta en su plato como si fuera su enemiga. Y entonces
suelta algo que no debería sorprenderme, pero me sorprende―. Creo que
querrá pasar un poco más de tiempo conociendo a su nuevo nieta.

La mesa se queda en silencio, salvo por el ruido de Summer al dejar caer el


tenedor sobre el plato.

Siento que el tiempo se alarga, acentuado por el golpeteo de mi corazón


en los oídos. Pensaba decir algo, pero aún no había encontrado el momento. Aún
estoy armándome de valor, tratando de trabajar en ello y no soltarlo sin ningún
tacto.

―¿Qué? ―Harvey dice sobre un bocado de sandía―. Ya han pasado un par de


horas. ¿Vamos a seguir aquí sentados fingiendo que Theo no es el padre de Vivi?
Quiero decir, míralos.

Mis labios se crispan y mis mejillas se calientan.

Maldito Harvey.

Theo me salva. Como siempre.

―Bueno, Winter y yo pasamos mucho tiempo hablando sobre cómo sacar el


tema, pero debería haber sabido dejártelo a ti, Harv.

Sloane está sentada frente a mí, con la mano en el pecho, fingiendo estar
conmocionada. Bendita sea ella

. ―Gracias ―articulo hacia ella.

Sacude la cabeza y me hace señas para que no me preocupe.

―Espera. ―El dulce Jasper parece realmente confundido. Le debo a Sloane


una botella de Buddyz Best lager por mantener este secreto tan cerca como lo ha
hecho―. Lo único que recuerdo de ustedes dos es esa divertida riña que tuvieron
en la entrada.

―¡Sí! ―Los ojos de Willa se iluminan mientras apunta con el dedo en


dirección a Jasper, con la voz llena de energía―. ¡Esa fue buena! ―Y
basándome en lo memorable que parece ese altercado para todos los demás,
debo haber hecho el ridículo.

Harvey suelta un bufido burlón.

―Vamos. ¿Es que no saben nada? ¿Han visto alguna vez a un gato pelearse con
una hembra?

El cuerpo de Willa está tenso por la risa apenas contenida, mientras Cade gime
y se restriega una mano por la barba.

―Empiezan arañándose y gritándose...

―Papá, para, por favor. ―Cade apoya los antebrazos en el borde de la mesa,
mirando fijamente su cubierto.

―Y antes de que te des cuenta… ―Harvey continúa, sin inmutarse.

―Papá. ―Ahora incluso Rhett está tratando de hacer que se detenga.

―¿Antes de saber qué, Harv? ―Es Jasper quien da al hombre mayor el


empujón final que necesita, ignorando la ligera bofetada que Sloane le da en el
pecho.

Harvey se encoge de hombros con naturalidad.

―Antes de que te des cuenta, se están reproduciendo. Gatitos por todas partes.
Ese dicho sobre las gatas en celo no salió de la nada.

Un coro de gemidos resuena alrededor de la mesa.

―Señor, ayúdame ―murmura Beau. Pero por miserable que haya sido, ni
siquiera él puede mantener los labios fruncidos ante las payasadas de su padre.

Cuando miro a Theo al otro lado de la trona de Vivi que nos separa, tiene las
palmas de las manos apretadas en las cuencas de los ojos, el cuerpo temblando de
risa silenciosa.

―¿En serio, Theo? ―Le siseo, intentando sonar amenazadora, pero una risita
se cuela en mi voz.
―Perdona. Necesito un minuto después de eso. ―Me mira, secándose las
lágrimas de los ojos que inundan sus pestañas oscuras mientras sacude la cabeza
con incredulidad.

Echo los hombros hacia atrás y me encuentro con los brillantes ojos avellana
de Harvey al final de la mesa.

―Gracias por la explicación, Harvey. Cuando Vivienne crezca y pregunte


cómo nos conocimos, me aseguraré de dejarla contigo.

―No ―salta Cade―. No le des ideas. Las mentes jóvenes e impresionables no


necesitan la versión Harvey Eaton de los pájaros y las abejas.

―Creo que cuando el abuelo me habló de los pájaros y las abejas, utilizó
conejos en su lugar ―añade Luke inocentemente.

―Sí. ―Harvey se ríe―. También hay un dicho sobre los conejos, ¿sabes?

Lo veo sobresaltarse un poco mientras sus ojos se dirigen a Cordelia, que


claramente lo ha pateado por debajo de la mesa.

―Pero... ―Sus ojos observan al numeroso grupo de personas que le devuelven


la mirada en diversos estados de diversión―. Esa no es una conversación apropiada
para una cena.

Luke, de siete años, se burla antes de decir―: Sí, papá se volverá loco si
vuelves a decir 'follar como conejos' delante de mí. ―Se le ponen los ojos como
platos y se tapa la boca con una manita, como si pudiera volver a meter las
palabras.

La silla de Cade chirría cuando se pone de pie.

―Lucas Eaton, fuera. Ahora.

Luke baja los ojos y le lanza a Willa una sonrisita juguetona desde debajo del
flequillo de su nuevo peinado más largo.

―Tú también, Harvey.


Willa se inclina sobre la mesa y susurra en voz alta―: Mierda, Harv, ahora has
enfadado a papá.

Harvey aprieta los labios para ocultar una sonrisa mientras se levanta y sale a
que le ‘hablen’ de su hijo.

―Ya lo he escuchado, Red ―grita Cade mientras sale por la puerta trasera sin
volver a mirar.

Willa se abanica y saca a Emma de la trona y la toma en brazos.

―Bueno, esta ha sido una cena familiar interesante, por decir algo.

―No me digas ―responde Rhett, mirando fijamente a Theo, como si no


pudiera creer lo que ha salido esta noche―. ¿Cuándo te enteraste de esto?

―Hace una semana ―responde Theo.

Rhett vuelve su atención hacia mí.

―¿No se lo has dicho? ¿Ni a nadie? ¿Lo has sabido todo este tiempo y no has
dicho nada?

Hay incredulidad en su voz, pero también acusación. Por supuesto, pensaría


lo peor de mí. Puedo estar sentado a la mesa con esta familia, pero no soy uno de
ellos. Haga lo que haga, siempre me mirarán con una pizca de sospecha.

Theo chasquea los dedos sobre la mesa, atrayendo de nuevo la atención de su


mentor. Pasó de parecer divertido a francamente asesino.

―Cuida tu maldito tono cuando hables con la madre de mi hijo.

A Rhett se le desencaja la mandíbula y se cruza de brazos. Parece sorprendido


por el tono cortante de Theo.

Sloane corta la tensión.

―No nos debes una explicación. Si ustedes son felices, yo soy feliz. Vivi tiene
tanto amor, y es la niña más afortunada del mundo con dos grandes padres en su
vida ahora.
Me acomodo en mi asiento mientras Sloane me hace un breve gesto con la
cabeza desde el otro lado de la mesa.

Como una reacción física al aumento de la tensión en la mesa, a mi lado


surgen gemidos silenciosos y los ojos de Vivi se cubren de lágrimas de repente.

Antes de que pueda reaccionar, Theo se acerca a ella.

―Eh, eh, eh, pequeña. No pasa nada ―arrulla mientras la acurruca contra su
pecho.

Y es un disparo a mi núcleo.

No tiene por qué verse tan bien y estar tan bien. Saltando de defenderme a
consolarla. No me lo merezco, y hay una parte de mí que aún siente que le he
cargado con algo que es imposible que quiera.

También hay una parte de mí que se siente más atraída por él cada vez que
estoy en su compañía. Lo sentí esa noche, un nivel de comodidad que nunca había
conocido. Y ahora esa sensación aumenta cada segundo que estoy cerca de él.

Cada vez que lo veo con Vivi.

Cada vez que aparece en mi puerta con un café.

Cada vez me guiña un ojo y recorre mi cuerpo con la mirada, como si estuviera
repitiendo aquella noche en su mente.

Pero aquí sentada, viéndolo rodeado de amigos y familiares, consolando a


nuestra hija como el hombre dulce que es, me siento como una extraña.

Como si no perteneciera. Voy a estar atada a él por el resto de mi vida, así que
es muy probable que me vea obligada a verlo salir con otras mujeres. Casarse
con otra mujer. Tener hijos con otra mujer. Y Vivi será parte de esa familia
también.

Y seguiré siendo la marginada. Porque ponerle la polla dura no es suficiente


para que una relación dure.

―¿Cómo va todo esto...? ―Summer pregunta con cuidado.


La bola de ansiedad que tengo en el pecho al enfrentarme a la realidad de mi
futuro y estos celos ajenos que me consumen me impiden hablar.

―Estupendo. Todavía estamos pensando en qué hacer. ―Theo me mira, con la


palma de la mano frotando la espalda de su hija mientras ella se acurruca en su
cuello. Como si supiera que es suyo.

Suyo de un modo que nunca será mío.

―Vivir uno al lado del otro ayuda, la verdad ―añade con buen humor,
seguido de un guiño. Un guiño que grita peligro a mi corazón, igual que la primera
vez que lo dirigió hacia mí.

―Sí ―digo, jugueteando con la servilleta en mi regazo―. Es perfecto. Es


como si fuéramos socios. ¿Sabes? ―Summer asiente lentamente, con los ojos
nublados por la confusión―. Como si tuviéramos el mismo objetivo, pero
pudiéramos mantener las cosas separadas. Casi profesionales. ―Lo digo para dejar
las cosas claras, una bonita valla de alambre a mi alrededor para mantener mi
maltrecho y desconfiado corazón a salvo de cualquier daño. A salvo de un hombre
como Theo, del que sería demasiado fácil enamorarse.

Theo se tensa a mi lado. Al instante sé que le he asestado un golpe que le ha


dolido.

Cuando miro hacia él, veo que evita mirarme. Me doy cuenta de que la
sonrisa orgullosa de su apuesto rostro se ha desvanecido. Tiene las comisuras de
los ojos pellizcadas y acurruca a Vivi contra sí, como si fuera a llevármela.

Y por mucho que sintiera la necesidad de trazar esa línea en la arena para
protegerme... me arrepiento de haberlo dicho.
Dieciocho
Theo
Mamá: ¿Se lo vas a decir a todo el mundo esta noche?

Theo: La gran revelació n.

Julia: Me sorprende un poco que sea la primera vez que ocurre.

Theo: Jules, ¿no tienes deberes que hacer o algo?

Julia: Siento que podrías ser ese tipo que tiene hijos surgiendo a diestro y
siniestro si alguna vez te haces una de esas pruebas de ADN de ascendencia.

Theo: No es culpa mía que sea tan fértil que ninguna barrera pueda detenerme.

Julian: Qué asco. Eres mi hermano. Esa es la línea.

Mamá: Juega juegos estú pidos, gana premios estú pidos.

El sol se está poniendo en la amplia terraza trasera del rancho cuando Rhett
me llama la atención. Inclina la cabeza hacia la casa y me hace un gesto silencioso
para que lo siga.

Miro a Winter al otro lado de la mesa. Está sentada con la espalda recta, justo
al lado de un gran calefactor de pie con Sloane en el lado opuesto al suyo. Willa y
Summer hablan por encima de ellas sobre algo.
Como si sintiera mis ojos clavados en ella, Winter gira la cabeza a paso de
tortuga, como si se resistiera a una fuerza que la domina. Nuestros ojos se
encuentran.

Vivi está dormida en mis brazos, pero la atención de Winter está puesta en mí.
No consigo adivinar la expresión de su cara, y hago todo lo posible por
mantener mis rasgos despreocupadamente inexpresivos. Intento poner una cara
sonriente y no delatar ante un animado grupo de gente feliz que el hecho de que
se refieran a mí como socio me da ganas de dar la vuelta a la puta mesa.

Me levanto al mismo tiempo que Rhett y le digo a Winter―: Voy a entrar un


momento.

Ella asiente con la cabeza y extiende los brazos ofreciéndose a llevar a Vivi.

Sacudo la cabeza. De ninguna manera voy a renunciar a un solo momento con


esta niña dormida en mis brazos.

Después de seguir a Rhett, me apoyo en la isla de la cocina mientras él se apoya


en el respaldo del gran sofá de cuero que da al salón. Es como si los dos jugáramos a
ser informales cuando sabemos que esta conversación es cualquier cosa menos eso.

Tiene una espina clavada.

Y francamente, yo también. Winter puede llamarme su socio todo lo que


quiera, pero nadie va a acusarla de las cosas que Rhett hizo antes. No lo permitiré.

―¿Cómo estás? ―Se cruza de brazos y mira entre la cara dormida de Vivi y la
mía.

―Bien ―le respondo.

―Esto debe haber sido toda una sorpresa.

―No me digas.

―¿Cómo te sientes al respecto?

Me encojo de hombros con rigidez.

―Bien.
―No, de verdad, Theo. No puedes haber querido esto. Obviamente, Vivi es
increíble, pero esto no es para lo que te apuntaste, y los dos lo sabemos. No me
lancé delante de un toro para que lo echaras todo por la borda.

―Rhett, voy a detenerte ahí mismo. Has sido mi amigo durante mucho
tiempo. Mi mentor por aún más tiempo. Mi padre te quería, y yo también. Pero
ayúdame, si sigues hablando de esta situación actual como si fuera una carga, se
hará difícil seguir siendo tu amigo.

Se sobresalta y abre los ojos.

―Vaya. Está bien. Es sólo que Winter es un poco...

―¿Qué? ―Lo corté―. ¿Fuerte? ¿Inteligente? ¿Una puta madre fantástica?


Porque si estabas pensando palabras sobre ella que son algo menos que positivas,
entonces has encontrado la línea.

Rhett se ríe.

―Nunca he visto este lado tuyo.

―¿Qué lado? ―murmuro, mirando fijamente el rostro sereno de Vivi,


estudiando la forma en que su oscuro flequillo de pestañas se abanica
delicadamente sobre sus mejillas sonrosadas.

―Esto... esto… ―Mueve una mano arriba y abajo cuando lo miro―. Este lado
tuyo de papá oso. Pero sabes que eso no significa que te tenga que gustar Winter. Es
una mujer complicada. Quiero decir, es de la familia, pero no siempre es fácil...

―Siempre me ha gustado Winter. Me gustaba cuando me contabas historias


sobre ella antes de conocerla. Me gustó la primera vez que la vi en la gasolinera de
mierda de la esquina de Rosewood y Main. Me gustó cuando me gritó que debía de
tener la polla pequeña. ―La cara de Rhett es una mezcla de confusión e
incredulidad―. Y me gusta especialmente ahora. No estoy triste por Vivi. Lo único
que me entristece es no haber estado antes con Winter. Pero esa es mi cruz. Así que
si buscas a alguien con quien compadecerte de lo horrible que es, búscate a otro.
Con eso, empujo el mostrador, abro la puerta trasera y saludo con la mano a la
única mujer que ha captado mi atención. Mi nueva socia.

Interrumpo el murmullo de la conversación, harto de estar con todo el


mundo.

―Tink, vamos a casa.

Parpadea un par de veces, da las gracias educadamente y se disculpa. Cuando


llega hasta donde estamos Vivienne y yo, me agarra del bíceps y me deja guiarla
fuera de la casa.

Volvemos a casa en un silencio tenso. Me digo que es porque Vivi está dormida
en el asiento de atrás. Pero es mentira.

Yo lo sé. Y tengo la sensación de que Winter también lo sabe.

―Ha ido mejor de lo que esperaba ―dice, con una voz demasiado brillante
para su personalidad.

―¿Qué esperabas? ―Mis manos se aferran al volante, mi voz baja y tranquila.

La oscuridad se instala a nuestro alrededor, y el zumbido sordo de los


neumáticos en la carretera secundaria llena el vacío de su falta de respuesta.
Intento no apartar la vista de la carretera, pero lleva tanto tiempo callada que no
puedo evitar echarle un vistazo. Su postura es recta, pero sus manos se retuercen
en su regazo, delatando su angustia interior.

―No esperaba que me defendieras.

Sacudo la cabeza, un poco irritado porque piense que no lo haría.

―Siempre te defenderé, Winter.


Mi afirmación debe de escandalizarla, a juzgar por la forma en que mueve la
cabeza en mi dirección. Al cabo de unos segundos, se aclara la garganta y se relaja
en su asiento.

―No me sorprende la opinión de Rhett, porque es más o menos lo que


esperaba. No puedo culparlo por pintarme como la villana. Puedo entender por qué
me percibe de esa manera.

―¿Por qué?

―Porque mi relación con Summer es nueva. Y él guarda el rencor mejor que


ella, supongo.

―Es un idiota.

―No. ―Suspira pesadamente y su mirada se desvía por la ventana―. He sido


brutal con Summer casi toda mi vida.

―¿Por qué? ¿Te hizo algo?

Winter resopla, como si ambos supiéramos que está fuera de lugar que
Summer haga algo mezquino.

―Suena estúpido cuando lo digo en voz alta.

―Digo muchas estupideces.

Ahora se centra en mí.

―Bueno, es verdad. Creo que una vez me ladraste.

Mis labios se crispan, pero niego con la cabeza.

―Continúa.

―Creo que me di cuenta a una edad temprana de que si reflejaba la forma en


que Marina trataba a Summer y a mi padre, ella... ¿los dejaba en paz? Como si
sintiera que yo estaba en su equipo, le importaría menos lo que ellos hicieran
porque podría centrar toda su atención en mí. En prepararme para ser la perfecta
versión mini-yo cirujana de ella. Nivelé el campo de juego para ella. Al alejarme de
ellos, sentía que ganaba y, a cambio, no aterrorizaba a mi hermana pequeña.
―¿Se lo has dicho a Summer?

El cuerpo de Winter se agita bajo un pesado suspiro.

―No. Acabamos de empezar de cero. Aclarar esto sólo la lastimará. Y no


quiero hacerle más daño del que ya le he hecho.

―Deberías decírselo.

―¿Por qué?

―Te haría sentir mejor.

―Y a ella peor. Sentirá que necesita arreglarme. Ella es así.

―No necesitas arreglo, Winter. ―Me trago el dolor de garganta. Eso parece
demasiado para que lo procese un niño, y mucho menos para que lo soporte―.
Pero, ¿qué hay de tí?

Me hace señas con la mano.

―Sobreviviré.

―¿Y qué hay de la niña que una vez fuiste?

Su lengua recorre sus labios, cubriendo la ansiedad que siente en este


momento.

―Yo estaba bien. Me alimentaban, me daban de beber y me vestían de diseño y


hacía todas las actividades extraescolares que quería. ―Se encoge de hombros―.
No me faltaba de nada.

―¿Pero qué pasa con el amor?

Se gira para mirar a Vivi por encima del hombro y su voz adquiere un tono
más grueso cuando dice―: ¿Qué pasa con eso?

―¿Lo tenías?

Observo cómo trabaja su garganta mientras su atención permanece fija en


nuestra hija dormida.

―No. Creo que nunca lo había tenido hasta ella.


Sin pensarlo, me aprieto el pecho con el talón de la mano para alejar el dolor.
Ojalá mi madre estuviera aquí. Ella sabría qué hacer o qué decir.

―Es curioso ―continúa Winter, como si estuviera en trance―. Hice un


juramento como médico. Mi trabajo es salvar la vida de la gente. Y de alguna
manera, eso no me resulta pesado ni opresivo. Es más bien un desafío que puedo
superar. ¿Pero con ella? Dios. Me consume. A veces, estoy tan consumida por
amarla que ni siquiera puedo dormir. Usaría a un extraño inocente como escudo
para ella si hubiera disparos. Empujaría a otros a las llamas para sacarla de un
edificio en llamas. Nadaría en agua hirviendo por ella. Ni siquiera pestañearía,
Theo.

―Entonces, ¿la amas? Eso es normal. Quiero decir, tus descripciones son un
poco... oscuras. Pero te entiendo ―digo mientras entro en su casa.

―¿Lo es? ―Me mira con sus ojos azules cristalinos. Centellean en la oscura
cabina de la camioneta, reflejando cada mota de luz que nos rodea―. Nunca había
amado a nadie así. Y nadie me ha amado como Vivi. Es tan extraño.

Jesucristo. Esta mujer.

Tengo ganas de tocarla, de calmarla. Así que alargo la mano y le acaricio la


cabeza, peinándole el cabello con los dedos como hice en el ascensor. Me inclino
sobre la consola y ella me sostiene la mirada.

―Sí, Winter. ―Sus iris se posan en mis labios―. Eso es normal. Y no deberías
conformarte con menos.

Su aliento me recorre la mejilla cuando suspira. Podría cerrar los dedos en un


puño y besarla. Darle una muestra de que no se conforma. Pero se aparta antes de
que pueda hacerlo, y una mano sube para darme un platónico apretón en el
antebrazo.

A veces no puedo saber si se trata de una atracción unilateral. No puedo saber


si me paso todos los días en la ducha masturbándome mientras pienso en una
mujer que no piensa en mí para nada. Winter es casi imposible de leer.

Y esta noche no es diferente.


Me dedica una sonrisa plana y nos separamos sin intercambiar una
palabra más. La veo llevar el asiento de Vivi a la casa oscura antes de salir y
conducir hasta la casa de al lado.

Cuando entro, siento como si entrara en la casa equivocada.


Diecinueve
Theo
Winter: Gracias por esta noche.

Theo: No he hecho nada especial.

Winter: Lo hiciste.

Theo: ¿Quieres que vaya y haga algo realmente especial que me agradecerá s
profusamente?

Winter: ¿Siempre está s tan caliente?

Theo: Iba a decir que limpies tu casa. Saca tu mente de la alcantarilla, Dra.
Hamilton.

―Fuera, Peter.

Si las miradas mataran, yo ya estaría muerto. Peter me mira con la espalda


redondeada y una pata levantada, mientras su pequeño cuerpo tiembla. Algunas
personas podrían pensar que es frío, pero yo sé que no es así. Es su rabia de
hombre pequeño.

―Lo sé. ¿Cómo me atrevo a hacerte levantarte del sofá e ir a mear?

Vuelve a temblar.

―Soy oficialmente la peor persona del mundo.


Las orejas del perro se aplanan y sus ojos, normalmente saltones, se
entrecierran.

Suspiro, cansado tras una de las noches más jodidamente raras de mi vida, y
me agacho para levantarlo.

―Vámonos, imbécil. No quiero que me despiertes en mitad de la noche.

Salimos por la puerta de atrás y Peter emite unos gruñidos poco


impresionantes. Lo dejo en la hierba y me siento en el escalón del porche trasero.
Se vuelve y me mira con desaprobación por encima del hombro.

―¿Es eso lo que obtengo por rescatarte? Ni siquiera me gustan los perros
pequeños. Tú eres una excepción.

Camina cautelosamente por la hierba como si su mera existencia fuera una


afrenta personal para sus delicadas piernecitas. Decido que mañana cortaré la
hierba más corta. También cortaré el césped de Winter.

Entonces es cuando lo escucho.

Los gritos de rabia de Vivi se filtran en la noche desde la puerta de al lado.


Estas casas antiguas tienen mucho carácter, pero una insonorización terrible.

Estoy indeciso sobre qué hacer. Odio que Winter lo haga todo sola.

No me puedo creer que haya dicho algo de que no quiero que mi perro me
despierte por la noche cuando Winter lleva meses haciéndolo.

Sola.

Peter olfatea y da vueltas como si fuera a orinar. Por alguna razón, decide que
el trozo de hierba de la esquina es basura e indigno de su regalo. Así que vuelve a
olfatear para encontrar el lugar perfecto.

Vivi gime, y cuanto más escucho sus llantos, más agitado me siento. Me pongo
de pie y veo a Peter mirar a su alrededor como si estuviera buscando el lugar ideal
para construir la casa de sus sueños, no para mear.
―Vamos, Pete. Solías vivir en la calle. No eres tan elegante. Elige un sitio.
―Chasqueo los dedos antes de girarlos en un agitado movimiento de ‘ vámonos’.
Porque no puedo quedarme aquí sentado, o meterme en la cama para dormir toda
la noche, sabiendo que están luchando a pocos metros.

Así que, cuando Peter por fin hace sus necesidades, atravieso el césped y lo
tomo en brazos ante el coro de más gruñidos agitados. Tomo la estrecha acera que
hay entre las casas, paso por encima de la valla baja y atravieso el césped vecino
hasta la puerta principal. A juzgar por el llanto que viene de dentro, no voy a
despertar a nadie, así que llamo a la puerta tres veces. Fuerte.

Tarda un poco, pero la puerta se abre. Winter sigue vestida y se ha lavado la


cara, pero solo un lado.

―Lo siento. Intentaré no hacer ruido.

La miro fijamente. No tiene ni idea de cómo pedir ayuda. Y entonces me doy


cuenta. No ha tenido a nadie a quien pedir ayuda.

―Pensé que podría pasarla de la sillita del auto a la cuna. ―Un suspiro que
también podría pasar por un sollozo se le escapa mientras los ojos se le llenan de
lágrimas―. Pero esa estúpida bisagra chirriante que tengo que arreglar la despertó
y ahora está cabreada. He intentado darle el pecho y no quiere mamar. Y no soporto
escucharla llorar, pero tampoco quiero dormir con el maquillaje puesto o sin
lavarme los dientes. Así que sólo necesito un minuto y luego me la quedo...

Le pongo una mano en el hombro, la hago entrar en casa y cierro la puerta


de una patada.

Luego le tiendo a Peter.

―Toma. Ten a mi perro y vete a la cama.

Se lo lleva, aunque mira su cuerpo pequeño como si estuviera enfermo. Casi


sonrío al darme cuenta. Peter y Winter tienen mucho en común. Espinosos por
fuera, un poco rotos por dentro y desesperadamente necesitados de alguien que los
abrace.
―No necesito tu ayuda, Theo.

Esta es la parte en la que arremete, pero me lo esperaba de ella. Es ferozmente


independiente.

Le doy una sonrisa suave mientras ella y mi perro me miran.

―Sé que no, Winter. Pero quiero ayudar de todos modos. Déjame ayudar esta
noche, ¿de acuerdo?

Se le ponen los ojos como platos. Está tan acostumbrada a que la gente se
marche cuando se pone brusca que la confundo cuando no retrocedo.

Así que le pongo una mano en la parte baja de la espalda y la conduzco por el
pasillo.

―¿Debo dejar que tu perro duerma en mi cama?

―Sí.

―Pero él...

―Será bueno para ti. Le gusta acurrucarse y duerme como un muerto. Ve a


terminar de desmaquillarte y a cepillarte los dientes.

Con un suave empujón, mando a Winter al cuarto de baño, me doy la vuelta y


entro en la habitación de Vivi.

―Nena, ¿qué es esta conmoción? ―arrullo cuando sus pequeños brazos me


alcanzan―. No puedes estar de fiesta tan tarde. Tu pobre mamá necesita descansar.

La levanto en mis brazos y su mejilla húmeda se acurruca en mi cuello. Me


agarra la camisa con los puños y... llora con más fuerza.

―De acuerdo, estás muy enfadada. Lo entiendo. Parece que todo el mundo lo
está esta noche, así que no estás siendo nada original.

La hago rebotar, salgo a la cocina y saco todo lo que necesito para


calentarle un poco de leche del congelador.

―¿Sabes cuándo me pongo de mal humor? Cuando tengo hambre. Eso te lo


digo yo. Intentémoslo otra vez.
Jadea, con el cuerpo agitado por el peso de intentar recuperar el aliento.

―Mi madre lo llama hambre. Hambre y rabia a la vez. A mi hermana también


le pasa. Probablemente por eso siempre se burla de mí. Ella sólo tiene hambre.
Estoy segura de que es un rasgo de Silva.

Cuando el biberón está listo, los llantos de Vivi han disminuido y me dirijo a
su habitación por el pasillo. Pienso sentarme en la mecedora con mi hija y ver cómo
se duerme.

Levanto la cabeza al escuchar el chirrido de las bisagras de la puerta. Winter


está de pie en la entrada de su habitación, justo enfrente de la de Vivi, y parece
cansada y con los ojos muy abiertos a la vez. Como si no supiera qué hacer o decir
cuando alguien se abalanza sobre ella para ayudarla.

Se muerde el labio cuando me acerco y mi mirada se posa en su camisón de


algodón. Me pregunto si llevará algo debajo. Por mi mente pasan imágenes de mí
subiéndoselo y follándola.

―Vete a la cama, Winter.

―¿Estás seguro? ¿Qué vas a hacer?

Coloco a Vivi en su cuna y le doy el biberón caliente en sus manos antes de


girarme para mirar a la mujer que ha ocupado todo el espacio de mi cerebro desde
el primer momento en que la vi… desde antes probablemente.

Cada vez que Rhett mencionaba lo que había pasado entre ella y Summer, no
podía evitar pensar que no estábamos conociendo toda la historia. Que la gente no
es cruel sin una buena razón. Que dos hermanos no deberían estar tan enfrentados.
Que los padres no deberían joder a sus hijos tanto como lo que él describía. Mi
infancia no fue perfecta, pero nunca dudé de cuánto me querían mis padres.

Es cierto que no conocía a Winter, pero de todos modos me preguntaba por


ella.

―Voy a cuidar de nuestra hija para que puedas descansar lo que necesitas.

―Está bien. No necesito tu ayuda...


Mi mano sale disparada y rodea la suya con brusquedad mientras la conduzco
a su dormitorio. Es como el mío, con molduras de corona y maderas nobles
pulidas, pero el suyo tiene un toque femenino. Tiene un precioso marco de
cama antiguo de latón. Es delicada y pulida, probablemente fría al tacto, como
ella.

Pero si sostienes ese metal el tiempo suficiente, se calentará. Tomará la


temperatura de su entorno.

Winter sólo necesita un poco de calor para calentarse.

Peter ya se ha acurrucado sobre las impolutas sábanas blancas, aprobando la


extravagante habitación.

―Métete en la cama, Winter. O te meteré yo mismo.

Su cuerpo está tan cerca del mío que, cuando se gira para mirarme, las puntas
de sus pezones rozan mi pecho.

―¿Qué parte de no necesito tu ayuda no está registrando? ―Sus hombros


giran hacia atrás, pero eso sólo presiona más sus pechos en mi pecho.

Vivi es feliz con el biberón en la cuna y Winter ha sacado las garras como a mí
me gusta.

Dos pueden jugar a este juego. Los tiempos están cambiando.

―Todo, Winter. ―Paso mi mano por el costado de su cuerpo, la palma


dando forma a su cadera. No hay dobladillo de las bragas. Gimo justo cuando ella
aspira un suspiro, ambos bajamos la barbilla para mirar mi mano extendida sobre
ella posesivamente. Tan pequeña bajo mi palma.

Me vienen recuerdos de cómo la volteaba y le levantaba las caderas como yo


quería. Su culo arqueado hacia mí, con las piernas abiertas en señal de ofrenda,
mientras yo metía la mano bajo su cuerpo para acariciarle el clítoris. Gimoteó mi
nombre y se corrió en mi polla, aunque juró que nunca podría.

Acerco mi boca a su oreja, sin perderme cómo se estremece.


―Vas a aceptar mi ayuda. Y te va a gustar. Puede que incluso me lo
agradezcas. ―Le pellizco el lóbulo de la oreja y bajo la voz para añadir―: Como
hiciste la última vez que te eché una mano.

Con unos pasos suaves, avanzo y la empujo hacia la cama hasta que sus
piernas desnudas se apoyan en el borde. Con un suave empujón en la cadera, su
cuerpo cansado se pliega y se sienta en el colchón, mientras yo me elevo sobre ella.

Le agarro suavemente la mandíbula y me inclino para mirarla a los ojos. Sus


iris azul pálido recorren mi rostro como si intentara adivinar qué haré a
continuación.

Ahora no hay resistencia en ella, sólo curiosidad. Es posible que incluso tenga
algunos de los recuerdos que me obsesionan, por la forma en que sus pezones se
tensan contra el camisón.

―Somos un equipo, Winter.

Su aliento se abanica sobre mis labios húmedos en jadeos cortos y ásperos


mientras me mira fijamente.

―Un equipo.

Asiento con la cabeza.

―Sí. Un equipo. Así que a veces tendremos que trabajar juntos. No puedes
luchar contra mí todo el tiempo.

La columna de su garganta trabaja mientras ella traga, y yo me alejo,


necesitando algo de espacio. Necesito alejarme de ella antes de echar a perder la
confianza que me he ganado con ella.

―Sí. ―Su voz es un susurro inestable―. Somos como socios de negocios.

Socios de negocios.

Ese término todavía me da ganas de romper algo. Nosotros no somos eso.

Vuelvo a agarrarla por la barbilla, esta vez con un poco más de firmeza,
mientras acerco su cara a la mía.
―Winter ―ronco―. Tengo patrocinadores. Y agentes. Médicos y
entrenadores. Son relaciones comerciales. Tú y yo somos muchas cosas, pero socios
de negocios no es una de ellas.

Se lame los labios -se lame los putos labios-, la mirada rebota entre mis ojos
mientras sus manos se agarran al borde del colchón.

―¿Por qué no? Podríamos serlo.

Esta mujer nunca se echa atrás. Es jodidamente exasperante, y me encanta


eso de ella.

―Porque las cosas que sueño hacerte son horriblemente poco profesionales.

Tiro toda mi moderación por la maldita ventana y tomo su boca.

Soy duro e inflexible, una mano en su mandíbula mientras la otra se desliza


por su cabello. Y ella no pierde el ritmo. Abre la boca y recibe el beso con los brazos
abiertos. Sus manos se aferran a mi camisa y se acerca.

Como un metal precioso, se calienta.

Labios suaves y gemidos hambrientos me transportan a nuestra noche en un


ascensor poco iluminado. A un pasillo donde la empujé contra la pared.

Introduzco la lengua en su boca, profundizando el beso. Me atrae hacia ella.


Hasta que se tumba de espaldas en el colchón y yo hago un esfuerzo para no caer
directamente en la cama con la mujer que no parece comprender lo tentadora que
es.

Sus besos son salvajes y frenéticos, llenos de desesperación. Me clava las uñas
en la espalda cuando le muerdo el labio inferior. Mi polla se tensa en la parte
delantera de mis vaqueros, pero me obligo a contenerme.

Una de sus piernas me rodea las caderas, tirando de mí. Nos alineamos. La
aprieto, sabiendo que no debería.

Sabiendo que estos vaqueros se desechan tan fácilmente. Sabiendo cuánto


tiempo ha pasado.
Sabiendo que se arrepentirá por la mañana. O peor, me lo echará en cara y
pensará que me abalancé sobre ella en un momento de debilidad cuando no estaba
segura.

Quiero que esté tan segura como yo.

Me echo hacia atrás y, durante unos segundos, nos miramos fijamente. Al


igual que hace dieciocho meses, creo que nos damos cuenta de que hay un fervor
entre nosotros que ninguno de los dos puede explicar ni resistir.

Un tirón. Una conexión. Un anhelo.

O quizá sólo sea yo. Al fin y al cabo, acaba de anunciarme como padre de su
hijo y también como su socio comercial a nuestro grupo más cercano de amigos y
familiares.

―Lo siento. Yo. . . necesitas descansar.

Cuando me alejo, sus manos se tensan momentáneamente, como si fuera a


darme una señal de que no debo irme. De que me desea tanto como yo a ella.

Pero no llega nada.

Cuando me levanto y la miro, está deliciosamente despeinada. Labios


hinchados, ojos caóticos... y su camisón se ha subido, dejándola al descubierto. Con
el coño abierto, tan rosado, húmedo y tentador.

A menudo sueño despierto con pasar largas y perezosas horas con la cabeza
entre esos muslos.

Apartar la mirada es casi imposible, pero seguir mirándola sin respuesta se


siente como una invasión.

Me restriego una mano por la barba incipiente y me obligo a apartar la


mirada, buscando el control en cualquier rincón donde pueda encontrar una pizca
de él. Luego, con un gemido de dolor, me adelanto y bajo suavemente el ligero
algodón para cubrirla mientras sus ojos permanecen fijos en los míos.

Un profundo rubor recorre su garganta y su pecho, pero no hace ningún


movimiento para detenerme.
Su pecho sube y baja pesadamente mientras me observa con ojos de un azul
vibrante y mejillas de un rosa brillante.

―Buenas noches, Winter ―susurro, aferrándome al hilo de control que no se


siente lo suficiente fuerte para arrastrarme lejos de ella.

La fría máscara vuelve a cubrir sus delicadas facciones y responde―: Buenas


noches, Theo. ―Sus palabras son mordaces. Esgrime mi nombre como un látigo y
siento el aguijón.

―Duerme. ―Mi voz sale rasposa e insegura―. Y no salgas de la cama hasta


que amanezca...

Peter me mira con un ojo abierto a modo de despedida antes de que me aleje,
obligando a mis articulaciones a llevarme hacia el pasillo.

Y cuando voy a cerrar la puerta detrás de mí, las bisagras chirrían y los gritos
de Vivi vuelven a la vida.

Estoy feliz de hacerme cargo esta noche. Quiero pasar tiempo de calidad con
Vivi. Por eso estoy aquí.

Pero joder. Tampoco puedo seguir fingiendo.

Yo también quiero pasar tiempo de calidad con Winter.


Veinte
Winter
Summer: ¿Está s bien después de anoche? Siento que se pusiera incó modo.

Winter: Tengo un don especial para hacer las cosas incó modas. Rhett también.

Summer: No es cierto. Creo que Rhett estaba siendo protector a su manera.

Winter: Wow. Qué suerte tengo. El hermano mayor macho que nunca quise.

Summer: Lol. Está s atascada con él sin embargo. Y Theo, aparentemente. Eso
fue... noticia.

Winter: Sí. Lo siento.

Summer: No lo hagas. ¿Te gusta?

Winter: É l está bien. Excepto que acabo de tener un sueñ o en el que se casaba
con una conejita muy pesada y cachonda con una voz porno superaguda. Tenía
que pasar todas las vacaciones con ella para poder estar también con Vivi.

Winter: Y estaban en dá ndose demostraciones de afecto. Como sentarse en las


rodillas y besarse.

Summer: Haces que suene como si hubiera tenido un baile eró tico en la cena de
Navidad.

Winter: ¡Así fue! Brutal. Me despertó , y ahora estoy irracionalmente enfadada


con él por traer a una persona ficticia a una cena ficticia ambientada muy lejos
en el futuro.

Summer: ¿Así que el sueñ o te puso celosa?

Winter: No. No estoy celosa. Solo fue un sueñ o.

Summer: Só lo hay una manera de asegurarse de que un conejito de voz aguda y


caliente no se apodere de todas tus vacaciones.
Winter: ¿Có mo?

Summer: Cá sate tú con Theo.

Summer: Ha. Ese será el día.

La luz de los rayos se filtra en la habitación cuando abro los ojos. No sé qué
hora es y hay una parte de mí a la que no le importa. Técnicamente aún no es de
noche, así que he hecho lo que Theo me pidió.

El fastidioso Theo, y su fastidiosa pesadilla de esposa.

Aparto el recuerdo, negándome a dejar que el sueño de Theo arruine mi


primera noche completa de sueño en quién sabe cuánto tiempo. Por primera vez en
los últimos tiempos, no me he despertado cansada como un perro. Con una
sonrisa, me estiro ligeramente y mis piernas desnudas se presionan contra... el
pelaje. Tardo un momento en darme cuenta de que el perro Peter se ha metido
entre mis tobillos, bajo las sábanas.

Y ni siquiera estoy enfadada por ello.

Nunca tuvimos mascotas cuando éramos pequeños. Marina no era fan, y no


creo que Kip quisiera morir en esa colina. Ahora me pregunto si me hubiera
gustado tener una mascota. ¿Un gato? ¿Un hámster? Levanto el edredón y miro a
Peter.

Levanta la cabeza lentamente, pero no la gira para mirarme. Solo sus ojos se
desvían en mi dirección, como si le hubiera cabreado.

Se me escapa una pequeña risita mientras las orejas del perro se aplastan
contra su cabeza de bobo.

Me gusta. Estoy segura de que ya he mirado así a otras personas. Peter es


simpático y decido ignorar el hecho de que me está llenando la cama de pelos de
chihuahua.
Cuando suelto la manta y vuelvo a tumbarme, su cabeza baja con ella,
satisfecho de que ya no perturbe su paz. Se alegra de que mis piernas le den calor,
pero no lo agradece especialmente.

Lo que me hace pensar en Theo. Otra vez.

Anoche pasé por toda una gama de emociones. Desde un inesperado


sentimiento afín durante la cena hasta la desesperación.

Porque las cosas que sueño con hacerte son horriblemente poco profesionales.

Con esa frase, derribó todos los muros que me he esforzado en levantar.
¿Y cuando se apartó? ¿Miró fijamente mi cuerpo y luego se detuvo?

Yo había sido vulnerable durante un tiempo, y él me destripó sin siquiera


intentarlo. Como si no le gustara lo que vio. Por lo tanto, la esposa pesadilla.

Odio estar tan acomplejada. Pero la verdad es que mi cuerpo ha cambiado


desde Vivi. Sí, crié un humano. Es asombroso. Bla, bla, bla.

Pero es difícil evitar pensar que desperdicié mis mejores años con Rob
Valentine. Hice ejercicio. Corrí. Me aseguré de que pudieras rebotar una moneda
de diez centavos en mi trasero. Pasé horas en el salón. Todo para poder mantener la
fachada de que éramos una pareja de cuento que todos mirarían con envidia.

Tenía mi mejor aspecto y me sentía lo peor posible.

No puedo culpar a Theo por echarme una larga mirada y retroceder


lentamente. Quizá no fueron los cambios en mi cuerpo, sino la verdad de quién soy.
Un poco mezquina. Un poco amargada. Un poco cerrada.

¿Dónde está el atractivo?

Resoplo y me doy la vuelta para incorporarme. Theo está aquí por su hija,
que es lo único que he querido para ella desde el principio. Así que tengo que hacer
acopio de ingenio y poner cara de felicidad.

Anoche, cuando lloraba, escuché el profundo rumor de su voz mientras le


hablaba.
Escuchaba crujir el suelo mientras él la mecía.

Me quedé despierta, pensando que debería salir y llevármela. No ensillarlo


con ella cuando está cansada y le están saliendo los dientes, probablemente
deseándome. Pero mi cuerpo me falló. Estaba tan cansada que no podía moverme.

Y mi orgullo no me dejaba enfrentarme a él después de que me besara y se


disculpara como si hubiera sido un error. Así que me dormí con el sonido de sus
suaves llantos y las pacientes palabras de Theo.

El pequeño bulto entre mis pies se mueve hacia la parte superior de las
sábanas y asoman esos ojos de bicho. Se sacude la sábana, agitando las orejas al
hacerlo. Se sienta y me mira fijamente.

―No te mees en mi cama.

Sólo parpadea.

―¿Se supone que tengo que sacarte?

Otro parpadeo.

―Fui a la facultad de medicina, pero no me enseñaron a hablar perro.

Mirada en blanco.

―¿Tienes hambre?

Peter se levanta, su cola se agita como los limpiaparabrisas en un día lluvioso


mientras sus enormes ojos se abren aún más.

―Creía que estabas sordo ―digo mientras me froto los ojos y hago fuerza para
levantarme. Me pongo la bata y, cuando me doy la vuelta, sigue de pie al borde de la
cama, expectante.

Mi mirada cae al suelo antes de volver a levantar la vista hacia el pequeño


perro beige.

―Supongo que te parece un auténtico salto mortal, ¿eh?

Dando un par de pasos atrás, lo tomo en brazos y me dirijo al pasillo mientras


murmuro―: No me puedo creer que esté hablando con un puto perro.
Después de dejar a Peter en el escalón de atrás para que haga sus necesidades,
entro en casa, esperando encontrarme a Theo rendido en el sofá tras su primera
noche de paternidad en solitario. El hombre debe tener un punto de ruptura. No
puedo soportar que se le dé tan bien ser padre.

Pero no está en el sofá ni en la silla. Mi ritmo cardíaco se dispara al instante y


mi cerebro entra en una espiral de pánico. Apenas conozco a ese hombre y ¿he
dejado a mi bebé con él? No hemos hablado de la custodia. ¿Y si simplemente...?

Me aplasto la mano en el pecho y me obligo a respirar. Entonces veo sus


zapatos en la puerta y mi cuerpo se relaja un poco.

¿Quizá ya se han levantado? Eso es lo que me digo a mí misma mientras


camino hacia la guardería, obligándome a dar pasos tranquilos y uniformes. El
pánico nunca es la solución. Nunca me siento mejor ni pienso con más claridad
cuando me entra el pánico.

Lo empujo todo hacia abajo, rodeo con la mano el pomo de la puerta y me


asomo a la habitación mientras me digo a mí misma que todo va bien.

Y lo es. Excepto por el hecho de que no puedo respirar de nuevo.

Porque parece que Theo, de hecho, llegó a su punto de ruptura como padre.
Pero, por supuesto, tuvo que ser el punto de ruptura más precioso, con el corazón
retorciéndose y los ovarios a punto de estallar del mundo.

Dios. Odio a Theo Silva.

Me acerco a la habitación y no puedo evitar sonreír.

Theo duerme en la cuna. Su musculoso cuerpo rodea a la niña, que está


acurrucada en su brazo con una expresión de paz y satisfacción en el rostro.

¿Y quién podría culparla? Conoce a su padre desde hace sólo un par de


semanas y ya lo tiene en sus manos. Lo arriesgó todo para probar los límites de peso
de su cuna y parece estúpidamente delicioso haciéndolo.

Ojalá no sintiera una atracción tan poderosa por Theo, pero me lo pone muy,
muy difícil. Todo ese cabello oscuro despeinado, las pestañas oscuras abiertas en
abanico en un espeso montón -igual que las de Vivi- y la ancha palma de su mano
extendida de forma protectora sobre su espalda.

Y es condenadamente bueno. Hasta el tuétano. He pasado suficiente tiempo


alrededor de hombres de mierda para reconocer el calibre del hombre que tengo
delante.

Alguna esposa pesadilla va a ser muy afortunada de atarlo un día. Mi trabajo


me enseña a dejar marchar a la gente, pero tengo la sospecha de que dejar marchar
a Theo me dolerá más de lo que debería.

Me escuecen los ojos y parpadeo rápidamente. Tengo que dejar de llorar. Pero,
¿esto?

Eso despierta a la mamá que llevo dentro, así que saco el móvil del bolsillo y
me acerco unos pasos para documentar el momento.

Para Theo. Querrá esta foto.

Y para Vivi. Imagino que ella también querrá esto algún día.

Hago la foto y me voy. Mientras miro fijamente la imagen, me froto el pecho,


siento como si tuviera ardor de estómago solo de mirarlos.

Pero entiendo el funcionamiento interno del cuerpo, así que debería saberlo
mejor.

Esto no es acidez. Soy yo descongelándome por el hombre que yace en la cuna


de mi hija.
Veintiuno
Winter
―¿Qué estás haciendo? ―Las cejas oscuras de mi hermana se fruncen.

―No tengo correa.

Peter me quita de los dedos otro bocado de magdalena de arándanos.

―¿Pero por qué tienes al perro parado en mi escritorio?

―Es tan pequeño. No quiero que lo pisen. Y no tengo cuenco. No voy a hacerle
comer del suelo. Eso es asqueroso. Esto es un gimnasio. ―Hago un gesto con
la mano hacia la parte principal del gimnasio de Summer―. Hay tipos asquerosos
y sudorosos por todas partes.

―Cierto. Pero eso es un perro. Apuesto a que ha comido literalmente mierda


en su vida. ¿Por qué le dan una magdalena de arándanos?

Mi labio se curva mientras veo a Peter comerse delicadamente un arándano


cocido.

―Por favor, no me arruines esta nueva amistad canina, Sum. Anoche le dejé
dormir en mi cama.

―¿Theo?

Yo empiezo.

―¿Qué? No. El perro.

―Oh. Sí, yo también me he acostado con Peter.

No puedo evitar resoplar.


―Muy de nuestra marca.

Summer abre mucho los ojos y me gustaría poder retirar la broma.

―Era una broma ―suelto, reprendiéndome internamente porque he venido


aquí para esforzarme más en reparar mi amistad con ella y, en lugar de eso, la he
insultado sin querer―. Juro que era una broma. Joder. Joder. ―Me restriego una
mano por la cara―. Lo siento. Sigo siendo tan torpe contigo.

Me tapo los ojos con la mano cuando oigo una risita.

―Siento que poder hacer chistes groseros sobre Rob es subirnos de nivel,
para ser honesta.

Miro a Summer desde entre mis dedos.

―¿Sí?

Junta los labios y asiente.

―Sí.

Enderezo los hombros, envalentonada por su suavidad. A veces, todavía no


puedo creer que no me odie.

Con ese pensamiento en la cabeza, suelto lo que he venido a decir esta


mañana.

―Siempre te he querido y quiero que lo sepas. Incluso cuando no lo ha


parecido. Sé que me has dicho que no necesitas que te dé explicaciones, pero yo sí.

Mi declaración la toma desprevenida, así que le doy un sorbo a mi café para


que mi hermana tenga un momento.

―Por supuesto. ¿Quieres ir ―mira alrededor del gimnasio público― a algún


sitio más privado?

Aún es pronto, así que todo está en silencio, salvo por el ruido metálico de
las placas sobre los bajos ritmos que suenan por los altavoces. Un tipo que parece
estar haciendo su mejor imitación de Drax gruñe mientras levanta pesas. Es
ridículo.
―No. Aquí está bien. Si vamos a un sitio más privado, lloraré.

Summer frunce el ceño.

―Pero tú nunca lloras.

―Pfft. Aparentemente, es mi nueva cosa. Tiene que ser alguna condición


médica que desconozco.

Sigo mirando al hombre cuyos bíceps deben de ser tan grandes como mi
cabeza. Sus venas sobresalen y su atractivo rostro enrojece mientras lucha con el
peso.

Theo está mucho más bueno.

Me aclaro la garganta y me vuelvo hacia mi hermana, preparada para ponerla


al día a mi manera de médico con malas noticias.

―Recuerdo vagamente cuando naciste. Tenía tres años y recuerdo que estaba
emocionada. Quería que fueras una niña para que pudiéramos jugar juntas.
Especialmente con mi casa de muñecas. Me encantaba esa casa de muñecas.

Los ojos de Summer centellean y cruza los brazos sobre el torso, atrayendo mi
mirada hacia la cicatriz que recorre su pecho.

―Pero nunca fue como yo quería que fuera. Marina me alejó de ti antes de que
pudiera entender por qué, y luego Kip siempre estaba ocupado cuidándote por su
cuenta, así que no tenía tiempo para mí. A veces daba la sensación de que te elegía a
ti antes que a mí, pero creo que ahora lo sé mejor. ―Hago un gesto con la mano, no
quiero hablar de nuestro padre ahora―. Una vez, tuvo que correr a la oficina
mientras dormías la siesta. Pero te despertaste y lloraste. Y Dios… ―Me paso una
mano por el cabello, frustrada conmigo misma porque esta no es la entrega que
había planeado―. Debía de tener cuatro años en ese momento, pero no podía
soportar escucharte llorar. Y Marina pensaba dejarte allí. Dijo que estabas a salvo
en tu cuna, pero yo...

Miro por la ventana y me apunto en la cabeza que no debo llorar sin motivo.
Si no llevara una vida célibe, me preocuparía estar embarazada otra vez.
―No sonabas segura. Sonabas angustiada. Así que, cuando tomó una llamada
y me dejó sola, me colé en tu habitación. No sabía qué hacer, así que me metí en tu
cuna contigo y te abracé. Seguías llorando, pero sentí que estaba a tu lado.

Summer vuelve a llorar ahora, justo delante de su negocio. Lágrimas gordas y


silenciosas resbalan por sus mejillas mientras me mira fijamente a los ojos,
escuchando con atención. No aparta la mirada, por mucho que le duela.

Respiro hondo y sigo adelante.

―Cuando Pa…. Kip, llegó a casa, nos encontró así, y se convirtió en una gran
pelea entre él y Marina. ―Resoplo, girándome para darle más magdalenas a
Peter―. No recuerdo todos los detalles. Solo que Marina se llevó mi casa de
muñecas como castigo y que nunca volvió porque yo ―alzo los dedos entre
comillas― la hice quedar mal.

―Winter, no necesitas volver y revivir esto. No pasa nada. ―Summer se


acerca y pone su mano en mi bíceps, apretando suavemente.

―No, lo hago. Porque ese día, aprendí que estar cerca de ti no terminaría
bien para mí. Y que una vez que fueras mayor, tampoco acabaría bien para ti.
Quiero decir, no creo que supiera la lección en ese momento, pero la aprendí de
todos modos. Aprendí que ambas podíamos volar bajo el radar mejor de esa
manera. Que Marina te prestaba menos atención cuando yo la hacía quedar bien.
―No puedo evitar poner los ojos en blanco―. Creo que siempre te protegí a mi
manera. Me sentía cómoda en mi papel de hermanastra malvada y no merecía la
pena cambiarlo.

Summer asiente, con la punta de la nariz rosada por el llanto.

―No eres mala. Ojalá dejaras de pensar en ti misma de esa manera. ―Se le
quiebra la voz y se me hace un nudo en la garganta.

―Ah, joder. Ven aquí, Sum. ―Tiro el resto de la magdalena delante de Peter y
rodeo a mi hermana pequeña con los brazos―. Lo siento mucho. No sé cómo podré
recompensarte por estar aquí para Vivi y para mí. No sé si merezco todo el apoyo,
pero lo he aceptado de todos modos. Y no me has fastidiado ni hecho preguntas.
―Así no funciona la familia, Winter ―me susurra llorosa al oído―. Además,
Willa me dijo que te atrapó colándote en mi habitación del hospital durante esos
años mientras dormía para leer mi historial y ver cómo estaba.

Resoplo.

―Willa tiene una puta boca muy grande. Pero sí, lo hacía todo el tiempo.
―Entonces me echo hacia atrás y miro a mi hermana a los ojos―. Te quiero, Sum.

Más lágrimas resbalan por las manzanas de sus mejillas, y miro al techo como
si pudiera utilizar la gravedad a mi favor y empujar las mías hacia dentro.

―Yo también te quiero, Win. Aunque realmente deberías hacer que te revisen
esto del llanto.

Una carcajada sale de mi pecho y me arranca las lágrimas de los ojos.

―A la mierda mi vida. Ahora soy tan blanda. ¿Qué me ha pasado?

Summer suelta una risita, a la que se une otra carcajada. Una que conozco
bien. Cuando miro hacia atrás, Sloane ha salido con leggings y zapatillas de ballet.
No sabía que estaba aquí, pero debería haberlo sabido. Puede que Jasper y ella
vivan en su nueva casa del rancho, pero sigue viniendo a bailar al estudio de atrás.
Incluso cuando está por aquí, ella y Jasper están constantemente tomando
pequeñas vacaciones y viajes por carretera. Siento que apenas la veo estos días.

―Eres feliz. ―Ella sonríe―. ¿Es Theo? ¿Él te hace feliz?

Summer sonríe, aún abrazándome.

―Pero no le preguntes por el sueño de Theo. Es el peor.

―Me derrito. ―Me limpio las mejillas―. Soy como Frosty el muñeco de nieve.

Summer vuelve a apoyar la cabeza en mi hombro.

―Gracias por la visita.

La puerta suena y entra Willa, con su melena de fuego brillando a la luz del sol
matutino.
―¿Por qué demonios está todo el mundo llorando? Los lunes no son tan
malos.

―Sloane no está llorando. ―Pero cuando me vuelvo hacia mi amiga, me doy


cuenta de que, de hecho, hay una lágrima rodando por su cara―. Jesús. Creo que
mi enfermedad es contagiosa. ―Continúo pasándome la mano por la cara―. Paren
todas.

―Sí, en serio. ―Willa nos mira a las tres―. Se supone que tienes que hacer
llorar a hombres adultos en este gimnasio, no tener un extraño festival de llanto de
la Hermandad Yaya en la puerta principal. ¿Y por qué hay un perro en la recepción?

Deja que Willa aligere el ambiente sin intentarlo.

―Ese es el perro de Theo, Peter.

Se acerca al escritorio y rasca a Peter detrás de las orejas. Él se lame los labios,
la barriguita redonda y llena cuando se sienta.

―¿Como Peter North? Bonito.

―Willa. Por favor. No. ―Summer se restriega la cara.

―¿Qué? Es sólo que con la forma en que está sentado, puedo ver que para el
tamaño de su cuerpo tiene una bastante gran...

―Actitud ―la corté y solté una carcajada aguada―. Tiene una gran actitud.

Mi hermana me mira, todavía apretada.

―Gracias. Gracias.

―Willa, ¿qué estás haciendo aquí? ―Sloane pregunta, tratando de redirigir la


conversación.

―Cade me dijo que me tomara la mañana para mí. Así que aquí estoy, lista
para hacer ejercicio.

―¿Hacer ejercicio? ―Arqueo una ceja.

―Sí ―dice Summer―. Willa ha decidido que quiere que la entrene.

Willa me hace un gesto con la barbilla.


―Winter, deberías unirte a nosotros. Summer es viciosa. Estoy lista para
que me lastime y salga con un trasero de burbuja asesino.

Sonrío amablemente, pero aún no sé si estoy preparada para añadir esa


dinámica a Summer y a mí.

No estoy segura de que sea lo que necesitamos.

Debe de estar de acuerdo, porque mi hermana me dice―: Podría ponerte con


otro entrenador. Podría ser bueno para ti. Yo vigilaré a Vivi y te daré un descanso.
Si lo haces al final del día, puedo llevarla a la cama.

El alivio me invade porque sí me apetece. Quizá pueda sacar tiempo.

―Eso podría estar bien. También podría pedirle a Theo que vigile a Vivi
―digo, apartándome de Summer para dirigirle una mirada de agradecimiento. Es
intuitiva. Lo sabe.

―¿Dónde está Vivi? ―Sloane pregunta, y suspiro, sonando un poco como una
adolescente enamorada.

―Ella está con Theo. Cambiamos por la noche. En realidad… ―Saco mi


teléfono y lo levanto para que puedan ver la foto de Theo y Vivi en su cuna.

Hay una inhalación común antes de un coro resonante de ‘Aww’.

―Sí, definitivamente deberías tirártelo otra vez ―dice Willa.

Summer toma mi mano libre, la aprieta con fuerza y me mira fijamente,


aunque yo no le devuelvo la mirada.

¿Ver a Theo en la cuna esta mañana me hizo retroceder? Sí.

¿Mi conversación con él anoche me hizo querer hablar con ella? Sí.

¿Theo y Vivi me hacen querer ser mejor persona? También, sí.


Me paso por Le Pamplemousse, mi cafetería favorita de Chestnut Springs, y le
traigo un café a Theo. Después de días y días trayéndome café con una sonrisa en la
cara, debería devolverle el favor.

Pero cuando me acerco a nuestros bungalows a juego, una oleada de


mariposas estalla en mi estómago.

Anoche nos besamos. Lo tiré hacia mí. Se quedó mirando y se fue.

Esto está bien. Perfectamente normal. Repito frases positivas. Manifiesto esa
mierda.

―Theo es un hombre maduro. Esto está bien. Estaremos bien. Era sólo un
coño. Ha visto muchos coños.

La última parte no me hace sentir mejor, así que me muerdo el interior de la


mejilla para callarme. Peter tiembla bajo mi brazo, como si creyera que estoy
mintiendo.

―Cállate, Peter ―murmuro mientras abro la verja de mi jardín. Desde aquí,


escucho música procedente de la casa. Cuanto más me acerco, más suena la
canción. ‘Mystify’ de INXS suena desde dentro, y estoy segura de que oigo la voz
grave de Theo cantando con él.

Sacudo la cabeza, dejo a Peter en el suelo y abro la puerta principal. Entro y me


detengo en seco.

Theo lleva la misma ropa que anoche. Lleva a Vivi sonriente en la mochila
portabebés Tula con motivos florales que compré.

Le está cantando a nuestra hija. Y bailando. Y limpiando.

Con una mano se frota la nuca como si fuera una especie de bola de cristal,
mientras con la otra limpia los blancos armarios de la cocina de estilo cottage.

La casa huele a Lysol de limón. Ha abierto las ventanas, dejando que corra la
brisa matinal de verano. He estado fuera tomando un café mientras leía el
periódico y luego visitando a mi hermana y a mis amigos. Una parte de mí se siente
culpable por no haber estado aquí ayudando.
Vivi lo mira como si fuera el hombre más impresionante del mundo. Y
joder, puede que tenga razón.

¿Y yo? Estoy con la boca abierta. Congelada.

Pero Peter no.

Entra trotando en la cocina y ladra a los pies de Theo, sorprendiéndole justo


cuando entona otro ‘Mistifyyyyyyy’.

Theo gira para mirarnos mientras saca su teléfono de un bolsillo trasero para
bajar el volumen.

―Jesús, Peter. Avisa a un tipo.

―¿Qué haces? ―Mi voz rebosa incredulidad mientras miro alrededor de mi


casa relucientemente limpia.

Theo pone los ojos en blanco.

―Limpieza.

―¿Por qué?

Sonríe, me guiña un ojo y me da una palmada juguetona en el culo.

―Me apetecía. ¿Ese café es para mí, Tink?

Miro la taza que tengo en la mano.

―Sí, me imaginé que la necesitarías después de lo de anoche. ―Soy muy


consciente de cómo sus ojos recorren descaradamente mi cuerpo, bajando y
subiendo.

Se me calientan las mejillas y me pregunto si estará pensando en que ya no


tengo el mismo aspecto que la última vez que me vio desnuda. Aparto esos
pensamientos, porque nada de eso importa. Parece que no somos socios.

¿Compañeros de equipo?

¿Copadres? Co-padres podría funcionar.


―Toma. ―Le empujo el café. De cerca, está aún más bueno. La barba
incipiente le ha crecido un poco más que la sombra perfectamente arreglada que
suele lucir, pero le sienta bien. Incluso con un poco de oscuridad bajo los ojos... de
alguna manera es más rudo. Más masculino.

Es molesto que me veo como basura cuando estoy cansada y se ve así.

El hecho de que lleve a nuestra hija atada a su pecho aumenta el atractivo


por un millón. Pero no importa lo más mínimo el aspecto de Theo. Podría verlo
cargando a Vivi, cantando una canción, limpiando mi maldita casa, y no me fijaría
en absoluto en su físico.

Sólo vería a un hombre tan profundamente confiable que querría


arrancarme la ropa y chuparle la polla en agradecimiento. Es una laguna
biológica, lo juro. Porque, por mi vida, no puedo guardarle rencor a Theo cuando
no ha hecho más que aparecer por mí, por mucho que le haya gruñido.

Cuando toma el café, intento apartarme, pero su mano es demasiado grande.


Demasiado segura. Sus dedos envuelven los míos y me acerca suavemente a ellos.

―Vivi, mira qué dulce es tu madre, trayéndome un café.

La miro y siento una repentina oleada de nostalgia. Nunca me había separado


de ella en toda la noche. Y, de repente, lo único que quiero es sacarla del portabebés
y acariciarle el cuello, donde aún quedan restos de olor a bebé.

Dejo caer mi frente sobre la suya.

―Buenos días, dulce bebé ―le digo mientras aprieto un beso en su mejilla
suave y regordeta.

Cuando levanto la vista, Theo señala una pila de sobres que me resulta
familiar.

―¿Son de tu ex? No estaba fisgoneando. Los encontré debajo de un montón de


revistas.
Trago saliva, decidiendo cómo interpretar esto. Por alguna razón, no quiero
que Theo y Rob se crucen. Rob no es bienvenido aquí, ensuciando esta pequeña
burbuja feliz.

Mirando alrededor de mi casa, no puedo evitar sentir que Theo ya se ha


metido en un lío colosal. No necesito añadir a esa carga el drama de mi ex.

―Sí. No te preocupes. Sigue mandando facturas de cosas como nuestra boda


o la casa, como si le debiera algo cuando no es así. ―Paso una mano entre nosotros
como si no me molestara en absoluto. Pero es así. Rob hizo lo mismo con Summer.
Nunca pudo dejarla ir. Su desinterés se convirtió en una especie de desaire para él,
y ahora estoy recibiendo el mismo tratamiento.

El hombre no me da paz, a pesar de que específicamente no tomé nada en


nuestro divorcio para deshacerme de él. Pero aún así no fue suficiente.

―Pero no tienen franqueo. ¿Los está dejando aquí? ¿Es por eso que tienes las
cámaras?

Lo es, pero no porque crea que haría algo violento. Sólo porque si lo veo en la
puerta, no quiero responder.

―Mamá.

Esa sola palabra cambia instantáneamente de tema.

Me quedo paralizada mirando a mi hija y luego miro a Theo.

―¿Acaba de decir...?

―¿Mamá? ―Theo frunce el ceño y desliza la palma de la mano por el centro de


mi espalda hasta que llega a la cintura de mis pantalones de yoga. Luego... lo deja
ahí. Su palma grande y cálida en la parte baja de mi espalda. Segura, firme y
solidaria.

―Es su primera palabra. ―La miro con asombro.

―Por supuesto que lo es. ¿Qué otra cosa podría ser? Y lleva diciéndolo toda la
mañana. ―Vuelve a mirar a Vivi―. ¿Verdad, pequeña? No paras de hablar de tu
madre. ¿Y quién podría culparte? Mírala. ―Los dos vuelven sus grandes ojos
marrones hacia mí y, de repente, me doy cuenta de lo cerca que estamos. Mi mano
sobre Vivi. La mano de Vivi sobre Theo. La mano de Theo sobre mí.

Conectados.

Siempre estaremos conectados.

―Es preciosa, ¿verdad? ―Theo continúa, felizmente inconsciente de la


agitación que este momento despierta en mí―. Como tú. Imagínate lo hermosa que
estará cuando vuelva de hacerse las uñas.

―¿Qué? ―Mis cejas se fruncen y mi cabeza gira hacia Theo.

Retira la mano de mi espalda para mirar su reloj.

―Sí. Te he reservado una manicura para las diez.

―Pero has estado con Vivi toda la noche. Toda la mañana.

Se encoge de hombros y una sonrisa suave se dibuja en sus facciones


demasiado fornidas.

―No necesito un trofeo especial por ser padre. Me encanta, Winter. No te


preocupes. Ve a disfrutar de tu manicura mientras puedas.

Vuelve a ponerme la mano en la espalda y me empuja hacia la puerta.

―Pero yo…

―Sin peros. Vete tú. Yo estaré aquí. Yo me encargo.

Me giro y le dirijo una mirada severa, con un dedo levantado.

―Volveré antes de comer.

Se ríe entre dientes y guiña un ojo.

―No, no lo harás. Reservé tu masaje justo después de la manicura. Sloane se


reunirá contigo allí y para el almuerzo. Hasta luego, mamá.

Se inclina hacia delante, maniobrando alrededor de mi mano para dejar caer


un beso ligero y amistoso justo al lado de mi boca. Me empuja hacia la puerta antes
de que pueda hablar. La música vuelve a sonar antes de que me haya movido del
primer escalón.

En el salón, mis uñas por fin tienen su día. Elijo un bonito tono rosa y Sloane
un morado brillante. Después de nuestros masajes, nos llenamos la cara en nuestro
lugar favorito de la ciudad, charlamos y nos reímos hasta que nos duelen las
mejillas. Es realmente el día de chicas perfecto.

Me siento más yo misma que en meses. Me siento más relajada que en años.

Y cuando vuelvo por la tarde, mimada, descansada y sana, entro en una casa
impecable. Una niña feliz juega con bloques de madera en la alfombra. Theo los
construye y ella los derriba, riendo histéricamente mientras él se hace el
ofendido porque ella pueda hacerle eso. En la cocina, una olla grande desprende
un aroma delicioso. Theo lo llama ‘Stroganoff brasileño’ y dice que es algo que su
padre solía hacer para su madre.

Y cuando me acuesto esa noche, las bisagras de mi puerta no chirrían en


absoluto.
Veintidós
Theo
Winter: Voy a hacer ejercicio esta noche. Summer se ha ofrecido a cuidar de Vivi,
pero si no está s trabajando, puedes quedarte con ella.

Theo: Desafortunadamente, trabajo esta noche. Cierro el gimnasio. ¿Está s


entrenando sola? Podría ayudarte.

Winter: No, no necesitas hacer eso. Summer me reservó una sesió n con otro
entrenador. Max, creo.

Theo: Podrías haberme preguntado.

Winter: No quiero hacer ejercicio contigo.

Theo: ¿Es porque vas a ponerte unos pantalones ajustados que sabes que me
van a empalmar?

Winter: Este trabajo debe ser duro para ti con tus erecciones incontrolables.

Theo: El gimnasio está bien. El problema es vivir a tu lado.

―No. ―Los brazos de Winter se cruzan bajo sus pechos, apuntalándolos de la


forma más atractiva. Me he pasado las últimas veinticuatro horas pensando en sus
nuevas uñas rosas y en lo bien que le quedarían envueltas en mi polla. Y ahora ella
tiene que crear un estante debajo de sus tetas y ponerlas en perfecta exhibición
para mí.
Voy a tener que limpiar a fondo mi propia casa para mantener mis hormonas a
raya. Mi madre solía fastidiarme diciendo que el Virgo que hay en mí cuando se
estresaba limpiaba. Me reía de ella, pero cuanto mayor me hago, más me pregunto
si tenía algo de razón.

¿La limpieza cachonda es cosa de Virgo? Porque ahí es donde estoy ahora
mismo. Podría limpiar todo este puto gimnasio y no me saciaría.

―Sí ―le contesto a Winter mientras Summer se mueve incómoda en el sitio y


Vivi balbucea feliz en sus brazos.

―Tenía mi sesión reservada con un tal Max.

Gruño y pongo los ojos en blanco. Era imposible que eso ocurriera.

Summer me mira y yo le pongo mis mejores ojos de cachorrito.

―De alguna manera, cambiaron los horarios. Todo irá bien. Theo conoce
estas cosas al dedillo.

―No voy a pagar para que haga ejercicio conmigo. Ni siquiera está certificado.

Reprimo una carcajada. Tink está enfadada.

―Lo estoy. Hice el curso durante mi temporada baja. Pero no tienes que pagar.
Lo haré gratis.

Los ojos de Summer se cruzan entre nosotros. Diversión y nerviosismo se


mezclan en su rostro mientras rebota en el sitio, claramente sin saber qué hacer
consigo misma.

―Theo insistió en que fuera él...

―Summer ―la interrumpí―. Puedes irte. Hablaré con Winter.

―No le digas lo que tiene que hacer. Este es su gimnasio. Yo soy su hermana. Y
se supone que este es mi tiempo libre.

―¡Muy bien! En ese sentido, Vivi y yo tenemos una cita con la bañera y sus
patitos de goma. ―El tono de Summer es demasiado brillante, la sonrisa demasiado
forzada.
Winter se vuelve contra ella.

―¿Te pones de su parte?

Summer inclina la cabeza y sus ojos recorren el rostro de Winter.

―No, Win. Me pongo de tu parte. Esto será bueno para ti. Ve a cuidarte. Tengo
a tu chica.

Nos mira a los dos cuando dice tu chica y hace ademán de saludarnos a Winter
y a mí antes de darse la vuelta y salir del gimnasio.

―No quiero hacer ejercicio contigo ―anuncia Winter sin mirarme.

―¿Prefieres hacer otra cosa?

Winter pone los ojos en blanco como si la agotara, pero su tono no tiene
malicia cuando dice―: Te odio.

Una risita retumba en mi garganta y una sonrisa cómplice se dibuja en mis


labios. No me odiaba cuando me tiró encima de ella.

―¿No te has dado cuenta de que eso no me disuade en absoluto?

Se burla y se da la vuelta para echar un vistazo al gimnasio. Varias máquinas


y pesas llenan el espacio en una especie de caos organizado, pero en una ciudad de
este tamaño, es tranquilo a esta hora de la noche. Las clases en grupo se han
filtrado y sólo quedan unos pocos rezagados.

―Podría llevarte a tomar tequila otra vez.

Sus hombros se endurecen.

―Sí. Eso terminó tan bien la última vez.

Me acerco a ella y admiro la elegante columna de su cuello. Siempre lleva la


cabeza muy alta. Admiro eso de ella. Sin vergüenza, como si las opiniones de los
que la rodean no le importaran, aunque sé que lo hacen. Ella es fuerte.

―Creo que terminó bastante bien. ―Le paso un dedo por la hendidura que
recorre el centro de la espalda, justo sobre la columna. Se estremece, pero no hace
ademán de apartarse. Me inclino hacia delante y le susurro al oído―. Sigo
pensando en cuando te apreté contra la ventana. La forma en que temblaste
cuando...

―No me refería a eso. ―Traga saliva, con los ojos llenos de orgullo. Veo la
punta de su lengua salir disparada sobre sus labios.

―¿Te refieres a Vivi? Porque pensé que nada sería más sexy que esa noche.
Hasta que te vi con ella.

Un pequeño gemido escapa de sus labios y se aleja.

―Sí, claro. Hasta que decidas que quieres cambiarme por una conejita con voz
de porno y darle a Vivi una nueva madrastra.

―¿Qué? ―Mis cejas se fruncen cuando finalmente se vuelve hacia mí,


mirando a su alrededor para ver si alguien nos está mirando.

Resopla.

―Tuve un sueño sobre ella. Estaba buena. Quiero decir, bien por ti. Sólo me
hizo darme cuenta de que las cosas podrían complicarse. Tendré que compartir la
mañana de Navidad...

―¿Conmigo y mi esposa barbie? ―Entorno los labios para reprimir una


carcajada.

―¡Sí! ―Saca las manos, con el enfado a flor de piel.

―¿Puedes hacerme una demostración de esa voz porno?

Winter cambia la expresión de su cara y mueve las pestañas tan rápido que
parece que se le ha metido algo en el ojo.

―Oh, Theo, ya no quedan sillas. ¿Puedo restregarte el culo por todo el regazo
por Navidad? ―se burla, y ya no me molesto en contener la risa.

―¿Es eso lo que dijo?

―Básicamente. Antes de machacarse encima de ti.

―Eso suena como un gran regalo de Navidad.

Sus labios se crispan. Esta conversación es ridícula, y ella lo sabe.


―Eres lo puto peor.

―Tú eres la que está enfadada conmigo por algo que hice en un sueño.

―No estoy enfadada contigo. ―Sus brazos se cruzan―. Estoy enfadada con el
futuro.

―No lo estés. Te prometo que eso no es lo que depara el futuro.

―De acuerdo, estoy enfadada contigo por torpedear mi sesión de


entrenamiento con alguien que no me tira los tejos constantemente. ¿Por qué
hiciste eso?

Sacudo la cabeza mientras paso junto a ella, atravieso el torniquete y entro en


el gimnasio. Mejor ser sincero con ella, para que no se confunda sobre lo que
quiero.

―Porque soy el único que va a ponerte las manos encima con esos putos
pantalones ajustados, Tink.

Winter está tumbada en un banco frente a un largo banco de espejos. En la


parte inferior de la pared, frente a ella, hay un montón de mancuernas. Tiene las
rodillas flexionadas, las zapatillas apoyadas en el extremo del asiento de piel gris y
las palmas de las manos cubriéndole la frente mientras mira fijamente al techo.

Me preocupaba hacerla trabajar demasiado, pero no le exigí demasiado. Le


enseñé las máquinas que puede usar en su tiempo libre para volver poco a poco a
las cosas. Fue en el piso de césped que todo se fue a la mierda.

La puse en posición de tabla, coloqué un deslizador debajo de cada pie y le pedí


que usara el tronco para arrastrar los pies hacia sí misma, levantándolos en forma
de V. Luego sacaba las manos y volvía a empezar. Luego sacaba las manos y volvía a
empezar.
Al principio, parecía inestable y le costaba hacer el ejercicio. Pero no se daba
por vencida y yo la apoyaba en lo que podía. Una mano en la cadera. Otra en su
espalda desnuda, donde se le había subido la camiseta.

Por eso entré en el sistema informático y cambié su sesión para que estuviera
conmigo. De ninguna manera me quedaría sentado en casa mientras un Mono
Roído le pasaba las manos por encima con el pretexto de ayudarla a hacer ejercicio.

Cuando volví a tirar de la tela para cubrirla, se puso nerviosa. En un instante,


cayó de rodillas y se puso de pie.

―Sí. Mi estado apesta después del embarazo. No hace falta que me lo


restriegues. Ya he terminado. Voy a estirar.

Y con eso, se marchó sin mirar atrás. Si se hubiera molestado en mirar, me


habría visto mirándole el culo.

Decidí no presionarla y empecé a ordenar el gimnasio para el cierre.


Guardando los platos que la gente dejaba por todas partes. Limpiar los puntos de
contacto. Despidiendo a los clientes cuando salían por la puerta.

Y a pesar de todo, Winter se ha tumbó en el banco de pesas, sin moverse. Y


definitivamente no estirándose.

Decido esperarla y dejarle el momento que necesite. Mientras me escabullo


detrás del mostrador y bajo el volumen de la música, sale del camerino el último de
los presentes. Dirige la cabeza hacia Winter y vacila antes de acercarse a donde ella
sigue tumbada.

Se sube el bolso al hombro y baja la cabeza hacia ella. No me gusta cómo la


mira. Y odio la forma en que dice ‘hola’ con esa sonrisa tonta y tímida, como si no
hubiera estado mirándola toda la noche.

―¿Estás bien?

―No ―responde Winter, haciendo que se me caiga el estómago.

Se agacha junto a su cabeza como si ella le invitara a seguir hablando con ella.

―Te vi aquí ayer.


Muevo los pies antes de darme cuenta de lo que hago. Lo único que sé es que
no quiero que se eleve sobre ella mientras está tumbada así. No quiero que mire su
cuerpo. Ni hoy ni ayer. Lo quiero fuera.

―Pensé que alguna vez podríamos...

Winter ni siquiera gira la cabeza para mirar al tipo.

―Maldita sea, ojalá tuviera tu confianza. Mi vida sería tan diferente.

Me detengo bruscamente a varios metros de donde su enorme espalda se estira


contra su camiseta de tirantes.

―¿Perdón?

―Acabo de decirte que no estoy bien, ¿y me invitas a salir? Si no quisiera tan


desesperadamente que me dejaras en paz, te preguntaría qué salto de lógica te llevó
a la conclusión de que éste era el camino a seguir.

Empuja para ponerse de pie, con las orejas un poco rosadas, como si ella lo
avergonzara.

―Yo... Sólo pensé...

―Hola, amigo. Hemos cerrado. Hora de salir. ―Tal vez se merece una
oportunidad para defenderse.

Winter puede ser dura, pero también estoy irracionalmente feliz de verlo
fracasar.

No puede manejar sus garras.

No como yo puedo.

Sus gruesas cejas se juntan sobre su pronunciada frente.

―Creo que hay algo malo con ella. ―Señala a Winter, que aún no se ha
movido, y para su crédito, parece preocupado.

―Sí. ―Mis labios se crispan mientras miro a Winter, que me fulmina con la
mirada por estar de acuerdo con él―. Sé que la hay. Eso es lo que me gusta de ella.

Sus ojos se abren de par en par mientras la comprensión florece en su rostro.


―Lo siento, amigo. Nos vemos mañana.

Asiento con la cabeza y apoyo las manos en las caderas, con los ojos clavados
en Winter. Ahora evita intencionadamente mi mirada. Me doy cuenta por la
tensión de su mandíbula y la vena que le palpita en el cuello.

Cuando la puerta se cierra de golpe, Winter se estremece y veo cómo un sutil


rubor rosado empolva sus altos pómulos.

―Winter. Mírame.

―No, gracias. ―Se le desencaja la mandíbula. Tan terca. Me recuerda a


cuando hice que Vivi se calmara la otra noche. Debe haberlo heredado de su madre.

―¿Apago las luces y te dejo aquí?

―Bueno, lo de dejarme sola ya lo tienes claro. ¿Por qué parar ahora?

Con sólo un par de pasos, estoy detrás de ella, agachado en la cabecera del
banco, una mano ahuecando suavemente su garganta mientras la miro
fijamente a la cara.

―Es casi como si hubieras olvidado que me gusta cuando me siseas, Winter.

Sus ojos azules se clavan en los míos.

―Dime qué estás haciendo.

―Tumbada aquí. ―Lanza las palabras de entre sus labios como proyectiles.

―¿Por qué? ―Mi mano se tensa, los dedos agarrando su barbilla para inclinar
su cabeza hacia atrás y hacer que me mire.

―Gravedad.

―¿Gravedad?

―Porque si me siento derecha, las lágrimas caerán. Y yo no lloro. ―Me doy


cuenta entonces, el brillo de sus ojos, la forma en que se llenan mientras miro. Se
me agarrota el pecho al verlo. Su cara es una ventana a todos sus sentimientos―.
No estoy en mi mejor momento, Theo. Estoy de mal humor. Estoy enfadada, y ni
siquiera tiene sentido. Deberías dejarme en paz.
―¿Sabes lo que pienso, Winter? ―Mi pulgar acaricia el punto de su pulso.

―No, pero apuesto a que me lo vas a decir de todas formas.

―Creo que la gente confunde que estés de mal humor cuando sólo estás
agobiada. Creo que necesitabas tumbarte aquí unos minutos sin que nadie te
necesitara. Creo que estás sobreestimulada e incluso los mejores de nosotros
necesitamos algo de tiempo para recogernos.

Asiente con la cabeza, junta los labios y una sola lágrima resbala por su
mejilla, mi pulgar la aparta casi al instante.

―Yo no...

―Lo sé. ―Asiento solemnemente―. Estoy bastante seguro de que es una


gotera en el techo.

Ahora resopla, sacude la cabeza mientras se tapa la cara con las manos.

―¿Por qué eres tan amable conmigo?

―Ya lo hemos hablado. Es porque me gustas.

―Eso fue hace un año y medio. ―Sus manos se posan en mi brazo, pero no
para apartarme. Se quedan ahí.

―Bueno, eres difícil de olvidar. Y el caso es que ahora me gustas aún más.

―¿Es por eso que sigues poniéndome mi ropa de nuevo?

Me quedo congelado.

―¿Qué?

―La otra noche me echaste un vistazo y me bajaste el camisón. Hoy me has


vuelto a tapar. Parece que no te gusta lo que ves.

Con un gruñido, la empujo para que se siente, paso una pierna por encima del
banco y me siento a horcajadas detrás de ella. Le rodeo las costillas con un brazo y
la atraigo hacia mí, y veo su expresión de sorpresa en el reflejo del espejo.

―¿No gustarme lo que veo? ―Su espalda se aprieta contra mi pecho, el pulso
vibra a través de su cuerpo―. Winter, no tienes ni puta idea de lo que veo. No
tienes ni puta idea de lo mucho que me esfuerzo por no ser otra persona que
necesita algo de ti. Estoy priorizando lo que la vida nos ha deparado en las últimas
semanas. Intento darte lo que necesitas. Pero si crees que no me gusta lo que veo,
entonces no soy yo quien necesita que le revisen la cabeza. ―Le paso la coleta por
un lado del cuello y dejo caer un beso sobre la parte superior de su delgado
hombro―. Porque tu bienestar se ha convertido rápidamente en mi prioridad
número uno.

―¿Por qué? ―Su respiración entrecortada resuena en el silencioso


gimnasio.

―Porque te adoro. ¿No has estado prestando atención?

Se estremece y veo cómo se le eriza el vello de la nuca cuando respiro contra su


piel.

―¿Por qué?

―¿Por qué carajo te adoro?

―Sí. Y si dices que es porque mi cuerpo hizo milagros creciendo y dando a luz
a un bebé o alguna mierda así, te juro que me levantaré y me iré de aquí.

Sonrío al vernos en el espejo, ella feroz y sonrojada, pero también relajándose


en mí. Una pequeña muestra de confianza de una mujer que no confía fácilmente.

Una que no desaprovecharé.

Recorro con un dedo el lateral de su esbelto cuello.

―Esta línea de aquí. Te comportas como la realeza. Hay algo en esta curva, los
pelitos. ―Pellizco los pelos y les doy un tirón suave, provocando un grito ahogado
de ella―. A veces, cuando hace sol por la mañana, la luz que entra por la ventana
de la sala de estar atrapa todos estos pequeños cabellos sueltos que acaban
pareciendo un halo.

Me mira fijamente en el espejo.

―¿Puedo seguir tocándote? ―Le rozo el hombro con mi barba incipiente


antes de darle un beso en la protuberancia de la clavícula.
Ella asiente mientras traga saliva. Su respuesta―: Sí ―es un susurro.

―Me gustan tus clavículas. ―Le agarro la cadera con la mano izquierda y le
paso la derecha por debajo del brazo y por encima del pecho para trazar la línea de
huesos que lo enmarcan―. Las mías siempre parecerán un poco torcidas ahora.
Pero si ése es el precio que tengo que pagar para llamar tu atención... me rompería
la otra yo mismo.

―Raro. Pero está bien.

Levanto la mano y presiono su boca con el dedo índice mientras le acaricio


suavemente la mandíbula.

―Me encantan tus labios. Esta puta boca inteligente. Me gusta el veneno que
escupe. Me gusta especialmente cómo se ve envuelta alrededor de mi polla.

Ella gime.

―A ti también te ha gustado, ¿verdad? ―Su cuerpo se contrae y aprieto su


muslo antes de pasar la punta de mis dedos por la costura interior de sus
leggings―. Sé que sí.

―Yo...

Le tapo la boca con la mano libre.

―No te molestes en discutir conmigo. Me la pones dura, y no me importa


darte la vuelta y follarte aquí y ahora. ―Le aprieto la parte baja de la espalda, con la
polla tensa en la parte delantera de los pantalones.

Observo cómo cambian sus ojos en el espejo. En lugar de lágrimas, se llenan de


calor. Anhelo. Con una mano aún sobre su boca, deslizo la otra bajo la holgada
camiseta de tirantes que lleva puesta.

No hace ningún esfuerzo por escapar de mi agarre. Su sujetador deportivo le


aprieta, pero eso no me detiene.

―Me encantan tus pechos. ―Palmeo uno y luego el otro antes de pellizcar un
pezón―. Tus pezones se ponen duros con facilidad. Son tan sensibles. ―Vuelvo a
pellizcarlos y sus ojos se cierran―. Sé que ese desperdicio de humano con el que te
casaste no sabía cómo hacer que te corrieras. Pero yo sí. Y apuesto a que puedo
hacerlo jugando solo con estos.

Su cabeza se inclina hacia mi hombro, su espalda se arquea y aprieta su pecho


contra mi mano. Es como si sintiera que vuelve a la vida. Para mí.

Le suelto el pezón y deslizo la mano por su vientre, dentro de sus pantalones


elásticos. Me dirijo directamente a su vientre, pasando el dedo por su carne
empapada antes de introducirlo. Me aprieta el dedo e intenta gritar, pero mi palma
amortigua el sonido.

―Y esto. ―La meto y la saco de ella un par de veces―. Tú. Me encanta cómo te
ves empalada en mi polla. Abre los ojos. Mírate en el espejo.

Añado un segundo dedo y me sumerjo en su húmedo calor, observando cómo


sus pestañas se abren para encontrarse con mi mirada.

―Míranos. ¿Cómo podría no adorar esto? Me encanta la cara que pones


cuando te derrumbas por mí. ¿Sigo siendo el único hombre que ha sido capaz de
follarte bien, Winter?

Mueve la cabeza con un movimiento superficial y abre más las piernas para
permitirme un acceso más profundo.

―Apuesto a que podría hacer que te corrieras en mis dedos sólo describiendo
lo hermosa que eres para mí ahora mismo. Lo jodidamente perfecta que eres.
―Raspo mi barba contra la concha de su oreja y bajo la voz―. Pero sería una pena
cuando tienes un coño tan bonito para que te lo coma, ¿no crees?

Ella jadea, con el pecho hinchado y sonrosado. Y al igual que antes, su gélido
exterior se derrite y deja a esta mujer. Esta mujer segura de sí misma, increíble, que
ocupa mi cerebro y mi cuerpo desde hace más de un año.

Le quito la mano de la boca y nos miramos en el espejo durante unos instantes.

Mis ojos son casi negros, mientras que los suyos parecen casi más claros. Más
brillantes. Más vibrantes.

―No tienes que...


―Sigues sin escuchar. ―Me levanto y doy un paso alrededor del banco,
llegando a arrodillarme a los pies con una sonrisa cómplice. Winter parece
nerviosa mientras mira a su alrededor―. Me gusta todo lo que veo. Te deseo.

Se le hace un nudo en la garganta y deja de mirarme. Sé que hay una voz cruel
dentro de ella, llenándole la cabeza de mierda que no es verdad.

―¿Y si entra alguien?

―Mientras sea yo quien tenga la cabeza entre tus piernas, no me importa


quién mire.

Se queda boquiabierta.

―No sé qué clase de mierdas raras haces en el circuito pero...

―¿Qué clase de mierdas raras? ―Le hago una mueca―. La única 'mierda rara'
que he hecho es abstenerme de tocar a nadie. Y tú, aquí sentada, con esta ropa tan
ajustada ―me agarro a la cintura de sus pantalones y tiro de ella― mirándome con
esos ojos torturados, me estás destrozando el autocontrol. Como si me suplicaras
que estuviera dentro de ti.

Sus leggings y su ropa interior llegan a un punto en el que tendrá que


levantar las caderas para que pueda bajárselos más. Pero el culo de Winter
permanece plantado en el banco, las manos apoyadas detrás de ella.

―¿Qué quieres decir con abstenerse de tocar a nadie en absoluto?

El gato está fuera de la bolsa, supongo. Será mejor que me sincere.

―Quiero decir, limpié mi acto.

―¿Por qué?

Resoplo y le sostengo la mirada, queriendo que escuche esto de verdad.

―Porque quería ser el tipo de hombre que pudiera conquistarte por más de
una noche.

Su mirada rebota alrededor de mi cara.

―¿Te refieres a alguien como yo?


―No, Winter. Me refiero a ti. Por eso dejé mi viejo teléfono. Por eso tengo tu
número en el nuevo. Tenía la intención de llamarte. Necesitabas tiempo para
reconstruirte, y yo necesitaba tiempo para convertirme en alguien que te merezca.
Estaba esperando mi momento, siendo paciente.

Su respiración es más rápida, más fuerte, más entrecortada, cuando me mira.


Es como si pudiera ver cómo encajan las piezas del rompecabezas, cómo su mente
se agita. Por eso la tomo por las caderas y la atraigo hacia mí, agarrándola por la
cintura del pantalón. Sus manos caen sobre mis hombros cuando la miro y sonrío,
tirando bruscamente de los pantalones elásticos que ahora no son más que una tela
endeble que se interpone en mi camino.

―Se acabó la paciencia, Tink. Voy por lo que quiero. Ahora mismo.
Veintitrés
Winter
He pensado a menudo en esa noche con Theo. Bien, me he obsesionado con
ello. Y estaba segura de haber imaginado lo mucho que disfrutaba chupándomela.
Al principio, me sentí culpable.

―Está bien, no hace falta ―le dije, mientras le agarraba del cabello,
intentando que volviera a levantarse.

Soltó una carcajada, un profundo estruendo que sentí en mi interior. Con los
ojos brillantes, me miró fijamente desde entre mis piernas.

―Sé que no es necesario, Tink. Pero lo deseo de verdad.

Nunca me había sentido tan desnuda como con sus ojos fijos en mi parte más
íntima. No había estado con muchos hombres. Estaba demasiado ocupada con la
escuela y luego con el trabajo.

Y definitivamente no he estado con ningún hombre que me comiera el coño


con una sonrisa.

Que es lo que él hizo.

Aquella noche tuve mi primer orgasmo, con la barba de Theo Silva rozándome
el interior de los muslos. Debería estar triste por haber tardado veintiocho años en
tener ese momento y, sin embargo, no lo estoy.

Tenía algo poético. Inolvidable. Y ahora mismo, vuelvo a ese punto exacto
mientras Theo me arranca los leggings del cuerpo como si no pudiera esperar ni un
segundo más.
―Acabo de hacer ejercicio ―resoplo antes de reprenderme internamente por
intentar sabotear este momento cuando sé lo bien que se siente. Lo mucho que lo
deseo.

Theo me responde con una risita profunda y divertida. Me abre las piernas y
me mira fijamente. Las brillantes luces halógenas no me dejan ningún lugar donde
esconderme.

―Apenas has sudado. Lo que significa que no te he hecho trabajar lo


suficiente. Pero ahora lo haré.

Las yemas de sus dedos recorren el interior de mis muslos, dejando la piel de
gallina a su paso.

―Alguien podría entrar ―repito.

Me odio a mí misma. ¿Por qué no puedo callarme y disfrutar de las cosas


buenas?

Asiente con la cabeza, se inclina hacia delante y me pasa la lengua por el coño.
Un profundo y satisfecho ‘Mmm’ surge de sus labios.

―Espero que lo hagan, Winter. Espero que tengamos todo un puto público
para ver lo fuerte que voy a hacer que te corras.

Mi corazón late tan rápido que juraría que siento vibrar mi esternón. ¿Por qué
suena tan bien? ¿Por qué este hombre es tan salvaje en tantos sentidos? ¿Y
luego tan jodidamente dulce? No puedo seguirle el ritmo.

No hay nada cortés ni clínico en la forma en que levanta mis piernas y apoya
un pie en cada uno de sus hombros.

―Sólo dejaré de comerte el coño si me dices que pare, Winter.

Lo miro fijamente. Pulso palpitante. Pecho agitado. Los labios entreabiertos. Y


no digo nada.

Asiento con la cabeza.


Y como todos esos meses atrás, sonríe contra mi núcleo y se aferra como si
me necesitara más que el aire que respira.

No hay caricias tentativas con la lengua, no hay contención. Me devora, y los


bordes de mi visión se vuelven borrosos. Alargo las manos por encima de la cabeza
y me agarro al banco para contenerme.

Theo no tiene esa preocupación. Sus manos recorren todo mi cuerpo.


Acariciando. Apretando. No se contiene conmigo. No me trata como si fuera
quebradiza, o como si necesitara que me quebraran.

Me trata como si fuera perfecta. Irresistible. Digna.

Con una mano sujeta alrededor de mi muslo tembloroso, lleva la otra a mi


centro y guía dos dedos dentro de mí con una lentitud dolorosa. Su lengua me pasa
sin prisa por el clítoris, como si no tuviera otro sitio donde estar. Como si su mente
no estuviera en un millón de otros sitios.

Anticipo el lento estiramiento, la plenitud que me vuelve loca. Los pacientes


besos que me da en los muslos, en el vientre.

―Joder, Theo.

―¿Qué se siente, Winter?

Respondo con un quejumbroso zumbido mientras hundo los dedos en el


pegajoso asiento. Me aferro a la vida, como si estuviera en el precipicio de algo que
me aterroriza. Mi cerebro está demasiado lleno, mi corazón demasiado confuso.
Todas estas sensaciones me confunden. Me separa hasta convertirme en un charco
con el que Theo puede jugar.

Sus dedos se alargan y puedo sentir mi humedad mientras la extiende sobre


mis labios.

―¿No es suficiente? ―murmura―. Supongo que tengo que mejorar mi juego.

Mi espalda se arquea y grito cuando vuelve a meterme un tercer dedo, o un


cuarto. Ni siquiera lo sé, y no voy a mirar. Lo único que sé es que parece mucho.

―¿Cómo se siente ahora?


―Tan jodidamente bueno. ―Las palabras salen de mis labios―. No pares.

Escucho su gruñido complacido, pero mantengo la mirada fija en las vigas del
techo y las luces industriales colgantes. Hacer contacto visual con él ahora mismo
podría hacerme combustionar.

―¿Cómo podría parar si me encanta cómo te ves con mis dedos metidos
dentro de ti? ―El calor me abrasa las mejillas y mis caderas se agitan hacia él.
Involuntariamente. O al menos eso es lo que me digo.

Mi cerebro ha abandonado el edificio. Ahora sólo está mi cuerpo. Y mi cuerpo


quiere a Theo Silva. Me rindo, me suelto del banco y me acerco a él. Mis dedos se
enredan en su espeso cabello.

Y como antes, mi cuerpo se enciende para él. Me agarro a su boca y él recibe


mis embestidas con el mismo fervor.

Me clava la lengua, me folla con los dedos y muerde mi carne hipersensible


cada vez que estoy a punto de llegar al límite. Mi cuerpo se estremece cuando me da
un tirón largo y firme en el clítoris mientras me mete los dedos con rudeza.

―Theo. ―Le tiro del cabello―. Theo, me voy a correr.

Se aparta un momento y por fin me encuentro con sus ojos oscuros y salvajes,
llenos de lujuria.

―No. Tú no te corres, ¿recuerdas?

Parece tan engreído.

―Sigue. ―Ignoro su pinchazo, gimoteando y tratando de tirar de su cara


hacia abajo. Actuando tan desesperada como me siento.

―Admítelo. ―Sus dedos se mueven de nuevo.

Vuelvo a apoyar la cabeza en el banco.

―¿Admitir qué? ―Tartamudeo cuando enrosca los dedos dentro de mí y toca


un punto que me hace ver estrellas.
―Que sólo te corres por mí. Y que te encanta. Todos esos gruñidos. Toda esa
mirada de uñas sin afectación. Todo ese ceño fruncido. Todos desaparecen cuando
tienes mi cara entre tus piernas. Puedo follarte felizmente, ¿no es así, Winter?

―Te odio. ―Lo fulmino con la mirada, pero no hay malicia. ¿Cómo puede
haberla cuando tiene razón?

Sus dedos empujan y se retuercen y mi cuerpo se inclina hacia él como la


pequeña zorra engañosa que es.

―Admítelo. Entonces dejaré que te corras. Dime lo que necesito escuchar.

¿Qué necesita escuchar? Estoy jadeando, con el cuerpo tenso. Estoy tan tensa
que podría estallar.

Así que lo admito, tanto ante él como ante mí misma.

―Theo, sólo me vengo por ti y...

No me deja terminar antes de volver a devorarme y, en cuestión de segundos,


reviento. Justo como lo predije.

Una ola de calor recorre mi cuerpo y me entrego a ella. Me agito en el calor.


Disfrutando de la sensación de un hombre al que le gusta hacerme correr, al que le
gusta verme desmoronarme para él.

No me empuja demasiado lejos. No se aleja demasiado pronto. Es tan bueno en


esto. Tan bueno conmigo.

No sólo me corro. Me derrito. Siento que podría romperme para siempre, una
y otra vez, bajo las manos adoradoras de Theo Silva.

Lo cual es una perspectiva aterradora, porque ya me he roto antes. Y nadie me


ha ayudado nunca a recoger los pedazos.
Esperaba más después de que me la chupara. Pero alcanzó los pantalones y me
los colocó cuidadosamente sobre los tobillos como si vistiera a un niño. Lo observé,
manos hábiles, antebrazos venosos...y una expresión de satisfacción y
concentración en su rostro.

―¿No quieres que...? ―pregunto, girando la muñeca para explicar mis


pensamientos y dándome cuenta de que me siento un poco tímida. Un poco sin
palabras. Un poco fuera de mi elemento.

¿Lo que hizo? ¿Las cosas que dijo? No deberían haber sido tan
trascendentales, pero lo fueron. Y me aterrorizó. Ya no es sólo un calentón de una
noche. Es el padre de nuestra pequeña. Estaré unida a él el resto de mi vida, lo
quiera o no.

Me quiera o no.

Esto podría serlo todo. O podría ser el mayor desastre de mi vida.

Así que cuando sonríe, me mira mientras me arreglo mi jodida coleta y dice―:
No. Estoy bien.

Mi mente se vuelve loca.

Me agarra de la barbilla y me da un fuerte beso en la boca antes de darse la


vuelta para terminar de cerrar el gimnasio. Me saboreo, pero solo puedo
concentrarme en esas dos palabras que resuenan en mi cabeza.

Estoy bien.

¿También lo satisfizo a él?

¿O como Ew, no gracias?

Pasó incontables minutos divulgando todas las cosas que le gustan de mí.
Parece improbable que no quisiera hacer más. Y sin embargo, ahí es donde mi
cerebro está entrenado para ir.

Mi padre eligió a otra persona.

Mi marido eligió a otra persona. Eligió a mi hermana.


Y no le guardo rencor por ello. Estoy resentida conmigo misma, porque ¿qué
hay en mí que es tan profundamente antipático? Me siento como si estuviera en
una misión constante para averiguar esa cosa. No me ofende. Sólo necesito saber
qué es para poder arreglarlo.

―¿Lista? ―La voz de Theo me sobresalta. Levanto la cabeza desde donde estoy
sentada en el banco, absorta en mis pensamientos. Sus ojos me recorren de arriba
abajo y mi cuerpo traidor se estremece en respuesta.

Le devuelvo un gesto de asentimiento, lo que hace que aparezca el molesto


hoyuelo en la mejilla de Theo. Contiene la sonrisa, pero me guiña un ojo.

Se me revuelve el estómago. Cada vez que hace eso, me acuerdo de él echando


gasolina la noche que lo conocí. Entonces estaba bueno, pero con un par de años
más, ha vuelto a cambiar.

A los veintiocho es más hombre que niño. Sus hombros parecen más anchos.
Es más anguloso, más cincelado, más abrumador. Y tiene una madurez, una vena
sabia que me reconforta. Es juguetón pero no frívolo. Divertido pero fiable.

Si tenía que follarme a un desconocido y quedarme embarazada, elegí a uno


bueno. Si nada más, Vivienne tendrá un gran padre en su vida.

―¿Maté algunas neuronas, Doctora Hamilton?

Me doy cuenta de que estoy de pie en el gimnasio ahora a oscuras, mirando a


Theo como si fuera mi modo por defecto.

Theo me tiende la mano y yo la tomo. Mi cuerpo se mueve hacia él sin ni


siquiera pensarlo.

Sin siquiera admitir que quiero hacerlo.

Su cálida palma está callosa, prueba de los años que ha pasado colgado de la
cuerda de un toro cada fin de semana y levantando pesas durante la semana. Su
pulgar roza la parte superior de mi mano mientras activa el sistema de alarma y
me adentra en la cálida noche de verano.
Con sólo el crujido de nuestros pies sobre la grava suelta del carril trasero,
digo por fin lo que he estado pensando.

―Siento que estoy en deuda contigo.

―¿Deberme qué? ―Su voz es suave y aterciopelada esta noche, y me roza la


piel. Me tranquiliza.

―Sexo, o algo así.

―¿O algo así? Esa parte me interesa. ¿Qué es ese ‘o algo así’? ―Hace un chiste,
sin darse cuenta de cómo mi mente puede tomarlo, darle vueltas y convertirlo en
algo que él nunca quiso que fuera. Como si no quisiera sexo.

―Divertido. ―Miro nuestras manos mientras él toma sus dedos y los pasa
por los míos.

―Oye.

Su tono es menos juguetón y no puedo mirarlo a los ojos.

―No bajes la cabeza así. Deja de pensar lo que sea que estés pensando, porque
te garantizo que está mal.

Se detiene, tirando de mí para que lo mire, y me levanta la barbilla con un


nudillo doblado.

―Winter. ―Ojos y cabello de tinta, piel dorada; la oscuridad de la noche le da


un toque especial.

Me relamo los labios.

―Theo.

―¿Sí, Tink?

―No entiendo lo que está pasando aquí. Las cosas que dices. Las cosas que
haces. Todo lo que ha pasado. No tiene sentido. No puedo entenderlo.

Ladea la cabeza, como si intentara entenderme desde otra perspectiva.

―Lo que pasa es que la Srta. Independiente conoció al tipo que la trata como a
una princesa y se está volviendo loca.
Pongo los ojos en blanco.

―Eso es ridículo.

―Sólo crees que me debes algo porque has pasado demasiado tiempo saliendo
con imbéciles que son unos mentirosos terribles. Siéntate y disfruta del viaje. Deja
de darle vueltas. Además, mi cara es el viaje. ―Mueve los labios y yo hago lo
mismo.

―Estás loco. ―Me aparto, intentando ocultar mi risa. Pero no le suelto la


mano mientras damos la vuelta a la manzana y volvemos a nuestras respectivas
casas.

―Pero es una cara bonita, ¿no? ¿Si tuvieras que montar una?

La risa bulle en mi interior. Me llena el pecho y me obstruye la garganta. Brota


de mí como una canción que no puedo resistir cantar. Me suena extraña, ligera y
musical.

Dios. ¿Me estoy riendo?

Sus dedos palpitan entre los míos, me tira hacia atrás y me besa. Su boca se
desliza sobre la mía y se traga mi risa como si quisiera guardársela.

Él lo creó, así que supongo que es justo que yo se lo devuelva. Nuestros dedos
permanecen unidos y su mano opuesta me roza la mandíbula con un ligero
temblor.

Labios suaves. Cabello suave. Suspiros suaves. No es un beso largo, pero sí


desgarrador.

Natural, como si no pudiera evitarlo.

Y no por primera vez esta noche, me siento deseada.

Cuando se aleja, dejo los ojos cerrados un momento, dejando que esta
sensación me caliente.

Porque es fugaz y quiero recordarlo.


Aún tengo los ojos cerrados cuando se inclina y me dice―: La próxima vez que
me cabalgues en la cara. Vas a pedirlo. Suplicar. Incluso vas a trabajar para
conseguirlo. Me dirás exactamente lo que quieres y yo te lo daré. Pero esto no
volverá a pasar hasta ese momento. Hasta que sepas lo que quieres. Porque yo te
quiero, Winter. Y no sólo por una noche.

Me quita el aliento y me arrastra con él por la tranquila calle arbolada. Mi


cerebro pasa de enloquecer con Theo a enloquecer con la mujer sentada en su
escalón.

Sé que no debería.

Dice que he sido parte de su plan. Pero me aterroriza creerlo.


Veinticuatro
Theo
Theo: Necesito pedirte un favor.

Summer: ¡Claro!

Theo: Pero no puedes hacer preguntas.

Summer: Sospechoso. Pero bien.

Theo: Necesito borrar algunas de tus grabaciones de la cá mara de seguridad del


gimnasio. ¿Puedes enseñ arme có mo?

Summer: Uhhhh. Okay. ¿Puedo hacerlo por ti?

Theo: No.

Summer: ¿Se cometió un delito?

Theo: No.

Summer: ¿Quiero saberlo?

Theo: Dije que nada de preguntas y hasta ahora has hecho tres.

Winter pasa de suave y vertiginosa a toda encerrada. Cuando miro hacia


abajo, veo su mandíbula apretada y sus ojos entrecerrados. Sigo su mirada hacia
una mujer que está sentada en la escalera de mi casa, consultando su teléfono.

Una mujer que reconocería en cualquier parte.

―¿Mamá? ¿Qué haces aquí?


Winter se sobresalta y me quita la mano como si fuéramos dos adolescentes a
los que han atrapado haciendo algo que no debíamos, en lugar de dos adultos que
comparten una hija.

Podría dejar que su desaire me escociera, pero no lo hago. No está


acostumbrada a una cálida bienvenida de gente que sólo conoce historias sobre
ella.

Por lo que ha pasado esta noche, no está acostumbrada a que la gente la quiera
por la mujer que es. Eso me hace querer quemar el mundo a nuestro alrededor para
corregir los errores que la gente ha cometido contra ella a lo largo de los años.

En lugar de un incendio provocado, me conformo con mostrarle lo bueno


que podría ser.

Mostrarle lo que se merece.

―Vine a visitarte. Te dije que vendría temprano.

―Cierto, pero no dijiste hoy. Ni me dijiste ningún día en concreto. ―Aparecer


sin avisar no es algo fuera de lo normal para mi madre. Si su agenda cambia, se
presenta al azar en un evento mío, gritando más fuerte que nadie en las gradas.

―Me reservo el derecho de ser autoritaria. Eres mi único hijo.

―¿Le haces esto a Julia?

―No. Pero su vida no es tan interesante. Ni siquiera me habla de quien


conoció en el crucero. Pero sé que lo hizo porque la atrapé entrando y saliendo a
hurtadillas por la noche. ―Mi madre me guiña un ojo y sus mejillas se redondean
con su sonrisa de boca cerrada.

―¿Así es como me deshago de ti, entonces? ¿No diciéndote nada? ―Estoy


bromeando, y los dos lo sabemos. Por eso se ríe y mira a su alrededor.

―Al principio, me molestó no poder encontrar una llave de repuesto en algún


lugar obvio. Ya sabes, debajo de tu felpudo como una persona normal. Pero luego
decidí que te crié más listo de lo que pensaba porque he buscado una llave por todas
partes y no la he encontrado.
Sonrío tímidamente a mi madre mientras pongo una mano en la espalda de
Winter para guiarla a través de la puerta principal y subir a la acera.

―Bueno, mamá, la verdad es que no tengo una llave de repuesto escondida en


ningún sitio.

Su cabeza se inclina hacia atrás contra el revestimiento de la casa, el cabello


negro tinta cayendo detrás de ella.

―Sí. Te crié estúpido.

―Puede que sea hereditario. ―Me acerco a mi madre con una sonrisa y tomo
su mano entre las mías, tirando de ella hasta ponerla de pie.

―Esa boca inteligente. ―Me agarra la barbilla y me aprieta la cara lo


suficiente como para que se me frunzan los labios, luego mueve la cabeza para
dirigirse a Winter―. ¿A ti también te pone así? Siempre ha sido salvaje y revoltoso,
pero es difícil reprocharle ese corazón de oro.

Winter no dice nada mientras mi madre me abraza.

―Mi dulce, dulce niño. Te he echado de menos.

―¿Es eso lo que significan todos los insultos? ¿Que me has echado de menos?

Por encima de mi hombro, se dirige de nuevo a Winter.

―Él también está necesitado. Necesita que le acaricien mucho el cabello. Creo
que de niño le decía que era demasiado guapo.

Un suave resoplido suena detrás de mí.

―Acaba de terminar de decirme la cara tan bonita que tiene.

―De acuerdo, vaya. ―Me alejo de mi madre y doy un paso atrás para que ella y
Winter tengan una visión clara de la otra―. Ni siquiera te he presentado y ya te
estás burlando de mí.

―Tú debes ser Winter. He escuchado hablar mucho de ti. ―Mi madre da un
paso adelante, sonriendo con arrugas alrededor de los ojos, lo único que delata
su edad. Dice que sonríe tanto que no puede evitarlas, así que las abraza―. Ya me
caes bien.

Winter parpadea ante el comentario increíblemente oportuno de mi madre.

―Igualmente. Encantada de conocerte. ―Le tiende la mano para


estrechársela, pero mi madre la aparta.

―No somos socias, y soy una abrazadora.

Mamá rodea a una Winter atónita, cuyos brazos cuelgan flácidos a los lados.
No puedo evitar mover los labios. Socios comerciales. Esa maldita frase la
perseguirá.

Como siempre, los ojos de Winter encuentran los míos. Ensancho los míos
como diciendo no seas imbécil con mi madre, ¡dale un abrazo!

Me mira con los ojos en blanco, pero ella esboza una pequeña sonrisa cuando
levanta los brazos y le devuelve el abrazo a mi madre. La imagen me golpea en el
pecho. Me pregunto cuántos abrazos habrá recibido Winter a lo largo de los años,
cuando era niña. Incluso los días en que mi madre pensaba que era idiota, me
abrazaba.

Winter apenas menciona a su madre. Sé que la relación es tensa. Con su padre


también. Y como un rayo a la hierba, odio inmediata e irracionalmente a ambos.

Mi madre ha llegado a las pocas semanas de enterarse de lo de Vivi, y vive a


una provincia de distancia.

Los padres de Winter viven a poco más de una hora y no les he visto ni el pelo.

He estado tan obsesionado con saltar a todo este escenario que no he dado un
paso atrás para ver el panorama completo más allá de Winter, Vivi y yo.

No me gusta lo que veo. Me hace sentir protector de una manera nueva. Me


pican las palmas de las manos por la necesidad de mejorar las cosas para ella. De
hacer que alguien pague por la forma en que la ha tratado.

Winter ladea la cabeza cuando se separa de mi madre, como si pudiera ver la


lucha interna que se desarrolla en mi cara.
―Bueno, Theo me dijo que eras una madre inteligente y asombrosa.

Las manos de mi madre permanecen sobre los hombros de Winter mientras


da un paso atrás para evaluarla.

―Pero no mencionó lo mucho que se superó a si mismo contigo.

―Jesús. Mamá, para. ―Me froto la barbilla y sacudo la cabeza. Esto es tan
típico de ella. Vive para reírse de mí.

―Estaba borracha ―contesta Winter. El único indicio de que está


bromeando es el brillo de sus ojos―. Estaba más guapo con mis gafas de tequila.

Suelto una carcajada. Si eso significa verla tan cómoda con mi madre, no me
importa que me arrastren. Ya he visto cómo me folla con los ojos sin tener ni una
gota de tequila en el cuerpo.

Sé que me quiere. Sólo estoy esperando a que deje de enloquecer y se dé


cuenta.

―No estabas tan borracha como para no escribir un contrato en un posavasos.

Dos pueden jugar a este juego, Tink.

Una sonrisa pícara se dibuja en sus labios carnosos. Por un momento, sueño
con que se separen mientras me introduzco en su interior. Cada vez que los mueve,
aunque sea para gruñirme, solo puedo pensar en follármela.

―Demuéstralo. ―Sus brazos se cruzan.

Mi madre da un paso atrás y gira la cabeza entre nosotras mientras voleamos


de un lado a otro. Parece contenta.

Me encojo de hombros.

―De acuerdo, lo haré. Mamá, vamos a instalarte aquí. Te reunirás con Vivi
por la mañana. ―Subo las escaleras a grandes zancadas, abro la puerta principal y
meto su maleta en la entrada. Porque conozco a mi madre y no le importa
irrumpir allí ahora mismo para ver a su nieta. Pongo límites antes de que piense
que tiene vía libre.
―Winter, estoy encantada de conocerte mejor. Si necesitas algo, pídemelo.
Estaré encantada de ayudarte. Yo también he hecho este trabajo dos veces, y
aunque el producto final no sea perfecto, podría ser peor. Me lo tomo como una
victoria.

Los grandes ojos azules de Winter se centran en mi madre. Si no lo supiera,


diría que hay un destello de confusión en ellos.

―Encantada de conocerte también, Loretta. Aunque tengo que discrepar. Tu


producto final es muy bueno. ―Sus ojos se deslizan hacia los míos―. Odiosamente
caballeroso en mi experiencia.

Mi madre tararea y lanza una mirada apreciativa a Winter.

―Buenas noches, niños ―dice mientras se da la vuelta y desaparece dentro de


la casa.

Señalo a Winter.

―Tú. Espera.

―No soy Peter. ―Me hace un gesto sarcástico con la ceja.

Me río entre dientes.

―La verdad es que sí. Ninguno de los dos me hace caso y me miran mal.
―Juro que escucho una pequeña carcajada mientras me doy la vuelta y entro en
casa. Después de llevar a mi madre a la habitación de invitados, tomo la bandolera
y rebusco en el pequeño bolsillo con cremallera. Mis dedos rozan el suave cartón y
me vuelvo hacia la entrada.

Cuando llego al porche, Winter está de pie al pie de la escalera, mirándose las
uñas. Ese color de algodón de azúcar le da algo que admirar cuando hace este
movimiento, al menos. Es su movimiento característico ‘Finjo estar aburrida’.

Es un mecanismo de defensa para cuando se siente vulnerable. Y si algo he


aprendido de Winter en las últimas semanas, es que odia sentirse vulnerable. Así
que se ha convertido en el premio mayor para mí.

No quiero cambiar quién es. Quiero ganarme ese lado de ella.


―Tu madre parece simpática. ―No levanta la vista.

―¿Lo hace? ―Me burlo―. Siento que pasar el rato cerca de ustedes dos será
inscribirme para asistir a mi propio infierno personal.

Se le escapa una carcajada y se sonríe en las uñas.

―¿Estás pensando en lo bien que quedarán tus uñas rosas enroscadas


alrededor de mi polla? Porque eso es en lo que pienso cuando los veo.

Ahora sus ojos se clavan en los míos.

―¿En serio?

―Sí. Sólo necesitas un pintalabios a juego para que pueda imaginarme


cómo quedarán tus labios...

Se precipita hacia delante y me pone un dedo en los labios para


detenerme. Sus ojos se clavan en ellos y se iluminan ligeramente. Winter no ha
iniciado ningún contacto físico entre nosotros, y me pregunto si se está dando
cuenta ahora.

Que me alcanzara tan fácilmente.

Su dedo se mueve, pero no se aleja. En su lugar, el resto de sus dedos se unen


para acariciar suavemente mi barba incipiente. Nunca me mira, solo observa cómo
me recorre con las yemas de los dedos. El lóbulo de mi oreja. La línea de mi
mandíbula. Sobre mi nuez de Adán.

Hay una reverencia en la forma en que me toca, y no me avergüenza admitir


que la saboreo.

Se me eriza el vello de los brazos. El corazón me golpea las costillas, tratando


de alcanzarla.

Ella tiene el efecto más confuso y consumidor sobre mí.

Sus ojos se posan en la parte delantera de mis calzoncillos. El material elástico


no oculta en absoluto cómo se me abulta la polla cuando me toca.

―¿Piensas en mí cuando te masturbas?


Viniendo de ella, la pregunta me toma desprevenido. Rara vez es tan directa,
suele ser más discreta.

Le tomo la mano y aparto sus dedos de donde juguetean con la V de la parte


delantera de mi camiseta. Le doy un beso en el centro de la palma y admito―:
Pienso en ti todo el tiempo. ―Su respiración se hace más agitada cuando mi lengua
recorre su piel. Me aparto y la miro a los ojos―. Pero sobre todo cuando me
masturbo.

Se ríe, pero entrecortadamente.

Levanto la mano contraria y le pongo en la palma el posavasos de hace tantos


meses. Cuando lo ve, su cuerpo se pone rígido.

―¿Eso es...?

Le doy una sonrisa casual mientras me inclino cerca para susurrar en su oído.

―Te dije que volvería para rogarte otro trago.

Luego le beso la mejilla, haciéndole esa cosita con la lengua que tanto le gusta.
Se gira y se acurruca contra mí.

Así que la abrazo.

Sus brazos se pliegan frente a su pecho mientras la aprieto contra mí, el


posavasos con nuestro contrato aplastado entre nosotros.

Y sólo la abrazo.

Una mujer que necesita que la abracen. Y yo soy el afortunado que puede
hacerlo. Acomoda su cara justo sobre la hendidura en la base de mi garganta y
presiona un suave beso allí.

―Buenas noches, Theo.

No dice nada más, y por mucho que quiera meterme en su cabeza y ordenar
todos los pensamientos que corren desbocados por ahí, me conformo con un
abrazo y las buenas noches.

―Buenas noches, Winter.


Sus labios se inclinan hacia arriba mientras se da la vuelta, evitando mi
mirada. Como si nuestra interacción la avergonzara.

Como si fuéramos dos adolescentes mareados dándose las buenas noches tras
una primera cita.

Ser amada es incómodo para ella. Dios, quiero cambiar eso, pero será ella
quien me lo diga cuando llegue el momento. Tengo en la cabeza que, después de
pasarse la vida comportándose de una manera que conviene a todos los que la
rodean, quizá necesite un minuto para averiguar qué le conviene a ella.

Se aleja y yo resisto el impulso de seguirla. Sus pies se deslizan


silenciosamente por mi pasillo, cruzan la acera de enfrente y suben por su propio
pasillo. Salgo al porche para que no me vea.

Sus ojos están en sus pies cuando se acerca a su casa. Pero no entra.

Se sienta en el escalón delantero y levanta el posavasos, mirándolo fijamente.


Sus dedos lo recorren, igual que lo hicieron con mi cara hace un momento.

Sus rasgos son suaves y parece más joven en este momento. Sus ojos no están
apretados, sus labios no están en un mohín. Así es como se ve cuando está con Vivi.

Feliz.

Al cabo de un par de minutos, se levanta y entra en su casa. Una cálida luz se


derrama por el porche durante un momento, y los murmullos inaudibles de ella y
Summer hablando se filtran en la noche. Las veo abrazarse a través de la ventana.

Tres abrazos en una noche. No está mal.

Entro en casa con una sonrisa bobalicona. Mi madre lo capta desde el sofá, con
un episodio de Anatomía de Grey en cola y listo para ver.

―Sabes que estás enamorado de esa chica, ¿verdad?

Me tumbo a su lado y le paso un brazo por encima del hombro, dispuesto a


perderme en el mejor drama médico sentado junto a una de mis mujeres favoritas
del mundo.
―Sí, mamá. Lo sé.
Veinticinco
Winter
Theo: ¿Y si me quedo aquí como base?

Winter: ¿En Chestnut Springs?

Theo: Sí.

Winter: ¿En tu casa?

Theo: Si lo prefieres, puedo montar una tienda en tu jardín. Te invito a una


hoguera y tequila. ;)

Winter: No es lo ideal. Alguien de mierda podría mudarse a la casa de al lado.


Podría acabar con un vecino aú n peor que tú .

Theo: Y quién sabe si te cortaría el césped como lo hago yo. Fingir que te dedicas
a la jardinería sería aburrido e inú til sin mí para mirar.

Winter: Yo no te miro.

Theo: Só lo haces jardinería cuando estoy cortando el césped.

Winter: ¿Có mo lo sabes?

Theo: Porque te estoy vigilando.

Un fuerte chillido me taladra los oídos cuando Peter se desliza por el suelo de
madera como si fuera Tom Cruise en Risky Business. Vivi tiene un brazo
alarmantemente fuerte. Desde su lugar en el suelo, azota el pollo de goma,
azotándolo por todo el salón mientras
Peter lo persigue.

Cuando él vuelve corriendo y deja caer el juguete chirriante a sus pies, ella da
una palmada con sus manos regordetas y se ríe. Peter saca la lengua por un lado de
la boca, donde le han extraído los dientes. Está tan emocionado que parece que se le
van a salir los ojos de las órbitas.

―Realmente es horroroso si lo miras durante demasiado tiempo ―murmura


Loretta, antes de tomar un sorbo de café―. Theo lo encontró en la calle cuando
estaba de vacaciones en México. Le dio de comer tacos y el resto es historia. Se negó
a salir del país sin él. Reprogramó su vuelo y todo.

Resoplo. Al hombre le gustan los perros callejeros.

Desde mi posición sentada en el suelo del salón, veo a Theo cruzar la


habitación de una forma que debería ser ilegal. Lleva unos vaqueros claros, una
camiseta blanca y un plato de galletas de avena. Las ha horneado él mismo, claro.

Su atuendo no puede ser más sencillo, pero no puedo apartar los ojos de él. Me
transporta a los días en que viene a cortarme el césped sin camisa. Mientras él se
burla de mí con sus músculos, yo finjo estar en el jardín y me arrastro sobre él desde
detrás de mis gafas de sol.

Ha pasado una semana desde que me tumbó en el banco del gimnasio y me


hizo su comida. He hecho ejercicio sola desde nuestra escapada, pero siempre se
pasa al final cuando estoy estirando.

Se agacha a mi lado y me susurra―: Disculpe, señora. ¿Ha desinfectado ese


banco de ahí? ―mientras señala El Banco.

Frunzo el ceño.

Me guiña un ojo. Y nos separamos.

Hemos tomado ritmo, aunque no nos hemos extendido en absoluto. Están


pasando muchas cosas. Su madre está aquí. Está trabajando en el gimnasio
mientras se rehabilita. Me dirijo a la boda de mi hermana pequeña, donde no soy
una dama de honor. Soy la maldita madrina.
Un papel que sigo intentando darle a Willa, pero esa zorra sólo se ríe de mí.

Así que Theo y yo seguimos dando vueltas. Hemos desarrollado una especie de
parentesco. Mi lugar, su lugar. Vamos entre ellos, y Vivi también. También su
madre, que se ha convertido en la persona más cariñosa y servicial que he
conocido. Sin duda, Theo heredó de ella su infalible clase de amabilidad: la
sonrisa fácil y las caricias suaves.

Entonces, ¿por qué me contengo?

Es porque me dijo que no ha habido nadie más desde aquella noche. Es ese
maldito posavasos metido en mi mesilla de noche. A veces, lo saco sólo para
mirarlo.

Es una prueba física de que le gustaba incluso entonces. La prueba de que no es


un mentiroso, como todos los demás hombres de mi vida. Que ha pensado en mí
desde esa noche. Que Vivi y yo no somos la carga en su vida que creo que somos.

¿Quién iba a decir que un posavasos de mierda manchado con la firma de los
dos garabateada en él iba a trastocar mis límites tan cuidadosamente establecidos?

Ya no sé cómo comportarme con él.

Lo deseo casi obsesivamente. Las cosas están tan bien entre nosotros ahora
mismo, pero me aterra que todo me estalle en la cara. He sido el peón entre dos
padres que se odian, y someter a mi hija a las mismas complicaciones me quita el
sueño.

A pesar de todo, no puedo evitar que mis ojos se desvíen hacia él. Que mi
cuerpo se acerque a él. Mi mano se desliza entre mis piernas en la bañera mientras
pienso en él. Mis sentimientos por él se han convertido en algo más que lujuria.

Vivi vuelve a lanzar el pollo y Peter corretea por el suelo como un cañón
geriátrico, evitando por los pelos la pared y los pies de Theo. Cuando atrapa el
juguete, hace su mejor imitación de un león matando a una gacela. Ojos
desorbitados, la cabeza moviéndola de un lado a otro. Vivi chilla de alegría
porque éste es el nuevo juego favorito de Peter y ella.
―Peter, contrólate y devuelve eso. ―Utilizo mi voz de ‘esto se va a la mierda’,
llamando la atención de Peter por un momento. Con el ceño fruncido, devuelve el
juguete a regañadientes y lo escupe delante de Vivi.

―Ese perro no está sordo, Theo. Simplemente no te escucha ―digo mientras


Theo coloca el plato de galletas en la mesita de café frente a mí y me da un suave
apretón en el hombro.

―¿Cómo lo sabes? ―responde mientras le lleva una galleta a su madre, que


está relajada en el sillón.

―Porque me escucha. Y yo soy médica. ―Toma una galleta y me la da, antes


de tomar una para él y sentarse en el sofá justo detrás de mí. Noto uno de sus pies
descalzos en el costado de mi culo.

Me sonrojo.

Está sentado tan cerca, y su madre está justo ahí. Además, me comió y ni
siquiera hemos hablado de ello.

Me siento como una puta adolescente a su lado.

―¿Pero eres veterinario? ―dice desde detrás de mí mientras mastica.

―No, pero...

―De acuerdo. Confiaré en un veterinario para esto entonces.

―¿Ha confirmado un veterinario que es sordo?

―No.

―Entonces, ¿tu única prueba es que no te escucha?

―Exactamente. Igual que tú.

―¿Qué se supone que significa eso?

Su rodilla me da un golpe juguetón en la espalda mientras Vivi se da la vuelta


y gatea hacia su abuela con sus grandes y brillantes ojos marrones.

Los ojos de su padre.


―Que tengo que llevarlos a los dos al veterinario.

Esta vez es Loretta la que resopla y se acerca a Vivi con una sonrisa de oreja
a oreja para acurrucarla.

―A lo mejor es que no tienes nada interesante que decir y por eso no te


escuchan. ¿Lo has pensado alguna vez, Theo Dale Silva?

Giro la cabeza para mirar a Theo y digo―: ¿Dale? ―Tiene un nombre super
sexy y entonces. . . ¿Dale?

Vuelve a darme un rodillazo, pero esta vez me mete la mano por debajo del
cabello y me da un fuerte apretón en la nuca que hace que se me contraiga todo el
cuerpo. Su cabeza cae junto a la mía y su barba rasposa me roza la concha de la
oreja mientras susurra―: Deja de ser tan mala conmigo. Se me pone dura cuando
eres bocazas. Me hace pensar en todas las formas divertidas en que podría poner
esa boca a trabajar. Y ahora mismo no necesito una erección.

Mis mejillas vuelven a encenderse cuando me suelta y vuelve a tumbarse en el


sofá como si nada hubiera pasado entre nosotros.

Tal vez debería alejarme de él después de eso, pero mi cuerpo lo sigue. Me


apoyo en sus piernas y me deleito con su calor y su robustez.

Él y su madre empiezan a hablar de Anatomía de Grey y, aunque yo podría


participar, mi cerebro se queda atascado en lo bien que sienta apoyarse en alguien.
Confiar en alguien.

Y entonces me doy cuenta.

Theo Dale Silva se ha colado en mi corazón, y nunca he tenido ninguna


posibilidad de evitarlo.

―¿Puedo pasar? ―Loretta pregunta después de un suave golpe en la puerta


abierta de mi dormitorio.
―Por supuesto. ―Jugueteo con la guarda de la parte posterior de mi
pendiente, con la cabeza inclinada frente al espejo mientras la veo entrar en la
habitación, con Vivi acunada en sus brazos―. Muchas gracias por cuidarla
mientras me preparaba. Me has salvado la vida.

―Hoy eres la dama de honor. Necesitas tiempo para prepararte. Yo sólo soy
una simple invitada. Además, pasar tiempo con mi nieta no es un trabajo.

Asiento con la cabeza, sin saber qué decir, ya que mis padres no hacen ningún
esfuerzo por pasar tiempo con ella. Ni conmigo. Y hoy se me revuelven las tripas.
Ver gente. No ocultar más la paternidad de Vivi.

Hablando de mis padres, aún no les he contado lo de Theo.

―¿Vienen mucho tus padres? ―Se sienta en el borde de la cama,


acurrucándose para lo que sé que va a ser una suave inquisición. No puedo
culparla. Yo haría lo mismo si mi hijo estuviera en este lío complicado con alguien.

Con un fuerte suspiro, me vuelvo hacia la mujer mayor. Cabello oscuro


brillante a juego con ojos oscuros brillantes. No hay duda de dónde ha sacado Vivi
su aspecto y, por mucho que me moleste a veces, me siento aliviada de que no se
parezca a mi madre.

―No. Cuando anuncié mi embarazo, se armó la gorda. ―Loretta pregunta y


yo no puedo evitar reírme―. Mi vida es un culebrón.

―Me encanta una buena telenovela ―responde con una sonrisa pícara.

Como no quiero arrugar el vestido de seda rosa, apoyo el trasero en el alféizar


de la ventana que da a la cama y me dispongo a explicarle algunas cosas.

―¿Qué te ha contado Theo?

―Bueno, cuando le pregunté, dijo que no era su historia para contar. Dijo que
había muchas cosas que aún no sabía, pero que no quería presionarlo para que las
divulgara. No comparto su moderación.
Ella sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Juro que cualquier otra persona que se
metiera en mis asuntos me pondría de los nervios, pero hay algo en Loretta que
hace que... intrínsecamente no me moleste.

―La versión corta es que hace veintiséis años, más o menos, mi padre dejó
embarazada a nuestra niñera. Ella dejó al bebé con él y eso inició la nueva Guerra
Fría en nuestra casa. Así que se pasó todo el tiempo protegiendo a mi hermana de
mi amargada madre. No me preguntes por qué no se separaron porque no tengo ni
puta idea. En vez de eso, permanecieron juntos e hicieron miserables a todos a su
alrededor. Así que crecí alejada de mi padre y mi hermana porque me asignaron a
mi madre cuando eligieron sus equipos.

―Uf ―es todo lo que dice Loretta.

―Sí, uf. Pero soy una superviviente, así que agaché la cabeza, hice mis
estudios y estudié medicina como mi madre siempre quiso. En el hospital, conocí a
un médico, el médico que trató a mi hermana de adolescente cuando tuvo algunos
problemas de salud. Me pareció guapo y culto y no podía creer que estuviera
interesado en mí. Después de años sin tener cosas para mí, sentí que era mío. A mi
madre le encantaba que estuviera con un médico elegante porque la hacía quedar
bien. Como si me fuera mejor que a mi hermana, que estaba eternamente soltera y
'sólo' estudiaba Derecho.

―Ah. ―Loretta asiente y mira a Vivi, que se adormece al escuchar nuestras


voces después del riguroso recreo al que la ha sometido su abuela―. A la facultad
de Derecho van todos los que no rinden.

Le señalo con el dedo como diciendo―: Sí, ya lo entiendes ―y continúo.

―Excepto que resultó que el Dr. Dreamy era un Dr. Idiota. Un depredador
espeluznante que preparaba a mi hermana adolescente y se liaba con ella en cuanto
era legal. Pero mi relación con ella era tan tensa que nunca me lo dijo, ni siquiera
cuando me casé con él, porque no quería causar más ondas en nuestra ya
turbulenta familia. No quería hacerme daño.

―Sí, definitivamente no queremos comparar a este tipo con McDreamy.


Dios mío, Theo y su madre con lo de McDreamy.

Con una carcajada, continúo, sintiéndome orgullosa de poder encontrarle


ahora la gracia a todo esto.

―Así que Rhett se enteró por Summer y un día en el hospital el Dr. Idiota se
pasó un poco con lo de hablarles con desprecio, así que Rhett explotó y lo contó
todo delante de toda mi familia y de buena parte de mis colegas. Quiero decir, no
todos, pero los que estaban allí jugaron al teléfono. Así que fue un asco.

―Eso definitivamente apesta. Esto suena un poco como una historia que
pertenece a Anatomía de Grey.

―¿Verdad? Yo también estaba embarazada cuando pasó eso. Después de


intentarlo durante tanto tiempo. Consultas de fertilidad. Medicamentos para la
fertilidad. Estoy segura de que yo sola mantenía las pruebas de embarazo de First
Response en el negocio. Así que, se podría decir que me destripó. Ese pequeño
rincón que me estaba labrando se desmoronó de forma espectacular aquel día.

Loretta me sigue ahora.

Me doy cuenta de que no esperaba que nuestra conversación fuera por ahí.
Pero es fácil hablar con ella, no me juzga y me apoya a la vez. Me imagino tenerla
conmigo en la habitación mientras doy a luz. Nunca la he visto trabajar, pero ya sé
que debe de ser una comadrona increíble.

Estudio mis uñas, esta vez de un rosa nacarado más pálido a juego con mi
vestido de dama de honor.

―Entonces tuve un aborto y empecé a considerar mis opciones. La forma en


que nadie apareció por mí tras aquel espectáculo de mierda fue una llamada de
atención. Sin ese bebé, no tenía nada. Tenía un marido que se preocupaba más de
que yo contara a la junta médica su mala conducta que de mi bienestar. Una madre
que se preocupaba más por la óptica de toda la situación que por cómo estaba yo. Y
un padre que se limitaba a mirarme torpemente, demasiado gallina para decirme
nada.
―Oh, Winter. ―Se le humedecen los ojos, pero me niego a hacer lo mismo.
Decir esto en voz alta es catártico. Y no me entristece en absoluto. Es liberador.
Quizá por fin he superado el trauma. Siento que quiero hurgar aún más en la herida
para saber si está realmente curada.

―La única persona que se preocupaba por mí y por cómo estaba era mi
hermana pequeña. A la que pasé literalmente décadas de mi vida tratando como a
una mierda. Nunca dejó de mandarme mensajes, nunca dejó de intentarlo, y yo me
sentía tan, tan indigna. Y de alguna manera eso fue la gota que colmó el vaso.
Quería quemarlo todo. Mi vida, mi trabajo, mi casa, mi matrimonio. Las únicas
dos cosas que quería dejar en pie eran Summer y yo. Así que eso es lo que hice.
Excepto que tuve una aventura de una noche con tu hijo, y aparentemente los
condones sólo son efectivos en un 98%. Así que aquí estoy. O supongo que debería
decir... aquí estamos.

Me enderezo y sonrío. Porque por fin esta historia no me hace sentir débil ni
triste. Me siento más fuerte por haberla contado en voz alta. Me siento orgullosa de
lo lejos que he llegado.

―Creo que su versión de los hechos incluyó un comentario inapropiado sobre


ser demasiado fértil para cualquier barrera.

Se me escapa una carcajada.

―Eso suena absolutamente como la forma en que Theo lo vería.

―Gracias por compartir esa historia conmigo, Winter. Ya veo por qué has
encantado a mi chico.

Le dedico una sonrisa irónica.

―Esa historia no es encantadora.

―No, pero tú sí. Tu capacidad de reflexión muestra un tipo de madurez y


fortaleza que no todos los adultos poseen.
Le hago un gesto con la mano y dejo de mirarla, aún no me siento cómoda con
ese nivel de halago. Aunque no puedo evitar pensar en mis padres, en Rob.
Reflexivos no es la palabra que usaría para ellos.

―Te traje esto. Lo empaqué y sabía que quería dártelo. Sólo que no estaba
segura de cuándo sería el momento adecuado. Creo que hoy es perfecto.

Miro su mano extendida y sus dedos se abren en un puño. En la palma lleva un


fino collar de perlas deformes con un cierre dorado.

―Esto era de mi madre. Ella me lo pasó. Son perlas de río. Por eso son un poco
asimétricas y los colores son un poco diferentes. Te vi con este vestido y pensé que
sería el toque perfecto.

Alargo la mano y paso la yema de los dedos por los bordes abultados.
Blancos suaves, cremas y rosas pálidos se reflejan sobre las cuentas lisas y
satinadas. Es precioso, pero no sé si me siento bien quitándoselo.

―¿Qué pasa con tu hija? Seguro que prefieres que se quede en familia.

Loretta ladea la cabeza mientras me evalúa.

―Winter, muñeca. Tú eres la familia. Pase lo que pase entre Theo y tú... Esta
niña de aquí ―pasa un dedo por el puente de la nariz de Vivi― es un regalo. Forma
parte de todos nosotros. Por lo que a mí respecta, Vivi y tú son un dos por uno. Veo
su conexión, cuánto te has entregado a ella y... me recuerda a mí misma en aquellos
primeros días.

Hace semanas que no lloro. Con toda la gente reunida a mi alrededor, todo el
apoyo sin esfuerzo, las lágrimas ya no han brotado de la nada. Las ganas de trepar a
Theo como a un árbol han sustituido a las ganas de llorar.

Eso es lo que me quita el sueño en vez de mis errores en la vida.

Si su madre no viviera con él, ya habría irrumpido en su casa en mitad de la


noche y le habría suplicado que me follara.

―Creo que...

Loretta no me deja terminar.


―Creo que deberías pasárselo a Vivi en un momento igual de importante de su
vida.

Me lloran los ojos y trato de disimular la humedad.

―Quizá hablé demasiado pronto ―digo mientras tomo por fin el collar. Es
corto y se ajusta como una gargantilla. Es delicado, pero también sexy y único―.
Me encanta. Aunque no estoy segura de que esto pueda considerarse un momento
importante de mi vida.

Me sonríe, amable y sabia, como si supiera algo que yo ignoro.

―Estaba pensando que podría traer a Vivi a casa y acostarla cuando sea el
momento adecuado. Dejar que se diviertan un poco esta noche. Podrían soltarse un
poco el pelo. Tal vez eso sea importante para ti ahora.

―Podría. ―Sigo pasando los dedos por las perlas―. Aunque no soy buena
soltándome el pelo.

Suelta una carcajada.

―Pasa más tiempo con Theo, y él te enseñará cómo.

―Eso es lo que me preocupa ―susurro, confesando una de las ansiedades


que tengo sobre Theo Silva―. Es que... Me cuesta confiar. ―Resoplo y la miro―.
Soy como un problema-con-mi-padre andante y parlante. Y por mucho que intente
que mi cabeza no vuelva a ese lugar... lo hace.

Loretta asiente y sonríe.

―Como la persona que más tiempo lleva conociéndolo en esta vida, voy a
contarte lo que sé de Theo.

―De acuerdo.

―Theo ama con facilidad. Es su naturaleza. Pero no suele amar con fuerza.
Mantiene esa parte de sí mismo, la que también ha visto la pérdida, encerrado
donde no pueda resultar herido. ¿Pero tú, chica? A ti te ama fuerte.

Parpadeo, intentando asimilar lo que acaba de decirme.


―¿De acuerdo? ―Empuja para levantarse.

―De acuerdo ―vuelvo a responder.

Es cuando está casi en la puerta con una Vivi dormida en brazos cuando se
vuelve hacia mí con una suave risita.

―Acabo de recordar que me llamó la mañana después de que se conocieran.


¿Y sabes lo que me dijo?

Sacudo la cabeza. Es todo lo que puedo hacer.

―Me dijo: 'Mamá, la he conocido'. Y yo dije: '¿A quién? ―Los labios de


Loretta se curvan hacia arriba, sus ojos adoptan una mirada lejana―. Me dijo: 'La
mujer con la que me casaré algún día'.

Estoy congelada en el lugar. ¿Cómo puede saber eso? ¿Pensarlo? ¿Por qué una
aventura de una noche conmigo sería más impactante que una aventura de una
noche con una de los millones de mujeres aleatorias con las que estoy segura que se
ha acostado a lo largo de los años?

―Le pregunté si ella lo sabía y se rió y me dijo: 'Todavía no'.


Veintiséis
Theo
Theo: Ese maldito vestido debería ser ilegal.

Winter: ¿Es por eso que me está s mirando desde el otro lado de la habitació n?
Es una boda. Actú a feliz.

Theo: Te estoy desnudando con la mirada.

Winter: Cursi.

Theo: Bien. Intento decidir si debería arrancarme esos tirantes tan finos o
molestarme en quitarme el vestido.

Winter: ¿Quién te dijo que me quitarías el vestido?

Theo: Aú n no lo has hecho, pero lo hará s.

Winter: Grosero.

Theo: Grosero soy yo diciéndote que si querías un collar de perlas, podría


habértelo regalado.

Winter: Extra grosero.

Theo: Dejaré de ser grosero cuando deje de hacer que te pongas de ese bonito
color rosa.

Todas las personas presentes en el granero de estilo vintage tienen los ojos
puestos en Summer mientras ella y Rhett intercambian votos en el altar.

Excepto yo.
Yo tengo los mías en Winter. Y no los puedo alejar.

En parte por su ceñido vestido de seda, sujeto por unos delicados tirantes.
Todo en esta delicada prenda es tan fácil de levantar o rasgar. Además, lleva un
bonito collar de perlas estilo gargantilla y no puedo evitar preguntarme si lo ha
hecho para poner a prueba mi control y mi madurez. Estoy deseando susurrarle al
oído algo obsceno sobre los collares de perlas y verla retorcerse.

Pero, sobre todo, mis ojos están clavados en ella porque cada vez que su
mirada se cruza con la mía, su piel adquiere ese color rosa tulipán y actúa como si
hubiera encontrado algo interesante entre las filas de personas que observan la
ceremonia. Aprieta los labios, agita las pestañas y vuelve a mirarme.

No debería echarle el ojo tan descaradamente en la entrada de la boda de su


hermana, pero lo he hecho desde que nos encontramos todos en la trastienda. No
podría ser más cliché, el padrino babeando por la dama de honor en una boda.
Sobre todo porque sólo soy el padrino porque Rhett no quiso elegir a uno de sus
hermanos por encima de los demás.

Antes de darme cuenta, el juez de paz anuncia que pueden besarse y todos los
presentes aplauden. Cuando escucho un fuerte silbido, me giro y veo a Kip, el padre
de Winter y Summer. Debería parecerme entrañable que esté aquí apoyando
fervientemente a su hija, pero vi el dolor que se reflejó en el rostro de Winter
cuando acompañó a Summer hasta nosotros.

Miro a Winter y veo que me mira. Esta vez le guiño un ojo. Sus mejillas se
inflaman y sus labios se fruncen mientras mira hacia otro lado, tratando de ocultar
su sonrisa.

El resto del día transcurre en un borrón de lo mismo. Miradas robadas.


Fotografías posadas. Una mano en su espalda, demasiado baja. Discursos
familiares. Mi pie presionado contra el suyo bajo la mesa principal. El primer baile.
Yo limpiándole el glaseado del labio de la tarta.

La tensión es tan densa entre nosotros que podría cortarla con un cuchillo de
mantequilla.
Cuando empieza el baile, mi burbuja de felicidad se rompe y me encuentro por
primera vez con un sentimiento que no conozco bien.

Celos.

Beau Eaton atrapa a Winter con un paso a dos y todo lo que puedo ver es su
mano en la parte baja de su espalda. Sus dedos enroscados donde deberían estar los
míos. Y lo odio.

A medida que la canción se transforma en un baile lento y él no la suelta, mi


agitación aumenta. Cambio mi peso en el sitio. Sus ojos me buscan y, cuando me
encuentra, sonríe. Me apoyo en la barra, botella de cerveza en mano, quemando
láseres en un tipo que en general me cae bien por atreverse a bailar con la mujer de
la que estoy enamorado mientras espero a que ella decida si también quiere estar
enamorada de mí.

Cuando siento un codazo en el costado, me doy cuenta de que Harvey Eaton se


ha instalado a mi lado.

―Te voy a decir lo que le dije a Rhett hace un par de años cuando Beau le hacía
movimientos a Summer delante de él.

Resoplo.

―Valiente.

Harvey se ríe y da un trago a su cerveza, observándolos también.

―No importa mucho con quién esté bailando cuando sus ojos están puestos en
ti.

―Sí. ―Me froto la barba, con la esperanza de aflojar un poco la tensión de mi


mandíbula.

―Además, no es lo que parece. Le dije a Beau que dejara de ser un imbécil


malhumorado y se disculpara con Winter. ¿Ves lo incómodos que son? Me estaba
divirtiendo, como dos adolescentes vírgenes en su primer baile. Abrazándose por
los hombros. No como ustedes dos gatos salvajes al acecho de la procreación.

―Perdón, ¿la procreación al acecho?


―Lo busqué en Google después de que se burlaran de mi analogía. Pero tenía
razón. Tú eres el macho y ella la hembra. Estuvieron volando mierda como
americanos el cuatro de julio y luego yendo como si fuera la época de
apareamiento.

―Esta es realmente la analogía que nunca termina.

―No me equivoco. A nuestros vecinos del sur les encanta celebrar su


independencia volándose los dedos con excesivos fuegos artificiales. Hay
estadísticas.

―¿En Google, supongo?

Se burla.

―Sí.

―Eres un tesoro nacional, Harvey Eaton. ―Me río entre dientes y bebo un
sorbo de mi copa, con los ojos todavía clavados en la pista de baile. Ahora que lo
menciona... hay una cualidad plomiza en la forma en que se mueven―. ¿Qué le
hizo?

Harvey sacude la cabeza, su humor se desvanece ahora.

―Bah. Se comportó como un imbécil hosco cuando ella intentó ayudarlo.


Estoy seguro de que ella no era cálida y difusa al respecto. Pero aún así. Esta es la
nueva normalidad para Beau, por desgracia.

Ha sido un camino duro para Beau. No lo conozco bien, pero sé que no es el


mismo. No después de pasar días y días escondido en territorio enemigo con un
rehén que liberó. Un periodista canadiense que había estado desaparecido para
siempre. Salió en todas las noticias de la noche. El héroe que caminó entre el fuego
y a sabiendas perdió su transporte para salvar a un compañero canadiense.

La única persona que no parece impresionada por Beau es, bueno, Beau.

Harvey se aclara la garganta.


―Aunque está mejorando. ¿Sabes? Lleva tiempo adaptarse a la vida civil.
Ah… ―Harvey hace un gesto a la pista de baile con su cerveza―. Ahí va. Sigue
siendo un buen chico de corazón.

Y efectivamente, entre las dos canciones, se aleja de Winter, baja la mirada y


mueve los labios. No consigo entender lo que dice, pero Winter asiente con la
cabeza, pareciendo más la profesional de la medicina que es que la mujer que no
deja de burlarse de mi segundo nombre.

Se dan la mano y se separan. Winter se da la vuelta y camina hacia mí, con la


seda rosa deslizándose por la curva exterior de sus caderas. Beau cruza al lado
opuesto de la pista de baile y se apoya en la barra, donde una guapa morena está
sirviendo bebidas. Apenas le dirige una mirada, pero le tiende un refresco antes de
que él diga una palabra.

―Y mira eso. La reina volviendo con su macho. Debe ser la época de


apareamiento. ―Harvey cacarea para sí mismo mientras se mueve entre la
multitud, presumiblemente para hacer bromas que se ajusten a la línea de lo
apropiado para otra persona.

Estoy sonriendo como un tonto cuando Winter finalmente llega a mí.

―Hola.

Ella me devuelve la sonrisa, instantáneamente sonrojada de nuevo.

―Hola. ¿Una copa? ―Inclino la cabeza hacia la barra.

―Claro. Champán.

Winter toma asiento a mi lado mientras yo me giro y le pido un champán. Con


su copa en la mano, nos quedamos mirando a la multitud. El sol está cayendo fuera,
pero dentro parece que todo está empezando a animarse. La recepción se
celebra en otra dependencia de la misma granja, preparada para eventos con una
gran pista de baile, mesas familiares en un lateral, dos barras y una cabina de DJ.
Básicamente, todo lo necesario para celebrar una boda en el campo.

―¿De qué hablaban Harvey y tú?


Miro a Winter, con los labios en el borde de la copa mientras se lleva el
champán a la boca. El pintalabios rosa besa el borde cuando aparta la boca.

―La procreación al acecho.

Sus cejas se fruncieron.

―¿El qué?

―No quieres saberlo. ¿De qué hablaban Beau y tú?

Su nariz se arruga ligeramente y me doy cuenta de que está sopesando sus


palabras.

―Básicamente, me acorraló en una cena familiar hace un tiempo,


pidiéndome que le escribiera una nota. Le dije que no. Se enfadó y le dije que
cuidara su tono. Ahora me trata como si fuera el Grinch que le robó las pastillas
para dormir. Supongo que después de varios meses de enfriamiento, decidió
disculparse. Aunque estoy bastante segura de que su padre le dijo que...

―Creo que es un buen momento para llevar a esta chica a casa. ―Mi
madre se acerca, empujando un cochecito con Vivi desmayada―. Ha bebido
mucho para tener diez meses. Le dije a Winter que me encargaría como abuela
para que pudieran quedarse fuera. Veré repeticiones de Grey en tu casa hasta que
vuelvas.

¿Diez meses? Dios. Tenía nueve meses cuando la conocí. Parece imposible que
haya pasado un mes. Hay una parte de mí que quiere decir que no y llevármela a
casa yo mismo. Quiero verla dormirse y estar ahí cuando se despierte.

Pero Winter aprovecha la oportunidad.

―Gracias, Loretta. Sería estupendo. ―Se inclina hacia el cochecito y


presiona un beso en la mejilla de Vivi. Y yo decido, a la mierda, voy a hacer lo
mismo. Así que dejo la cerveza en la barra y, con una mano en la espalda de Winter,
me inclino hacia el cochecito y le doy un beso de buenas noches en la mejilla suave
y regordeta de mi hija.
Cuando me enderezo, me encuentro inmediatamente con la mirada de Kip
clavada en mí desde el lado opuesto de la pista de baile. Sus ojos oscuros se clavan
en mí y se entrecierran.

Le devuelvo la mirada, con la mano aún firmemente pegada a la espalda de su


olvidada hija. Rozo con el pulgar la sedosa tela rosa. Este vestido se parece
demasiado a una especie de camisón sexy. Debería ser ilegal.

―Adiós, mamá ―es mi ausente reconocimiento de su marcha.

Estoy seguro de que la mirada es obvia, pero no me importa una mierda.


Puede que Kip sea su padre, puede que incluso sea un tipo bastante bueno, pero le
hizo daño a Winter y no ha hecho una mierda para aparecer por ella.

Lo que le sitúa en la columna de los imbéciles en lo que a mí respecta.

―Vaya. Este champán está buenísimo. ―Winter se acerca a mí, girando su


cuerpo hacia el mío mientras levanta la copa para evaluarla―. No está muy
espumoso, ¿sabes?

Estoy seguro de que es consciente de a quién vigilo, pero me pregunto si


entiende lo territorial que me siento.

―Me alegro. ¿Estás bien?

Asiente, con los dientes de arriba hundidos en el labio inferior. Finalmente,


me mira durante más de unos segundos por primera vez hoy.

―Sí. ―Sus dientes vuelven a trabajar en su labio, como si tratara de contener


las palabras que quiere decir.

Le paso un dedo por el labio y siento una sacudida de lujuria en la entrepierna.

―Si quieres que te muerda, puedo ayudarte con eso.

Sus ojos se abren de par en par y rápidamente lo disimula bebiendo un sorbo


de champán. Entonces llegan las preguntas.

―¿Por qué guardaste ese posavasos? ¿Mi número de teléfono?


―Porque sabía que iba a volver. Eras un desastre, con todo respeto, y yo estaba
fuera de control. Ambos necesitábamos tiempo.

Una fina carcajada brota de sus labios.

―Sigo siendo un desastre ahora.

Deslizo los dedos por su espalda y los paso por la costura superior de su ropa
interior mientras contemplo la abarrotada pista de baile.

―Tal vez no me importe. Tal vez quiero estar desordenado contigo para
siempre.

Su cuerpo se estremece y yo sonrío antes de dar un trago a mi cerveza. Pasan


varios minutos antes de que diga otra palabra.

Y no son las palabras que quiero.

―Verdaderamente, este champán es magnífico. Como no demasiado dulce. Ni


demasiado seco. Tendré que preguntarle a Summer el nombre para conseguir una
botella.

―Te compraré cajas si dejas de evitar la conversación en cuestión.

Suspira y sigue mi mirada hacia la pista de baile, donde Rhett hace girar a
Summer. Su vestido se arrastra detrás de ella, casi tan amplio como la sonrisa de su
cara. Jasper tiene a Sloane pegada a él como si todo el mundo a su alrededor fuera a
intentar quitársela de encima. Y Willa está bailando con Luke, haciendo los
movimientos más locos hasta que ambos ríen incontrolablemente.

―No sé cómo reaccionar contigo cuando hablas así, Theo ―dice Winter con
voz suave―. Como... ¿qué fue entonces? ¿Amor a primera vista? Eso me incomoda.
Eso es cosa de películas, no de la vida real.

―Cuando viste a Vivi por primera vez, ¿sabías que la amabas? ¿Necesitaste
tiempo y espacio para hacerte a la idea? ¿O la miraste y ya lo sabías?

Un profundo suspiro levanta sus hombros.

―Simplemente lo sabía.
La acerco más a mí, noto su barriga contra mi cadera, su pecho contra mis
costillas, bajo la voz y extiendo los dedos sobre su culo.

―Cuando te vi…. no sé. No quiero llamarlo amor a primera vista. ¿Quizá


necesidad a primera vista? ¿Querer a primera vista? Una conexión. Fue saber que
nunca me hartaría de tus ojos recorriendo mi cuerpo con esa mirada feroz y floja.

―Deberías probar este champán. Creo que te gustaría.

―Winter, ¿en serio otra vez con el champán?

Su cuerpo se derrite contra el mío, aunque sus palabras siguen siendo


contradictorias.

―Yo sólo... Es una locura. No tiene sentido.

Una carcajada retumba en mi pecho.

―Me gano la vida montando toros, así que no es la primera vez que me llaman
loco. Supongo que estoy lo suficientemente loco como para querer mis ocho
segundos en la gélida hermana reina del hielo también.

Winter se agarrota durante varios latidos y luego se aparta con una violencia
que choca con la tranquilidad de hace unos momentos.

―¿Me tomas el pelo? ―sisea justo cuando sus ojos se oscurecen y se vuelven
vidriosos.

―Winter...

Era una broma. Una mala.

―Eres la única persona en mi vida que nunca se ha referido a mí de esa


manera. Lo siento, eras la única persona. ―Se queda boquiabierta y veo cómo la he
herido; lo lleva escrito en la cara. Pasa de estar furiosa a tener el corazón roto ante
mis ojos. Una mano temblorosa coloca la copa de champán sobre la barra y sus
labios temblorosos intentan esbozar una sonrisa cortés. Su voz se hace agua
cuando dice―: Gracias por la copa.
Luego está prácticamente trotando con sus tacones altos por el suelo de
madera, con la falda crispada para evitar que se le enrede en las piernas. Estoy
demasiado aturdido para moverme durante unos instantes.

Estábamos hablando, riendo. En una buena dirección. ¿Y ahora va a huir de


mí? ¿Después de todo?

No. Hoy no, Tink.

Doy zancadas tras ella.

Agitado.

Frustrado.

Y joder con Winter Hamilton huyendo de mí.


Veintisiete
Theo
Siento el peso de las miradas de la gente mientras prácticamente persigo a
Winter por la sala. Mis zancadas largas y firmes ganan terreno a las suyas, cortas y
entrecortadas.

Gira por un estrecho pasillo con paneles de madera. Aquí hay más silencio,
incluso con los latidos de mi corazón en los oídos y el ruido de sus tacones en el
suelo.

Al final del pasillo, va hacia la izquierda y da un tirón a la manilla de la puerta,


sus ojos desorbitados se cruzan con los míos por encima del hombro.

―Theo. Vete de aquí. Quiero estar sola. ―Una lágrima recorre su rostro.

Sé que odia llorar. Odia tener grandes sentimientos y grandes conversaciones.


Odia sentirse débil o fuera de control.

Pero...

―Qué pena, porque hoy me importa una mierda lo que quieras ―gruño
mientras abro la puerta de un tirón para acomodar mi anchura―. Entra. ―La
empujo suavemente hacia el lavabo, con la mano entre los omóplatos, y entramos
en el amplio espacio con un lavabo de bloque y una pila.

―¡No te quiero aquí! ―sisea, secándose furiosamente la cara mientras se


aparta de mí para mirar al espejo que llega hasta el techo―. Odiaría que al feliz y
adorable Theo Silva se le congelara la legendaria polla por la reina de hielo.
―Winter, era una broma. ―Cierro la puerta mientras ella nos mira en el
espejo. Las mejillas sonrojadas, los ojos muy abiertos, una mano en el pecho―. Era
una puta broma tonta.

―No fue gracioso.

―¡No me jodas! ―Mis brazos vuelan y mi voz retumba―. Cometí un error.


¡Un pequeño error después de todo y me tratas como si fuera un imbécil más y te
largas!

―¡No fue un error! Es una forma de pensar sobre Summer y sobre mí que
todo el mundo tiene. Siempre seré la zorra fría y sin corazón porque Summer
consigue ser la dulce y agradable. Y por supuesto, tú me ves de la misma manera
que todos los demás. ¿Por qué no ibas a hacerlo?

Sus palabras me aturden. El calor de mis mejillas se desliza por mi garganta,


un espejo perfecto de las lágrimas que ruedan por las suyas. Ambos signos de
nuestra frustración.

―¿Sabes qué, Winter? ―Mi voz es baja, pero vibra con una furia
desconocida―. Estoy jodidamente cansado. Estoy cansado de que no veas lo
que yo veo. Cansado de que hables mierda de ti misma. Estoy harto de que no te
des cuenta de lo que tienes aquí mismo ―apoyo la palma de mi mano en mi
pecho― delante de ti. ¿Qué más tengo que hacer para que confíes en mí? Para que
me des el beneficio de la duda por una vez.

No se inmuta ante mi arrebato. Unas lágrimas silenciosas estropean su


maquillaje mientras fluyen libremente por su rostro.

Pero ella no dice nada. Así que sigo. Me acerco lo suficiente para pasar mis
dedos por la línea de su mandíbula.

―No soy tu padre. No soy tu ex. Estoy aquí haciendo lo mejor por ti. Y
parece que cuanto más te doy, menos recibo a cambio. ¿Por qué?

Le tiembla la mandíbula al abrirla, como si estuviera a punto de responder.


Pero luego se calla. La cierra de golpe y mira hacia otro lado.
Resoplo frustrado y suelto la mano de su mejilla mientras me doy la vuelta
para marcharme.

Pero la pérdida de mi contacto la hace girar sobre sus talones para mirarme.

―¡Porque te deseo! ―grita, parándome en seco―. ¡Y quiero esto! ―Su mano


gesticula frenéticamente entre nosotros―. ¡Nos quiero a nosotros! ¡Y eso me
aterroriza! ¿Y si no funciona y Vivi se queda con dos padres que se odian? Sé cómo
es eso y es una mierda. Ahora mismo nos gustamos. Finalmente soy feliz. Me siento
segura aquí. No puedo soportar a otra persona que me odia.

Las lágrimas siguen fluyendo y ella no hace ningún movimiento para


detenerlas. Se queda mirándome después de ese arrebato brutalmente honesto y
crudo. Mantiene la barbilla alta, desafiante, a pesar de lo vulnerable que acaba de
ser.

―Eso es todo lo que tenías que decir.

Parpadea, pero no reacciona.

Pero ya no puedo soportar estar lejos de ella. No puedo soportar esta distancia
entre nosotros. Todo lo que necesito son dos largos pasos para elevarme sobre ella.
Un paso para empujarla contra la puerta cerrada. Y unos centímetros para aplastar
mis labios contra los suyos.

No pierde ni un segundo, se arquea hacia mí y me rodea el cuello con los


brazos, gimiendo en mi boca.

Aferrándose a mí.

―Te prometo que nunca podría odiarte ―murmuro contra su boca, rozando
su mandíbula con la mano.

Sus ojos miran los míos.

―No hagas promesas que no puedas cumplir.

Nos besamos de nuevo. Frenéticamente. Como si aún estuviera intentando


superar esta conversación. Con las manos en la masa, me agarra de las solapas de la
chaqueta y da un fuerte tirón.
―Te prometo que nunca te odiaré. ―Arrastro mis labios por su mejilla, mis
dientes bajan por su mandíbula.

―No puedes saberlo ―susurra, con una aguda respiración entre los labios
cuando la hago girar y nos encaro hacia el espejo. La obligo a mirarnos.

Mis manos recorren la seda, trazando cada curva, desviando los pulgares
hacia esa pequeña hendidura bajo sus caderas.

―No puedo. Estaré demasiado ocupado amándote.

Lo único que hace es respirar y observarnos. Mira cómo mis manos se deslizan
por todas partes, ocupando todo el terreno que he estado desesperado por cubrir
durante tanto maldito tiempo.

Entonces sus manos cubren las mías, moviéndose como yo. Con los ojos ahora
llenos de asombro, sigue embelesada el rastro que mis caricias dejan en su cuerpo.
Caderas. Estómago. Pechos. El interior de los muslos.

Estoy empalmadísimo, con la polla abultada contra su culo. Ella vuelve a


apretarme y yo gimo.

―Dime lo que quieres, Tink.

Sus labios se abren y la miro pensativa, decidiendo qué decir a continuación.

―No quiero más orgasmos de lástima como los que me diste en el gimnasio.

―¿Orgasmos de lástima?

―Sí. Como si lo hubieras hecho porque querías hacerme sentir mejor. Como
si te sintieras mal por mí.

Esto no es lo que esperaba que dijera.

―No lo estaba haciendo sólo por...

―Quiero que me folles como hiciste esa noche en el hotel. Como si no


pudieras quitarme las manos de encima. Como… ―Vuelve a morderse el labio
inferior―. Es como si ahora me respetaras demasiado. Tengo orgasmos de lástima
y palabras bonitas. Quiero ser más que eso. Quiero... ―Observo cómo lo resuelve.
No está acostumbrada a pedir lo que quiere―. Quiero que te desquicies por mí.
Que me faltes al respeto. Sólo un poco.

Esa noche.

Mis labios rozan su oreja y ella se estremece.

―¿Te gustaría ser mi putita esta noche?

Mis dientes se hunden en el lóbulo de su oreja mientras las palabras resuenan


a nuestro alrededor. Como no responde, la miro con el ceño fruncido.

Levanta la barbilla como si se negara a sentir vergüenza por su petición.

―Sí.

Las llamas me azotan la espina dorsal, y me obligo a tomarme esto con calma.
Me importa una mierda dónde estemos ahora. Voy a saborear el infierno de esta
mujer.

―Te has comportado como una auténtico calienta pollas, pavoneándote con
este vestido todo el día. Creo que es hora de que pagues por ello, ¿no crees? ―Le
quito un endeble tirante del hombro.

Su lengua se desliza por sus labios carnosos. Cada movimiento que hace me
vuelve loco. El mero hecho de estar tan cerca de ella, inhalando su loción corporal
de vainilla, me pone insoportablemente duro.

Ella asiente.

La hago girar y la presiono sobre los hombros, guiándola hasta el suelo de


madera.

―Bien. Ahora ponte de putas rodillas y chúpame la polla como si fuera a


acabar con la boca llena de ese champán del que no paras de hablar.

Cuando cae al suelo, levanta sus ojos azules hacia mí durante un instante, y
luego sus manos atacan mi cinturón y mis pantalones con un fervor necesitado.

Está demasiado impaciente para hacer algo más que bajarme los pantalones lo
suficiente para conseguir lo que quiere. Gimo cuando mi polla se libera y su cabeza
roza sus labios mientras ella rodea la base con el puño. Sus ojos se posan en los míos
mientras se arrodilla ante mí y frota la gruesa cabeza de mi polla sobre su boca
exuberante.

Las burlas me vuelven loco, así que la agarro del cabello y empujo.

Sus labios se abren y su lengua se arremolina, las mejillas se ahuecan mientras


me chupa. Mis manos permanecen en su cabeza, pero sólo están ahí para el paseo.
No necesito empujar ni tirar.

Ya tiene suficientes ganas por sí sola.

Caliente. Mojada. Hambrienta.

Justo como me gusta.

―¿Es esto lo que necesitabas, Winter? ―Mis dedos acarician su cabello.

Ella tararea su respuesta alrededor de mi longitud, una mano firme alrededor


de mi polla mientras la otra me aprieta suavemente los huevos.

―Joder. ―Mi cabeza se inclina hacia atrás y cierro los ojos mientras mis
caderas se mueven, follando su golosa boquita―. Winter. Es demasiado bueno.
Eres demasiado buena.

Redobla sus esfuerzos y toma hasta que noto la parte posterior de su garganta
chocando contra la cabeza de mi polla. Escucho sus náuseas al esforzarse por
tragarlo todo, y eso me lleva al límite.

―Winter, si no paras pronto, voy a… ―Me detengo mientras la miro. Cabello


revuelto. Collar de perlas contra la columna de su garganta. Los ojos fijos en mí.

―Oh, ¿eso es lo que quieres? Claro que sí. ―Sonrío y le lanzo un guiño. Luego
le agarro la cabeza, la mantengo quieta y le follo la boca.

Su mirada sigue clavada en mí, sus manos apoyadas en mis cuádriceps,


aferrándose con fuerza. Tras unas cuantas embestidas furiosas, cedo y me derramo
en su garganta.

No aparta la mirada. No retrocede.


―Tragando hasta la última gota, ¿verdad? ―le pregunto mientras me sujeta,
tragándosela toda antes de deslizarse por mi cuerpo.

Estoy jadeando, con las manos aún en su cabello, cuando me mira de reojo.

―El champán aún estaba mejor ―dice con una sonrisa recatada mientras se
lame los labios como la pequeña mentirosa que es.

Después de la mamada más caliente de mi vida, me esfuerzo un momento en


recuperar el aliento antes de arreglarme los pantalones y sacudir la cabeza.

―Te traeré más cuando haya tenido mi turno ―respondo, tomándole la mano
y ayudándola a levantarse.

Entonces la beso. Porque puedo. Porque ella quiere que lo haga.

Le doy un beso fuerte y frenético en la boca y luego la alejo rápidamente,


dándole la vuelta para que volvamos a estar frente al espejo.

Nos vemos tan bien juntos. Sus ojos chispeantes y brillantes. Sus labios
hinchados y recién follados. Pero no me quedo mirando por mucho tiempo.

―No me gusta mucho la idea de que no tengas tu turno. ―Levanto su vestido.


Mi polla ya se mueve de nuevo mientras expongo cada centímetro de piel suave.

―Parecías estar bien con ello el otro día.

―Eso es diferente.

Frunce el ceño cuando la seda se desliza hasta su cintura, dejándome ver el


tanga rosa pálido que lleva debajo. Gimo al verlo.

―¿Cómo es diferente?

Doy un paso atrás para verle bien el culo antes de tocarle el codo en señal de
que levante los brazos. En cuestión de segundos, el vestido desaparece. No soy un
salvaje y sé que tenemos que salir de aquí, así que lo cuelgo con cuidado en el
gancho de la puerta.
―Porque comerte el coño es una de mis cosas favoritas. ―Toco los cierres de
su sujetador y veo cómo cae el desperdicio de tela. Mis manos cubren sus pechos,
ahuecando la piel desnuda en mis palmas.

Ladea la cabeza.

―¿Quién dijo que chuparte la polla no es una de mis cosas favoritas?

Mi boca sigue la curva de su cuello, plantando besos, hasta que decido darle un
mordisco en el hombro. Ella jadea.

―Dilo otra vez ―murmuro, presionando con una mano en medio de su


espalda para inclinarla hacia delante, apoyando las manos en la encimera.

―¿Decir qué? ―Está jadeando ahora, todavía mirándome en el cristal


reflectante.

Le doy un mordisco en la nalga izquierda y me arrodillo tirando del tanga. Me


encuentro con unas piernas suaves y tonificadas que se elevan de la forma más
seductora sobre los tacones de diez centímetros que lleva.

―Que chuparme la polla es lo que más te gusta hacer.

―Jesús ―ronca ella, justo cuando paso mis dedos por su núcleo, descubriendo
lo preparada que está para mí.

Deslizo dos dedos dentro de ella, disfrutando plenamente de la visión de su


cuerpo inclinado de esta manera para mi, disfrutando de su afán. Qué sincera ha
sido.

―Chuparte la polla es lo que más me gusta ―dice finalmente con voz


entrecortada.

Mis dedos se deslizan dentro y vuelven a salir, cubiertos de su humedad.

―Puedo decirlo. Estás jodidamente empapada.

Los vuelvo a meter y dejo caer mi boca sobre ella. La lamo, la chupo, la
acaricio con los dedos hasta que se balancea sobre mí.
―Theo. ―Ella gime mientras le tiemblan las piernas, pero yo no aflojo.
Mantengo un ritmo constante, pasándole la lengua por el clítoris como a ella le
gusta.

―Theo. ―Mis dedos se mueven con más fuerza, balanceando su cuerpo sobre
tacones inseguros―. ¡Theo! Si no me follas pronto, voy a gritar. ―Su tono es
exigente y jadeante a la vez.

Sonrío mientras retiro los dedos y me coloco encima de ella. Parece


desquiciada. Igual que aquella noche que compartimos.

Y me encanta.

Le meto un zapato de vestir entre los talones y le separo los pies de una patada.

―Sepárate, Winter. Levanta el culo para que pueda faltarte al respeto como tú
quieres.

Ella gime en respuesta. Y yo me vuelvo a acomodar los pantalones. Bajado es


suficiente por ahora. Puedo tomarme mi tiempo con ella más tarde.

―Vas a gritar, ¿eh? ―Paso la cabeza de mi polla por su centro resbaladizo.

Ella asiente, con los codos apoyados en la encimera, las uñas rosadas
arañando la encimera de madera mientras arquea la espalda, con el coño inclinado
en señal de ofrenda.

―Sí. Fuerte.

―Suplicando como la buena zorra que eres. ―Mi mano aterriza plana y
firme contra la nalga de su culo. El silbido de su aliento entre los labios resuena
en el silencioso cuarto de baño―. Como te dije.

Y entonces empujé dentro. Hasta la empuñadura, sin contenerme.

―Joder. ―Miro hacia abajo, donde estoy enterrado dentro de ella, y me tomo
un momento para apreciar cómo se estira alrededor de mi circunferencia―. Te
sientes tan bien ―murmuro, entrando y saliendo lentamente―. Tan jodidamente
bien.
Cuando levanto la vista, me está mirando por el espejo.

―¿Disfrutando de la vista?

―Ya me lo has dicho antes ―susurra.

Tomo una mano y la deslizo por la columna vertebral, recorriendo con los
dedos la hendidura.

―Aquella noche que me enseñaste cómo te tocabas y te hice algunos...


retoques. ―Le doy un tirón del cabello y sostengo su mirada en el espejo―. ¿Vas a
mirarme a los ojos y decirme que no puedes correrte otra vez?

―No, Theo. ―Su lengua sale entre sus labios para humedecerlos―. Los dos
sabemos que sólo me corro por ti.

Me cierno sobre ella, tirándole del cabello para inclinarle la cara. Mi boca
choca contra la suya, las lenguas chocan, los dientes muerden. Por unos instantes,
me concentro en chuparle la boca, pero ella mueve el culo desesperada pidiendo
más de mi polla.

Así que se lo doy.

Mis caderas golpean contra ella, y ella empuja hacia atrás para cumplir con
cada movimiento.

―¿Es esto lo que querías?

―Sí ―jadea, con la voz entrecortada mientras se agarra al grifo del lavabo. La
rodeo y juego con su clítoris―. Joder, sí. ―Se le cierran los ojos y se le ponen
blancos los nudillos.

Acelero el ritmo y sus piernas flaquean, su cuerpo se apoya ahora en el tocador


mientras sus tacones resbalan y pierden agarre.

Pero no me detengo. No cuando canta mi nombre y se retuerce como si fuera a


desmoronarse en cualquier momento.

―Te ves perfecta así, Winter. Inclinada. El coño lleno. Sólo llevando estos
bonitos tacones rosas.
―Theo ...

Mi dedo trabaja con más rapidez, frotando círculos ásperos entre sus piernas.
Mi mano opuesta le agarra el hombro, el cabello. Algunos mechones se han soltado
y se pegan al sudor de su nuca.

Me la follo duro.

―Tómala, Winter. Ven a mi polla.

―¡Theo! ―Su voz es fuerte ahora.

Espero que alguien nos escuche.

―Me voy...

No termina la frase antes de hacerse añicos. Lo siento por todas partes. Su


cuerpo palpitando. Su cabeza cae. Un pie enfundado en estiletes se levanta del
suelo cuando se desploma sobre el borde y se tumba en la encimera como si por fin
se hubiera rendido. Y el rubor de antes recorre su espalda ante mis ojos.

Aflojo, presionando con los dedos en lugar de frotar, dando caricias largas y
uniformes en lugar de rápidas. Hasta que su cuerpo se ha ablandado por completo y
he arrancado todos los gemidos de sus pulmones.

Está preciosa. Exprimida. Y todo lo que se necesita es un par de empujones


ásperos en su cuerpo para que yo llegue allí también.

Tomo mi polla con el puño y soplo en su espalda. Un chorro tras otro caen
sobre su suave piel, marcándola.

Es más satisfactorio de lo que debería.

Pasan varios instantes mientras recuperamos el aliento, y entonces una risita


gastada sale de ella, sacudiendo su cuerpo. Es como si fuéramos personas
completamente distintas. Animales, apasionados y hambrientos. Cuando volvemos
a bajar, el ambiente se aligera.

―Vaya.

―Vaya, ¿qué? ―respondo, apoyando una mano en la pared para orientarme.


―Creo que ya no puedo caminar. Estoy seguro de que toda mi educación post-
secundaria se evaporó de mi cabeza.

Paso un dedo por su espalda y veo cómo se estremece.

―Quédate así. Puedo ir otra vez.

Su cabeza se inclina hacia mí, con los ojos muy abiertos.

―¿Qué?

―¿Qué? Te queda bien el cinturón de perlas. ―Mi barbilla se levanta hacia


ella―. Hace juego con tu collar de perlas.

Baja la cabeza y se ríe. Suena tan bien en ella, ligero y despreocupado.

―No puedo creer que me haya follado a un jinete de toros en la boda de mi


hermana.

Con una sonrisa, me subo los pantalones y me giro para recoger un puñado de
toallitas de papel para limpiarla.

―Grosera. Te follaste a tu papá-del-bebé en la boda de tu hermana, y sabes


que lo volverías a hacer.

Su espalda se estremece con otra carcajada mientras la seco con manos firmes.
Tiro el puñado sucio y tomo otro, acercándome a su cuerpo boca abajo para
mojarlo con agua tibia.

Con un suave apretón de mi mano, caen gotas de agua por su espalda,


pequeños puntos que aterrizan y ruedan a lo largo de la esbelta pendiente de su
cuerpo.

―Y ahora me está dando un baño de esponja.

―Sí. Pero esta es la versión guarra. Sin esponjas ni jabón de lujo en una
bañera. Sólo toallas de papel y agua tibia del grifo en un baño público.

Se le cae la cara a las manos y se ríe más fuerte.

―Theo, para.
Sonrío a su espalda mientras paso con cuidado la toalla de papel por encima,
sin querer saltarme ni un punto. Me emborracho con el sonido de la risa que brota
de una mujer que ha pasado demasiado tiempo sintiéndose triste.

Me tomo mi tiempo, deleitándome en poder tocarla con tanta libertad.

―¿Has terminado?

Un suspiro me abandona.

―Supongo que sí. Quiero hacer esto otra vez. Aunque la versión princesa de
un baño de esponja.

Me mira a través del espejo.

―Sí. ―Asiente―. De acuerdo.

―De acuerdo ―acepto, con un guiño que la hace sonrojarse.

Tiro la toalla de papel y ella se endereza. Nos volvemos el uno frente al otro y
vuelvo a sentirme absorbido. Mis ojos recorren su cuerpo.

―Podría sentarte de nuevo en ese mostrador y follarte otra vez. Esta vez, con
tus piernas alrededor de mi cintura.

―O podríamos salir de aquí y hacerlo en otro sitio.

―Sí. ―Me chupo los labios, con la mente pensando en todas las formas en que
podría tenerla―. Pero me gusta hacerlo donde nos puedan atrapar.

―Bueno, también podemos repetirlo. ―Se encoge de hombros, pareciendo


momentáneamente inocente―. Alguna vez. En algún sitio.

Sonrío y hago un gesto con la cabeza.

―¿Cuando quiera, donde quiera?

Ahora le tiembla la cabeza y parpadea, con los labios apretados para ocultar
una sonrisa.

―Eres una máquina.


Mis manos la alcanzan y la estrecho contra mi pecho. Desnuda y con tacones.
Creía que el hecho de no verla de cuerpo entero aliviaría mi erección, pero sentirla
apretada contra mí es casi peor. Huele a azúcar con canela y no puedo apartar la
boca de ella. Le beso el cabello. Su mejilla. Su cuello. Mis manos se deslizan por
todo su cuerpo antes de agarrar su culo.

―¿De verdad no ha habido nadie más desde aquella noche?

Su pregunta me detiene en seco.

―Simplemente parece muy poco probable. Eso es todo. Como al límite de lo


normal. No me importa. Prefiero tenerlo todo claro. Son los secretos los que me
matan.

―¿Me estás llamando raro, Tink? ―La aprieto más fuerte y le doy un beso en
la frente mientras levanta la cabeza para mirarme a los ojos.

―No lo sé. ¿Lo estoy?

Tomo su sujetador, se lo pongo y lucho como una idiota para abrochar los
estúpidos broches.

―Sí. Tú lo haces.

―¿Ni siquiera una mamada?

La rodeo y tomo su vestido del gancho. Se lo coloco con cuidado por encima de
la cabeza y lo dejo caer sobre su cuerpo.

―No, la calidad de la tuya me arruinó. Nadie más se traga mi semen como si


fuera Dom Perignon.

Pone los ojos en blanco mientras le paso los brazos por las correas.

―¿Ni siquiera un beso?

―Nadie tiene la boca inteligente que tú tienes. Hace que me interese mucho
menos besarlas.

El vestido cae en cascada sobre su cuerpo.

―¿Y mis bragas?


―Oh, sí. Ya no las necesitarás. ―Las arranco del suelo y las tiro a la basura con
todas las toallitas de papel.

Nos miramos un momento. Siempre pone cara de asombro cuando hago o


digo algo juguetón. Me cabrea y me emociona a la vez. Es como si nadie hubiera
intentado hacer reír a esta mujer.

―¿No vas a preguntarme si he estado con alguien más?

―No.

Sus cejas se fruncen.

―¿Por qué no?

La tomo de la mano y tiro de ella hacia la puerta.

―Porque no me importa.

―Bueno, pues no ha habido nadie.

Giro la cerradura y le sonrío por encima del hombro.

―Lo sé.

Da un pisotón de falsa indignación.

―¿Cómo lo sabes? A lo mejor he tenido mucho sexo.

―Nah ―digo, mientras nos dirigimos al oscuro pasillo, ‘Cadillac Ranch’


filtrándose a mis oídos. de la pista de baile―. No tendría sentido ya que soy el único
que puede hacer que te corras.
Veintiocho
Winter
Winter: Nunca he visto una novia má s hermosa y vibrante en mi vida. Te quiero,
Summer. Felicidades.

Summer: ¿Esta es tu forma de explicar por qué te vi saliendo a hurtadillas, de la


mano de cierto jinete de toros?

Winter: Necesitaba un descanso. ¡Volveré!

Summer: ¿Está s loca? No vuelvas. Toma a Theo y vete a ser feliz. Haz má s bebés
lindos. Rhett dice que le pateará el trasero si no es bueno contigo.

La mano de Theo es cálida y fuerte. Se traga la mía. No me agarra con fuerza,


pero noto los callos de sus palmas. Siento su pulgar rozándome.

El hecho de que hace poco me haya reconciliado con mi hermana y ahora


quiera escaparme de su boda para tener más polla parece malo . . pero ¿lo es?

Al final del pasillo, veo un destello de ella girando en la pista de baile y tengo la
clara impresión de que no me echaría de menos si me fuera.

Irme con Theo y pasar una noche tranquila con sus manos sobre mí suena
como un sueño.

Despertar con él también parece un sueño.

Pero mis sueños tienen una forma de derrumbarse a mi alrededor, que es lo


que ocurre cuando llegamos al final de la pasarela.
Nos encontramos con mi padre.

Cruza la boca del pasillo con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados.

Y se me cae el estómago. Soy una maldita adulta. Su opinión no debería


significar una mierda para mí después del papel ausente que ha jugado en mi vida.

Pero así es.

Porque he visto cómo es con Summer. Y me duele. Porque yo también soy


suya. He estado aquí todo el tiempo, y él finge que no.

―¿Quieres explicarte, Silva? ―Su voz es fría y acusadora.

Pero con la que Theo responde es puro hielo, una que nunca le he oído usar con
nadie.

―No contigo.

―¿Me estás tomando el pelo, chico? Has tenido a mi hija ahí detrás demasiado
tiempo como para darme ese tipo de actitud. ¿Y el bebé? Claramente, tienes
algunas cosas que decirme.

Theo se endereza y da un paso adelante, protegiéndome con su cuerpo. Se ríe,


pero no es su risa cálida de siempre, que me revuelve el estómago.

Esto es más como un gruñido.

―En realidad, Kip, tengo algunas cosas que decirte. Primero, vuelve a
referirte a mi hija como el bebé, como si no tuviera nombre, y te mato. Segundo,
estaré en tu oficina el lunes por la mañana. Trae a Geoff. No quiero despedirte en la
boda de tu hija. Sería de mal gusto. Por último, si crees que mereces reclamar a esta
mujer como tu hija, tienes que hacer un serio examen de conciencia. ¿La chica de la
pista de baile? ―Señala por encima del hombro de Kip a Summer, que nos está
mirando ahora―. Esa es tu hija. ¿Esta mujer de aquí? Es la Dra. Hamilton hasta
que te metas ese puto rabo escamoso entre las piernas y vengas a hacer las paces
con ella.

Por primera vez en mi vida, mi padre parece quedarse sin palabras. Por
primera vez en mi vida, alguien sale en mi defensa.
―Ahora sal de mi camino, Kip. Quiero ir a casa y estar con mis chicas.

A casa. Mis chicas.

Mi corazón se hunde en mi estómago. Flota y da vueltas, revolcándose en cada


sensación cálida y blanda que nunca he sentido.

Ojalá supiera qué decirle a mi padre, pero no lo sé. Y por una vez, decido que
apoyarme en otra persona para que me cuide puede estar bien.

Le lanzo a mi padre mi mejor mirada gélida al pasar a su lado.

Y tengo otra primera vez porque mi gélido exterior no refleja cómo me siento
por dentro.

Con Theo siento lo mismo que con Vivi: amor. Pero es demasiado
pronto. Demasiado rápido. Todavía estoy demasiado cruda. Así que aparto ese
pensamiento aterrador y lo dejo para más tarde, cuando piense con más claridad.
Cuando aún no me tiemblan las piernas de cómo me he derrumbado por él.

―Dra. Hamilton, ¿eh? ―Murmuro mientras despejamos las puertas y nos


dirigimos al aparcamiento de grava.

Theo me acerca a él y me pasa un brazo por encima del hombro mientras nos
conduce a su camioneta. Todo fanfarronería y confianza. Todo protección y
lealtad. Su boca se acerca a mi oído y me susurra―: Dra. Hamilton en la calle, puta
asquerosa en las sábanas.

Y me río.

Nadie puede hacerme reír como lo hace Theo Dale Silva.

―Estás callada. ¿He ido demasiado lejos? Se necesita mucho para hacerme
enojar. ¿Pero cuando llego? Exploto.
El camino de vuelta a nuestras casas es corto, pero tiene razón. No he estado
hablando. El único sonido en la cabina del camión ha sido el apagado sonido de la
música country que se filtraba por la radio. Porque he estado pensando.

Pensando demasiado.

―No has ido demasiado lejos. Tú… ―Sacudo la cabeza mientras miro por la
ventana las oscuras calles laterales de Chestnut Springs―. Fuiste lo que siempre
había necesitado y nunca había tenido.

Cuando lo miro, parece pensativo. Sus cejas se han fruncido en señal de


concentración, como si estuviera dándole vueltas a mi declaración.

Y mientras lo hace, suelto la otra cosa en la que he estado pensando.

―No quiero que te quedes en la puerta de al lado nunca más.

―¿Qué? ―Parece destripado.

―No. ―Levanto una mano―. Llevo diez minutos dándole mil vueltas a esto
en mi cabeza. Intentando no sonar demasiado atrevida, pero tampoco queriendo
parecer indiferente, mientras me preocupaba parecer necesitada. Lo que quería
decir es que quiero que te quedes con nosotras.

―¿En serio?

Me enderezo y echo los hombros hacia atrás mientras aspiro para centrarme.
Es importante que sea tan sincera con Theo como él lo es conmigo.

―Sí. He llegado a odiar que estés al lado cuando desearía que estuvieras a mi
lado. Deberíamos probar esto.

―Winter. ―La sonrisa descarada que tanto me gusta adorna su hermoso


rostro. La que aparece justo antes de un comentario mordaz. La que me hace
sonreír antes de que haya dicho nada―. ¿Te gusto?

Suelto una carcajada en el silencio de la camioneta y me miro las manos,


entrelazando los dedos.

―Creo que me gustas más que yo.


―¿Porque soy el padre de tu bebé?

―No. ―Lo miro a los ojos en el último semáforo en rojo antes de llegar a la
casa―. Porque haces que me guste a mí misma... y eres el único que lo ha hecho.
―Desvío la mirada, porque mirarle me parece demasiado. Demasiado pesado.

Las mariposas revolotean en mi estómago al pensar en cómo podría


responder a mi vulnerabilidad.

Pero al estilo típico de Theo, hace exactamente lo correcto en el momento


adecuado.

Me toma la mano y frota círculos con el pulgar hasta que paramos delante de
mi casa.

Cuando él salta, yo me quedo sentada. Nunca respondió a quedarse conmigo.

Tal vez con su madre aquí, prefiere ser más sutil.

Dijo que quería ensuciarse conmigo, pero es posible que olvidara el


enorme lío que yo realmente soy.

Pero cuando me abre la puerta de un tirón y me dice―: Vámonos, Tink ―sé


que la única razón por la que no responde es porque no lo necesitaba. Debería
saberlo. Me lo ha dicho suficientes veces.

Tengo la sensación de que me lo dará todo si lo quiero. Sólo necesito que la voz
nerviosa dentro de mi cabeza se calle de una vez. Me sabotea.

Y no quiero sabotear esta relación.

Mientras Theo me levanta de la camioneta como si fuera una princesa y me


sube por la escalinata hasta nuestra hija, me doy cuenta de que realmente,
realmente quiero esto.

No me trata como a una niña ni me aplaca. No juega a juegos mentales


estúpidos y pasivo- agresivos, ni me induce con gas para que esté de acuerdo con él,
como siempre hacía Rob.
Me dejó luchar hasta el fondo para averiguar lo que quería y estuvo ahí. Allí
para echarme una mano. Allí para intervenir cuando yo estaba demasiado cansada
para mantenerme a flote.

Theo no se ha excedido ni ha intentado controlarme. Se ha adaptado a mi


caótica dinámica sin rechistar. No sé si lo ha hecho a propósito o si ha sido algo
natural, como siempre ha sido entre nosotros.

Su pulgar no deja de rozar el mío, incluso cuando entramos en casa. Incluso


cuando nos encontramos cara a cara con su madre viendo las reposiciones de Grey
en el sofá.

―¿Quieren sentarse y ver un episodio?

Él no hace un espectáculo de lo que dice a continuación. Sale tan


fácilmente.

―Gracias, mamá. Pero creo que nos vamos a la cama. ¿Quieres que te
acompañe a casa?

Loretta nos sonríe, al borde de la manía, mientras sus ojos se posan en


nuestros dedos enlazados.

―No. ―Se da palmadas en los muslos mientras se levanta―. Creo que puedo
encontrar el camino, ya que está justo al lado.

Tras un par de abrazos rápidos, en los que Theo no me suelta la mano, ella se
va.

Luego me arrastra por el pasillo. Vamos directos a mi habitación, donde me


empuja contra la puerta, cerrándola de golpe mientras deja caer su boca sobre la
mía. Su capacidad para pasar de bromear a robarme el aliento es inigualable.

Le rodeo el cuello con los brazos y le devuelvo el beso, sonriendo contra sus
labios mientras sus manos se deslizan por mi culo.

Pero sólo por un momento. Porque ambos lo escuchamos y nos congelamos.

Mi cabeza se inclina hacia atrás con un gemido.


―¿Por qué está tan tranquila todo el día y luego tan sensible por la noche?

Theo me picotea la boca rápidamente y sonríe.

―Para aterrorizarte a propósito, seguramente.

―Se lo devolveré cuando sea mayor.

Suelta una risita.

―Mezquina. Me gusta. La buscaré y sacaré leche del congelador. Prepárate


para ir a la cama.

―¿Cama sexy o cama normal? ―Le pregunto mientras abre la puerta y se


dirige al otro lado del pasillo.

―Podrías ponerte un hábito de monja y no me detendrías ―responde antes de


desaparecer en la oscura habitación de Vivi.

Permanezco inmóvil, como si mis pies hubieran echado raíces en el suelo. Los
profundos murmullos de Theo se filtran hasta mí, junto con los gritos de Vivi, que
se suavizan y se detienen cuando él le habla.

¿Es así como debería ser?

¿Besos y bromas?

¿Un par de manos extra?

Me impacta el momento porque es tan pedestre. Tan normal. Ni siquiera es


digno de una película.

―Sí, ahí está. Tu mamá. ―Sus labios presionan el pelo oscuro de nuestra hija
mientras se mueve de vuelta a nuestra habitación, abrazándola.

―Mamá ―dice entrecortadamente, pero la entendemos.

Mis brazos se extienden automáticamente mientras los suyos se estiran hacia


mí.

―Hola, Vivi, cariño. ―Paso la nariz por encima de la suya un par de veces
mientras la estrecho contra mi pecho, disfrutando de ese aroma a bebé que sé que
no durará.
―Toma, mamá, acurrúcate un poco. Voy por un biberón.

Mi mano sale disparada para agarrar la muñeca de Theo, deteniéndole.

―No pasa nada. Puedo darle de comer. Todos estamos cansados.

Al sentarnos uno junto al otro en el borde de la cama, no se me escapa que no


he dado el pecho delante de Theo. No me he sacado leche delante de Theo. Es algo
muy personal. Como algo que debería ocultarle, aunque Loretta entró el otro día y
no me miró ni un segundo cuando me preguntó―: Muñeca, ¿tienes herramientas
de jardinería? Hoy voy a arreglar los parterres de las dos casas, pero no encuentro
una de esas palas de mano.

Le dije que probara el cobertizo y me hizo un gesto con el pulgar antes de


volver a salir. Los cuerpos no me incomodan y, en general, no me avergüenzo del
mío. Es sólo que... La lactancia de Vivi ha sido exclusivamente nuestra desde el día
en que nació. Algo que hacíamos en mitad de la noche cuando no había ruido, o en
un estacionamiento cualquiera cuando no paraba de llorar. A veces, en un
portabebés mientras yo intentaba prepararme algo de comer para que mi leche
materna fuera nutritiva y no un simple café.

Me bajo el tirante del vestido y miro a Theo, pero no se queda embobado


mirando mi cuerpo.

En cambio, sus ojos se detienen en mi cara.

―¿Cómo fue cuando nació? ¿Amamantó enseguida?

El corazón me da un vuelco y aprovecho para pasarle el pulgar por el punto


del pulso en la muñeca.

―Sí, desde el primer día. Al principio también me dolía. Lloré cuando se


enganchó por primera vez.

―Pero tú no lloras. ―Me guiña un ojo y yo pongo los ojos en blanco. A estas
alturas, esos dos movimientos son como nuestro apretón de manos secreto―. ¿Qué
más?
―Hmm. Fue como un borrón. Estaba muy cansada pero no podía dormir. Me
despertaba incluso cuando ella aún dormía para comprobar si seguía respirando.
Mi pecho izquierdo producía tanta leche que una vez le dio un chorro en el ojo.

Suelta una carcajada.

―¿En serio?

La miramos, ahora a horcajadas sobre mí, agarrada a mi pecho como si fuera


un biberón.

―Creo que podría haber alimentado a un pueblo entero de bebés sólo con mi
lado izquierdo. Es el auténtico MVP.

―¿Es por eso que el congelador está lleno de leche materna?

Resoplo.

―Sí, y he donado más de la mitad al hospital.

―¿En serio?

Asiento con la cabeza, observando cómo las gruesas pestañas de Vivi se


vuelven pesadas, sus parpadeos se vuelven lentos y lánguidos.

―Ojalá hubiera estado allí.

Dios. Mi pecho se hunde en sí mismo en un agujero en forma de Theo.

―Siento que me he perdido tantos momentos que nunca recuperaré.

Mi mano aprieta el pulso en su muñeca.

―No lo harás, pero tendrás nuevos.

―Intento por todos los medios no excederme con ella ni ser autoritario.
Ustedes dos se sienten tan establecidas, como este pequeño dúo apretado.
Compañeros de equipo.

―Incluso se podría decir... ¿socios de negocios?

Theo ríe entre dientes, chocando su hombro contra el mío.


―Tú y tus malditos socios. ―Le da un suave masaje en la rodilla antes de
volver a ponerse pensativo―. No, simplemente no quiero interponerme entre
ustedes dos. Me siento como un intruso en este mundo privado que han creado.
Pero es que... Podría mirarla eternamente.

»¿Sabes qué? Sigo volviendo a mi casa al final de cada día, pero siento que
estoy en la casa equivocada.

Cuando vuelvo a mirar a Vivi, ya se ha dormido. Sus manitas se han


ablandado y sus dedos se abren.

―Yo siento lo mismo ―susurro―. Dame. ―La levanto con cuidado mientras
me giro hacia Theo y le pongo suavemente a su hija en brazos―. Tengo una idea.

Mueve la cabeza, pero no discute. En lugar de eso, se sienta en el borde de mi


cama, con nuestra hija en brazos, vestido de traje, con tan buen aspecto que me
duele. Literalmente, me duelen la garganta, el pecho y el estómago.

Me dirijo al cuarto de baño, donde me lavo la cara, me cepillo los dientes, saco
un cepillo de dientes de repuesto para Theo y me pongo unos pantalones cortos
grises de Calvin Klein con un jersey oversize a juego.

Cuando vuelvo al dormitorio, mi cuerpo se estremece al ver a Theo. Me subo a


la cama y me arrodillo detrás de él, con las manos sobre sus anchos hombros,
mientras contemplo la perfecta carita de muñeca de Vivi.

Por un lado, siento que apenas conozco a Theo. Por otro, me siento cómoda
con él. Esta sensación de saber. No puedo explicarlo. Todo lo que sé es que nunca lo
había sentido. Tal vez sea porque hicimos un nuevo ser humano juntos, pero creo
que es más.

Creo que incluso sin Vivi, podríamos haber acabado volviendo a nuestras
vidas. Creo que se habría asegurado de ello.

Y ese pensamiento me calienta desde la punta de los dedos de los pies hasta la
pequeña sensación efervescente detrás de las orejas. Theo Silva apenas me
conocía, pero nunca me olvidó. Nunca me abandonó. Vino a por mí con una
determinación que no puedo entender.
Y quizá no lo necesite.

Quizá ahora me toque a mí dejarlo entrar.

―Es perfecta, ¿verdad? ―Apoyo la barbilla en su hombro.

―Perfecta. ―Le pasa el dedo por la nariz, la mejilla regordeta y la oreja.

―Te he dejado un cepillo de dientes en el baño.

―De acuerdo ―es su tranquila respuesta, pero no hace ademán de abandonar


su sitio en la cama. Nos quedamos mirándola durante no sé cuánto tiempo. Luego
veo cómo la levanta y cómo le da un suave beso en la frente.

Se me seca la boca, porque hace una hora me inclinó y me hizo sonrojar


como nunca. Y ahora es todo músculos abultados y dulces besos mientras adora a
nuestra hija.

Y es la combinación más embriagadora.

Se retuerce y me la entrega, sin dejar de besarme la frente. Luego se aleja en


silencio, con aire introspectivo.

Triste y feliz.

Sigo pensando que todo esto tiene que resultarle abrumador, pero no da
señales de que sea así. Sigue apareciendo con una sonrisa y un guiño. Cada maldito
día.

Con cuidado, doy la vuelta a la cama y tumbo a Vivi en el centro antes de


apoyar la cabeza en la almohada con un profundo suspiro.

Hoy ha sido... mucho.

Los ojos se me ponen pesados en cuanto me pongo horizontal, pero el clic de


Theo apagando la luz del baño me devuelve a la vigilia.

Se queda ahí de pie -camisa de vestir desabrochada, mandíbula cincelada,


ceño fruncido- mirando la cama como si no supiera qué hacer a continuación.

―Theo. Ven a la cama.

―¿En serio? ¿Con las dos? ―La inseguridad relampaguea en su rostro.


―Sí. ―Palmeo la almohada―. Probablemente te va a patear toda la noche. No
es tan adorable como crees.

Con un gesto de la cabeza, se quita lo que le queda del traje y yo intento no


follármelo con los ojos en calzoncillos durante lo que debería ser un sano momento
familiar.

Fallo.

―Me miras igual que aquella noche en la gasolinera.

―No, ahora es peor. Esa noche estaba adivinando cómo te verías bajo la ropa.
Esta noche, lo sé.

Sus labios se tuercen mientras se acerca a la cama, la luz de la lámpara de la


mesilla recorriendo cada línea de su cuerpo cincelado. Está más delgado de lo que
recordaba. Sus abdominales, la línea del músculo del cuádriceps en la parte
delantera del muslo cuando apoya una rodilla en la cama. Las largas horas pasadas
en Hamilton Athletics le han hecho aún más apetecible. Aprieta el colchón con los
puños mientras se cierne sobre Vivi, con los músculos de los antebrazos
ondulándose.

Con una expresión suave en su rostro, sus ojos oscuros, profundos como el
chocolate más negro, revolotean hacia los míos.

―Gracias, Winter.

Una parte de mí quiere preguntar si se refiere a que le deje dormir aquí, pero
me haría la tonta. Sé que me está dando las gracias por mucho más. Lo noto en la
forma en que mi corazón late bajo el peso de su mirada.

Decir de nada tampoco me parece bien, así que digo lo que he estado pensando
desde el momento en que apareció y se propuso mejorar mi vida.

―Gracias, Theo. ―Me paso la lengua por los labios mientras le devuelvo la
mirada―. Entra y mira a tu chica toda la noche si quieres.
Me giro y apago la luz antes de que responda. Por la ventana solo se filtra una
luz azul plateada, y poco a poco mis ojos se adaptan a la habitación a oscuras. Theo
está de lado, con las manos cruzadas bajo la mejilla.

Pero tengo la sensación de que no sólo está mirando a Vivi. También me


mira a mí. A sus chicas.

―¿Oye, Theo? ―susurro, acercándome para pasar mis dedos por su frente y su
cabello.

―¿Sí?

―No eres un intruso. Eres su padre.

Cuando me despierto, la luz del sol entra a raudales por las ventanas. Theo está
tumbado de espaldas, con la mandíbula cuadrada cubierta de una barba incipiente.
Duerme plácidamente con los labios entreabiertos, las pestañas oscuras abiertas
sobre la piel dorada.

Mi mirada recorre el vértice de su nuez de Adán, baja por su pecho tonificado


y llega hasta donde nuestra hija se ha posado sobre el pecho de su padre. Sus
anchas palmas rodean su pequeña caja torácica y su cabeza descansa justo donde
sé que puede oír los latidos de su corazón.

Recosté la cabeza allí una vez, hace casi dos años. Recuerdo que intentaba
recuperar el aliento, tratando de entender cómo alguien a quien apenas conocía
podía hacerme sentir tan bien. Tan relajada.

Pero esto es diferente.

Esto es mejor.

Simplemente me tumbo aquí en una burbuja soleada y feliz, dejando que mi


cabeza y mi corazón trabajen a su alrededor. Me siento bien.

Se siente como en casa.


Veintinueve
Theo
Winter: Por favor, no hagas algo que te llevará a la cá rcel.

Theo: No puedo prometer nada.

Winter: ¿Por favor? Igual te pagaría la fianza, pero me enfadaría contigo.

Theo: Que te enfades conmigo me la pone dura. El sexo enfadado es divertido.


Esto no es un impedimento.

Winter: Tal vez no lo haría pagar la fianza en absoluto.

Theo: No. Echarías demasiado de menos mi polla.

Winter: No. Te echaría de menos.

―¿El teléfono? ―Pongo la mano sobre la mesa de la sala de conferencias,


donde Kip y Geoff se sientan frente a mí.

Kip tiene cara de piedra y su empleado está nervioso -como debe ser- cuando
coloca el teléfono en mi palma.

―¿Qué te dije que hicieras con mi teléfono, Geoff? ―pregunto con la voz
entrecortada mientras deslizo el dedo por el teléfono y busco los mensajes de texto
sin mirar siquiera en su dirección.
Busco ‘T’ y ahí están. Tink. Les echo un vistazo, pero son difíciles de mirar. Me
destripan. Conociendo a Winter como la conozco ahora, no puedo evitar pensar en
lo mal que le habrá sentado esto.

Ayer pasamos el día en la cama y profundizamos en aquellos primeros días.


Hablamos de sus padres y de su infancia. Cocinamos. Nos reímos. Vivi y ella
durmieron la siesta y yo me tumbé a su lado para verlas dormir.

Por un día, vivimos en la burbuja más perfecta. Y ahora busco sangre.

―¿Para... responder a tus mensajes? ¿Poner algunas fotos en tus redes


sociales?

―¿Y qué pasa con los mensajes importantes o personales que lleguen?

―Reenviártelos. ―Me asiente con entusiasmo, como si estuviera orgulloso de


su trabajo.

Deslizo el teléfono a través de la mesa hacia los dos hombres y me reclino en la


silla, uniendo las manos detrás de la cabeza y cruzando un pie calzado sobre la
rodilla mientras espero a que lean.

Es fascinante verlo. Mientras se desplazan, es como si todo el color que se


escurre de la cara de Geoff se transfiriera a la de Kip por ósmosis.

Uno se vuelve blanco y el otro rojo.

―Parece un conjunto de mensajes bastante importante para transmitir, ¿no te


parece, Geoff?

―Pensé...

―¿Pensaste que responderías como yo? ¿A una mujer que me dice que está
embarazada de mí? ¿Y así es como respondiste?

―Pensé...

―No. ―Me siento hacia delante bruscamente, mis codos golpean la mesa lo
suficientemente fuerte como para sobresaltarlo―. No has pensado nada.
―¡Te hice un favor! Querías limpiar tu imagen. Recibes todo tipo de mensajes
groseros en esa cosa. Mujeres pidiéndote cosas, enviándote cosas que preferiría no
ver. Esto no fue diferente.

―Era mi hija ―siseo, arrebatándole el teléfono de sus incapaces manos―. Y


me perdí su nacimiento junto con los primeros nueve meses de su vida porque eres
un pedazo de mierda prejuicioso que sobrepasó sus límites.

Geoff traga saliva y deja de mirarme.

―¿No lo sabías? ―La voz de Kip suena hueca, con la mandíbula desencajada
mientras mira entre Geoff y yo.

―Por supuesto que no lo sabía. ¿Por qué clase de imbécil me tomas?

―Winter nunca me lo dijo.

―¡Nunca se lo dijo a nadie porque todo el mundo la trata siempre como una
mierda! ―Mi puño golpea lo suficientemente fuerte como para hacer vibrar la
mesa mientras se lo suelto―. Su madre. Tú. Su puto ex de mierda, que sigue
acosándola. Está convencida de que tiene que hacerlo todo sola porque eso es lo que
le has enseñado toda la vida. Que nadie aparecerá por ella. Que todo el mundo
siempre la abandona.

La sala de juntas se queda en silencio mientras aspiro aire por las fosas
nasales, intentando calmarme.

―Excepto yo. Voy a aparecer por ella. Cada maldita vez. Así que Kip, estás
despedido. Solías caerme bien, pero ya no te respeto. Y Geoff, si pudiera despedirte
dos veces, lo haría. Apestas.

Fue un golpe final inmaduro. Pero hombre, Geoff apesta.

Cuando me paro, Kip también.

Me recibe en la puerta y me estrecha la mano. Con fuerza.

―Theo, puede que no me respetes, pero yo te respeto muchísimo, y te deseo lo


mejor. Y yo... Voy a arreglar esto.
No creo que intente hacerme sentir mal, pero lo hace. Mal por él. No creo que
Kip sea una mierda de persona en el fondo, pero tiene defectos. Todos lo somos. Su
mejor esfuerzo no fue suficiente. Tal vez trató de ser un buen padre para ambas. No
puedo asegurarlo. Pero lo que sí sé es que falló. Monumentalmente.

Y creo que acaba de darse cuenta. Puedo ver la devastación en su rostro.

―Gracias, señor ―es todo lo que le respondo antes de darme la vuelta para
marcharme.

Mientras me voy, lo escucho decir―: Geoff, recoge tus cosas y lárgate de mi


despacho. No quiero volver a ver tu cara.

Sonrío para mis adentros mientras me dirijo al ascensor, porque, después de


todo, hoy han despedido a Geoff dos veces. Y eso me hace feliz.

Cuando llego a la entrada de la casa de Winter, hay un auto de lujo estacionado


en la calle, alineado justo con la puerta principal. En mi camioneta, observo el
vehículo por el retrovisor. Veo movimiento, pero los cristales tintados del auto me
impiden ver más detalles.

No es que necesite mucho más para hacer una conjetura. Winter no ha dicho
nada sobre su ex, aparte de que nunca se la chupó. Lo que me basta para saber que
es un inútil, diga lo que diga el trozo de papel que cuelga de un llamativo marco
dorado detrás de su escritorio.

Ya estoy animado por mi reunión con Kip, así que decido aprovechar esa
energía. Tomo mi taza de café de papel vacía y bajo de la camioneta para acercarme
al auto.

Me anuncio con tres fuertes golpes en la ventanilla. Cuando por fin se baja el
cristal, me encuentro con la cara de un hombre que parece estar imitando al
imbécil del exnovio del fondo fiduciario de ‘Legalmente rubia’.
Apuesto a que este tipo tiene ‘tercero’ al final de su nombre legal.

―Eh, hombre. ¿Te has perdido? ¿Algo que pueda ayudarte a encontrar?

Su sonrisa es grasienta y lacónica. Para nada real.

―Sí, colega. ―También es condescendiente, pero no me sorprende―. Sólo


vine a ver a mi esposa.

Esposa. Esa palabra me hace querer romper algo.

Apoyo una mano en el techo de su auto y me quito las gafas de sol para mirarle
a los ojos.

―Aquí no viven mujeres casadas. Pero si vienes a acosar a tu ex mujer


entregándole facturas en mano, nunca pagará. Tomaré ese sobre que está ahí, en el
asiento del copiloto, y te ahorraré el viaje al buzón. Porque te prometo. ―Me
inclino y bajo la voz―. Si sigues apareciendo por aquí como un puto acosador, lo
único que vas a conseguir es que sea muy fácil conseguir una orden de
alejamiento.

Me mira con los dientes apretados. Demasiado cobarde para responder. Así
que le pincho donde sé que le va a doler.

―No sería difícil consultarlo con mi amiga abogada. Conoces a Summer


Hamilton, ¿verdad?

―¿Quién carajo te crees que eres? ―muerde, con las manos retorciéndose
sobre el volante.

Sonrío.

―Sólo un tipo que sabe que la junta médica tendría preguntas sobre por qué
alguien tuvo que pedir una orden de alejamiento contra ti.

Se burla y me hace un exagerado repaso con un nivel casi impresionante de


falsa fanfarronería.

―Ahora lo entiendo. Disfruta de mis sobras. ―Lanza el sobre por la ventanilla


y pasa volando por delante de mí.
No hago ningún movimiento para recogerlo. Estoy demasiado ocupado
sonriéndole al Dr. Rob Valentine.

―Ella no es las sobras de nadie, y he estado disfrutando de ella desde antes de


que vieras los papeles del divorcio, amigo.

No debería haberlo dicho, pero mi paciencia con los imbéciles se ha acabado


hoy.

Su única respuesta es revolucionar el motor mientras sigue estacionado,


como si fuéramos a echar una carrera o algo así.

Pero la broma es para él, porque yo ya he ganado.

Winter no es sus sobras. Ella es la gema demasiado preciosa para que él la


conserve.

―Conduce con cuidado ―grito por encima del ruido del motor mientras
golpeo el techo. Cuando se aleja, tiro mi taza de café vacía por la ventana. Sólo por
ser mezquino. Luego me quedo ahí de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho,
viéndolo llegar hasta el final de la calle.

Se salta la señal de stop como si las normas no fueran con él. Su matrícula dice
DRHEART y yo hago una mueca al verlo.

Tan patético.

―¿Has tirado un trozo de basura a su auto? ―grita Winter riendo desde el


porche.

―¡Sólo lo estoy tirando a la basura, Tink! ―Me doy la vuelta, quito el sobre de
la hierba del bulevar y le sonrío. Lleva a Vivi colgada de la cadera. Lleva el cabello
rubio recogido en una trenza suelta, con pequeños mechones que le enmarcan la
cara como un halo.

La cara que me paso mirando porque nunca tengo suficiente.

―Así que ya conoces a Rob. ―dice.

―Sí. Un placer.
La verdad, lo odio más de lo que se merece. Lo que quiero sentir es
indiferencia. Pero aún no he llegado a ese punto.

Lo odio porque casi tuvo todo esto en mi lugar, y las circunstancias que me
llevaron hasta aquí siguen pareciéndome tan tensas y frágiles. No soy una persona
insegura, pero de vez en cuando me asalta un pensamiento. Un pensamiento
como.,. ¿Sin Vivi, Winter estaría interesada en mí?

Me va bien, pero no conduzco un McLaren ni poseo una enorme McMansion y no


fui a la universidad.

Pero me deshago de esos pensamientos. Esto es nuevo. Estos sentimientos son


normales.

Además, soy yo quien sube por la acera de enfrente a la mujer que lleva casi
dos años metida en mi cabeza.

―No puedo creer que te casaras con un tipo con una matrícula personalizada.
Eso podría ser lo peor de todo.

―Le pareció muy ingenioso.

―Se me ocurren muchas palabras para él, pero después de ese intercambio,
ingenioso no es una de ellas.

―Lo siento. ―Winter se mordisquea el labio inferior mientras yo subo un par


de escalones a la vez para ponerme delante de ella.

―Winter, discúlpate por él otra vez, y te llevaré sobre mis rodillas.

Sus ojos se abren de par en par y me acerco a Vivi. Necesito un abrazo después
de las últimas horas y algo sobre un bebé blandito simplemente golpea diferente.
La forma en que pasa sus dedos por mi barba. Su olor. La forma en que me balbucea
como si yo entendiera su alegre lenguaje sin sentido.

―Pensé que ya se habría rendido. También le hizo esto a Summer.

Agarro la nuca de Winter y le doy un áspero beso en la frente, rozándole la


sien con mi barba incipiente mientras la atraigo hacia mí.
Los tres. Sólo porque puedo.

―Bueno, ¿qué pasó cuando le denunciaron por todo eso? Quiero decir,
Summer era su paciente. Una menor.

Se queda quieta.

―Nunca lo denuncié.

Me alejo.

―¿Qué?

Winter suspira, y es un suspiro pesado y agotado.

―Iba a hacerlo, pero me atrapó en un lugar donde no puedo, y él lo sabe.

―¿Por qué no puedes?

Vivi se queja, harta de que la lleven en brazos. Quiere gatear, pasear, trepar y
canalizar la temeraria que lleva dentro. Así que me pongo a dar saltitos y espero
entretenerla.

―Porque si lo hago, arrastraré a Summer a ello. Eso es lo que siempre me ha


frenado. Por fin es feliz. Finalmente libre de toda esa mierda. Y no quiero hacerle
eso. Él sabe que no lo haré. Esa es la única razón por la que se siente lo
suficientemente seguro para seguir apareciendo por aquí.

Aprieto los dientes. Odio esto, sobre todo por Winter. Pero también lo odio
para mí porque odio los sentimientos que despierta. Celos, inseguridad y ansiedad.

No me gusta Rob Valentine, y más que eso, no confío en él.

―Bueno, le dije que hoy está haciendo un gran caso para una orden de
restricción.

Winter asiente, torciendo los labios.

―¿Qué?

―No lo sé. Es tan... orgulloso. Esperaba que con el tiempo se aburriera y se


fuera a la mierda. He pensado en las cosas que podría hacer, las medidas que podría
tomar. Pero la verdad es que quiero ser tan inconsecuente que se aburra de mí y
siga adelante.

Alcanzo la puerta mosquitera y la abro para que pase.

―No creo que siga adelante.

―No, no creo que lo haga ―dice, mientras vuelve a meterse dentro―. Pero
me ocuparé de ello. No quiero que te preocupes.

Resoplo y cierro la puerta tras nosotros.

¿Cómo no preocuparme cuando dos de las personas más importantes de mi


vida viven bajo este techo y estoy a semanas de volver a la carretera?

―¿Cómo te fue con mi padre?

―Muy satisfactorio. Estoy oficialmente sin agente y Geoff sin trabajo


―respondo, quitándome las botas de cordones―. ¿Qué tal aquí?

Winter está de pie en medio de la casa, con unos pantalones cortos vaqueros
rotos y una camiseta holgada de Hamilton Athletics. Se ve bronceada, luminosa y
diminuta en el espacio abierto.

Se encoge de hombros y mira hacia otro lado, incapaz de mirarme a los ojos.

―Sinceramente, nosotras te echábamos de menos.

―¿Nosotras? ―Arqueo una ceja mientras me acerco a ella―. ¿Te lo ha dicho


Vivi?

Pone los ojos en blanco.

―No.

―¿Cómo lo sabes? ―Ahora estoy por encima de ella, esperando a que mire
hacia mí.

Intento no hacerme ilusiones de que pueda darme algo hoy. En un día en que
lo necesito.

Levanta la barbilla, sus ojos azules son cristalinos y sus labios brillan
ligeramente.
―De acuerdo. Bien. Te he echado de menos ―confiesa.

Y luego me abraza.
Treinta
Winter
Summer: Qué. Carajo. ¿Es esto un regalo de bodas?

Winter: Lmao. Es la razó n por la que me molestó que no hicieras una


inauguració n formal de regalos. Quería ver tu cara.

Summer: ¿De dó nde sacaste esto?

Winter: Lo encontré en una caja hace mucho tiempo y lo tomé.

Summer: ¿ESTA ES LA PÁ GINA ORIGINAL?

Winter: No. Es el mismo anuncio que tenías de Rhett pegado en la pared, pero
ampliado, impreso y estirado sobre lienzo. El original está en un sobre pegado
por detrá s junto con un bono de viaje.

Summer: ¡No podemos dejar de reír! ¡Es tan grande! Ni siquiera sé dó nde voy a
ponerlo. Es el mejor regalo de todos.

Winter: Jajaja. Me alegro mucho de que les guste. Me gustaría sugerirlo encima
de tu cama. Por los viejos tiempos.

Summer: Estoy muerta. Tú me mataste. Mejor que nunca.

Summer: *foto de Rhett de pie junto a la impresió n sonriendo y dando un pulgar


hacia arriba*

―Bien, Vivi. Di Papá.


Sentada en su trona, Vivi toma trocitos de plátano y se los mete en la boca. Me
mira. Pero no balbucea. Últimamente, cuando Theo está fuera, he empezado a
intentar que aprenda la palabra. Theo se perdió hitos durante el tiempo que no
supo de nosotras, y sé que eso lo entristece. Lo pone melancólico. Sin embargo, no
se permite sentir eso. Es perpetuamente feliz, y esa mierda lo va a alcanzar algún
día.

No es normal.

―Pa. Pá ―lo intento de nuevo.

Sonríe y me señala.

―Mamá.

Mi sonrisa de respuesta es automática. Mamá. A veces siento que necesito


pellizcarme. Lo he deseado tanto durante tanto tiempo que casi no parece real.

―¿Dónde está papá? ―Me giro despacio, observando toda la habitación, lo


que hace que Vivi responda del mismo modo. Sus deditos se agarran a los lados de
la bandeja mientras su pequeño cuerpo gira en su sitio.

Dice un montón de palabras, pero no significan una mierda. He encadenado


frases más coherentes después de beber demasiado tequila.

Pero le sigo la corriente de todos modos.

―Oh, ¿eso crees?

Un feliz balbuceo es su respuesta.

―Está en el trabajo ahora mismo, justo al otro lado de la calle trasera en el


gimnasio de la tía Summer.

Un pequeño ulular.

―¿Lo echas de menos? Sinceramente, igual. Es raro. Y confuso.

Un zumbido.

―Bueno, porque es tan guapo que mi cerebro deja de funcionar cuando está
cerca. Y es tan dulce que mi corazón se olvida de que lo han roto tanto en el pasado.
Tira un trozo de plátano al suelo y el ruido húmedo que hace al golpearlo hace
que Peter salga de donde estaba durmiendo para aspirarlo.

Sordo mi culo.

―¡Pe!

Vuelvo la cabeza hacia Vivi, pero está señalando a Peter.

Decido que nunca le diré a Theo que estoy casi segura de que dijo perro antes
que papá.

―¿Papá? ¿Deberíamos ir a visitarlo? Vivi, es una idea maravillosa.

Así que eso es lo que hago. Tomo mi bolsa del gimnasio y a nuestra bebé,
llevando conmigo mi cerebro roto y mi corazón curado, y salgo por la puerta de
atrás para ver a Theo.

―¿Por qué ahora?

―Porque necesito hacer ejercicio. ―Aprieto las correas del portabebés en los
hombros de Summer.

―Pero... ¿ahora mismo?

―Sí, ahora mismo.

No mentía cuando dije que extrañaba a Theo esta mañana. Y luego las cosas se
pusieron incómodas con Rob y mi padre, así que apenas hablamos. Y francamente,
me siento un poco sensible en lo que respecta a Theo Dale Silva.

―Estoy entrenando ahora mismo. ―Hace un gesto hacia Rhett y Jasper, que
están charlando delante de un montón de cajas apilables a las que sé que les hace
saltar.

―Pfft. ―Cierro la pinza sobre sus hombros―. No cuentan. Además, Vivi


me ha dicho que quiere pasar un rato contigo.
Summer mira a su sobrina y sonríe, su voz cambia a ese tono dulce de bebé que
sólo usa con Vivienne.

―Bueno, ¿por qué no lo dijo antes? No hay nadie con quien prefiera salir.

Vivi sonríe, con los dos dientes de abajo sobresaliendo como una boca de
linterna, y suelta una carcajada burbujeante.

―Incluso Theo está ocupado. Siempre estamos ocupados desde ahora hasta
la hora de cenar. Tú sólo...

La dejo fuera y busco a Theo. Sé que viene aquí por las tardes a trabajar. Nunca
lo había pensado dos veces, pero hoy parecía nervioso cuando salió de mi casa. No
me besó. Sólo dijo―: Tengo clientes. Volveré para prepararles la cena. ―Me guiñó
un ojo, pero luego se fue. Y mi mente hizo eso que hace de imaginar todos los sitios
a los que podría ir, y con quién podría estar, y qué pasa si conoce a alguien menos
complicada e insegura que yo?

¿Y quién podría culparlo por desearlo?

Así que decidí que la mejor manera de tranquilizarme era venir a ver por mí
mismo que estaba en el gimnasio. Trabajando. Y no tirándose a una veinteañera
caliente con pechos simétricos.

―¿Estás buscando a Theo?

―Sí.

―Está allí. ―Summer inclina la cabeza hacia la esquina opuesta de la zona de


césped, donde Theo está mirando el reloj mientras una veinteañera sexy con unos
pechos muy grandes y muy parejos empuja un trineo metálico con pesadas placas
por el suelo.

―¿Aquí también entrenan conejitas playboy?

Summer resopla.

―No, pero con todos los atletas que entrenan aquí ahora, mentiría si dijera
que la clientela femenina no ha adquirido un aire diferente. Antes eran las señoras
mayores que iban a sus clases de Zumba embobadas. Ahora tengo chicas que vienen
en auto desde la ciudad para entrenar aquí varias veces a la semana.

―Bueno, eh. ―Me miro las uñas, tratando de decidir de qué color voy a hacer
a continuación.

Tal vez verde, para ir con cómo me siento en este momento.

―Estoy segura de que es genial para los negocios.

―Winter… ―Hay una calidez en la voz de mi hermana pequeña―. ¿Estás...?

―¿Celosa? ―Susurro-grito―. Locamente. ¿Todas sus clientas están tan


buenas?

Summer se ríe. Se ríe directamente de mí y de mi espiral.

―Win, nunca te había visto tan excitada por... nada. Esto es adorable.

―Cállate. ―Mis labios se crispan.

―¡Estoy tan feliz!

―Summer, vete a ponerte sentimental a otra parte. Me hace sentir incómoda.

Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada aún más fuerte, en absoluto
ofendida por mí, antes de volver a torturar a su nuevo marido y a su amigo de la
familia con su sobrina en brazos.

¿Y yo? Hago la rutina que Theo estableció para mí. Puede que hoy no sea la
prueba, pero me siento mejor cada vez que vengo aquí. Un poco más tranquilo. Un
poco más confiada. Un poco más en control de mi vida.

Desde la prensa de piernas, lo miro y me pregunto si debería haberlo


saludado. Decido que parece una locura mayor de lo que ya es.

Cuando termino otra serie, echo otro vistazo alrededor del borde de la placa
sobre la que aprieto los pies. No se ha fijado en mí, lo cual está bien. Parece
concentrado. Perfectamente profesional. Dejo de espiar cuando sus manos tocan
los hombros de la mujer para ajustar su posición.
Así es como transcurre todo mi entrenamiento: rap a todo volumen en mis
auriculares, ojos que se desvían hacia Theo Silva y luego desean no haberlo hecho.

Estoy cansada de mi operación encubierta y renuncio a ser discreta. Me


tumbo en el banco a hacer la última serie de abdominales cuando Theo se acerca.

Se agacha junto a mi cuerpo, una mano cálida sobre mi rodilla, aliento


caliente contra la concha de mi oreja mientras mantengo la mirada fija en el
techo.

―¿Disculpe, señora? Me gustaría recordarle que desinfecte este banco. La


última vez que lo usó ―baja la voz― se corrió tan fuerte que me empapó la cara.

Mis mejillas enrojecen.

―Ese chiste cada vez tiene menos gracia.

―No. No lo hace. ―Su barba roza mi oreja.

―¿Qué haces? ¿No estás trabajando?

―Sí, pero entonces te vi. No sabía que estabas aquí. Y no iba a seguir sin
acercarme a saludar a mi chica.

Me giro y por fin establezco contacto visual.

―¿Lo soy?

―¿Eres qué?

―¿Tu chica?

―Eso es lo que intento decirte. Necesito que te revisen el oído. Llevarte a ti y a


Peter al veterinario de una vez por todas.

―Simplemente no sabía si éramos como. . . una cosa cosa. Como en público y


esas cosas. ―Mi mano se agita nerviosa mientras me salto completamente su
broma.

―Oh. Hmm… ―Se echa hacia atrás, mirando alrededor del gimnasio. Y yo
miro hacia otro lado, esa vocecita malvada en mi cabeza diciendo ¿Ves? Te lo dije.

Sus firmes dedos me agarran la barbilla y me vuelven la cara hacia él.


―Winter, somos una cosa. Somos la cosa. Nosotros lo somos.

Y luego me besa. En medio del gimnasio. Cuando debería estar prestando


atención a la chica con las tetas parejas.

Me encuentra.

Me besa.

Me pertenece.

Pensé que lo había tenido una vez, cuando no fue así.

¿Pero el hombre que me está besando ahora? ¿A la intemperie durante más


tiempo del apropiado? No es el mismo hombre.

Es mejor.

Me pasa la lengua por la boca una última vez antes de apartarse, con sus
brillantes ojos de ónice hiperfocalizados en mi cara.

―Salgo a las siete. Luego saldremos.

―¿Salir?

―Sí. Cena. Un bar. Algo. Una cita.

―¿Una cita?

Sonríe, empujando para colocarse sobre mí.

―Sí. Aún no hemos hecho una de esas, ¿verdad? Ponte un vestido de zorra
para mí.

―¿Estamos tomando tequila otra vez?

Se da la vuelta con una risita retumbante.

―Claro, Tink. Te lameré cuando lleguemos a casa ―contesta lo


suficientemente alto como para que la gente se quede mirando. Y ni siquiera me
importa.
―Un baile.

¿Cómo dejé que me convenciera para venir aquí después de nuestra hermosa
cena de bistec? El Railspur es un gran bar campestre de la ciudad. Tiene unas
elevadas vibraciones occidentales con accesorios industriales y cálidos acabados de
madera. También está lleno.

―Theo.

Dijo que quería exhibirme. Y así fue. Y caí en la trampa. Anzuelo, línea y
plomada.

―Winter.

―Es un bar de country. No sé cómo ―señalo la concurrida pista de baile― lo


que sea eso. ¿Y tú?

―¿Dos pasos?

―Sí. Ni siquiera me pareces de ese país.

Su rostro se contrae.

―Crecí en un rancho. Me gano la vida montando toros. ¿Qué más quieres de


mí?

―No sé. Siempre llevas botas de combate y una camiseta ajustada. Y


franela o lo que sea. ¿Dónde están los Wranglers? ¿Dónde está el sombrero de
vaquero?

―Ese es mi uniforme en el trabajo. Forma parte del deporte. No tengo que


vestir así todo el tiempo. ¿Debería adoptar un acento tejano y empezar a llevar un
trozo de heno entre los dientes? ¿Debería aprender a tocar el banjo?

Me estremezco.

―No. Por favor, no. Ese chico de Deliverance me arruinó el instrumento.

Me tiende la mano.

―Vámonos.
Ya me arrastra hacia la multitud de gente. Sé que nuestros amigos también
están aquí, porque ‘casualmente’ estaban en el bar cuando llegamos después de
cenar. Summer, Willa, Sloane. Todos los chicos. Aparentemente, los lunes son los
nuevos viernes.

―De acuerdo, bien. Un baile. Pero sólo porque te negaste a dejarme pagar la
cena.

Se burla y me gira para ponerme frente a él. Una mano se posa en mi cintura y
la otra me agarra suavemente los dedos. Lo hace sin esfuerzo. Tan relajante.

―Espera. Pagué la cena para que tuvieras sexo conmigo después.

Tan ridículo que me hace reír.

Tan jodidamente encantador que nos quedamos a bailar más de una vez. Nos
quedamos hasta que me quedo sin aliento y mareada, y siento el cabello húmedo en
la nuca.

Me inmovilizó, me sumergió, me besó. Me exhibió.

Nunca me he sentido tan querida como en medio de una concurrida pista de


baile rodeada de gente que no conozco y con las manos de Theo sobre mí.

Además, nunca me había sentido tan cachonda, porque Theo sabe bailar. Sus
habilidades en la pista de baile son tan impresionantes que me hacen parecer que
yo también sé bailar.

―¿Dónde aprendiste a bailar así?

Sonríe, con una mirada lejana.

―Mis padres. Siempre estaban bailando. Mi padre era un gran bailarín.

―¿Sí? No hablas mucho de él.

Me acerca más.

―Murió montando toros. Sigo pensando en ganar un campeonato como él,


ese es mi objetivo. Pero creo que si me permito hablar demasiado de él, empezaré a
preguntarme qué carajo hago subiéndome a un toro que quiere matarme docenas
de veces cada año.

Sospecho que hay más capas que eso. Sospecho que Theo tiene sus propios
problemas con su padre, tiene marcadores que golpear para sentirse digno del
legado de su padre. Porque basándome en toda la investigación de internet que hice
después de enterarme del embarazo, su padre fue uno de los mejores. Una leyenda.
Uno de los primeros pilotos brasileños que dejó huella en el circuito
norteamericano.

―¿Por él te hiciste jinete de toros?

―Sí. Yo era como su sombra. Siempre quise hacer todo lo que él hacía.

―¿Qué tan cerca estás de llegar a la final este año? Después de este tiempo de
descanso, ¿estás muy lejos en puntos?

Su cabeza se inclina hacia abajo mientras intenta verme bien la cara.

―Tink, ¿por qué parece que sabes un par de cosas sobre la WBRF?

Mis labios se curvan contra su pecho.

―Puede que en algún momento se haya investigado en Google.

Siento el profundo retumbar de su pecho.

―Así que... acecho por internet.

―Investigación.

―Claro. Claro. Eso suena mucho más académico, mucho menos trastornado.

―No estoy trastornada.

―¿Por eso me acechabas hoy desde detrás de la prensa de piernas?

Dios mío. Soy espeluznante.

―Cállate, Theo.
―Vi un pequeño destello de cabello rubio y ojos azules entre todas esas
máquinas de metal. Era adorable. ¿Vamos a llamar a eso investigación también?
―Gimo contra su pecho―. Inteligente, bonita, pero no sigilosa.

Me enderezo.

―Nueva regla, sólo entrenas a gente que es menos guapa que yo.

Sus ojos hacen un giro dramático.

―Todas lo son, Tink. Me has arruinado. ¿No lo entiendes? Sólo te veo a ti.
Tienes toda mi atención. Hasta el último trozo.

―¿Yo?

―Sí. Tú y tus frases sarcásticas. Y la forma en que estás malhumorada por la


mañana hasta que te traigo un café. Y esa voz tonta que usas cuando hablas con
Vivi. Qué dulce eres bajo toda esa indiferencia profesional. Incluso me gusta
cuando me acechas. Me hace sentir especial. ―Me guiña un ojo.

Pongo los ojos en blanco e intento esbozar una sonrisa.

―No soy dulce.

―Lo eres. Te he probado. Y ahora quiero hacerlo de nuevo. Larguémonos de


aquí.
Treinta y uno
Winter
Summer: ¡MÁ S BEBÉ S!

Willa: ¿Esto es en referencia a Theo arrastrando a Winter fuera de aquí como un


cavernícola cachondo?

Summer: Mierda. No quería poner esto en el chat de grupo.

Willa: Aww. ¿Tienen una charla de hermanas?

Summer: *salute emoji*

Sloane: ¿Qué es ese emoji? A mí siempre me parece un pito en la frente. Lo


siento, ¿vienes otra vez?

Sloane: O un perfil lateral de Pinocho.

Summer: Sloane . . . es una mano. Saludando. ¡Como SÍ, SEÑ OR!

Sloane: ¿En serio? Estoy mirando má s de cerca ahora. *salute emoji*

Willa: ¿Una puta polla en la cara? ¿Pinocho? Hay pequeñ as protuberancias que
muestran los dedos. Alguien tiene que quitarte la cerveza.

Sloane: De todos modos, espero que Winter esté recibiendo un pollazo en la cara
ahora mismo.

Willa: Qué manera de cambiar de tema.

Sloane: *salute emoji*


Theo abre de un tirón la puerta del acompañante de su camioneta, pero en
lugar de dejarme subir, se adelanta y sube él mismo.

―¿Qué estás...?

Antes de que pueda terminar mi pregunta, me levanta como si no pesara nada,


me coloca a horcajadas sobre su regazo y cierra la puerta de la camioneta.

―¿Qué estás...? ―Lo intento de nuevo, con los dedos deslizándose por su
nuca, haciéndole cosquillas en la base del cabello. Pero me besa y me quita
cualquier palabra o pensamiento coherente de la boca.

―No hay forma de que llegue a casa sin entrar dentro de ti primero. Este
vestido me la ha puesto dura toda la noche.

―Me dijiste que me pusiera algo guarro. ―Suelto una risita contra sus labios y
vuelvo a por más―. Pero este es un estacionamiento muy concurrido.

―¿Y? ―Su boca se arrastra por el lateral de mi cuello, hacia la línea de mi


mandíbula, mientras sus manos viajan por debajo del holgado vestido baby
doll que elegí para esta noche. Es vaporoso, con detalles de encaje. Cada tirante
del corpiño se anuda en un lazo en la cresta de mis hombros.

Queda muy bonito con mis botas vaqueras.

―Alguien podría vernos.

Su mano tira de mis bragas hacia un lado, acariciándome. Y ya estoy mojada.

―Bien. ¿No te has dado cuenta de que me va eso? Adelante. Haz ruido. ―Su
boca recorre mis clavículas―. Espero que alguien te vea cabalgando mi polla.
Gritando mi nombre. Espero que se lo cuenten a todo el mundo. Que lo impriman
en cualquier periódico de mierda que tengan en esta ciudad. Que salga un cartel en
la carretera.

―Grosero. ―Suelto una carcajada cuando me baja una correa y se lleva el


pezón a la boca, lamiéndolo y rodeándolo. Mis caderas se estremecen cuando
muerde el pico sensible antes de bajar la correa opuesta para prestar la misma
atención a ambos lados.
Se echa hacia atrás para admirarme, con los pechos al aire.

―Tan jodidamente bonitos.

Y con sus ojos en mí, me siento hermosa. No deseo que sea más oscuro. No
deseo que se dé prisa y desplace sus ojos a otra parte. Podría tumbarme desnuda
delante de él y deleitarme con la forma en que aprecia mi cuerpo.

De repente, la necesidad de sentirlo dentro de mí es abrumadora. Mis manos


están en sus vaqueros. Su cinturón. Levanta las caderas. Yo tiro de ellos hacia
abajo. Me empuja con el puño y pasa su gruesa cabeza por mi húmedo interior.

Pero estoy impaciente. Con una mano en cada hombro, desciendo unos
centímetros. Ha hecho una muesca dentro de mí, y mi cabeza cae hacia atrás
aliviada.

―Sí ―respiro.

―Tan jodidamente apretada. ―No se mueve, pero gime.

Desciendo otro centímetro y sus manos me agarran el culo. Un ligero temblor


las recorre mientras me acaricia.

―¿Intentas matarme, Tink?

No respondo y opto por dejar caer mis labios sobre su cuello, para besarlo
como él me besó a mí. El pliegue en la base de su garganta.

El bulto y la cicatriz en la clavícula.

Vuelvo hasta su oreja, donde le doy un pellizco y le susurro―: Nunca nadie me


había hecho sentir tan bien. Como si no necesitara que me cambien o me arreglen.
Como si no necesitara que me salven. A veces todo es tan precipitado entre
nosotros. Sólo quiero saborearte un minuto.

Beso su barba incipiente. Junto a su boca. No responde, pero no le doy


ninguna oportunidad, porque aprieto mi boca contra la suya en un beso abrasador
mientras desciendo lentamente. Mis manos se mueven por sus pectorales y
hombros mientras las suyas recorren mi espalda, volviendo siempre a apretarme el
culo.
Gime en mi boca cuando por fin me dejo caer sobre toda su longitud. Siento
cómo se hincha dentro de mí, llenando todo mi espacio. Como si estuviera hecho
para mí.

―Theo. ―Me acurruco en su cuello, arqueando la espalda para empujar mi


culo hacia su agarre mientras giro las caderas.

―¿Has descubierto cómo hacer que te corras desde aquella noche?

―Sí.

Una y otra vez mientras pensaba en ti y en cómo me hacías ver las estrellas.

―Enséñamelo. ―Me recoge la falda del vestido y me la ciñe a las caderas―.


Inclínate hacia atrás. Juega con tu coño y córrete en mi polla. Quiero verte otra
vez.

Todo mi cuerpo se enrojece de calor y no vacilo.

La guantera no está muy lejos detrás de mí, y me enderezo hasta sentirla fría
y suave contra mi espalda. Theo se encorva un poco en el asiento para acomodarse.

Lo siento aún más grueso dentro de mí, estirándome hasta el límite. Una
oleada de humedad se filtra de mí y dejo caer la mano, extendiéndola sobre
nosotros.

Paso un dedo por donde mi piel se encuentra con la suya. Suave y dura. Sus
caderas se mueven y lo siento. Me siento a mí misma.

La forma en que encajamos.

―Joder, Winter. No tienes ni idea de lo que me haces. ―Sus ojos brillan


sobre mí, dejando un rastro de chispas a su paso.

Muevo los dedos por la base de su pene mientras me folla lenta y


superficialmente. Es caliente. Sin prisas. Siento que se me permite explorarlo.
Explorarnos.

Siento que tengo todo el tiempo del mundo, porque sospecho que estamos
haciendo algo más que probar esto.
Parecemos bastante permanentes. El sexo es nuevo, pero aprender a
necesitarlo ha estado en ciernes todo el verano.

Deslizo los dedos hasta mi clítoris y aprieto con fuerza, con la barbilla
inclinada hacia abajo, mientras observo cómo se flexionan las caderas de Theo al
deslizarse dentro y fuera de mí. No puedo apartar la mirada. Es... jodidamente
excitante verlo empujar dentro de mi cuerpo.

Sin pudor, me froto el clítoris en círculos firmes, con un dedo y luego con dos.
Luego hacia adelante y hacia atrás, más rápidamente.

―¿Te gusta como te ves tomando una polla, Winter?

Ni siquiera lo miro, sigo observando su longitud venosa que empuja a un


ritmo lento y uniforme. Me froto el clítoris, ahora más frenética.

―Me gusta cómo me veo tomando tu polla.

Sus caderas se agitan y me golpea con fuerza, empujándome contra el


salpicadero. Una mano me aprieta el muslo y la otra me agarra con fuerza de la
cadera.

―Bien. Porque es la única polla que vas a tomar.

Entonces ambos lo perdemos. Somos una maraña de miembros.


Maldiciones. Gemidos. Nombres susurrados y movimientos espasmódicos. Todo
parece la sinfonía perfecta. El crescendo perfecto.

Lo dulce se mezcla con lo sucio. Lento y duro.

Su boca se inclina sobre la mía y susurra―: Espero que esta vez uses
anticonceptivos, porque vas a estar chorreando mi semen todo el camino a casa.

Y eso es todo lo que se necesita. Sus palabras. Su polla. Mis dedos. Explotamos
juntos. Un destello de luz. Una oleada de calor. Temblores, sudor y respiración
agitada.

Siento que mi cuerpo se aprieta contra él. Siento su pulso dentro de mí.
Siento un hormigueo en partes de mi cuerpo que nunca había notado.
Lo siento todo.

Y cuando me estrecha contra su pecho, me siento amada.

Me abraza, nuestras respiraciones erráticas, mientras coloca


cuidadosamente mi falda sobre donde estamos unidos justo cuando escucho...

Voces.

―Theo...

―Winter, ignóralo. Cállate y bésame. Estás a salvo conmigo.

Se sienta erguido, me peina con los dedos el lado del cabello más cercano a la
ventana y me reclama la boca con una pasión desgarradora. Escucho a la gente a
nuestro lado, pero no miro. Soy toda ojos para Theo, con su cuerpo en perfecta
sintonía con el suyo.

Escucho risitas seguidas de―: ¡Esa gente se está enrollando!

Y sonrío mientras me besa.

No saben que hacemos mucho más que enrollarnos.

O que lo que pasó entre nosotros aquí esta noche se sintió como mucho más
que sexo.
Treinta y dos
Theo
Theo: ¿Qué tal el bañ o?

Summer: Bien.

Theo: ¿Só lo bien?

Summer: Estaba tranquila hasta que me enviaste un mensaje.

Theo: ¿Qué haces?

Summer: Disfrutando. Vete.

Theo: Envíame una foto y te dejaré en paz.

Summer: ¿Qué hará s con ella?

Theo: Encuadrarla.

Le doy a Winter su café matutino apoyado en la isla de la cocina y le doy un


suave beso en su boca afelpada. Siento su sonrisa aunque ambos sabemos que hoy
vuelvo a la carretera.

―¿Qué tal el baño?

Peter se sienta a sus pies, mirándola como si fuera el enamorado. No sé cómo


pasó de mirarlo como si estuviera enfermo a llevárselo a todas partes y darle de
comer todo lo que un perro no debe comer. En las últimas semanas de convivencia
a tiempo completo, Winter y él se han vuelto inseparables.
Ya está sonrosada por el agua caliente, así que es difícil saber si se ha
ruborizado. Pero a juzgar por la forma en que sus ojos se posan en la taza de café
que tiene en las manos y por el sorbo que da para no contestarme, el baño ha
estado bien.

Tengo la foto que lo demuestra.

―Si me hubieras avisado, podría haber dejado a Vivi con mi madre y venir a
ver el espectáculo.

―Theo… ―Sus ojos se dirigen a Vivi, que tiene una mano apoyada en mi
rodilla mientras se aleja de mí dando pequeños pasos, probando los límites de su
velocidad de crucero―. Orejas jóvenes. Y anoche tuviste un espectáculo.

―Winter. ―Imité su voz y me reí cuando puso los ojos en blanco―. Yo no he


dicho nada. Los dos sabemos que el culpable de hablar como un camionero delante
de ella eres tú. Y hoy es un nuevo día, ese espectáculo fue ayer. Tengo necesidades.

―Eres un cachondo… ―Se detiene en seco, con los ojos fijos en el suelo.
Cuando sigo su mirada, yo también me paralizo.

Vivi camina. Como una pequeña borracha con los brazos extendidos hacia las
piernas de su madre. Lleva semanas pasando de la silla al sofá, a la mesa, a lo largo
de la pared. La he instado a dar un pasito sin sujetarme el dedo, pero no lo ha
conseguido.

En lo que parece un movimiento casi de caída en Winter, lo consigue,


inclinando la cara hacia arriba para mirarnos fijamente. Sus ojos oscuros se abren
de golpe al mismo tiempo que su boca se abre en la forma de ‘O’ más histérica,
como si no pudiera creérselo.

―¡Lo has conseguido! ―Winter chilla, dándose la vuelta para dejar su café.

Vivi se ríe y aplaude, tan orgullosa de sí misma.

Me agacho hacia ella y le tiendo la mano.

―¡Choca esos cinco, pequeña! Lo siguiente, montar en toro.


Me da una palmada en la mano y se ríe con más ganas. Me entran ganas de
tomarla en brazos, pero no me parece la mejor manera de celebrar este hito. Sería
como cortarle las alas en cuanto aprende a usarlas. Así que me arrodillo y la
abrazo. Se retuerce cuando le soplo una frambuesa en el cuello.

―Dios mío. ―Winter está mirando hacia abajo, orgullo y horror guerreando
en su rostro.

―¿Qué?

―He estado tan emocionada de que ella camine. Es como si no me hubiera


dado cuenta de lo jodida que voy a estar cuando ella pueda. Como... ¿cómo
controlas a un humano sin sentido de la autoconservación que puede caminar?
¿Correr? Y mucho menos montar un toro.

No puedo evitarlo. Me río.

―¡No es gracioso, Theo! Ya tiene esa vena de Silva chiflada. ¿No la viste el
otro día? Me di la vuelta como diez segundos y ella usó una silla para subirse al
mostrador.

―Lo sé. La estaba observando para ver cómo subía a buscar una galleta. Ella
estaba bien. Realmente impresionante si lo piensas. Tiene el cerebro de su madre.

―Lo que va a ser impresionante es que yo la mantenga viva contigo lejos. Me


he ablandado teniéndote cerca. Tengo que evitar que se dedique al parkour
infantil y tendré que buscarme mi propio café. Es una mierda total si lo piensas.

Está bromeando, pero hay algo de verdad en ello. Vivimos en un mundo feliz
desde que le dejé claro a Winter que estábamos juntos.

No hubo mucha conversación al respecto. Nos hundimos en la calidez de esta


nueva normalidad. Mi madre sigue viviendo en la casa de al lado un par de
semanas antes de tener que volver a Emerald Lake, lo cual es una bendición y una
maldición. Y sin prisa pero sin pausa, he trasladado mis cosas a esta casa.

Winter es divertida. De vez en cuando, vacía un cajón y lo deja abierto. Una


invitación silenciosa a mover más cosas mías. Es como si aún no pudiera creer que
todo esto entre nosotros es real, que es algo más grande. Aunque puedo decir que
lo cree por la forma en que se aferra a mí toda la noche. La forma en que se pasa
por el gimnasio mientras trabajo para saludar y mirar a mis clientes.

Pero hoy estamos en la cúspide del cambio.

―Quizá me tome una semana más de vacaciones ―anuncio mientras miro


fijamente a los ojos de mi hija. Sigue aquí de pie, escuchándonos, girando la cabeza
de un lado a otro como si formara parte de la conversación.

―No lo harás.

Me sobresalto ante el mordisco en la voz de Winter.

―¿Perdón?

Levanta el dedo para señalarme.

―De ninguna manera. Escúchame, Theo Dale Silva. Y escúchame con


atención. Vas a ir a cualquier pueblucho de mierda al que necesites ir...

―Es Billings, Montana, Tink.

―Lo único que conozco de Montana es Yellowstone.

―¿El Parque Nacional?

Se burla.

―No, el espectáculo. Así que vas a ir al Rancho Dutton o donde demonios sea,
y vas a patearles el culo a todos sus campesinos.

Cruzo los brazos y me muevo para apoyar una cadera en la encimera y


mirarla.

―¿Ah, sí?

―Sí, eso es. Porque puedes limpiar el suelo con ellos. Y lo deseas lo suficiente
como para hacerlo realidad. Y no quiero decirle a Vivi algún día que su padre
renunció a sus sueños porque su madre se volvió terriblemente necesitada y
codependiente.

Suelto una carcajada.


―Tiene una forma muy extraña de decirme que 'le gusto más que yo', Dra.
Hamilton. ¿No te preocupa que me haga daño?

Me hace un gesto con la mano y da un sorbo a su café.

―No. Eres demasiado testarudo. Manifiesta esa mierda, Theo. Quiero que
ganes. Te curaré yo misma si te haces daño, y luego te ataré yo mismo a un tora si
hace falta.

Mis labios se crispan.

―Eso suena un poco sexy, si te soy sincero. Como una doctora sexy con un ki
bondage...

Señala a Vivi, que me mira con unos ojos marrones increíblemente grandes y
una expresión de asombro, como si hubiera colgado la luna.

Me golpea en el pecho como un ariete.

La razón por la que no quiero irme no es sólo porque no quiero dejar Winter.

Es porque estoy perdidamente enamorado de esta niña. Esta niña que apenas
conocía hace un par de meses. Esta niña que se ha convertido en todo mi mundo
sin siquiera intentarlo.

La razón por la que no quiero irme es que no quiero perderme nada. Un


primer paso.

Una primera palabra.

Una primera lesión.

No quiero perderme ni una sola cosa porque ya me he perdido muchas.

―Theo… ―La voz de Winter es suave ahora, y sus dedos suaves y delgados se
deslizan entre los míos, apretando suavemente―. Vamos a portarnos bien. Nos
alegraremos mucho cuando vuelvas. Pero sobreviviremos sin ti. Tienes que
hacerlo. Te arrepentirás de no hacerlo.

Parpadeo.

―¿Y si no gano este año? Entonces también me iré el año que viene.
―Entonces también estaremos aquí esperando a que vuelvas a casa el año que
viene. Yo también temo volver al trabajo. Pero el mundo no se detiene. Los sueños
no se evaporan. Vamos a resolver esto.

Traga saliva, su garganta trabaja. Me doy cuenta de que no ha terminado,


pero está teniendo una charla interna consigo misma para que le salgan las
palabras.

―Como una familia.

Ese ariete ataca de nuevo. Winter está tan atada, que a veces estos
comentarios parecen como si un nudo en su mente se hubiera liberado. Que está
arreglando las cosas en su cabeza sobre la marcha.

Todo lo que puedo hacer es asentir.

―¿Pero Theo? ―Me acerca, deslizando la mano por mi pecho.

―¿Sí?

―Creo que el plan debe ser que ganes este año y el que viene.

Winter no me ha dicho que me ama, pero este comentario me dice que sí. Que
quiere que haga cosas que son importantes para mí. Que estará aquí cuando las
haga. Que no está aquí para retenerme. Que no sólo me necesita para ayudar con
Vivi, sino que entiende que necesito sentirme realizada.

Vivi me tira de los vaqueros con una frase confusa.

Me agacho hacia ella al instante.

―¿Ah, sí? Yo también voy a echarte de menos. Mucho.

No importa que sólo sean un par de semanas. Va a parecer toda una vida.
Apuesto a que será más grande cuando vuelva. Caminando sin problemas, no sólo
por unos pasos entre su mamá y yo.

Una de sus manitas me acaricia la mejilla en respuesta.


Soy un desastre emocional. Estos dos últimos meses me han puesto a prueba
y no estoy seguro de haberlo procesado del todo. Me zambullí en las
profundidades y empecé a nadar.

Así que acaricio las mejillas de mi hija y le digo lo que mi padre solía decirme
antes de marcharse. Las últimas palabras que me dijo.

―Te vivo, pequeña.

Mueve las pestañas y me estudia, con sus pequeños labios en forma de lazo
torcidos en una sonrisa que me parece más sabia que su edad. ¿Meses?

Entonces me sopla una frambuesa en el interior del brazo y el momento se


evapora. Divertida, se vuelve hacia el otro lado y sopla una en la pierna desnuda de
Winter. Sigue practicando como si estuviera aprendiendo un nuevo instrumento.

Cuando miro a Winter, ladea la cabeza.

―¿Qué significa eso?

―¿Qué? ―Le revuelvo el cabello a Vivi y vuelvo a ponerme de pie.

―Lo que acabas de decirle.

―¿Te vivo? ―Winter asiente―. Es portugués. Mi padre nos lo decía a mi


hermana y a mí. Por desgracia, es de los únicos portugueses que conozco. Significa
'Te vivo' o algo parecido.

―¿Quieres decir algo como te amo?

―No. ―Me froto la barba incipiente y miro a nuestra hija, que ahora se
entretiene jugando a su juego favorito de buscar y traer con Peter y su pollo de
goma en miniatura―. Significa. Yo te vivo. Que te veo en todas partes, que estás en
todo. Nuestra conexión es más que física.

―Hmm. ―Winter suspira, mirando a nuestra hija―. Eso me encanta. Pero


también. ¿por qué el inglés es el idioma menos romántico del mundo? Cuéntame
más cosas en portugués.
―Ojalá supiera más. Mi padre estaba tan centrado en sumergirse en la
cultura norteamericana que realmente no conocimos mucho de su herencia.

Winter frunce el ceño.

―Es una pena. Quizá podamos ir algún día.

―¿Adónde?

―A Brasil. Enseñarle a Vivi sobre su abuelo.

No, puede que Winter no diga las palabras, pero expresa su amor de
diferentes maneras. Lo encarna sin esfuerzo.

Cuando por fin hago las maletas para dirigirme al aeropuerto esa tarde, la
estrecho entre mis brazos, la beso con fuerza y le susurro al oído―: Te vivo, Winter
Hamilton.

Aparto todos los instintos que quieren arrastrarme de vuelta a casa para estar
con mis chicas y bajo la escalinata. Me dije a mí misma que no volvería a mirarlas.
Ya sé que Winter tiene a Vivi apoyada en la cadera. Ya sé que está agitando una
manita mientras Winter se apoya en el marco de la puerta, demasiado guapa con
sus piernas tonificadas y desnudas en un suave vestido camisero.

Me dije que no miraría atrás.

Pero cuando escucho la voz de Winter, gruesa y áspera, que dice―: Te vivo,
Theo Dale Silva. Patea algunos culos este fin de semana ―fracaso miserablemente.

No he podido apartar los ojos de esa mujer desde el primer día, no sé a quién
engañaba pensando que tendría fuerzas para empezar ahora.
Treinta y tres
Winter
Winter: Buena suerte esta noche. Ró mpete una pierna.

Theo: Eso no siempre es lo mejor que se le puede decir a un jinete de toros, Tink.

Winter: Yo no he dicho romper una clavícula.

Theo: Divertidísimo.

Winter: Si ganas, te haré una mamada de carretera la pró xima vez que salgamos.

Theo: Este tipo de motivació n REALMENTE me funciona.

Winter: Lol. Impresionante. ¿Y Theo?

Theo: ¿Sí?

Winter: Te echo de menos.

―Bien ―digo mientras un hombre al que no conozco cae al suelo como un


dardo.

―Winter, me asustas. ―Sloane se ríe.

Theo ha estado fuera durante dos días y he estado jugando tranquila. Pero
estoy hecha un manojo de nervios por su primera competición de vuelta. Mi
habilidad para convertir cualquier cosa en una competición ha salido a relucir al
salir con un atleta.
―Vamos. Dime que no maldices Dime que no maldices a cada tipo que le pasa
el disco a Jasper.

―Es justo.

―¿No estás nerviosa? ―pregunta Summer desde el extremo opuesto del sofá.

―Sí. Tengo tantas ganas de que gane que apenas puedo estarme quieta.

―No, como lo de hacerse daño ―aclara mi hermana―. Apenas podía ver a


Rhett subirse a un toro sin sentir que iba a vomitar. Que entrene ahora es
perfecto. Quizá Theo podría entrenar.

―Ninguna posibilidad. ―No puede ganarlo todo si vuelve a ser entrenador.

―¿Por qué no?

―Porque aún no es viejo ni está acabado. Deja vivir al hombre, Summer. No


necesita otra madre ―dice Willa.

Está sentada en la alfombra con Vivi y Emma, que están ocupadas jugando
con un juego completo de My Little Ponies. Al parecer, Cade no puede dejar de
comprárselos a Emma, lo que significa que hay un número alarmante esparcidos
por el suelo.

Todo un puto rebaño de arco iris y destellos.

Loretta se ríe, sentada en el sillón que se ha convertido en el suyo. Peter está


acurrucado en su regazo. La idea de que se vaya pronto hace que me duela el
pecho. Sé que tiene su propia vida en Emerald Lake, pero ha llenado un vacío en
mi corazón estas últimas semanas.

Se siente como la madre que debería haber tenido.

He decidido pasar todo el tiempo que pueda con ella mientras Theo esté fuera.
Me está ayudando a planear el primer cumpleaños de Vivi, pero se va al día
siguiente. Dice que será una forma divertida y festiva de celebrar su partida.

Pero no estoy segura de que funcione para mí.


―Theo es muy capaz. Conoce su cuerpo. ―Los ojos de Loretta se posan en los
míos―. Ha madurado mucho en los últimos años. Creo que tomará decisiones
inteligentes allí arriba; tiene muchas razones para volver a casa a salvo.

Siento un nudo en la garganta. Supongo que su marido también tenía muchas


razones para volver a casa sano y salvo. Pero no lo hizo.

―¡Ahí está! ― Sloane se inclina hacia delante en su silla, y yo la sigo, con los
ojos recorriendo la gran pantalla de nuestro salón.

Veo a Theo trepando por los paneles metálicos. La camisa color crema que
lleva no hace más que favorecer su piel morena y sus seductores rasgos oscuros.
Lleva un sombrero vaquero negro, pero tiene un casco negro en la mano.

Los intercambia con Rhett, que está apoyado en la verja a su lado. Los veo
intercambiar palabras, pero estoy demasiado sorprendido por Theo como para
intentar leerle los labios.

Parece jodidamente caliente, como una persona completamente diferente.


Como... una experiencia totalmente diferente a la que he tenido en casa.

Los zahones de Theo son de un azul cremoso con estrellas negras, y su chaleco
protector es negro a juego con las botas. Su rostro es pura concentración, con un
toque de maldad.

Como si me acostara desnuda en la tierra por esta versión de él.

―De acuerdo, me toca decir bien ahora que Emmett no se ha quedado.


―Summer desvía mi atención de Theo y Rhett en el fondo hacia el vaquero rubio
que sale pisando fuerte del ring.

―¿Por qué?

―Porque Emmett Bush es un imbécil.

―Emmett, ¿a quién casi dejas hacer body shots de tus tetas? ―Willa
pregunta justo cuando se mete una patata frita en la boca del bol de la mesa.

Summer se pone rosa.


―Estaba cabreada esa noche.

Todas nos reímos porque ya hemos escuchada la historia. Cabreada es el


código para: ella estaba tratando de poner celoso a Rhett. Basándome en la forma
en que se sonroja cada vez que sale el tema, voy a asumir que funcionó.

Vuelvo a centrar mi atención en el televisor y acabo arrodillándome en el


suelo detrás de Vivi.

―Mira. ―Señalo el televisor―. Ahí está papá.

Gira la cabeza y juro que se asoma un poco más.

Le froto los hombros para que mis manos tengan algo que hacer mientras
veo cómo cargan un toro blanco bastante feo, con la piel rosada alrededor de los
ojos y salpicaduras negras por todo el pelaje. Parece malo.

Cuanto más duro corcoveen, más posibilidades tiene de obtener una buena
puntuación, así que decido que es algo positivo.

Me sudan las palmas de las manos. Me muerdo el interior de la mejilla con


tanta fuerza que me sangra mientras Theo baja el casco sobre su atractivo rostro.
La jaula oculta la mayor parte de sus rasgos, pero veo esos ojos de ónice que lo
miran fijamente hasta que parece que están justo delante de la cámara.

No puedo evitar preguntarme si me está buscando. Quiero que lo haga. Yo


quería estar allí, pero dos semanas en la carretera viviendo en habitaciones de
hotel con una niña pequeña, comiendo fuera todas las comidas... no estaba en
mis planes. No era el entorno centrado que él necesitaba, y eso no me ofendía.

Si eso significa que triunfe, lo haré. Así que me arrodillo en el suelo del
salón, me retuerzo las manos y miro la retransmisión en directo.

La gente a mi alrededor charla y se ríe como si no pasara nada importante en


este momento, pero tengo el estómago en la garganta.

Willa le cuenta a Loretta cómo conoció a Cade cuando se bajó las bragas en
público.

―¡Shh!
―De acuerdo, mamá.

Ignoro la indirecta. Que se vaya de la lengua cuando esto acabe. Ahora


mismo, Theo está bajando sobre el ancho lomo del toro, pasando su mano
enguantada sobre una cuerda metódicamente, al ritmo del fuerte tamborileo que
debe estar sonando en la arena.

O tal vez es sólo mi corazón latiendo en mis oídos.

Le envuelve la mano. Tira un par de veces. Sus hombros suben y bajan con
una fuerte exhalación. Luego asiente.

Las puertas se abren de par en par y el toro se pone en movimiento. El


temporizador de la parte superior de la pantalla marca los segundos. Sólo tiene
que aguantar ocho.

Pero los segundos nunca han pasado tan despacio.

Me levanto para ponerme encima de Vivi. Incluso ella parece notar mi


tensión porque mira embelesada la pantalla después de haberla ignorado durante
la última hora.

Con las manos agarradas a las rodillas, no sé qué hacer mientras veo al toro
girar y saltar e intentar matar al hombre con el que quiero pasar el resto de mi
vida.

Será mejor que no se me muera.

El pensamiento me sacude durante un minuto. Fue tan fácil. Tan natural.


Como si estar con Theo fuera lo más obvio del mundo. Como si, por supuesto,
estuviéramos juntos. ¿Con quién más podría estar?

¿Quién aguantaría mi malhumorado trasero? ¿Quién amaría a Vivi como él lo


hace? ¿Quién me amaría como él lo hace?

La respuesta es nadie. Ninguna otra persona me amaría como lo hace Theo.


Nadie me apoyará como él lo ha hecho, ni me protegerá como él lo ha hecho. Lo sé
porque he tardado treinta y un años en encontrar a alguien que lo hiciera.

¿Qué más pruebas necesito?


Es un arte a lomos del toro, y no puedo apartar los ojos de ellos. Me tapo la
boca con las manos mientras pasan los segundos.

Izquierda.

Giro.

Derecha.

Inmersión.

Timbre.

―¡Sí! ―Salto y grito, con las manos en alto. Ni siquiera me importa parecer
una idiota enamorada. Lo parezco.

Loretta suelta una carcajada aliviada y aplaude.

Willa y Sloane parecen interesadas, pero no muy emocionadas. Así que, que
les den. De forma amistosa, por supuesto. Estoy demasiado excitada. Nadie puede
arruinarme esta noche.

―¡Menudo paseo! ―Summer me sigue la corriente uniéndose a mis vítores


mientras Theo salta fácilmente del toro y levanta el puño en el aire. No se quita el
casco ni aparta la vista del toro. Se dirige hacia el vallado y sube inmediatamente.
Una vez a salvo, Rhett le da unas palmadas en la espalda.

Cuando su puntuación aparece en la pantalla, sé que es buena gracias al


seguimiento que he hecho en Internet.

Noventa y cinco punto setenta y cinco no es sólo bueno. Es genial. Es lo que


necesitaba.

Y maldita sea, estoy tan orgullosa. Ni siquiera sé cómo reaccionar. Así que
camino, mordiéndome la uña del pulgar mientras le observo.

Casco fuera, ojos en la cámara de nuevo.

Me guiña un ojo.
Pongo los ojos en blanco mientras me sonrojo. Se me revuelve el estómago y
me entran mariposas en el pecho. Quizá guiñaba el ojo a los fans, pero parece que
lo hacía a mí.

Miro a Loretta. Ella también lo ha visto.

―Lo hizo bien ―dice.

Asiento con la cabeza y le sonrío, impaciente. Ahora mismo, podría pasear


por el barrio o ir a hacer ejercicio.

―Realmente lo hizo.

Cuando suena el timbre, levanto la cabeza. No tengo ni idea de quién puede


estar aquí un viernes por la noche.

Summer se inclina sobre el brazo del sofá para mirar por la ventana.

―¡Parece una entrega de flores!

Se levanta de un salto para seguirme a la puerta, claramente viviendo para el


nivel de felicidad blanda en mi vida en este momento.

―Hola ―digo sin aliento al abrir la puerta y ver al hombre vestido de calle,
con un ramo de rosas y un sobre en la mano.

―¿Winter Hamilton?

―¡Sí! ―Sonrío.

―Estupendo. ―Me tiende las flores y en cuanto mis dedos rodean el jarrón,
me dice―: Has sido notificada.

Se me congela la sonrisa y se me hiela la sangre.

―¿Qué? ¿Esto pasa fuera de las películas?

―Me temo que sí. ―La boca del hombre se tuerce―. Que pases buena noche.
―Baja corriendo las escaleras y se va hacia su auto.

―Que. Carajo. ―Miro las rosas rojas como la sangre, confusa.


Conmocionada.
―Dame esto. ―Summer arranca el sobre de donde está pegado al jarrón y
lo abre. Despliega los papeles y veo cómo sus iris marrón chocolate se mueven de
un lado a otro sobre las líneas del tipo de letra.

Sus ojos arden de furia cuando vuelve a mirarme.

―Rob quiere una prueba de paternidad.


Treinta y cuatro
Theo
Winter: ¡Felicidades! Está s muy guapo con tus chaparreras. Avísame cuando
estés en el hotel para que pueda llamarte.

Theo: Puedes llamarme cuando quieras. Y también enviar desnudos en


cualquier momento.

Rhett entra en el camerino vacío y me lanza una cerveza.

―¿Te escondes aquí?

La lata sisea cuando la abro.

―Sólo me tomo un segundo para asimilarlo todo. Es raro estar de vuelta.

―¿Sabes lo que no es raro? Verte patearle el culo a Emmett. Vas por él, y lo
sabe. Pasó el último par de meses sintiéndose un poco más cómodo de lo que
debería. Maldito sucio que es.

―¿Sigues enfadado con él por ligar con Summer?

Rhett asiente y da un sorbo a su cerveza.

―Para el resto de mi vida.

Nos parecemos en eso, pero somos diferentes en muchas otras cosas. Él lleva
su sombrero de vaquero y sus vaqueros como si fuera una segunda piel. Yo, amo el
deporte. Me encanta la emoción. Me encanta la competición. Pero a mí me parece
un uniforme.

A Rhett le encanta estar en la carretera. No creo que eche de menos montar,


pero le encanta entrenar. Todavía tiene las manos en la masa.

Yo... No me veo quedándome aquí una vez que llegue a la cima. No sé lo que
haré, pero no será establecerme de por vida en la WBRF.

Querré estar en casa. Cerca de Winter y Vivi.

―¿Vas a salir esta noche?

―No.

Rhett me señala como si esa pregunta fuera una prueba de lo concentrada que
estoy ahora mismo.

―Buena respuesta.

―Voy a mi habitación a ver si Winter sigue levantada.

Rhett me mira con el ceño fruncido.

―Vete a la mierda.

―Has recorrido un largo camino.

―Me han dicho que tengo un mentor excelente.

―No, quiero decir como persona. Como hombre. Sé que fui duro contigo, y tal
vez lo fui con Winter. Es que... Te he visto sembrar avena salvaje a lo largo de los
años. No estaba seguro de que fueras lo que ella necesitaba.

Asiento con la cabeza, sin ofenderme por lo que dice, porque es verdad.

―Sé que tienes buenas intenciones, pero sigues siendo un imbécil.

Se burla de mí y entonces suena mi teléfono en el banco de al lado,


iluminándose con una foto que tomé de Winter y Vivi acurrucadas juntas en una
cama soleada rodeada de sábanas blancas.

Me hace sonreír.
―Ahí está. ―Paso un dedo para contestar al teléfono―. Tink ―digo y doy mi
primer trago de cerveza.

―Hola. ¡Felicidades! Muy bien esta noche, ¿eh? Te hemos visto. ―Su voz es
suave, pero también hay tensión. Una tensión como si estuviera reteniendo algo.

―Sí, me sentí bien sacudiéndome las telarañas.

―¡Y venció a Emmett! ―Rhett grita lo suficientemente alto como para que
ella pueda escuchar.

―Summer también compartía ese sentimiento. ―Winter se ríe, pero se


siente forzada.

―¿Todo bien? ―Pregunto, no queriendo seguir ignorando ese tono molesto


en su voz.

Lo que recibo de vuelta es un suspiro fuerte y cansado.

―¿Qué pasa? ―El pánico se apodera de mi voz.

―Nada, nada. Yo estoy bien. Vivi está bien. ¿Dónde estás ahora? No estaba
seguro de dónde estarías. ¿Tal vez me llames cuando vuelvas al hotel?

―¿Qué tal si me lo dices ahora para que no me asuste? Sólo estamos Rhett y
yo en el vestuario, tomando una cerveza. No pasa nada.

―De acuerdo… ―susurra, y el corazón me golpea con fuerza la caja torácica.

Cuando miro a Rhett, tiene las cejas fruncidas y el cuerpo tenso.

―De acuerdo, voy a decirlo sin rodeos. Porque necesitas saberlo. Pero no
necesidad de enloquecer. Yo me encargo. ¿De acuerdo?

―No voy a prometerte que no me asustaré por algo que aún no me has
contado.

Ella no responde a eso, sólo sigue adelante.

―Esta noche, mi ex me entregó los papeles que me obligan a llevar a Vivi para
la prueba de ADN.
Siento que todos los ruidos del estadio se apagan a la vez, sustituidos por un
zumbido de ruido blanco de sorpresa y confusión.

―¿Qué?

―Rob está disputando su paternidad.

―¿Por qué?

―No lo sé. Era demasiado cobarde para entregar la carta él mismo. Pero si
tuviera que adivinar… Sólo para remover la mierda. Sólo para meterse donde no le
llaman.

Puedo escuchar murmullos silenciosos.

―Hizo lo mismo con Summer. Aparecía de la nada. La llamaba, aparecía para


verla. No fue hasta que Rhett le tiró esa bomba que se detuvo.

―¿Está Summer contigo?

―Sí. Ha estado mirando los papeles. Hemos tenido una conversación


largamente esperada.

―¿Qué está pasando? ―Rhett se acerca al escuchar el nombre de su esposa.

Le hago una seña con la mano.

―Denúncialo. Tira tu propia bomba.

La línea se queda en silencio durante unos compases.

―Sabes que es complicado. Es que... No quiero meter a todo el mundo en


esto. Han fijado la fecha del juicio para la semana que viene. Summer me va a
buscar un buen abogado de familia.

―Nosotros, Winter. Búscanos un buen abogado de familia.

―No.

―Voy a volver...

―Theo, no. Te quedas en el camino. Vas a conseguir esos putos puntos. Y no


vas a arreglar otra cosa desordenada en mi vida. Una de las cosas que más me
gustan de ti es que no me tratas como si necesitara que me salvaran. Y no lo
necesito. Soy la que se casó con él. Soy la que le ha hecho el juego en todo
momento. Arreglaré esto. Tú no pediste nada de esto.

―No. Yo lo elegí.

Se queda callada un momento. Y luego otro. Entonces un pensamiento que


odio con cada fibra de mi ser aparece en mi mente. Uno que debería haber tenido
hace mucho tiempo. Uno que dejé de lado mientras me arremangaba y me ponía a
trabajar para corregir los errores que había cometido.

Una que nunca pregunté directamente.

―Yo… ―Estoy tan desprevenido, tan enfadado con Rob, que estallo. Lo
digo―. Es mi hija, Winter. ¿Verdad?

Podría caer un alfiler y lo escucharía todo el mundo en un radio de 15


kilómetros. Así de silencioso es ahora.

Incluso Rhett está inmóvil, con cara de alarma mientras me mira fijamente.

El silencio es tan largo que aparto el teléfono de mi cara para ver si la llamada
sigue conectada. Los segundos pasan, como si mi teléfono contara los instantes
que siguen a la bomba nuclear que acabo de lanzar. La devastación empeora con
cada segundo que pasa.

―Bueno, supongo que estamos a punto de averiguarlo ―me responde con


voz dura. No se parece en nada a la mujer que conozco.

Entonces los segundos dejan de correr y la pantalla se desvanece en


columnas de cubos.

Cuadrados de colores que no significan nada para mí mientras los miro


fijamente.

Estoy ahogado. Estoy herido. Me enfado. Semanas de emociones se


derrumban a mi alrededor. Semanas de emociones que he alejado en nombre de la
responsabilidad y la madurez. Semanas cuidando de la gente que me rodea, pero
sin cuidar de mí mismo.
Y arremetí contra la maldita persona equivocada.

Quiero arrastrarme hasta el teléfono y arrancar esas palabras una a una.


Deshacerme de haberlas dicho. Acabo de pensar lo peor de una mujer que se ha
pasado la vida sintiendo que todo el mundo piensa siempre lo peor de ella.

Y le escupí esas palabras a la cara.

―Eso no fue lo correcto, Theo. ―La voz áspera de Rhett llega a mis oídos
mientras me apoyo en las frías taquillas metálicas que tengo detrás y cierro los
ojos, con el estómago revuelto por las náuseas instantáneas.

―Lo sé.

Mamá: Theo, por favor, contesta el teléfono. He intentado llamarte varias veces.

Rhett: Envíame un mensaje cuando vuelvas a salvo.

Summer: Voy a arreglar esto.

―¿Qué?

Me tumbo en una de las dos camas de matrimonio de mi triste y aburrida


habitación de hotel, con el teléfono pegado a la oreja y una toalla alrededor de la
cintura.

―¿De vuelta a salvo? ―Está tranquilo donde quiera que esté Rhett.
Claramente, él tampoco salió.

―Sí. ―No sé por qué me llama si acabamos de vernos y nos alojamos en el


mismo hotel―. ¿Qué pasa?

―Sólo quería ver cómo estabas.


―Vi el mensaje. ¿Vas a venir a frotarme la espalda para dormir también?

Lo escucho soltar una carcajada.

―Puedo si quieres.

―No. Estoy bien.

―¿Seguro?

―No. Pero lo haré.

―Deberías llamarla.

Gimo.

―Lo sé.

―¿Vas a hacerlo?

―Por la mañana. Necesito un segundo para aclarar mis ideas. Desde el día
que supe lo de Vivi, dejé todo lo que estaba haciendo y me metí de lleno sin
pensármelo dos veces. He estado en modo supervivencia y hoy... hoy me ha
jodido.

―Amigo. Esa niña es tuya. Es prácticamente tu doppelgänger. No sé


cómo ninguno de nosotros lo vió.

―Lo sé. Lo sé, lo sé. Pero hay una voz persistente que no deja de
preguntarme: ¿Y si no lo es? ¿Y si hubo algún error? La noche que nos enrollamos,
ella aún no le había dado los papeles del divorcio, así que no es que sea imposible.
Yo no la juzgaría. Y no cambiaría nada.

Rhett guarda silencio unos instantes.

―¿Si Vivi no fuera tuya todavía querrías estar con Winter?

―Por supuesto que seguiría queriendo estar con Winter. He deseado a Winter
desde la primera noche que puse mis ojos en ella. Yo también querría a Vivi. Pero
estaría destripado. Puede que Winter haya sido la que intentó quedarse
embarazada durante mucho tiempo, y puede que yo sea el que tropezó con la
paternidad por accidente, pero las amo, Rhett. Las amo.
―Entonces deberías llamarla y decirle eso.

Siento como si lo hubiera hecho, pero ella es tan jodidamente tímida que no
me lleva a ninguna parte. No quiero meterle prisa, presionarla, preguntarme si
me aguanta para apaciguar alguna inseguridad mía.

Pero no comparto eso con Rhett. Eso se siente personal. Es algo que se está
desarrollando entre Winter y yo, y nadie más tiene que estar al tanto de esa parte
de nosotros.

―Sí, lo haré ―es lo que digo en su lugar, habiéndome conformado ya con


lamerme las heridas y hacer una fiesta de lástima esta noche. Porque esta noche,
cuando me dijo que no me quería allí por algo que concierne a mi hija... Lo sentí
como una bofetada en la cara. Mi madre me dijo una vez que los actos de servicio
son mi lenguaje del amor, la forma en que demuestro que me importas.

Y Winter no quiere eso de mí.

A veces me preocupa que Winter nunca me ame como yo la amo a ella. O tal
vez soy yo siendo codicioso. Tengo tantas ganas de escucharla decirlo que me
duele.

―Descansa un poco, ¿de acuerdo? Quiero verte mañana en el podio mientras


Emmett se enfurruña en el vestuario.

―Entendido, entrenador.

Apago el teléfono y me quedo tumbado, mirando al techo.

Odiándome a mí mismo. Odiando lo que dije. Odiando estar aquí en vez de


allí, con ellas.

Llamo a Winter, pero no contesta. La llamo otra vez. Y otra vez. Todo es en
vano. Antes de rendirme y hundirme en el entumecimiento de la noche, con los
ojos clavados en el ventilador que hay sobre mí hasta que me mareo.

Mi teléfono zumba en mi mano y doy un respingo, esperando que sea ella.


Pero es mi madre. Otra vez.
Pulso el botón lateral para ignorar la llamada. Quiero a mi madre, me
encanta que se preocupe tanto como para llamarme, pero tengo que resolver mis
cosas solo. Hace mucho tiempo que no estoy solo.

A los pocos minutos vuelve a vibrar. Esta vez me llama Summer. Vuelvo a
ignorarlo.

Con los años, me he acostumbrado a valerme por mí mismo. No he tenido


que rendir cuentas a nadie.

Ahora es como si estuviera al límite. Soy demasiadas cosas para demasiada


gente. Mis objetivos y mis necesidades parecen chocar con esta nueva perspectiva
de la vida, con estas nuevas personas en mi vida.

Llevo años deseando nada más que ser mi padre. Ganar un campeonato de la
WBRF para poder decir que he seguido sus pasos. Ahora, lo que quiero aún más es
ser el padre que él nunca pudo ser porque no pudo renunciar a su sueño. Nunca
fue suficiente.

Sigo queriendo ganar, pero también quiero otras cosas.

Me siento como Winter cuando necesitaba ese tiempo a solas en el baño.


Tiempo a solas haciéndose las uñas.

Es mi turno. Estoy enfermo por esta noche. Mi corazón está cargado de


arrepentimiento. Pero necesito un momento a solas para dejar que los
pensamientos de mierda me consuman, para poder despertarme preparada para
volver a Chestnut Springs y cavarle a Rob Valentine un bonito y profundo agujero
donde vivir.

Uno del que no pueda salir arrastrándose y volver a destrozar a mi familia.

Pero a medianoche de un viernes, no hay mucho que pueda hacer. Así que
apago el móvil, lo enchufo al otro lado de la habitación y caigo en un sueño agitado
en el que sueño con Winter y Vivi y con lo mucho que las echo de menos.

Entonces sueño con esa noche.


Treinta y cinco
Winter
*Tres llamadas perdidas de Theo*

―Ma.

Me despierto con Vivi metiéndome el dedo en la fosa nasal en una habitación


a oscuras.

―Viv, ¿qué estás haciendo?

Ruedo hacia ella, con la esperanza de que vuelva a dormirse, pero se resiste a
mis abrazos como si fuera un asaltante del que necesita escapar, así que la suelto.

Lo primero que hace es tocarme las tetas, como si quisiera saber que la leche
está ahí y que es una opción. Luego se mete debajo de las sábanas y sé lo que está
buscando.

Peter.

Está acurrucado entre mis pies en mi cama, donde claramente me estrellé


mientras dormía a Vivi. No he intentado ponerla en su cuna desde que Theo se fue.
Me he encariñado con su firme calor y estoy usando a Vivi como la almohada más
pequeña del mundo.

Uno que me hurga la nariz y me agarra las tetas en mitad de la noche.


―¿Por qué te gusta tanto estar despierta? ―Gimo, me froto la cara y miro la
hora en el móvil.

Medianoche.

Los recuerdos se agolpan a medida que recupero la conciencia. El rodeo. La


prueba de paternidad. Theo y su actitud de mierda.

Se va a llevar una bronca por esa estúpida indirecta.

―Hola. ―La puerta se abre de golpe y veo la silueta menuda de Summer en el


umbral―. ¿Ya estás despierta?

―Aparentemente ―murmuro entre dientes.

―De acuerdo, genial. ―Mi hermana parece despierta.

Cuando la cama se hunde a mi lado, mis manos se apartan de mi cara.

Summer se mete debajo de las sábanas sin preguntar y yo no puedo hacer otra
cosa que mirarla. Es algo que me hubiera gustado hacer cuando éramos niñas.

Se tumba y me mira, con las manos cruzadas bajo la mejilla. Vivi suelta una
risita desde debajo de las sábanas.

―Al menos está de buen humor. Eso ya es algo.

―Siempre está de buen humor. Es como su padre.

Summer junta los labios y me mira fijamente.

―¿Crees que es por eso...?

―¿Dijo lo que dijo esta noche? ―Hablarle mal a su madre me pareció


terriblemente inmaduro, así que me quedé pensativa hasta que se fueron todos
menos Summer. Entonces despotriqué y deliré con ella sobre lo que dijo por
teléfono.

―Sí. ¿Estás enfadada con él?

―Tal vez. Pero no como podrías pensar. También me siento aliviada, porque
he estado esperando a que cayera este zapato. Su compromiso paciente e
inquebrantable es sobrehumano. No es normal. Por primera vez, he tenido la
oportunidad de verlo como un ser humano normal e inseguro. Se cómo reacciona.
Esta persona feliz, soleada, constantemente optimista es encantadora, pero siento
que es... una fachada.

―¿Te lo ha preguntado antes?

―No desde la primera noche, cuando no paraba de preguntarme si estaba


segura. Pero nunca una pregunta directa sobre la paternidad o el momento. Y eso
es lo primero que yo habría preguntado.

―¿Así que has estado esperando a que surgiera esto?

Asiento con la cabeza.

―Sí, creo que sí. Parece una progresión natural por cómo nos metimos en
esto. Creo que las noticias de Rob eran una amenaza para esta nueva normalidad
que hemos creado. Él simplemente... joder, Sum. Apareció de la nada actuando
como un gran Papá Mandón que se abalanzó para arreglar toda mi mierda. Ni
siquiera pestañeó.

―Por favor, dime que no lo llamas Papi.

Una carcajada brota de entre mis labios.

―Sólo cuando hablo con Vivi. He intentado que se lo diga como sorpresa para
él. Hasta ahora, lo más cerca que lo he conseguido es que señale a Peter y diga:
¡Papá! Así que estoy segura de que primero dijo perro. Por favor, llévate eso a
la tumba. A Theo le sentó fatal perderse esos primeros días con ella y estoy segura
de que se lo atribuiría a eso.

―Bueno, tampoco es que Peter estuviera por aquí entonces.

Pongo los ojos en blanco y siento las diminutas manos de Vivi mientras se
arrastra de nuevo por mi cuerpo.

―Oye, ¿Win? Voy a decirte algo y quiero que no te cierres.

Asiento con la cabeza, mi mejilla cruje contra la almohada mientras me


muevo para reflejar la posición de Summer.
―De acuerdo.

―He estado sentada leyendo un poco. Repasando la carta. Haciendo un poco


de búsqueda. Y creo que es hora de denunciar a Rob a la junta médica por lo que
pasó conmigo. Incluso si no sale nada de ello, nos dará a ambos la libertad de
seguir adelante de verdad.

Vivi está ahora en mi estómago y tiro de ella hacia arriba. Esta vez no se
resiste a mi abrazo.

Se acurruca en mi cuello como si supiera que lo necesito.

―Nunca quise arrastrarte de nuevo a su órbita. Él es tan... ineludible, y


finalmente lo hiciste. Yo también quiero hacerlo.

Levanta el hombro encogiéndose ligeramente de hombros.

―Sí, pero ahora se mete con mi hermana, así que se ha puesto en mi órbita.
Déjame ayudarte a deshacerte de él.

Me escuecen los ojos.

―Lo siento.

―No, no te disculpes. Hagámoslo juntas. Hermanas. ¿Sí?

―Sí. Hermanas. ―La habitación está suavemente iluminada por la luz del
pasillo, y veo dientes blancos mientras sus labios se estiran en una sonrisa
complacida.

Me parece que no soy muy colaboradora. Que nunca le habría pedido que
hiciera esto si ella no se hubiera ofrecido. Se siente bien, no estar sola en esto.

Y de repente, todo lo que quiero es a Theo.

La voz de Theo. Los brazos de Theo. El guiño arrogante de Theo. Quiero que
vuelva aquí, abrazándonos. Yendo a esa cita en la corte.

No quiero hacer nada de esto sola. No necesito hacerlo sola porque, por
primera vez en mi vida, tengo gente que quiere estar ahí conmigo.
Todo y todos a mi alrededor han cambiado. Pero más que eso, yo he
cambiado.

―Voy a llamar a Theo. Alimenta a la niña infernal y luego nosotras...

―¿Puedo quedarme a dormir? ―Summer suelta―. No quiero conducir de


vuelta al rancho. La casa está sola sin Rhett, y el gimnasio está justo al otro lado del
callejón.

No puedo evitarlo. Se me escapa una risita. Oficialmente me siento como una


niña pequeña.

―Sí, Sum. Me encantaría hacer una pijamada. Volveré.

Levanto a Vivi en brazos y me dirijo al salón, donde la televisión sigue en


pausa con una imagen de Theo sentado en los paneles de la valla. Me quedo
mirando la sonrisa juguetona de su atractivo rostro y la mano que se pasa por el
pelo.

Vivi señala.

―¡Papá!

Busco su cara.

―¿En serio? ¿Ahora lo dices?

Parpadea.

Señalo la televisión.

―¿Quién es, Vivi?

―Papapapapa.

Con una sonrisa, me dejo caer en el sofá, me levanto la camiseta y llamo a


Theo.

―Deberíamos contárselo a papá, ¿no? Darle una buena noticia esta vez.

Pero salta el buzón de voz. Miro el teléfono con el ceño fruncido. Las doce y
diez.
Podría estar durmiendo. Yo debería hacer lo mismo. Una vez que Vivi está
convenientemente adormilada, vuelvo a la cama, donde Summer se ha quedado
dormida, roncando suavemente.

Me subo, pero lo único que hago es preocuparme. Vivi se queda dormida


entre nosotras, pero yo no. Me levanto y vuelvo a llamar a Theo.

No hay respuesta.

Intento que mi cabeza no vuelva a cómo empezamos. Aquellos días en los que
lo llamaba y le mandaba mensajes para decirle algo, todo en vano.

Me machaco por no haber sido más comprensiva en su único momento de


frustración. Me preocupa haberle llevado a hacer algo que arruinará todo lo que
hemos creado.

Mi mente es una bestia que se ha escapado con todos mis pensamientos


racionales. Cada inseguridad. Cada preocupación insignificante. Todos ellos se
filtran a la vanguardia hasta que son todo lo que puedo ver.

Y cada vez que me levanto para llamar a Theo . . . Va directo al buzón de voz.

Doy vueltas. Me doy la vuelta. Al final me voy al sofá, donde finalmente


encuentro el sueño. Pero no descanso, no realmente. En lugar de eso, sueño con
esa noche y con lo bien que me sentí estando con él.
Treinta y seis
Winter
Esa noche...

Apenas se han cerrado las puertas del ascensor, Theo abre la boca y me hace
sonrojar.

―Estoy deseando ver lo jodidamente hermosa que estás cuando te corras con
mi nombre en los labios.

Las palabras me hacen aspirar un suspiro repentino. Pero no me ayuda a


recuperar el aliento porque Theo está sobre mí. Sus dedos están en mi cabello, las
palmas me agarran la cabeza. Sus labios trabajan sobre los míos, la mezcla perfecta
de suavidad y dureza. El ritmo perfecto para que encuentre mi camino y me ponga
al día con él.

Cuando siento su lengua deslizarse por la mía, gimo. No es baboso, no me la


mete como si conquistara mi boca sin pensarlo. Me engatusa, me hace querer más
atormentándome con no darme nunca lo suficiente.

―Más ―es todo lo que puedo verbalizar, todo lo que me siento cómoda
diciendo. Todo lo que sé es que quiero más. Más de esto. Más de él. Más de este
sentimiento.

Un gruñido retumba en su pecho en respuesta, y él empuja su muslo entre mis


piernas y me empuja contra la pared. Mi cuerpo se sacude, pero él no se detiene.

Ahora me besa con rudeza y yo le devuelvo el beso. Su barba raspa mi piel y me


araña las mejillas. Mis dedos agarran su camisa, aprietan la tela y tiran de él
para que se acerque. Lo quiero mucho más cerca.
Huele a tequila, a naranjas y a especias. Quiero zambullirme de cabeza en una
piscina de ese aroma. De él.

Me aprieto contra su muslo, sin importarme si eso me hace parecer


desesperada. Desvergonzada.

Esta noche, soy todas esas cosas y me estoy despojando de todas las partes de
mí que me dicen que debería importarme.

La suave tela del jersey blanco me sube por los muslos mientras me aprieto
contra él.

―Joder, Winter. ―Se aparta y mira hacia abajo, donde estoy montada en su
pierna. La piel desnuda se extiende entre la parte superior de los calcetines hasta el
muslo que asoman de mis botas y el dobladillo despeinado de mi vestido de
jersey―. Hazlo otra vez.

―¿Qué? ―Resoplo, sintiendo el sofoco de mis nervios encendidos


mancharme las mejillas.

No me mira a la cara. Me toca el cabello con una mano y con la otra juega con
la parte superior de mis medias.

―Esa cosa con tus caderas. Móntame la pierna.

―¿Por qué?

Una sonrisa cómplice adorna sus labios torneados.

―Porque te ves bien haciéndolo, y apuesto a que se siente bien. ¿Verdad? ―Su
mano se desliza por mi muslo desnudo, justo por debajo del vestido. Una mano
cálida y callosa me agarra el culo.

No me muevo. En realidad, mis labios se vuelven hacia abajo. Mi cuerpo me


pide a gritos que lo haga, porque la forma en que estoy impidiendo que mis caderas
se muevan es casi dolorosa. Pero mi cabeza me juzga, me dice que no es una forma
correcta de comportarme.

Y Theo me lee como un puto libro.


―¿Vas a despojarte esta noche de esa personalidad de zorra rica remilgada y
disfrutar? ¿O quieres que te folle educadamente, como estás acostumbrada?
Apagar las luces. ¿Darte una palmadita en la cabeza y las gracias cuando haya
terminado, pero tú no?

―Que te jodan ―muerdo, justo cuando mis caderas giran, mi clítoris


arrastrándose contra la tela que nos separa.

Se ríe, profundo y cálido.

―Eso es chica, tómalo. Toma lo que quieras, y a quién carajo le importa lo que
piensen los demás. ―Sus dedos se clavan en mis glúteos mientras mueve sus
antebrazos, forzándome a ir y venir sobre su pierna.

Jadeo cuando suena el ascensor. Mi cabeza voltea hacia las puertas que se
abren, como si pudieran atraparme con la falda levantada, moliéndome sobre la
pierna de un hombre que parece un dios y habla como una estrella del porno.

Pero entonces me pone las dos manos en el culo y me levanta. Chillo cuando
mis brazos encuentran su cuello y él sale a grandes zancadas del ascensor,
llevándome en brazos. Más allá de la mesa con flores falsas. Más allá de la silla en la
que estoy segura de que nunca se sienta nadie.

―Alguien podría vernos ―susurro, aunque dudo seriamente que este hotel de
pueblo esté muy animado a estas horas de la noche.

―¿Sí? ―Se gira y me empuja bruscamente contra una puerta, sacudiendo las
bisagras mientras vuelve a asaltarme la boca.

Mis piernas rodean su cintura y vuelvo a apretarme contra él.

―¿Eres tú?

Sonríe contra mi boca, rechinando de nuevo dentro de mí y haciendo sonar la


puerta.

―No.

―¡Theo! ―Siseo, empujándolo.


Me toma las muñecas con una mano y me las presiona por encima de la
cabeza. Se escucha otro golpe al hacerlo.

―¿Quién es? ―La voz al otro lado de la puerta me deja helada, pero Theo sólo
suelta una risita. Sus labios y su lengua siguen moviéndose contra mí. Es como si
me alimentara con su risa, porque yo me río. Y esto es una locura.

De repente, nos levanta y nos hace girar. Atravesamos el pasillo y más abajo,
donde me aprieta contra una puerta completamente nueva. Cuanto más nos
acercamos a su habitación, más se rompen las ataduras que me mantenían sujeta.

―Lo siento, Tink. ―Sus dientes se arrastran por mi cuello. Muerde y chupa―.
Esos calcetines me están volviendo loco. No pude llegar hasta mi habitación sin
hacer una parada rápida.

La puerta del otro lado del pasillo se abre y, por encima del hombro de Theo,
veo a un hombre de mediana edad en calzoncillos con el mando de la tele en la
mano. Tarda un minuto en darse cuenta de lo que estamos haciendo.

Entierro la cabeza en el cuello de Theo para evitar sus ojos.

―Mierda ―susurro.

―¡Consigue una habitación! ―grita.

―¡Lo estamos intentando! ―responde Theo, girando la cabeza para sonreírle.

Permanezco escondida en el pliegue de su cuello, disfrutando de la sensación


de su cuerpo envuelto protectoramente alrededor del mío.

La única respuesta que obtenemos del tipo es el portazo. Entonces, en una


ráfaga de movimientos y besos y manos desesperadas, caemos en la habitación de
Theo. Sólo una lámpara en la esquina ilumina el espacio, dándole un cálido y tenue
resplandor.

Theo me deja a los pies de la cama y me dice―: Desnúdate.

Respiro hondo y me doy ánimos a mí misma.

Voy a hacerlo. Y voy a disfrutarlo. Me voy a sentir bien.


Antes de darme cuenta, me estoy poniendo el vestido de manga larga por
encima de la cabeza. Lo tiro sobre el escritorio y me quedo delante de él en
sujetador y bragas blancas, rematados con un par de medias altas. A pesar de que
sus ojos me devoran, mantengo la atención en el escritorio, demasiado tímida para
encontrarme con la mirada de Theo.

―Joder. Mírate. ―Me quita los tirantes del sujetador de los hombros antes de
ponerse detrás de mí y soltar el cierre casi mejor de lo que yo puedo.

Intento no pensar en cuántos sujetadores se ha quitado.

Cuántas veces ha hecho esto con otras mujeres al azar.

―Los ojos en mí, Winter. ―Sus dedos presionan mi barbilla para girar mi
cabeza―. ¿En qué estás pensando?

―Que probablemente hayas quitado muchos sujetadores.

―Me he olvidado inmediatamente de cualquiera de ellos. Sólo puedo


pensar en lo perfecta que estás así. ―Se arrodilla y me da un beso en el
estómago―. Todas las formas en que voy a arruinarte esta noche. Sólo te veo a ti,
Winter.

Unos dedos se enganchan en la cintura de mi tanga, tirando de él hacia abajo


hasta que queda a medio muslo, estirado entre mis piernas. Theo Silva está a la
altura de mi coño.

―Como dije. ―Se lame los labios―. Perfecta.

―Apuesto a que siempre dices eso.

Su mejilla se crispa, su mirada sigue fija entre mis piernas.

―Créeme, no lo hago. ―Sus ojos se vuelven hacia los míos―. ¿Qué debo hacer
ahora?

―No lo sé. ―Respiro fuerte y rápido, el ritmo cardíaco se acelera―. ¿Por qué
tenemos que hablar de ello? ¿No puedes hacerlo sin más?
―Oh, porque me gusta escucharte decirlo. El tono de tu voz. La forma en que
estás todo rosada en este momento, jadeando por la idea de tener que pedir lo que
quieres.

Me falla el cerebro. Mi boca no se mueve. Lo único que puedo hacer es mirar


fijamente a este hombre increíblemente sexual arrodillado frente a mí, pidiéndome
que diga cosas que nunca he dicho.

Tiene la boca curvada en una sonrisa cómplice. Estoy tan fuera de mí que ni
siquiera tiene gracia.

―¿Te meto los dedos? ―Su pulgar se desliza por mi coño, girando en círculos
sobre mi clítoris.

―¿O te lamo ? ―Su cabeza baja, la punta de su lengua refleja el movimiento.

Mi cabeza cae hacia atrás, las manos en su cabello oscuro.

Gimo.

―Usa tus palabras, Winter. ¿Cuál?

―No lo sé ―repito sin aliento, convirtiéndome en un charco para este


hombre. Siento cómo me derramo a pesar de que apenas me ha tocado.

―De acuerdo entonces, puedes mostrarme cómo te lo haces, y descubriremos


juntos lo que realmente te gusta.

Agacho la cabeza.

―¿Qué?

Pero ya está de pie, empujándome contra la cama. Mis rodillas chocan


contra el borde y caigo de espaldas. Me quita las bragas y desliza las palmas de las
manos por el interior de los muslos para separarme.

Sus manos agarran la parte superior de mis calcetines mientras me mira


fijamente, con los ojos encendidos.

―¿Y las medias? ―pregunto estúpidamente.


―Deja las medias. Me gustan las medias. Ahora tócate. Enséñame cómo lo
haces. ―Me empuja más arriba en la cama hasta que se asoma a mi cuerpo
separado.

―Joder ―murmuro, acercando una mano temblorosa y pasándomela por


encima. Ya estoy mojada, cuando normalmente no lo estoy.

No dice nada, solo me aprieta los muslos y observa cómo mi dedo índice
recorre mis labios interiores. Aprieto los ojos, intentando no pensar en lo que le
parezco.

―Eres jodidamente hermosa, ¿lo sabes? ―Su voz es áspera ahora.

Añado el dedo corazón, frotando distraídamente, pero son sus manos las que
quiero. No las mías. Las mías son nerviosas y sin inspiración. Las suyas son ásperas
y hábiles.

―¿Es así como te tocas?

Abro los ojos para encontrarme con los suyos.

―Yo... Quiero decir, ¿sí? No lo hago mucho. Estoy ocupada y nunca me parece
un buen uso del tiempo. Y nunca... me convence.

Gime y cae de rodillas.

―Que te sientas bien es el mejor uso de mi tiempo. Mete un dedo. A ver...

Gimo y hago lo que me dice, enroscando el dedo dentro de mí. El mero hecho
de saber que me está mirando lo hace diferente, mejor de algún modo.

Estoy resbaladizo y lo único que hago es sacar más humedad con cada lenta
embestida.

―¿Cómo es eso?

Me duelen los pezones y apenas puedo respirar, pero es...

―No es suficiente ―murmuro, sinceramente.

Me quita una mano del muslo y se inclina un poco, todavía por encima de mí.
Respiro cuando siento que su dedo se une al mío.
―De acuerdo, vamos a intentarlo juntos.

Ni siquiera me molesto en intentar hablar. Es inútil. Todas mis palabras


desaparecen cuando su grueso dedo se desliza bajo el mío. Nuestras manos chocan
mientras me toca.

Tras unos suaves empujones, añade un segundo dedo. Mi espalda se arquea


sobre la cama en una silenciosa súplica de más.

Quiero más, más, más.

―¿Mejor? ¿Está más cerca de ser suficiente?

―Sí.

Gime cuando aprieto a nuestro alrededor.

―Usa esa mano libre. Veamos cómo juegas con tus tetas mientras yo juego con
tu coño.

―Oh Dios mío. ―Le he dicho a este hombre que no me corro, pero podría
hacerme mentirosa. Porque mientras acaricio mi pecho y hago rodar mi pezón
entre mi dedo y mi pulgar, me retuerzo en la cama.

―¿Sabes lo que pienso, Winter?

Se me ponen los ojos vidriosos cuando miro al hombre oscuro y peligroso que
tengo encima. Sacudo la cabeza.

―Te estoy observando. Viendo cómo te arqueas la espalda mientras se te


ponen duros los pezones, sintiendo cómo te haces un lío con mi mano antes de que
haya empezado de verdad. ―Sonríe, dejando caer su mirada hacia donde ambos
seguimos encajados entre mis piernas―. Creo que la única razón por la que no te
corres es porque has estado follando con un hombre que no sabe lo que necesitas.
Un hombre perezoso en la cama. Que no sabe cómo cuidarte. Pero está bien, porque
te mostraré cómo se siente eso esta noche.

Asiento con la cabeza, sin dejar de trabajar en mi pecho, observando cómo


Theo se arrodilla al final de la cama.
―Ahora quita tus dedos de mi camino. Tengo hambre.

―Está bien, no hace falta ―le digo, agarrándolo del cabello, intentando que
vuelva a levantarse.

―Sí, pero quiero ―es todo lo que dice.

Entonces su boca está en mí y estoy teniendo una experiencia fuera del


cuerpo. Rob nunca, nunca ha hecho esto por mí. Y nunca tuve la necesidad de
pedírselo. Incluso si lo hubiera hecho, estoy segura de que no se habría sentido así.

Como si me consumiera. Como si no tuviera suficiente.

Los dientes de Theo rozan mi clítoris y me sobresalto en la cama, con la visión


borrosa.

―¡Joder!

Me mete un dedo para que trabaje con su lengua y soy una masa de miembros
retorciéndose y gimoteando.

―Theo. Yo... Dios mío. Joder. Esto es… ―No puedo hilvanar una frase
coherente. Lo único que sigo pidiendo es―: Más.

Y cuando añade un segundo dedo, la boca succiona mi clítoris mientras me


empala con rudeza, más es lo que obtengo.

Más de lo que he conseguido nunca.

En cuestión de minutos, tengo un orgasmo a manos del hombre más


exasperante y persistente que he conocido.

Y ni una sola parte de mí lo lamenta. De hecho, quiero más.


Treinta y siete
Theo
Esa noche...

No dice nada cuando se corre, pero sus piernas tiemblan sobre mis hombros.
Su coño palpita en mis dedos y se tapa la cara con las manos como si no pudiera
creer lo que acaba de pasar.

―Es difícil verte gritar mi nombre cuando te tapas la cara así, Tink. ―Sacude
la cabeza y escucho una suave carcajada cuando me separo de su cuerpo,
observando cómo se le levanta el pecho y se le erizan los pezones. Me desabrocho
el cinturón antes de que salga de su escondite―. Supongo que eso significa que
tendré que hacer que te corras otra vez.

Eso hace que se le caigan las manos.

―¿Otra vez?

Mis cejas caen como si no me impresionara su sorpresa.

―Y otra vez. Y otra vez. Hasta que no puedas moverte.

―Ya siento que no puedo moverme. ―Deja caer las manos a su lado y se queda
mirando al techo.

―Vas a tener que hacerlo, porque aún no he terminado. ―La agarro por los
tobillos y tiro de ella hasta el borde de la cama, para que abra las piernas y yo me
coloque entre ellas. Me quito la ropa. Camisa, vaqueros, calcetines, calzoncillos.
Todo se ha ido.

Lo único que queda es la mirada sorprendida y excitada de Winter.


―¿Disfrutando de la vista?

Ella traga, la columna de su garganta se balancea.

―Sí. Eres…

Muevo la cabeza, curioso por saber adónde quiere llegar.

Levanta la mano y sus dedos temblorosos recorren suavemente mi vientre,


trazando mis abdominales, siguiendo la línea en V que desciende hasta mi ingle.

―Estúpidamente caliente. ¿Como... qué carajo?

Aprieto los labios, no quiero reírme ahora. No porque sea gracioso, sino
porque por fin ha dicho algo sin filtro.

Mi polla ya está muy dura por haberla follado con los dedos. Pero la bombeo
varias veces.

Me gusta la forma en que sus ojos se fijan en el movimiento.

―Abre la boca, Winter.

Me mira con los ojos muy abiertos y separa los labios. Los recorro con la
cabeza y veo cómo la gota de semen se esparce por su labio superior. Veo cómo saca
la lengua, como si se muriera por probarme, antes de volver a abrir la boca.

No creo que pretendiera que fuera tan sensual, pero me descoloca. Pierdo el
control. Tomo dos puñados de su cabello y empujo mi polla entre sus labios.

Zumba satisfecha y el sonido me hace vibrar. Mi cuerpo se contrae


cuando me retiro y vuelvo a penetrarla. Es un paraíso tener su cálida boca a
mi alrededor, su lengua arremolinándose, sus manos recorriéndome el torso
mientras controlo su cabeza.

Su mirada revolotea hasta la mía, llena de fuego. Deseo. Ni rastro de hielo


hasta donde alcanza la vista.

Su cabeza baja cada vez más, sus manos agarrando mi culo. Me traga como si
no tuviera suficiente. Cuando llega demasiado lejos, se echa un poco hacia atrás,
con los ojos vidriosos mientras evita ese reflejo.
Luego vuelve a bajar a por más.

―Eso es. ―Gimo―. Ahógate, Winter.

Ella lo hace, llevándome tan atrás como puede.

Me está volviendo loco, empujándome hasta el final. No quiero llegar todavía,


así que me retiro.

―Aún no estoy listo para correrme, Tink. No antes de follarte. ―Le paso un
pulgar por los labios hinchados para limpiarle la saliva, me inclino y le susurro al
oído―: ¿Cómo debería follarte primero?

Se lame los labios, un aleteo nervioso se apodera de sus pestañas. No espero


que diga nada, pero dice en voz baja―: Por detrás.

―¿Eso es lo que te gusta? ―Mi pulgar roza su mejilla mientras ella asiente―.
Bien. Le doy un pellizco en la oreja y la tumbo en la cama, levantándole las caderas
para que levante el culo.

―¿Condón? ―pregunta por encima del hombro.

Ya estoy sacando la cartera de mis vaqueros desechados. La única respuesta


que le doy es el sonido del papel de aluminio al rasgarse y un ‘Joder’ murmurado
mientras enrollo la goma sobre mí.

Me deslizo por su humedad, observando cómo arquea la espalda y sus rodillas


se abren sobre la colcha. Está empapada para mí.

Vuelvo a golpearla. Un escalofrío recorre su espalda. Su coño palpita. Sus


caderas giran y se empuja hacia mí.

―Theo, por favor. ―Me mira por encima del hombro, con los labios rosados
húmedos y los ojos vidriosos―. Necesito…

―¿Esto? ―Me deslizo unos centímetros y sus labios se abren en forma de ‘O’.

―Sí.

Su cuerpo vibra de necesidad. Puedo sentirlo. Mi cuerpo también lo hace.


―¿Y esto? ―La presiono un poco más. Baja la cabeza y agarra las sábanas con
los dedos, como si se aferrara a la vida.

―¿Qué tal todo? ―La llevo hasta el fondo, de modo que estoy sentado
completamente dentro de su apretado cuerpo.

―Joder, sí ―sisea, dejándose caer sobre los codos mientras la agarro por las
caderas―. Muévete, por favor, muévete.

―¿Moverme? ¿O follarte? Quiero escucharte decirlo.

Sus jadeos se igualan como un golpe de tambor.

―Fóllame, Theo. Fóllame tan fuerte que olvide mi nombre.

Sí, eso es lo que necesita. Olvidar su nombre y conseguir uno nuevo.

―Felizmente ―gruño mientras salgo y me vuelvo a meter de golpe.

Su cuerpo se inclina y sus gemidos se convierten en gritos cuando alcanzo un


ritmo constante.

Mis gemidos se mezclan con el sonido húmedo de nuestros cuerpos chocando


entre sí.

Le tiro del cabello. Ella abre más las piernas.

Empujo su cabeza hacia la cama. Canta mi nombre.

Noto que empieza a desmoronarse y freno mi ataque cuando se pone


demasiado frenética, demasiado cerca.

―Más ―murmura mientras retrocedo para admirarla extendida ante mí, tan
ceñida alrededor de mi polla.

―¿Más? ―Es una glotona de castigo―. Puedo hacer más.

La levanto y me escabullo mientras nos acerco a los ventanales que dan a la


tranquila ciudad.

Fuera, la nieve se arremolina como una bola de nieve.


―Las manos en la ventana y no las muevas. ―Las coloco en el cristal por
encima de su cabeza.

―¿Y si alguien de ahí abajo nos ve?

Le agarro las nalgas y se las abro antes de colocarme detrás de ella y


deslizarme lentamente.

―Entonces supongo que van a ver lo bonito que se ve este coño apretado lleno
de mi polla.

―Dios ―responde en voz baja, mientras vuelve a apretar su culo contra mí.

Su aliento resopla en la fría ventana mientras la follo, la niebla crece y


mengua con cada pesado jadeo que sale de sus labios.

Le aprieto la garganta. Beso su cuello. Le muerdo la espalda. Ella lo toma todo,


coreando mi nombre.

Sus caderas, su espalda, sus piernas, cada movimiento que hace está diseñado
para acercarse a mí. Para hacerlo más profundo. Más fuerte. Nunca es suficiente.

―Más. Necesito más.

Mi pecho se desliza contra su espalda, nuestro sudor se mezcla mientras me


inclino hacia ella y deslizo la mano por su cuerpo para jugar con su clítoris.

―¿Así? ¿Te vas a correr en mi polla si hago esto?

Le tiembla la cabeza. Está delirando. Desquiciada. Perdida por todo. Viva de


una manera que debe ser nueva para ella. Continúo usando su coño mientras
trabajo mis dedos sobre su clítoris.

―Todavía más.

―Jodida chica asquerosa, suplicando por más ―le raspo la oreja mientras mi
mano sube por su garganta. Presiono mi pulgar entre sus labios―. Chupa.

Lo hace al instante, nuestros cuerpos se ralentizan ligeramente mientras ella


ahueca las mejillas y chupa.

―Mójalo bien, Winter. ―Su lengua se mueve ahora, saliva arremolinándose.


La saco de la boca con un chasquido. Jadea cuando le pongo la mano en el culo
y rodeo la entrada.

―¿Vas a agacharte y suplicarme más otra vez? ―Presiono ligeramente.

Se dobla por las caderas, me mira por encima del hombro y dice―: Sí. Más.

Me muevo de nuevo, deslizando mi polla dentro y fuera de su coño mientras le


meto lentamente el pulgar en el culo.

―¿Te gusta esto, Winter? Quiero escucharte decirlo.

―Sí. Así.

―¿Más?

―Más. ―Ella gime justo cuando me deslizo hasta el fondo.

―No tienes ni idea de lo jodidamente caliente que estás. De lo bien que te


sientes. El mejor polvo de mi vida ―le digo mientras vuelvo a empujar. Se agita
debajo de mí mientras toco su cuerpo como un experto.

―Theo. Joder. Eso se siente...

Sus manos resbalan sobre el cristal y le tiemblan las piernas.

―Creo que yo...

Puedo ver cómo sus ojos se abren de par en par cuando se da cuenta de que está
a punto de correrse otra vez, así que no aflojo.

―¡Theo! ―me llama mientras se desploma, y no me contengo más.

Todo se tensa y yo caigo por el mismo precipicio. Mi polla late dentro de ella
mientras me aprieta antes de que sus piernas cedan y ambos nos derrumbemos al
suelo. Un amasijo de sudor, miembros débiles y roces sin aliento.

Inclino su cabeza y la beso.

―Tan hermosa como sabía que serías.


Treinta y ocho
Winter
Presente . . .

Estoy tumbada en el sofá, deseando poder teletransportarme a la sucia


sencillez de aquella noche. La presencia de Summer me saca del sueño al que no
puedo escapar, no importa cuántas veces me despierte y me vuelva a dormir. El
sueño en el que quiero más... y lo acepto.

―Me desperté con un perro acurrucado entre mis pies y tu hija


intentando quitarme la camiseta. Sólo son las cinco de la mañana.

―Lo siento ―digo rotundamente, demasiado aturdida para reaccionar.

Summer se acerca con Vivi colgada de la cadera.

―¿Qué te pasa esta mañana? Tienes muy mal aspecto. No te preocupes por el
Dr. Imbécil, como le llama Rhett. Su rabieta terminará pronto. Es difícil discutir
con una prueba de ADN.

―No es él. Es Theo. No puedo comunicarme con él. Lo he intentado toda la


noche.

―¿No contesta? ―Cruzó la habitación y se unió a mí en el sofá.

―Va directo al buzón de voz.

―Raro.

Me froto los ojos.


―Sí, así es. Al principio pensé que se estaba tirando a alguna conejita, pero sé
que no lo haría, así que ese miedo se ha transformado en que hay algo que va muy,
muy mal. Como un accidente de auto o algo así. Incluso busqué en Google si hay
asesinos en serie activos en Billings.

Summer se tapa la boca, fingiendo disimular un bostezo, pero yo sé que era


una carcajada.

―No hay ninguna posibilidad en el mundo de que ese hombre haya mirado
siquiera a un conejito. ¿De verdad no te das cuenta de lo enamorado que está de ti?

―Lo veo, pero no me fío. Me parece demasiado... perfecto. Cada vez que algo
parece perfecto, me explota en la cara. Una hermana. Un marido. Un bebé. ―Echo
la cabeza hacia atrás y cierro los ojos―. No quiero que Theo explote. Nunca me
recuperaré.

―Ma. ―Vivi se acerca a mí y yo la levanto. Su suave tacto en mis brazos


nunca deja de reconfortarme.

―Llamaré a Rhett y veré...

―Sí, ¿podrías llamar a Rhett y preguntarle en qué hotel y habitación está?

―¿Qué?

―Justo después de buscar asesinos en serie, reservé un vuelo a Billings a las


ocho de la mañana para poder echarle la bronca a Theo en persona. Porque por
teléfono no va a ser suficiente después de esta mierda.

Summer abre los ojos, pero se recupera rápidamente.

―De acuerdo, empeñaré a mis clientes por la mañana y te llevaré al


aeropuerto.

Theo nunca se echó atrás cuando le gruñí. Y ahora voy a devolverle el favor.

¿Porque él y yo? Somos más.


Treinta y nueve
Theo
Rhett: ¿Está s vivo?

Theo: Sí. ¿Por qué?

Rhett: Ha sido un placer conocerte.

Theo: ¿Qué se supone que significa eso?

Me paseo por mi habitación, con el teléfono en la mano, practicando lo que


voy a decir cuando llame a Winter.

Sentirlo no es suficiente, así que tengo que averiguar cómo puedo disculparme
por la forma en que dudé de ella.

Porque no me limité a lanzar una pregunta sobre la paternidad. Cuestioné


su integridad. Y eso es algo que nunca he dudado de Winter, no importa lo
espinosa o inaccesible que fuera.

Un golpe en mi puerta me sobresalta, y debe ser Rhett. Seguro que su mujer


ya le ha echado la bronca. Apuesto a que viene a hacerme entrar en razón.

―¿Qué? ―Gruño mientras abro de golpe la puerta de la habitación del hotel.


El mundo entero se paraliza a mi alrededor y me detengo en seco.

Winter está de pie en el pasillo, con una bolsa de viaje colgada del
hombro, los ojos entrecerrados como si fuera a estrangularme sólo con su mirada.
En cambio, Vivi me sonríe desde su cochecito, con el pollo de goma de Peter en
la mano. Y cuando miro más abajo, Peter está atado al extremo de una correa,
temblando, como siempre.

―¡Pa! ―Vuelvo la cabeza hacia Vivi, que me señala―. Papapapapa.

―¿Acaba de decir 'papá'?

Winter levanta la cadera y sus uñas blancas como perlas golpean su bíceps.

―Lo dijo, Theo. Lo dijo anoche por primera vez cuando te vio en la tele. Y
cuando intenté llamarte para contártelo, ¿sabes lo que pasó?

Trago saliva, pero eso no ayuda a que se me forme un nudo de terror en la


garganta. Se siente atascado ahí, como si creciera cuanto más tiempo estoy aquí
juntando las cosas.

―Fue directo al puto buzón de voz, Theo. Toda. La. Noche. ―Sus labios se
afinan mientras aspira profundamente por la nariz. Me recuerda a un dragón.

―¿Por eso estás aquí?

―No, estoy aquí porque quería patearte el culo en persona. No he dormido


porque me he pasado toda la noche preocupada por ti, por tu estúpida cara de
guapo y por tu enorme y talentosa polla. ―Una mano me recorre el cuerpo―. Y
sólo tu estúpido bienestar general porque me consumes, joder.

Se me hunde el estómago, pero me quedo congelada en el sitio, con la mano


agarrando la puerta.

―Winter, entra.

―No.

―¿Has venido hasta aquí y no vas a entrar?

―Vine aquí para ver que estabas de una pieza y solo. Y lo he visto.

Solo. Joder. Me pican los dedos de agarrarla y arrastrarla aquí conmigo.

―¿Por qué trajiste a Peter?


―Porque es parte de nuestra familia, por mucho que me recuerde a la ardilla
rara de Ice Age. Y me gusta cuando duerme entre mis pies, así que ahora está
pegado a mí. Igual que tú.

―¿La ardilla de Ice Age?

―Dime por qué tu teléfono fue directo al buzón de voz.

Me paso una mano por el cabello y suelto un suspiro.

―Tuve un momento, ¿de acuerdo? Uno débil, mezquino e inseguro.


Necesitaba una fiesta de lástima. Dijiste que no me necesitabas. Todos los demás me
estaban explotando. No sentía que pudiera arreglar nada, y todo lo que hice fue
empeorar las cosas. Y sabía que estabas enfadada conmigo, así que pensé en
apagarlo por esta noche.

―¡No puedes apagarlo por una noche, Theo! ―grita―. Tuviste que deshacerte
de tu teléfono una vez antes y eso realmente me jodió. Debería haber aparecido
entonces y exigirte que me prestaras atención. Pero no lo hice. Así que estoy aquí
ahora, exigiendo que me prestes atención.

―Winter, lo siento mucho.

―Hay gente que te necesita ahora. Somos más fuertes que esto. Y sí, estaba
enfadada contigo. Fue una tontería decir eso. Pero, ¿adivina qué? Voy a enfadarme
contigo de vez en cuando. Las personas que están juntas se enojan entre sí. Dicen
cosas de mierda de las que se arrepienten. Es normal. Ser un Theo feliz y
despreocupado, que no molesta a nadie y nunca tiene un mal día, no es normal.
Puedes volverte loco. ―Hace una pausa, respirando con dificultad―. Pero tienes
que asustarte conmigo.

Me arde la nariz. Incluso Vivi parece seria ahora.

―Lo siento. ―Mi voz se quiebra cuando agacho la cabeza.

―Tienes que alucinar conmigo porque te necesito. Y te amo. Te amo tanto


que me paraliza pensar en seguir sin ti. No puedes dejarme fuera. Porque
hiciste que te necesitara, y ahora tienes que lidiar con las consecuencias.
Esta vez no ignoro el dolor de mis manos. Agarro a la mujer que tengo
enfrente y la aplasto contra mi pecho. Un grito de sorpresa sale de su boca al ver lo
rápido que me muevo, pero no se resiste. La rodeo con los brazos y aspiro
profundamente su cálido aroma a azúcar y canela mientras acuno su cabeza contra
mi corazón y cierro los ojos, hundiéndome en ella.

―Estoy muy enfadada contigo, Theo.

―Comprensible. ―Miro el cochecito que tenemos al lado. Los grandes ojos


oscuros de Vivi me miran―. Yo también estoy enfadado conmigo.

―Realmente, jodidamente enfadada ―corrige.

Espolvoreo mis labios de un lado a otro sobre su cabello.

―¿Pero tú me amas?

Ella no duda.

―Tanto que duele.

La aprieto más fuerte, empapándome de lo bien que se adapta a mí. Cálida y


suave.

―Bienvenida al club, Tink.

Echa la cabeza hacia atrás y me mira. Aunque parece cansada, sus ojos brillan
como la primera vez que me arrancó una tira.

―Te amo. ―Vuelve a pronunciar las palabras como si no las conociera, como
si se estuviera acostumbrando a sentirlas en los labios. Como si fuera un idioma
completamente nuevo para ella.

Mis manos peinan las cálidas hebras doradas de su cabello.

―Yo también te amo. Ahora, ¿podrías venir aquí para que podamos estar
todos juntos mientras tú estás muy, muy jodidamente enfadada conmigo y yo
enloquezco porque te amo y quiero matar a tu ex?

Se aparta y se quita el polvo de la ropa perfectamente limpia.

―Sí. Eso suena perfecto.


Miro a Peter, que ahora está sentado y temblando.

―No creo que este sea un hotel para perros.

Winter se burla.

―Apenas es un perro, más bien una rata o una ardilla.

Me empuja. Bolsa. Cochecito. Bebé. Perro.

Toda mi vida en una habitación. Y tiene razón. Todavía estoy enloqueciendo.


Pero de alguna manera, me siento mejor con ellos aquí.

―Aquí no hay putas, ¿verdad? ―bromea, echando un vistazo a la habitación,


buscando pruebas de algo que yo nunca, nunca le haría.

―Sólo una ―le respondo mientras la abrazo por detrás y froto mi barba
incipiente sobre su mejilla.

Winter Hamilton me pone los ojos en blanco y nunca se ha sentido tan bien.

―De acuerdo, Theo. ―Rhett chasquea los dedos delante de mi cara mientras
estamos sentados encima de la valla. Debería estar escuchando. Debería estar
observando. Debería tener la cabeza en el juego. Excepto que mis chicas están en las
gradas.

El que lleva todo el día repitiendo una y otra vez las mismas sílabas. Y el que se
ha echado la siesta en mi cama y me ha fruncido el ceño en cuanto he vuelto a mi
habitación con Peter y Vivi en la mano.

―¿Todavía enfadada conmigo? ―pregunté.

―No, estoy enfadada conmigo misma.

―¿Por qué?
―Porque se supone que debería estar enfadada contigo, pero verte revolcarte
con una niña pequeña y un chihuahua me dan ganas de… ―Meneó la cabeza y rodó
la mano a modo de explicación.

―¿Ponerte de rodillas y darle un buen uso a esa boca sarcástica?

Ella miró, pero sus labios se movieron. El más mínimo movimiento.

―No importa. Sigo enfadada contigo.

Pero ahora está en las gradas, con nuestra hija en brazos. Y lleva un par de
botas vaqueras con puntera de acero ornamentada, unos jodidos vaqueros
ajustados y una camiseta de tirantes que no hace más que mostrar sus pechos.
Juraría que los tiene manchados de aceite, a juzgar por el reflejo de las luces.

―Hombre, despierta de una puta vez. Métete en el juego. ―Rhett me golpea


en las costillas y retrocedo.

―Ow. Eso dolió.

―Agradécemelo luego cuando Winter quiera hacerte una mamada de


felicitación por haber ganado.

Me froto el lugar donde metió los dedos.

―Grosero.

―A Fast Fire no le importa quién está en las gradas. Sólo te quiere muerto.
Sacaste un buen toro. A menos que te caigas, entonces dibujaste un maldito malo.
No lo dejes ganar.

Ese comentario me saca de mi estupor cachondo.

―Eres el último jinete en irse. Ese gusano Emmett volvió con una buena
puntuación hoy. Mejor de lo que anotó anoche. No va a renunciar al campeonato
fácilmente, así que abróchate el cinturón, Buttercup. Vas a tener que darle duro a
las espuelas esta noche.

Asiento con la cabeza. Tiene razón. Voy a tener que enfadar a este toro más de
lo que ya estará. Y ya se sabe que es iracundo. Por eso tiene un sitio en el circuito.
―Hombros atrás. Barbilla abajo. Y prepárate para el cambio de dirección para
no ir directo al pozo. Sólo voy a ser tu héroe una vez en la vida. ¿Entendido?

―Entendido. ―Lo siento entonces. La concentración. La calma. La sensación


de que estoy sentado exactamente donde una vez estuvo mi padre. Haciendo lo que
él hizo.

Cada vez que subo aquí, cada vez que me siento en un toro, me siento más
cerca de mi padre que en ningún otro sitio.

Observamos a Jude. Dura los ocho segundos, pero fue un simple paseo. Nada
que a los jueces les encante.

―¡Atención! ¡Fast Fire! ―llama alguien.

El toro negro baja trotando por la rampa directo al corral, con los ojos
desorbitados y un hilo de saliva goteando ya de su boca.

Algunas personas podrían pensar que ahora es cuando aparecen los nervios,
pero para mí es todo lo contrario.

Ahora es cuando todo lo que no sea un estúpido nivel de confianza en mí


mismo se derrite. Mi ritmo cardíaco se equilibra. A todos los pensamientos
racionales de mi cabeza les crecen alas y alzan el vuelo.

Soy el mejor en esto. Y estoy a punto de demostrarlo.

Me dejo caer sobre el lomo de Fast Fire, que me zarandea y se pone furioso. No
le hago caso, tiro de la cuerda del toro y lo acaricio para calentar la colofonia.

Es algo natural, pasos que podría dar con los ojos cerrados. Me encanta la
fiabilidad del proceso.

Mientras mi mano trabaja sobre la cuerda, miro hacia donde están sentadas
Winter y Vivi. Corrección: donde están de pie.

Winter está de pie, con el cuerpo balanceándose de un lado a otro. Tiene a


Vivi apoyada en el brazo como si fuera un asiento, mirando hacia el ring.
Creo que alguien detrás de ella le dice que se siente porque sus labios dicen
claramente que se vaya a la mierda.

Una sonrisa tuerce mis labios y vuelvo a concentrarme en mi mano.


Envolviendo la cuerda. Pruebo la tensión. Cambio mi asiento en el lomo del toro.
Le doy una vuelta de espuela para cabrearlo más.

Rhett me dice algo, pero lo bloqueo. Y asiento con la cabeza.

Fast Fire entra como un cohete en el ring, sacudiéndose con tanta fuerza que
los terrones de tierra que salen despedidos de sus cascos golpean mi casco. Gira
bruscamente hacia la izquierda. Con el corazón en tensión y el brazo en la L
perfecta, no dejo que me desplace.

Mantengo la barbilla baja, pero no miro al suelo. No es ahí donde quiero


acabar. Mis pies se deslizan hacia atrás. Mis espuelas golpean de nuevo.

Deja caer un hombro. Se gira.

Me lo espero y sonrío al mantenerme centrado durante el cambio de


dirección.

―Te tengo, cabrón ―grito, disfrutando como nunca.

Son los ocho segundos más rápidos y lentos de mi vida. Suena el timbre y salgo
pitando de allí. Un vaquero cabalga a mi lado y me acerco a él, bajando y
alejándome del toro. Se acabaron mis días de tentar a la suerte con un desmonte
vistoso.

El payaso del rodeo distrae a Fast Fire, y me dirijo hacia el lado más cercano a
Winter. Me subo a la valla, me arranco el casco y la busco inmediatamente.

A Vivi la empujan en brazos, porque salta y grita. Gritando como una loca.

―¡Ve por ellos, nene! ―grita mientras me saluda.

Y cuando anuncian una puntuación de 96,25, vuelve a empezar. Me importa


mucho menos la puntuación que reírme. Mi pecho se abre de par en par por la
rubia que está ‘jodidamente cabreada’ conmigo pero que está aquí animando como
si yo fuera su persona favorita en el mundo mientras sostiene en brazos a nuestra
hija.

Es una locura. Es increíble. Es improbable.

La mujer que todos me decían que era fría, mala e inaccesible es


completamente mía. Y eso es especial. Eso lo es todo.

―¡Winter! ―Llamo por lo menos diez filas―. ¡Trae tu fino culo aquí abajo!

Sus mejillas se tiñen de rosa y sus ojos azules brillan como zafiros. Con una
amplia sonrisa, empuja a la gente de su fila para subir las escaleras.

Cuando llega hasta mí, sube un par de peldaños y suelta sin aliento―: Ya no
estoy enfadada contigo. Es que estoy muy, muy cachonda después de ese rodeo.

Lo dice lo suficientemente alto como para que se filtre un trino de risitas a


nuestro alrededor.

Beso la coronilla de Vivi y le dedico a Winter mi sonrisa más cómplice antes de


susurrarle al oído―: ¿Más tarde te follaré como a una princesa o como a una puta?

Y justo antes de besarme, se ríe entre dientes y responde―: No me importa


mientras me folles como si fuera tuya.

Le devuelvo el beso y salto de los paneles con un guiño arrogante en su


dirección antes de girarme y dirigirme a grandes zancadas hacia el podio que han
colocado en su sitio. Emmett espera en la parte inferior.

―No te acostumbres, Silva. No tienes tanto talento como tu padre.

―Encantador, Bush. ―Le doy una palmada en el hombro. Ni siquiera este


imbécil puede arruinar mi buen humor esta noche.

Doy un paso por encima de él, utilizando su hombro como barandilla para
colocarme.

―Puede que no tenga tanto talento como él, pero soy tan simpático como él.
Así que, felicidades por tu temporada hasta ahora.

Me pone cara de asombro.


Sonrío antes de añadir―: Es una pena que esté a punto de estropearlo.

Los trajeados salen y hablan de la noche -del deporte, de la emoción-, pero mi


mirada vuelve una y otra vez a Winter. Rhett se ha acercado a ella en la valla y
ambos la observan.

Dejo de mirarla boquiabierto cuando el locutor me pide que hable de mi


primer fin de semana tras una lesión.

―Desglosa tu victoria para nosotros esta noche.

Le quito el micrófono de la mano, pero vuelvo a mirar a Winter, reluciente y


radiante. Todo sonrisas y entusiasmo.

Toda mía.

―Bueno, mi tiempo libre fue diferente de lo esperado ―empiezo―. La


rehabilitación fue bastante sencilla. No creo que me queden secuelas de las que
preocuparme, lo cual es estupendo. Pero lo mejor ha sido poder pasar tiempo con
mi familia. ―Inclino la barbilla hacia la valla―. Tengo a mi hija y a mi futura
esposa aquí conmigo esta noche. Ellas hacen que esta victoria sea muy especial.

El locutor suelta una risita y se escucha un coro colectivo de ‘aww’ entre el


público, pero mi mirada sigue clavada en Winter.

No pone los ojos en blanco ante mi exhibicionismo. Me guiña un ojo.

―¿Quieres decirle algo a tu futura esposa esta noche, Silva? ―No necesito
pensarlo dos veces.

Me acerco el micro a los labios y murmuro―: Te vivo. ―Es mejor que ‘Te amo’.

Es más exacto.

Somos nosotros.
Cuarenta
Winter
Kip: Sé que no he estado ahí para ti, pero quiero cambiar eso. Quiero ayudar.
Summer me contó lo de Rob. Por favor, déjame ponerte en contacto con mi
abogada de familia. Es la mejor.

Winter: Por supuesto que Summer. ¿Por qué tienes un abogado de familia?

Kip: ¿No has hablado con tu madre?

Winter: Ha. ¿En serio? Dejé de hablar con Marina el día que me sugirió hacer
pasar a Vivi por la de Rob. ¿No te lo dijo?

Kip: Bueno, tampoco nos hablamos. Pedir el divorcio no fue muy bien.

Winter: ¿Te vas a divorciar?

Kip: Sí.

Winter: Por fin.

Winter: Y sí, voy a tomar ese contacto.

―¿Quieres que tire estas flores?

Theo mira el jarrón de rosas rojas en medio del mostrador como si quisiera
pulverizarlas, no sólo tirarlas.

―No. Me las quedo.


Me mira con el ceño fruncido. Está un poco deprimido desde que llegó a casa.
Sé que había planeado quedarse en la carretera entre los dos eventos, para
sumergirse en las competiciones de fin de semana consecutivo.

Pero le dije que le necesitaba y volvió sin pestañear.

―¿Por qué razón?

―Son bonitas. ―Me encojo de hombros―. Me parece una pena


desperdiciarlas, ¿sabes? ―Lo señalo―. ¿Eso es lo que te vas a poner para ir al
juzgado?

Se mira a sí mismo. Unos vaqueros oscuros abrazan sus musculosos muslos, y


una camisa blanca con una V profunda deja ver la cadena que cuelga sobre una
ligera mata de pelo en el pecho. Se ha bajado el ala de la gorra, pero veo sus cejas
fruncidas y su expresión de auténtica confusión.

―¿Qué quieres decir?

Agito una mano sobre mi traje pantalón azul zafiro, sintiéndome más Winter
antes del embarazo de lo que me he sentido en mucho tiempo.

―¿Es eso lo que llevas en el juzgado? Si te pones esas botas sin cordones, te
machaco cuando salgamos. Pero me preguntaba.

―No pensaba entrar.

Mi mano se congela sobre el vaso de agua que iba a tomar.

―¿Qué?

―La citación era para ti, ¿no? ¿Y Vivi?

―Sí. ―Digo la palabra lentamente.

―¿Y por qué iba a ir yo también? ¿No es el tribunal de familia algo pequeño?
¿No estaría mal visto que me acercara y le diera una paliza al Doctor Idiota? Estoy
tratando de no ser prepotente, pero la verdad, Winter, es que me siento
jodidamente prepotente con esto. No estoy seguro de poder mantener la calma ahí
dentro.
Se me hiela el pecho mientras se me acelera el corazón. Estoy nerviosa por
encontrarme cara a cara con Rob. Sé que llevará una sonrisa engreída y
condescendiente, satisfecho de sí mismo por haber organizado todo esto.

Admito la verdad, porque no hay forma de que pueda hacer esto sin Theo a mi
lado.

―Tengo miedo. No quiero ir sola.

Le toca quedarse quieto, mirarme fijamente y darle vueltas a mis palabras.


Porque una cosa es que le diga que lo necesito y otra que se lo demuestre. Y hoy, lo
necesito de verdad. Su presencia a mi lado, su mano alrededor de la mía. Ambos
sabemos cuáles serán los resultados, pero aún así da miedo.

Balbuceo, sintiendo que podría ponerme literalmente de rodillas y suplicarle


si vuelve con otra razón por la que no debería acompañarme.

―Es tu hija. Te necesito allí conmigo. Todos juntos. ―Hay un temblor en mi


voz cuando termino la frase―. Por favor.

―Winter, ven aquí. ―Abre los brazos y yo voy hacia él, respirando ese aroma a
cítricos y especias que asocio con todo sentimiento de hogar. Con la cabeza apoyada
en el pliegue de su cuello, me rodea con sus bíceps y me acaricia la mejilla con el
hocico―. Iré donde tú quieras. Me pondré lo que tú quieras. Nunca volveré a
apagar el teléfono. Siempre, siempre estaré ahí para ti. Para Vivi. No necesitas
rogar, y no necesitas decir por favor. Mientras viva, mientras me necesites, me
tendrás. ¿De acuerdo? Nunca dudes de eso.

Asiento con la cabeza, pero no digo nada. Me limito a apretarlo más fuerte,
disfrutando de la sensación de sus fuertes brazos envolviéndome.

―¿Porque soy tu futura esposa? ―pregunto, tratando de distender el


ambiente.

―Obviamente ―responde.

―¿De verdad llamaste a tu madre y le dijiste eso?

Resopla.
―Sí, Tink. Cuando se sabe, se sabe.

Confía plenamente en sí mismo. No se cuestiona a sí mismo. Nadie le ha


demostrado nunca que no deba hacerlo.

Me encanta eso de él.

―Te amo, Theo Dale Silva.

―Yo también te amo, Winter...

Un respingo me mueve los hombros. He estado esperando a que esto se me


echara encima.

―No te rías.

―Nunca lo haría.

―De acuerdo, soy Peggy.

―¿Peggy?

―Cállate. ―Me acurruco, mordiéndome los lados de la lengua para no


reírme.

―La pequeña Winter Peggy lleva meses burlándose de Theo Dale. Es


interesante, eso es todo.

Sin poder contener la risa, inclino la cabeza y lo miro.

―¡Theo Dale suena como si en algún lugar de la Tierra Media vivieran elfos!

―Winter Peggy parece una muñeca Barbie granjera que viene con un traje de
nieve. Summer Peggy viene con un bañador y unas gafas de sol.

Una risa silenciosa sacude mi cuerpo. Ni siquiera es tan gracioso, pero es la


liberación de estrés que necesitaba.

Theo me sonríe.

―Qué hermosa eres cuando te ríes. ―Me besa la manzana de la mejilla, luego
la otra, y termina con la frente―. Déjame ir a cambiarme para que pueda ir a juego
con mi pequeño Power Suit Peggy.
Y sólo unas horas después, tras un simple manotazo en la mejilla interior de
Vivi, Theo y yo salimos de ese juzgado. Yo, con mi traje pantalón, y Theo,
devastador, con su propio traje negro. Me toma de la mano y mantiene a Vivi
pegada a su costado como el padre protector que es.

Ni siquiera miro a Rob cuando pasamos. Mantengo la barbilla alta y los


hombros hacia atrás.

No quiero darle la satisfacción de reconocer su presencia.

Sin embargo, miro al guapo hombre al que puedo llamar mío.

Y al pasar junto a mi ex...

Theo le guiña un ojo.

Ahora que he decidido que está bien necesitar a Theo tan intensamente como
lo hago, es difícil ser tan madura a la hora de dejarlo salir por esa puerta para que
se vaya de viaje.

Bastó un tímido ‘¿podrías venir conmigo?’ para cerrar el trato.

Durante las próximas dos semanas, viajo con él. Vivi también. Y Peter
también. La mayoría de los hoteles no admiten perros, pero no pido permiso, lo
que significa que nunca me dicen que no lo lleve. Llegamos a Fort Worth, Texas -
donde me doy cuenta de que Theo no es tan vaquero como pensaba- y luego a San
Antonio.

Paseamos por el River Walk y cenamos fuera. Entrena duro. Lo aclamo como
una loca cada vez que se sube a un toro. Hacemos el amor en la ducha cuando Vivi
se duerme. Me duermo con los fuertes brazos de Theo a mi alrededor al final de
cada día.
Y cuando subimos los escalones de nuestra pequeña casa en una calle arbolada
de Chestnut Springs, nos encontramos cara a cara con el sobre que estábamos
esperando.

Uno más. Uno que no conoce.

El papel se enfría en la palma de mi mano mientras nos dirigimos a casa con


maletas, sillas de auto y cochecitos. Viajar con un niño me ha hecho apreciar
mucho más lo maravilloso que es viajar sola.

Sin embargo, la idea de viajar sola me da pavor. Prefiero cargar con todas
nuestras cosas y quedarme con esta pequeña familia que he formado en los últimos
meses. Vivi cumple un año en una semana. Yo vuelvo a trabajar una semana
después, algo que he estado intentando fingir que no existe.

Siempre me ha encantado mi trabajo. Siempre ha sido el lugar donde puedo


escapar de la vida real y dedicarme a un trabajo que me gusta.

Pero ya no quiero escapar de mi vida. Quiero instalarme y quedarme justo en


medio de ella. Ver a Vivi caminar por todas partes y aprender nuevas palabras, ver
a Theo patear traseros cada fin de semana.

Vivi está nerviosa, cansada e irritada por el vuelo, así que Theo la toma en
brazos.

―Voy a acostarla un rato. Tú abre eso. Ahora vuelvo. ―Apenas me mira, la


besa y se va por el pasillo.

Su culo está fenomenal con esos vaqueros.

―De acuerdo ―murmuro, sacando un taburete para sentarme en la isla de la


cocina.

El sobre dirigido a mí nos desenredó de muchas maneras, pero quizá nos


desenredó para que pudiéramos volver a trenzarnos. Más fuerte. Tal vez esta
prueba nos ha traído el tipo de paz que nunca habríamos tenido sin ella.

Mis labios se curvan porque Theo está nervioso por este sobre.
Desde aquel comentario, nunca me ha cuestionado la paternidad de Vivi.
En el fondo, lo sabe, pero Rob le puso una pizca de duda y no ha sido capaz de
disiparla. Pero también me respeta demasiado como para volver a hacer esa
pregunta.

¿Yo? Ya sé qué historia contarán estos papeles. Van a decirme que no hay
forma posible de que Rob me dejara embarazada a través de las paredes de nuestras
habitaciones separadas. Me van a decir que la noche más caliente de mi vida que
pasé en un hotel con un hombre al que apenas conocía coincide perfectamente con
el día en que nació Vivi.

Perfectamente imperfectos. Esos somos Theo y yo.

A veces me pregunto si habríamos acabado donde estamos hoy si las cosas


no hubieran salido como salieron. Si hubiera sabido de ella de inmediato, ¿habría
tomado mi nuevo comienzo? ¿Habría apartado de mi vida a personas que
necesitaban ser cortadas? ¿Habría encontrado la sensación de libertad que tuve en
esos meses que pasé viviendo sola? ¿O habría arrastrado a Theo a la vorágine de mi
drama familiar? ¿Habría sentido que pasaba de estar bajo el pulgar de un hombre
a otro? ¿Estaríamos Summer y yo donde estamos ahora?

Tantos ‘y si...’. Pero parece que todo salió exactamente como tenía que salir.

―Bueno, se durmió en unos diez segundos.

―Me lo imaginaba. ―Verlo me roba el aliento como lo hizo hace tantos meses.
Robusto, guapo y sensual. Me hace la boca agua y me revuelve el estómago. Me
pone salvaje de una forma que nunca había sentido por un hombre. Ha despertado
una parte de mí que no sabía que existía, una pequeña parte de mí sin la que estaba
viviendo.

―¿Y? ¿Lo abriste?

Inclino la cabeza hacia él.

―¿De verdad creías que lo abriría sin ti?


Se sienta a mi lado. Su rodilla toca la mía y mueve el pie hasta el último
peldaño de mi taburete.

Luego acerca el taburete para que mis piernas quepan entre las suyas. Como
aquella noche en el bar del hotel.

―De acuerdo, Tink. Vamos a abrirlo.

―Abrirlos. Tengo dos cosas aquí para ti.

Sus ojos oscuros están ligeramente encapuchados mientras mira fijamente al


mostrador, y decido sacarlo de su miseria. Si él está nervioso, yo estoy emocionada.
Este sobre significa que por fin podré asestar el último golpe mortal al Dr. Robert
Valentine.

La otra significa que Vivi puede ser suya de una forma que debería haber sido
desde el principio. Abro los dos y despliego los papeles. Las pongo delante de Theo,
una al lado de la otra. No me molesto en leerlas. En lugar de eso, le pongo la mano
en la espalda y observo su rostro. Sus cejas pesadas, su mandíbula obstinada, la
línea recta de su fuerte nariz.

Y la alegría en sus ojos cuando golpea la tinta que confirma lo que ya


sabíamos.

No estuvo en el nacimiento de Vivi, pero puede estar en cada momento


posterior porque es su padre.

Entonces su mirada se desplaza hacia los papeles que no esperaba. Los


que detallan el cambio de nombre legal de Vivienne Hamilton a Vivienne Loretta
Silva. Mi forma de demostrarle a Theo que nunca será un intruso, que se quedará
con nosotros de por vida.

No dice nada, pero observo su garganta.

―Esto... esto es...

―Si quieres, podemos hacer otra prueba de ADN para emparejarte


oficialmente con...
Gira y me besa, sus manos se enredan en mi cabello mientras me reclama con
la boca, me marca con las manos.

No hablamos. Ya no hay nada que decir. Hablamos con las manos mientras nos
despojamos de cada prenda de ropa. Hablamos con los labios mientras me tumba
en el sofá y se cierne sobre mí. Hablamos con nuestros cuerpos mientras nos
unimos con dolorosa lentitud y la tensión más deliciosa se despliega entre nosotros.

Se me ocurre que quizá no soy una mujer fácil de amar, pero Theo lo hace tan
sin esfuerzo que siento que podría serlo. Como si mereciera serlo.

Cobro vida bajo sus manos. Yo también me deshago bajo ellas. Y él me


recompone cada maldita vez.

Yacemos aquí en el resplandor, con los cuerpos pegajosos de sudor, los


corazones latiendo uno contra el otro, los brazos estrechados como si nada en el
mundo pudiera separarnos.

―¿Estás lista para tirar esas flores ahora? ―La voz ronca de Theo me saca de
mis pensamientos. Mira hacia el aparador, donde está el jarrón con agua mohosa y
rosas negras y marchitas―. Porque ahora son más asquerosas de lo que eran al
principio.

Froto mi mejilla contra su pecho tonificado y suelto una risita, sintiéndome


más ligera de lo que me he sentido en... bueno, quizá nunca.

―No. Tengo un plan para esas.


Cuarenta y uno
Winter
Winter: ¿Está s lista?

Summer: Muy.

Escucho el arrastrar de otros tres pares de pies detrás de mí mientras subo por
el serpenteante camino de ladrillo hasta la casa que solía llamar hogar. Ahora,
comparada con la casa donde vivo con Theo, me parece llamativa y exagerada.
Grande y vacía. Ocupa cada centímetro cuadrado del terreno. Los árboles son
demasiado pequeños y nuevos, y puedo escuchar el ajetreo del tráfico de la
autopista cercana.

No es Chestnut Springs.

No es mi hogar.

Cuando me acerco a los tres escalones de mármol que conducen a la enorme


puerta, miro por encima del hombro.

Summer sonríe casi maníacamente. Rhett está de pie detrás de ella, con las
manos en los hombros.

Pero es Theo quien me mantiene mirando. Como siempre.


Está apoyado en el lateral del garaje, con los brazos cruzados. Una camiseta
blanca lisa le cubre los bíceps. Los vaqueros se ciñen a sus largas piernas de una
forma que me hace la boca agua.

Botas de combate tiradas descuidadamente por encima. Cordones sin atar.

Recuerdo que una vez pensé que lo último que necesitaba en mi vida era un
hombre que no se atara los cordones.

Ahora me hace reír, una ligera risita que brota de algún lugar cercano a mi
corazón. Qué equivocada estaba.

Siento como si me hubiera enrollado y aflojado los cordones cuando no me


había dado cuenta de que estaba atada con demasiada fuerza.

―¡Estás embobada, Tink! ―me grita y me ruborizo.

Claro que estoy embobada. Theo Silva era el hombre más guapo que había
visto entonces, y lo sigue siendo ahora.

Me guiña un ojo. Pongo los ojos en blanco.

Y entonces me doy la vuelta, me dirijo a la puerta y llamo al timbre. Sé que


Rob está en casa porque he llamado al hospital y he pedido a mi enfermera de
guardia favorita que lo confirme. Tarda un rato en llegar a la puerta porque la casa
es insoportablemente grande.

Cuando responde, lleva un polo rosa y unos pantalones cortos blancos. Lleva
el cabello perfectamente peinado para disimular sus entradas.

Casi retrocedo al verlo, pero no es sólo físico. Rob ha mostrado sus verdaderos
colores en los últimos meses, y son feos.

Este hombre está podrido hasta la médula.

Igual que el jarrón de flores muertas y mohosas que sostengo.

―Winter. ―Parece engreído hasta que sus ojos se desvían detrás de mí y


observa al público.
Este es un hombre que prosperó cuando yo estaba aislada, sin nadie. Y aquí
estoy, con gente que me quiere y me apoya. Que me apoyan incluso cuando no estoy
en mi mejor momento.

Su sonrisa se desvanece, como una bonita máscara que se desprende de su


rostro para revelar toda la fealdad que hay debajo.

―Hola, Rob. ―Le tiendo las flores.

Las toma antes de mirar hacia abajo y darse cuenta de que están podridas. Una
hoja seca y enroscada cae a sus pies.

―Me gustaron mucho. Eran preciosas. Luego salí de la ciudad con mi familia
por un tiempo. Volví y los vi así, mohosos y podridos. Me recordaron a ti, así que
pensé en entregártelos en mano.

―¿Has venido a darme flores muertas?

Sonrío. Es una sonrisa falsa, practicada, la que uso cuando un paciente me


está cabreando.

―No, he venido a entregar el sobre que está pegado delante. ―Señalo el


jarrón―. Ahí mismo.

Su cara se frunce, pero no hace ademán de tocarla.

―Summer y yo hemos trabajado mucho en nuestras declaraciones juradas, así


que espero que la disfrutes. Sé que la administración del hospital y la junta médica
lo harán.

Una persona normal se pondría blanca. Estarían aterrorizados. Pero Rob va de


rojo a un púrpura profundo. No estoy seguro de haberlo visto tan enojado.

―No te atreverías.

Su voz es puro veneno, pero ya no me asusta. Me acerco a él, levanto la


barbilla y entrecierro los ojos mientras arranco un pétalo muerto de una rosa y lo
dejo caer, viéndolo caer al igual que toda mi lealtad hacia este hombre.
Una vez pensé que lo amaba, pero no sabía lo que era el amor. Aunque ahora sí
lo sé.

―Oh, pero lo haría. ―Mi tono es frío y controlado―. Porque esta vez no has
venido sólo por mí, puta comadreja babosa. Has venido a por mi hija. Viniste por el
hombre que amo. Viniste por mi familia. Fuiste demasiado lejos esta vez.

―Voy a...

No le dejo decir ni una palabra.

―No te he follado desde el día que descubrí que eras un depredador. Y ahora
todo el mundo lo va a saber.

Me doy la vuelta y me alejo de él, ignorando sus maldiciones y amenazas. El


ruido del jarrón de cristal al romperse no hace más que hacerme sonreír. Me siento
como si hubiera lanzado una granada a esa casa deprimente y me hubiera
marchado.

Me siento libre.

La fiesta de cumpleaños de Vivi es perfecta.

Todo el mundo ha colaborado para que cumplir un año sea una ocasión
especial para ella. Está preciosa con su vestido de verano, cubierto de un
estampado de naranjas y hojas. Los adornos son divertidísimos. Impresos a medida
-complementos de Willa- con fotos de lo que más le gusta a Vivi en el mundo...
Peter. Y el entorno en el Rancho Wishing Well es perfecto, al igual que el clima.
Nuestro calor de final de verano es cálido pero no insoportable, y el olor a heno
recién cortado impregna el aire.

Rhett montó la gran tienda blanca en el campo de atrás, cerca de la casa


principal del rancho, y todos los que están aquí son familia, de un modo u otro.
Loretta. Los Eaton. Theo, que sigue intentando llevar a Vivi con él, pero ella
pasó de andar a correr muy rápido y se divierte haciendo que su padre la persiga. A
su madre también le hace gracia. Le dice que es una venganza por cómo era de
pequeño.

Nos mantiene alerta.

Willa horneó el pastel. Summer y Sloane decoraron. Cade se encarga de la


barbacoa. Jasper está jugando un partido de hockey sobre hierba con Luke, que
acaba de gritar ‘¡Oh, vete a la mierda!’ cuando pensó que iba a marcar a Jasper,
pero no lo hizo. Harvey ha preparado un bol de ponche que sabe a zumo de frutas,
pero sospecho que contiene mucho más alcohol del necesario para la celebración
del cumpleaños de un niño de un año.

Beau aún no ha aparecido.

―Harvey, ¿cuánto alcohol hay en lo que estoy bebiendo ahora mismo?

Me sonríe desde donde estamos apoyados en la valla.

―Suficiente para quitarte los nervios.

―¿Qué nervios? Estoy relajada. Si me quitas demasiada ventaja, podría soltar


la lengua sólo para vengarme.

Levanta las cejas y bebe un sorbo de su taza roja Solo.

―¿Qué lengua?

Sonrío y vuelvo a beber.

―Las lengua sobre Cordelia y tú.

Se atraganta con la bebida y le doy una palmada en la espalda mientras se


golpea el pecho con el puño.

―Uf. De acuerdo, bueno, nadie me perdonaría que te matara, así que quizá
me guarde eso para mí. Aunque realmente no estoy segura de cómo nadie se ha
dado cuenta.
Harvey se aclara la garganta y echa un vistazo al grupo de familiares y amigos.
Suena la música. Se preparan hamburguesas. Todo el mundo sigue el ritmo
más cómodo.

―Igual que nunca se dieron cuenta de que Vivi es una versión diminuta de su
padre. No estaban mirando.

Asiento con la cabeza, mirando a Theo que sostiene a su miniyo mientras


animan a Luke para que le pase un balón a Jasper.

―Aún no estoy preparado para decírselo ―dice Harvey tras unos instantes de
silencio.

―Estaba bromeando.

―Se siente fuera de los límites. Ella siendo quien es. Pero a veces...

―A veces las cosas simplemente suceden, y no te das cuenta de lo acertadas


que son hasta que estás en el meollo.

Me lanza un gruñido y asiente con la cabeza desde donde estamos, apoyados


contra la valla.

Rompo la tensión con―: ¿Existe una versión geriátrica de la procreación al


acecho?

Esta vez, no se ahoga. Echa la cabeza hacia atrás y aúlla.

―Chica, ¿de verdad me acabas de decir eso?

―Oye, si vas a repartir, tienes que recibir. ―Mientras nos reímos, escucho
crujir los neumáticos en el camino de grava detrás de nosotros.

Reconozco el todoterreno Suburban negro sólo porque Kip Hamilton lleva


toda la vida conduciendo el mismo vehículo. Cada dos años se compra uno nuevo,
de la misma marca y modelo.

―Eso es lo que me imaginé por lo que podrías necesitar beber.

―Hmm. ―Arqueo una ceja―. ¿Sabías que iba a venir?

Harvey se encoge de hombros.


―Puede que Summer me lo mencionara mientras lo preparaba. Por eso usé
dos botellas de bourbon en la Bebida Especial de Harvey en vez de la habitual.

Se me arruga la nariz.

―¿Acabas de decir bebida?

Harvey cacarea, claramente viviendo para confundir a todo el mundo a su


alrededor.

―Sí, así es como yo lo llamo.

Sacudo la cabeza mientras veo a mi padre salir de su vehículo. Y entonces


Theo está allí, trotando colina arriba para estrechar la mano de Kip.

Summer se acerca a mí, sosteniendo a Vivi.

―¿Estás bien, Win?

Asiento con la cabeza, sintiendo una oleada de nervios revolviéndome las


tripas. Así que bebo un poco más. Espero que eso los ahuyente. Veo a Theo y a mi
padre abrir el portón trasero del todoterreno y salir...

Jadeo.

Porque lo que mi padre y Theo llevan a la fiesta es algo que nunca pensé que
volvería a ver.

Algo que juré que se había ido hace tiempo, vendido o pudriéndose en un
vertedero.

Pero en unos instantes me la pusieron delante, dejándome sin palabras. No


sólo se parece a la casa de muñecas de cuando yo era pequeña.

Es la casa de muñecas de cuando era pequeña.

Las lágrimas brotan de la nada y mi mano me tapa la boca. En muchos


sentidos, es sólo una casa de muñecas. Pero en otros, es mucho más.

La mano de Harvey se posa en mi hombro y la de Summer me frota la espalda.

―Espero que esté bien que se lo haya dicho ―susurra.


Theo me sonríe como el gato que cazó al canario mientras a mi padre le cuesta
encontrarse con mis ojos llorosos.

―Pensé que a Vivienne le gustaría esto.

Resoplo, mirando fijamente a mi padre, que es orgulloso, testarudo y


defectuoso. Hoy, parece humilde.

―Hace años, lo encontré en el callejón de atrás cuando sacaba la basura. Y lo


guardé. Quería devolvértelo, pero no sabía cómo. ―Me mira y me quedo sin
palabras. Mi padre ha cometido muchos errores, pero hoy ha aparecido de todos
modos. Me ayudó a encontrar un abogado. Dejó a mi madre. Nunca antes había
luchado por mí, pero ahora lo hace.

Y he aprendido mucho sobre el perdón en los últimos años. Sobre todo lo


difícil que es perdonarse a uno mismo.

―Sólo quería que lo tuvieras. Considéralo una ofrenda de paz. No he sido lo


suficientemente bueno para ti, Theo me dio un buen toque de atención al respecto,
pero quiero serlo. Si alguna vez piensas que eso también te gustaría, tienes mi
número.

Con una sonrisa de dolor, se da la vuelta para marcharse. De algún modo me


siento afín a él. La antigua versión de mí también estuvo aquí una vez. Miro a mi
hermana, la que me perdonó tanto que pude empezar de nuevo.

Y Theo, el hombre que no sostuvo las cosas de mierda que había hecho sobre
mi cabeza como una especie de prueba de la clase de persona que era. Me tomó al
pie de la letra y también me permitió empezar de cero.

―Papá. ―Se detiene pero no se gira―. ¿Por qué no te quedas? Prueba un poco
de la bebida de Harvey. Es bueno para calmar los nervios.

Una silenciosa confusión llena el espacio durante un instante.

Mi padre me mira ahora, con un pequeño tirón en la comisura de los labios.

―¿Por qué has dicho bebida?


Me echo a reír. El estrés, la presión, la confusión… Todo es más llevadero
cuando estoy con mi familia.

Esa misma noche, cuando el sol se oculta en el cielo, Theo rodea mi mano con
la suya y me acompaña hasta el otro extremo de la casa. Nuestros pies crujen en la
grava del camino y el murmullo de las conversaciones amistosas se acalla a
medida que nos alejamos de todo el mundo.

Dejamos a Vivi cubierta de tarta en brazos de Kip. Su abuelo está tan


prendado de ella que no pareció importarle el desastre.

―¿Adónde vamos?

―A estar solos un minuto.

―¿Nos escapamos para follar? ―Susurro, como si alguien pudiera oírnos.

Theo se ríe, el rumor de su pecho es cálido y reconfortante. La presión de su


camisa negra se desliza como la seda sobre mi brazo desnudo.

Gira la cabeza, sus ojos me recorren de arriba abajo mientras su lengua se


desliza por sus labios.

―No lo había planeado, pero está muy follable con ese vestido rojo, Doctora
Hamilton.

―¿Cuánto falta? Tengo los pies cansados de estar todo el día con estas botas.
―Sueno quejumbrosa, pero no me importa. No tengo que dar lo mejor de mí con
Theo.

Me amará en mi peor momento y en el más quejumbroso. Hoy estoy cansada,


abrumada y me siento un poco agotada.

Se gira de repente, me toma en brazos y yo chillo y me agarro a su cuello.

―Me dirijo al mismo lugar donde me vestiste hace casi dos años.
Me río y dejo que me lleve hasta que estamos frente a la casa del rancho. Justo
donde me metí las llaves entre los dedos y perdí los papeles con él. Justo donde
empezó todo.

Theo me pone en pie mientras miro la propiedad. Aquella noche hacía frío,
estaba oscuro y nevaba. Y yo estaba estresada. Pero esta noche es cálida y dorada. El
cielo es rosa pálido. Mis pies me están matando, pero estoy contenta.

Y cuando miro hacia donde estaba Theo, ahora está arrodillado.

Sujeta una cajita de terciopelo azul con un impresionante anillo solitario en


forma de lágrima que brilla en el cielo rosado.

Y me congelo.

Theo se ríe.

―Sé que puede parecer pronto, pero escúchame.

Niego con la cabeza. No parece pronto. Parece un sueño.

―Estaba exactamente en este lugar cuando me diste el mejor y más caliente


azote verbal de mi vida. Eras todo ojos desorbitados y palabras combativas. Pensé
que nunca había visto una mujer tan ardiente en mi vida. Eras... ...bueno... eras
mala. Pero apreciaba tus agallas. Esa fue la noche que supe que te quería.

Las malditas lágrimas vuelven a llenarme los ojos.

―Esa fue la noche que le dije a mi amigo que creía estar enamorado de ti. Y
no tenía ni idea de cuánta razón tenía. ―Tímidamente baja la mirada por un
momento―. Estaba siendo un pequeño y odioso perturbador de mierda. Te estaba
incitando porque me gustaba cómo me devolvías los arañazos. Me gustabas.

Se me escapa una risita llorosa. Sólo Theo Silva podría haberme gustado
aquella noche.

―Esa noche, todas las mejores cosas de este mundo nacieron. Tú. Vivi.
Nosotros.
Una lágrima se derrama por mi mejilla y levanto la mano, asintiendo con la
cabeza mientras me la quito de un manotazo. Tiene razón. Aquella noche cambió el
mundo.

Nuestro mundo.

―Esa noche me di cuenta de que nunca te superaría. El tiempo, la distancia,


nada de eso importaba. Esa noche, supe que no habría nadie como tú para mí.
Estaba tan seguro de ello. Podía sentirlo en mis huesos. Aún lo siento.

Ya no puedo contener las lágrimas, así que las dejo caer. Aceptar que esto no es
una enfermedad que tengo.

Es la felicidad.

Caigo de rodillas, deseando mirar a la cara a ese hombre. El que nunca me


trató como si necesitara que me salvaran, pero me salvó igualmente. Le acaricio la
mejilla y él me da un beso en la palma antes de seguir adelante.

―Aquella noche fuimos imprudentes. ―Su voz se quiebra―. Pero Dios, sería
imprudente contigo una y otra vez si eso significa terminar aquí.

Ese sentimiento. Este hombre. Es como si me faltara algo. Como si no


estuviera completa, hasta que llegó él.

―Sí. ―Acepto el anillo.

―Ni siquiera te lo he pedido todavía. ―Su risa correspondiente es espesa.


Lagrimosa también.

―No hace falta que lo hagas. La respuesta es sí.

Deja caer la caja y desliza el anillo en mi dedo con manos temblorosas. Nos
quedamos mirando mi mano un momento. Los dos solos.

―Winter Hamilton, ¿quieres casarte conmigo?

Sonrío entre lágrimas.

―Odiaría convertirte en un mentiroso después del tiempo que llevas


diciéndole a la gente que te vas a casar conmigo.
Me guiña un ojo.

―Cuando se sabe, se sabe.

Y esta vez no pongo los ojos en blanco.

Lo beso.

Lo beso hasta que no hay nada más que sus labios sobre los míos, sus manos en
mi cabello y su anillo en mi dedo.
Epílogo
Theo
―¿Dónde está Vivi?

Winter y yo salimos del vestuario, codo con codo. Es la noche final de los
campeonatos de la WBRF.

La joya de la corona que he perseguido toda mi carrera. En la que siempre se


me ha quedado corto. La que he recuperado de una lesión para intentar conseguir
este año.

―En las gradas con tu madre y todos los demás. ―Echa un vistazo a su
portapapeles, muy seria esta noche.

―¿Doctora Hamilton? ―la llama uno de los chicos desde un banco cuando
pasamos. Cuando nos giramos, levanta la mano. Su pulgar apunta en la dirección
equivocada―. ¿Cree que debería ir al hospital? ¿O podemos arreglar esto aquí?

―Bueno, Jude, creo que tu pulgar está roto y probablemente vas a necesitar
cirugía.

―Aunque no quiero perderme los últimos paseos. Tengo que ver a nuestro
chico tomarlo todo. ―Me sonríe como el maníaco que es.

Winter suspira y mira el reloj.

―Los putos jinetes de toros están locos ―murmura antes de mirarme―.


Ahora mismo salgo.

Sonrío y le guiño un ojo.

―Claro, Doc.
Capto el final de su mirada mientras se vuelve hacia Jude, hablando con
naturalidad sobre daños en los ligamentos, férulas y analgésicos.

Salir de gira es mucho más agradable desde que Winter es médico de


gira. Claro, eso significa que tiene que curar constantemente a un montón de
jinetes tontos, pero todos los chicos la adoran y adoran su actitud sensata.

Y me encanta tenerla a ella y a Vivi conmigo en cada evento. Todo el equipo


está aquí en Las Vegas para la final, lo que significa que Vivi está en las gradas. Los
chicos casi la han tomado como una de los nuestros. Pasa el tiempo entre bastidores
con un grupo de vaqueros, así que le hemos garantizado que de mayor tendrá boca
de camionero. Por no hablar de un montón de tíos protectores.

Ya me siento mal por cualquier chico que venga a husmearla.

Me río entre dientes mientras camino por el largo pasillo, tranquilo y sereno,
teniendo en cuenta a lo que me enfrento.

Las luces se encienden y el rugido de la multitud se hace más fuerte cuanto


más me acerco al ring. Rhett está allí esperando. Creo que está más nervioso que
yo.

Pero tengo un buen presentimiento. Tengo la misma sensación que tuve la


noche que conocí a Winter. Un saber. Un instinto visceral.

Esta noche es mi noche.

―¿Listo? ―Me da una palmada en la espalda mientras me acerco a los


paneles.

―Sí.

―¿Te das cuenta de que sólo un vaquero ha sentado a este toro durante los
ocho completos?

Me río, porque hay que estar al menos un poco loco para ganarse la vida así.

―A punto de ser dos.

Rhett asiente, con la mandíbula desencajada.


―Así que vas a...

―Rhett. ―Me agarro al hombro de mi amigo. El hombro de mi mentor―. No


podría haber pedido un entrenador mejor. Gracias por todo lo que has hecho.
Pero… ―Miro hacia las gradas e intento encontrarle sentido a la sensación de
familiaridad que me consume―. Sólo quiero empaparme de esto esta noche.

Asiente, me da una palmada en el hombro y se aleja, dándome el espacio que


necesito.

Mi rutina pasa aturdida. Sigo todos mis pasos. No miro alrededor buscando a
Winter, porque sé que está aquí. Juro que es como si pudiera sentir que se acerca.
Sin siquiera verla, sé dónde está, exactamente en qué panel de la valla le gusta
sentarse y observarme.

Vivi está aquí. Mi mamá. Mis amigos. Juro que mi papá también está aquí.

Y de repente, este estadio se siente como si estuviera en casa. Como si todas las
personas que me importan estuvieran aquí para animarme. Como si después de
años haciendo mis cosas ya no estuviera solo.

El viaje es un montaje de imágenes que parpadean a través de mi visión.


La cuerda. Mi mano. La puerta. Un corcoveo. Un giro. Mi mente está en blanco.
Todo lo que veo es esa hebilla que estoy a punto de ganar.

Todo lo que sé es que lo que he jurado que iba a conseguir desde que era
un niño está a punto de ser mío.

Lo único que sé es que cuando salte del lomo de ese toro y lance mi casco por
los aires, Winter estará en mis brazos antes incluso de que toque el suelo.

Lo único que sé es que esta victoria sólo es importante por unos momentos.
Porque cuando Winter me susurra al oído―: Espero que estés preparado para
volver a hacer esto de ser padre, porque hay otro doppelgänger de Theo en camino
―nada es más importante que nosotros.

Fin
Escena extra
Theo
La mañana después…

―¡Mierda! ―Es el sonido de Winter susurrando maldiciones lo que me


despierta. No abro los ojos de inmediato.

En cambio, la escucho reprenderse en voz baja mientras se mueve por la


habitación y recogiendo su ropa desechada.

Quizá no pensaría que soy tan buen tipo si me viera sonreír ahora
mismo. Aunque su actitud me divierte. Estoy tan mal por esta chica y
apenas la conozco.

―¿En qué estabas pensando? ―sisea, llamando mi atención.

Me asomo por un ojo y la veo arrodillarse y meter la mano bajo la mesita para
acercarse el sujetador.

Un tipo más amable cerraría los ojos y la dejaría derretirse en paz. Pero yo no
soy tan amable porque abro el segundo ojo. Admiro la ligera hendidura de la
columna vertebral cuando arquea la espalda. La forma en que los dedos de sus pies
se enroscan en la alfombra de felpa cuando se estira hacia delante. Y la forma en
que sus sencillas bragas se deslizan sobre sus redondas nalgas.

El mismo culo en el que dejé huellas anoche. Recuerdo cómo se retorcía y se


acercaba, prácticamente suplicando más.

Más.

Eso es lo que quiero. Ahora mismo. Gimo y siento que me engroso. Otra vez.
Mueve la cabeza en mi dirección y se levanta como un rayo. Señalándome
como si estuviera lista para regañar a un niño.

―Vuelve a dormir.

―No puedo. Acabo de despertarme al verte de rodillas con el culo al aire.

―Sólo estoy recogiendo mi sujetador. Deja de convertir esto en algo que no es.
―Ella agita el sujetador hacia mí, pechos turgentes rebotando y atrayendo mis ojos
en la tenue luz de la mañana―. Y deja de mirarme, Silva.

―¿Cómo? ¿Te has visto? Ponte de rodillas y te daré la vuelta a ese ceño
fruncido.

Unos ojos azul cristalino recorren sus cuencas oculares. El tequila la ablandó
anoche, pero tengo que confesar que me gusta aún más esta versión de ella.

Ahora está siendo honesta. Está siendo ella misma. No me está dando un
falso barniz brillante para impresionarme. En vez de eso, quiero conocerla mejor.
A la verdadera ella.

―Es sólo un cuerpo, Theo. Míralos lo suficiente cada día y dejarán de ser tan
impresionantes.

Mira a todas partes menos a mí cuando dice eso último, abrochándose el


sujetador descaradamente. Me pone más duro. No hace eso de esconderse detrás de
una sábana. O chilla y corre al baño como si no hubiera explorado cada maldito
centímetro de ella anoche.

No, ya conozco bastante bien el cuerpo de Winter Hamilton.

Y lo quiero otra vez.

Es su confianza.

Es ella a la que le importa un carajo que yo la mire.

Pero esto de que sólo es un cuerpo no lo soporto. Así que echo las sábanas hacia
atrás y giro las piernas fuera de la cama. Me satisface enormemente ver cómo abre
los labios y cómo esos brillantes iris azules se dirigen directamente a mi polla.
Soy muchas cosas. Pero ser indiferente a mi aspecto no es una de ellas. De
hecho, hay días en los que parece que es lo único que se me da realmente bien.

No soy tan bueno montando toros como lo era mi padre, tampoco tan
bueno como Rhett. Y sin montar toros, no estoy muy seguro de lo que haría. Me
paso el día haciendo ejercicio para pasar el rato y mantenerme en forma para
el deporte, y sé que se nota. Así que me acerco a Winter Hamilton con una
sonrisa de satisfacción en la cara.

Su pecho sube y baja con fuerza, pero no se aparta de mí.

En cambio, levanta la cabeza y me mira a los ojos.

La expresión de deseo de su cara se refleja en la mía. Sé que es así.

Pero firmé un contrato de posavasos que decía una noche. Y la luz de la


mañana que empieza a colarse por las persianas abiertas es la prueba de que la
noche hace tiempo que se fue.

Me relamo los labios e intento memorizar su cara. Porque no me cabe duda de


que la doctora Winter Hamilton hará todo lo posible por evitarme después de esto.

Pero anoche fue demasiado buena para olvidarla.

Paso la yema del dedo por la cresta del hueso de su cadera, sintiendo cómo su
piel se estremece bajo mi contacto.

―Créeme, Winter. Voy a estar pensando en este cuerpo durante años.

Inspira bruscamente y se aleja, encogiéndose rápidamente de hombros y


poniéndose el vestido de cachemira que llevaba anoche. Con las botas en la mano y
los pies descalzos sobre la moqueta del hotel, echa una mirada atrás por encima del
hombro.

La mirada que me lanza está llena de anhelo, confusión e inseguridad. Quiero


arrastrarla de vuelta a la cama y quitarle todo eso. Ver cómo se derrite bajo mis
manos, cómo se retuerce bajo mi cuerpo.

Escucharla gemir mi nombre mientras sus ojos se ponen vidriosos. Creo que
nunca me cansaré de enredarme en las sábanas con Winter.
Pero ella dice―: Apuesto a que eso es lo que les dices a todas las chicas ―con
una sonrisa triste, y luego sale silenciosamente de mi habitación con la barbilla
baja. Las imágenes de ella y yo juntos se graban a fuego en mi mente mientras se
aleja.

Es la despedida menos satisfactoria. Me deja una breve sensación de vacío y


un poco de desesperación. Quiero seguirla, agarrarla, arrojarla de nuevo a mi cama
y besar cada inseguridad.

Sus palabras duelen más de lo que deberían. También encienden un


fuego en mis entrañas.

Porque no habrá otras chicas. Tengo a Winter Hamilton en la mira. Y la estoy


apuntando.

―Mi niño.

Sonrío cuando escucho la voz de mi madre al otro lado de la línea. Estoy


despatarrado sobre la cama donde se folló a Winter Hamilton en todas las posturas
que tengo repertorio. La almohada aún huele a su champú.

Quiero que vuelva aquí. Quiero anotarlo. Poner en algún tipo de libro de
registro que tengo un nuevo objetivo en mi vida.

Gana un campeonato de la WBRF. Convierte a la Dra. Winter Hamilton en la


Dra. Winter Silva.

―Hola mamá.

―¿Qué pasa? ―Escucho los platos de fondo, como si estuviera descargando


la lavadora. Loretta vive sola desde la muerte de mi padre, y se las apaña muy bien,
aunque odio la idea de que esté sola.
―La conocí.

―¿A quién? ―No parece muy interesada, la verdad. Probablemente está harta
de que su hijo adulto llame sólo para charlar todo el tiempo.

Así que la despisto con―: La mujer con la que me casaré algún día.

Funciona. El ruido de los cubiertos se detiene bruscamente y la línea se queda


en silencio.

―¿Es así?

―Síp. ―Saco la p. Me hace parecer más seguro de ello.

―Bueno, Theo. Me alegro por ti. Un poco triste de que hayas comprado el
anillo sin mí, pero lo superaré.

―No hay anillo. Todavía.

―Hmm. ―Parece pensativa, Loretta elige sus palabras con cuidado. Pero
también le encanta arrastrarme cuando se presenta la oportunidad―. ¿Es esta una
situación de Meredith y Derek? ¿Una nota Post-it?

―No.

―Mi niño. Me encanta cómo amas. Pero tengo que preguntar, ¿esta chica sabe
ya que se casa contigo?

Me muerdo el interior de la mejilla, negándome a darle la satisfacción de


reírse de su sarcástica indirecta.

―Todavía no.

―¿Sabe siquiera que existes? Acosar es ilegal, ¿sabes?

―Mamá. Jesús. Sí, ella sabe que existo. Aunque creo que ella podría estar
tratando de olvidar.

El ruido de los platos se filtra a través del teléfono.

―Parece que causaste una buena impresión.

―No voy a ver Anatomía de Grey contigo el jueves.


Ella resopla.

―Sí que lo harás. Nunca te lo pierdes.

Sonrío. Es verdad. Nos sentamos al teléfono y hablamos durante todo el


episodio. Nunca dejaría plantada a mi madre.

―Tal vez ella no está interesada porque se enteró de niño de mamá que eres.

―No. Aunque la han herido. Está tan deprimida. Joder. ―Suspiro―. Es...
es realmente difícil de ver. No tiene una tú en su vida. Necesita tiempo. Pero es muy
fuerte, mamá. Se pondrá bien. Sé que lo estará.

Eso le quita el aliento a Loretta. Se queda callada unos instantes y la oigo


tragar saliva a través del auricular.

―Entonces, ¿qué vas a hacer?

Ella hace la pregunta, pero mi madre me conoce lo suficiente como para


entender que, una vez que me propongo algo, no me rindo fácilmente.

Y además, mi plan es realmente muy simple.

―Esperarla.

Porque sé que el tiempo que pase esperando a que Winter Hamilton me


alcance será tiempo bien empleado.
Receta de Stroganoff brasileño

Compartida por Larissa Cambusano, cuya familia prepara esta receta a


menudo

Ingredientes:

· 2 pechugas de pollo deshuesadas y sin piel (cortadas en trozos muy pequeños)

· 2 cucharadas de mantequilla

· 1 cucharada de aceite de oliva

· 3 dientes de ajo (picados)

· ½ cebolla (picada)

· 3 cucharadas de ketchup

· 2 cucharadas de salsa de soja

· 1 cucharada de mostaza

· 1 taza de nata espesa

· Sal al gusto (aprox. ¼ cucharadita)

· Lata de 4 oz de champiñones laminados (opcional)

· ¼ taza de salsa de tomate (opcional)

Instrucciones:

1. Espolvorear sal sobre el pollo cortado en dados y reservar.

2. En una sartén grande, derrita 1 cucharada de mantequilla a fuego medio-


alto y añada el aceite de oliva. Espere hasta que esté caliente y añada el pollo en una
sola capa. No lo mueva hasta que empiece a dorarse. Apartarlo todo cuando
empiece a dorarse.
3. Añada 1 cucharada de mantequilla, la cebolla y el ajo. Saltear hasta que
estén translúcidos.

4. Añada la nata espesa, el ketchup, la mostaza, la salsa de soja y los


champiñones (si los utiliza). Mezcle todo.

5. Compruebe que el pollo está hecho. Si no lo está, baje el fuego, tape la olla y
deje que se cocine un poco más (hasta que ya no esté rosado o el termómetro
marque 165 F).

6. Una vez que el pollo esté cocido pero todavía blando y húmedo (no lo
cocines demasiado o quedará duro y seco), apaga el fuego y pruébalo. Rectifica de
sal si es necesario, y si te gusta más ácido, añade ¼ de taza de salsa de tomate.

7. Disfrútalo sobre arroz acompañado de palitos de patata.


Hopeless
Extracto anticipado sujeto a cambios
Capítulo Uno
Beau
Pensé que enfadar a mi hermano y marcharme enfadado me haría sentir algo.
Me equivoqué.

Incluso actuar como un imbécil furioso cuando se supone que tengo que
ayudar a una amiga de la familia a mudarse a su nueva casa me parece... soso.

Mientras camino por la calle principal de Chestnut Springs, mis dedos se


enroscan en las palmas de las manos, las uñas se clavan en la piel.

Yo tampoco siento eso.

Sólo me siento cansado.

Pero no tan cansado como para dormir.

Suena la bocina de un tren y me quedo inmóvil. Durante años, he cubierto la


forma en que los ruidos fuertes me sobresaltan, pero esta vez es diferente.

Uno esperaría que eligiera luchar o huir, pero estos días sólo me preparo.

Pausa.

Esperar a que te golpee cualquier emoción. Miedo, ansiedad, decepción. Pero


estos días no siento nada.

Giro en la esquina de Rosewood y Elm para ver pasar el tren. A toda velocidad.

Ida y vuelta. Punto A a punto B. Cargar. Descargar. Esperar toda la noche.


Volver a empezar.
―Soy un tren ―murmuro, mientras miro las ruedas aplastándose contra las
vías.

Una mujer pasa junto a mí empujando a un bebé en un cochecito y me lanza


una mirada confusa. Su expresión cambia a sorpresa cuando me reconoce. Creo
que fuimos juntas al instituto, pero eso podría decirse de cualquiera de esta ciudad
que haya nacido con pocos años de diferencia.

―¡Oh, Beau! Lo siento, no te reconocí por un segundo.

Probablemente porque no me he cortado el cabello en meses.

No recuerdo su nombre, así que sonrío.

―No se preocupe. Estoy bloqueando el paso de peatones, ¿no? Pasa… ―Estiro


el brazo para pulsar el botón del paso de peatones.

La mujer que no recuerdo me lanza una sonrisa de agradecimiento, alzándose


una bolsa al hombro mientras intenta sujetar el cochecito rebosante de una
cantidad innecesaria de cosas.

―Gracias. Me alegro de verte por aquí. Tuviste a todo Chestnut Springs


preocupado durante un par de semanas.

Me tiemblan las mejillas por el esfuerzo de mantener la boca abierta. Sí, yo era
JTF2, la fuerza de operaciones especiales de élite de Canadá. Sí, perdí a sabiendas
nuestro transporte para salvar a un prisionero de guerra. Sí, estuve desaparecido
en combate durante semanas y estaba en mal estado cuando me encontraron.

Todavía estoy en baja forma. A la gente le encanta hablar de ello. Nos diste un
buen susto. Trata de alcanzar tu salida la próxima vez, ¿eh? Apuesto a que te encanta
toda esta atención.

Sé que todos tienen buenas intenciones, pero la forma en que expresan su


interés me molesta. Como si quedarme atrapado en territorio enemigo durante un
despliegue tuviera algo que ver con ellos. Como si hubiera asustado a la gente a
propósito o hubiera decidido casualmente no tomar el teléfono.
―Tienes que amar el apoyo de los pueblos pequeños ―es lo que digo, porque
¿Pensabas que estabas preocupado? Intentar ser yo hace que la gente se sienta
incómoda.

―Bueno, lo tienes con creces ―responde. Con una amable inclinación de


cabeza, se da la vuelta y cruza la calle.

Aparto la mirada, no quiero seguirla pero tampoco sé adónde voy. En


dirección contraria, creo.

Es entonces cuando mis ojos se posan en The Railspur, el mejor bar de


Chestnut Springs.

No importa que el cielo esté azul y que haya salido el sol en una hermosa tarde
de verano. No importa que Rhett y otros amigos necesiten mi ayuda para descargar
muebles a un par de manzanas de distancia.

En este momento, el bar del pueblo parece un buen agujero donde esconderse.
Y una copa tampoco suena mal.

**

―Gary, si no vas más despacio, te voy a quitar las llaves.

El hombre mayor, de rostro rubicundo, se burla cuando le acerco un taburete


y lo giro para apoyar un codo en la barra y mirar hacia la puerta. La decoración
occidental llena el local: una lámpara de araña con forma de rueda de carreta,
suelos de madera pulida y cristalería de tarro de albañil. Puede que no sea más que
otro bar de pueblo, pero las amplias reformas le dan un aire elevado.

―No sé cuándo te has vuelto tan bocazas ―refunfuña, dejando caer el vaso de
cerveza lejos de sus labios―. Antes apenas hablabas con nadie. Ahora me
mandoneas como un pequeño tirano todo el tiempo.

El cabello brillante, casi negro, ondea sobre los hombros bronceados de


Bailey Jansen. Nos da la espalda mientras se agacha para sacar vasos de la pequeña
lavadora que hay detrás de la barra.
―Me puse cómodo, supongo. Y a ti te vendría bien que te mandaran, viejo.
Sentado aquí, acosándome todos los días.

―No hago tal cosa. Soy perfectamente amable contigo. Uno de los únicos que
lo es, creo.

Ahora gira, toalla blanca en mano, para señalar a su único cliente en el


tranquilo bar.

―Lo eres. Y te considero un amigo, por eso te digo todos los días que bebes
demasiado.

Me mira y sus ojos oscuros se abren de sorpresa, como si no me hubiera


escuchado por encima de la música country y el zumbido del lavavajillas.

―Si me detengo, te quedarás sin trabajo. Y puede que incluso un amigo.

Gary le habla como si no se hubiera dado cuenta de mi presencia, pero ella le


responde sin apartar la vista de mí.

―Puedo vivir con eso, Gar. ―Hace una pausa y saca la lengua por los labios
entreabiertos. Labios carnosos y brillantes―. Beau Eaton. Encantada de verte.

El hombre se vuelve, ahora alertado de mi presencia.

―Vaya mierda, es Beau Eaton, ¿verdad? Un tipo grande, ¿verdad? ―Gary


murmura y la mano libre de Bailey se lanza hacia delante para tomar sus llaves de
la barra.

Gary cierra los ojos y gime.

―Todos los putos días.

―Sí. Todos los putos días. ―Se los mete en el bolsillo trasero y se vuelve hacia
la lavadora, donde se ha acumulado la cristalería―. Beau, ¿qué te sirvo? ¿Te
acompaña alguien? Probablemente quieras tu sofá favorito, ¿no?

Trago saliva y miro el sofá donde mis hermanos, amigos y yo disfrutamos de


muchas noches de fiesta. Parece como si una versión diferente de mí mismo se
sentara allí. El nuevo Beau se sienta en la barra con la tímida vecina que lleva unos
Levi's lavados al ácido mejor que nadie que haya visto.

―No, sólo yo hoy. Tomaré lo que Gary esté tomando.

―¡Un Buddyz Best para el héroe del pueblo! ―Gary golpea la barra con la
palma de la mano y me sobresalto. Mis ojos se congelan en su mano curtida, a ras
de la madera pulida de la barra. Cuando levanto la mirada, forzándome a actuar
despreocupadamente, Bailey tiene las cejas fruncidas, los iris oscuros clavados en
mi cara como si me tuviera calado.

La sonrisa plana que me fuerzo a esbozar no parece impresionarla. De hecho,


antes de darse la vuelta para servirme una pinta espumosa, mueve sutilmente la
cabeza, como si estuviera decepcionada.

Mi mirada vuelve a recorrer su cuerpo y me devano los sesos para recordar la


última vez que la vi. Siempre ha sido la dulce y tímida Bailey Jansen. Por desgracia,
nació en la familia menos respetada de la ciudad. Su padre y sus hermanos se han
metido en todo -drogas, cárcel, robos- y su madre se largó hace años.

Lo peor de todo es que sus tierras lindan con las nuestras. Puedo verlo desde
mi casa en el rancho, justo al otro lado del río, donde he puesto una valla de
alambre de espino para que esos imbéciles sepan por dónde dar la vuelta.

Pero Bailey siempre ha sido diferente. Creo que siempre me he sentido mal
por ella, siempre me he sentido protector con ella. Las miradas, los susurros.
Imagino que vivir en un pueblo pequeño donde casi todos los residentes tienen una
historia sobre tu familia debe ser jodidamente brutal. Así que siempre he sido
amable con ella. Me gusta, no tengo motivos para no hacerlo.

Hace años que trabaja en el Railspur, pero... no recuerdo cuántos. No sé si han


pasado tantos años como para fijarme en cómo se le levanta la camiseta de tirantes,
mostrando un poco de piel en su vientre plano. O para que piense en cómo sus
pechos perfectamente redondos encajarían tan bien en mis manos.

―¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Bailey? ―pregunto, observando


cómo sus hombros se tensan un poco cuando lo hago.
Se aclara la garganta.

―Algo más de cuatro años. Empecé a los dieciocho.

Veintidós.

Joder. Tengo treinta y cinco años, lo que significa que era un adolescente
cuando... Aparto el pensamiento y dejo caer los ojos cuando me pone un posavasos
delante, seguido de una pinta de cerveza dorada, con la espuma blanca
desparramándose por el borde.

―Gracias ―refunfuño mientras me paso una mano por el cabello.

―De nada. ―es todo lo que dice.

Bailey es la única persona de la ciudad que no se ha lanzado a decirme lo


héroe que soy desde que llegué a casa. Trabaja en silencio e intento que mis ojos no
se desvíen hacia ella, preguntándome por qué pasó de charlar alegremente a
apagarse en cuanto me senté en su barra.

―Desaparecido durante dos semanas, ¿eh? ―Gary empieza, y veo a Bailey


poner los ojos en blanco mientras saca brillo a un vaso de cerveza.

―Sí. ―Oh, bien. Lo único de lo que ya nadie me habla.

―¿Cómo estuvo eso?

―¡Gary! ―Las manos de Bailey caen a los lados y una mirada de puro shock
pinta su cara.

―¿Qué?

―No puedes preguntar cosas así.

―¿Por qué no?

No puedo evitarlo. Me río entre dientes y decido rescatar a Bailey de la


sensación de que tiene que salvarme.

―Muy caliente. Obtienes un bonito bronceado.


El hombre entrecierra los ojos, sus movimientos son un poco descuidados. Me
pregunto cuánto tiempo lleva aquí, ya que apenas ha pasado la hora de comer y
está claramente destrozado.

―He escuchado que te has quemado. No es el bronceado que esperaba.

―Ga-ry. ―Basado en la forma en que enuncia su nombre, es realmente


horrorizado Bailey.

Mi palma se desliza por la barra, llamando su atención.

―No pasa nada. Todo el mundo sabe lo de las quemaduras.

Parpadea, con los ojos un poco vidriosos.

―De verdad, prefiero que la gente dispare directamente a que me besen el culo
o pasen de puntillas a mi alrededor. ¿Por qué crees que me escondo aquí en mitad
del día?

―¡Porque Bailey es la mejor barman de la ciudad!

Resopla y levanta los labios mientras vuelve a sacar brillo a un vaso. Intento
recordar si alguna vez la he visto sonreír de verdad. No estoy seguro de haberla
visto. Siempre está ocupada intentando pasar desapercibida, y yo sólo estoy aquí
cuando hay mucho trabajo. Ni siquiera sé si alguna vez he oído bien su voz, hasta
ahora. Su tono suave y melódico es casi relajante.

Estoy harto de que la gente me hable, pero me parece que escuchar hablar a
Bailey podría ser ahora tan malo.

El primer sorbo de mi cerveza cae frío y refrescante. Suspiro, sintiendo que se


me quita un peso de encima en presencia del borracho y el paria del pueblo.

Ahora mismo me siento un alma gemela de ellos, un inadaptado en mi propia


casa.

―Quemaduras de tercer grado en los pies ―anuncio, ya que la franqueza


parece ser el tema de hoy―. Injertos de piel.
―Está bien. Puedes encontrar alguna chica con un extraño fetiche por los pies
a la que le encante esa mierda.

―Jesucristo, Gary. No más alcohol. ―Bailey apoya las manos en la barra y


deja caer la cabeza con un gemido.

―Mientras tu polla esté bien. ―Mueve la mano arriba y abajo por mi


cuerpo―. La cara se ve bien, ¿no te parece, Bails? Estarás bien, chico. Encontrarás
a alguien que te quiera.

La mirada de Bailey recorre mis rasgos con curiosidad, un cálido rubor pinta
sus mejillas mientras responde suavemente―: Sí ―y luego parpadea.

Sus ojos, esa pequeña palabra, hace que mi sangre bombee más rápido. Me
hace sentir algo. Mi garganta se estremece mientras trago la sequedad de mi boca,
intentando alejar ese momento.

Luego bebo otro sorbo y me paso una mano por la barbilla barbuda.

―Amor es lo último que necesito. Pero esta cerveza me está sentando de


maravilla.

Y quizá si bebo lo suficiente, podré dormir más de unas horas esta noche.
Capítulo Dos
Bailey
Han pasado dos semanas desde que Beau Eaton entró en mi bar en pleno día.
Dos semanas desde que le eché un vistazo y casi se me cae el vaso que tenía en la
mano. Es difícil no verlo, con sus hombros anchos y su cuerpo alto y fornido, y sus
piernas largas que lo sitúan por encima de la mayoría de los hombres que entran
por esa puerta. El cabello castaño claro, un poco largo, le cae sobre la frente, el
marco perfecto para unos ojos gris plateado. Incluso con el aspecto un poco
desaliñado que tiene ahora mismo. Beau Eaton está jodidamente bueno.

Y caliente es una cosa, pero Beau es agradable también. Y divertido. Una


verdadera triple amenaza, o al menos lo era.

Nunca me ha tratado como si llevara una letra escarlata en el pecho, ni


siquiera cuando otros lo han hecho. En realidad sólo lo conozco del bar, pero nunca
me ha echado en cara la reputación de mi familia. Siempre me ha ofrecido palabras
amables, un toque cortés en el codo y una buena propina al final de la noche.

Pero él sigue siendo el príncipe del pueblo, y yo sigo siendo la basura del
pueblo.

Yo soy la camarera y él es el héroe.

Él es un Eaton, y yo soy una Jansen.

Y, sin embargo, está aquí todos los malditos días desde la tarde en que entró
con aspecto de animal enjaulado que se ha liberado.

Aquí todos los malditos días bebiendo con el maldito Gary.


El primer día empezó bastante dulce. Era entrañable, si he de ser sincera.
Pero durante las dos últimas semanas, su presencia ha pasado lentamente de la luz
a la oscuridad, convirtiéndose en una ominosa nube de tormenta.

Está llegando al punto de incomodar a todos los que lo rodean. Puedes sentir
la electricidad en el aire, como un rayo a punto de caer.

Yo también estoy harta de él. Me recuerda a mi padre, o a mis hermanos, y


tengo poca paciencia para ese tipo de toxicidad.

Llega a media tarde y se toma su pinta a fuego lento. Juro que veo cómo su
frustración hierve ante mis ojos. Tiene la mano agarrada al vaso y bebe a sorbos
con los nudillos blancos.

Estoy casi segura de que un día de estos lo va a romper. Parece demasiado


grande, demasiado fuerte, demasiado enfadado para estar apretando algo tan frágil
con tanta fuerza.

―Entonces, ¿qué hiciste cuando pasaste esas dos semanas atrapado en el


desierto?

Mis dientes se aprietan ante las palabras de Gary. Sé que tiene buenas
intenciones, pero no está leyendo la habitación ahora mismo. Ni a Beau. Debe de
haberse perdido la forma en que se estremeció cuando una tormenta de truenos
retumbó no hace ni treinta minutos.

Sí, Beau parece a punto de estallar esta noche, pero Gary no se ha dado cuenta.

―Intenté seguir vivo ―dice Beau. Hay un temblor en su voz, una cualidad que
me recuerda a un perro cuando te gruñe. Es una advertencia para retroceder.

Y Gary está demasiado borracho para darse cuenta.

―Dicen que perdiste el vuelo a propósito para quedarte y salvar a ese


periodista. Eso sí que es complejo de héroe.

Beau se queda mirando su pinta, contemplando el dorado líquido. Ya han


hablado de esto, pero el alcohol hace a una persona repetitiva. Lo sé porque he
pasado años estudiando a la gente borracha. Soy prácticamente un experta.
―Imagina dónde estaría tu vida si no lo hubieras hecho.

Mis pestañas se cierran, porque mi instinto me dice que había una línea, y
Gary acaba de pisarla.

El grueso brazo de Beau se estira, tirando los vasos de ambos al suelo del bar.
La cerveza salpica a los clientes que están sentados cerca y, si no fuera por la música
que suena a estas horas de la noche, estoy seguro de que en The Railspur no habría
nadie viendo cómo se desarrolla el altercado.

Beau se levanta tan rápido que su taburete se cae detrás de él con estrépito.
Gary parece aterrorizado.

―Imagina dónde estaría tu vida si no te sentaras aquí a beber y avergonzarte


todos los putos días, Gary. ¿Lo has pensado alguna vez?

Su pecho se agita, la salpicadura de líquido hace que el algodón de su


camiseta se pegue a sus pectorales claramente definidos. Sólo alguien que creció
en mi casa podía estar en medio de un momento así y estar mirando a un tipo.

¿Trauma infantil?

Sin embargo, Beau no es mi padre, y no estoy preocupada como lo estaría si


estuviera en la casa en la que crecí.

―Beau ―mi voz sale clara, sin una sola vacilación.

―Solo todos los malditos días, una chica joven como tu mejor amiga. Parece
un poco pervertido…

―Beau Eaton, cierra la boca y saca tu culo fuera.

Gira la cabeza y sus ojos grises se clavan en los míos como si acabara de darse
cuenta de mi presencia. Como si no esperara que fuera la pequeña Bailey Jansen
quien le ladrara.

Se endereza, pero no me importa lo alto que sea. No me asusta.

Ni siquiera cuando está así.

Señalo la salida de emergencia que da al patio y no me tiembla la mano.


No estoy nerviosa.

Estoy cabreada.

Beau se da la vuelta con paso rígido, rodea el final de la barra, pasa el


mostrador de camareros y sale directamente a la luz mortecina. Si no supiera
cuántas copas se ha tomado, no me daría cuenta del ligero tambaleo de sus pasos
ni de cómo se apoya en la puerta con más fuerza de la necesaria.

Antes de atravesar la pequeña puerta de madera para seguir, miro a Gary.

―¿Demasiado lejos? ―pregunta desviando la mirada.

Mis labios se aplastan entre sí.

―Sí, Gary. Demasiado lejos.

Se pasa una mano por el cabello ralo y baja la cabeza, con la mano golpeando
las llaves que dejó sobre la barra en cuanto se sentó.

―Tomaré un taxi.

Le respondo con una firme inclinación de cabeza antes de salir por la puerta al
patio en penumbra. La tormenta de verano ahuyentó a todos los que estaban
sentados aquí, con sus vasos olvidados ahora parcialmente llenos de agua de lluvia.

Todavía puedo oler la tormenta. Y a Beau. El pino se mezcla con algo más
profundo, más sensual.

Tabaco tal vez, como un puro.

Está desplomado contra la fachada exterior de ladrillo de la estación de tren


convertida en bar. Cuando me acerco, se mete los puños en los bolsillos de los
vaqueros, con la barbilla casi pegada al pecho y la mirada fija en las zapatillas que
siempre lleva.

Le parecen fuera de lugar, demasiado blancas y brillantes, demasiado


impolutas.

―No puedes hacer esa mierda en mi bar ―le digo.

Se burla, negándose a mirarme.


―Tu bar, ¿eh?

―Sí, Beau. Mi bar. Mi lugar. El único lugar en esta ciudad donde la gente no
me trata como una mierda. Me rompo el culo trabajando aquí. Me rompo el
culo intentando gustar a los clientes. Y detrás de esa madera está mi burbuja.
Gary no es un pervertido, está jodidamente solo. Y es una de las pocas personas
que es consistentemente amable conmigo. Así que, si crees que vas a entrar en mi
bar actuando como una especie de imbécil intocable y espantando a todos mis
clientes habituales con tus payasadas, te espera otra cosa.

Ahora sus ojos están sobre mí, un poco inseguros, pero entrecerrados.

―¿Imbécil intocable?

―Sí. ―Cruzo los brazos, como si pudieran protegerme de él. Parece un


poco salvaje esta noche, un poco peligroso, no como el chico alegre y
despreocupado que todos creíamos conocer antes de su último despliegue.

La luz plateada se refleja en sus rasgos, su piel morena y sus ojos luminosos
casi brillan mientras me mira fijamente. Lo único que se mueve entre nosotros es
su pecho, que sube y baja al compás del mío. Pero no aparto la mirada. Estoy harta
de los hombres que intentan intimidarme. Y me siento mal con él, así que no le dejo
tenerlo.

Después de que nuestra mirada pase de un momento acalorado a un territorio


incómodo, mira hacia otro lado, flexionando la mandíbula.

―¿Me he puesto en ridículo? ―Su voz es toda grava y retumba sobre mi piel.

―Lo has hecho. Pero lo bueno es que te apellidas Eaton, así que todos te
perdonarán y volverán a besarte los pies en cuanto entres y les enseñes una sonrisa.

―Bailey, ¿qué carajo? ¿De verdad me acabas de decir eso?

―Sí. ―Inclino la cabeza―. Porque es verdad. Todo lo que tuve que hacer
fue nacer en mi familia y todos me miran como si estuvieran esperando que esa
parte de mi genética asome su fea cabeza. Como si fuera a pasar de ser trabajadora
y educada a una maestra criminal palurda en un abrir y cerrar de ojos sólo porque
mi apellido es Jansen. ―Su ceño se frunce más cuanto más hablo―. Así que, sí.
Creo que vas a estar bien, aunque te hayas avergonzado a ti mismo.

―Eso no es verdad.

―¿Qué parte?

―La gente piensa eso de ti.

La risa se me escapa de la garganta, aguda y carente de humor.

―Eso es adorablemente ingenuo ―digo, sacudiendo la cabeza con


incredulidad.

―Bueno, yo no pienso eso de ti.

Trago saliva y desvío la mirada. Es cierto que Beau siempre ha sido amable
conmigo, con todo el mundo, en realidad. Quizá por eso esta nueva versión de él me
cabrea tanto.

―Lo sé. ―Le lanzo una sonrisa de agradecimiento―. Eres uno de los buenos,
Beau. Por eso no puedes seguir haciendo esto.

―¿Hacer qué?

―Sentarte en mi bar y beber hasta caer en un sopor hosco cada noche.

Se le escapa un quejido silencioso mientras la cabeza le da vueltas contra


la pared y las manos salen de los bolsillos para restregarse la cara.

―Me ayuda a dormir por la noche.

―¿Qué? ―Escucho mi corazón latir con fuerza en mis oídos. De alguna


manera, esa no es la respuesta que esperaba.

Es dolorosamente honesto.

―El alcohol. Me ayuda a dormirme. Voy a casa, al rancho, y me duermo. No


he estado durmiendo bien estos días.

Su confesión me revuelve el estómago.


―¿Me estás diciendo que conduces así? ―Mi dedo lo recorre de arriba abajo,
fijándose en el bulto de llaves de su bolsillo delantero.

Sus grandes ojos me suplican, desesperados y desamparados. Me siento


monumentalmente estúpida por haber supuesto que era un tipo demasiado bueno
para ponerse al volante en este estado.

―Beau. ―Doy un paso adelante, justo hacia él. Se tensa, pero estoy demasiado
cabreada para tener muchos límites ahora mismo. Y siempre me he sentido más a
gusto con él que con la mayoría de la gente. Siempre me ha hecho sentir así, por eso
no me lo pienso dos veces antes de meter la mano en el bolsillo delantero de sus
vaqueros y rodear sus llaves con los dedos.

Su cuerpo está completamente rígido. Noto cómo se le contraen los músculos,


pero no hace ningún movimiento para detenerme. El tintineo del metal entre
nosotros me hace mirarle a los ojos en busca de una señal de que he ido demasiado
lejos.

Acerco mi cara a la suya, solo veo esos ojos iluminados por la luna y la forma
en que su nuez de Adán se balancea al tragar.

Me atrapa por un momento.

―Te prepararé un té de manzanilla ―digo, rompiendo el tenso silencio entre


nosotros―. Ayuda a dormir.

Asiente y baja la cabeza. La tensión entre nosotros se evapora cuando me sigue


de vuelta al bar, con la mirada fija en el suelo para evitar las miradas indiscretas
que se posan en él tras su arrebato.

Puedo decir que está avergonzado. Y debería estarlo, pero no voy a aumentar
su castigo. En lugar de eso, le preparo una taza de té humeante, limpio la cerveza
que ha derramado y continúo con mi noche como si él no estuviera aquí.

Relleno el té. Se bebe el té.

No hablamos, pero me observa. Lo veo dar vueltas a la taza entre sus anchas
palmas. Siento el contorno de sus llaves en el bolsillo trasero de mis vaqueros.
Pete, nuestro cocinero, sale de la parte de atrás a las 10 p.m.

―¿Estás bien aquí, Bails? La cocina está cerrada.

Escaneo el bar. Está lleno, pero no es inmanejable. Sólo abrimos dos horas más
un lunes por la noche.

―Sí. Todo bien por aquí ―respondo, dándole un breve pulgar hacia arriba.

Pete devuelve el gesto y sale por la puerta principal.

Es cuando compruebo de nuevo el té de Beau que me detiene.

―Entonces, ¿se va y te quedas aquí sola el resto de la noche?.

Me encojo de hombros mientras cojo su taza para añadir agua.

―Sí. Ahora soy jefa de turno, así que si hubiera más trabajo habría mantenido
a una camarera, pero la corté pronto.

Apoya los antebrazos en la barra, las yemas de sus largos dedos apretadas
como si necesitara hacer algo con ellos.

―¿Pero estás sola? ¿Cierras sola?

El vapor se eleva cuando sale agua caliente del dispensador.

―Correcto. ―Deslizo la taza por la encimera del bar hasta que choca con la
punta de sus dedos mientras intento recordar cuántos rellenos he hecho ya que el té
parece terriblemente aguado.

Me agacho y rebusco en la caja de té del estante inferior. El Railspur no es una


gran tetería, pero encuentro otra bolsita de manzanilla y la echo en la taza.

Cuando ato el cordel alrededor del asa, Beau no mueve las palmas de las manos
de alrededor de la taza, como si estuviera desesperado por absorber el calor.

―Eso no es seguro para ti. ¿Y si pasa algo?

Las yemas de mis dedos rozan su mano mientras completo el nudo.

Levanto una ceja.

―¿Como un tipo que se enfada y tira cerveza por todas partes?


Me fulmina con la mirada y yo intento no sonreírle.

Con un indiferente encogimiento de hombros, respondo a la pregunta.

―Me ocupo de ello.

Lo único que Beau me responde es una dura mirada y un gruñido.

Pero no se va. Bebe té en mi bar toda la noche. Durante horas, se sienta allí,
vigilando. Y cuando a medianoche echo a todo el mundo y cierro el local, él se
queda, vigilándome en silencio.

―¿Estás sobrio? ―le pregunto mientras me acompaña por el oscuro


estacionamiento hasta mi auto.

―Llevo cuatro horas bebiendo la puta manzanilla. Nunca he estado más


sobrio o hidratado en mi vida.

Respiro hondo, saco sus llaves del bolsillo trasero y se las tiendo sobre la
palma de la mano.

―No me vengas con esa mierda otra vez, Beau.

Se le hace un nudo en la garganta cuando se adelanta y me quita las llaves.

― No eres como te recuerdo, Bailey.

Ahora me permito sonreír, porque, por supuesto, todos cambiamos. No podía


seguir siendo esa niña congelada y aterrorizada para siempre.

Quería cambiar.

―Tú tampoco eres como te recuerdo, Beau.

Sus ojos van y vienen entre los míos, como si buscara algo en ellos.

―¿Qué noches trabajas?

Resoplo, bajando la mirada para sacar mis propias llaves del bolso.

―¿Qué noches no trabajo?

―De acuerdo, ¿qué noches trabajas sola?

―De domingo a martes ―respondo, cerrando la cremallera de mi bolso.


Beau asiente y dice un lacónico―: De acuerdo ―antes de girar sobre sus
talones y darme la espalda, con toda la pinta de héroe militar que es. La cabeza alta,
los hombros perfectamente rectos.

Regio, como el príncipe al que todos tratan.

Debe haberse perdido el memorándum. Porque este hombre parece creer que
es una especie de caballero de brillante armadura.

Uno que empieza a subirse a un taburete de domingo a martes para beber


manzanilla hasta medianoche, para que no tenga que cerrar sola.
Libros de Elsie Silver

The Chestnut Springs Series


Flawless
Heartless
Powerless
Reckless

The Gold Rush Ranch Series


Off to the Races
A Photo Finish
The Front Runner
A False Start
Agradecimientos
No estoy segura de haber escrito nunca un personaje con el que me sienta más
identificada que con Winter. La maternidad es un viaje salvaje, y aunque he tenido
al marido más increíble que me ha apoyado desde el principio, todavía tenía días en
los que quería esconderme en un armario y llorar. Madres solteras: ustedes son las
verdaderas heroínas. En serio, una gran ovación para ustedes.

Dicho esto, este libro no salió adelante sin el apoyo de algunas personas
realmente increíbles en mi vida. Muchas gracias a...

Sr. Silver, siempre le daré las gracias en primer lugar porque se levanta y me
prepara un café cada maldita mañana antes incluso de que salga de la cama a las 5
de la mañana para que pueda entrar a trompicones en mi despacho y escribir. Ni
siquiera sé si sería capaz de hacerlo sin ese ritual diario. Eres mi roca y mi barista
favorito.

Un saludo a mi hijo, cuya broma favorita es llamarme Elsie Camarón. No es


tan gracioso si lo pienso, pero me hace reír cada vez, así que merece ser
inmortalizado. Sólo tienes siete años y me haces reír todos los días, y eso tiene algo
increíblemente especial.

Mis padres, que siempre son mi mayor apoyo. Gracias por su cariño y por
animarme, incluso cuando desaparezco en un extraño espacio mental de escritor y
no me comunico durante días.

Catherine Cowles, ¡estas erecciones por estrés son para ti! Prometí que
trabajaría eso en un libro, y maldita sea, lo cumplí. Eres una mentora increíble, e
incluso mejor amiga. Te estoy muy agradecida. Y si alguien se lo está preguntando,
le envío a Catherine un número inquietante de notas de voz a diario y una de ellas
consistía en contarle cómo mi perro tiene erecciones por estrés.
Kandi y Lena, mis Spicy Sprint Sluts, hacen que escribir estos libros sea más
fácil. Y mucho menos solitario. Despertar con vuestros mensajes es siempre un
momento culminante.

Mi asistente, Krista, que prácticamente dirige mi vida. Nadie se ve mejor en


mallas que tú. Además, eres mi papá.

Stephanie y Kody que hacen que #teamelsie sea completa y me ayudan a


equilibrar todas mis redes sociales. ¡Son unos salvavidas!

A Echo Grayce, mi increíblemente talentosa diseñadora de portadas, que no se


enfadó conmigo cuando cambié y retoqué un millón de cosas en estas portadas:
¡gracias! Son realmente impresionantes.

Paula, mi extraordinaria editora. Mi profesional de la espalda. Mi compañera


amante de la mantequilla. No me dejes nunca. Porque te encontraré.

Mi editora de desarrollo, Júlia. Tu perspicacia está al siguiente nivel, y fingir


que te habías equivocado de número cuando me enviaste notas de voz gráficas
desglosando las escenas de sexo de este libro me dio una gran alegría y fue
realmente un momento culminante en este proceso de producción. Gracias por
tolerarme.

A mi correctora, lectora beta y. ¿qué es lo que no haces? Leticia, este libro es


mucho mejor por haber pasado por tus manos. Gracias, Leticia.

A mis chicas beta que nunca dejan de hacerme reír mientras leen. Trinity,
Josette, Amy, todas son maravillosas, gracias por regalarme su tiempo y sus
opiniones. Las aprecio muchísimo.

Un saludo a mi agente, Kimberly Brower, que ha hecho tanto por estos libros y
esta serie. Tengo mucha suerte de tenerte. Gracias por todo tu duro trabajo.

Rebekah West, mi editora en Piatkus, he disfrutado mucho trabajando en este


libro contigo. Gracias por creer tanto en mí. Me siento infinitamente halagada por
todo su apoyo.
Por último, a mis lectores de ARC y a los miembros del equipo de calle. . . Ni
siquiera sé por dónde empezar. Vosotros marcáis la diferencia más de lo que os
imagináis. Cada post me hace sonreír, cada reseña tiene un impacto. No me
importa cuántos seguidores tengas, todos son maravillosos y se lo merecen, y los
aprecio a todos y cada uno de ustedes más de lo que creen. Gracias por ayudarme a
construir esta carrera.
Acerca de la autora

Elsie Silver es una autora canadiense de novelas románticas atrevidas y sexys


sobre pueblos pequeños a la que le encantan los buenos novios y las heroínas
fuertes que los ponen de rodillas. Vive a las afueras de Vancouver, en la Columbia
Británica, con su marido, su hijo y sus tres perros, y lee libros románticos con
voracidad desde antes de lo que se suponía.

Le encanta cocinar y probar comidas nuevas, viajar y pasar tiempo con sus
hijos, sobre todo al aire libre. Elsie también se ha convertido en una gran
admiradora de sus tranquilas mañanas de las cinco, que es cuando más escribe. Es
durante ese tiempo cuando puede saborear una taza de café caliente y soñar con un
mundo ficticio lleno de historias románticas para compartir con sus lectores.

También podría gustarte