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Antes de entrar en el tema que nos convoca – el kerygma cristiano –, una anécdota familiar
puede servir para mostrar algunos aspectos de la comunicación de un “kerygma”.1 Hace años
estábamos con mi padre y mis hermanos menores en casa, esperando una llamada telefónica
de un hermano que había acompañado a su mujer al sanatorio; ella daría a luz a su hija en
cualquier momento y no había querido otra compañía que la de su marido. De repente sonó el
teléfono, mi padre atendió y escuchó la voz de su hijo que le decía en tono tierno y firme:
“¡Tata, sos abuelo!”…
A su modo, esto es un kerygma. La anécdota doméstica perfila ciertos trazos esenciales: un
acontecimiento y, de inmediato, una buena noticia, que debe ser anunciada; un anuncio breve y
directo que involucra al oyente, abriéndolo a una nueva realidad y transformándolo (si así lo
acepta) para una nueva relación de comunión.
Todo lo demás es consecuencia y despliegue de este inicio. La sorpresa, la alegría, el
anuncio a los otros, la celebración común, el relato detallado, el asombro, el llanto y el silencio,
la colaboración y el servicio… en el insondable misterio de la vida. Hoy me alegro de ser testigo
de aquel momento de mi familia, que recreamos juntos en cada fiesta de cumpleaños de mi
sobrina mayor.
20,11
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al
sepulcro 12 y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies
del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. 13 Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué estás
llorando?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
14 15
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le
preguntó: «Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién estás buscando?». Ella, pensando que era
el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y
1
En este estadio de presentación del escrito, se prefiere mantener un estilo coloquial (más propio de la exposición
oral ante la asamblea) y restringir a un mínimo las referencias a la bibliografía especializada.
16
yo lo traeré». Jesús le dijo: «¡María!». Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es
decir, «¡Maestro!». 17 Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a
decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes”». 18
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: «¡He visto al Señor!» y que él le había dicho
esas palabras. (Jn 20,11-18)
Mucho mejor que una descripción conceptual, esta escena original y provocativa del
cuarto evangelio “dice” lo propio del kerygma cristiano en cuanto a su origen, a su mensajero y
a lo esencial de su contenido y de la forma de su comunicación.
2
2. La comunicación de la Vida manifestada
1,1
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo
que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de
Vida, es lo que les anunciamos. 2 Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos
testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha
manifestado. 3 Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan
en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. 4 Les
escribimos esto para que nuestra alegría sea completa. (1 Jn 1,1-4)
1. el objeto: la Vida eterna, que es el atributo más radical de Dios, inseparable de la Luz y de la
Palabra.
2. el modo: la manifestación. Se remite a la experiencia del principio: han visto, han oído, han
tocado a Jesucristo y en Él a Dios, su Padre. La sustancia de la revelación no ha consistido en la
enseñanza de una doctrina, ha sido la venida de una Presencia entre los hombres. Se supera la
oposición entre revelación por la palabra y por la visión; todos los sentidos espirituales entran
en juego en la comunicación de esta Vida.
3. la transmisión: se trata de un testimonio. Dios no ha manifestado su gloria a algunos para su
goce privado o su perfección individual. Lo recibido ha de transmitirse. Al recibir el testimonio,
entramos en comunión. Es la Palabra de Dios la que crea el Pueblo de Dios, los creyentes.
4. la finalidad última: es la comunión con Dios. Pues la comunión con Dios y la comunión entre
los fieles no son sino dos aspectos de la misma realidad: la participación de la Vida eterna. Y
todo esto es don de Dios quien, a la vez que se manifiesta, se dona.
3
El “sello” de lo auténticamente cristiano es la alegría plena que brota de esta comunión.
No podemos extendernos aquí al conjunto de los textos del NT para desplegar la riqueza
del kerygma. Traemos la síntesis de una presentación sistemática reciente:
2
Cf. Mons. S. SILVA, “La proclamación del Kêrygma según el nuevo testamento”, en Medellín XXXIII/ n. 129
(2007) 23-59 (cita en p. 23).
4
muy sugestivo interpretar esta “irrupción” como una estrategia del autor para “representar” de
modo concreto y comunitario el discernimiento espiritual en la misión. En pocas palabras, este
“nosotros” es como la comunidad misionera “ideal” que sigue los caminos del Espíritu, lo que
no siempre ocurre con los misioneros “reales”, que a veces siguen sus caminos propios.3 Con
esta premisa, leamos el texto a partir de la “irrupción”:
16,10
Apenas [Pablo] tuvo esa visión, tratamos de partir para Macedonia, convencidos de que Dios
11
nos llamaba para que la evangelizáramos. Nos embarcamos en Tróade y fuimos derecho a
Samotracia, y al día siguiente a Neápolis. 12 De allí fuimos a Filipos, ciudad importante de esta región
de Macedonia y colonia romana. Pasamos algunos días en esta ciudad, 13 y el sábado nos dirigimos a
las afueras de la misma, a un lugar que estaba a orillas del río, donde se suponía que habría un sitio
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para orar. Nos sentamos y dirigimos la palabra a las mujeres que se habían reunido allí. Había
entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios.
Mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. 15 Después
de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: «Si ustedes consideran que he creído verdaderamente
en el Señor, vengan a permanecer en mi casa»; y nos obligó a hacerlo.
Comienza una nueva etapa, donde la Palabra habrá de “pasar” del mundo judío al pagano.
Filipos, ciudad plenamente “romana”, no tiene una sinagoga, donde podría comenzar el
anuncio cristiano, primero a los judíos; por eso, “el sábado” (costumbre del judaísmo) buscan
“un lugar” donde la gente se reúne para orar (costumbre más universal). Notemos la sutil
diferencia en los sujetos: el “nosotros” ideal habla a todas las mujeres (de las cuales hay que
suponer que sólo algunas serían judías); Pablo se concentra en una mujer, real, que tiene
nombre, origen, oficio, y que está vinculada, cercana al judaísmo, sin ser judía (adoraba a Dios).
Sólo cuando el Señor interviene abriendo su corazón, ella acepta lo que Pablo hablaba, y
surgen, con su fe, el bautismo y la creación de una comunidad (casa, familia) cristiana.4 Es la
primera en el mundo pagano, pero proviene sólo de la afinidad con el judaísmo; con un
anacronismo, quizás los llamaríamos judeo-cristianos.
3
Habrá que verificarlo en la lectura. Esta opción no quiere relativizar el intenso debate en torno a las llamadas
“secciones nosotros” de Hechos; simplemente la seguimos porque nos resulta útil para lo que aquí nos interesa.
4
No podemos omitir la referencia al otro único lugar de la obra de Lucas donde aparece el verbo que aquí se traduce
como “obligar” (en v. 15): es el pedido de los discípulos de Emaús al caminante, para que entre y “permanezca” en
la casa (cf. Lc 24, 29). Ambas escenas pueden leerse en correspondencias: escuchar, creer, reconocer, abrirse…
5
La misión intenta seguir en el mismo estilo, pero el mundo religioso del paganismo
también se hace presente, de modo inesperado y ambiguo:
16
Un día, mientras nos dirigíamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha que
tenía un espíritu de adivinación, que daba mucha ganancia a sus dueños adivinando la suerte. 17 Ella
comenzó a seguirnos, a Pablo y a nosotros, gritando: «Estos hombres son los servidores del Dios
18
Altísimo, que les anuncian a ustedes el camino de la salvación». Así lo hizo durante varios días,
hasta que al fin Pablo se cansó y, dándose vuelta, dijo al espíritu: «Yo te ordeno en nombre de Jesús
Mesías que salgas de esta mujer», y en ese mismo momento el espíritu salió de ella.
La muchacha es una esclava; en ese mundo, ella es una “propiedad” de otros, que la
“valoran” por lo que les rinde. El relato no habla de espíritu “inmundo” ni de “demonio”; más
bien, de un don espiritual misterioso (en términos de simple religiosidad). Lo que ella grita es
rigurosamente cierto: «Estos hombres son los servidores del Dios Altísimo, que les anuncian a
ustedes el camino de la salvación». Es una “sierva” que grita señalando a otros “siervos” que,
libres, anuncian un camino de salvación… hay “otro” servicio, uno que lleva a la salvación… Pero
Pablo se cansa y, fastidiado, ejerce su poder para acallar este grito “pagano”. Notemos la
sutileza en la invocación, en nombre de «Jesús Mesías», que es un ¡kerygma para judíos! Menos
sutil y más sorprendente es que, precisamente en este punto del relato, el “nosotros” de la
comunidad ideal desaparece (recién retornará en 20,5-6, de nuevo en Filipos). El mensaje
parece claro: la reacción de Pablo (aún demasiado cerrado) no realiza el proyecto del Espíritu
del Señor. ¿Qué le ocurrirá entonces?
19
Pero sus dueños, viendo desvanecerse las esperanzas de lucro, se apoderaron de Pablo y de Silas,
20
los arrastraron hasta la plaza pública ante las autoridades, y llevándolos delante de los
magistrados, dijeron: «Estos hombres están sembrando la confusión en nuestra ciudad. Son unos
judíos 21 que anuncian costumbres que nosotros, siendo romanos, no podemos admitir ni practicar».
22
La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y
ordenaron que los azotaran. 23 Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en
24
la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado. Habiendo recibido esta
orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
El relato vuelve a la tercera persona, hablando de “Pablo y Silas”, que se encuentran ahora a
merced de la multitud pagana y las autoridades del imperio. La acusación de los dueños de la
6
esclava “liberada” es una réplica en negativo del grito que Pablo silenció: «Estos hombres
anuncian…»; pero ahora «son judíos… siembran confusión… no podemos admitir ni practicar».
De este “anuncio” se pasa directamente a la humillación, la violencia física, la cárcel y el cepo. Si
la obra del Señor debe continuar, con sus enviados en estas circunstancias, Él tiene que venir en
su rescate. Entrando ya en el mundo simbólico, el momento propicio es la noche:
25
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban cantando las alabanzas de Dios, mientras los otros
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prisioneros los escuchaban. De pronto, se produjo un sismo tan intenso que se sacudieron los
cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los
27
prisioneros se soltaron. El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la
prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían
escapado. 28 Pero Pablo le dijo con voz fuerte: «No te hagas ningún mal, estamos todos aquí». 29 El
carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies
de Pablo y de Silas. 30 Luego los hizo salir y les preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la
31 32
salvación?». Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y tu familia». En
33
seguida le hablaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A esa misma hora de la
noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con
34
todos los suyos. Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con su familia la
alegría de haber creído en Dios.
7
Señor Jesús»; ¡éste es un kerygma también para paganos! El efecto será la salvación que se
extiende y concreta en la comunidad (casa, familia). Los pasos siguientes completan esta
especie de “iniciación” cristiana: exposición de la Palabra, bautismo, comunión de mesa que,
junto con la atención y curación, culminan en la alegría del creer. Ha surgido, en medio de la
noche, otra comunidad cristiana en Filipos; ésta, a partir de una familia de gentiles; con un
anacronismo, quizás los llamaríamos pagano-cristianos.
El retorno del día, ¿no disipará la noche como un sueño demasiado bello para ser verdad?
Debemos volver a la cárcel, cada uno a su puesto, para que aparezcan tanto la justicia del
evangelio frente a la injusticia del imperio, como la transformación de sus respectivos
representantes:
35
Cuando amaneció, los magistrados enviaron a los inspectores para que dijeran al carcelero: «Deja
36
en libertad a esos hombres». El carcelero comunicó entonces a Pablo: «Los magistrados me
mandan decir que los deje en libertad; por lo tanto, salgan y vayan en paz». 37 Pero Pablo respondió
a los inspectores: «Ellos nos hicieron azotar públicamente sin juicio previo, a nosotros que somos
ciudadanos romanos, y nos pusieron en la cárcel. ¡Y ahora nos quieren hacer salir a escondidas! ¡De
38
ninguna manera! Que vengan ellos en persona a dejarnos en libertad». Los inspectores
anunciaron estas palabras a los magistrados; éstos, al enterarse de que eran ciudadanos romanos,
39
temieron y fueron a exhortarlos. Luego los pusieron en libertad y los invitaron a alejarse de la
ciudad. 40 Cuando salieron de la prisión, Pablo y Silas fueron a la casa de Lidia, donde volvieron a ver
a los hermanos y los exhortaron. Después partieron.
Las cosas se aclaran y se revela quién es cada cuál. «Esos hombres» ya no son tratados
como «judíos» que merezcan la prisión. Pablo emerge con un nuevo título; ellos son
«ciudadanos romanos» en un mundo romano que les debe una justicia que se les ha negado.
Las autoridades tiemblan y los exhortan a una salida “civilizada” de la ciudad. Ellos, a su vez,
exhortan a los de la casa de Lidia, que ya son sin más “los hermanos”, y parten.
Con esta lectura de la secuencia de escenas de Filipos en Hechos, quizá podamos valorar
más el arte del narrador, que nos incluye en las transformaciones del kerygma de Jesús que va
abriéndose paso, en medio de todas las dificultades, para realizar el designio salvador de Dios,
desde Israel para todas las naciones. Pero aún necesitamos profundizar algunos otros aspectos.
8
4. El evangelio de Dios: Jesús Mesías Señor, para la salvación de todos
Es tiempo de recurrir a los textos del mismo san Pablo. Espigando con paciencia en sus
cartas, que son un testimonio directo de la vitalidad de sus comunidades y del talante de su
autor, podremos encontrar y destacar algunos puntos de especial interés para nuestro tema.
Comenzamos con el contenido del kerygma o evangelio (término casi sinónimo para el apóstol).
Preguntamos, pues, a Pablo en pocas palabras, ¿qué es (cuál es) el evangelio que proclama?
Los primeros dos textos que traemos a continuación muestran que la respuesta no
puede ser única, si por esto entendemos una “fórmula” fija en su expresión lingüística. Hay un
núcleo esencial que se articula con variaciones según los casos. Veámoslo.
1
Hermanos, les recuerdo el evangelio que les evangelicé, que ustedes han recibido y en el cual
permanecen firmes, 2 por el cual son salvados, si lo conservan tal como yo se lo evangelicé; de lo
contrario, habrán creído en vano.
3
Porque les he transmitido en primer lugar, lo que también recibí: CRISTO murió por nuestros
4
pecados, según las Escrituras, y fue sepultado y ha sido resucitado al tercer día, según las
Escrituras, 5 y se apareció a Cefas y después a los Doce. 6 Luego se apareció a más de quinientos
7
hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto.
Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. 8 Por último, se me apareció también a
mí, que soy como el fruto de un aborto […].11 En resumen, tanto yo como ellos, así anunciamos y
así ustedes han creído. (1 Cor 15,1-9)
9
en dos pares: murió y fue sepultado, fue resucitado y se apareció. Los primeros de cada par
vienen interpretados con referencias teológicas bíblicas (por nuestros pecados, al tercer día,
según las Escrituras); los segundos de cada par confirman a los primeros (la sepultura confirma
la muerte; las apariciones confirman la resurrección). El conjunto es una construcción
cuidadosa que se puede remontar (en su origen arameo, pre-paulino) hasta el año 35,
aproximadamente. Se lo considera el primer credo cristiano. Nos dice que el núcleo de la fe y de
la proclamación primitiva era Jesús Mesías (Cristo) muerto y resucitado. Pero Pablo nos
recuerda también la necesaria implicación del sujeto y la finalidad de la nueva relación que este
anuncio realiza: creer esto así y permanecer firmes es la garantía de la salvación. Nos ilustra,
finalmente, la dimensión comunitaria, tanto en el testimonio común de quienes proclaman (yo
como ellos) como en la fe y firmeza de quienes reciben (ustedes).
El saludo inicial a la comunidad de Roma (única a la que Pablo escribe sin haber sido su
fundador) brinda al apóstol la primera ocasión de condensar lo que desarrollará extensamente
en el cuerpo de la carta, el evangelio:
1,1
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado, apóstol, separado para el evangelio de Dios, 2 que él
3
había prometido por medio de sus profetas en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo,
nacido de la estirpe de David según la carne, 4 y constituido Hijo de Dios con poder según el
Espíritu santificador, por su resurrección de entre los muertos, Jesús Cristo, nuestro Señor…
(Rom 1,1-4)
Como vemos, aquí la presentación es diferente. En breve, se remite a Dios como sujeto
de un designio (evangelio) que concierne a su Hijo, pero que supone una promesa anterior
(profetas, Escrituras). De este Hijo, que es Jesús Cristo, nuestro Señor, se confiesan dos
“estados”: según la carne, nacido de la estirpe de David (es decir, con legitimidad mesiánica);
según el Espíritu santificador, constituido Hijo de Dios con poder (en su resurrección).
Nos parece importante añadir un último texto, de la misma carta, donde Pablo describe
el evangelio mirando a su eficacia universal, en una coherencia plena con su contenido:
1,16
Yo no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para (hacia) la salvación de
todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son. (Rom 1,16)
10
El evangelio no es, por tanto, tan sólo el anuncio que un mensajero lleva a un
destinatario; es también la potencia divina que impulsa a todos (¡también al mensajero!), a
través de la fe, hacia la salvación. Lo llevamos siendo llevados, lo recibimos siendo recibidos en
él.
2,1
Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del
amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, 2 les ruego que hagan perfecta mi
alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo
pensamiento. 3 No hagan nada por rivalidad o vanagloria, y que la humildad los lleve a estimar a
4
los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio
interés, sino también el de los demás. (Flp 2,1-4)
Aún con el lenguaje del amor y la ternura, estas exhortaciones parecen muy exigentes.
¿Son un ideal utópico, una imposición al esfuerzo común y de cada uno…? ¿Buscan fundar un
acuerdo para una convivencia pacífica y serena…? Pablo no piensa en estos términos; he aquí el
supremo y único fundamento de su exhortación, donde continúa el texto:
5
Sientan esto entre ustedes, lo que también (está) en Cristo Jesús, 6 el cual, que era de condición
7
divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al
11
contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a
los hombres. Y presentándose con aspecto humano, 8 se humilló hasta aceptar por obediencia
la muerte y muerte de cruz. 9 Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo
nombre, 10 para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los
abismos, 11 y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesús Cristo Señor». (Flp 2,5-11)
8,4
En cuanto a comer los idoloditos, sabemos bien que el ídolo no es nada en el mundo y que no
hay más que un solo Dios. 5 Es verdad que algunos son llamados dioses, sea en el cielo o en la
tierra: de hecho, hay muchos dioses y muchos señores. 6 Pero para nosotros, un solo Dios, el
Padre, de quien todo (procede) y a quien nosotros (estamos destinados), y un solo Señor, Jesús
Cristo, por quien todo (existe) y por quien nosotros (existimos). (1 Cor 8,4-6)
12
Este texto nos trae un testimonio precioso de una fórmula de kerygma o credo
bimembre muy antiguo. En esta profesión de fe (para nosotros) se unen dos frases: una referida
a Dios, un solo Dios, el Padre, de quien todo y hacia quien nosotros, y otra referida al Señor, un
solo Señor, Jesús Cristo, por quien todo y por quien nosotros (v. 6). La densidad de estas breves y
rítmicas expresiones pediría un desarrollo que explicite sus dimensiones cósmicas y
antropológicas y su dinamismo entre origen y destino. Nos basta mostrar aquí que Pablo
recuerda este kerygma para iluminar el discernimiento de los corintios: desde el plano del
conocimiento teológico, los ídolos, aunque los llamen dioses y señores, no son nada. Queda la
cuestión en el plano teológico práctico, pero esto requiere otro principio.
Lo que Pablo ve y pide a sus comunidades, lo ve antes y lo asume para sí mismo, en una
coherencia profunda entre evangelio y evangelizador, que abarca no sólo el contenido, sino
también los medios, las formas y todo el estilo de vida. Todo según Jesús, el Cristo, el Señor:
siervo de Aquél que se ha hecho siervo hasta la muerte; apóstol de Aquél que el Padre ha
enviado en la plenitud de los tiempos; pobre como Aquél que, siendo rico, se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza; débil como Aquél que fue crucificado en su debilidad. Como Él,
en fin, todo para todos. Hay que escucharlo una vez más:
9,16
Si evangelizo, no es orgullo: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no
17
evangelizare! Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado,
18
pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión. ¿Cuál es
entonces mi recompensa? Evangelizar gratuitamente el evangelio, renunciando al derecho que
el evangelio me confiere.
19 20
En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible. Me
hice judío con los judíos para ganar a los judíos; me sometí a la Ley, con los que están sometidos
a ella –aunque yo no lo estoy– a fin de ganar a los que están sometidos a la Ley. 21 Y con los que
no están sometidos a la Ley, yo, que no vivo al margen de la Ley de Dios –porque estoy sometido
a la Ley de Cristo– me hice como uno de ellos, a fin de ganar a los que no están sometidos a la
Ley. 22 Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para
ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. 23 Todo lo hago por el evangelio, para llegar a
ser copartícipe de él. (1 Cor 9,16-23)
13
Para concluir, una mirada “desde fuera”
Dejamos para el final un párrafo significativo de un pagano hostil y muy crítico de los
cristianos, Luciano de Samosata, en su libro Sobre la muerte de Peregrino, del año 167.
Despreciando a los cristianos, a quienes considera privados de intelectualidad, simples e incluso
estúpidos, escribe:
“Y es que los infelices creen a pie juntillas que serán inmortales y que vivirán eternamente por lo
que desprecian la muerte e incluso muchos de ellos se entregan gozosos a ella. Además, su
legislador (fundador) los convenció de que todos eran hermanos. Y así, desde el primer momento
en que incurren en este delito reniegan de los dioses griegos de la ciudad y adoran en cambio a
aquel filósofo crucificado y viven según sus preceptos. Por eso desprecian los bienes, que
consideran de la comunidad (13).”5
5
Presentación y breve referencia en R. AGUIRRE (ed.), Así empezó el cristianismo, Verbo Divino, Estella (Navarra),
2010, 413-414.
14