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nueva providencia (2013):
Los espacios privados de uso público del Plan
“Nueva Providencia” (2013).
Fuente: Elke Schlack Fuhrmann. Proyecto Fondecyt
Nº 11090407.
Dibujo: Neil Turnbull.

pops, el uso público en espacios privados


pops, el uso público en espacios privados pops:
editora: elke schlack fuhrmann La sigla POPS que significa privately owned public
space en inglés, fue acuñada en el libro Privately
Owned Public Space: The New York City Experience
(2000) cuyos autores son Jerold Kayden, el New York
City Department of City Planning y la Municipal Art
Society of New York.

pops, uso público en espacios privados:


Que el espacio público ya no es sólo aquel sobre
suelo público es algo que se discute desde la década
pasada. Un gran número de espacios públicos
cotidianos por los que circulamos en la ciudad son
en realidad privados y lo han sido desde hace mucho
tiempo. Es más, el uso público de algunos espacios
es un derecho de todos, ya que hoy se está
regulando el uso público independientemente del
estatus de propiedad del espacio.

Quién lo produce y quién tiene tuición sobre el


espacio ha dejado de tener importancia, en cambio,
adquiere vigencia la pregunta acerca del carácter
público de los lugares y de las formas de implemen-
tar el uso público en ellos. Encontramos similitudes,
pero también mecanismos diversos en la producción
privada de espacios de uso público en ciudades
alemanas, en Nueva York, en Tokyo, Yokohama y
Santiago de Chile. Un cuerpo de conocimiento se
ofrece en esta compilación de experiencias con colaboran:
espacios públicos que pertenecen al dominio privado

editora: elke schlack fuhrmann


Germán Bannen
en la visión de académicos e investigadores, de Jaime Márquez
gobiernos centrales y locales, de representantes Rodrigo Rojas
nueva providencia (1972):
ciudadanos y de gestores inmobiliarios en estas Margarita Méndez
“Nueva Providencia. Trazado General” (1972) plano
diferentes ciudades. Pedro Murtinho
dibujado por Germán Bannen y firmado por el
Humberto Eliash
Asesor Urbanista subrogante durante la estadía de
Luis Eduardo Bresciani
Bannen por un año en Grecia.
Magdalena Vicuña
Fuente: Archivo Asesoría Urbana, I. Municipalidad
Bernardo Echeverría
de Providencia.
María Elena Ducci
Klaus Selle
Alberto Sato
ISBN 968-12-5786-3
CC 25002388 Jan Wehrheim
Gregory Smithsimon
Juliane Pegels
Christian Dimmer
El carácter público de los espacios y de
la ciudad.
Indicadores y reflexiones para el posterior desarrollo del tema[1].

jan wehrheim
Sociólogo y politólogo. Doctor en Sociología. Profesor Titular. Profesor Invitado de la
Universidad de Duisburg-Essen. Profesor Adjunto e investigador de la Universidad Carl
von Ossietzky de Oldenburg.

Las discusiones sobre el espacio público son, por lo general, discusiones europeas
que se remiten tanto al mito de la polis griega, donde todas las personas se reunían
libremente en el ágora a discutir de política, como a imágenes de las ciudades del viejo
continente en el siglo xix. Esta ha sido y sigue siendo una imagen idealizada, puesto
que tanto en la antigua Grecia como en la ciudad europea de la modernidad siempre
hubo grupos específicos excluidos de los espacios públicos. Cuáles fueron esos grupos
en uno y otro caso es algo que estuvo determinado por condicionantes históricas y
culturales y dependió de las correspondientes relaciones imperantes de dominación.
El significado social de lo público y las estructuras arquitectónicas encargadas de
encarnar ese significado dependerán de la manera en que la sociedad esté organiza-
da. Las reflexiones que siguen, y que se iniciarán con la pregunta sobre qué debemos
entender por espacio público y, a partir de allí, cómo es determinable empíricamente
el espacio público, son propias de una concepción europea, eurocentrista incluso,
del espacio público, cuyo punto de referencia inmediato es hoy la sociedad burguesa
y cuya marcada referencia a esta forma de sociedad pone de manifiesto la contradic-
ción intrínseca de esta concepción.

[1] Este artículo se basa parcialmente en el proyecto “Control y espacio público”, financiado por la Deutsche
Forschungsgemeinschaft (Comunidad alemana para la investigación) en el que participaron también, entre otros,
Norbert Gestring y Walter Siebel (ver también Wehrheim 2009).
284 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

Espacios...

«Dado que los espacios surgen del actuar y se basan en actos constructivos, son
siempre sociales[2]».

Aun cuando siempre se critica que la sociología adolece de una “ceguera espacial”, el
hecho es que ha terminado por transformarse en un lugar común, tanto sociológico como
geográfico, el que el espacio no pueda pensarse independientemente de lo social: el espa-
cio material, físicamente construido, es el resultado de una producción social; y el espacio
material de origen físico natural es el resultado de un modelamiento cultural. Desplazada
a un segundo plano queda la discusión que plantea si el espacio debe entenderse como
contenedor o como espacio relacional (que sólo se constituye como tal a través del «ordena-
miento de seres vivos y bienes sociales[3]»), puesto que la pregunta se refiere a los procesos de
construcción y producción del espacio y es, en consecuencia, una pregunta empírica.
Si en el modelo del espacio como contendor, «el acento está puesto en el rol del cuerpo
condenado a la pasividad, en el concepto relacional del espacio, por el contrario, el acento
está puesto en la participación creativa del individuo en la constitución de las estructuras
espaciales[4]». Es una cuestión de perspectiva, de intenciones y de devenir temporal: los
planificadores urbanos y los arquitectos producen el espacio normalmente a priori, como
contenedor para la sociedad y determinadas actividades sociales (hacer deporte, comprar,
residir, etc.). De la misma manera, el espacio se transforma en cuanto se modifica la
configuración de las relaciones entre los objetos y las personas, y estas configuraciones
se reinterpretan y se usan de manera diferente. El comportamiento de las personas en el
espacio está condicionado por las interpretaciones que ellas hacen de éste. Las personas
modifican, a través de su comportamiento, los espacios que están planeados y construidos
como contenedores.

[2] lÖw, Martina y sturm, Gabriele. “Raumsoziologie”. En kessel, Fabian; reutlinger, Christian; maurer, Susanne
y frey, Oliver (eds.): Handbuch Sozialraum. vs, Wiesbaden, 2005, p. 44 (ver pp. 31-48).

[3] lÖw, Martina. Raumsoziologie. Suhrkamp, Fráncfort 2001, p. 154 (cursivas del original)

[4] schroer, Markus. “Raum als soziologischer Begriff. Programmatische Überlegungen”. En wehrheim, Jan (ed.):
Shopping Malls. Interdisziplinäre Betrachtungen eines neuen Raumtyps. vs, Wiesbaden, 2007, p. 43 (ver pp.35-53).
Jan Wehrheim | 285

Dieter Läpple caracteriza el espacio en cuatro dimensiones[5]:

1. El sustrato físico material producido socialmente: artefactos de creación humana


relacionados de manera múltiple con un lugar, estructuras materiales de uso y
naturaleza culturalmente modificada;

2. Estructuras de interacción y acción social o bien la praxis social de las personas invo-
lucradas en la producción, el uso y la apropiación del sustrato espacial, organizadas y
determinadas por relaciones de clase y dominación, tradiciones locales e identidades;

3. Un sistema de regulación institucionalizado y vinculante que actúa como nexo entre


el sustrato material y la praxis social implicada en su producción, apropiación y uso:
formas de propiedad, relaciones de poder y control, regulaciones legales, lineamientos
legales, normas sociales y estéticas, etc.;

4. Un sistema de signos, símbolos y representaciones espaciales vinculado con el sustrato ma-


terial: los artefactos que estructuran el espacio son portadores de símbolos y signos que
hacen visibles su función social y su posibilidad de identificación como “instrucciones
de uso” altamente selectivas socialmente hablando.

Con esa cuádruple dimensionalidad, Läpple insinúa que el espacio tiene una constitución
doble. La primera y tercera dimensión indican que el espacio urbano (sólo éste nos interesa
ahora) es, por una parte, el resultado del proceso de su producción social y puede ser des-
crito mediante características objetivables. El sustrato material, el espacio construido, es el
producto de un actuar social y expresa relaciones sociales. Estas se manifiestan, por ejemplo,
en cosas como quién construye qué espacios para qué grupos sociales con qué medios y en
qué tiempo; dónde se ubican esos espacios en la ciudad, qué funciones se les asignan y cómo
están concebidos desde un punto de vista arquitectónico. También el sistema de regulación es
expresión de relaciones de dominación que se manifiestan en formas de propiedad, normas
codificadas y lineamientos de planificación, entre otros aspectos.
La segunda y la cuarta dimensión de Läpple aclaran, por otra parte, que el espacio es tam-
bién el resultado de la percepción y el actuar (social) de quienes estén en él. La interpretación
de la simbología del espacio, y con ello la significación/interpretación de los espacios como
expresión de su producción social, depende de los sujetos y de sus relaciones. La interpre-
tación de colores, materiales o características arquitectónicas constituye una significación/
interpretación aprendida y no se desprende automáticamente del sustrato físico material del

[5] lÄpple, Dieter. “Essay über den Raum. Für ein gesellschaftswissenschaftliches Raumkonzept”. En hÄussermann,
Hartmut; ipsen, Detlev; krÄmer-badoni, Thomas; lÄpple, Dieter; rodenstein, Marianne y siebel, Walter (eds.):
Stadt und Raum. Soziologische Analysen. Centaurus, Pfaffenweiler, 1991, pp.196 y ss.
286 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

espacio. La interpretación varía en función de los niveles de conocimiento adquiridos a través


de la socialización y, con ello, en función del nivel social, la edad, el estilo de vida, las experien-
cias individuales, etc., así como de los contextos situacionales en los que esos conocimientos
se hagan. Las interpretaciones, además, se reproducen en los mapas mentales de los sujetos,
lo que permite que las significaciones de los espacios se mantengan estables más allá de
una situación concreta. Los diferentes grupos sociales construyen espacios diferentes y esas
construcciones influyen a su vez en el actuar de los diferentes sujetos así como en nuevas
definiciones de situaciones[6].
La significación/interpretación de los espacios ocurre de manera interactiva en el actuar
de los presentes en relación al espacio. En otras palabras, aun cuando cada uno de los que
estén presentes en el espacio pueda tener percepciones, recuerdos o incluso intensiones
de uso diferentes, el espacio será socialmente construido a partir de la percepción que sus
usuarios tengan de él y del actuar social de los mismos, influenciado por esa percepción.
Así, debe diferenciarse entre la producción social y la construcción social del espacio.
«Como resultado de la apropiación material de la naturaleza, un espacio social es, en pri-
mer lugar, un espacio producido socialmente. Su carácter social se desplegará, sin embargo,
recién en el contexto de la praxis social de las personas que en él viven, que lo utilizan y que
lo reproducen[7] [más precisamente: reconstruyen]».
Sin embargo, esta tesis de la doble constitución del espacio no debe ser entendida
simplemente como dual. Aquí estamos más bien frente a una relación de inte-
racción: (1) el espacio físico se genera a través de actividades humanas y sociales,
es el producto del actuar social; (2) ese espacio producido socialmente se percibe
interpretativamente e influye, a su vez, sobre ese actuar, puesto que el actuar está
forzosamente vinculado al espacio; (3) existe una relación de interacción: el espacio
producido socialmente influencia el actuar (social) y este actuar (social) (re) construye
y modifica el espacio. Los espacios son “resultado y condición” del actuar y los bienes
sociales y las personas/seres vivos recién se sintetizan en espacios a través de proce-
sos de percepción, representación y recuerdo[8].

[6] Así, por ejemplo, la rotulación de “drogadicto” puede basarse no sólo en el aspecto o la conducta de una persona
sino también puede fundamentarse en el contexto espacial en el que la persona es percibida. En las grandes ciudades
alemanas de los años ochenta, por ejemplo, esa rotulación se producía probablemente en una estación de trenes,
lugar en que en aquella época era esperable la presencia de consumidores desmesurados de droga, pero no en un
aeropuerto, donde habitualmente no se cuenta con ese tipo de presencias. Así, en ambos casos, la rotulación estará
influenciada por los espacios y las interacciones sociales.

[7] lÄpple, Dieter. Ob.cit., p. 197.

[8] lÖw, Martina y sturm, Gabriele. Ob. cit., p. 44


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Martina Löw plantea también que los espacios poseen lados invisibles que, sin
embargo, son palpables. Estos son expresión de esa interacción: el aura sacra de un
templo, la tranquila energía de un parque, el lujoso ambiente de un restaurante. Los
espacios disponen de atmósferas y, a la vez, (en la lógica antes señalada) son mode-
lados por éstas. Son atmósferas que «materializan a nivel de la percepción la expresión
externa de la (con)formación espacial de bienes sociales y de la gente. [...] Las atmósfe-
ras vuelven perceptibles el espacio como tal y no sólo a los objetos individuales[9]».
Olores, sonidos, idiomas, mímica, gestos, colores y asociaciones con materialidades,
formas arquitectónicas, etc., dan forma e influencian las atmósferas de los espacios.
De esta manera, ellas constituyen una calidad de espacio determinada o, siendo más
precisos, constituyen situaciones asociadas a espacios, que «no rara vez tienen como
consecuencia la inclusión o exclusión (en el sentido del sentirse acogido o ajeno de
acuerdo a la especificidad de cada grupo)[10]». De esta manera, los espacios también
estructuran comportamientos:

«El espacio condiciona nuestro comportamiento y le coloca su sello. Pero los espacios
también nos ayudan a decidir en qué situación nos encontramos; canalizan a qué
situaciones llegamos y qué expectativas podemos tener; estructuran procesos de in-
teracción, vuelven a algunas situaciones probables y a otras improbables. Los espacios
contribuyen en esa medida a la reducción de la complejidad. Por supuesto [...] nunca es
el espacio en sí el que provoca un determinado comportamiento en forma automática,
pasando por alto la conciencia de los actores: “espacios (edificaciones, lugares, plazas)
que evidentemente ostentan una valencia dominante, otorgan a esa valencia modos
de comportamiento e interacción correspondientes. Es decir, no son las estructuras
físicas de los espacios como tales las que determinan [...] el comportamiento humano,
sino que son las significaciones y valoraciones que las personas le atribuyen a ciertas
estructuras y lugares las que también sugieren el comportamiento que les correspon-
de” (Kruse y Graumann, 1978: 190)[11]. Sin embargo, los significados y valoraciones
que los individuos le atribuyen a determinados lugares y espacios no vuelven a ser
atribuidos en cada nueva situación. Más bien, arreglos espaciales predeterminados
liberan de la necesidad de definir situaciones, precisamente porque en estos arreglos
la significación y la valoración ya están inscritas[12]».

[9] lÖw, Martina. Ob. cit., p. 205 y ss. (cursivas del original).

[10] lÖw, Martina y sturm, Gabriele. Ob. cit., p. 44

[11] kruse, Lenelis y graumann Carl F. “Sozialpsychologie des Raumes und der Bewegung”. En hammerich, Kurt y
KLEIN, Michael (eds.): Materialien zu Soziologie des Alltags. Westdeutscher, Opladen, 1978, pp. 177-219.

[12] schroer, Markus. Ob. cit., pp. 41-42.


288 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

Parte de las expectativas son normas cuya relevancia dependerá del espacio. Los espacios
reflejan sistemas de regulación institucionalizados y determinantes: «Las marcas físicas no
constituyen en sentido social otra cosa que la representación material de limitaciones simbóli-
cas del ámbito de validez de ciertos estándares normativos[13]». Por su parte, las normas, como
comportamientos esperados en situaciones específicas, pueden ser vistas como el elemento
nuclear de los órdenes; es decir, los espacios estructuran y representan órdenes sociales y los
órdenes sociales se (co)producen a través de los espacios: órdenes sociales entendidos como
una «tipificación y denominación de realidad que se nos ha vuelto obvia[14]».
Dos espacios entendidos de esta forma, dos tipos clásicos de espacio en la sociolo-
gía urbana, son los espacios privados y los espacios públicos. Se le atribuye una rele-
vancia especial a la polaridad espacial de lo público y lo privado porque el individuo,
entendido como sujeto burgués, se constituiría como personalidad entre esas dos
esferas y porque esta polaridad permite definir a la ciudad europea:

«(…) una ciudad es un conglomerado humano en el cual la vida en su totalidad,


inclusive lo cotidiano, muestra tendencia a la polarización; es decir, a tener
lugar en el estado gregario de la vida pública o en la esfera privada. Se crea una
esfera pública y una privada, que están en estrecha relación recíproca, sin que
la polaridad se pierda. (…) Cuánto más pronunciada se hace la polaridad y la
relación recíproca entre las esferas pública y privada, tanto más “urbana” es,
desde el punto de vista sociológico, la vida de un conglomerado humano[15]».

… y espacios públicos

El espacio público es pensable únicamente a partir de su diferenciación de lo privado.


Lo esencial de lo público y del espacio público, a diferencia de la esfera privada, es
su accesibilidad libre y no controlada: «Lo público, en el sentido burgués, nace y

[13] werlen, Benno y reutlinger, Christian. “Sozialgeographie”. En kessel, Fabian; reutlinger, Christian; maurer,
Susanne y frey, Oliver (eds.): Handbuch Sozialraum. vs, Wiesbaden, 2005, p. 56 (ver pp. 49-66).

[14] kaufmann, Franz-Xaver. “Normen und Institutionen als Mittel zur Bewältigung von Unsicherheit: Die
Sicht der Soziologie”. En bayerische rÜckversicherung (ed.): Gesellschaft und Unsicherheit. Verlag für
Versicherungswirtschaft, Karlsruhe, 1987, p. 40 (ver pp. 37-48; cursivas del original).

[15] bahrdt, Hans-Paul. Die moderne Großstadt. Soziologische Überlegungen zum Städtebau. Leske + Budrich, Opladen,
1998, pp. 83-84. Texto proveniente de la traducción de Federico Sperber en: bahrdt, Hans-Paul. La moderna metrópoli.
Reflexiones sociológicas sobre la construcción en las ciudades. Editorial Universitaria de Buenos Aires (Colección Ensayos),
Buenos Aires, 1970, pp.50-51.
Jan Wehrheim | 289

muere con el principio de la accesibilidad generalizada. Una esfera pública de la que


determinados grupos estuvieran per se excluidos, no sólo sería incompleta, sino que
simplemente no sería una esfera pública[16]».
Sin embargo, no existe consenso sobre qué son los espacios públicos a nivel
empírico. Herbert Schubert (en el 2000) intentó una tipificación de los diferentes
espacios públicos de la misma forma que Klaus Selle (en 2002) y que Lyn Lofland
(en 1998). Y, Mientras Hans-Paul Bahrdt (en 1969), Albert Hunter (en 1995) y
Bernhard Schäfers (en 2001) intercalan entre los espacios públicos y privados sólo
una “parochial sphere”, es decir, una “esfera pública barrial”, el análisis de la ciudad
por parte de los restantes autores pone al descubierto una diversidad de diferencia-
ciones. La elección de palabras como “semi-público”, “aparentemente privado” o
“híbrido” expresa las dificultades analíticas que aquí se encierran. En ocasiones se
cuentan como espacios públicos “superficies no civilizadas[17]”, como estacionamien-
tos o bandejones y veredas con pasto, al mismo nivel que un parque de libre acceso.
Aquello que indiscutiblemente se entiende por espacio público es variable; pero no
basta con que un espacio sea de accesibilidad general para constituirse en público
en un sentido sociológico.
La accesibilidad general constituye sólo una condición primera de lo público.
Según Bahrdt, el carácter público no se alcanzará mientras no haya “comunicación
y acuerdo[18]”. En su calidad de ideal de connotación normativa, el espacio público
refleja también la promesa de emancipación de la sociedad burguesa.

«Representa la expectativa de igualdad de oportunidades en el mercado, la elimi-


nación de medidas de dominación en la formación de la voluntad democrática de
los ciudadanos con autodeterminación, así como la participación social; en pocas
palabras, integración económica, política y social sin negación de la diferencia[19]».

[16] habermas, Jürgen. Strukturwandel der Öffentlichkeit. Untersuchungen zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft.
Suhrkamp, Fráncfort, 1990, p. 156.

[17] koenen, Elmar J. “Öffentliche Zwischenräume. Zur Zivilisierung räumlicher Distanzen”. En krÄmer-badoni,
Thomas y kuhm, Klaus (eds.): Die Gesellschaft und ihr Raum. Raum als Gegenstand der Soziologie. Leske + Budrich,
Opladen, 2003, p. 160 (ver pp. 155-172).

[18] bahrdt, Hans-Paul. Ob. cit., p. 93.

[19] siebel, Walter. “Vom Wandel des öffentlichen Raums”. En wehrheim, Jan (ed.): Shopping Malls. Interdisziplinäre
Betrachtungen eines neuen Raumtyps. vs, Wiesbaden, 2007, pp. 80-81 (ver pp. 77-94). «La esfera privada, por el
contrario, es el reino del productor independiente de mercancías como ejemplo sinequanon del burgués autónomo
y de la familia burguesa como promesa de felicidad de amor hasta la muerte y confianza mutua. Ésta simboliza
la esperanza de una subjetividad desplegada en el contexto de la intimidad familiar, por una parte, y la autonomía
económica sobre la base de la propiedad privada, por otra» (ibid, p. 81).
290 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

En esta concepción burguesa los espacios públicos pueden ser diferenciados analíti-
camente de los espacios privados en cuatro dimensiones, las cuales a su vez influen-
cian la accesibilidad general de los espacios[20]:
1. Funcional: Mientras al espacio público de calles y plazas se le asignan las funciones de
intercambio y política, a los espacios privados de la actividad económica y habitacional
se le atribuyen las funciones de producción y reproducción. La «podestad privada sobre
los medios de producción, la tierra y las edificaciones[21]» define al ámbito privado.
Aquella esfera pudo ser esquematizada sociológicamente como “esfera privada” de la
misma forma que se pudo esquematizar como tal al ámbito del grupo pequeño y la
familia originado en la antigua ciudad burguesa europea[22].

2. Jurídico: Los espacios públicos están regidos por el derecho público; los privados,
por el derecho de los propietarios, con lo cual queda definido en términos jurídi-
cos el dominio sobre los espacios. La distinción jurídica constituye el marco para
normas codificadas, así como para el sistema de regulación institucionalizado y
vinculante de un espacio que, cuando no es un sistema formal, es precisado en la
dimensión social.

3. Social: En la teoría histórica de la civilización se diferencia entre actos “domésti-


cos[23]”, es decir aquellos actos radicados en el ámbito privado, y aquellos otros actos
ubicados en lo público. El hogar, como “distrito interior” de la esfera privada[24], es
un espacio para replegarse y un “foro” donde prepararse para la salida a lo público[25].

[20] Ver siebel, Walter. “Wesen und Zukunft der europäischen Stadt”. disp n.º 141, 2000, pp. 28-34; y siebel, Walter
y wehrheim, Jan. “Öffentlichkeit und Privatheit in der überwachten Stadt”. disp n.º 153, 2003, pp. 4-12. Berding et
al. (2007) distinguen entre derecho (derecho de propiedad y derecho de uso) y regulación (quién define de facto las
reglas para el uso) así como producción espacial, que debe entenderse como producción, mantenimiento, cuidado y
desarrollo de los espacios físicos (ver también Selle 2002).

[21] bahrdt, Hans-Paul. Ob. cit., p. 38

[22] Ibíd.

[23] gleichmann, Peter. "Wandel der Wohnverhältnisse". Zeitschrift für Soziologie n.º 5, 1976, pp. 319-329.

[24] habermas, Jürgen. Ob. cit.

[25] goffman, Erving. Wir alle spielen Theater. Die Selbstdarstellung im Alltag. Piper, Múnich, 2000, pp. 99 y ss.
Jan Wehrheim | 291

En el “escenario” de la calle, el ciudadano de la gran urbe muestra un comportamiento


estilizado que protege la privacidad y oculta actos que podrían transgredir los límites
del pudor. En primera instancia, los contactos son inicialmente distantes. Debido a la
diferenciación (foro/escenario) tanto la evaluación determinadora como la aceptación
de la apariencia y del comportamiento se modifica. La intimidad, la emocionalidad y el
contacto físico ocurren en la esfera oculta, en el espacio privado. La esfera del hogar es la
de la dominación patriarcal no estatal y la de la libertad para los comportamientos diver-
gentes de los individuos. Esa separación de comportamiento y apariencia en privado y
público no sólo abarca actividades como tener sexo, defecar o llorar, sino también cosas
como meterse el dedo en la nariz o la elección de una determinada ropa. Ejecutar estas
acciones en algún lugar público es considerado un comportamiento inadecuado: el
llanto en el espacio público sólo será aceptado sin reparos en la iglesia o en un cemente-
rio, defecar es una ofensa al orden en Alemania y tener sexo en la calle (aunque sea de
mutuo acuerdo) puede llegar a constituir delito.

4. Simbólica: Los rasgos arquitectónicos y urbanísticos juegan un rol preponderan-


te para indicar el carácter abierto o cerrado de un espacio, su exclusividad o su
accesibilidad. El simbolismo de los espacios no se expresa, sin embargo, sólo
en su sustrato físico material[26]. Los carteles de reglamento (interno), los uniformes
del personal de seguridad, la funcionalidad de los espacios, los usuarios y su manera
de comportarse simbolizan también el carácter público o privado de los espacios; y el
equipamiento del espacio, por su parte, debe contribuir a facilitar el “flujo de informa-
ción cultural correspondientemente[27]”. La simbología de un espacio puede subrayar o
contradecir su estatus jurídico normativo. Un pasillo cerrado, por ejemplo, constituye
una barrera real, pero incluso si el pasillo estuviera abierto, permitiendo el tránsito a
través de él, seguiría existiendo una barrera simbólica, porque los pasillos simbolizan
precisamente el tránsito de un espacio hacia otro y, con ello, evocan eventualmente
normas y derechos de acceso diferentes.

[26] Ver carr, Stephen; francis, Mark; rivlin, Leanne y stone, Andrew M. Public Space. Cambridge U. Press,
Cambridge / Nueva York / Melbourne, 1992.

[27] ipsen, Detlev. “Babylon in Folge – wie kann der städtische Raum dazu beitragen, kulturelle Komplexität produktiv
zu wenden?” En siebel, Walter (ed.): Die europäische Stadt. Suhrkamp, Fráncfort, 2004, p. 267 (ver pp. 253-269).
292 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

Durante largo tiempo, la dimensión legal fue por una parte la dominante, por lo cual
en el cálculo de los metros cuadrados de un espacio público o privado se hablará, a
veces, de una privatización de la ciudad y otras veces de su conversión pública[28]. Por
otra parte, la función política del espacio público representaba el lugar del intercam-
bio donde impera la sensatez y, con ello, la base para el progreso social como centro
de la atención. Pero sociológicamente hablando, la polaridad entre lo público y lo
privado sólo puede ser descrita multidimensionalmente. El estatus jurídico informa
parcialmente sobre los ámbitos de dominación y su estructuración espacial, pero
nada dice sobre las normas allí vigentes, y ni siquiera sobre el cumplimiento de la
norma. La función política no es simplemente la consecuencia de la accesibilidad
para todos. Esta dependerá de las personas presentes, de los acuerdos sociales, de los
otros usos y, eventualmente, también de la estructura arquitectónica del espacio y su
simbología. Y que el resultado tenga algo que ver con los ideales de la democracia, es
algo que está lejos de poder decirse.
Además, el espacio público, en cuanto a las cuatro dimensiones, tiene que ser
entendido como un concepto en transformación[29]: en la dimensión funcional se mo-
difica la dicotomía a causa de la transformación de la ciudad industrial en una ciudad
de servicios orientada al consumo. Esto ocurre cuando los espacios de producción
artesanal son sucesivamente reemplazados, primero por espacios de producción
masiva industrial y luego por los nuevos tipos de espacio de la sociedad de servi-
cios, como los Urban Entertainment Center y Shopping Malls que encontramos en
las ciudades. A nivel empírico, el punto de partida debe ser también la multifun-
cionalidad de los espacios públicos, puesto que una condición negativa para dar
cabida a lo público, o generarlo, es que los usos sólo estén parcialmente preesta-
blecidos o, más aún, que los espacios ofrezcan un uso multifuncional: la vereda,
por ejemplo, no posee ni el menor nivel de especialización[30], y eso también quiere
decir que la permanencia en el espacio público puede no tener más objetivo que la
propia permanencia, sin tener que perseguir otra finalidad. También los estándares
de comportamiento público que deben (re)construir diariamente lo público están
sujetos al cambio. De la misma manera, los significados de los símbolos varían y se
modifican, ejerciendo a su vez un efecto sobre las acciones.

[28] Ver wehrheim, Jan. Die überwachte Stadt: Sicherheit, Segregation und Ausgrenzung. B. Budrich, Opladen/
Farmington Hills, 2006 (2ª edición actualizada), p. 12 y ss.

[29] Para profundizar, ver siebel,Walter y wehrheim, Jan. Ob. cit.

[30] Ver jacobs, Jane. Tod und Leben großer amerikanischer Städte. Bauweltfundamente 4, Gütersloh, 1963, pp. 27 y ss.
Jan Wehrheim | 293

Así, el espacio público, interpretado como modo específico para la creación del orden
social, debe ser entendido, en primer lugar, en el sentido del tipo ideal de Weber y no
como un ideal normativo: un espacio público típicamente ideal es de acceso general y
de propiedad pública; las funciones centrales que se le asignan son las del mercado y la
política; es el “escenario” social (Goffman) y, con ello, el lugar de comportamiento estili-
zado; es simbólicamente abierto en su diseño y muestra de manera ostentosa su acceso
general y su carácter público.
Las categorías teóricas de “público” y “privado” no se han vuelto obsoletas, siguen
sirviendo para analizar transformaciones en los órdenes espaciales y verificar en qué
medida los espacios urbanos se acercan al tipo ideal, puesto que el espacio público
no sólo se modifica, sino que además, usando como parámetro el tipo ideal y el ideal
normativo, nunca ha existido empíricamente. El concepto liberal de lo público tiene
como condición que el «tránsito de personas privadas en el mercado esté liberado de
violencia social y, en lo público, de coerciones políticas[31]». Pero nunca «las condicio-
nes económicas y sociales [le han ofrecido] a todos las mismas posibilidades[32]» de
participación; el mercado nunca ha estado libre de violencia y lo público, producido
de manera discursiva, nunca ha estado ni está tampoco ahora libre de poder e inte-
reses hegemónicos. El ágora griega sólo estaba abierta a quienes estaban liberados
del trabajo, y en consecuencia, los esclavos y las mujeres quedaban excluidos. En
la ciudad europea del siglo xix, las mujeres y las clases bajas campesinas y urbanas
estaban excluidas del espacio público[33].
De la misma manera, tras una fase de inclusión total de tendencia fordista, las
grandes ciudades europeas vuelven a caracterizarse hoy fuertemente por la exclusión.
El ideal normativo del espacio público burgués ha estado y está limitado a esa bur-
guesía. La tendencial participación de todos, por su parte, evita conflictos y subraya
la heterogeneidad normativa, y, por ello, el asomo de la misma no será interpretado
como una tendencia del espacio a volverse público y valorado positivamente, sino
que, de manera paradojal, se lo connotará negativamente como involución.

[31] habermas, Jürgen. “Öffentlichkeit (ein Lexikonartikel)”. En habermas, Jürgen. Kultur und Kritik: Verstreute
Aufsätze. Suhrkamp, Fráncfort, 1973, p. 65 (ver pp. 61-69).

[32] habermas, Jürgen. Ob. cit., 1990, p. 157.

[33] Ver engels, Friedrich. “Die großen Städte”. Reimpresión de fragmentos de Die Lage der arbeitenden Klasse in
England (1845). En herlyn,Ulfert (ed.). Stadt- und Sozialstruktur. Nymphenburger, Múnich, 1974, pp. 91-106.

Ver breckner, Ingrid y sturm, Gabriele. “Kleiderwechsel – Sackgassen und Perspektiven in patriachalen
Öffentlichkeiten”. En Löw, Martina (ed.): Differenzierungen des Städtischen. Leske + Budrich, Opladen, 2002, pp. 157-186.
294 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

Además la vida cotidiana permite advertir la existencia de variados tipos de espacios


públicos, puesto que las diferencias saltan a la vista: parques, calles, plazas, zonas
peatonales, etc.; tipos que constituyen formas mixtas y están sujetos a nuevas dife-
renciaciones: por ejemplo, calles comerciales, plazas de mercados o centros comer-
ciales. Los lugares de mercado como prototipo de espacios públicos[34] se diferencian,
entre otras cosas, a través de su diversa accesibilidad y su atractivo selectivo, así como
a causa de su respectiva situación geográfica en la ciudad. Una calle comercial con
tiendas de ropa de alta costura para sectores altos es fenomenológicamente distinta
a una donde semanalmente se instala una feria orgánica, en cuyo puesto de aceitu-
nas se detienen a comprar los papás llevando a sus hijos en portabebés africanos.
El centro comercial de un extenso suburbio, que junto al supermercado tendrá
probablemente una farmacia, una amasandería y un par de negocitos tipo lavandería
o peluquería, se diferencia claramente del varias veces citado West Edmonton Mall,
donde junto a cientos de tiendas y restaurantes hay también una montaña rusa, un
acuario con delfines y una réplica exacta de la embarcación Santa María[35].
Tales diferencias se vuelven objeto central de atención porque dan cuenta de
distintas formas de apropiación del espacio y se remiten al concepto “lugar” como
concretización y localización del espacio[36].
Para Pierre Bourdieu los rasgos arquitectónicos de dominación son expresión
de apropiación: el «espacio apropiado es uno de los lugares en los que el poder se
reafirma y consuma, y lo hace de la manera más sutil posible: la violencia simbólica
como violencia no perceptible[37]». Para Chombart de Lauwe, por el contrario, lo que
está en la base es una marcada comprensión de apropiación; para él, el concepto lleva
implícito algo que ofrece resistencia:

«La apropiación del espacio es el resultado de las posibilidades de moverse libre-


mente en él, de relajarse, de poseerlo, de sentir cosas, de admirar, soñar, conocer
algo, hacer algo que responda a los propios deseos, exigencias, expectativas e
ideas concretas y poder realizarlo[38]».

[34] bahrdt, Hans-Paul.Ob.cit.

[35] N. de la E.: La Santa María es la embarcación en que Cristóbal Colón viajó por primera vez a América.

[36] Ver lÄpple, Dieter. Ob. cit.

[37] bourdieu, Pierre. “Physischer, sozialer und angeeigneter physischer Raum”. En wentz, Martin (ed.): Stadt-
Räume. Campus, Fráncfort /Nueva York, 1991, p. 27 (ver pp. 25-34).

[38] chombart de lauwe, Paul-Henry. “Aneignung, Eigentum, Enteignung. Sozialpsychologie der Raumaneignung
und Prozesse gesellschaftlicher Veränderung”. Arch+ n.º 34, 1977, p. 6 (ver pp. 2-6).
Jan Wehrheim | 295

La relación de tensión que se expresa en las diferentes concepciones de apropiación


(apropiación como expresión de poder/dominación, por una parte, y apropiación
como práctica emancipadora, por otra), remite a las diversas influencias de la pro-
ducción social y de la construcción social del espacio que constituyen el lugar. En
la concepción de Bourdieu, la primera domina más bien a la segunda. Chombart de
Lauwe se acerca, por su parte, a la perspectiva contraria.
La producción social y la construcción social del espacio, así como su interacción,
conducen a que también espacios similares desde el punto de vista funcional (los arriba
nombrados contribuyen todos a la función de mercado) se distingan a través de diferentes
formas de normalidad y diversas formas de normatividad. Aquí no debe mirarse tanto al
espacio público, sino poner la atención en las cualidades de los lugares.
El resultado de la producción y la construcción de lugares públicos puede medirse
ahora por medio de diferentes indicadores.

Indicadores

De estas reflexiones teóricas se desprenden dos tipos de indicadores que podrían


servir para analizar lugares específicos en función de sus cualidades espaciales y su
grado de calidad pública. A ninguno de los dos se le puede asignar primacía y, en una
primera instancia, debe excluirse la elaboración interactiva de lo público. Por una
parte, están las características objetivables que los observadores entrenados pueden
detectar teniendo como trasfondo las particularidades culturales locales; por otro
lado, tenemos las percepciones e interpretaciones de los presentes y las personas que
(no importando por qué) conocen el lugar aunque no lo usen.
En el primer caso, deben revisarse antes que nada las condiciones necesarias para
constatar las posibilidades de acceso general. Esto, a su vez, puede observarse en dos
dimensiones. Primero, cómo está proporcionado el acceso físico: ¿cuántas calles y
caminos conducen a un lugar? ¿El lugar puede alcanzarse solamente a pie o solamante
en auto? ¿Se puede llegar en transporte público? ¿Tienen los caminos buena visibilidad
o es difícil cruzar alguna calle a causa del tránsito? etc. Es decir, las características de
la constitución arquitectónica (o, en otras palabras, el resultado de la producción del
espacio y las formas existentes de uso y tránsito) influencian no sólo las posibilidades
concretas de acceso, sino también las posibilidades simbólicas de acceso. Podrá haber
pasillos escondidos que conozcan los habitantes, pero no las personas ajenas al lugar.
Una gran afluencia de vehículos particulares en los accesos podría no ser un gran pro-
blema para familias con automóvil, pero los peatones de edad más avanzada podrían
ser demasiado lentos para cruzar sin riesgo entre de los autos.
Las posibilidades de acceso físico, sin embargo, no permiten saber quién usa
estos espacios. Así, en segundo lugar, debe medirse la presencia real de diferentes
296 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

grupos sociales y culturales. ¿Están esos grupos de personas representados en un


lugar en correspondencia con sus posibilidades físicas de acceso? Si, por ejemplo,
en los alrededores de un determinado lugar vivieran muchos niños, personas de
estratos sociales bajos o miembros de minorías étnicas y si todos ellos pudieran
llegar sin dificultad al mismo, pero no lo visitaran, significaría que están activamen-
te marginados del espacio público o que no tienen ninguna razón para ir a ese lugar.
Del hecho que determinados grupos de personas o actividades no se registren en un
lugar, no puede deducirse el motivo. El “por qué” no se ve. La presencia de dife-
rentes grupos puede observarse y contabilizarse, tanto por medio de encuestas en
las afueras de los lugares de interés como también con la ayuda de marcas visuales
dentro de ellos[39].
Como segundo criterio se debe considerar la propiedad de los lugares en tér-
minos legales, esto es, a quién le pertenece el terreno y quiénes tienen poder de
disposición de un determinado lugar: ¿las municipalidades y las policías públicas o
un propietario privado con un servicio de seguridad igualmente privado? El estatus
jurídico no nos entrega información sobre las normas codificadas existentes y no nos
indica si esas normas son conocidas o si las personas se comportan en consecuencia.
Tanto en los espacios legalmente públicos como en los privados, el consumo de alco-
hol o el registro de los basureros pueden estar explícitamente prohibidos, lo mismo
que andar en patineta, distribuir volantes o jugar fútbol sobre el pasto. Pero conocer
el estatus jurídico sí permite saber la manera en que esas normas se generan: ¿es-
tán legitimadas por lo menos indirectamente desde un punto de vista democrático
o son normas particulares de un propietario que dan cuenta sólo de intereses parti-
culares? El poder de disposición efectivo, por su parte, no tiene necesariamente que
coincidir con el estatus legal: una patrulla vecinal privada puede contrarrestar el
carácter público y el derecho, igual que una pandilla de jóvenes que vigila a quienes
penetran en “su” parque.
Junto al acceso, el poder de disposición y la norma debe analizarse la funcionali-
dad de un lugar, para lo cual la primera pregunta que debe hacerse es si una calle, in-
cluyendo la vereda, una plaza o parque tienen un uso prescrito o si, por el contrario,
desde el punto de vista arquitectónico y legal, son factibles la diversidad y libertad de
usos, y si efectivamente se utilizan: ¿hay niños jugando, personas haciendo deportes,

[39] Para estos efectos, no es necesario que todas las asignaciones ópticas realizadas por el investigador sean
individualmente acertadas (éste podría equivocarse, por ejemplo, en la estimación del valor de una prenda,
evaluándola como especialmente cara, y presumiendo con ello que la persona pertenece a una clase social alta,
como podría también darse que la ropa de la persona observada sea sólo prestada y ella nunca pudiera pagarla). Lo
importante es que estas asignaciones permitan un juicio tanto sobre la probabilidad como sobre la presencia regular
de grupos sociales.
Jan Wehrheim | 297

lugares donde descansar, etc.? Es decir, se trata de determinar en qué medida un es-
pacio es un “espacio de posibilidades”, que pude ser utilizado y modificado libremen-
te y en el que los presentes pueden estar cumpliendo diferentes roles sociales: pa-
seantes, trotadores, mendigos, activistas políticos, moradores, etc. Esos usos pueden
ser igualmente evaluados en relación a las típicas funciones de los espacios públicos,
la del mercado y la de la política: ¿qué negocios hay y que mercadería ofrecen (y con
ello, a qué sectores sociales están dirigidos)? Aquí se consideran también los kioscos
estacionales de los balnearios o el comercio informal.
Si bien los lugares de comercio son prototípicos del espacio público, porque
ofrecen la posibilidad de contacto entre personas que no se conocen, la función
del mercado contribuye frecuentemente, a la vez, a legitimar las limitaciones del
carácter público de un lugar. Esto ocurre cuando las superficies dispuestas para esta
función son excesivamente grandes o cuando se justifica la exclusión de grupos
sociales marginales con el argumento de que alteran el clima de consumo, lo que
afecta negativamente las posibilidades de darle al espacio usos alternativos. Tam-
bién la función política puede ser medida: ¿se realizan, al menos eventualmente,
manifestaciones políticas en el lugar? ¿Se reparten volantes o se colocan puestos de
información sobre temas políticos?
Siempre en relación a estos diferentes usos, los lugares pueden ser analizados
también para identificar si sus características arquitectónicas y su equipamiento
posibilitan, apoyan o dificultan los respectivos usos y, dado el caso, de qué manera.
La presencia de puntas metálicas en cantos de jardineras impide que las personas se
sienten o descansen, lo mismo que ocurre si los bancos son incómodos. La exis-
tencia de numerosos lugares de estacionamiento en desmedro de superficies libres
dificulta el juego de los niños. Materiales como vidrios-espejos, mármol, cromo
o granito tienen (como lo señala Monika Wagner[40]) un “doble carácter social”, y esa
es precisamente la idea: deben resultar llamativos y atractivos para los consumidores
pudientes, a la vez que intimidar a las personas que no se sientan parte del nivel
de exigencia social del lugar formulado por esa vía, de manera que no lo penetren
o no le den determinados usos. Estos materiales tienen un carácter tan exclusivo
como excluyente. Precisamente en la dimensión simbólica se evidencian los efectos

[40] wagner, Monika. “Privatisierung von Kunst und Natur im öffentlichen Raum. Die plazas von
Manhattan”. En haussermann,Hartmut y siebel, Walter: New York – Strukturen einer Metropole. Suhrkamp,
Fráncfort, 1993, pp. 286-298.
298 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

directos de la materialidad y su interpretación social como fluidos en su transición.


Así, es posible analizar la influencia de los espacios y las representaciones sociales
en su dimensión social: ¿Cómo se comportan los sujetos (corren, gritan, etc.), cómo
se visten, usan el lugar a pesar de los obstáculos arquitectónicos o legales, etc.?
En todos estos criterios objetivamente medibles (que permiten describir y
decidir sobre la presencia o ausencia del carácter público de un lugar en las cuatro
dimensiones señaladas, y sobre si éste es más o menos público en alguna de esas
dimensiones) está contenida la idea de que, en última instancia, lo gravitante es la
percepción y la significación/interpretación social de esas características que hacen
los habitantes y usuarios de una ciudad. Esto, por su parte, permite decidir si las
connotaciones de los investigadores coinciden con las de los usuarios urbanos, es
decir, en qué medida el análisis teórico responde a la realidad. Las videocámaras,
por ejemplo, simbolizan poder y poder de disposición sobre el lugar en que están
instaladas. Pueden ser símbolo de seguridad, contribuyendo así a la accesibilidad
de un lugar o, por el contrario, recordar el riesgo y la vigilancia, limitando con ello
el carácter público de éste. Estas interpretaciones no sólo variarán según los luga-
res, sino también en función de los grupos sociales allí presentes[41]. La atmósfera
de un mismo restaurante puede ser interpretada como lujosa o decadente, el aura
de un templo religioso como sacra u opresora, el ambiente de un parque como
relajado o aburrido. También es materia de la connotación social, si, por ejemplo,
los grupos de muchachos adolescentes en las esquinas son definidos per se como
pandillas juveniles o como los muchachos “buena onda” del barrio. Lo que ellos
efectivamente hagan, es para estos efectos, por lo general secundario. La conno-
tación social determinará igualmente si su presencia a la entrada de un parque es
percibida como una barrera simbólica, que puede incluso requerir la presencia de
un policía para anular su efecto intimidador, o si, por el contrario, es el policía en la
entrada del parque el que se transforma de barrera simbólica en barrera real cuando
controla y expulsa del lugar a los adolescentes que quieren usar el parque para “per-
der el tiempo” (cuando se trata de personas mayores, se dice “descansar”).
También la imagen de un lugar juega un rol en que las personas se aventuren a
visitarlo. ¿Para qué grupos sociales resulta atractivo? ¿Qué posibilidades de uso y
acuerdo social ofrece a las personas? Las necesidades que los habitantes de una ciudad

[41] wehrheim, Jan. Der Fremde und die Ordnung der Räume. B. Budrich, Opladen/ Farmington Hills, 2009.
Jan Wehrheim | 299

tienen son diversas y, por lo mismo, es diferente también lo que esperan de los espacios
públicos. Estas expectativas, sin embargo, así como sus interpretaciones situacionales
según los espacios, determinan de manera relevante las acciones para efectos del uso
y la accesibilidad: «si los hombres definen las situaciones como reales, estas son reales
en sus consecuencias[42]».
¿Pero qué significan los indicadores para el concepto del espacio público? Prime-
ro, el espacio público sólo puede entenderse como tal cuando ofrece posibilidades
de apropiación para sus usuarios. La apropiación y la dominación basadas en una
producción de poder son lo opuesto a lo público. Aquí, por sobre todo son decisivas
las relaciones sociales para determinar si, para efecto de los espacios públicos a nivel
empírico, debe seguirse a Boudieu o a Chombart de Lauwe. Si se le quiere dar una
oportunidad a lo público espacialmente definido, los espacios producidos por medio
de la dominación deberán hacer gala de su carácter público. En segundo lugar, debe
tenerse en cuenta que si bien un lugar así producido y analizable por medio de los
indicadores señalados puede ser descrito como público, e incluso así definido en la
percepción e interpretación social, eventualmente, hasta por todos los usuarios de
una ciudad, esto no permite concluir que este ostente la misma calidad para todos los
usuarios y que estos entiendan lo mismo por “uso de espacios públicos”.
Por muy adecuadas que las categorías de análisis público/privado sigan siendo para des-
cribir relaciones espaciales y sociales y transformaciones de lugares, los indicadores dan
cuenta de que un análisis en esta línea no contribuye mayormente a una comprensión
emancipatoria de la ciudad en su conjunto. Aun cuando las categorías nos permitan (no sin
dificultad) analizar si un lugar específico es más o menos público y en qué dimensión lo es
y para qué grupo social, nos prestan poca utilidad para analizar los niveles de integración
de la ciudad. Describir la ciudad y lo público normativamente a través de estas categorías
en relación a potenciales democráticos, tampoco sirve. Estos potenciales democráticos son
más que la concepción selectiva y limitada de lo público que tiene la burguesía, percepción
que, como señala Habermas, finalmente no tiene nada de pública[43].

[42] thomas,William I. y thomas, Dorothy S. The Child in America. Behavior Problems and Programs. Knopf,
Nueva York, 1928.

[43] N. de la E.: Lo público sólo puede ser nombrado como tal cuando todos los grupos sociales toman parte o, al
menos, tienen la posibilidad de tomar parte. Cuando la burguesía está entre iguales (por ejemplo sin trabajadores) o
cuando lo público se orienta exclusivamente a partir de imaginarios de orden burgués, entonces tampoco debemos
hablar (según Habermas —y el autor concuerda con esto—) de que lo público está limitado, ya que en ese caso ni
siquiera se trata de lo público. La condición de lo público y lo democrático se cumple sólo cuando todos toman parte.
Según el autor uno de los problemas que se producen en el discurso académico sobre lo público en la ciudad es que
en la mayoría de los casos se está pensando en una forma de lo público que se asocia a la burguesía y a modales
ordenados, reglas, etc. Eso el autor lo ve como un error.
300 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

La razón que nos movería a dejar atrás esas concepciones antiguas radica en otra
característica del espacio público. Espacio público significa no solo uso múltiple
y acceso libre. Al espacio público están asociadas formas específicas de compor-
tamiento[44]. Entre ellas se cuentan, por ejemplo, si es posible (y en qué contextos
históricos y culturales) gritar, pelear, besarse, orinar o discutir en público. Pero en
términos generales, el comportamiento público es, sobre todo, un comportamiento
distanciado. Lo primero que se transmite es que uno no quiere profundizar en la
comunicación, lo que tiene una buena razón de ser: es el modo de integración cen-
tral en espacios que se caracterizan por la presencia de desconocidos, presencia que
es una consecuencia inevitable cuando un lugar al interior de la ciudad es de acceso
general. «El encuentro con extraños (con personas y cosas desconocidas) es parte de
la cultura de lo público[45]».

Una contradicción, una perspectiva y los obstáculos de los comportamientos

De lo anterior resulta una contradicción fundamental. El ideal de espacio público, en el que


se juntan personas privadas para meditar (de cara al público y guiándose por un sentido de
responsabilidad) sobre una mejor sociedad (interpretando libremente a Habermas), requie-
re, por una parte, la abstracción de la personalidad de los participantes para no superponer
“el objeto” (el tema) y los argumentos. Y por otro lado, requiere que los presentes no sean
personas desconocidas entre sí, puesto que «el cuidado con que uno aborda al desconocido,
al que por principio se le imputa alteridad», se basa en que no se sabe si existe «un deter-
minado nivel de expectativa mutua del comportamiento[46]». Esto genera una inseguridad
básica asociada a la ciudad y al sentimiento de no pertenencia/ajenidad[47].

[44] Ver simmel, Georg. “Die Großstädte und das Geistesleben”. En simmel, Georg: Aufsätze und Abhandlungen 1901-
1908. Band 1; Gesamtausgabe Band 7. Suhrkamp, Fráncfort, 1995 [1903] pp. 116-131.

Ver bahrdt, Hans-Paul. Ob. cit.

Ver goffman, Erving. Das Individuum im öffentlichen Austausch. Mikrostudien zur öffentlichen Ordnung. Suhrkamp,
Fráncfort, 1974.

[45] saldern, Adelheid von. “Stadt und Öffentlichkeit in urbanisierten Gesellschaften. Neu Zugänge zu einem alten
Thema”. Informationen zur modernen Stadtgeschichte 2, 2000, p. 10 (ver pp. 3-15).

[46] kaufmann, Franz-Xaver. Ob. cit., p. 40.

[47] Ver bauman, Zygmunt. Flaneure, Spieler und Touristen. Essays zu postmodernen Lebensformen. Hamburger,
Hamburgo, 1997.

Ver wehrheim, Jan. Ob. cit., 2009.


Jan Wehrheim | 301

Pero la inseguridad y las normas de distancia pública no son lo más adecuado para llevar
adelante discusiones políticas en busca del consenso. «Con “nuestros iguales”, por el contra-
rio, nos relacionamos comparativamente de manera abierta y desinhibida incluso si todavía
no nos conocemos personalmente. Nosotros suponemos que el otro siente, espera y actúa
de manera similar a como lo haríamos nosotros en su lugar[48]». Cuando Bahrdt escribió
que lo público se genera allí «donde, partiendo de una integración incompleta, resultante
de una estilización específica del comportamiento y apoyada por la composición espacial
del medioambiente, igual tiene lugar una comunicación y se producen acuerdos[49]», quiso
decir que el distanciado respeto ante la individualidad del otro es la condición negativa para
ello. Pero, a pesar de que eso ya presupone implícitamente poder lidiar con la ambivalencia
del contacto con la ajenidad, sólo excepcionalmente el furtivo encuentro termina en flirteo
o la interacción casual del mercado contribuye a dar forma a un espacio público político.
Bahrdt señala con optimismo que eso sería hasta "cierto grado posible[50]". Debe acotarse
que la probabilidad es muy baja o que aumenta precisamente en la medida en que el lugar
sea menos un lugar ajeno, es decir, con la homogeneidad de una situación. En el nivel de la
política, del parlamento, de las iniciativas ciudadanas, de los salones y de los cafés la ajeni-
dad desaparece. Los modos de comportamiento son tan reconocidos en términos generales
como familiares son los respectivos roles.
Esto quiere decir que cuando en las grandes ciudades la condición necesaria (accesibilidad
general) se cumple tendencialmente, la ajenidad mutua asociada a ella tiende, por conse-
cuencia, a que el contenido de la condición básica (comunicación y acuerdo) implique antes
que nada mantener la distancia. Y esto juega un rol no menor en el hecho de que el ideal del
espacio público esté limitado a un ideal burgués de lo público que se contradice a sí mismo.

[48] Ibid.

[49] bahrdt, Hans-Paul. “Die Stadtstraße als Kommunikationsfeld”. Die alte Stadt n.º 2-3, 1989, p. 200 (ver
pp. 196-207).

[50] bahrdt, Hans-Paul. Ob. cit., 1998, p. 83.


302 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

El hallazgo de una contradicción fundamental entre el espacio público como el lugar


de lo ajeno y como el lugar de la participación (política) y la democracia tiene dos
consecuencias para la discusión sobre dicho espacio: por una parte, se podría
insistir en la concepción de un espacio en el que están presentes todos los grupos
sociales y culturales imaginables. Pero entonces, la función política del espacio
público se limitaría ya no a servir al intercambio sino a constituir un escenario. Este
es el lugar en el que podrían hacerse presentes los grupos que normalmente están
excluidos de los espacios públicos mediáticos y políticos, pudiendo ser percibidos
en su existencia social. Que esto sea posible, y la manera en que ello podría suceder,
depende de la calidad de los espacios y, consecuentemente, de quién tenga el poder
de disposición sobre los mismos, cómo éste se haga efectivo y cómo se pueda acce-
der a ellos. La función social del espacio público sigue siendo aprender la manera
de relacionarse con la diferencia por medio del contacto con la ajenidad; es decir,
aprender también el comportamiento público y experimentar la libertad lejos de los
estrictos controles informales de las comunidades locales; entender otros modelos
de comportamiento cultural a través de observaciones con distancia. Pero el inter-
cambio político no juega un rol relevante, como tampoco la concepción que supone
que para ello deberían estar presentes simultáneamente todos los grupos existentes
en una ciudad. Por sí mismos, el tamaño y la estructura de la ciudad marcada por la
segregación residencial vuelven ilusoria una presencia habitual y simultánea. Como
se ve, las expectativas que se tiene del espacio público en términos normativos debe-
rían disminuirse un poco.
Por otra parte, el espacio público urbano podría pensarse también de manera
segregada. La mirada del investigador se aleja del lugar individual para acercarse a
la estructuras, redes y transformaciones (como resultado de un proceso) espacia-
les. El espacio público de la ciudad es el resultado de la suma de espacios y debe
concebirse como un mosaico. Una mirada de este tipo a lo público urbano permite,
por una parte, entender barrios segregados no sólo como deficitarios (que es lo que
normalmente se hace con las minorías y los grupos sociales vulnerables) sino como
una oportunidad para la representación política de intereses y la movilización. La
organización local ofrecería la posibilidad de colocar en la ciudad temas e intereses
a un nivel global que de otra manera estarían ausentes. La segregación puede ser
entendida como una oportunidad para elevar el capital político de grupos sociales
determinados. Los barrios pudientes y asentados saben colocar eso en la balanza
política hace tiempo: los litigios y las iniciativas "Not in my Backyard" son expresión
de ello, lo mismo que el hecho que sean, sobre todo, los habitantes de determinados
barrios los que estén representados en la arena política local.
Con esto se han mencionado tres condiciones (acceso social de los espacios,
carácter voluntario de la segregación y libertad de violencia de la dominación) que
Jan Wehrheim | 303

deben cumplirse para concebir un mundo público segregado como un nuevo ideal
formativo; condiciones que, a su vez, plantean nuevas interrogantes:

(a) Para que el espacio público pueda ser concebido como un mosaico fluido que
se transforma en sí mismo, es necesario que las diferentes piezas del mosaico
sean permeables, en el sentido de que, por ejemplo, ni un conjunto habitacio-
nal cerrado pueda simplemente impedir el ingreso a un barrio, ni una galería
comercial se pueda defender frente a grupos de personas indeseadas. Además de
ello, se requiere también que existan posibilidades objetivas de ingresar en esos
espacios y participar de la vida social local. El transporte público aumenta esas
posibilidades. También los equipamientos descentralizados (comercio, actividades
deportivas o culturales, instalaciones públicas, etc.) son necesarios, puesto que
usualmente la movilidad espacial (especialmente entre los sectores sociales bajos)
es limitada. Pero sólo es posible la libertad de los rígidos controles informales (y
con ello la libertad para las conductas no convencionales fuera del ámbito privado)
si también se produce intercambio entre las distintas piezas del mosaico y, con
ello, entre distintas normalidades y normatividades. La descentralización de la
ciudad puede ser una estrategia que conduzca a ello.

(b) Desde la perspectiva política, la segregación sólo rara vez es vista como problema
cuando se trata de la segregación voluntaria de los sectores acomodados (aunque
las diversas pretensiones de un carácter prácticamente separatista ofrecerían
suficientes motivos para ello). La segregación social de los sectores bajos (así con-
cluyen estudios de Europa y ee.uu.) se transforma en un problema en la medida
que es resultado de la discriminación y los imperativos del mercado de la sociedad
capitalista. Se trata de una discriminación involuntaria que obliga a los grupos so-
ciales más vulnerables, que en Europa son altamente heterogéneos, a vivir juntos.
Éstos no pueden optar por vivir en un barrio de su preferencia, que corresponda a
su estilo de vida. Y sin posibilidad de elección, no hay segregación voluntaria. Una
condición necesaria para que pueda existir posibilidad de elección, sería contar
con disponibilidad de recursos económicos o, por lo menos, con una mayor can-
tidad de ofertas no comerciales en el mercado inmobiliario. Para una influencia
política a nivel de toda la ciudad sería necesario, además, que se constituyera un
espacio público barrial. Pero este no será el resultado automático de la cercanía
física y vecinal, sino del intercambio social y la organización política que se pueda
generar a partir de la identificación de intereses comunes: como migrantes, como
trabajadores, como víctimas de la contaminación ambiental, etc.

(c) El espacio público como expresión de la participación política de diferentes


barrios y de los grupos sociales allí presentes requiere, junto a la posibilidad de
304 | El carácter público de los espacios y de la ciudad

participación política y formas de organización, de condiciones materiales. Entre


éstas se cuentan, sobre todo, la educación y la liberación del trabajo, es decir,
disponer de recursos materiales, por una parte, y de tiempo, por otra. Y también
es necesario votar no sólo por medio de representantes que operan en el marco de
supuestas obligaciones fácticas, sino también hacer valer la opinión sobre el traba-
jo como relación social y cambiar relaciones de producción y consumo. Las actuales
formas de dominio político y económico y sus fundamentos violentos constituyen un
obstáculo para ello.

Entender el espacio público como un mosaico, como una red de lugares, resulta, en este
sentido, sólo secundariamente una cuestión de planificación y configuración del espacio.
Las relaciones de dominación y sus bases materiales minan la posibilidad de tener una
estructura democrática y pluralista a nivel de las grandes ciudades, a la vez que limitan e
influencian discursivamente y violentan los correspondientes márgenes de juego para la
planificación urbana y la arquitectura. De éstas dependen tanto la producción social como
la construcción social del espacio y, con ello, tanto las condiciones para el espacio público
en su concepción tradicional como para la concepción aquí propuesta: entender el espacio
público urbano como segregado.
Jan Wehrheim | 305
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