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Koda no había pedido en ningún momento verse involucrado en algo como esto.

Él estaba
tranquilamente cazando y... Vio aquel meteorito que se dirigía hacia el bosque. Había tenido
unas milésimas de segundo para convencerse que era el fin del mundo, que no volvería a ver a
su esposa... Pero después de todo aquel tiempo tumbado en el suelo descubrió que en
realidad no pasaba nada.

Si el paraíso era real, era idéntico a la Tierra donde había muerto. Una profunda humareda
emanaba del bosque, y la curiosidad fue más fuerte que el miedo. Koda fue corriendo a
descubrir qué era aquello que había caído del cielo.

Y cual fue su sorpresa al descubrir a una muchacha como origen de la humareda, una
muchacha de piel azul oscura, otra como ella. Y definitivamente ella debía verla. Ella que había
enseñado a todos los de la aldea a comportarse ante los desconocidos antes de condenarles a
una muerte sangrienta.

"Desconocido no es enemigo", ese era su lema. Pero ella nunca se había enfrentado a una
situación como a la que se enfrentaba Koda. No podría juzgarle si la mataba allí mismo. Pero
aquella joven era demasiado hermosa, demasiado pura y demasiado inocente para morir
atravesada por una flecha. Koda aún no lo sabía, pero acababa de asistir al nacimiento de un
nuevo dios. Aquella mujer se puso de pie. Estaba completamente desnuda. Se giró,
lentamente, observando cada rayo de luz que atravesaba las hojas de los profundos árboles,
hasta fijar sus ojos en Koda, que había agarrado su arco más fuerte que nunca a causa del
miedo.

- ¿Quién... eres? - pronunció a duras penas la mujer. El cazador soltó su arco. Sí, Udah tenía
que ver a aquella mujer.

***

La Alta Madre Udah no podía apartar la vista de aquella extraña mujer, tan parecida a ella y sin
embargo tan extraña. Su piel no era roja como la de la Gran Madre, sino azul, con una brillante
luna en el medio que le daba su nombre: Tayen. Su cabello no estaba trenzado, como el de
todas las mujeres de la tribu, sino que se lo había dejado suelto. O quizá es que nunca había
pensado en trenzárselo.

Aquella mujer que no tenía origen y apenas se acordaba de su propio nombre tan sólo
aseguraba una cosa: Era la hermana que Udah siempre había estado esperando. El único
problema en toda aquella historia es que Udah no esperaba ninguna hermana.

- No sé quién es usted, pero no mienta, usted no puede ser mi hermana. Yo no tengo


hermanos. - sentenció una vez la otra joven hubo acabado su relato. No pretendía tratarla con
frialdad, era considerada casi como una diosa por el resto de la tribu, y su comportamiento
hacia aquella desconocida marcaría también el de los demás. Es cierto que ella tenía ciertos
poderes que nadie más tenía, pero tampoco se consideraba una diosa.

- Pero se lo digo de verdad. Yo tampoco la conozco a usted, pero estoy convencida de que es
mi hermana. - insistió la contraria.

- Eso es ridículo. - bufó Udah. No debería reaccionar de aquella manera, ni solía hacerlo. Pero
en aquellos momentos tenía demasiados problemas de los que ocuparse como para que
llegase una desconocida para pasarse por su hermana. - Los hermanos se conocen, es cosa
lógica, compartimos la misma madre, ¡la misma sangre!
- ¿Sí? ¿Pues quién es su madre? - Udah se vio obligada a callar. Sabía que no tenía respuesta a
aquella pregunta, la muchacha tampoco esperaba una respuesta exacta. Hacía generaciones
atrás, Udah fue recogida por unos campesinos, su única posesión era un anillo de color verde
brillante, de color verde esmeralda. Su capacidad a sobrevivir mucho más que los demás y su
poder a controlar la crecida de la vegetación empezaron a alimentar el mito. Udah, la Alta
Madre, la Madre Superiora o incluso la Madre Tierra. - Ni usted misma lo sabe, ¿Qué es lo que
le asegura que no seamos hermanas? ¿Quién es usted para empezar y por qué conozco su
nombre?

- Váyase de aquí. - Dijo Udah, con la voz temblorosa. Era la primera vez que alguien se atrevía a
atacarla, que alguien se atrevía a desafiarla. Ante la inmobilidad de la joven, Udah volvió a
decir, esta vez más firme - ¡Váyase de aquí!

Aquella mujer la miraba con odio, la seguía desafiando, pero finalmente se fue. En ese
momento, la Alta Madre Udah se derrumbó, ante la atónita mirada de dos de las muchachas
de la tribu.

***

- Oiga, ¡Oiga! - Tayen salió enfurecida del hogar de la Alta Madre, y no siquiera oyó la oz que ka
perseguía, hasta que esta le agarró la muñeca. - ¡Oiga! ¿Se puede saber quién es usted? -
Tayen se zafó del agarre, aunque se quedó mirando al hombre musculoso y moreno que se
tendía delante de ella. Pelo largo y azabache, barba de tres días y un verdadero gigante en
proporciones. - ¿quién es usted? - repitió el joven. - Nadie consigue así como así una cita con la
Alta Madre. Dicen que se ha desmayado tras vuestro encuentro, el resto del poblado la tiene
miedo.

Tayen se quedó mirando al joven con cara extraña. Su cara expresaba una nueva emoción
hasta entonces desconocida para la chica, las puntas de los labios deslizándose hacia arriba y
mostrando los dientes, pero no de forma amenazante.

- ¿Y tú? - gritó Tayen a quién todavía no se le había acabado de pasar el enfado. - ¿No me
tienes miedo? - el joven volvió a repetir el grácil gesto.

- Yo no le temo a nada. Lo dice mi propio nombre: Tennesee.

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