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¿Por qué habríamos de ser razonables?

¿Quién entre vosotros puede jurar no haber escuchado nunca: «Sé


razonable», «No eres razonable», «Eso no es razonable» o «¿Cuándo
empezarás a ser razonable?» y otras invitaciones para sumarse a los
argumentos de los padres? Nadie. De hecho, los adultos no pueden privarse
de reprender o criticar un comportamiento que, a sus ojos, pasa por
inmaduro, infantil o retrasado. Cualquiera que os reproche no ser razonable
cree tener razón y por ese parecer se permite ordenar, juzgar y dar su
opinión. Porque el uso de la razón es un verdadero desafío social, una lógica
de guerra evidente en el combate por ser adulto -como decimos.
Ser razonable consiste en utilizar la razón como los otros. Muchas veces
recompensamos a alguien con un: «Tienes razón» cuando simplemente
piensa como nosotros y manifiesta una opinión exactamente conforme a la
nuestra. De ahí procede la idea de que, siendo razonables, exponemos una
proposición imposible de censurar, que damos muestras de un juicio sano y
normal -en una palabra, que no somos poco razonables. No se puede ofrecer
mejor perspectiva de esta expresión y sus supuestos: un individuo nor-
malmente constituido utiliza su razón como todo el mundo para poner sus
opiniones en conformidad con las de la mayoría.
De igual manera, esta expresión también significa que sabemos
contener y retener nuestros deseos y anhelos. Al niño que quiere todo
inmediatamente se le llama poco razonable, al que renuncia a sus deseos,
en cambio, se le califica de razonable. Asi, la razón actúa como un
instrumento de integración social y de dominio de sí, a través de la renuncia
de sus impulsos primeros. Destruir en uno mismo los deseos, rechazar las
pulsiones que quieren, ahí está lo que distingue al individuo razonable, y, por
cierto, también responsable, digno de consideración. Renunciar a uno
mismo, al mundo, diferir sus ganas, incluso extinguirlas: ¿se puede proponer
proyecto más siniestro a los niños, los adolescentes, e incluso a los adultos?

Tomar sus deseos por la realidad, o a la inversa?

Los adultos integran al adolescente en su mundo si este ha aprendido a


desplazar sus deseos a un segundo plano y a dar primacía a los imperativos
de la realidad. La razón funciona en ese caso, principalmente, como un
instrumento normativo (productivo de normas), una facultad útil para invertir
la prioridad infantil que hace de la realidad ilusión según nuestro deseo. El
adulto se define al contrario: toma la realidad por su deseo, tras-forma lo real
en objeto deseable y termina por acomodarse a él. La razón razonable crea
el orden social que reproduce los mecanismos jerárquicos útiles para el buen
funcionamiento del mundo tal y como va. Allí donde impera la vitalidad
natural, la razón opera con frecuencia una conversión y reemplaza el
movimiento impulsivo por una sumisión cultural, un orden civilizado.
Igualmente, la razón puede servir para justificar otra cosa distinta al
orden social. A veces, sirve también, desgraciadamente, para legitimar
opciones indefendibles, inmorales o peligrosas. Su uso no garantiza la
obtención de pensamientos sanos, elevados y delicados o moralmente
defendibles. En tanto que instrumento, sirve a las más bellas tareas tanto
como a las más bajas faenas. Desconfiad, pues, del uso de la razón si
esconde una ideología perversa y peligrosa. La razón tiene también su
vertiente sombría, no siempre se emplea para liberar a los pueblos: es
igualmente utilizada por rétores, hábiles habladores, dialécticos retóricos
(buenos oradores capaces de arrasar en los sufragios por procesos
deshonestos), tribunos hipnóticos que envuelven la negatividad bajo formas
específicas, racionales, y aparentemente lógicas.
Estatua de Lenin en Yalta, Ucrania, 1995 (fotografía de Martin Parr).

Los fascismos, las tiranías, los regímenes autoritarios, los colonialismos


se han desarrollado con razones, argumentos, demostraciones, teorías,
dialéctica y, también, ciencia. Hitler, Lenin, Stalin, Mao, Pétain, todos han
recurrido a la razón para fascinar a los pueblos y conducirlos del lado en el
que triunfa la pulsión de muerte, el odio al otro, la intolerancia y el fanatismo
destructor de hombres. Las doctrinas del espacio vital, la lucha de los más
fuertes contra los menos aptos, el odio a los judíos, la guerra imperialista
como salud de la civilización, la destrucción de la burguesía, la dictadura del
proletariado, la lucha de clases, la revolución nacional, todas esas ideas-pro-
gramas se han desarrollado ampliamente a golpe de razonamientos, de
razón singular, con ayuda de las armas habituales de la retórica y la exposi-
ción de ¡deas, antes de traer al mundo las cámaras de gas, los campos de
exterminio, los gulags después; más tarde, siempre con el mismo fervor
racional, la bomba atómica, la purificación étnica, la guerra química. La razón
también pare monstruos.
En el origen de lo peor hallamos pasiones nauseabundas, pulsiones ani-
males y violentas, deseos de homicidio, resentimientos recocidos, odio al
mundo en cantidad, voluntad de venganza, ya que todos los dictadores
construyen su poder esencialmente sobre esas pulsiones fuertes y bestiales.
Seguidamente, usan la razón para disfrazar esos intereses primeros, y les
dan una forma aceptable, presentable, a la cual una gran parte de individuos
termina por asentir. Ser razonable consiste en rendirse a los argumentos de
la autoridad, de la mayoría, del jefe, del dictador. ¿Poco razonable el indivi-
duo que no se pliega a esas razones perniciosas?
Se ha encerrado, aprisionado bajo la acusación de locura, a los rebeldes
de esta razón mayoritaria y obediente, a los que preferían la razón crítica y
resistente. A menudo, los regímenes políticos llaman loco al individuo que
conserva su razón cuando todos la han perdido o la usan de manera errática.
Como un loco que estimamos desprovisto de razón, el opositor a los lugares
comunes de su época pasa muchas veces, incluso siempre, por un original,
una clase de benigno chalado, al que se le concede moderadamente el
derecho de divagar, o a quien se le ofrecen, de vez en cuando, estancias en
el hospital psiquiátrico.

Cuando la razón no es razonable

La razón no debe convertirse en ídolo, como fue el caso durante la


Revolución Francesa, en la que los Templos de la Razón (iglesias
transformadas en lugares consagrados a la veneración de la Razón, a veces
personificada bajo el semblante de una chica joven llevada en procesión)
brotan a la sombra de las guillotinas donde se decapitaba a los hombres y
mujeres que no parecían razonables —porque no defendían las ¡deas de los
proveedores de la Viuda (el sobrenombre dado al aparato de la Guillotina).
Culto de la razón también en Lenin, amante de la dialéctica (el arte de
exponer las ideas bajo una forma científica, rigurosa y aparentemente
irrefutable) e inventor de campos de deportación en Siberia. Desconfiad
razonablemente de la razón, sabiendo que también se aplica para realizar
fines culpables.
El riesgo en la empresa racionalizadora consiste siempre en querer
reducir lo real y la complejidad del mundo a fórmulas prácticas pero falsas.
La razón sirve a menudo para reducir en un puñado de ideas simples una
realidad más complicada de lo que se imagina a priori. La reducción racional
y la planificación suponen que lo real es racional y que lo racional puede
siempre convertirse en real. Sin embargo, existe un mundo entre esos dos
universos, que se comunican bastante poco y mantienen relaciones difíciles.
Perdemos en inteligencia desde el momento en que aprisionamos con la
razón, en pocas palabras, un mundo diverso, prolijo, resplandeciente; de
igual manera, corremos el riesgo de la simplificación excesiva si nos decidi-
mos a hacer de lo racional, de lo que tenemos una idea, modelo que ha de
ser encarnado para producir efectos en la historia.
Los utopistas del siglo XIX anhelaron sociedades que les parecían
racionales, razonables. Todo en ellas estaba decidido: desde la forma de
vestir hasta la organización de las comidas, pasando por la dimensión de las
casas, el reparto de las tareas, la estructura de la cuidad, el estatuto de los
niños, de las mujeres, de los hombres, de las personas mayores, de los
muertos, nada se dejaba al azar, todo estaba rigurosamente planificado
según principios racionales. La razón, al haber ocupado todo el espacio, no
dejaba lugar alguno para la fantasía, la imaginación, la invención, la creación
—la vida. Todas las experiencias que buscaban la realización de esas
microsociedades utópicas se han transformado en fracasos...
Allí donde lo razonable, lo racional y la razón triunfan por completo,
surge con frecuencia el malestar, incluso lo peor. Dejemos a la razón el
poder exclusivo de disipar las ilusiones, de destruir las creencias, de ser un
instrumento crítico, de desmontar las ficciones falsas y que cuestan sangre
humana. Desde el momento en que ella contribuye a crear nuevas ilusiones,
a dar a luz quimeras racionales, anuncia siempre lo peor, mientras que, al
contraro, debería ayudarnos a temer lúcidamente, y después a conjurar.

Proyecto de arquitectura de una ciudad ideal (después de 1470), escuela de Piero


dclla Francesca (hacia 1416-1494).
TEXTOS

Max Horkheimer (alemán, 1395-1973)


Pertenece a un grupo de filósofos alemanes que se apoya en el marxismo; critica su
versión soviética y propone una revolución social (la Escuela de Francfort). Analista de la
familia y la autoridad, la tecnología y el uso de la razón, el capitalismo y los regímenes
totalitarios.

¿Cuándo somos razonables?


Cuando alguien es citado hoy ante un juzgado por alguna cuestión de
tráfico y el juez le pregunta si condujo racionalmente, a lo que con ello hace
mención es lo siguiente: ¿hizo usted cuanto estaba en su mano por proteger
su vida y propiedad y las de los otros y obedecer la ley? Asume tácitamente
que estos valores tienen que ser respetados. De lo que duda es,
simplemente, de si la conducta en cuestión ha estado a la altura de estas
pautas reconocidas de modo general. En la mayor parte de los casos ser
racional equivale a no ser obstinado, lo que de nuevo apunta a una
coincidencia con la realidad tal como esta es. El principio de la adaptación es
asumido como obvio. Cuando la idea de la razón fue concebida, tenía
cometidos mucho mayores que simplemente el de regular la relación entre
medios y fines; era considerada como instrumento idóneo para comprender
los fines, para determinarlos.
Crítica de la razón instrumental (1 947), traducción de Jacobo Muñoz, Trotta,
Madrid, 2002

Epicteto (griego, 50-125 d. de C.)


Esclavo liberado, que vivía en la más grande renunciación. Pertenece a la escuela
estoica, que enseña el dominio de los instintos y las pasiones, el uso de la voluntad para
actuar solamente sobre lo que depende de nosotros, la indilereneia para con el resto, la
ausencia de miedo para con la muerte.

Lo que depende de nosotros y lo que no depende.


I. Hay unas cosas que dependen de nosotros y otras que no. De
nosotros dependen la opinión, la tendencia, el deseo, la aversión, y, en una
palabra, cuantas son obra nuestra. No dependen de
nosotros, en cambio, el cuerpo, los bienes adquiridos, la reputación, los
cargos, en una palabra, cuantas no son obra nuestra. XV. Recuerda que
debes comportarte como en un banquete. ¿Ha llegado a ti algo que estaba
circulando? Extendiendo la mano, tómalo con buenas formas. ¿Pasa por
delante?, no lo retengas. ¿Aún no llega? No impulses tu deseo, espera a que
te llegue; y lo mismo con relación a tus hijos, a tu mujer, a los cargos, a la
riqueza, y serás algún día un digno convidado de los dioses. Y si no tomas
las cosas que te son servidas en la mesa, sino que las desprecias, entonces
no solo serás un convidado de los dioses, sino también un hombre con igual
poder. Pues actuando así Diógenes y Heráclito, y sus semejantes, eran
merecidamente llamados divinos, y de hecho lo eran.
Manual, I, 1, y XV, Ed. Civitas, Madrid, 1993, traducción de Reyes Alonso
García

Blaise Pascal (francés, 1623-1662)


Científico y católico ferviente, de salud frágil. Cuando murió trabajaba en un libro en
que se proponía demostrar la miseria de los hombres sin Dios y su salvación en el
catolicismo. Se han encontrado sus manuscritos por todas partes, incluso cosidos en el
envés de su abrigo. Diversamente asociadas, sus notas han dado lugar a los
Pensamientos.

Ni demasiado, ni demasiado poco


Guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones.
Si no tuviera más que la razón sin pasiones.
Si no tuviera más que las pasiones sin razón.
Pero, al tener lo uno y lo otro, no puede estar sin guerra, pues no
puede tener paz con lo uno sin tener guerra con lo otro.
Así, está siempre dividido y opuesto a sí mismo.
Esta guerra interior de la razón contra las pasiones ha hecho que los
que han querido tener paz se hayan dividido en dos sectas. Unos han
querido renunciar a las pasiones y llegar a ser dioses; otros han querido
renunciar a la razón y llegar a ser bestias. Des Barreaux. Pero no lo han
conseguido ni unos ni otros, y la razón permanece siempre que acusa la
bajeza y la injusticia de las pasiones y que turba el reposo de los que se
abandonan a ellas. Y las pasiones están siempre vivas en los que quieren
renunciar a ellas.
Si se somete todo a la razón, nuestra religión no tendrá nada de
misteriorso y de sobrenatural.
Si se choca contra los principios de la razón, nuestra religión será
absurda y ridicula.
Dos excesos.
Excluir la razón, no admitir más que la razón. Ver que no hay nada justo
o injusto que no cambie de cualidad al cambiar de clima. Tres grados de
elevación hacia el polo cambian toda la jurisprudencia; un meridiano decide
sobre la verdad. En pocos años de posesión las leyes fundamentales
cambian, el derecho tiene sus épocas, la entrada de Saturno en Leo nos
señala el origen de tal crimen. ¡Curiosa justicia que un río limita! Verdad a
este lado de los Pirineos, error al otro.
Nada según la sola razón es justo en sí, todo se tambalea con el tiempo.
La constumbre (constituye) toda la equidad, por la sola razón de que ha sido
recibida. Es el fundamento místico de su autoridad. Quien la remite a su
principio, la anula. Nada es tan defectuoso como esas leyes que reparan las
faltas. Quien las obedece porque son justas, obedece a la justicia que él
imagina, pero no a la esencia de la ley. Esta se halla aglutinada toda en sí
misma. Es ley y nada más.
Pensamientos (410, 621, 173, 183), ed. Louis Lafuma, Alianza, Madrid, 1986,
traducción de J. Llansó

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