lengua tuve que elaborar un texto sobre cuál creía que había sido el invento más importante de la humanidad. La profesora, que tan sólo quería mandar un ejercicio de redacción, terminó estimulando mi curiosidad de manera exagerada. La rueda, la electricidad, la escritura, el microondas, el frigorífico... Se me ocurrían cientos de ideas fascinantes, que me hacían sentir cierto horror al imaginar la vida antes de la existencia de las mismas. Años más tarde, creo haber encontrado finalmente una respuesta definitiva a esta cuestión. Todos esos inventos mencionados han sido grandes avances, al igual que otros tantos inventos que no han sido mencionados. Pero, como especie humana, ¿cuántas veces tendríamos que haber inventado la rueda para extenderla a nivel mundial si nadie la hubiera comercializado? Supongamos un escenario primitivo. Imaginemos al inventor de la rueda cargando la caza cómodamente en un carro que ha ideado. La tarea de llevar el alimento a la aldea, que está a tres días a pie, parece mucho más sencilla que transportar la misma carga a hombros (como siguen haciendo en la tribu vecina). Imaginemos que los miembros de la tribu vecina ven ese carro, ¿cuánto alimento estarían dispuestos a aportar a cambio del invento? El carro se va extendiendo por las tribus de la zona, que buscan al inventor y le dan todo tipo de productos para obtener uno de sus carros. El inventor ni siquiera necesita cazar más, pues consigue alimento suficiente para su tribu gracias a su idea. El comercio se ha inventado, y ha comenzado a su vez un nuevo aspecto evolutivo.
Esta suposición podría no distar de la realidad,
pero siempre es mejor que contemos con los hechos. Para ello debemos situar la mirada sobre la colonización fenicia. Esta civilización se originó en un terreno abundante en madera y costa, que convirtieron en barcos y puertos. Además, se caracterizaron por tener buen vino, cerámica y artículos de lujo como cosmética, perfume y joyería. Productos que no sirven para alimentar o vestir a un pueblo como el algodón o el maíz. Y así, probablemente movidos por la necesidad, idearon una ruta comercial que terminó cubriendo por completo el mar Mediterráneo. Maximizaron lo que mejor sabían hacer y lo convirtieron en mercancía preciada que comerciar (cabe puntualizar que esta idea será rescatada y redefinida por Adam Smith posteriormente con la teoría de la Ventaja absoluta, de la cual volveremos a hablar en este ensayo en el momento oportuno). La ruta comercial pronto estableció ciudades que servirían como puntos de aprovisionamiento para los fenicios en sus largas rutas. Ciudades que se convirtieron en colonias (destacando Cartago, actual Túnez, que consta como una de las más antiguas siendo su origen el s. IX a. C.) a través del intercambio, no solo comercial sino también culturalmente. La extensión del alfabeto fenicio y la moneda fueron claves en la unificación mercantil de los distintos terrenos. El comercio supuso una evolución, tanto para los habitantes fenicios como para aquellos a quienes vendían sus productos.
Similar fue la invasión del Imperio Romano, que
también aportó alfabeto, idioma y moneda. La evolución que aportó el comercio en este caso fue a través de la red de calzadas del imperio, que mantenía la ruta marítima fenicia y la ampliaba terrestremente, además de las leyes, que se extendían y aplicaban en todo el territorio romano. Así, podríamos seguir observando cada civilización para darnos cuenta de que todas ellas necesitaron del comercio, y que este intercambio siempre favorecía la evolución social. Cabe destacar que el comercio implicaba un beneficio para ambas partes intervinientes, de ahí su carácter evolutivo frente a culturas como la vikinga que, también obtenían avances de los intercambios pero a través del asalto y la piratería, donde el beneficio era unilateral. Así, podríamos seguir hablando sobre diversas culturas y sus aportaciones. No sólo en cuanto a invasiones, sino también por convivencia. Observando cualquier construcción del mundo Antiguo siempre me planteo la misma cuestión; ¿cómo se pasó de vivir en cuevas a construir esto? Pirámides, templos, esculturas, pinturas, escritos... La riqueza es infinita. Tomando como ejemplo la investigación del señor Graham Hancock en Indonesia, ¿cómo es posible que un grupo de humanos cazadores y recolectores de hace 28.000 años decidiera construir Gunung Padang? De manera indirecta, el comercio se manifiesta intrínsecamente en esta y cualquier obra de arte que se pueda observar. Pues siendo el hombre un animal, necesita tener cubiertas sus necesidades animales antes de poder ejercer y desarrollar las tareas humanas. No se puede construir un edificio con el estómago vacío. Así pues, cabe declarar que el origen de la evolución social debe haber sido el comercio, pues cuando los cazadores intercambiaban sus riquezas con los constructores, realizaban el comercio que permitía a la especie humana diversificar sus tareas y ampliarlas más allá de la supervivencia. De este modo, podemos comprender las relaciones internacionales entre el reino de Al-Andalus y Bizancio. Podríamos presuponer que, por motivos de religión, estos países habrían sido enemigos. Lejos de la realidad pues hay evidencias de que la ciudad de Constantinopla recibió numerosas aportaciones decorativas y artísticas de manos de artesanos nazaríes. Aunque algunos libros de historia se esfuercen por mostrar las diferencias entre musulmanes y cristianos (que evidentemente las hubo), muchas veces olvidan mencionar cómo el comercio sirvió para apaciguar las mismas. ¿Acaso no es la resolución pacífica de conflictos una forma de evolución?
Así pues, hemos expuesto que el comercio, a lo
largo de la historia, ha servido al hombre para evolucionar hacia el homo œconomicus, denominado así por John Mill en el siglo XIX. Esta evolución sustituye la violencia típica del animal salvaje; por un diálogo donde ambas partes terminan ganando. La forma de vida nómada, de caza y recolección; por la especialización y diversificación de tareas. Las pinturas rupestres en cuevas; por la Capilla Sixtina.
No reprimiendo las necesidades animales; sino
encontrando la manera humana de satisfacerlas. Segunda tesis: La perspectiva actual.
El valor del comercio es tan amplio debido a las
diferentes materias primas que se encuentran en los diferentes territorios. Como dijo Richard Cantillon, “el trabajo del hombre da a todo ello forma de riqueza” (Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, 1755). La intervención del hombre, con su infinita creatividad, convierte las materias primas en bienes deseados. Incluso distintos hombres con las mismas materias primas a su alcance podrían dar pie a diferentes bienes. Ahora bien, de nada serviría a una persona tener amaestrados 100 caballos, pero ningún conejo que guisar. Las diferentes riquezas no son nada de por sí, sino que para obtener su valor, precisan ser intercambiadas entre las personas que las poseen.
Otra idea que nos explica Cantillon es que el
comercio tiende a distribuir la propiedad de forma irregular. Visualicemos dos familias; una con dos hijos y la otra con cuatro. El padre de la familia más numerosa quiere adquirir más terreno para que todos sus hijos puedan heredar un lugar donde construir su casa y formar su hogar. En el caso de reunir la riqueza suficiente y encontrar vendedor, la familia numerosa tendrá ahora el doble de propiedades que la otra familia. En caso de que el padre no pudiera adquirir tales tierras, a su muerte los hijos heredarán y la familia numerosa tendrá la mitad de propiedades que la otra familia. Este ejemplo solo tiene en cuenta el factor familiar y de una forma muy simplificada para facilitar su comprensión. Pero si añadimos factores como la ambición de algunos o la pereza de otros, entonces empezamos a comprender la distribución irregular de Cantillon.
Sin embargo, si bien el hombre transforma las
materias primas en productos, “es el comercio el que hace que el producto se convierta en mercancía, en parte creándole un mercado y en parte creando nuevos equivalentes” (Karl Marx, El Capital tomo III, 1894). Es decir, si el comercio es un intercambio de riquezas, el mercado es el conjunto de opciones de las que disponemos a la hora de realizar el comercio. Y es en este punto donde el comercio toma su aspecto de herramienta evolutiva nuevamente, en esta ocasión a través de la competición. Pues si distintos comerciantes tienen un mismo producto, ambos tratarán de desarrollar su idea de la mejor manera posible, cubriendo las carencias, exprimiendo las fortalezas... Si tan sólo existiera una marca de teléfonos móviles, esta no sentiría la necesidad de mejorar su producto. Puede que en alguna ocasión buscase una innovación para seguir ganando dinero, pero desde luego a un ritmo mucho más lento que el que podríamos observar actualmente. La competición entre las marcas provoca que todas estudien la forma de mejorar su producto; aumentar la duración de la batería, resistencia acuática, control por voz... Cada marca desarrolla su tecnología característica, resolviendo un problema distinto. Y en este mercado, el consumidor intercambia sus riquezas por el producto que mejor resuelve sus necesidades. Así, tal y como nos mostró Darwin, el más adaptable a las condiciones cambiantes sobrevive. La evolución es en parte una competición de supervivencia.
¿Significa esto que el comercio es totalmente
positivo? Hemos analizado porqué históricamente ha sido un factor favorable para la evolución, pero también ha tenido sus rasgos negativos y, hasta que se han conseguido establecer códigos de comercio y leyes que protejan a los trabajadores, comerciantes y consumidores, han existido numerosos abusos. Incluso comercios inmorales como la esclavitud han tenido lugar hasta hace relativamente poco. Y del mismo modo que seguirán los comercios inmorales como puede ser actualmente la pornografía infantil, o el caso Silk Road (una página de la deep web que fue creada para la compra y venta de estupefacientes, pero terminó siendo plataforma de contratación para sicarios, venta de órganos...), también seguirá siendo un vehículo para a evolución. Entonces, ¿dónde está la línea que separa el comportamiento evolutivo del deplorable?
La misma pregunta se planteó Martín Lutero, y la
respondió afirmando que “cierto nivel de intercambio es necesario y tolerado por Dios, que hace la vista gorda frente al pecado menor e inevitable. Pero la persecución sistemática de la ganancia acarrea la condena” (Sobre el comercio y la usura, 1524). El mensaje que podemos extraer de este pasaje podría ser que, mientras la intención del comercio consista en un servicio a la sociedad para mejorar la vida, y se aleje de la ambición desmedida, la lujuria o la compulsividad. Es decir, cierto nivel de intercambio es necesario, porque es imposible autoproducirnos nuestra ropa y alimentación. Es imposible autoconstruir nuestros hogares o nuestros muebles (aunque Ikea se empeñe en esto último). Pero este intercambio ha de tener una intencionalidad cuyo fin suponga una evolución, un cambio positivo en nuestra vida. Ahí es donde fracasan los comercios de fast fashion como Shein o Ali Express. Greenpeace elaboró un informe que reflejaba como Shein es responsable del 10% de las emisiones de las emisiones mundiales, del 20% de la contaminación marina. Además de que el 32% de sus productos contienen, en medidas que rozan el máximo establecido por la U.E, sustancias químicas tóxicas. Y otro 15% de sus productos incluso sobrepasa dichos máximos. ¿Mejoras que esta ropa pueda hacer tu vida? Tal vez si eres influencer para no repetir “outfit” en tus redes sociales, pues se ha demostrado que la calidad es bajísima (nada sorprendente al ver el precio de venta). La parte más conflictiva de esta persecución sistemática de la ganancia (de nuevo en palabras de Lutero) es la condena que, mediante las emisiones, contaminación y daños químicos, acarreamos toda la humanidad. Si bien este tipo de comercios pueden ser considerados fruto del capitalismo, deberían ser considerados meramente consumistas. Pues el capitalismo, por definición de Adam Smith mediante su Teoría clásica de la ventaja absoluta, publicada en 1766 dentro de su libro La riqueza de las naciones, rechaza esta idea. Tal principio dice que “una ventaja absoluta implica necesariamente una especialización en aquel bien en el que se tenga mayor eficiencia”. Estas ropas de mala calidad, que se exceden en productos químicos y son un riesgo a nivel global por su contaminación, están lejos de ser muestra del capitalismo. No son una ventaja absoluta, ni un bien especializado, ni un producto de eficiencia. En conclusión, el comercio puede ser una herramienta evolutiva cuando se basa en competir por tener el mejor producto, o el más adaptable, o el que resuelve mayores problemas o de mejor manera. Puede ser una herramienta evolutiva cuando su intención es mejorar la vida de quienes lo compren, cuando el principio del mismo es un intercambio de riquezas y no una estafa al comprador vendiendo productos perjudiciales. Tampoco es evolución cuando el objetivo es vender a cualquier persona, de cualquier manera, a cualquier coste. El mercado no debería ser nunca una herramienta de corrupción. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
1. HANCOCK G. Los apocalipsis del pasado.
Documental de Netflix, 2022. 2. CANTILLON R. Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general. 3. MARX K. El capital. Tomo III. 4. LUTERO M. Sobre el comercio y la usura. 5. GREENPEACE. Toxicidad a todo trapo. (https://es.greenpeace.org/es/noticias/shein- toxicidad-a-todo-trapo/) 6. SMITH A. La riqueza de las naciones.