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International Musicological Society is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend
access to Acta Musicologica
Melanie Plesch
Melbourne
* Una versión previa de este artículo fue leída como conferencia inaugural en el Primer Congreso de
la Asociación Regional para Latinoamérica y el Caribe de la Sociedad Internacional de Musicología
(La Habana, 17-24 de marzo de 2014). Versiones anteriores de algunas secciones fueron presentadas
en el III Congreso Internacional «Artes en Cruce» (Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 5-11
agosto de 2013) y en la 49a Conferencia de la Royal Musical Association (Londres, Reino Unido),
19-21 Septiembre, 2013. Agradezco a Silvina L. Mansilla y Bernardo Illari por la lectura crítica del
manuscrito y a Hernán D. Ramallo por su ayuda con el diseño de los ejemplos musicales.
1 José Hernández, «Martín Fierro» comentado y anotado , Eleuterio F. Tiscornia (ed.). Buenos Aires,
Coni, 1925, pp. 7-8, líneas 1-6. La ortografía idiosincrática es del original.
2 Oscar Terán, «El pensamiento finisecular (1880-1916)». El progreso, la modernización y sus límites
(1880-1916), Mirta Zaida Lobato (ed.). Buenos Aires, Sudamericana, 2000, vol. 5: Nueva historia
Argentina , p. 355.
3 Jorge Luis Borges, El «Martín Fierro». Buenos Aires, Columba, 1965, p. 26.
4 Terán, «El pensamiento finisecular», p. 355.
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Melbourne, 1998.
Por más alegre que fuese el estilo que Santos Vega tocara, había una cadencia tan melancólica
en su pulsación magnífica y un acento tan sentido y tierno en las frases de su canto, que el
corazón de los paisanos se conmovía, siguiendo las ondulaciones purísimas de aquella voz
majestuosa.
Después de una firmeza en que cada nota era un gemido, vino un triste arribeño lleno de
pasión y de religiosa tristeza.
Era un corazón que se rompía, exhalando sus quejidos por medio de melodías arrobadoras,
que hacían vibrar las cuerdas de la guitarra con una expresión sobrehumana7.
su voz tiembla; brilla su pupila humedecida por una lágrima; los dedos con que oprime la
cuerda sobre el diapasón parece que quisieran encarnar en ella todo lo que siente; la guitarra
gime de un modo particular, y el que escucha se siente dominado por un éxtasis arrobador9.
Juan Moreira , como es sabido, fue adaptada como pantomima y representada con
enorme éxito en el circo criollo de los hermanos Podestá. Según relata Antonio Po-
desta en sus memorias, en dicha versión circense Moreira cantaba el siguiente estilo:
Esta asociación de la guitarra con el llanto, el sollozo y los gemidos, aparece también
en el topos musical de la guitarra, una de cuyas características sobresalientes -como
he establecido en trabajos anteriores- es la expresión de afectos tristes, nostálgicos
7 Eduardo Gutiérrez, Una amistad hasta la muerte (Continuación de Santos Vega). Buenos Aires,
N. Tommasi, 1900, p. 76.
8 Hernández, «Martín Fierro» comentado y anotado, p. 12, líneas 58-60. En todos los casos, el énfasis
es mío.
9 Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira. 1879; Buenos Aires, Eudeba, 1961, p. 17. Juan Moreira fue publi-
cado entre 1879 y 1880 como novela de folletín en el periódico La Patria Argentina. Cf. Bernardo
Verbitsky, «Prólogo». Ibid., p. 6.
10 Los versos fueron tomados por Eduardo Gutiérrez del poema Lázaro escrito por su hermano Ricar-
do. Cf. José J. Podestá, Medio siglo de farándula: memorias de José J. Podestá. Buenos Aires, Galerna,
2003, p. 51-52. El énfasis es mío.
y melancólicos11
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Ejemplo 1: Julián Aguirre, «Triste No. 3». Aires Nacionales Argentinos, cc. 1-2.
Habiendo mencionado las palabras topoi y tropos, corresponde hacer un breve ex-
cursus teórico. Las ideas que presento aquí se enmarcan en el contexto de mi adapta-
ción de la teoría tópica a la llamada música nacionalista argentina, en la que articulo
dicha teoría con una visión constructivista del nacionalismo y una metodología her-
menéutica derivada de la historia cultural12.
Como es notorio, la teoria tòpica tiene corno punto de partida la obra del mu-
sicòlogo norteamericano Leonard Ratner y postula la existencia, en la música del
clasicismo, de un léxico de topoi o lugares comunes musicales utilizado por los com-
positores de este período y que los oyentes de la época eran capaces de reconocer y
apreciar13. Este léxico se habría desarrollado a partir de un acervo de experiencias
musicales compartidas, comunes a la vida de las personas educadas del siglo XVIII:
la música religiosa, las danzas, la vida militar, el mundo sonoro de la cacería y la
música de las clases bajas, entre otras14. Ratner agrupó a los topoi en dos categorías,
que denominó tipos y estilos. Los tipos se relacionan con las danzas y se reconocen
por su estructura métrica, fraseológica y rítmica, mientras que los estilos son cate-
gorías más complejas, que se definen por una constelación de elementos. A través
del análisis, Ratner demostró cómo, en el transcurso de unos pocos compases, se
suceden en la música del período clásico elementos expresivos tomados de la ópera
italiana, la polifonía sacra, las danzas de corte y el Sturm und Drang 15 .
Estudiosos posteriores han expandido estas ideas, definiendo y ampliando el lla-
mado «universo de topoi» (que ya alcanza a sesenta y uno en Music as Discourse
de Kofi Agawu)16, y explorando sus aspectos semánticos, expresivos e histórico-
culturales. Un caso ejemplar es el de Wye Allanbrook, quien estudió cómo los topoi
de danza en las óperas de Mozart codifican significados sociales17. Robert Hatten,
por su parte, ha explorado la dimensión expresiva de la música del período clasico-
romántico a partir de la incorporación de las ideas sobre la marcación ( markedness )
de Michael Shapiro18. Este aparato conceptual le provee de un marco para el estudio
semántico de la música, a partir del cual propone una clasificación estilística de los
atributos expresivos, que incluye tópicos tales como el de la trascendencia19, que
mencionaré más adelante.
The Argentine Case». Proceedings of the International Conference on Music Semiotics: In Memory
of Raymond Monelle , Nearchos Panos et al (ed.). Edinburgh, University of Edinburgh Press, 2013,
pp. 328-337.
13 Leonard Cj. Ratner, Classic Music: Expression, Form , and Style. New York, Schirmer Books, 1980.
14 Ibid., p. 9.
15 Ibid., p. 104 y ss.
16 Kofi Agawu, Music as Discourse: Semiotic Adventures in Romantic Music. New York, Oxford Uni-
versity Press, 2009.
17 Wye Jamison Allanbrook, Rhythmic Gesture in Mozart: Le Nozze di Figaro and Don Giovanni.
Chicago, University of Chicago Press, 1983.
18 El concepto de marca se basa en la idea de que en las oposiciones semánticas binarias uno de los dos
términos está «marcado», es atípico, fuera de la norma. Por ejemplo, en la oposición mayor/menor
el modo menor estaría marcado, a diferencia del mayor, que sería percibido como «normal». Cf.
Robert S. Hatten, Musical Meaning in Beethoven: Markedness, Correlation, and Interpretation. Bloo-
mington, Indiana University Press, 1994.
19 Ibid., pp. 16, 28, 69, 86-87, entre otras.
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2006.
A partir de su difusión a través del aparato simbòlico del estado y los fenómenos
concomitantes de canonización, dicha retórica se naturaliza y pasa a percibirse como
la expresión sonora de la identidad nacional25.
Como en la música del período clásico, el universo de tópicos comprende danzas
y canciones específicas con claras asociaciones: expresivas, de género, raciales y de
clase, o sea tipos, en la terminología de Ratner. Por otra parte, encontramos también
combinaciones más complejas de elementos musicales tales como sistemas tonales,
instrumentos y texturas, entre otros, que constituirían aquello que Ratner llamaría
estilos. Así, podríamos hablar de la existencia de un «estilo del Noroeste», o quizás
un «estilo andino», definido, entre otros elementos, por la imitación de las flautas, la
caja y la pentatoma. Posiblemente podamos -a medida que avance el conocimiento-
definir otros complejos como el del «zapateado» y el de la «danza picaresca»26.
El nacionalismo musical argentino nos convence de su «argentinidad» a partir del
uso deliberado y consciente de estos tópicos, que remiten al oyente a una serie de
mundos de sentido sancionados históricamente como representativos de la identidad
nacional. Estos mundos de sentido se configuran en una serie de ideas recurrentes
o tropos culturales que pueden detectarse en el resto del imaginario27. La «pena
estrordinaria» es uno de ellos.
Una de las facetas más significativas de este tropo es la idea de la pérdida, intrín-
secamente relacionada, en el primer nacionalismo, con la desaparición del mundo
pre-moderno. Este fenómeno, como es notorio, tuvo lugar a partir de un proceso
complejo en el que intervinieron dos factores principales: los efectos inesperados del
apabullante experimento inmigratorio que introdujo en el país millones de extran-
jeros y cambió para siempre su mapa étnico28, y la acelerada modernización del país
con su concomitante proceso de movilidad poblacional del campo a las ciudades29.
Si bien la inmigración proporcionó la mano de obra necesaria para implementar la
transformación económica del país, también trajo las doctrinas e ideas del anarquis-
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30 Carl E. Solberg, Immigration and Nationalism: Argentina and Chile, 1890-1914. Austin, University
of Texas Press, 1970, pp. 108 y ss. Véase también Roberto P. Korzeniewicz, «The Labour Movement
and the State in Argentina, 1887-1907». Bulletin of Latin American Research , 8, 1 (1989), pp. 25-45;
y Korzeniewicz, «Labor Unrest in Argentina, 1887-1907». Latin American Research Review , 24, 3
(1989), pp. 71-98.
31 Cf. James R. Scobie, Buenos Aires: Plaza to Suburb, 1870-1910. New York, Oxford University Press,
1974, p. 208.
32 Martiniano Leguizamon, «De mi tierra». Alma nativa. Buenos Aires, A. Moen, 1906, pp. 163 y ss.
He preservado la ortografía del original.
33 Rafael Obligado, «Los horneros». Poesías completas. Buenos Aires, Sopeña, 1963, p. 82, líneas
143-146 y 155-158.
Este tropo de las artes visuales puede conectarse claramente con la obra tradicional-
mente considerada «fundacional» del nacionalismo musical argentino, «El rancho
abandonado» de Alberto Williams, que inaugura la asociación entre el topos de la
huella y el paisaje pampeano35. La idea del rancho o la tapera como representación
34 Baso estas afirmaciones en un relevamiento exhaustivo de los catálogos del Salón Nacional, rea-
lizado en 2013. Estoy en deuda con la Dra. Laura Malosetti Costa, quien me alertó acerca de la
localización de la colección de catálogos, y con el personal de la biblioteca del Museo Nacional de
Bellas Artes en Buenos Aires por su cordial asistencia durante mi trabajo con dichos fondos.
35 Analizo la presencia del topos de la huella en esta obra en «Folklore para armar: la huella y la
construcción de un topos musical argentino», ponencia presentada en el II Congreso Internacional
« Literatura y Crítica Cultural », Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Bue-
nos Aires, 14-18 de noviembre de 1994, que elabora ideas tempranas trabajadas junto con Rosana
Legaspi en Plesch y Legaspi, «La huella: manifestaciones de una especie tradicional en la música
argentina», ponencia presentada en la m Conferencia Anual de la Asociación Argentina de Musico-
logía, Buenos Aires, 6-8 de septiembre de 1989. Para una crítica del rol de «El rancho abandonado»
en la historiografía musical argentina, y un análisis somero de la obra véase Plesch, «El rancho
abandonado: una reflexión en torno a los comienzos del nacionalismo musical en la Argentina».
Actas de las W Jornadas de Teoría e Historia de las Artes. Buenos Aires, Universidad de Buenos
Aires, 1992, pp. 196-202. Una certera descripción de la obra, en idioma inglés, puede encontrarse
en Schwartz-Kates, «The Gauchesco Tradition», pp. 353-369.
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36 Compuesta en 1924, como parte de su ciclo Seis canciones argentinas al estilo pop
García Muñoz, «López Buchardo, Carlos». Diccionario de la Música Española e Hisp
na, Emilio Casares Rodicio (ed.). Madrid, Sociedad General de Autores y Editores, 20
pp. 1005-1006. La aparente falta de una referencia clara a una melodía o ritmo folk
ta famosa canción ha confundido a varios autores. La obra se encuentra, no obstante
conectada con la estructuración formal del estilo (descripta más adelante).
37 Campera fue compuesta y estrenada como obra independiente en 1919 y posteriorm
rada al poema sinfónico Escenas argentinas. El programa aparece reproducido en el
Época del 18 de Septiembre de 1920. La asociación entre el tema principal de Campera ,
milonga ya fue advertida por Mario García Acevedo, La música argentina contempor
Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1963, p. 49; Juan María Veniard, observa tam
ción con el triste en La música nacional argentina. Buenos Aires, Instituto Nacional de M
«Carlos Vega», 1986, p. 69. Sobre el proceso de canonización de esta obra, véase Silvin
silla, «La recepción crítica del estreno de Campera, obra orquestal del músico argen
López Buchardo». Actas de las IX Jornadas Estudios e Investigación. El arte de dos siglos
futuros desafíos. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2010, p. 267.
38 Alberto Ginastera, «Canción al árbol del olvido» sobre poema de Fernán Silva Valdés.
Ricordi Americana, 1955.
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Ejemplo 2: «Vidalita de amor» (tradicional), Buenos Aires '
La vidalita entra en la tradición escrita hacia fines del siglo XIX. Hay una versión
de Hargreaves para canto y piano (ca. 1880)42 y una serie de versiones para guita-
39 Carlos Vega, «La forma poética de la vidala». Música sudamericana. Buenos Aires, Emecé, 1946,
p. 65.
40 Carlos Vega, «La vidalita». Las canciones folklóricas argentinas. 1962; Buenos Aires, Honegger,
1964, pp. 224-237.
41 Ibid., p. 237.
42 Veniard afirma que data de la década de 1880. Cf. Veniard, La música nacional argentina, p. 35.
Isabel Aretz, por su parte, menciona haber tenido en su poder una edición de 1893. Véase Aretz,
El folklore musical argentino. Buenos Aires, Ricordi Americana, 1952, p. 133.
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Estos músicos no cantan más que Yarabys [sic]; estas son canciones del Perú, las más
monótonas y tristes del mundo, por lo que se les ha dado el nombre de tristes. Su tono es
lamentoso, tratan siempre de amores desgraciados, o de amantes que lloran sus penas por los
desiertos46.
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Ejemplo 3: Alberto Williams, «Vidalita». Canciones incaicas op. 45, no. 3, cc. 1-14.
Reproducida por gentileza de la familia Williams.
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en el Jardín Florida en 189256, lo cual podría explicar por qué esta melodía fuera
en algún momento conocida como «estilo de Juan Moreira»57. Finalmente, en 1910
Alberto Williams la llama «Décima de Pavón» y la considera uno de «los más ori-
ginales de los cantos del folk-lore [sic] argentino»58. Menciona haberla usado, entre
otras, en sus obras «Niebla en la Pampa» y en el segundo tema del movimiento final
de su tercera sonata para violin y piano. En 1913 volverá a emplear esta melodía en
la cuarta de sus Veinte canciones escolares en el estilo popular op. 6759, titulada «Tris-
te (en el estilo popular argentino)», hecho que confirma una vez más la sinonimia
percibida en la época entre los rótulos de triste y estilo.
Cabe recordar aquí que Carlos Vega, a partir de los ejemplos que recolectara
durante sus trabajos de campo -iniciados, como es sabido, en la década de 1930- es-
tableció una relación genealógica entre el triste y el estilo y delimitó las que serían,
en su opinión, las características musicales de ambos60. Utilizó el término triste para
describir a los ejemplos más arcaicos, caracterizados por su irregularidad fraseoló-
gica y el uso del sistema armónico bimodal, a veces lado a lado con la pentatonía,
y reservó el nombre de estilo para los ejemplos de forma y fraseo regular en modo
mayor o menor. Si bien esta clasificación es atractiva, porque como toda taxono-
mía satisface nuestra necesidad de orden y permite pensar en triste y estilo como
dos conceptos separados, la realidad -como hemos visto- parecería haber sido ser
bastante más compleja61.
Los tristes y estilos publicados hacia fines del siglo XIX, como así también las
grabaciones sobrevivientes de cantores urbanos de la primera década del siglo XX,
muestran un número de rasgos musicales recurrentes que aparecen indistintamente
en ambas canciones62. Encontramos en primer lugar una introducción punteada a
56 Di Santo cita una noticia publicada en el periódico Sud-América sobre un temporal que asoló
Buenos Aires el 9 de marzo de ese año y que obligó a suspender la función. Como resultado de
ello, «Juan Moreira, en vez de pelear a la partida, luchaba por sujetar un palo y cuerdas [. . .] Vicenta
no pedía que la mataran, ni la rubia cantaba tiernas endechas de amor. Pajarito no hacía sonar la
guitarra, ni el negro Gabino hacía tampoco sus nocturnas improvisaciones» (di Santo, El canto del
payador en el circo criollo, p. 46).
57 Wilkes y Guerrero Cárpena, Formas musicales rioplatenses, pp. 199 y ss. Vicente Rossi, Cosas de
negros. Buenos Aires, Hachette, 1958, pp. 354-355.
58 Alberto Williams, «La música argentina». La Nación , suplemento especial (25 de mayo 1910),
pp. 184-186. Agradezco a Bernardo Illari por facilitarme una copia de este documento.
59 Carmen García Muñoz y Ana María Mondolo, «Williams, Alberto». Diccionario de la Música Es-
pañola e Hispanoamericana , Emilio Casares Rodicio (ed.). Madrid, Sociedad General de Autores y
Editores, 2002, vol. 10, p. 1027.
60 Vega, «Las canciones folklóricas argentinas», pp. 193-320.
61 De hecho, Vega menciona que a veces los músicos otorgan al estilo «nombres que no son el suyo»,
como yaraví y triste, entre otros. Cf. ibid., p. 286. Añade el autor un problema adicional al aplicar
sus categorías retrospectivamente al pasado.
62 Estos rasgos sugieren quizás la existencia de distintas tipologías melódicas como las que Ayestarán
encuentra en los estilos uruguayos. Cf. Lauro Ayestarán, El folklore musical uruguayo. Montevideo,
Arca, 1972, pp. 29-41. La relación entre estos rasgos y los tristes y estilos rurales es difícil de
establecer. Por una parte, no contamos con un registro etnográfico sistemático hasta mucho más
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Ejemplo 7: Juan Alais, «Estilo».
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Ejemplo 8: Gaspar Sagreras, «Estilo». Serie de estilos criollos op. 25, cc. 1-20.
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Ejemplo 9: L[uis M.] Vellión, «Lamentos del prisionero
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Ejemplos 10a, b y c
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con salto de sex
ducido en el eje
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Ejemplo 11: Julián Aguirre, «Triste No. 2». Aires Nacionales Argentinos, cc. 5-8.
66 Hecho ya advertido por Carlos Suffern en 1949: «Va elaborando [Aguirre] un vocabulario alusivo,
con giros y hasta modismos de la música vernácula, cuya mecánica -no su sentido material- se le
reveló a través de ellos y con ellos se arquitectura su idioma». Conferencia dictada en el Salón Kraft,
citada en Roberto García Morillo, Estudios sobre música argentina. Buenos Aires, ECA, 1984, p. 122
y en Pola Suárez Urtubey, «La creación musical». Historia General del Arte en la Argentina. Buenos
Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, 1988, vol. 5, p. 145. Ideas similares expresa Schwartz-
Kates en «The Gauchesco Tradition», pp. 405 y ss., quien ofrece además una descripción de los
elementos de la música tradicional argentina en el lenguaje nacionalista de Aguirre, con particular
énfasis en el ritmo y la armonía.
67 Utilizo el termino «marca» del mismo modo que Hatten; en este contexto, el lenguaje musical
europeo constituiría la norma, mientras que el discurso «argentino» estaría marcado.
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Ejemplo 12: Julián Aguirre, «Triste No.
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Ejemplo 13: Carlos López Buchardo
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71 El ejemplo está tomado de la transcripción para cuerdas realizada por el autor, bajo el o
no. 1, cuyo manuscrito obra en el Instituto Nacional de Musicología «Carlos Vega» de B
Aires. Agradezco al Instituto por brindarme acceso a este material y especialmente a Guill
Dellmans por su gentil asistencia durante esta investigación.
72 Ibid.; Mansilla, La obra musical de Carlos Guastavino , pp. 110 y ss.
73 Sobre la relación entre Silva y Guastavino véase Kulp, «Carlos Guastavino», p. 171.
74 Kulp propone una exegesis de «Pueblito, mi pueblo» a partir de la idea de la nostalgia, si b
la vincula con el tòpico del triste. Cf. ibid., pp. 170 y ss.
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Ejemplo 15: Carlos Guastavino, Sonata para piano, cc. 152-15975.
posteriores de este autor. Podría argiiirse, sin embargo, que la referencia al patron
dactilico no pasa de ser una suerte de guiño que el compositor se hace a sí mismo;
en este punto, ello no obstante, entran enjuego las variables de circulación y recep-
ción de la obra. Incluida en el repertorio oficial desde su aprobación por el Consejo
Nacional de Educación en 1942, Pueblito , mi pueblo fue incorporada al repertorio
75 Existe evidencia de que Guastavino estaba familiarizado con el triste «Después de tanto penar»,
sobre el cual improvisa en el piano durante el curso de una conversación informal con la pianista
Elsa Puppulo. Este documento sonoro puede escucharse en «Elsa Púppulo - Encuentro Carlos
Guastavino Elsa Púppulo en casa de Elsa», video publicado por Elsa Puppulo en YouTube, el 30
de Mayo de 2013, http://youtu.be/mmUVmm98me8. Agradezco a Silvina Mansilla por alertarme
sobre la existencia de este material.
Andante nostálgico
Piano
H y flTjJ)
con mucha delicadeza
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pudiera seguir, e
narrador apenas
Esta estrategia
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ción o pausa abru
emociones.
81 Esta melodía ya había sido usada por el autor en la sección A de una canción
«Pampa fértil», sobre texto de Guiche Aizenberg. No presenta el patrón dactilic
-según nuestra interpretación- de la nostalgia, lo cual no sorprende ya que éste
el contexto de la canción, que relata los momentos previos a una tormenta en
nublado y oscuro / Pampa sedienta / truenos lejanos anuncian / a la tormenta /
horizonte relampaguea / El aire ya huele a lluvia /ya polvareda. Cf. Silvina Luz
Wolkowicz, Carlos Guastavino: Músicas inéditas. Buenos Aires, Instituto Naciona
«Carlos Vega», 2012, pp. 187-190.
Lento = 80
MMM
ļg) POC
Guita
f - P TTvf vibrato, espressivo
82 Para estas secciones de mayor extensión remito al lector a la partitura: Carlos Guastavino, Sonata
No. 1, para guitarra. Buenos Aires, Ricordi, 1967.
En retórica, la
narse a iden sino
empatia se logra
perceptible, una
Mansilla, consid
de su hermano
aprecia plename
* * *