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Antonio Gramsci en 

El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce


Lenguaje significa también cultura y filosofía (aun cuando en el orden del sentido común) y, por
lo tanto, el hecho "lenguaje" es en realidad una multiplicidad de hechos más o menos
orgánicamente coherente y coordinado. Llevando las cosas al límite se puede decir que cada ser
parlante tiene su propio lenguaje, esto es, un modo propio de pensar y de sentir. La cultura, en
sus distintos grados, unifica una mayor o menor cantidad de individuos en estratos numerosos,
en contacto más o menos expresivo, que se comprenden en diversos grados, etc. Estas
diferencias y distinciones histórico-sociales son las que se reflejan en el lenguaje común y
producen los "obstáculos" y las "causas de error" que han tratado los pragmáticos. De ello se
deduce la importancia que tiene el "momento cultural", incluso en la actividad práctica
(colectiva): cada acto histórico sólo puede ser cumplido por el "hombre colectivo". Esto supone
el logro de una unidad "cultural-social", por la cual una multiplicidad de voluntades
disgregadas, con heterogeneidad de fines, se sueldan con vistas a un mismo fin, sobre la base de
una misma y común concepción del mundo (general y particular, transitoriamente operante —
por vía emocional— o permanente, cuya base intelectual está tan arraigada, asimilada y vivida,
que puede convertirse en pasión). Si así son las cosas, revélase la importancia de la cuestión
lingüística general, o sea, del logro de un mismo "clima" cultural colectivo. Este problema
puede y debe ser vinculado a la moderna concepción de la teoría y la práctica pedagógica, según
la cual la relación entre el maestro y el alumno es una relación activa, de vínculos recíprocos, y
por lo tanto cada maestro es siempre un alumno y cada alumno, maestro. Pero la relación
pedagógica no puede ser reducida a relaciones específicamente "escolares" por las cuales las
nuevas generaciones entren en contacto con las viejas y absorban sus experiencias y valores
históricamente necesarios "madurando" y desarrollando una personalidad propia, histórica y
culturalmente superior. Esta relación existe en toda la sociedad en su conjunto y para cada
individuo respecto de los otros individuos; entre capas intelectuales y no intelectuales; entre
gobernantes y gobernados; entre élites y adherentes; entre dirigentes y dirigidos; entre
vanguardias y cuerpos de ejército. Cada relación de "hegemonía" es necesariamente una
relación pedagógica, y se verifica, no sólo en el interior de una nación, entre las diversas fuerzas
que la componen, sino en todo el campo internacional, entre complejos de civilizaciones
nacionales y continentales. Por ello se puede decir que la personalidad histórica de un filósofo
individual se halla también determinada por la relación activa existente entre él y el ambiente
cultural que quiere modificar, ambiente que reobra sobre el filósofo y, al obligarlo a una
continua autocrítica, funciona como maestro. Así es como una de "las mayores reivindicaciones
de las modernas capas de intelectuales en el campo político ha sido la llamada 'libertad de
pensamiento y de expresión del pensamiento" (prensa y asociación), porque solamente donde
existe dicha condición política se realiza una relación maestro-discípulo en el sentido más

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general, según hemos "visto más arriba; y en realidad se realiza "históricamente" un nuevo tipo
de filósofo a quien puede llamarse "filósofo democrático", o sea, el filósofo convencido de que
su personalidad no se limita a su individualidad física, sino que se halla en relación social activa
de modificación del ambiente cultural. Cuando el "pensador" se contenta con su propio
pensamiento, "subjetivamente" libre, o sea, abstractamente libre, da hoy lugar a la burla: la
unidad de ciencia y vida es una unidad activa y solamente en ella se realiza la libertad de
pensamiento; es una relación de maestro-discípulo, filósofo-ambiente cultural en medio del cual
se obra, en el cual se toman los problemas que es necesario plantear y resolver; esto es, la
relación filosofía-historia.
 
El hombre activo, de masa, obra prácticamente, pero no tiene clara conciencia teórica de su
obrar, que sin embargo es un conocimiento del mundo en cuanto lo transforma. Su conciencia
teórica puede estar, históricamente, incluso en contradicción con su obrar. Casi se puede decir
que tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria): una implícita en su obrar y
que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica de la realidad; y
otra superficialmente explícita o verbal, que ha heredado del pasado y acogido sin crítica. Sin
embargo, esta conciencia "verbal" no carece de consecuencias: unifica a un grupo social
determinado, influye sobre la conducta moral, sobre la dirección de la voluntad, de manera más
o menos enérgica, que puede llegar hasta un punto en que la contradictoriedad de la conciencia
no permita acción alguna, ninguna decisión, ninguna elección, y produzca un estado de
pasividad moral y política. La comprensión crítica de sí mismo se logra a través de una lucha de
"hegemonías" políticas, de direcciones contrastantes, primero en el campo de la ética, luego en
el de la política, para arribar finalmente a una elaboración superior de la propia concepción de la
realidad. La conciencia de formar parte de una determinada fuerza hegemónica (esto es, la
conciencia política) es la primera fase para una ulterior y progresiva autoconciencia, en la cual
teoría y práctica se unen finalmente. Pero la unidad de la teoría y de la práctica no es, de
ninguna manera, algo mecánicamente dado, sino un devenir histórico, que tiene su fase
elemental y primitiva en el sentido de "distinción", de "separación", de independencia instintiva,
y que progresa hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo coherente y
unitaria. He aquí por qué es necesario poner de relieve que el desarrollo político del concepto de
hegemonía representa un gran progreso filosófico, además de un progreso político práctico,
porque necesariamente implica y supone una unidad intelectual y una ética conforme a una
concepción de la realidad que ha superado el sentido común y se ha tornado crítica, aunque sólo
sea dentro de límites estrechos.
 
 

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El problema más importante que discutir en este párrafo es el siguiente: si la filosofía de la
praxis excluye la historia éticopolítica, esto es, si no reconoce la realidad de un momento de
hegemonía, no da importancia a la dirección cultural y moral y juzga los hechos de
superestructura como meras "apariencias". Se puede decir que la filosofía de la praxis no sólo
no excluye la historia ético-política, sino al contrario, la fase más reciente de su desarrollo
consiste precisamente en la reivindicación del momento de la hegemonía como esencial en su
concepción estatal y en la "valorización" del hecho cultural, de la actividad cultural, de un frente
cultural como necesario junto a los meramente económicos y políticos.
Para la filosofía de la praxis, las ideologías no son ciertamente arbitrarias; son hechos históricos
reales que es preciso combatir y develar en su naturaleza de instrumentos de dominio, no por
razones de moralidad, etc., sino justamente por razones de lucha política; para tornar
intelectualmente independientes a los gobernados de los gobernantes, para destruir una
hegemonía y crear otra, como momento necesario de la subversión de la praxis.(…) Para la
filosofía de la praxis las superestructuras son una realidad (o se tornan realidad cuando no son
puras lucubraciones individuales), objetiva y operante; ella afirma explícitamente que los
hombres toman conciencia de su posición social y, por tanto, de sus objetivos, en el terreno de
las ideologías, lo que no es una pequeña afirmación de realidad; la misma filosofía de la praxis
es una superestructura, es el terreno en que determinados grupos sociales toman conciencia de
su propio ser social, de sus fuerzas, de sus objetivos, de su devenir.
Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre la filosofía de la praxis y las otras
filosofías: las otras ideologías son creaciones inorgánicas en tanto que contradictorias, porque
están dirigidas a conciliar intereses opuestos y contradictorios; su "historicidad" será breve
porque la contradicción añora después de cada acontecimiento del que han sido instrumento. La
filosofía de la praxis, en cambio, no trata de resolver pacíficamente las contradicciones
existentes en la historia y la sociedad; antes bien, es la teoría de tales contradicciones. No es el
instrumento de gobierno de grupos dominantes para tener el consentimiento y ejercitar la
hegemonía sobre clases subalternas, sino que es la expresión de estas clases subalternas, que
desean educarse a sí mismas en el arte de gobierno y que tienen interés en conocer todas las
verdades, aun las desagradables, y evitar los engaños (imposibles) de la clase superior y tanto
más de sí mismas.
La crítica de las ideologías, en la filosofía de la praxis, aborda al conjunto de las
superestructuras y afirma su caducidad rápida en cuanto tienden a esconder la realidad, esto es,
la lucha y la contradicción.
 
 

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Cuadernos de la cárcel Volumen 2
Los intelectuales. Primera cuestión: ¿Son los intelectuales un grupo social autónomo o
bien cada grupo social tiene su propia categoría de intelectuales? El problema es complejo
por las diversas formas que ha adoptado hasta ahora el proceso histórico de formación de las
distintas categorías intelectuales. Las más importantes de estas formas son dos:
1) Cada grupo social, al nacer sobre la base original de una función esencial en el mundo de la
producción económica, crea al mismo tiempo, orgánicamente, una o más capas de intelectuales
que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función en el campo económico: el
empresario capitalista crea consigo al economista, el científico de la economía política. Por otra
parte, está el hecho de que cada empresario es también un intelectual, no sólo en el campo
económico en sentido estricto, sino también en otros campos, al menos en aquellos cercanos a la
producción económica (debe ser un organizador de masas de hombres, debe ser un organizador
de la "confianza" de los ahorradores en su empresa, de los compradores en sus mercancías.
etcétera); si no todos los empresarios, al menos una élite de ellos debe poseer una capacidad
técnica (de orden intelectual) de organizador de la sociedad en general, en todo su complejo
organismo de servicios hasta el Estado, para tener las condiciones más favorables a la expansión
de su propio grupo, o por lo menos la capacidad de elegir a los "dependientes" especializados en
esta actividad organizativa de las relaciones generales externas a la empresa.
Incluso los señores feudales eran detentadores de una forma particular de capacidad: la militar,
y es precisamente desde el momento en que la aristocracia pierde el monopolio de la capacidad
técnica militar que se inicia la crisis del feudalismo.
2) Pero todo grupo social, al emerger a la historia de la estructura económica, encuentra o ha
encontrado, al menos en la historia vivida hasta ahora, categorías intelectuales preexistentes, y
que aparecían más bien como representantes de una continuidad histórica ininterrumpida
incluso por los más complicados cambios de las formas sociales y políticas. La más típica de
estas categorías intelectuales es la de los eclesiásticos, monopolizadores durante largo tiempo de
algunos servicios esenciales (la ideología religiosa, la escuela y la instrucción y en general la
"teoría", con referencia a la ciencia, a la filosofía, a la moral, a la justicia, etcétera, además de la
beneficencia y la asistencia, etcétera), pero hay muchas otras que en el régimen feudal fueron en
parte, al menos, equiparadas jurídicamente con la aristocracia (el clero, en realidad, ejercía la
propiedad feudal de la tierra igual que los nobles y económicamente era equiparado con los
nobles, pero había por ejemplo, una aristocracia de la toga, además de la de la espada, etcétera:
en el parágrafo anterior, a los economistas, nacidos con los empresarios hay que añadir los
técnicos industriales; y los científicos "aplicados", categoría intelectual estrictamente vinculada
al grupo social de los empresarios, etcétera), los científicos "teóricos", los filósofos no
eclesiásticos, etcétera. Como estas categorías sienten con "espíritu de cuerpo" la continuidad de

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su calificación intelectual (…) asimismo aparece en ellos una cierta autonomía del grupo social
dominante y su conjunto puede aparecer como un grupo social independiente con características
propias, etcétera.
Segunda cuestión: ¿cuáles son los límites máximos de la acepción de "intelectual"? Es
difícil encontrar un criterio único que caracterice igualmente a todas las diversas actividades
intelectuales y al mismo tiempo las distinga en forma esencial de las actividades de los otros
agrupamientos sociales. El error metódico más difundido me parece el de haber buscado
esta característica esencial en lo intrínseco de la actividad intelectual y no, por el
contrario, en el sistema de relaciones en el que ella (o el agrupamiento que la personifica)
se viene a encontrar en el conjunto general de las relaciones sociales. En verdad: l) El obrero
no es caracterizado específicamente por el trabajo manual o instrumental (aparte la
consideración de que no existe trabajo puramente físico y que incluso la expresión de Taylor de
"gorila amaestrado"' es una metáfora para indicar un límite en una cierta dirección: hay, en
cualquier trabajo físico, incluso en el más mecánico y degradado un mínimo de calificación
técnica, o sea un mínimo de actividad intelectual creadora), sino en tal trabajo en determinadas
condiciones y en determinadas relaciones sociales. 2) Ya fue señalado que el empresario, por su
propia función, debe poseer en cierta medida cierto número de calificaciones de carácter
intelectual, si bien su figura social se halle determinada no por ellas sino por las relaciones
sociales generales que se caracterizan por la posición del empresario en la industria.
Una vez hechas estas distinciones se puede concluir por ahora: la relación entre los
intelectuales y la producción no es inmediata, como sucede en el caso de los grupos sociales
fundamentales, sino que es mediata y es mediada por dos tipos de organización social: a)
por la sociedad civil, o sea el conjunto de organizaciones privadas de la sociedad, b) por el
Estado. Los intelectuales tienen una función en la "hegemonía" que el grupo dominante
ejerce en toda la sociedad y en el "dominio" sobre ella que se encarna en el Estado, y esta
función es precisamente "organizativa" o conectiva: los intelectuales tienen la función de
organizar la hegemonía social de un grupo y su dominio estatal, esto es, el consenso dado
por el prestigio de la función en el mundo productivo y el aparato de coerción para
aquellos grupos que no "consientan" ni activa ni pasivamente, o para aquellos momentos
de crisis de mando y de dirección en los que el consenso espontáneo sufre una crisis. De
este análisis se desprende una extensión muy grande del concepto de intelectuales, pero sólo así
me parece posible alcanzar una aproximación concreta a la realidad.
La mayor dificultad para aceptar este modo de plantear la cuestión me parece que proviene de
esto: que la función organizativa de la hegemonía social y del dominio estatal tiene varios
grados y que entre estos grados están aquellos puramente manuales e instrumentales, de orden y
no de concepto, de agente y no de funcionario o de oficial, etcétera, pero evidentemente nada

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impide hacer esta distinción (enfermeros y médicos en un hospital, sacristanes-bedeles y
sacerdotes en una iglesia, bedeles y profesores en una escuela, etcétera).
Desde el punto de vista intrínseco, la actividad intelectual puede ser distinta en grados, que
en los momentos de extrema oposición dan una mítica diferencia cualitativa: en el grado
más elevado encontramos a los "creadores" de las diversas ciencias, de la filosofía, de la
poesía, etcétera; en el más bajo a los más humildes "administradores y divulgadores" de la
riqueza intelectual tradicional, pero en conjunto todas las partes se sienten solidarias.
Sucede incluso que los estratos más bajos sienten más esta solidaridad de cuerpo y saquen de
ella cierta "jactancia" que a menudo los expone a pullas y burlas.
Hay que señalar que en el mundo moderno la categoría de los intelectuales, así entendida se ha
ampliado en medida inaudita. La formación de masas ha estandarizado a los individuos tanto en
calificación técnica como en psicología, determinando los mismos fenómenos que en todas las
otras masas estandarizadas: competencia individual que plantea la necesidad de la organización
profesional de defensa, desocupación, etcétera.
Distinta posición de los intelectuales de tipo urbano y de tipo rural. Los intelectuales de tipo
urbano están básicamente ligados a la industria; tienen la misma función que los oficiales
subalternos en el ejército: ponen en relación al empresario con la masa instrumental, haciendo
ejecutable el plan de producción establecido por el estado mayor de la industria. Los
intelectuales urbanos están muy estandarizados en su media general mientras que los otros
intelectuales se confunden cada vez más con el auténtico estado mayor "orgánico" de la clase
industrial.
Los intelectuales de tipo rural ponen en contacto a la masa campesina con la administración
estatal o local (abogados, notarios, etcétera) y por esta función tienen una mayor importancia
política: esta mediación profesional es, de hecho, difícilmente separable de la mediación
política. Además: en el campo el intelectual (cura, abogado, maestro, notario, médico. etcétera)
representa para el medio campesino un modelo social en la aspiración a salir de su propia
situación para mejorar. El campesino piensa siempre que al menos uno dc sus hijos podrá llegar
a ser intelectual (especialmente cura), o sea convertirse en un señor, elevando el grado social de
la familia y facilitando su vida económica con las amistades que no podrá dejar de tener entre
otros señores. La actitud del campesino con respecto al intelectual es de dos caras: admira la
posición social del intelectual y en general del empleado estatal, pero a veces finge despreciarla,
o sea que su admiración instintiva está entreverada de elementos de envidia y de rabia
apasionada. No se comprende nada de los campesinos si no se considera su subordinación
efectiva a los intelectuales y si no se comprende que cada avance de las masas campesinas está
hasta cierto punto ligado a los movimientos de los intelectuales y depende de ellos.

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Otro es el caso para los intelectuales urbanos: los técnicos de fábrica no ejercen ninguna
influencia política sobre las masas instrumentales, o al menos ésta es una fase ya superada; a
veces sucede precisamente lo contrario, que las masas instrumentales, al menos a través de sus
propios intelectuales orgánicos, ejercen una influencia sobre los técnicos.
El punto central de la cuestión sigue siendo, sin embargo, la distinción entre intelectuales como
categoría orgánica de cada grupo social e intelectuales como categoría tradicional, distinción  de
la que se desprende toda una serie de problemas y de posibles investigaciones históricas. El
problema más interesante es el que concierne al análisis del partido político desde este punto de
vista. ¿Qué viene a ser el partido político urbano en lo que toca al problema de los intelectuales?
A mi juicio éste puede considerarse precisamente como el mecanismo que en la sociedad civil
cumple la misma función que cumple el Estado en mayor medida en la sociedad política, o sea
procurar la fusión entre los intelectuales orgánicos de un grupo social y los intelectuales
tradicionales, función que puede cumplir en dependencia de su función fundamental de elevar a
los miembros "económicos" de un grupo social a la calidad de "intelectuales políticos", o sea de
organizadores de todas las funciones inherentes al desarrollo orgánico dc una sociedad integral,
civil y política. Se puede decir incluso que en su ámbito el partido político cumple su función de
manera mucho más orgánica que el Estado la suya en su ámbito más amplio: un intelectual que
entra a formar parte del partido político de un determinado grupo social, se confunde con
los intelectuales orgánicos de tal grupo, se vincula estrechamente a ese grupo, lo que no
sucede a través de la participación en la vida estatal sino mediocremente y a veces de
ningún modo. Sucede incluso que muchos intelectuales creen ser ellos mismos el Estado,
creencia que, dada la masa imponente de la categoría, en ocasiones tiene consecuencias notables
y conduce a complicaciones desagradables para el grupo social económico que realmente es el
Estado. Que todos los miembros de un partido político deban ser considerados como
intelectuales: he aquí una afirmación que puede prestarse a la burla: no obstante, si se
reflexiona, nada es más exacto. Habrá que hacer distinciones de grados, un partido podría tener
mayor o menor composición del grado más alto o del grado más baja; no es eso lo que importa:
importa la función que es educativa y directiva, o sea intelectual. Un comerciante no entra a
formar parte de un partido político para hacer comercio, ni un industrial podrá producir peor o
mejor, ni un campesino para aprender nuevos métodos de cultivar la tierra, aunque algunos
aspectos de estas exigencias del comerciante, del industrial y del campesino pueden hallar
satisfacción en el partido político (la opinión general contradice esto, afirmando que el
comerciante, el industrial, cl campesino "politicantes" pierden en vez de ganar, lo que puede ser
discutido). Para estos fines, dentro de ciertos límites existe el sindicato profesional, en el que la
función económico-corporativa del comerciante, del industrial y del campesino encuentra su
cuadro más apto. En el partido político los elementos de un grupo social económico superan

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este momento de su desarrollo y se convierten en agentes de actividades generales, de carácter
nacional e internacional. Esta función del partido político debería resultar mucho más clara
mediante un análisis histórico concreto de cómo se han desarrollado las categorías orgánicas de
los intelectuales tradicionales tanto en el terreno de las diversas evoluciones nacionales, como
en el de la evolución de los diversos grupos sociales más importantes en el cuadro de las
diversas naciones, especialmente de aquellos grupos sociales cuya actividad económica ha sido
predominantemente instrumental.
Cuadernos de la cárcel VOL 5
Es por lo menos extraña la actitud del economismo frente a las expresiones de voluntad, de
acción y de iniciativa política e intelectual, como si éstas no fuesen una emanación orgánica de
necesidades económicas e incluso la única expresión eficiente de la economía (…) El hecho de
la hegemonía presupone indudablemente que se tomen en cuenta los intereses y las tendencias
de los grupos sobre los cuales la hegemonía será ejercida, que se forme un cierto equilibrio de
compromiso, esto es, que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo,
pero también es indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden afectar a lo
esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica, no
puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el
núcleo decisivo de la actividad económica
 
El ejercicio “normal” de la hegemonía en el terreno que ya se ha vuelto clásico del régimen
parlamentario, se caracteriza por la combinación de la fuerza y del consenso que se
equilibran diversamente, sin que la fuerza domine demasiado al consenso, incluso
tratando de obtener que la fuerza parezca apoyada en el consenso de la mayoría,
expresado por los llamados órganos de la opinión pública -periódicos y asociaciones los
cuales, por lo tanto, en ciertas situaciones, son multiplicados artificiosamente. Entre el
consenso y la fuerza está la corrupción-fraude (que es característica de ciertas situaciones de
difícil ejercicio de la función hegemónica, presentando el empleo de la fuerza demasiados
peligros) o sea el debilitamiento y la parálisis infligidos al adversario o a los adversarios
acaparando sus dirigentes bien sea encubiertamente o, en caso de peligro emergente,
abiertamente, para provocar confusión y desorden en las filas adversarias
 
La hegemonía de un centro directivo sobre los intelectuales se afirma a través de dos líneas
principales: 1) una concepción general de la vida, una filosofía que ofrezca a los seguidores
una "dignidad" intelectual que dé un principio de distinción y un elemento de lucha
contra las viejas ideologías dominantes coercitivamente; 2) un programa escolar, un
principio educativo y pedagógico original que interese y dé una actividad propia, en su

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campo técnico, a aquella fracción de los intelectuales que es la más homogénea y la más
numerosa (los docentes, desde el maestro elemental hasta los profesores de universidad)
 
Cuadernos de la cárcel Volumen 6
Cuestión del porqué y del cómo una literatura es popular. La "belleza" no basta: se requiere un
determinado contenido intelectual y moral que sea la expresión elaborada y lograda de las
aspiraciones más profundas de un determinado público, o sea de la nación-pueblo en cierta fase
de su desarrollo histórico. La literatura debe ser al mismo tiempo elemento actual de
civilización y obra de arte, de otra manera se prefiere la literatura de folletín a la literatura de
arte, siendo aquélla, a su modo, un elemento actual de cultura, de una cultura tan degradada
como se quiera, pero sentida vivamente.
¿Qué significa el hecho de que el pueblo italiano lee de preferencia a los escritores extranjeros?
Significa que sufre la hegemonía intelectual y moral de los intelectuales extranjeros, que se
siente más ligado a los intelectuales extranjeros que a los "paisanos", o sea que no existe en el
país un bloque nacional intelectual y moral, ni jerárquico y mucho menos igualitario. Los
intelectuales no salen del pueblo, aunque incidentalmente alguno de ellos sea de origen popular,
no se sienten ligados a él (aparte la retórica), no conocen y no sienten sus necesidades, sus
aspiraciones, sus sentimientos difusos, sino que, frente al pueblo, son algo separado, sin raíces,
una casta, y no una articulación, con funciones orgánicas, del pueblo mismo. La cuestión debe
extenderse a toda la cultura nacional popular y no restringirse únicamente a la literatura
narrativa: las mismas cosas deben decirse del teatro, de la literatura científica en general
(ciencias de la naturaleza, historia etcétera).
En este hecho se plantea un problema de vida nacional esencial. Si es verdad que cada siglo o
fracción de siglo tiene su literatura, no siempre es verdad que esta literatura sea producida en la
misma comunidad nacional. Cada pueblo tiene su literatura, pero ésta puede venirle de otro
pueblo, o sea que el pueblo de que se trata puede estar subordinado a la hegemonía intelectual y
moral de otros pueblos. Esta es a menudo la paradoja más llamativa en muchas tendencias
monopolistas de carácter nacionalista y represivo: que mientras construyen planes grandiosos de
hegemonía, no se dan cuenta de que son objeto de hegemonías extranjeras; así como, mientras
se hacen planes imperialistas, en realidad se es objeto de otros imperialismos etcétera. Por lo
demás no se sabe si el centro político dirigente no comprende perfectamente la situación de
hecho y no trata de superarla: es cierto sin embargo que los Literatos, en este caso, no ayudan al
centro dirigente político en estos esfuerzos y sus cerebros huecos se encarnizan en la exaltación
nacionalista para no sentir el peso de la hegemonía de la que se depende y de la que se sufre
opresión

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