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Una política social

10/10/98. "La Voz del Interior", pág. 15

Por Federico Storani, Diputado Nacional UCR- Buenos Aires

En la Argentina, las sucesivas crisis económicas y las políticas de ajuste, han consolidado una
desigual estructura social. Esto hace difícil garantizar un prerequisito fundamental para una sociedad
democrática: que todos puedan acceder a niveles de vida aceptables. Alcanzar un nivel básico de
consumo es cada vez más difícil debido a los crecientes índices de desempleo y las abruptas caídas
en salarios e ingresos.
Difícilmente una política social pueda curar totalmente estas heridas. Sin embargo no se puede, en
manera alguna, despreciar la contribución que pueda realizar para el logro de una sociedad más
justa.
La formulación de una política social implica una rediscusión del papel del Estado en relación al
proceso de redistribución. En este terreno, dos son, a nuestro entender, las funciones del Estado.
En primer lugar garantizar que nadie se encuentre por debajo de un nivel de satisfacción de
necesidades definidas como básicas. En segundo término, el Estado debe disminuir las
desigualdades sociales. No se trata de asegurar un nivel de subsistencia para algunos y “piedra libre”
para los demás. Se trata de que el proceso de redistribución permita que se reduzcan las
desigualdades y que los recursos obtenidos de esta distribución sirvan para elevar continuamente
los niveles de vida de la sociedad.
Creemos además, que debe confundirse universalismo con estatismo. El acceso universal a la
condición de ciudadano no depende necesariamente de que el Estado posea el monopolio de la
producción y distribución de los bienes sociales.
La provisión centralizada por parte del Estado suele implicar una excesiva burocracia que ocasiona
rigideces y lentitud de respuestas, e ineficiencias.
La descentralización del sector público es un camino para superar alguno de estos problemas, pero
no todos. Es necesario abrir caminos para la responsabilidad y participación de la gente en la
identificación de problemas, diseño de soluciones y administración de programas.
Creemos importante que el Estado comparta responsabilidades con la sociedad civil. No puede
confiarse en un Estado que prometió y convenció a la sociedad que podía resolver todos sus
problemas: ese Estado omnipotente y centralista, magnífico instrumento en manos del autoritarismo
pero desligitimante en los periodos democráticos.
Devolver responsabilidades a la sociedad civil por todo aquello que está en sus manos hacer, no es
otra cosa que consolidar la participación y fortalecer instancias de poder democrático para que ella
defina y administre las respuestas a los problemas que enfrenta.
Pero dejar todo librado a la suerte de la sociedad civil introduce el problema de las desigualdades
existentes en ella y por lo tanto de la ciertamente alta inequidad que presentaría tal sistema: más
para los que más poder y recursos poseen. En esta situación sólo el Estado puede ser un factor de
reducción de desigualdades y aumento de racionalidad.
Así como es necesario descargar responsabilidades del Estado en materia de provisión directa de
servicios y fortalecer las responsabilidades de la sociedad, es también necesario devolver un rol más
potente al Estado en relación a su poder de regulación.
Estimular las energías sociales, corregir desigualdades, regular la calidad de los bienes y servicios
sociales, optimizar la utilización de recursos por parte de la sociedad y especialmente, velar por la
protección de los más débiles deberían ser puntos salientes de un replanteo del papel del Estado.
Concebimos un sistema de política social donde las responsabilidades fundamentales sean
compartidas por gobierno y sociedad.
Con el primero haciendo las veces de factor normalizador, supervisor, complementador y
compensador.
El fortalecimiento de fuerzas políticas capaces de trascender ópticas sectoriales es, sin dudas, un
requisito principal para una política social que produzca avances en términos de equidad y
racionalidad, pero un segundo requisito es la profundización de la participación de la gente porque
aumenta el proceso de democratización, que se expresa en mayores niveles de control sobre lo que
nos pertenece, la cosa pública.
Tendremos así una sociedad más justa, libre y democrática.

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