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Paiaro, Requena, Espacios Democraticos Atenas
Paiaro, Requena, Espacios Democraticos Atenas
Paiaro Diego, Requena Mariano J. “Muchas veces pegarías a un ateniense creyendo que era un esclavo”… (PS-X, 1,
10): espacios democráticos y relaciones de dependencia en la Atenas Clásica. In: Los espacios de la esclavitud y la
dependecia desde la antigüedad. Madrid, 28-30 novembre 2012. Actats del XXXV coloquio del GIREA. Homenaje a
Domingo Placido. Besançon : Presses Universitaires de Franche-Comté, 2015. pp. 153-170. (Actes des colloques du
Groupe de recherche sur l'esclavage dans l'antiquité, 35);
https://www.persee.fr/doc/girea_0000-0000_2015_act_35_1_1300
Abstract
Recently, some specialists have insisted on the “ imaginary” character of the Athenian polis
conceiving that social identities were fluid and that the status of the citizen was diluted and
blended with other genres and statuses. Moreover, some have highlighted the existence of free
spaces which brought together and indistinctly citizens, metics, foreigners, women and slaves,
fading away legal and political differences. In contrast, we aim to rethink this vagueness and
fluidity frequently announced by the critics of Athenian democracy that has been accepted by
recent historiography as an actual fact of the democratic system. In this paper we argue that
although urban life allowed the interaction and circulation in the same space of legally and
politically unequal subjects, this not necessarily determined an extenuation of those differences.
Then, we think that the excessive radicalism that the antidemocratic thinkers attributed to the
political capacity of the Athenian demos – that pointed to the existence of a complete erosion of
the legal and political distinctions – constitute a form of invective that thinks in a somehow virtual
city in order to resist the changes that weakened traditional forms of aristocratic power in the polis.
XXXVo Coloquio internacional del GIREA, 2015
Diego Paiaro
Universidad de Buenos Aires – Universidad Nacional de General Sarmiento – CONICET
diegopaiaro@hotmail.com
Mariano J. Requena
Universidad de Buenos Aires
marianorequena@gmail.com
La frase que encabeza el título de este trabajo resalta al menos dos cuestiones.
Por un lado, hace referencia a la supuesta existencia de una cierta indistinción entre los
ciudadanos atenienses y los esclavos, hasta tal punto que resulta frecuente su confusión.
Por otro lado, se hace hincapié en la idea de que corresponde a los hombres libres golpear
a los esclavos (cf. Aristófanes, Nubes, 6-7; Platón, Leyes, 777e). En efecto, esto último
remite a las condiciones coercitivas que, en las sociedades precapitalistas, constituyen un
elemento fundamental de las relaciones de dependencia, dominación y explotación1. Sin
embargo, el enunciado del Viejo Oligarca resalta que dicha violencia no era capaz de ser
puesta en práctica en tanto, las distinciones jurídico-políticas se habían vuelto difusas
como consecuencia de los efectos isonómicos que la democracia habría producido en el
espacio socio-político2.
1
Al respecto, pueden verse los trabajos de Annequin et alii 1979: 5-54; Zelin 1979: 55-92; Ste Croix 1988: 59-89; Lekas
1988: 79-91; Plácido 1989: 55-79; Wood 1988; 2000: 211-23; 2002: 17-69, quienes se han centrado en la cuestión a raíz
de las necesidades de conceptualizar mejor la problemática esclavista en la sociedad antigua. La importancia de la coerción
para definir la explotación en las sociedades precapitalistas fue señalada por Marx 2005 [1857-1858]: 433-79; 2006
[1894]: 1005-7, cf. Lukács 2009: 157-8. No se nos escapa que la cuestión sobre la relación entre explotación y dominación
es mucho más compleja. Al respecto pueden verse las posturas de Roemer 1989; Wright 1994; Miliband 1990; Callinicos
2004: 69-84; Caínzos López 1990 y Petruccelli 1997; 1998: 63-6. En relación al mundo antiguo específicamente véase:
Kyrtatas 2002 y Paiaro en prensa.
2
En relación a la temática del espacio y su “producción”, resulta ineludible referirse al estudio de Lefevbre 1991 para
quien el espacio, particularmente el espacio social, no es una cosa, ni un producto, sino que subsume las relaciones de
producción humanas, abarcando sus interrelaciones en su coexistencia y simultaneidad. Se forma como resultado de las
En los últimos años ha ganado terreno una tendencia historiográfica que tomó
los dichos del Viejo Oligarca, junto con un conjunto de fuentes que se expresan en
similares sentidos3, como una descripción bastante ajustada de lo que sucedía en Atenas.
De este modo, ciertos autores han insistido en el carácter “imaginario” que articulaba
la organización comunitaria de la pólis4 y han propuesto, como lo hace Cohen (2000),
la existencia de una identidad social mucho más fluida de lo que generalmente se solía
admitir (cf. Jameson 1997: 95-107; Taylor 2011: 117-34). En esa misma dirección,
un artículo reciente de Vlassopoulos (2007; cf. 2009) destaca que el espacio ocupó un
papel central para que en la Atenas democrática las identidades y los estatus se tornasen
borrosos. En efecto, aquello que denomina “espacios libres” (free spaces)5 – entre los que
se cuentan el ágora, la taberna, el cementerio, el taller artesanal, el trirreme, etc. – reunían
a los ciudadanos, los metecos, los extranjeros, las mujeres y los esclavos de un modo
indiferenciado en un contexto en el que se producían interacciones y experiencias
comunes que desafiaban la división estamental de la sociedad. Dichos espacios, habrían
tenido un papel importante en el funcionamiento práctico de la democracia más allá de
no ser parte de las instancias institucionales oficiales.
Pero, aun aceptando que los espacios producidos por la democracia pueden haber
contribuido al desvanecimiento de las distinciones que separaban a los ciudadanos de
relaciones sociales y por lo tanto no puede reducirse a la idea de simple objeto. Constituye un ámbito donde se construyen
las acciones de los hombres, permitiendo cierto tipo de relaciones y prohibiendo otras. En este sentido, son importantes
los señalamientos que realizan Miceli y Gallego (2008: 16-7) en función de lo relativo al espacio en tanto que lugar
habitado. Habitar un espacio no significa sólo reconocerlo en sus formas topográficas o simbólicas sino que significa ante
todo ser “habitante de una situación social (…) de la conformación de un espacio precisamente para habitarlo, (…) de la
configuración de subjetividades específicas relativas al hecho de formar parte de una comunidad determinada (…). Por
consiguiente (…) conlleva a la vez producirlo y pensarlo en tanto que espacio propio, subjetivo, imaginario, que se instituye
dinámicamente como proceso de plasmación de las prácticas sociales de los sujetos…”
3
Algunos ejemplos donde se evidencia la dificultad de establecer con claridad el estatus de los sujetos pueden verse en:
Eurípides, Ion, 854-856; Lisias, 23; Demóstenes, 47, 61; 53, 16; 57; 59; Esquines, 1, 54-64; Iseo, 8, 41. En relación a las
facilidades que establecía la democracia y que permitía una presunta “igualdad” entre ciudadanos, extranjeros y esclavos:
Andócides, 2, 23; Isócrates, 8, 50, 88; Demóstenes, 9, 3; Platón, República, 562e-563b.
4
Principalmente puede verse el trabajo de Anderson (2003: 2-3) quien retoma la conceptualización moderna del
Estado-Nación como “comunidad imaginada” (Anderson 1993: 6) para replantear el carácter excepcional de la pólis
ateniense. Asimismo, Gallego (2003: 25, 47-51) quien inspirado en Badiou (1985: 12-6) habla de “lazo social imaginario”
para designar al conjunto articulado que configura a la comunidad cívica ateniense en relación a – y en confrontación
con – las formas que asume su estructuración política. Cf. Castoriadis 1989.
5
El autor retoma el concepto de “espacios libres” de Evans y Boyte 1986.
los excluidos de la ciudadanía, no se debe perder de vista que las diferencias de estatus
continuaron siendo en Atenas un elemento básico de la estructuración social, de las
relaciones de dependencia y del funcionamiento de la democracia. El papel de los órdenes
jurídicamente definidos que componían la sociedad ateniense resultan fundamentales
para comprender el funcionamiento de la democracia y su jerarquización social. En
última instancia, la situación de un determinado individuo en el sistema de distinciones
estatutarias determinaba en gran parte con qué privilegios este contaba, qué capacidades
de actuación tenía así como también los límites que circunscribían las posibilidades de su
praxis social, familiar, judicial, política, económica, etc. (MacDowell 1978: 67-83; Sealey
1987: 5-31; Todd 1993: 167-200; 1994: 137; Hunter 2001; Forsdyke 2012: 21-2, 31-3;
2013; cf. Demóstenes, 22, 55; 59. 122; Aristóteles, Política, 1326a 18-22).
Una buena ilustración de la importancia que las diferencias de estatus tenían para
las relaciones de dependencia surge del relato de Jenofonte (Recuerdos de Sócrates, 2, 1,
1-20) sobre una conversación entre Sócrates y Aristipo de Cirene. La discusión tiene
como tema la capacidad de poder dominarse a sí mismo (egkráteia) y por consiguiente
no caer bajo el dominio de los vicios, pero cuyo trasfondo político se dilucida en tanto su
sentido queda establecido en relación a la necesidad de que quienes gobiernan no sean
incapaces (2, 1, 6-7). Aristipo expone que sus intenciones no son las de gobernar ni las
de ser gobernado por cuanto mucho era el esfuerzo y la responsabilidad que implicaba
el ejercicio del poder, así como poca su recompensa (2, 1, 8-9). Así, señalará que prefiere
vivir una vida fácil y cómoda recorriendo “un camino intermedio (mése…hodós) (…)
no a través del mando (arkhês) ni de la esclavitud (douleías), sino a través de la libertad
(eleutherías)” (2, 1, 11). A ello Sócrates responde que ese no es un camino humano ya que
no se puede vivir “entre hombres (si) pretendes no gobernar ni ser gobernado” y allí donde
la vida se da en sociedad, los más fuertes hacen esclavos a los débiles (2, 1, 12-13). Aristipo
retruca que él evita esas situaciones viviendo en todas partes como extranjero (xénos) a
lo que Sócrates contesta con ironía y señala que si los ciudadanos se procuran murallas,
leyes y aliados para defenderse de las agresiones, tanto más deberían hacer aquellos que
carecen de los privilegios de la ciudadanía (2, 1, 13-15). Para Sócrates no hay término
medio, o se manda o se es esclavo y el extranjero está en condiciones de inferioridad con
respecto a los ciudadanos lo que lo convierte en un esclavo potencial (2, 1, 15-16). El
6
Como, por ejemplo, parecería haber sucedido en el contexto de las reformas de Clístenes cuando, dada la confusión
existente, se habría permitido la inclusión en la ciudadanía de “esclavos metecos” (cf. Aristóteles, Política, 1275b, 36-37;
Mossé 2007: 39-40). Asimismo, los sucesos de finales del siglo V permitieron el otorgamiento de la ciudadanía a quienes
pelearon por la restauración de la democracia: Trasíbulo habría prometido la isotelía a los metecos ( Jenofonte, Helénicas, 2,
4, 25) o incluso la ciudadanía para todos los combatientes de los del Pireo, incluidos los esclavos (Ps. Aristóteles, Const. At.,
40, 2; Loraux 2007: 203).
7
Griffith (1969: 115-26) lo atribuye a las reformas de Efialtes; Lewis (1971: 129-40) piensa que la isegoría fue introducida
en época de Solón y reestablecida con Clistenes; Raaflaub (2004: 96, 222-3) sugiere que tuvo un origen clisténico pero que
su identificación con la democracia fue posterior.
8
Para Marr y Rhodes (2008: 79) el uso de isegoría constituye una exageración. Cf. Cataldi 2000: 86-7. Ver al respecto el
comentario de Eurípides en Aristófanes, Ranas, 948-952.
(douleúein). Desde nuestra perspectiva es el contenido de esta frase aquello que da sentido
a las desnaturalizaciones de la democracia sobre las que hemos hablado. Por lo tanto
no se trataría de que en la Atenas de la segunda mitad del siglo V los ciudadanos hayan
sido indistinguibles de los no ciudadanos o de que estos hayan sido beneficiados con la
igualdad de palabra. En efecto, el planteo del Viejo Oligarca implicaba un desplazamiento
de la cuestión política hacia una metafórica intrusión en el espacio cívico de esclavos y
metecos, quienes gozarían de facto – fruto del poder del dêmos – de los beneficios de
la democracia. Así, sería imposible, por ejemplo, golpear (patáxai) a un esclavo o a un
meteco debido a que no pueden ser distinguidos por su aspecto de los ciudadanos (1, 10).
Tal idea debe tomarse como una exageración puesto que golpes, castigos y torturas eran
condiciones recurrentes en el trato dispensado a los dependientes (cf. de Ste Croix 1988:
66-7; Fisher 1993; Hunter 1994: 154-84; Dubois 2003: 101-14; Rihll 2011: 50). A
pesar de ello, podría señalarse que existía al menos una ley que homologaba la condición
cívica con la esclavitud: es el caso de la denominada “ley de ultraje” (graphè hýbreos)
que prohibía maltratar tanto a los hombres libres como a los esclavos (cf. Demóstenes,
21, 47-50; Esquines, 1, 15-17. Cf. Harrison 1968: 168-72; MacDowell 1976: 14-31;
Dover 1989: 34-9; Fisher 1976; 1979; 1990; 1992: 37-82; Cairns 1996). Sin embargo,
resulta pertinente destacar, para nuestro propósito, que las razones que se aducen para
explicar el porqué de la inclusión de los esclavos en esta ley – atribuida generalmente a
Solón (cf. Demóstenes, 21, 48-50; Esquines, 1, 17) – no tienen en cuenta a los esclavos
en cuanto tales sino a la necesidad de disminuir las tradicionales prácticas abusivas que
los aristócratas ejercían sobre miembros pobres de la comunidad incorporados a la
ciudadanía luego de la stásis arcaica (cf. Murray 1990; Fisher 2003: 44-84; Requena en
prensa).
Similar consideración puede tomarse en relación a las vestimentas que para el autor
del líbelo antidemocrático no permitirían distinguir a los ciudadanos de los esclavos.
Como lo han señalado los estudios especializados, la moda no constituye simplemente
una decisión personal fundada en cierto gusto estético, sino que constituye un lenguaje
social que permite establecer las identificaciones, jerarquías y distinciones que organizan
que, bajo el régimen democrático, reinaba, al decir de Cataldi (2000: 81), una “perversa
homologación social”. Lo inaceptable para el autor del oligárquico libelo consistía en que
el poder (arkhé) y la fuerza (iskhús) estaban en manos del dêmos13 y era este poder el
que posibilitaba la intemperancia (akolasía) y la subversión del orden que se proyectaba
en la supuesta liberalidad de esclavos y metecos. De este modo, la eunomía sólo podría
llegar con el gobierno de los khrestoí, que implicaría la posibilidad de castigar (kolázein)
a los miembros del pueblo, reducir y reprimir su participación política, culminando con
su ulterior esclavización14. En consecuencia, las afirmaciones presentes en La República
de los Atenienses implicaban una subversión discursiva del funcionamiento real de la
democracia, ampliando ficcionalmente los espacios sobre los que operaba la política
democrática para cuestionar, de ese modo, la legitimidad de la participación real y efectiva
del dêmos. Su intención se relacionaba con aquello que luego pusieron en práctica los
Treinta a finales del siglo V y que, en palabras de Canfora (1981: 145), consistiría en
“expropiar [al dêmos] del espacio político”.
Ahora bien, si pasamos del Viejo Oligarca y Platón hacia un discurso que se
pretende más verídico, veremos allí operando nuevamente el tópico según el cual la
democracia integraba a los no ciudadanos. De acuerdo al relato hecho por Jenofonte,
Terámenes15 en su defensa frente a las acusaciones de Critias, habría afirmado: “Pero yo
(…) siempre estoy en guerra (pote polemô) con aquellos que no creen que haya una buena
democracia (kalèn demokratían) si los esclavos y los que están dispuestos a vender a la
ciudad por una dracma no participan de la ciudad (tèn pólin… metékhoien)” (Helénicas,
2, 3, 48).
13
Sobre el uso de arkhé en vez de krátos para referirse al poder del dêmos en el pasaje (1, 8) véase Gallego 2011a. Para
el autor el uso de arkhé estaría en relación al carácter dominante y consolidado del poder democrático en tiempos de la
crítica de Ps. Jenofonte.
14
El uso del verbo kolázo nos remite a las nociones de “castigar” o “corregir” pero también nos indica los significados
de “truncar”, “mutilar” y “podar”; derivado del término kólos, que se aplicaba a los animales que perdían sus cuernos,
cf. Chantraine (1999), s. v. kólos, kólobos, kolázo, koloúo. Lapini (1997) sugiere basándose en Antifonte (fr. 1, Thalheim)
que el término podría significar también “quitar del medio”, “reducir a la impotencia”, “extirpar”. En este sentido, como lo
ha planteado Gallego (2012) la propuesta buscaría entonces “quitar del medio”, “extirparlos”, “reducir a la impotencia” al
dêmos como mecanismo disciplinador, terminando de esta forma con su akolasía, su condición política y su arkhé. Es decir,
esclavizarlos, cf. Fouchard 1997: 86.
15
Para una síntesis sobre las valoraciones de la figura de Terámenes véase: Harding 1974: 101-111.
16
Sobre la relación entre el misthós y la doulea véase Plácido 1989: 66-79.
17
Sobre la ciudad como un “nosotros”, véase: Loraux 2007b: 251; cf. Gallego 2011: 192-8.
18
La noción de kalós kagathós implicaba un doble reconocimiento tanto valorativo como político-social y principalmente
constituía una forma de identificación de los miembros de la aristocracia desde la segunda mitad del siglo V. Para su
discusión véase: Wankler 1961; de Ste Croix 1972: 371-6; Donlan 1973; Bourriot 1995; Fouchard 1997: 259-60.
19
Sobre la participación de Terámenes en el régimen de los Cuatrocientos: Tucídides, 8, 68; 8, 89-92; Lisias, 12, 65;
Ps. Aristóteles, Const. At., 32, 2; 33, 2. Sobre su participación en el régimen de los Treinta: Lisias, 12, 51, 73-76; Jenofonte,
Helénicas, 2, 3, 2, 15 y s.; Ps. Aristóteles, Const. At., 36, 1-2; 37, 1-2. Sobre la Constitución de los 5000: Tucídides, 8, 65-67;
8, 72; 8, 86-89; 8, 92-97; Ps. Aristóteles, Const. At., 29, 5; 30, 1; 31, 2; 32, 1-3; 33, 1-2. Sobre la Constitución de los 3000:
Jenofonte, Helénicas, 2. 3. 2; Ps. Aristóteles, Const. At., 34., 3; 36, 1-2; 37, 1-2. Para un análisis de los diferentes golpes,
véase: Krentz 1982; Ostwald 1986: 344-411, 460-96; Ober 1989: 93-5; Sancho Rocher 1994; 2004; Shear 2011: 19-70.
20
Otras cifras son las siguientes: 25 000 en Gomme 1933: 4-6; 20 000 en Jones 1957: 8-9; 18 000 en Hansen 1981: 23;
1988: 23-25; 22 000 en Strauss 1986: 78; entre 21 000 y 29 000 en Rhodes 1988: 274; entre 18 000 y 25 000 en Garnsey
1988: 92.
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