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N˚ Fragmentos de textos

1 «El aparato del Estado centralizado que, sus órganos militares, burocráticos, clericales,
y judiciales, omnipresentes y complicados, ciñe (envuelve) el cuerpo viviente de la
sociedad civil, como una boa constrictor, había sido forjado anteriormente en los
tiempos de la monarquía absoluta como arma de la sociedad moderna naciente en su
lucha por emanciparse del feudalismo […]. La primera Revolución francesa, que tenía
por tarea fundar la unidad nacional (crear una nación), debió hacer añicos todas las
autoridades locales, territoriales, urbanas y provinciales. Continuando la obra
emprendida por la monarquía absoluta, la revolución se vio, así, constreñida a
desarrollar la organización y la centralización del poder del Estado, de agrandarle el
círculo y las atribuciones, de aumentar el número de sus instrumentos, de incrementar
su independencia y su dominio sobrenatural sobre la sociedad real, dominio que, de
hecho, reemplazó el cielo sobrenatural de la Edad media con sus santos. Todo interés
menor y aislado, engendrado por las relaciones de los grupos sociales, fue separado de
la sociedad misma, determinada, hecho independiente de ésta y puesto en oposición con
la sociedad en nombre de la razón de Estado, que defendían los sacerdotes del poder
del Estado con funciones jerárquicas estrechamente definidas. Esta excrecencia
parasitaria sobre la sociedad civil, y que pretendía ser su réplica nuevos grupos de
interés y, en consecuencia, nuevos pretextos para la intervención del Estado […] Todas
las revoluciones tuvieron esta pesadilla asfixiante […]. La comuna fue una revolución
hecha para transferir el poder de una fracción de las clases dominantes a otra fracción,
sino una revolución para destruir este horrible aparato del Estado y aún de dominio de
clase. No fue una de esas luchas mezquinas entre la forma contra estas dos formas que
se confunden, siendo la forma parlamentaria nada más de esta usurpación del Estado.
La comuna fue su negación rotunda y, por lo tanto, el comienzo de la revolución social
del siglo XIX. Cualquiera sea, entonces, su destino en París, la revolución le dará la
vuelta al mundo» Karl Marx. «La guerra civil en Francia» En: Héctor Silva Michelena.
Pensadores de la Democracia. 1era edición. Caracas: AB Ediciones. 2018. Pp. 280-281.
2 «Está en la naturaleza del trabajo reunir a los hombres en equipos en los cuales los
individuos en número cualquiera “trabajan conjuntos como un solo hombre” y, en este
sentido el espíritu de comunidad impregna el trabajo tal vez más que toda otra
actividad. Pero esta “naturaleza colectiva del trabajo”, lejos de fundar una realidad
responsable, identificable por cada miembro del equipo requiere, al contrario, de
hecho, la desaparición de toda conciencia de individualidad y de identidad: y es por
esta razón que todos los “valores” derivados del trabajo, aparte de su función evidente
en el proceso vital, son enteramente sociales: no difieren esencialmente del aumento de
placer que degustamos al beber y comer en compañía […] Esta reducción a la unidad
es fundamentalmente antipolítica; es exactamente el opuesto al de la comunidad que
reina en las sociedades políticas o comerciales y que, para retomar el ejemplo
aristotélico, no consiste en la asociación (koinomia) de los médicos, sino de la
asociación establecida entre médico y un agricultor, “y en general entre gentes
diferentes y desiguales” […] La ineptitud del animal laborans para la distinción y, en
consecuencia, para la palabra y la acción, parece confirmada por la ausencia notable
de serias rebeliones de esclavos tanto en la Antigüedad como en los tiempos modernos.
Pero lo que no es menos notable, es el papel súbito y frecuente, extraordinariamente
productivo que han jugado los movimientos obreros en la política moderna. Hannah
Arendt «Condition de l’homme moderne» En: Héctor Silva Michelena. Pensadores de la
Democracia. 1era edición. Caracas: AB Ediciones. 2018. P. 284

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