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ESCRITOS APÓCRIFOS.

No toda literatura religiosa, por mucho que sea útil y leída, es considerada parte de las
Sagradas Escrituras. Esto, no solamente es cierto en el tiempo presente sino también lo era
en los días en que fueron escritos el Antiguo y Nuevo Testamento. Stanley Horton, un
teólogo Pentecostal, en la obra editada y presentada con el nombre de Teología
Sistemática, expone que “Los libros apócrifos, pseudoepígrafes y otros escritos religiosos
eras reconocidos como poseedores de diversos grados de valor, pero no eran considerados
dignos de ser llamados Palabra de Dios (Horton, 1996. p. 108).

Tirso Cepedal en su curso introducción bíblica afirma que "Los rabinos hablaban de
“libros que están fuera”, es decir, libros ajenos a la colección sagrada y empleados por los
herejes y samaritanos. Sin embargo, el término “apócrifos”, que ha venido a designar los
libros que ahora nos ocupan, procede del griego apoki-yphos, “oculto”. En su origen, este
término pudo tener un matiz respetuoso, pues se aplicaba a aquellos libros sagrados cuyo
contenido era demasiado sublime como para que lo comprendiera el público en general.

Poco a poco, el término apócrifo fue tomando un matiz peyorativo, pues con frecuencia
resultaba discutible la ortodoxia de estos libros. Orígenes distinguía entre libros que debían
ser leídos en el culto público y libros apócrifos. Dado que estos libros secretos eran a
menudo conservados, e incluso compuestos, en círculos heréticos, los Padres de la Iglesia
llegaron a aplicar el término “apócrifo” a las obras heréticas cuya lectura estaba prohibida.
En tiempos de San Jerónimo “apócrifo” había adquirido el sentido más neutro de “no
canónico” y así es como hoy todavía se emplea.

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