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LA BATALLA DE JUNÍN

En el año 1823 en España hubo un golpe de Estado absolutista, el rey Fernando VII
restableció sus fueros, aboliendo por segunda vez la Constitución liberal de Cádiz. La
noticia provocó una profunda división entre las fuerzas realistas en el Perú. Por su
parte, estas se habían fortalecido en la sierra central y sur, además de la actual
Bolivia. La vanguardia realista aún combatía por el norte argentino y con el virrey
establecido en el Cusco controlaban el corazón andino del continente, esta coyuntura
política de cambios bruscos fue bien aprovechada por el Libertador Venezolano Simón
Bolívar.

En el Alto Perú se sublevó el general Pedro Olañeta, quien era un obstinado


absolutista y detestaba al virrey La Serna, quien era partidario de los liberales. El
levantamiento de Olañeta obligó al virrey a contenerlo con una división acantonada en
Puno.

Entre los sublevados y las fuerzas de contención, el ejército realista se redujo en 5.000
hombres y sus efectivos se igualaron a las fuerzas disponibles por los patriotas.

Así, ambos ejércitos quedaron con aproximadamente 10.000 hombres de infantería y


unos 1.000 de caballería. Pero las fuerzas del virrey estaban divididas entre quienes
estaban alrededor de su última capital, el Cusco, y los que guarecían la sierra central.
Bolívar detectó a tiempo la debilidad de los realistas y decidió aprovechar su
oportunidad.

Por su parte, los patriotas se habían reorganizado en 1823 después de dolorosos


enfrentamientos internos. El primer conflicto de los colombianos en el Perú fue con el
presidente Riva Agüero, quien fue destituido y, acusado de negociar con el virrey,
había sido deportado.

Luego del fracaso que significó la campaña de puertos intermedios para las fuerzas
Patriotas, solo tuvieron alguna satisfacción con las victorias parciales de Guillermo
Miller, quien, con una pequeña unidad de 120 soldados de caballería, desembarcó en
Quilca y operó entre las localidades de Camaná, Caravelí y Chala (actual
departamento de Arequipa) hostilizando a las tropas realistas allí situadas, pero
enterado de las derrotas patriotas de Torata y Moquegua, Miller se reembarcó en
Quilca de vuelta al Callao.

El entonces primer presidente Riva Agüero en su obstinación por quererse quedar en


el poder, buscaría un acercamiento con La Serna a fin de negociar directamente con
España. La respuesta de este no se haría esperar, más esta no llegaría manos de
Riva agüero, sino a la del mismo Simón Bolívar, descubriéndose así sus intenciones
de entregar el gobierno del Perú al aún virrey La Serna, siendo apresado y acusado de
traición el 25 de noviembre de 1823 y deportado a Europa.

El nuevo gobernante peruano organizó una Segunda Campaña de Intermedios, que


igualmente fracasó. En medio de una grave crisis, el segundo presidente, Bernardo de
Torre Tagle, se pasó al bando realista y con parte de la nobleza colonial, asilándose
en los castillos del Callao, al mando del general Rodil; allí moriría, reconvertido a favor
del Rey. El campo patriota se había desangrado y vuelto a renacer durante 1823. La
reorganización fue liderada por el liberal radical José Faustino Sánchez Carrión, quien
con decisión salvó la república, quedando entonces el campo abierto para la
intervención de Bolívar en el Perú, tal como lo había maquinado el mismo Libertador.
Bolívar subió a la sierra central y encontró a Canterac, que comandaba a los realistas
en los alrededores del lago Junín. El ejército del Rey estaba retrocediendo y sus
infantes caminaban adelante. Mientras que los patriotas avanzaban y sus caballos
trataban de alcanzar al enemigo. En la tarde del 6 de junio, ambas caballerías fueron
al choque.

El realista Canterac inició el ataque arrollando a los patriotas, cuyo jefe, el general
argentino Mariano Necochea, cayó herido e incluso fue hecho prisionero. Pero, cuando
la batalla no había concluido, cargó la reserva patriota, integrada por los Húsares del
Perú, luego llamados de Junín, y cambió el curso de la lucha.

El enfrentamiento tardó apenas una hora, no se disparó un tiro, fue una de las últimas
batallas de la historia peleadas íntegramente con arma blanca. Quien estaba al mando
de los Húsares del Perú era el coronel Isidoro Suárez, bisabuelo del escritor Jorge Luis
Borges, quien lo evoca en numerosos textos y poemas.

Por su parte, Bolívar retrocedió a apurar a la infantería y cuando llegó al campo todo
estaba consumado. Como tantas veces en el Perú, se ganó sin mando supremo,
simplemente porque en el terreno cada uno cumplió con su deber.

LA SUBLEVACION DE LOS CASTILLOS DEL CALLAO


Este motín, tuvo lugar el 5 de febrero de 1824 en la Fortaleza del Real Felipe en el
Callao, entre los 30 prisioneros realistas del Callao se hallaba el coronel José María
Casariego, en contacto con los jefes conspiradores; éste logró influir al sargento 1°
Dámaso Moyano un mulato mendocino, hijo de esclavos, perteneciente al Regimiento
de Granaderos y al sargento Francisco Oliva, del Batallón N° 11. Estos sargentos
instaron a otros sargentos y cabos de la guarnición a sublevarse con el objeto de
reclamar la paga de un año que se les debía 400.000 pesos y que se les mejorara el
suministro de alimentos (o rancho), el cual consistía en arroz podrido con charqui
agusanado. Facilitó la disconformidad de la tropa el hecho de que el día anterior a la
sublevación se le abonó la paga a jefes y oficiales sin nada para ellos, junto con el
conocimiento de que las unidades serían trasladadas al norte del Perú para ponerse a
disposición de Bolívar, contrariando su deseo de regresar a Chile y al Río de la Plata.
Moyano y Oliva se cuidaron de no revelarles la verdadera intención de la sublevación
a sus pares que era la entrega del Callao a los realistas. Así, se sublevaron unidades
chilenas, grancolombianas, peruanas y argentinas y se pasaron al bando español,
salvo un escuadrón de jinetes de los Granaderos que no se pasó,

El día fijado para la sublevación, el 5 de febrero, Moyano y Oliva montaron las


guardias en lugares estratégicos y por la mañana arrestaron a los oficiales que había
en la guarnición y a los demás a medida que iban llegando al Callao desde el pueblo
cercano, entre ellos al gobernador del Callao, general Rudecindo Alvarado, y el
comandante general de Marina y al general Pascual Bibero. El Estado Mayor de la
División de Los Andes se hallaba establecido en Lima, por lo que los principales jefes
pudieron evitar ser apresados por los sublevados. Moyano se autonombró "coronel
jefe del Regimiento y de la Plaza del Callao".

Asustados de la reacción patriota que los llevaría al cadalso y sin poder asegurar su
autoridad, el 10 de febrero, Oliva y Moyano liberaron y pasaron el mando a Casariego,
consumando la traición. Casariego liberó inmediatamente a los prisioneros realistas de
las casamatas del Callao y llevó a ellas a los oficiales arrestados custodiados por Oliva
a quien nombró coronel con dos cañones de metralla y 100 hombres, y órdenes de
ametrallar a los prisioneros si intentaban algo. Casariego hombre de buena labia logró
convencer a Moyano que serían ejecutados si caían en manos patriotas; en cambio, si
se pasaban a los realistas recibirían premios.
Luego Casariego ordenó el izamiento de la bandera española en los torreones de la
Fortaleza del Real Felipe, el 18 de febrero, y el saludo correspondiente con salvas de
artillería. Al constatar el engaño, algunos de los sublevados intentaron reaccionar, pero
fueron apresados y fusilados inmediatamente por Moyano, a quien Casariego nombró
brigadier y Conde de los Castillos. Más tarde se le daría su nombre a una de las
fortalezas de la plaza y a un buque corsario. Según la versión de Bartolomé Mitre,
entre los fusilados que se negaron a gritar, ¡Viva el rey! se hallaba Antonio Ruiz, alias
el Negro Falucho, un esclavo liberto del regimiento del Río de la Plata, quien tampoco
quiso arriar la bandera argentina para ser reemplazada por la española, con estas
palabras: "Malo será ser revolucionario, pero es peor ser traidor", siendo sus últimas
palabras "¡Viva Buenos Aires!". La veracidad de este acto es aún muy discutida y
puesta en duda por los historiadores.

Estos hechos execrables significaron la casi desaparición de las fuerzas llevadas al


Perú por el general José de San Martín, por lo que el historiador argentino Bartolomé
Mitre escribiría: “quedando así disuelto por el motín y la traición el memorable ejército
de los Andes. A pesar de ello se enviaron varios emisarios desde Lima con promesas
de indulto; entre ellos, estaba el general Mariano Necochea, los que fueron recibidos
por Moyano sin conseguir que depusieran su actitud. Lo mismo relataba el ministro
Bernardino Rivadavia al gobernador electo de Buenos Aires, Juan Gregorio de Las
Heras.

Asumiendo luego el comando de los restos de la División de los Andes de la


expedición libertadora el general Cirilo Correa, reducida a oficiales sin unidades a su
mando y un escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo que combatió en la
batalla de Junín.

BATALLA DE JUNÍN, PUNTO DE GIRO EN INDEPENDENCIA LATINOAMERICANA

La Batalla de Junín, también conocida como la “batalla silenciosa”, se desarrolló el 6


de agosto de 1824 en una elevación del terreno ubicada a orillas del lago
Chinchaycocha, inmediaciones de la pampa peruana de Junín, y constituyó el
penúltimo gran combate antes del crucial en Ayacucho. Simón Bolívar continuó la
guerra de emancipación del Perú emprendida desde 1823. En el año 1824 los realistas
se sostenían aún en la sierra central y el Alto Perú. Bolívar tenía en su ejército más de
10 000 hombres, en su mayoría colombianos y peruanos, menos de 1000 chilenos y
una centena de jinetes rioplatenses. Su número era equivalente al número de
realistas, pero las fuerzas realistas estaban dispersas entre el valle del Mantaro y Alto
Perú.

Debido a la sublevación en el Alto Perú del general realista Pedro Antonio Olañeta que
fracturó la defensa del virreinato que obligó al virrey La Serna a mandar sobre el Alto
Perú a un contingente al mando de Gerónimo Valdés que tenían su base en Puno,
denominado "Ejército del Sur" para asegurar la base andina de recursos militares, a
pesar del desacuerdo de José de Canterac, veterano de la guerra en Venezuela, que
advertía de los peligros de dividir y desgastar sus fuerzas y dar tiempo a Bolívar.

Así, Bolívar, conocedor de esta ventaja, aprovechó la oportunidad, y en junio de 1824


enfiló su ejército hacia la sierra central del Perú para aislar a las solitarias fuerzas
realistas denominado "Ejército del Norte" del general José Canterac,
aproximadamente compuesta de 7.000 infantes y 1.200 efectivos de caballería. La
fuerza que alcanzó a cruzar la cordillera andina fue de 8.000 soldados y a ellos hay
que añadir unos 1500 montoneros que formaron una pantalla de guerrillas, en esta
batalla Canterac enfrentó a las caballerías de las tropas patriotas que habían subido a
la sierra central al mando de Simón Bolívar (unos 900 jinetes), los realistas estaban en
los alrededores del lago Junín. El ejército realista estaba retrocediendo y sus infantes
caminaban adelante. Mientras que los patriotas avanzaban y sus caballos trataban de
alcanzar al enemigo. En la tarde del 6 de junio, ambas caballerías fueron al choque.

Canterac inició el ataque arrollando a los patriotas, cuyo jefe, el general argentino
Mariano Necochea, cayó herido e incluso fue hecho prisionero. Pero, cuando la batalla
no había concluido, cargó la reserva patriota, integrada por los Húsares del Perú que
cambió el curso de la lucha.

El enfrentamiento tardó apenas una hora, no se disparó un tiro, fue una de las últimas
batallas de la historia peleadas íntegramente con arma blanca. Quien estaba al mando
de los Húsares del Perú era el coronel Isidoro Suárez. La victoria en la Batalla de
Junín puso fin a una serie de derrotas consecutivas del ejército rebelde como las
acontecidas en Torata y Moquegua o Zepita.

Ese triunfo significó una inyección de moral para las fuerzas patriotas, y un revés,
fundamentalmente de posteriores efectos psicológicos, para los realistas que además
cedieron sus posiciones y dominio estratégico en la Sierra Central peruana.

La victoria de las tropas patriotas en Junín tuvo notorias consecuencias en el curso


posterior de la independencia, la primera en el plano militar, causando la muerte de
más de 350 realistas y tomando casi un centenar de prisioneros. También
sucumbieron 45 patriotas y otros 100 resultaron heridos.

El triunfo de los patriotas en la batalla trajo consigo una serie de consecuencias


positivas como el reconocimiento de Bolívar a la acción heroica de los escuadrones de
la caballería peruana, capaces de desarticular a la caballería realista y hacerla perder
a sus mejores hombres. Desde entonces, ese regimiento fue bautizado como “Húsares
de Junín”.

El retroceso desordenado del ejército de Canterac provocó el abandono de armas,


pertrechos y municiones que cayeron en manos de los patriotas, además de la pérdida
posterior de unos 3.000 efectivos del ejército español por enfermedad o deserción, en
su trayecto hacia el Cuzco.

El revés de Canterac en Junín le restó prestigio como estratega, forzó al virrey la


Serna a tomar personalmente el mando del ejército, y obligó a las fuerzas españolas a
detener su campaña ofensiva dirigida por el general Gerónimo Valdés en Alto Perú, y
reagruparse bajo las órdenes de la Serna.

El triunfo en Junín allanó el camino para la victoria posterior de los independentistas


en la batalla de Ayacucho, la cual el 9 de diciembre de 1824 consolidó la
independencia definitiva del Perú y de la América del Sur.
Al punto de que la Asamblea Deliberante de Chuquisaca y la redacción del acta de
independencia por los representantes de Charcas, Potosí, La Paz, Cochabamba y
Santa Cruz, tuvieron lugar el propio 6 de agosto, pero de 1925 en honor a Junín. En
Chuquisaca, las antiguas provincias del Alto Perú se proclaman como un Estado libre.

El ejército de Ayacucho recibió la denominación de “Libertador del Perú”; cada uno de

sus cuerpos el sobrenombre de “Glorioso” y cada individuo de ellos el título de

“Benemérito a la Patria en grado eminente. Se concedió también a cada vencedor en

esta batalla una medalla. Para los generales, jefes y oficiales se componía de un

círculo de seis líneas de diámetro y la superficie de oro con la inscripción “Ayacucho”

en letras azules

El congreso nombra dictador del Perú a Bolívar, cargo que duraría tres; y mientras que

en Venezuela se decía: “El genio expansivo de Bolívar ennobleció los impulsos

instintivos de nuestras montoneras, despertó en ellas el amor a la gloria, les hizo

conquistar grandes honores y condecoraciones en países lejanos y en sus cerebros y

en sus corazones rudimentarios surgió la idea y el sentimiento de patria; la conciencia

común de una nación distinta por un contraste que no es nuevo en la historia” entre

tanto el pueblo peruano entre los años 1824 a 1826 cansado de Bolívar e impotente

ante este dictador repetía entre sus pares coplas como:

“¡Dicen que el año veintiocho

Irse Bolívar promete.

¡Cómo permitiera Dios

que se fuera el veintisiete!

Arango, Karla. Corriente libertadora del Norte y sus principales batallas

https://psicocode.com/historia/corriente-libertadora-norte/
Arellano, Frank La batalla de Pichincha 2015

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Grohmann, Jorge Basadre HISTORIA DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ Tomo I [1822-

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BOLIVARIANO Guerra y genocidio contra España durante la independencia de

Colombia y Venezuela en el siglo XIX/ Ed. La esfera de los libros

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Zapata Antonio Batalla de Junín 10 AGO 2011 Instituto de Estudios Peruanos En

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