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ANGELA SOMMER-BODENBURG
El noctario
de Anna von Schlotterstein
Más tarde
Apenas te había guardado en la funda de mi almohada y había
metido la llave en mi bolsa de terciopelo, cuando Lumpi y Rüdiger
bajaron los escalones haciendo ruido.
Los vampiros por lo general nos movemos de forma muy silenciosa,
pero Lumpi y Rüdiger estaban con otra de sus ridículas
competiciones. Y escribo a propósito «ridículas», porque siempre
gana el mismo: Lumpi.
Es mi hermano mayor. Lumpi se convirtió en vampiro a los catorce
años, en plena pubertad. De ahí que su voz a veces sea aguda y
otras, grave; que tenga —como él los llama— «granitos»; que se
irrite con facilidad y sufra cambios de humor constantes.
Lumpi se considera muy atractivo. Yo creo que está bien, pero
tampoco es impresionante. Eso sí, tiene un pelo rubio estupendo que
cada noche, al despertar, se carda con un peine de cola de ratón.
Sí, efectivamente. ¡Lumpi se carda el pelo! Yo no podría hacerlo
nunca. Se me quedaría luego lleno de enredones y tan enmarañado
que tendría que cortármelo.
También tengo el pelo bonito, de color castaño, pero me exaspera
que sea tan difícil de peinar.
Rüdiger, el más pequeño de mis hermanos mayores, tiene el pelo
negro e hirsuto, y no es nada vanidoso. Dice que deja que se lo
peine siempre el viento nocturno.
Rüdiger se convirtió en vampiro a los diez años. Por lo general, es
bastante afable, salvo cuando se pone a imitar a Lumpi. ¡Entonces,
es un creído, un arrogante y un tonto! Mis hermanos no son muy
rigurosos con la verdad. Fanfarronean, cuentan trolas y sueltan
bolas. Y, a veces, mienten de tal manera que hasta los tablones del
ataúd se doblan. Con ellos nunca se sabe a ciencia cierta qué creer y
qué no. Pero nuestra abuela dice que si quieres sobrevivir como
vampiro, tienes que fingir y camuflarte.
Yo intento seguir mi propio camino: si es posible, digo la verdad; y si
es preciso, miento. Por ejemplo, estoy totalmente de acuerdo con
que nuestros parientes pongan en las lápidas una fecha de
nacimiento y fallecimiento falsa.
¡Incluso habría ido más lejos y me habría inventado un nuevo
apellido!
11 / 12 de septiembre
Sí, sí, tienes razón… ¡te tengo abandonado, querido noctario! ¡Pero
es que nos han pasado muchas cosas!
Empezó todo con la tía Dorothee.
No, espera… ¡antes de contarte lo de la tía Dorothee, tengo que
presentarte a nuestra familia von Schlotterstein entera!
Bueno: somos ocho. Y a los tres niños vampiros ya nos conoces, así
como a nuestra madre Hildegard la Sedienta y a nuestra abuela
Sabine la Horrible.
A nuestro padre Ludwig el Terrible y a nuestro abuelo Wilhelm el Vil
no te los he presentado todavía. A la tía Dorothee tampoco.
Dorothee es la hija
mayor de Sabine y Wilhelm, y la hermana de nuestro padre. Así que
pertenece a nuestra familia más cercana. ¡Lamentablemente debo
decir que es como la peste!
Su nombre completo es Dorothee von Schlotterstein-Seifenschwein,
porque se casó con Theodor von Seifenschwein, el… No, no entraré
a hablar del horrible final del tío Theodor, querido noctario. Tan solo
debes saber que fue obra del guardián del cementerio: Geiermeier.
La tía Dorothee tiene casi todas las malas características que se te
puedan ocurrir. Es narcisista, envidiosa y celosa, vengativa,
insidiosa, pérfida y una chismosa. Además, es terriblemente
codiciosa y no sabe nunca cuándo parar.
¡Con frecuencia se pasa demasiado comiendo y tiene que
permanecer tumbada durante dos o tres noches en el ataúd! Hace
poco le sucedió de nuevo.
Le llevé unas gotas digestivas e incluso me ofrecí a leerle algo en
voz alta (nada de Drácula, por supuesto), pero se quejó con más
fuerza y mandó a todo el mundo al infierno.
A la tercera noche, la tía Dorothee por fin salió de nuevo a la caza.
Pero entonces se puso enfermo nuestro padre Ludwig el Terrible.
Acababa de guardarte en tu escondite, querido noctario, cuando
nuestro padre bajó los escalones tambaleándose, haciendo honor a
su sobrenombre «el Terrible»: el sudor le goteaba por la frente y
parpadeaba como si tuviese fiebre alta.
—He pillado la gripe —gimió y desapareció en su ataúd.
Temía que nuestro padre tuviera la gripe transilvana, que puede
poner en peligro la vida de nosotros, los vampiros. Pero no fue nada
más que un resfriado y a la noche siguiente volvió a volar.
Sí, y ayer Lumpi tuvo una conversación «de suma importancia»,
como él expresó, con nuestra madre Hildegard.
¡Brrrr! ¡Las cañas eran azul claro como el cielo en un día de verano,
con bordados verde chillón. El azul claro es uno de los colores
menos vampíricos que existen. Aunque el verde chillón no es mucho
mejor.
—Bueno, ¿qué te parecen mis botas de vaquero? —me soltó—. ¿A
que son superchulas?
—¡Son superchulas-megaguays! —exageré a propósito para que
Lumpi se diera cuenta de que en realidad opinaba lo contrario.
Pero él se lo tomó al pie de la letra.
—Sí, he tenido buen ojo —comentó entusiasmado.
Apreté los puños. Si a Lumpi le permitían tener unas botas de
vaquero, yo también tendría unas. Pero no iban a ser azul claro. ¡Las
mías serían negras con bordados rojos!
12 / 13 de septiembre
¡De nuevo mis expectativas han sido demasiado altas!
Cuando fui a ver a mi abuela y le dije que para ser justos yo también
quería unas botas de vaquero, se quedó totalmente impasible.
—Las ideas humanas de justicia e igualdad no son para los vampiros
—me sermoneó—. Además, Lumpi es el mayor de los niños
vampiros y, como tal, puede hacer cosas para las que tú eres
demasiado joven.
¿Demasiado joven para unas botas de vaquero? ¡Menuda tontería!
Pero me callé, porque estaba claro que nuestra abuela no iba a
cambiar de opinión, así como tampoco el resto de los adultos.
El que sí cambió de opinión fue Lumpi.
¡Ja, las botas de vaquero no le daban más que problemas! Al volar,
se le metía el viento por la caña, el color azul claro era terrible y se le
rompían por los pies. ¡Continuamente tenía que recoger las botas del
suelo! Al final, terminaron en una charca, donde se hundieron y no se
volvieron a ver jamás…
Mientras Lumpi me contaba esa historia, no pude evitar reírme. He
de admitir que me alegré en parte por su desgracia.
Desde luego, nuestra abuela tenía razón al decir que las ideas
humanas no son para los vampiros, pues ese fue el caso de las
botas de vaquero. ¡Pero en cuanto a la justicia y la igualdad para
nosotros los niños vampiros sigo pensando lo mismo que antes!
Más tarde
¡Anton cada vez me cae mejor, y eso que todavía no lo conozco!
Le ha prestado a Rüdiger otro libro: La venganza de Drácula. ¡Y a mí
me encantan los libros, sobre todo los libros de vampiros, claro!
Pero, por desgracia, Rüdiger no me ha contado mucho de su
segunda visita a Anton. La madre del niño se había torcido el tobillo y
tuvo que quedarse en casa. Rüdiger no vio a la madre, porque se
escondió en el armario cuando la mujer entró en el dormitorio de
Anton. Y luego descubrió La venganza de Drácula en la estantería de
Anton y me dijo que emprendió de nuevo el vuelo.
Tengo mis dudas de que sea todo verdad, pero de momento no voy a
poner nervioso a Rüdiger haciéndole preguntas. Todo lo contrario,
voy a estar superamable. ¡Por Anton! Por lo tanto, tampoco voy a
hablar de Drácula ni de La venganza de Drácula. ¡No, esperaré hasta
que Rüdiger me dé a leer los libros voluntariamente!
No puedo cogerlos de su ataúd así como así cuando él no esté en la
cripta. Entonces, estaría incumpliendo una de nuestras normas más
estrictas, querido noctario. Nuestro ataúd es la única zona privada
que tenemos los vampiros. Y si alguien entra a fisgonear, nos lo
tomamos muy mal. Incluso Rüdiger, quien no le da demasiada
importancia a sus cosas. ¡Y hasta ahora no me he peleado nunca
con mi hermano!
¡Además, no me hace falta Drácula ni La venganza de Drácula,
querido noctario! Y todavía no sabes mucho de mí, ¿verdad? ¿Qué
debería contarte primero? ¿Cómo me convertí en vampira?
Bueno… ¡en realidad yo no quería ser vampira!
Al cabo de un ratito
No ha venido nadie a la cripta, así que no sé por qué sonaba la
piedra. ¡Pero ahora puedo seguir escribiendo!
13 / 14 de septiembre
—Sí —afirmó mi
abuelo—. Los fantasmas que te encontrarás al otro lado son los
espíritus de nuestros antepasados muertos, aquellos von
Schlotterstein que no se convirtieron en vampiros y no pueden
abandonar el otro lado. Tan solo quien decide convertirse en vampiro
puede regresar a la Tierra.
Sentí un nudo en la garganta, pero tragué un par de veces y me dije
a mí misma que tanto mis abuelos como mis padres, Lumpi y
Rüdiger habían vuelto del otro lado.
Mi abuelo se me quedó mirando.
—¡Piénsalo bien, Anna! —me advirtió entonces—. Todavía estás a
tiempo de volverte atrás.
Negué con la cabeza sin pronunciar palabra.
—Puede parecer que los vampiros llevamos una magnífica
existencia, sin problemas —dijo Wilhelm el Vil—. No envejecemos,
podemos volar, no vamos a trabajar, somos libres. Pero esa es tan
solo una verdad a medias. Somos unos parias. Nos odian y nos
persiguen. Somos prisioneros de la noche para toda la eternidad,
porque la luz del sol acabaría con nosotros. ¡Y créeme, vivir para
siempre también puede ser una maldición!
Mi abuelo me dirigió una mirada penetrante. Aquellos ojos me
pusieron el vello de los brazos de punta.
—Si no te conviertes en vampira, aún te quedan muchos años de
vida por delante —prosiguió—. Las heridas del mordisco cicatrizarán
y volverás a recuperar las fuerzas. Y puedes ir a visitarnos todas las
noches a la capilla del castillo. Celebraremos también fiestas juntos
en el futuro, tus cumpleaños, por ejemplo…
—¡Y cada cumpleaños seré un año más vieja! —repliqué.
Mi abuelo asintió.
—¡Pero no quiero ser la única que se haga vieja! —grité—. Quiero
ser como vosotros. Quiero ser una de vosotros. ¡Sois mi familia!
Wilhelm el Vil se enjugó unas cuantas lágrimas.
—¡Me enorgullece ser tu abuelo, Anna!
En aquel momento cesó el órgano el canto.
—¡Vámonos! —dijo.
En la sala aguardaban ochenta vampiros o más. Me mareé bastante,
querido noctario. Pero no fue solo al ver a los vampiros, sino por el
aire: un olor a moho y podredumbre, antipolillas y perfumes dulzones
llenaba la sala de fiestas. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no
toser, pues habría resultado de muy mala educación.
Cuando entramos, los vampiros comenzaron a aplaudir.
«¿No está preciosa?», «¡Qué cosita más joven e inocente!», «¡Ay,
qué encantadora!», sonaba por todas partes.
Un vampiro se humedeció los labios y gritó:
—¡Por sus venas aún corre sangre humana!
Muchos vampiros gimieron, otros emitieron gruñidos y algunos
enseñaron los dientes.
Yo le agarré la mano a mi abuelo.
En aquel instante, entró una grácil dama vampira a la sala de fiestas.
La seguía un vampiro que llevaba un cojín rojo sobre el que se
apoyaba una espada.
Se me cortó la respiración, querido noctario. ¡Esa debía de ser la
espada Mjerkur de la que me había hablado Rüdiger, que perteneció
antiguamente al conde Drácula y era una especie de reliquia para los
vampiros!
Un murmullo recorrió la multitud que había allí congregada.
—¡Por fin! —exclamó uno.
La dama vampira se apoyaba al caminar en un bastón, pero no daba
la impresión de fragilidad. Llevaba puesto un vestido largo negro, con
artísticos bordados, y guantes de encaje negro. Sus cabellos blancos
estaban coronados por una diadema de oro, llena de piedras
preciosas. ¡Sí, en caso de que los vampiros tuviéramos un rey o una
reina, habría dicho que tenía el aspecto y el porte de una reina
vampira, querido noctario!
Enseguida supe quién era: Elisabeth la Golosa. ¡Rüdiger ya me
había contado un montón de cosas sobre ella!
Me había dicho que Elisabeth la Golosa procedía de una familia
noble transilvana, los von Grauenhaft, unos parientes lejanos del
conde Drácula. Y además, por otro lado, estaba emparentada con
nosotros, los von Schlotterstein.
Rüdiger también me había contado cómo se habían conocido
nuestra abuela y Elisabeth la Golosa: en la primavera de 1817,
durante una fiesta en Băile Herculane. Se habían hecho amigas, y
Elisabeth la Golosa había invitado a nuestra abuela a vivir en su
mansión.
Para nuestra
abuela fue un placer dejar la habitación que había alquilado en una
pensión y mudarse a la casa de Elisabeth, la misma villa en la que
tendría lugar mi Transformación Final.
Pero, al poco tiempo, los médicos detectaron en nuestra abuela una
enfermedad incurable, muy avanzada. En aquella situación que, por
lo visto, no tenía remedio, Elisabeth la Golosa le reveló que era una
vampira y le prometió a nuestra abuela la vida eterna.
Tras vacilar al principio, nuestra abuela accedió.
Sí, y así se convirtió en vampiro el primer miembro de nuestra familia
von Schlotterstein, querido noctario.
Pero ¡volvamos a mi Transformación Final!
Elisabeth la Golosa saludó a los invitados y después gritó:
—¡Que la nueva hermana dé un paso al frente!
«La nueva hermana» resonó en mis oídos. ¡Esa no era otra más que
yo!
—Ve, Anna —susurró mi abuelo.
Me acerqué a Elisabeth la Golosa dudando. Rüdiger la había descrito
como «más vieja que Matusalén». ¡Estaba claro que Elisabeth la
Golosa era muy vieja! Pero poseía esa especie de belleza atemporal
basada en la dignidad, la distinción, el poder y el prestigio.
Cuando llegué a su lado, le hice una reverencia y le besé la mano.
Sonrió de forma altanera y vi como los afilados colmillos de vampiro
le brillaban. Me dio un escalofrío, pero traté de mantener la calma.
—No ocurre con frecuencia que acojamos un nuevo miembro en
nuestro ilustre círculo —dijo Elisabeth la Golosa—. ¡Y más raro aún
es que acojamos a una familia entera como miembros nuevos!
Señaló a mis parientes con la cabeza.
—Pero nunca antes habíamos tenido a un miembro de tu edad —se
dirigió otra vez Elisabeth a mí—. ¡Eres la más joven a la que se le ha
concedido este honor, Anna von Schlotterstein!
«¡La más joven, desde luego!», «¡Menudo honor!», gritaban los
vampiros.
—Ya sabemos algo de ti por tus abuelos, tus padres y tus hermanos
—dijo Elisabeth la Golosa—, pero estoy segura de que también te
gustaría contarnos esto y lo otro de tu vida.
Se me quedó mirando, llena de expectación.
¡Rüdiger no me había preparado para aquello!
—Yo… yo preferiría empezar ya —respondí al cabo de una pausa y
temí haberme puesto en ridículo.
Pero más bien sucedió lo contrario.
—¡La pequeña tiene agallas! —gritó un vampiro.
—Sabe lo que quiere. ¡Eso me infunde respeto! —exclamó otro.
—Anna von Schlotterstein coge al toro por los
cuernos. ¡Bien hecho! —gritó un tercero.
—Quien la meta clara tiene, consigue lo que quiere —me elogió
Elisabeth la Golosa—. Entonces, nosotros renunciamos a tu
declaración personal, Anna von Schlotterstein.
Eh, tengo que volver a hacer una pequeña pausa. De repente, me ha
entrado una sed tremenda… ¡de leche!
Algo más tarde
No le he hablado nunca a nadie de lo que ahora te vas a enterar,
querido noctario. Pero todos mis parientes sí estaban allí cuando me
convertí en vampira. Y estuvieron presentes durante la
Transformación Final, ¡y supieron lo que sucedió!
Nuestro abuelo me llevó a un ataúd más amplio de lo normal, forrado
por dentro de terciopelo rojo oscuro.
En la cabecera descubrí dos cojines negros.
Los vampiros se reunieron alrededor del ataúd.
—Siempre puedes cambiar de parecer, Anna —me susurró al oído
nuestro abuelo.
—Sé lo que quiero —repuse.
Y lo dije en serio, querido noctario.
Desde que el reloj de la Transformación Final había tocado por
decimotercera vez, mis miedos se habían desvanecido.
Me recogí el vestido y entré en el ataúd.
Mi abuelo me siguió. Nos tumbamos dentro y apoyamos las cabezas
en los cojines negros. Elisabeth la Golosa se colocó a los pies del
ataúd y alzó una bola de cristal. Hasta entonces cientos de velas
iluminaban el salón de fiestas, pero, de pronto, se apagaron sin que
nadie las hubiera soplado.
Entonces la bola de cristal comenzó a brillar con un tono rojo fuego.
¡Sí, parecía como si la bola de cristal ardiera en llamas por dentro!
Sonaba música, pero no eran los vampiros los que cantaban.
Sus rasgos me
recordaban a los míos.
—Soy Johanna von Schlotterstein, tu bisabuela —contestó—. Me
han elegido como tu espíritu guardián, mi pequeña Anna. Mi intrépida
pequeña Anna —añadió y, de pronto, pareció triste—. ¿De verdad
quieres regresar a la Tierra?
Vacilé. ¡Cómo me habría gustado quedarme más rato con mi
bisabuela Johanna! ¡Y cómo me habría gustado conocer a mis otros
antepasados!
—¿Has estado alguna vez en un sitio con tanta paz? —preguntó mi
bisabuela.
—No —respondí.
—Puedo enseñarte muchas cosas —dijo—. ¡Y estaremos juntas para
siempre, Anna!
En aquel instante, las algas me rodearon para que no pudiera
moverme.
—¡Pero yo quiero volver a la Tierra! —grité.
Entonces oí la voz de Elisabeth.
—¡Tienes que decirlo por tercera vez, Anna! —gritó—. ¡Di que es por
voluntad propia!
Intenté liberarme de las algas, pero cada vez me agarraban con más
fuerza.
—¡Ayúdame! —le supliqué a mi bisabuela Johanna.
—¿Estás totalmente segura de que quieres regresar? —inquirió.
—Sí —contesté—. Quiero estar con mis padres y abuelos, y con mis
hermanos. ¡Ayúdame, por favor!
—Si así lo deseas, te ayudaré.
Mi bisabuela me liberó de las algas y me cogió en brazos para
llevarme hacia arriba.
Cuanto más subíamos, más pálida y transparente se hacía su figura.
—Que te vaya bien, bisabuela Johanna —me despedí cuando
llegamos a la superficie.
—Que te vaya bien, pequeña Anna —se despidió antes de
fusionarse con el agua verde.
Al emerger, grité:
—¡Me uno por voluntad propia!
¡Sí, y entonces aparecí de nuevo tumbada en aquel enorme ataúd, al
lado de mi abuelo! La luz roja de la bola de cristal se había apagado
y las velas irradiaban de nuevo su cálido brillo.
—Bienvenida a nuestro círculo, Anna von Schlotterstein —dijo
Elisabeth la Golosa con voz solemne.
—¡Bienvenida a la Vida Eterna, Anna von Schlotterstein! —gritaron
los vampiros.
Bajé la vista para mirarme, porque quería ver lo grande que era la
herida que me había dejado la espada Mjerkur. Aun así no pude
distinguir la pequeña lesión. En la mano de mi abuelo tampoco había
nada.
Pero ¡Elisabeth la Golosa tenía que haber arañado con la hoja de la
espada la mano de mi abuelo! ¡Y después tenía que haber mezclado
nuestra sangre, apretando su mano ensangrentada sobre mi corazón
sangrante!
En la Transformación Final de Rüdiger había sido así. ¡Me lo había
contado Lumpi, que había participado —como vampiro— en la
Transformación de Rüdiger!
Elisabeth la Golosa me pasó una copa dorada llena de un líquido
oscuro.
—Ahora beberás la Bebida de la Vida Eterna —dijo—, que eliminará
todo lo humano que haya en ti, Anna von Schlotterstein.
Obedecí. La Bebida de la Vida Eterna sabía inesperadamente bien,
pero su efecto fue horroroso: recorrió a toda velocidad mi cuerpo
como una tormenta de fuego. Chillé y me retorcí de dolor.
Poco a poco fue disminuyendo el dolor y me di cuenta de que la
Bebida de la Vida Eterna había agudizado mis sentidos y que yo
había perdido la gravedad terrestre. ¡Sí, era como si estuviera en un
cuerpo nuevo!
Más tarde volé por primera vez con mi capa vampírica y tuve una
sensación de felicidad abrumadora, querido noctario. Sin embargo,
me olvidé de mover los brazos arriba y abajo tranquila y
constantemente, como me había enseñado mi abuelo, por lo que por
poco me estrellé y tuve que hacer un aterrizaje de emergencia en la
copa de un árbol.
¡Pero en realidad no quiero explayarme y contarte ahora todos los
detalles! Solo diré lo relativo a mis dientes.
Los que regresan del otro lado, normalmente tienen unos colmillos
de vampiro largos y afilados, con los que… bueno, ya sabes.
A mis abuelos, a mis padres y a Lumpi les pasó eso. Rüdiger tardó
unos meses en tener los colmillos largos y afilados. Pero yo aún
estaba cambiando los dientes cuando pasé por la Transformación
Final.
¡Por eso, no me salieron los dientes de vampira, ni uno!
Mientras tanto, me crecieron los colmillos, querido noctario, pero
todavía no tengo unos colmillos largos y afilados como los de mis
parientes vampiros. ¡Y a mí ya me está bien!
17 / 18 de septiembre
Einhart von
Einfalt era un noble en los mejores años de su vida, aunque un
poco… simplón. La tía Dorothee pasaba el tiempo haciéndole
enfadar y burlándose de él. Sus constantes humillaciones le habían
arruinado la salud y una noche cayó muerto en una escena
especialmente degradante.
De modo que la tía Dorothee se quedó viuda de nuevo. De golpe,
descubrió que tenía sentimientos hacia nosotros, sus parientes, y
nos invitó a vivir en el palacio. Nos alegramos de escapar del
cenador y nos mudamos al sótano abovedado del palacio.
Al ver la tía Dorothee por primera vez nuestros ataúdes, se quedó
sorprendida. Sí, con lo egoísta y vanidosa que es, reconoció
enseguida las posibilidades que le ofrecía la vida de vampira.
Entonces fue nuestra abuela la que mordió a la tía Dorothee.
Varios meses más tarde, la tía Dorothee volvió a casarse, esta vez
con un barón en la absoluta pobreza, Theodor von Seifenschwein.
Se mudó también enseguida con ella al palacio, que la tía Dorothee
rebautizó entretanto como «Palacio Schlotterstein».
Theodor von Seifenschwein se convirtió en nuestro tío Theodor,
querido noctario. Y la tía Dorothee se llamó a partir de entonces
Dorothee von Schlotterstein-Seifenschwein.
Pero ¡por desgracia unos cazadores de vampiros prendieron fuego al
palacio Schlotterstein! También talaron la pícea Rusalka que crecía
frente al palacio y destrozaron las hierbas que mi abuela había
plantado.
Gracias a Drácula, nos avisó uno de los criados y pudimos huir a
tiempo.
Nuestra huida nos llevó a Viscri, donde vivía nuestra tía abuela
Brunhilde en una amplia cripta subterránea, la Cripta Negra.
La tía
Dorothee y el tío Theodor se mudaron con nosotros a la Cripta
Negra. Para mi pesar, en lo que se refiere a la tía Dorothee, porque
el tío Theodor la verdad es que era bastante simpático.
¿Y el castillo Schlotterstein, donde habíamos nacido Lumpi, Rüdiger
y yo? No se había quemado, sino que había sido víctima del paso de
los años. Los habitantes del pueblo le habían dado incluso un nuevo
nombre para eliminar definitivamente el recuerdo de nosotros, los
von Schlotterstein.
Ahora es el castillo en ruinas Zebernik, querido noctario, y tan solo
quedan unos tristes restos.
¡Oh, suena la piedra! ¡Esos deben de ser mis parientes!
18 / 19 de septiembre
Mi abuela fue la primera en regresar a la cripta. Había tenido una
noche fructífera. Lo supe por los labios rojos y su piel reluciente y
sonrosada.
—¿Por qué estás sola aquí abajo? —preguntó al verme sentada en
mi ataúd—. ¿Y para qué tanta luz?
Había encendido las velas porque quería mostrarles a mis parientes
que aquella no era una mañana cualquiera.
—Tengo que hablar con vosotros —dije.
—¿Con nosotros? ¿Te refieres al abuelo y a mí? —preguntó.
—No, a toda la familia —respondí.
—Me tengo que echar una siestecita para hacer la digestión —me
informó mi abuela y se metió en su ataúd.
Poco después apareció mi abuelo. Parecía que se había caído en un
zarzal: tenía el pelo enredado con hojas y un arañazo en la frente.
Me saludó con un gesto de la cabeza, malhumorado, y desapareció
en su ataúd.
Algo más tarde llegó mi madre bajando las escaleras.
—Esta noche he bailado, la noche entera he bailado… —cantaba y
brincaba con los brazos abiertos por la cripta.
—¿Has estado en un baile de vampiros? —le pregunté.
—No, en un baile de farmacéuticos. ¡Ay, esos farmacéuticos son tan
caballerescos!
—¿Has bailado con humanos?
—Solo con dos —contestó—. Pero no se lo reveles a nadie, ¿me
oyes?
Asentí con la cabeza.
Corrió de puntillas a su ataúd. Antes de cerrar la tapa, se le ocurrió
otra cosa:
—Todas estas velas… ¿Estás de celebración, Anna?
—Las velas están encendidas porque tengo que hablaros de algo —
respondí.
—Despiértame cuando llegue el momento —dijo y cerró la tapa de su
ataúd.
No mucho después llegó mi padre a la cripta.
—He vuelto a coger a alguien que tenía la gripe —se quejó y se
metió en su ataúd.
El siguiente fue Rüdiger, seguido de Lumpi. Ambos parecían estar
muy cansados, pues se tumbaron directamente en sus ataúdes.
—¡Eh, esperad! —grité—. ¡Tengo que hablar con vosotros!
—¡Ay! ¿En serio? ¿Tienes hormigas en el ataúd? —bromeó Lumpi.
—¿O arañas? —preguntó Rüdiger.
—¡Qué graciosos que sois! —grité—. ¡Pero lo que quiero deciros es
muy importante!
—Dormir es cien veces más importante —replicó Lumpi y cerró la
tapa de su ataúd.
—Exacto. —Rüdiger también cerró la tapa de su ataúd.
De repente, apareció la tía Dorothee delante de mí como de la nada.
—¿Aún estás levantada? —inquirió y eructó fuerte. Era evidente que
había bebido más de la cuenta—. ¿Qué es este derroche absurdo?
—me reprendió señalando las velas.
Sin esperar a mi respuesta, comenzó a soplar las velas.
—¡No! —grité.
Entonces corrí de ataúd en ataúd, aporreando con los puños las
tapas.
—¡Despertad!
¡Despertad todos!
Más tarde
¡Estoy muy contenta de tenerte, querido noctario! ¡Lo que acaba de
contarme Rüdiger es increíble, es que es increíble! ¡Y no puedo
hablarlo con nadie! ¡Pero vayamos por orden!
19 / 20 de septiembre
20 / 21 de septiembre
21 / 22 de septiembre
Más tarde
Estaba escribiendo mi historia de vampiros, cuando Rüdiger entró en
la cripta. Cojeó hasta su ataúd y se dejó caer con un fuerte gemido.
—¿Estás enfermo? —pregunté—. ¿Tienes la gripe aún?
—No, es otra cosa —se quejó.
—¿Y qué es?
—La pierna…
Estaba convencida de que Rüdiger no estaba engañándome. Me
levanté y fui al pie de su ataúd para ver la pierna mejor. ¡Por poco
retrocedo, pues los leotardos negros de lana de Rüdiger apestaban
de tal manera que no lo podía soportar!
Pero es que, a veces, llevaba puestos durante medio año los mismos
leotardos. Por supuesto, sin lavarlos. Yo me cambio los míos cada
tres o cuatro noches. Pero soy la única de la familia que lo hace. Los
demás se los cambian una vez al mes. Nuestra abuela dice que
contribuye a nuestro típico olor a vampiros y, por eso, es
perfectamente aceptable si llevamos los leotardos un poco más de
tiempo puestos. Pero, desde luego, «un poco más de tiempo» no es
medio año como Rüdiger.
Cuando me incliné sobre su pierna como pude, conteniendo la
respiración, observé un desgarro en la articulación del pie derecho
de Rüdiger. Y en ese desgarro vi lo que parecía humedad alrededor.
—¿Te has hecho una herida? —pregunté.
—Sí —gruñó—. He tenido un enfrentamiento.
—¿Con quién?
—Con una alarma de incendios.
—¿Con un hombre que apaga incendios?
—No. Con una de esas cajas de cristal que se rompen para dar la
alarma de fuego.
—Ah… —dije.
¡Los vampiros nos tomamos el fuego muy en serio, querido noctario!
—¿Había un incendio o querías avisar del fuego? —quise saber.
Rüdiger negó con la cabeza.
—No, pero la ciudad estaba como muerta y me he dicho: si rompo el
vidrio de la alarma contra incendios y pulso el botón para que suene
la sirena, la gente saldrá de sus casas precipitadamente y correrá
presa del pánico por ahí. Y entonces solo tengo que esperar a que
alguien se caiga para poder ir a…
—Sí, ¿y? —pregunté.
—He roto el cristal con el tacón y he pulsado el botón con una
patada, bien hondo, como pone en caja. Y así ha pasado.
—¿El qué?
—Me he cortado. Pero no me di cuenta en ese instante porque la
alarma empezó a sonar. De repente salió gente de todas partes, me
entró el pánico y salí huyendo.
—¿Me dejas ver el corte? —le pedí.
—Si no hay más remedio… —refunfuñó Rüdiger.
Mientras se quitaba los leotardos de lana, me alejé con discreción. A
Rüdiger le da siempre vergüenza. ¡Aunque seamos hermanos!
—¿Puedo mirar ya? —le pregunté al cabo de unos minutos.
—¡Ay! —gimoteó—. ¡Ayyyy!
Me di la vuelta otra vez. Los leotardos se bamboleaban en sus pies y
vi un corte de unos cinco centímetros de largo en su tobillo. Los
bordes se habían inflamado, y en la herida había pegados hilos de
lana negros. No obstante, lo peor de todo eran las rayas rojas que
iban del tobillo a la pantorrilla de Rüdiger…
—¡Intoxicación de la sangre! —exclamé.
—¿Intoxicación de la sangre? —gritó Rüdiger.
22 / 23 de septiembre
Por la noche Rüdiger continuaba fatal. Le dolía la garganta, el
estómago y, al levantarse, todo le daba vueltas. ¡Sí, y esa fue la
oportunidad que yo estaba esperando!
—Puedo ir yo a casa de Anton —sugerí.
Pero de eso no quería Rüdiger saber nada. ¿Por qué no? ¡Porque
quería a Anton para él solito! Pero Anton también tenía algo que
decir. Y yo le gustaba tanto como Rüdiger. ¡Tal vez incluso un poco
más! Por suerte, tenía un medio para ejercer presión: la capa del tío
Theodor, que todavía estaba en casa de Anton.
Después de muchas vueltas, Rüdiger por fin me «permitió» ir a por la
capa.
¡Así que fui volando a casa de Anton!
Estaba muy nerviosa. ¡Era como si tuviese un enjambre entero de
abejorros en la barriga!
La luz de la habitación de Anton no estaba encendida, pero la
ventana sí estaba abierta. Aterricé en el alféizar y agucé el oído.
Luego entré en el dormitorio. Por la puerta entornada entraba luz y oí
que alguien murmuraba al otro lado. Algo más tarde, se acercaron
unos pasos… unos pasos ligeros.
«¡Anton!», me vino a la cabeza. Me subí a su cama y esperé.
Se abrió la puerta y los abejorros de mi barriga comenzaron otra vez
a zumbar.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Anton.
Me quedé muy quieta.
—¿Rüdiger? —dijo.
—No…
—¿Anna?
—¡Exacto! —exclamé y encendí la lámpara de la mesilla de noche.
Anton puso cara de asustado y retrocedió. Pero no estaba realmente
asustado. ¡Pues enseguida me ofreció su vaso con zumo de naranja!
Por desgracia, tuve que rechazarlo.
—¿Tienes leche? —pregunté.
¡Te lo creas o no, Anton fue a la cocina a por un vaso de leche para
mí! Sabía que después me dolería el estómago, porque era leche
fría. Pero ¡me la bebí de todos modos!
Anton me preguntó también si quería llevarme prestado otro libro.
¡Fue increíblemente atento conmigo!
—No —respondí.
Lo cierto es que debería haber dicho en aquel momento que estaba
allí en representación de Rüdiger, pero ¡quería que Anton perdiera un
poco la cabeza!
Y se me olvidó incluso preguntarle qué impresión había dado Udo
(como Rüdiger) en la merienda.
Por el contrario, pregunté:
—¿Qué te parecen… los vampiros?
Y le dediqué a Anton mi sonrisa más bonita.
—Geniales, por supuesto —respondió.
—¿Y las vampiras?
—Solo te conozco a ti —dijo.
Anton había pronunciado la palabra clave.
—¿Y qué te parezco yo? —le pregunté.
—Simpática —contestó.
Simpática… Apreté los puños y grité:
—¡Pues a mí me pareces mucho más que tan solo simpático!
Con esa reacción Anton no había contado. Puso cara de
avergonzado y cambió enseguida de tema, preguntándome por
Rüdiger.
Me tragué mi decepción y le conté lo de la intoxicación de la sangre.
Anton estaba muy preocupado y pensaba que teníamos que ir a
cuidar de mi hermano.
Y entonces dijo algo que me heló la sangre en las venas.
—Ya he estado una vez en vuestra cripta.
—¿Qué? —grité.
Anton me dio los detalles, que eran absolutamente escalofriantes. No
solo porque había estado de verdad en nuestra cripta, ¡sino porque
la tía Dorothee estaba aún tumbada en su ataúd! Se despertó y
percibió enseguida el olor a sangre humana. Pero Anton consiguió
esconderse en el ataúd de Rüdiger en el último segundo.
Sin embargo, allí no se encontraba a salvo de la tía Dorothee. Hasta
que Rüdiger no le mintió sobre una persona paseando arriba por el
cementerio, no pudieron salir ambos corriendo de la cripta.
¡Querido noctario! ¡Rüdiger se ha empeñado en infringir todas las
normas vigentes para los niños vampiros! Traer a un humano a la
cripta… ¡No quiero ni imaginarme cómo le castigarían nuestros
parientes!
No obstante, cuando ya se me pasó el susto, sentí cierta admiración
por Rüdiger. ¡No conocía esa faceta suya rebelde! Y en el último
momento, me entró un poco de envidia y pensé: «¿Por qué puede
llevar Rüdiger a Anton a nuestra cripta y yo no?».
Y, por eso, le dije a Anton:
—¿Cuándo nos vamos a la cripta?
—¿Crees que deberíamos ir? —preguntó.
—¡Sí! Tú mismo has dicho que tenemos que cuidar de Rüdiger.
Justo después
¡Falsa alarma, querido noctario! El almacenamiento de tinta aún está
por la mitad. Lo he visto al ponerla delante de la llama de la vela.
¡Bueno, tenemos que acostumbrarnos la una a la otra, mi nueva
pluma y yo!
Más tarde
Me he ido a sentar un rato en la vieja tapia del cementerio, querido
noctario. Pero ¡ya estoy aquí de nuevo y quiero contarte lo que me
puso tan triste!
23 / 24 de septiembre
—Vaya —murmuró.
Me di cuenta de que no quería recordar los hábitos alimentarios de
Rüdiger. Pero aquello también me resultó muy simpático.
Sí, y ahora voy a darle los últimos retoques a mi historia de amor de
vampiros… ¡para Anton!
24 / 25 de septiembre
¡He tenido mi primera cita/reunión de verdad con Anton, querido
noctario! Hoy en día no se utilizaría esa palabra, pero a mí me gusta
decir «reunión», pues eso fue lo que hicimos en casa de Anton,
reunirnos.
En la cripta me cepillé el pelo, sacudí el polvo de mi capa y me eché
unas gotas de mi nuevo perfume Mufti eleganti en los lóbulos de las
orejas.
No sé qué hora era cuando llegué a casa de Anton, pero mi intuición
me decía que aún era muy pronto para nuestra cita. Así que volé
hasta el castaño y desde allí miré la ventana de Anton.
No había corrido las cortinas del todo y la tentación de otear su
habitación a escondidas era grande. Pero no lo hice. ¡Anton no
debería pensar que soy infantil y no puedo esperar a la hora fijada!
Al cabo de un rato, se
encendió la luz detrás de las cortinas, pero no ocurrió nada, al
menos, nada que pudiera distinguir desde el castaño.
Finalmente, el reloj de la iglesia dio las nueve. Me atusé el pelo y me
alisé la capa. Después eché a volar y llamé al cristal.
Anton se acercó a la ventana y la abrió.
—¡Buenas, Anton!
Sí, dije «buenas» de verdad, lo que normalmente no haría ningún
vampiro. ¡Así que ya puedes imaginarte lo que me molestó, querido
noctario!
Anton, de todos modos, respondió con un «buenas» y se puso rojo.
¡Le habría dado un beso allí mismo!
Pero me controlé y me limité a sonreírle.
—¿Hueles algo? —le pregunté.
—Eh… sí —respondió.
—¡Mi perfume, Mufti eleganti! —exclamé—. ¿No huele de miedo?
—Un poco a cebollas —opinó.
—Las cebollas son el ingrediente principal. ¡Además, también lleva
setas hediondas y flores del árbol sterculia foetida!
—¡Puaj! —dijo Anton.
Me quedé bastante desilusionada.
—¡Y yo que creía que iba a gustarte!
—Siii —afirmó—, lo que pasa es que es algo… inusual.
Decidí no continuar empecinada en el tema y le pregunté a Anton si
escuchábamos música. Él negó con la cabeza.
—Mis padres creen que ya estoy durmiendo.
Me quedé aún más desilusionada. ¡Nada de música! Pero siempre
me llevo chascos. Gracias a Drácula, la desilusión no me dura
mucho.
—Ah, quería leerte algo: ¡una historia de amor de vampiros! —me
vino a la memoria.
Saqué las páginas de debajo de mi capa. Anton examinó las hojas
un poco arrugadas que yo había arrancado al cuaderno.
—¿Es tu historia de vampiros? —preguntó.
Asentí. Me puse roja. Y enseguida empecé a leer.
Y cuando leí el final, «No mucho después el joven se convirtió
también en vampiro y vivieron felices hasta el fin de sus días», Anton
dijo:
—Esa historia ya la conozco. Es el cuento de La bella durmiente.
¡Salvo que el príncipe en tu historia no es un príncipe, sino un
vampiro!
Tuve que reírme.
—Sí. Pero mi versión es mejor, ¿no te parece?
—Te has olvidado de la corte —dijo—. Y del rey y de la reina. ¿Al
final también se vuelven vampiros?
—¿No sería eso demasiado espantoso? —pregunté.
—Por supuesto que no —respondió y añadió—: De todas maneras,
hoy en día ya nadie cree en vampiros.
—Pero tú sí crees en nosotros, ¿verdad?
—Yo sí, pero los otros…
—¿Qué otros?
—Ay… ¡todos!
—¿Todos? ¡Y yo que creía que nos tenían miedo!
—Qué va. En absoluto.
—¿Y tus padres? —pregunté—. ¿Creen en vampiros?
—Ellos menos que nadie —contestó Anton—. Pero les gustaría
conoceros, a ti y al auténtico Rüdiger, e invitaros a merendar. El
miércoles.
—¿En serio?
Di un salto de alegría.
—¿Crees que Rüdiger también vendrá? —preguntó Anton.
—¡Ya me ocuparé yo de eso! —exclamé.
Luego eché a volar.
Busqué a Rüdiger por todas partes, pero no lo encontré. Bueno, para
el miércoles aún faltaban un par de noches.
¡Y Rüdiger no podía rechazar la invitación! ¡Pues si dice que no, les
contaré a nuestros parientes lo de su amistad con Anton, y eso lo
sabe!
27 / 28 septiembre
28 / 29 de septiembre
29 / 30 de septiembre
Bueno, y ¡ahora te contaré cómo fue la tarde con Anton y sus padres!
¡No, antes por si acaso voy a poner más tinta!
Algo más tarde
¡Rüdiger y yo cruzamos la gran puerta de cristal del edificio de Anton
como dos visitas normales! Y con eso me refiero a visitas humanas,
querido noctario.
Aunque prescindimos de subir en ascensor y, en su lugar, subimos
por las escaleras, levitando a lo vampiro.
Frente a la puerta del piso de Anton eché un poco más de Mufti
eleganti en la capa de Rüdiger para ocultar el olor a moho. Yo misma
ya me había perfumado en nuestra cripta.
Luego llamó Rüdiger al timbre. Por supuesto, yo estaba muy
emocionada y comencé a reírme entre dientes.
—¡No seas boba! —refunfuñó Rüdiger.
—¡No seas desagradable! —refunfuñé yo.
Se abrió la puerta y aparecieron los padres de Anton delante de
nosotros. El padre de Anton olía a menta y su barbilla estaba muy
suave. ¡Creo que se había afeitado por nosotros! La madre de Anton
olía a fresas. Llevaba pendientes y un collar de perlas, una blusa
rosa y una falda negra.
No me sorprendió que ambos fueran tan guapos, querido diario. ¡Al
fin y al cabo, tienen un hijo guapo! ¡No, muy guapo!
Pero a nosotros, los nuevos amigos de Anton, era evidente que nos
habían imaginado muy distintos. Se nos quedaron mirando y no
dijeron nada.
Rüdiger fue el primero en hablar.
—¡Buenas noches! —saludó.
Y yo también dije enseguida:
—¡Buenas noches!
La madre de Anton se aclaró la garganta.
—Buenas noches —saludó y nos indicó que entrásemos. Rüdiger les
dio las ramas del seto. Yo le había dado el ramo porque se me
ocurrió que el hombre —o el niño— debía entregar el detalle por la
invitación.
La madre de Anton desapareció con las ramas en la cocina y oí que
abría el grifo.
Anton había
esperado al final del pasillo para ver cómo se desarrollaba el
recibimiento.
—¡Hola, Anton! —le saludé—. ¿Cómo estás?
—Eh… bien —respondió.
«¡Anton está igual de cortado que yo!», pensé.
En el salón me puse incluso más tímida. La mesa estaba puesta
como si los Bohnsack esperasen una visita distinguida: había una
buena vajilla, cubertería de plata, velas y servilletas de tela.
—En casa nunca está todo tan bonito —dije.
—¡Shh! —chistó Rüdiger.
—¿Qué pasa? —me defendí—. ¡Si es verdad!
La madre de Anton colocó el jarrón con agua y las ramas del seto
sobre la mesa. Tenían un aroma agradable, pero al padre de Anton
no le gustaba el olor y quiso abrir la ventana.
—Mejor no —dijo la madre de Anton—, ¡o entrarán polillas en la
habitación!
—¡Qué animalitos más dulces! —exclamó Rüdiger.
—¡Agh! —soltó la madre.
—O murciélagos —añadió Rüdiger—. ¡Tienen unas caras más
monas!
—¡Brrr! —se estremeció la madre de Anton.
Entonces no pude reprimirme más y grité:
—¡O vampiros!
Habría sido preferible no haberlo dicho.
A Rüdiger le entró un ataque de risa, aunque se llevó la mano a la
30 de septiembre / 1 de octubre
2 / 3 de octubre
3 / 4 de octubre
Volví a ver a Rüdiger justo antes de la salida del sol, mientras bajaba
las escaleras detrás de Lumpi hacia nuestra cripta. Los demás ya
estábamos en nuestros ataúdes. Pero no habíamos cerrado todavía
las tapas, porque Sabine la Horrible había anunciado que tenía que
dar una explicación cuando estuviéramos todos reunidos.
Lumpi y Rüdiger parecían muy cansados. Se dirigieron a sus ataúdes
y entraron en ellos.
—¡Atención! ¡Escuchadme todos! —gritó nuestra abuela.
Creía que por fin me enteraría del veredicto al que el consejo familiar
había llegado sin mí, pero Sabine la Horrible se limitó a decir que
debía compartir con la familia entera algo de gran trascendencia. Sin
embargo, tenía que esperar a que todos hubiéramos descansado.
Bajo ninguna circunstancia, debíamos salir volando tras el despertar.
—¿No podrías adelantarnos algo ahora? —urgí.
—No —respondió nuestra abuela—. Si lo supieras ahora, no podrías
dormir.
Sea como sea, no he dormido bien, querido noctario. Estuve la mitad
del día dando vueltas dentro de mi ataúd, de un lado a otro.
Por la noche, nuestra abuela dio todos los detalles del «delito»
cometido por Rüdiger: se había hecho amigo de un niño humano,
había ido a visitar a su piso a ese niño humano, se había maquillado,
había tomado comida humana y se había dado a conocer como
vampiro.
—Y como castigo el consejo familiar le ha prohibido la entrada a la
cripta por tiempo indefinido. Tiene tres noches para encontrar sitio
para él y su ataúd —terminó nuestra abuela su discurso.
—¡No podéis hacerle eso! —grité.
—Yo en tu lugar no usaría ese tono —dijo la tía Dorothee con
mordacidad—. ¡Sobre todo cuando, por tu culpa, el consejo familiar
ha tenido que imponer este duro castigo!
Me estremecí.
—¿Por mi culpa?
—¡Oh, sí! ¡Porque tú, Anna von Schlotterstein siempre estás
bebiendo leche, y eso no es nada propio de los vampiros! —gruñó.
La miré furiosa, pero no dije nada.
Tras el discurso de nuestra abuela, quise hablar sin falta con Lumpi y
Rüdiger. Sin embargo, la tía Dorothee nos observaba, así que tan
solo les susurré:
—Nos vemos luego.
—Sí —dijo Lumpi.
Y después se marcharon los dos volando.
¡Y yo también me voy ya, querido noctario!
Más tarde
Me reuní con Lumpi delante del viejo
depósito de agua.
—¿Ha encontrado ya Rüdiger un sitio para él y su ataúd? —
pregunté.
Lumpi negó con la cabeza.
—Hemos ido a ver a todos los que conocemos, pero todos tenían
algún pretexto.
—¿A Jörg el Colérico también?
—Sí, también. Ha dicho que tenía que recuperarse del cansancio por
la fiesta de la Selva Negra.
¡Pero no pude contener más mi curiosidad, querido noctario!
—¿Y en qué consiste una fiesta de la Selva Negra? —pregunté.
—Principalmente en juegos —contestó Lumpi.
—¿Y qué tipo de juegos?
—Guerra de nata, hacer equilibrios con tarta de cerezas de la Selva
Negra sobre la cabeza, concurso de belleza en Lederhosen, competir
a ver quién grita mejor el cucú con el reloj de cuco, a ver quién lanza
más lejos los huesos de cereza, carrera de obstáculos con las
originales zapatillas de esparto de la Selva Negra…
—¿Y de dónde saca Jörg todas esas especialidades de la Selva
Negra: la tarta de cerezas, los relojes de cuco, los Lederhosen y las
zapatillas de esparto?
—De Brocken.
—¿De Brocken? —me sorprendí—. Pero ¡si eso es una montaña en
Harz y no está en la Selva Negra!
Lumpi sonrió irónicamente.
—Este Brocken se encuentra en Freundenstadt y es un nuevo
descubrimiento de Jörg el Colérico. Brocken es su apodo, porque…
¡pedazo de vampiro que está hecho!
—¿Y qué hay de Waldi el Malvado? —pregunté—. ¿No podría
acoger a Rüdiger?
—Waldi me gritó lo siguiente: ¡Vete al sol, traidora solanácea! —dijo
Lumpi.
—¡Qué amigos más encantadores! —exclamé.
Él asintió con la cabeza.
—Conocidos muchos, amigos pocos.
Tras una pausa, de pronto, Lumpi chocó las palmas y gritó:
—¡Por Drácula! ¡Esa es la solución! ¿Cómo no se me ha ocurrido
antes?
—¿El qué?
—Si tenemos un amigo… ¡un amigo de verdad! —gritó triunfante—.
¡Llevaremos el ataúd de Rüdiger a casa de nuestro amigo Anton
Bohnensack!
—Bohnsack —le corregí e hice un esfuerzo por que Lumpi no notara
mi susto.
Luego dije tan diplomáticamente como me fue posible:
—Creo que no sería muy oportuno llevar el ataúd a casa de Anton.
Cuando Lumpi ve que una idea suya no se considera estupenda, se
obceca en ella.
—¿Y por qué no? —gruñó—. Anton seguro que tiene un sótano. Allí
estará seco el ataúd de Rüdiger, y hay un montón de ratas y ratones.
—Sí, pero piensa por qué le han prohibido la entrada a la cripta,
porque se hizo amigo de Anton —dije—. Y si ahora se muda a su
sótano y nuestros parientes lo descubren, probablemente lo expulsen
para siempre de nuestra familia.
Lumpi se rascó la barbilla.
—Hmm, tal vez debería hablar de nuevo con Waldi el Malvado.
Aunque vaya en contra de mis principios…
De repente, oímos voces humanas. Como presentía lo que iba a
suceder a continuación, me apresuré a decir «Buenas noches,
Lumpi» y continué volando.
Busqué a Rüdiger en todos los lugares posibles, pero debía de
haberse escondido donde no pudiera encontrarlo nadie. Al final, me
senté un rato en el castaño frente a la casa de Anton. Miré hacia su
ventana y me lo imaginé allí tumbado, soñando… ¡conmigo!
4 / 5 de octubre
Más tarde
¡Estoy muy contenta, querido noctario! ¡Rüdiger ha podido llevar su
ataúd a casa de Waldi el Malvado!
Me acabo de enterar por Lumpi. Lumpi tuvo que pedírselo de rodillas
a Waldi, arrepentirse, pedirle perdón y jurarle que nunca más iría con
Jörg el Colérico. Después, Waldi accedió de buena gana a acoger a
Rüdiger. ¡Gracias a Drácula! Yo me ofrecí a ayudar a transportar el
ataúd.
—Lo haremos nosotros solos, Rüdiger y yo —dijo Lumpi.
Al principio me molestó, pero después me dije que para los chicos es
importante sentirse fuertes y «masculinos», especialmente delante
de su hermana pequeña. ¡Y además yo sé quién soy y lo que puedo
hacer, querido noctario!
¿Te cuento lo que hice ayer para pasármelo muy bien? ¡Fui volando
a una tienda de ropa de boda y miré en el escaparate el vestido y el
velo para la novia, y el traje y la corbata para el novio!
Por supuesto, sé que no hay muchas posibilidades de que nos
casemos —me refiero a Anton y a mí—, pero aun así fue maravilloso
dejarme llevar por mi fantasía. ¡Y regresé muy animada a nuestra
cripta!
5 / 6 de octubre
Más tarde
¡Waldi el Malvado tiene bien merecido ese nombre, querido noctario!
Imagínate: cuando Lumpi y Rüdiger llegaron a su cripta, la puerta
estaba atrancada. Dejaron el ataúd de Rüdiger y Lumpi llamó, pero
no pasó nada.
Al final, Lumpi perdió la paciencia y dio unas patadas a la puerta.
—¡Para! ¡Para ya! —sonó la voz de Waldi dentro de la cripta—. ¿O
quieres tirar la puerta abajo?
—¡Pues sí, eso quiero! —gritó Lumpi—. ¡A no ser que quieras abrirla
por propia voluntad!
—¡La puerta se queda cerrada! —bramó Waldi el Malvado.
—Y ¿por qué?
—¡Porque me lo he pensado mejor, por eso!
—Pero ¡me habías prometido que Rüdiger podía quedarse a vivir
contigo! —vociferó Lumpi.
Waldi se rio.
—Los vampiros prometen mucho cuando la noche es larga. Además,
todavía estoy enfadado por lo de Jörg.
Y allí se mantuvo, por lo que Lumpi y Rüdiger tuvieron que proseguir
su camino.
¿Adónde llevaron el ataúd de Rüdiger? Quedé horrorizada al oírlo:
¡lo llevaron a casa de Anton, a su trastero en el sótano!
¡Querido noctario! Waldi el Malvado siempre se jacta de ser el amigo
de Lumpi, pero esta noche nos ha demostrado lo que significa la
amistad para él. ¡Y eso no lo voy a olvidar nunca!
Antes de que Lumpi volviera a marcharse volando, le conté lo de la
tía Dorothee y su nuevo pretendiente, Geheimrat von Flatterling.
Se rio entre dientes.
—Bueno, ¿lo ves? ¡Todo va de maravilla!
—¿Tú crees? —dije.
—¡Sí! Rüdiger pasará un par de semanas interesantes en el sótano
de Anton y después regresará a nuestra Cripta Schlotterstein. Y la tía
Dorothee no meterá las narices en nuestros asuntos porque está en
el séptimo cielo.
Yo no soy tan optimista como Lumpi, pero intentaré pensar en un
buen desenlace. De todos modos, en este momento no puedo hacer
otra cosa.
Sí, hay algo que puedo hacer: averiguar en qué trastero del sótano
se ha metido Rüdiger con su ataúd. No debe de ser muy difícil, ¿no?
6 / 7 de octubre
¡Oh, me habría
gustado llevarme algo, querido noctario! Pero no lo hice. Anton es mi
amigo, ¡y a los amigos no se les roba nada!
7 / 8 de octubre
Mientras
contemplaba a Anton y Rüdiger, Lumpi se acercó a ambos.
Intercambió un par de palabras. Luego se apartó de los dos. Rüdiger
y Anton continuaron bailando.
De pronto, apareció Lumpi a mi lado.
—¡Rüdiger ha creído que puede tomarme por tonto. A mí, a su
hermano mayor! —exclamó.
—¿Y eso? —pregunté.
—Rüdiger me ha presentado a su pareja de baile como «un amigo
de Italia» y afirma que mi reputación ha llegado hasta ese país —
respondió Lumpi—. ¡Bah! Enseguida me he dado cuenta de a quién
ha colado en la fiesta: ¡Anton Bohnensack! Pero he cerrado el pico
por los otros vampiros.
—Bohnsack —le corregí—. El apellido de Anton es Bohnsack.
—Pero Bohnensack suena mejor —opinó Lumpi—. Sobre todo, si
pensamos en tu futuro.
—No sé de qué estás hablando —repliqué con frialdad.
—¿En serio? —Se rio a carcajadas—. ¡Anna von Schlotterstein-
Bohnensack se puede pronunciar con mucha más facilidad que Anna
von Schlotterstein-Bohnsack!
Le di un codazo, querido noctario. Bueno, uno suave, de hermana.
¡Sí, y después decidí ir a bailar con Anton!
Más tarde
He estado en el sótano de Anton, pero no he visto a
Rüdiger. Seguro que quiere fortalecerse antes de que comience la
prohibición del vuelo. ¡Mañana volveré a visitarle!
11 / 12 de octubre
Hoy sí estaba Rüdiger en el sótano, querido noctario.
Tenía mal aspecto y estaba muy gruñón. No, no estaba gruñón…
Estaba deprimido y lo intentaba disimular con comentarios mordaces.
Hacía poco que Lumpi había estado allí para recoger la capa de
Rüdiger de parte del consejo familiar. No obstante, Rüdiger tenía aún
nuestra capa de repuesto: aquella noche temprano, Anton había
llevado a casa la capa del tío Theodor.
—Estupendo —me alegré por Rüdiger—. ¡Entonces, podrás volar!
—Sería tonto si lo hiciera —respondió.
—¿Y eso? —pregunté.
—Si no cumplo la prohibición de volar, me prohibirán trabajar. Y
seguro que moriré de hambre. Hmm, tal vez no sea tan mala
opción… —dijo entonces.
—¿El qué?
—Morir. ¡Morirme de una vez por todas!
—¡Solo quieres meterme miedo! —grité.
Rüdiger se quedó mudo y, tras una pausa, soltó:
—¿Puedes dejarme solo ahora?
—¡Solo si me prometes que no harás ninguna tontería! —le pedí.
—Sí, sí, vale —contestó entre dientes.
Después se estiró en su ataúd y cerró los ojos.
Lamenté mucho ver a Rüdiger tan catastrofista. ¡Ojalá supiera cómo
poder ayudarlo!
12 / 13 de octubre
—¿Crees
que como arañas? —vociferó Rüdiger—. ¡Has visto demasiadas
películas malas de vampiros!
—Pensaba que sí —respondió Anton, avergonzado.
De pronto, se acercó un hombre. El camino por el que había girado
llevaba directamente a los arbustos detrás de los que estaban
Rüdiger y Anton.
Rüdiger no habría vacilado demasiado y hubiera… bueno, ya sabéis
a lo que me refiero. Pero Anton le suplicó entre susurros que lo
dejara en paz y, de ese modo, el hombre pudo continuar caminando
sin sospechar el peligro que corría.
Luego se cerró de golpe una puerta.
Apenas había el hombre desaparecido, cuando gritó Rüdiger:
—Y ¿a eso llamas ayuda? ¡Esto es lamentable, voy a morir de
hambre! ¡Ja, probaré suerte por mi propia cuenta!
Decidido, se marchó caminando a grandes zancadas.
—¿Y qué pasa con mi sótano? —gritó Anton.
Rüdiger no contestó.
Al cabo de un instante, no sabía a quién seguir. Pero entonces me
dije que Rüdiger necesitaba ayuda y Anton no. Así que volé tras
Rüdiger.
—¿Puedo hacer algo por ti? —pregunté.
Mi hermano asintió con la cabeza.
—¿El qué?
—¡Desaparecer! —gruñó.
Entonces dejé a Rüdiger solo.
Pero ¡no me doy por vencida, querido noctario!
Más tarde
¡Ya sé lo que voy a hacer!
Cuando regresen nuestros parientes, les haré elegir: ¡o levantan la
prohibición de la entrada a la cripta a Rüdiger o me voy de la cripta
yo para siempre!
En caso de que no levanten la prohibición de la entrada a la cripta,
iré con Rüdiger volando y buscaremos un nuevo hogar para los dos.
¡Juntos lo conseguiremos!
13 / 14 de octubre
Por la noche, Sabine la Horrible abrió la conversación diciendo que
no había dormido tan mal desde hacía una eternidad.
—A mí me ha pasado lo mismo —suspiró mi padre.
—¡Sí, y a mí! —dijo mi madre.
—Pero he aprovechado estar en vela para reflexionar —continuó mi
abuela— y, al final, salió algo bueno.
Mientras tanto, yo estaba sentada en el borde de mi ataúd. Mantuve
la cabeza gacha y examiné con la vista mis fardos.
De pronto, mi abuela se dirigió a mí:
—¿Anna?
Alcé la cabeza.
Para mi asombro, estaba sonriendo.
—Los adultos siempre pensamos que somos nosotros los que os
enseñamos algo a los niños —dijo—. Pero, a veces, los niños tenéis
algo que enseñarnos a los adultos.
Como no sabía qué pretendía, me callé.
—El sacrificio que quiere hacer Anna por Rüdiger me ha recordado
que hay cosas más importantes que las leyes y las normas —dijo mi
abuela.
—¿Más importantes que las leyes y las normas? —La tía Dorothee
se rio con ironía—. ¿Y qué es eso?
—Que nuestra familia de vampiros permanezca unida —respondió
Sabine la Horrible—. ¡Y tanto Anna como Rüdiger pertenecen a
nuestra familia de vampiros!
—¡Pues claro que pertenecen a ella! —exclamó Lumpi.
—Sí, y, por eso, opino que debemos permitir que Rüdiger vuelva a la
cripta —dijo Sabine la Horrible—. ¡Antes de que Anna nos abandone!
Miró a todos los que estábamos reunidos.
—¡Quien esté a favor de levantar a Rüdiger la prohibición, que ponga
la mano izquierda sobre su corazón! —pidió.
—¡Es inaudito! —exclamó la tía Dorothee—. ¡Es una burla a la
comunidad de vampiros entera!
Subió las escaleras echando espumarajos por la boca.
Se imaginaba el resultado de la votación. ¡Y quería ahorrarse esa
derrota!
En realidad, todos —yo incluida— pusimos la mano izquierda en el
corazón.
¡Y se levantó la prohibición de la entrada a la cripta a Rüdiger!
—Será mejor que vayas a transmitirle ahora mismo la buena noticia
a Rüdiger, Anna —dijo mi abuela.
Estaba tan contenta y tan aliviada que solo pude asentir con la
cabeza.
Pero antes de continuar contándote, tengo que ir rápido a rellenar la
tinta. El tintero sigue en mi ataúd.
Justo después
En el cementerio vi a la tía Dorothee. Estaba a unos pocos pasos de
un joven humano y ya había extendido las manos hacia él.
—¡No! —gritó el chico.
¡Era Anton, querido noctario!
—Que sí —dijo la tía Dorothee—. Si no, te morderé y se te quedarán
unas cicatrices muy feas.
En mi desesperación, di unos golpes en la piedra de nuestro agujero
de entrada y luego grité:
—Tía Dorothee, ¿qué haces ahí?
Se sobresaltó.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—¡Sí! ¡Deberías bajar! —respondí.
—¿Para qué?
—¡Te van a recompensar!
—¿Porque he puesto a Rüdiger al descubierto?
—¡Exacto! —exclamé—. Pero ¡date prisa!
Contempló a Anton con ansiedad.
—Y ¿este? —preguntó.
—Ya le presto yo atención —respondí.
La tía Dorothee fue hacia el agujero de entrada, pero antes de
deslizarse por el pozo, gritó:
—¡Déjalo intacto!
Cuando desapareció, Anton y yo huimos. Nos escondimos en el
colegio de Anton, en su aula. ¡Sí, y yo me senté en la silla al lado de
Anton! Fue maravilloso y, durante un rato, me sentí como una niña
humana normal…
Pero Anton me hizo bajar de mi nube al preguntarme:
—¿Podemos hablar ahora de Rüdiger?
—¿De Rüdiger? ¡Yo no te importo un comino! —grité.
La pluma
Llibres de l’Encobert
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