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Llibres de l’Encobert

València
www.editorialencobert.com
ANGELA SOMMER-BODENBURG

El noctario
de Anna von Schlotterstein

Ilustraciones de Amelie Glienke


Traducción de Noemí Risco Mateo
Anna von Schlottersteins
Nächtebuch

Original: Anna von Schlottersteins Nächtebuch

El noctario de Anna von Schlotterstein


Autora: Angela Sommer-Bodenburg
Ilustraciones: Amelie Glienke
Traducción: Noemí Risco Mateo
Diseño de cubierta: any.way, Barbara Hanke / Cordula Schmidt
Copyright © 2012 by Rowohlt Verlag GmbH,

Editado en España por José A. López Camarillas


ISBN: 978-84-09-15185-1
Depósito legal V-3314-2019
Llibres de l’Encobert
www.editorialencobert.com
Diciembre de 2019

© 2012 Rowohlt Verlag GmbH, Todos los derechos reservados


Este libro es para todos los que
escriben su diario de noche,
y especialmente para Burghardt Bodenburg,
que está muy ilusionado con sus nuevos
dientecitos de vampiro.
El paquetito negro

Cuando Anton se despertó el domingo por la


mañana, descubrió frente a la cama un paquetito delgado, envuelto
en papel de seda negro.
La vista se le fue hacia la ventana abierta.
¡Alguien debía de haber entrado en la habitación por la noche y
debía de haber dejado el paquetito negro delante de su cama!
¿Habría sido ese «alguien» el pequeño vampiro, el mejor amigo de
Anton?
Rüdiger von Schlotterstein le había visitado el viernes y juntos
habían volado por la ciudad con sus capas de vampiro. Pero Anton
se había cansado enseguida y habían vuelto a casa. ¡Sí, desde que
había participado en la Transformación Final, la ceremonia más
importante de los vampiros, hacía una semana y media, estaba casi
siempre cansado!
¡Y la culpa solo la tenía la señorita Olga von Seifenschwein!
¡Había aprovechado el desmayo de Anton para clavarle los colmillos
de vampira en el cuello y beber su sangre!
Sin embargo, Anton no se había transformado en vampiro.
Con cuidado se palpó la mordedura del cuello.
A la mañana siguiente, tras el mordisco de Olga, las marcas
tenían un tono rojo oscuro y por los bordes se habían hinchado
mucho. A Anton le había entrado una sed terrible, le habían ardido
los ojos y, por extraño que parezca, había dejado de reflejarse en el
espejo. ¡El día entero había sido una pesadilla!
Por la noche, para alivio de Anton, había ido a verle Anna, la
hermana del pequeño vampiro.
—¡Olga no tenía que haberte mordido, y menos aún en la Noche
de la Transformación Final! —había dicho Anna—. ¡Cuando se
muerde a alguien en la Noche de la Transformación Final, no le
desaparecen nunca las marcas del mordisco!
Anton se había preocupado con razón.
—Pero ¡la mordedura puede borrarse —le había tranquilizado
Anna— con el remedio adecuado!
Le había dado una bolita amarilla. Se trataba de Resina Rusalka,
la resina de la pícea Rusalka que había estado delante del castillo
Schlotterstein en Transilvania antes de que los cazadores de
vampiros le prendieran fuego al castillo y talaran los árboles.
Anna había aplicado la mitad de la Resina Rusalka en las marcas
del mordisco. La otra mitad se la había tragado el niño sin masticar.
Después, Anna se había despedido… ¡para siempre!
Mientras Anton pensaba en el último encuentro con Anna —en el
beso que le había dado para despedirse, en su risa triste y las
lágrimas que habían recorrido sus pálidas mejillas—, oyó de repente
unos pasos en el pasillo.
Luego llamaron a la puerta y su madre dijo:
—¿Anton? ¡El desayuno está listo!
—Ya voy —respondió Anton, que cogió con la mano el paquetito
negro y lo olió.
Despedía un aroma a moho… ¡ese aroma tan particular de los
vampiros!
Rápidamente escondió el paquetito entre los libros de texto que
estaban encima de su escritorio.

Después del desayuno, los padres de Anton se pusieron en


marcha para su habitual salida de los domingos. Querían dar un
paseo, comer en algún sitio bueno y visitar alguna exposición en la
sala de arte.
Al principio, Anton había tenido la intención de acompañarlos.
Pero ¡ahora prefería quedarse en casa!

En cuanto Anton se quedó


solo, volvió a coger el paquetito y retiró el papel de seda. Se trataba
de un libro encuadernado en terciopelo negro, que parecía ya
bastante manoseado, y tenía un pequeño candado dorado que no se
podía abrir.
Aquel libro también olía a moho y a ataúd. Pero Anton distinguió
otro aroma más: un ligero perfume a rosas.
¿Acaso aquel paquetito no se lo había enviado Rüdiger, sino…
Anna?
Anton buscó de nuevo en el papel de seda y encontró un sobre. El
sobre contenía una pluma negra, una llavecita dorada y una carta
escrita con la letra redonda de Anna.
Comenzó a leer:
¡Querido Anton!
¡Me resultó muy difícil despedirme de ti!
No habrías tenido noticias mías tan pronto, pero tenía
que darte algo: mi noctario.
Por desgracia, no lo puedo llevar conmigo.
Al principio quería romperlo para que no lo pudiera
leer ninguno de mis parientes. Pero no fui capaz…
probablemente porque hay muchas cosas sobre
nosotros dos.
Cuando leas mi noctario, entenderás por qué no pude
romperlo.
En cualquier caso, ¡tú eres el único al que puedo dar
mi noctario!
Ahora comienza para mí un periodo intenso en el que
aprenderé mucho.
Pero ¡Elisabeth la Golosa no debe arrepentirse de
convertirme en su sucesora!
¡Adiós, Anton! ¡Cuídate tú y cuida del noctario!
No dejes que nadie lo vea, ni siquiera Rüdiger.
Con cariño vampírico,
Tu Anna.
P. D.: La pluma es para ti. Tiene unos poderes muy
especiales. Pero ¡eso tendrás que descubrirlo por ti
mismo!

Anton se quedó contemplando con fuertes palpitaciones el libro


negro, pues ahora sabía lo que era: ¡el noctario de Anna, el libro más
extraño e insólito del mundo!
Debía de estar lleno de secretos oscuros, peligrosos y hasta
letales. ¡Secretos que los vampiros llevaban guardando desde hacía
siglos!
¡Y a él, a él precisamente, le había confiado Anna su noctario!
Pero no solo eso: en su carta le invitaba a leerlo…
Anton respiró hondo otra vez y después metió la llave en el
candado.
4 / 5 de septiembre

¡Esta es mi noche de suerte! ¿Por qué? Porque te he encontrado:


¡mi primer noctario!
Apenas he podido
esperar a llevarte a casa, a nuestra Cripta Schlotterstein. ¡Sí, me he
metido enseguida en mi ataúd, he encendido una vela y te he abierto
a ti, mi querido noctario!

Pero cuando he querido ponerme a escribir, de repente, me he


quedado pensando. ¡Y me he acordado de que no se me está
permitido llevar un noctario!
Tenemos nuestras propias crónicas, Las crónicas de la familia von
Schlotterstein, en las que quedan reflejados todos los
acontecimientos importantes. «No necesitamos más apuntes, sobre
todo ninguno personal», dice nuestra abuela Sabine la Horrible. Ella
es nuestra cabeza de familia. Los registros personales podrían
incluso ser peligrosos para nosotros y, por eso, están prohibidos.
He reflexionado un rato sobre esta prohibición, pero al final he
decidido ignorarla. ¡De vez en cuando una tiene que tomar sus
propias decisiones!
Además, está el motivo de que te he encontrado. Nada sucede sin
un motivo, de eso estoy segura.
También he pensado en una tinta especial que utiliza nuestra abuela
cuando escribe nuestras crónicas. La tinta contiene gotas de la
sangre de Drácula y lo que se escribe con ella tan solo pueden leerlo
los vampiros.
Nuestra abuela guarda esa tinta como oro en paño y, por eso, tengo
que escribir en ti, mi noctario, con un rotulador normal.
Pero eso significa que ¡cualquiera puede leer lo que escriba!
Debo tener muchísimo cuidado para que no caigas en malas
manos…
Bueno, al menos, el rotulador es negro como tú.
El negro es mi color favorito, querido noctario.
La chica a la que pertenecías antes que a mí estaba enseñándote a
un señor mayor cuando pasé volando junto a su ventana. Era muy
guapa. Tenía el pelo rubio, largo, liso y brillante, como si se pasara
horas cada día delante del espejo cepillándoselo.
Intentar mirarme al espejo siempre me pone triste porque ¡no puedo
reflejarme! Además, tengo el pelo grueso y muy rebelde.
Mi hermano Lumpi dice que tengo el pelo apropiado para ser una
chica vampira. ¡Pero a mí también me gustaría ser tan guapa y
refinada como las chicas humanas! ¡Sí, a veces desearía volver a ser
una chica humana! Pero esto solo te lo revelo a ti, querido noctario.
Mis parientes no deben enterarse de ninguna manera. Ya les
parezco demasiado humana porque aún bebo leche. No obstante, lo
que beben mis parientes —y ya sabes de qué hablo— no va
conmigo.

¡Pero volvamos a la chica rubia!


—¿Es este tu diario? —le preguntó el señor mayor.
—¡Sí, por desgracia! —respondió.
No le gustaba nada de ti: ni el candado dorado con la llave, ni la
encuadernación en terciopelo negro, ni tus páginas de papel fino y
blanco, que crujen levemente al pasarlas.
—¿No te gusta? —le preguntó el señor.
La chica puso los ojos en blanco y se lamentó.
—Los diarios están muuuy pasados de moda —dijo— y no soporto el
negro.
Acto seguido, ambos salieron de la habitación.
Entonces entré volando rápidamente en el cuarto y te metí a ti y al
rotulador bajo mi capa de vampira.
¿Si tuve remordimientos?
¡Por supuesto que no! Al fin y al cabo, le hice un favor a la chica:
¡ahora nadie podrá obligarla a llevar un diario!
Por el contrario, a mí, Anna von Schlotterstein, nadie tiene que
obligarme a usarlo.
Es gracioso que hasta ahora nunca hubiera deseado tener un
noctario. Pero a mí, a menudo, me caen cosas del cielo, o mejor
dicho: del cielo nocturno.
¡Oh, está sonando la piedra del agujero de entrada!
Tengo que cerrarte y esconderte, querido noctario… Pero ¿dónde?
¿Y qué hago con la llave?

Más tarde
Apenas te había guardado en la funda de mi almohada y había
metido la llave en mi bolsa de terciopelo, cuando Lumpi y Rüdiger
bajaron los escalones haciendo ruido.
Los vampiros por lo general nos movemos de forma muy silenciosa,
pero Lumpi y Rüdiger estaban con otra de sus ridículas
competiciones. Y escribo a propósito «ridículas», porque siempre
gana el mismo: Lumpi.
Es mi hermano mayor. Lumpi se convirtió en vampiro a los catorce
años, en plena pubertad. De ahí que su voz a veces sea aguda y
otras, grave; que tenga —como él los llama— «granitos»; que se
irrite con facilidad y sufra cambios de humor constantes.
Lumpi se considera muy atractivo. Yo creo que está bien, pero
tampoco es impresionante. Eso sí, tiene un pelo rubio estupendo que
cada noche, al despertar, se carda con un peine de cola de ratón.
Sí, efectivamente. ¡Lumpi se carda el pelo! Yo no podría hacerlo
nunca. Se me quedaría luego lleno de enredones y tan enmarañado
que tendría que cortármelo.
También tengo el pelo bonito, de color castaño, pero me exaspera
que sea tan difícil de peinar.
Rüdiger, el más pequeño de mis hermanos mayores, tiene el pelo
negro e hirsuto, y no es nada vanidoso. Dice que deja que se lo
peine siempre el viento nocturno.
Rüdiger se convirtió en vampiro a los diez años. Por lo general, es
bastante afable, salvo cuando se pone a imitar a Lumpi. ¡Entonces,
es un creído, un arrogante y un tonto! Mis hermanos no son muy
rigurosos con la verdad. Fanfarronean, cuentan trolas y sueltan
bolas. Y, a veces, mienten de tal manera que hasta los tablones del
ataúd se doblan. Con ellos nunca se sabe a ciencia cierta qué creer y
qué no. Pero nuestra abuela dice que si quieres sobrevivir como
vampiro, tienes que fingir y camuflarte.
Yo intento seguir mi propio camino: si es posible, digo la verdad; y si
es preciso, miento. Por ejemplo, estoy totalmente de acuerdo con
que nuestros parientes pongan en las lápidas una fecha de
nacimiento y fallecimiento falsa.
¡Incluso habría ido más lejos y me habría inventado un nuevo
apellido!

Por ejemplo «von


Zitterfelsen» o «von Bibberberg». Pero nuestros parientes no querían
renunciar a «von Schlotterstein», por orgullo, puesto que
pertenecemos a la antigua nobleza transilvana. Tampoco pudieron
separarse de sus lápidas con forma de corazón. ¿Por qué lápidas
con forma de corazón? ¡El corazón es el símbolo secreto para los
vampiros!
Ni Lumpi ni Rüdiger han tenido nunca lápida. Lumpi cree que está
«totalmente pasado de moda» y Rüdiger se ha unido a su opinión. A
mí me gusta la idea de tener mi propia lápida.
Pero yo quería distinguirme de los adultos y he elegido una
rectangular.
¡La fecha de nacimiento que figura en mi lápida, por supuesto, es
falsa! Me he puesto un par de décadas más joven. O mejor dicho, lo
ha puesto el picapedrero.
El año de mi muerte no se lo pude especificar al hombre, pues
cuando estuve con nuestra abuela en su taller, yo daba la impresión
de estar muy viva. Ya sabéis a qué me refiero, ¿no?
Sabine la Horrible había grabado el lema «Te esperaremos toda la
eternidad» en mi lápida para hacerme entender —por así decirlo,
mediante las flores del cementerio— que al final me convertiré en
una vampira de verdad.
¡Pero volvamos a esta noche! Como cabría esperar, Lumpi llegó el
primero a la cripta.
—¡He ganado! —gritó y se puso a botar como una pelota de goma.
—Me has empujado —protestó Rüdiger—. Y en el cementerio me
has hecho la zancadilla.
Ambos se quedaron discutiendo un rato.
Yo me hice la dormida. En estos casos, es la decisión más acertada.
Al final, Lumpi bramó:
—¡Estoy harto!
En nuestra cripta predomina un… bueno… un olor algo fuerte, tengo
que admitirlo. Pero Lumpi no estaba harto de aquel olor.
Se aburría con facilidad.
«¡Gracias a Drácula!», pensé. ¡Luego echaron los dos a volar de
nuevo y me dejaron en paz con mi noctario!
Oí como la piedra del agujero de entrada golpeteó.
Aliviada, abrí los ojos… ¡Y allí estaba Rüdiger, sentado en su ataúd,
con las narices metidas en un libro!
Cuando me hube recuperado de la sorpresa, le pregunté qué leía.
Rüdiger se puso bastante raro y quiso hacer desaparecer el libro.
Pero no me di por vencida y, tras varios rodeos, al final mi hermano
respondió:
—Es Drácula.
—¿Qué? —grité—. ¿Tienes Drácula?
—Sí —respondió.
El corazón se me aceleró muchísimo.
Drácula es el libro que no quieren nuestros parientes que lean los
niños vampiros. Nuestra abuela dice que el hombre que lo escribió
no estuvo nunca en Transilvania y se sacó la historia más o menos
de la manga. Además, la novela fomenta el odio hacia los vampiros.
—¿Y a quién le has quitado Drácula? —pregunté.
—A nadie —contestó Rüdiger desde ahí arriba—. Un niño humano
me lo ha regalado.
—¿Te lo ha regalado? —repetí, incrédula. ¡Nadie le regalaba nada a
los vampiros!
De pronto, me vino una idea horrible a la cabeza:
—¿No le habrás hecho algo al niño humano…?
Sé que no debería ser tan aprensiva, pero la verdad es que no me es
igual que mis parientes cojan a los niños humanos para…
Rüdiger sonrió con sorna.
—¡No! ¡Me he hecho amigo del niño humano!
Por un momento me quedé muda al resultarme algo fuera de lo
normal.
Pero entonces le pedí a Rüdiger que me explicase más —no, ¡todo!
— acerca del niño humano. Por desgracia, no estaba muy hablador,
pero sí le pude sonsacar un par de detalles: el niño humano tiene
más o menos su edad —bueno, me refiero a la edad humana de
Rüdiger— y se llama Anton.
A Anton le gusta muchísimo leer, pero solo libros de vampiros, me ha
dicho Rüdiger.
Mi hermano respondió encogiéndose de hombros al preguntarle si
era guapo. ¡No se acordaba de qué color tenía los ojos Anton!
Y su pelo, según Rüdiger, está «en medio».
—¿En medio de qué? —pregunté.
—En medio del castaño y el rubio —respondió—. ¡Pero déjame leer
de una vez!
Y volvió a sumirse en Drácula.
¡Y yo voy a hacer ahora una pausa!

Un poco más tarde


¡Querido noctario! ¡El encuentro con Anton debe de haberle
emocionado mucho a Rüdiger para que lo haya confesado!
Tras unas pocas páginas, ha dejado a un lado Drácula y ahora hace
como que duerme. Pero los párpados se le mueven y, por eso, sé
que está pensando.
Y ¡Rüdiger tiene muchos motivos para reflexionar! Sabe muy bien
que no se nos está permitido hacernos amigos de los niños
humanos.
¡De todos formas, lo que Rüdiger no sabía era que yo ya me había
hecho amiga de una niña humana!

Se llamaba Lili. Llevaba


observándola un par de semanas a escondidas en sus clases de
ballet. Cuando Lili bailaba, levitaba como una pluma. ¡No, como una
vampira! Tenía muchas ganas de conocer a Lili, pero no sabía cómo.
Una tarde, la elogió su profesora delante del resto de alumnas y le
regaló un globo. No sabría decir si Lili se alegró más por el elogio o
por el regalo. Pero ¡las mejillas se le pusieron tan rojas como el
globo!
Entonces, cuando salió de la escuela de ballet, un golpe de viento se
llevó el globo de Lili. Yo salí volando detrás, atrapé el globo y se lo
devolví a Lili, que estaba sola en la acera.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó.
—Puedo hacer magia —respondí—. Y quien sabe hacer magia,
también sabe volar.
¡E imagínate, querido diario, Lili me creyó! Se me quedó mirando
llena de admiración y dijo:
—Nunca había conocido a nadie que supiera hacer magia, magia de
verdad, como tú.
—Pero no puedes revelárselo a nadie —dije—, de lo contrario
desaparece la magia.
Lili prometió no contarlo.
Más tarde seguí al coche de la madre de Lili y así llegué a la casa
donde ella vivía.
A la noche siguiente, di unos toquecitos en la ventana de la niña y
me abrió.
Cuando eché un vistazo a la habitación de Lili, donde estaban todos
los maravillosos juguetes que yo siempre había deseado, me
entraron ganas de llorar.
—¿Por qué lloras? —quiso saber Lili.
—Porque no tengo amigas —contesté.
—Yo puedo ser amiga tuya —dijo.
Y así empezó todo.
Al principio fue genial. Pero a mi cuarta visita, Lili me dijo que olía a
cama deshecha, que tenía el pelo encrespado y que solo le
enseñaba cosas gastadas. Y aunque hubiera sido verdad… ¡eso no
se le dice a una amiga!
A mi sexta visita, Lili había echado el cerrojo de la ventana por
dentro. Llamé una y otra vez al cristal, pero Lili no me abrió.
Entonces pasó volando mi madre por casualidad y, como yo estaba
tan desilusionada, le conté lo de Lili. Aquello no fue muy inteligente,
lo sé. Pero tenía que abrirle mi corazón a alguien.
Esa misma noche se reunieron nuestros parientes adultos para un
tribunal familiar. El delito más grave que un vampiro podía cometer,
gracias a Drácula, yo no lo había cometido: no le había revelado a
Lili que yo era una vampira.
Me castigaron con siete noches sin volar y solo pude desplazarme a
pie, bajo la vigilancia de mi madre, mi padre y mi abuela, que se iban
turnando.
Durante un tiempo fue muy bonito tener una amiga humana. Hasta
que descubrí lo que pensaba Lili en realidad de mí.
¿Será así también Anton? Los chicos no le dan tanta importancia a la
apariencia como las chicas, ¿no?
La verdad es que tendría que haberme visto obligada a informar a
nuestros parientes de lo que Rüdiger acababa de contarme, pero los
niños vampiros tenemos que apoyarnos los unos a los otros, creo yo.
¡Y, por eso, el secreto de Rüdiger también es mi secreto!

11 / 12 de septiembre

Sí, sí, tienes razón… ¡te tengo abandonado, querido noctario! ¡Pero
es que nos han pasado muchas cosas!
Empezó todo con la tía Dorothee.
No, espera… ¡antes de contarte lo de la tía Dorothee, tengo que
presentarte a nuestra familia von Schlotterstein entera!
Bueno: somos ocho. Y a los tres niños vampiros ya nos conoces, así
como a nuestra madre Hildegard la Sedienta y a nuestra abuela
Sabine la Horrible.
A nuestro padre Ludwig el Terrible y a nuestro abuelo Wilhelm el Vil
no te los he presentado todavía. A la tía Dorothee tampoco.

Dorothee es la hija
mayor de Sabine y Wilhelm, y la hermana de nuestro padre. Así que
pertenece a nuestra familia más cercana. ¡Lamentablemente debo
decir que es como la peste!
Su nombre completo es Dorothee von Schlotterstein-Seifenschwein,
porque se casó con Theodor von Seifenschwein, el… No, no entraré
a hablar del horrible final del tío Theodor, querido noctario. Tan solo
debes saber que fue obra del guardián del cementerio: Geiermeier.
La tía Dorothee tiene casi todas las malas características que se te
puedan ocurrir. Es narcisista, envidiosa y celosa, vengativa,
insidiosa, pérfida y una chismosa. Además, es terriblemente
codiciosa y no sabe nunca cuándo parar.
¡Con frecuencia se pasa demasiado comiendo y tiene que
permanecer tumbada durante dos o tres noches en el ataúd! Hace
poco le sucedió de nuevo.
Le llevé unas gotas digestivas e incluso me ofrecí a leerle algo en
voz alta (nada de Drácula, por supuesto), pero se quejó con más
fuerza y mandó a todo el mundo al infierno.
A la tercera noche, la tía Dorothee por fin salió de nuevo a la caza.
Pero entonces se puso enfermo nuestro padre Ludwig el Terrible.
Acababa de guardarte en tu escondite, querido noctario, cuando
nuestro padre bajó los escalones tambaleándose, haciendo honor a
su sobrenombre «el Terrible»: el sudor le goteaba por la frente y
parpadeaba como si tuviese fiebre alta.
—He pillado la gripe —gimió y desapareció en su ataúd.
Temía que nuestro padre tuviera la gripe transilvana, que puede
poner en peligro la vida de nosotros, los vampiros. Pero no fue nada
más que un resfriado y a la noche siguiente volvió a volar.
Sí, y ayer Lumpi tuvo una conversación «de suma importancia»,
como él expresó, con nuestra madre Hildegard.

Yo estaba sentada en mi ataúd, a punto de


cepillarme el pelo. ¡Porque había decidido ir a conocer a Anton!
Sí, exacto, querido noctario: ¡Me gustaría ir a ver a Anton! ¡Y quiero
ponerme lo más guapa posible para él!
No obstante, esperaré un poco para mi primera visita a Anton. La
experiencia con Lili me enseñó que las amistades pueden romperse
con facilidad, sobre todo al principio. Por ese motivo, quiero darles
tiempo a Rüdiger y Anton para que se desarrolle primero su amistad.
Y luego, cuando los dos sean buenos amigos, convenceré a Rüdiger
para que me presente a Anton.
Y ¡así tendré un par de noches más para poder arreglarme el pelo!
Así que fingí estar muy entretenida cepillándome el pelo y le volví la
espalda a Lumpi y a nuestra madre.
—¿Qué te parece, mamita, si me compro unas botas de vaquero? —
dijo Lumpi.
—¿Unas botas de vaquero? ¿Por qué te ha dado ahora por unas
botas de vaquero? —preguntó Hildegard la Sedienta.
—Me gustan —respondió.
—Las botas de vaquero son para los vaqueros y no para los
vampiros —dijo nuestra madre—. ¿O es que ahora tienes pensado
capturar vacas?
—¿Por qué no? —replicó Lumpi—. Si un vampiro tiene la
necesidad… ji, ji. Además, las botas de vaquero tienen la caña alta y
me protegerán de las mordeduras de serpiente y las espinas.
—Pues no se me habían ocurrido esas ventajas —dijo Hildegard la
Sedienta.
Sonaba como si los ridículos argumentos de Lumpi la hubieran
convencido. ¡Eran ridículos puesto que a los vampiros les importaba
un comino las mordeduras de serpiente o las espinas! Pero Lumpi es
el primogénito y el hijo preferido de nuestra madre, y de eso se
aprovecha descaradamente.
—¿Y qué les pasa a tus botas viejas? —preguntó Hildegard la
Sedienta.
—Bueno, así tendré dos pares de botas —respondió Lumpi—. No
hay nada de malo en eso, ¿verdad?
—Nosotros los vampiros debemos limitarnos a lo esencial —dijo
Hildegard la Sedienta.
—Sí, y ahora mismo unas botas de vaquero son esenciales para mí
—contestó Lumpi.
Nuestra madre emitió un suspiro que para Rüdiger y para mí
significaba: Fin de la discusión.
Pero para Lumpi no.
—¡Mamita! —susurró con una voz empalagosa—. ¡Es que tengo
muchas ganas de tener unas! ¿No podrías hacer la vista gorda? ¡Por
mí, tu Lumpi!
—Estás hecho un sinvergüenza, Lumpi —se rio para sus adentros—.
Bueno, vale, como una excepción. Pero luego…
De repente, nuestra madre advirtió que tenían una oyente: yo.
—¡Anna! —gritó—. ¿Qué haces aún sentada en tu ataúd? Venga, sal
a la noche. ¡Busca una víctima! ¡Sé una vampira!
—Está bien —dije y subí trotando las escaleras.

¡Cuando volví a la cripta, Lumpi llevaba puestas las botas de


vaquero! Tenía apoyadas sus largas piernas sobre el borde del ataúd
para que pudiera admirarlas como era debido.

¡Brrrr! ¡Las cañas eran azul claro como el cielo en un día de verano,
con bordados verde chillón. El azul claro es uno de los colores
menos vampíricos que existen. Aunque el verde chillón no es mucho
mejor.
—Bueno, ¿qué te parecen mis botas de vaquero? —me soltó—. ¿A
que son superchulas?
—¡Son superchulas-megaguays! —exageré a propósito para que
Lumpi se diera cuenta de que en realidad opinaba lo contrario.
Pero él se lo tomó al pie de la letra.
—Sí, he tenido buen ojo —comentó entusiasmado.
Apreté los puños. Si a Lumpi le permitían tener unas botas de
vaquero, yo también tendría unas. Pero no iban a ser azul claro. ¡Las
mías serían negras con bordados rojos!

12 / 13 de septiembre
¡De nuevo mis expectativas han sido demasiado altas!
Cuando fui a ver a mi abuela y le dije que para ser justos yo también
quería unas botas de vaquero, se quedó totalmente impasible.
—Las ideas humanas de justicia e igualdad no son para los vampiros
—me sermoneó—. Además, Lumpi es el mayor de los niños
vampiros y, como tal, puede hacer cosas para las que tú eres
demasiado joven.
¿Demasiado joven para unas botas de vaquero? ¡Menuda tontería!
Pero me callé, porque estaba claro que nuestra abuela no iba a
cambiar de opinión, así como tampoco el resto de los adultos.
El que sí cambió de opinión fue Lumpi.
¡Ja, las botas de vaquero no le daban más que problemas! Al volar,
se le metía el viento por la caña, el color azul claro era terrible y se le
rompían por los pies. ¡Continuamente tenía que recoger las botas del
suelo! Al final, terminaron en una charca, donde se hundieron y no se
volvieron a ver jamás…
Mientras Lumpi me contaba esa historia, no pude evitar reírme. He
de admitir que me alegré en parte por su desgracia.
Desde luego, nuestra abuela tenía razón al decir que las ideas
humanas no son para los vampiros, pues ese fue el caso de las
botas de vaquero. ¡Pero en cuanto a la justicia y la igualdad para
nosotros los niños vampiros sigo pensando lo mismo que antes!

Más tarde
¡Anton cada vez me cae mejor, y eso que todavía no lo conozco!
Le ha prestado a Rüdiger otro libro: La venganza de Drácula. ¡Y a mí
me encantan los libros, sobre todo los libros de vampiros, claro!
Pero, por desgracia, Rüdiger no me ha contado mucho de su
segunda visita a Anton. La madre del niño se había torcido el tobillo y
tuvo que quedarse en casa. Rüdiger no vio a la madre, porque se
escondió en el armario cuando la mujer entró en el dormitorio de
Anton. Y luego descubrió La venganza de Drácula en la estantería de
Anton y me dijo que emprendió de nuevo el vuelo.
Tengo mis dudas de que sea todo verdad, pero de momento no voy a
poner nervioso a Rüdiger haciéndole preguntas. Todo lo contrario,
voy a estar superamable. ¡Por Anton! Por lo tanto, tampoco voy a
hablar de Drácula ni de La venganza de Drácula. ¡No, esperaré hasta
que Rüdiger me dé a leer los libros voluntariamente!
No puedo cogerlos de su ataúd así como así cuando él no esté en la
cripta. Entonces, estaría incumpliendo una de nuestras normas más
estrictas, querido noctario. Nuestro ataúd es la única zona privada
que tenemos los vampiros. Y si alguien entra a fisgonear, nos lo
tomamos muy mal. Incluso Rüdiger, quien no le da demasiada
importancia a sus cosas. ¡Y hasta ahora no me he peleado nunca
con mi hermano!
¡Además, no me hace falta Drácula ni La venganza de Drácula,
querido noctario! Y todavía no sabes mucho de mí, ¿verdad? ¿Qué
debería contarte primero? ¿Cómo me convertí en vampira?
Bueno… ¡en realidad yo no quería ser vampira!

Nací el 18 de diciembre de 1812, en nuestro castillo Schlotterstein,


como mi hermano. ¿Cuándo nació Lumpi? El 18 de junio de 1806.
¿Y Rüdiger? ¡El 15 de octubre de 1810!
Nuestro castillo Schlotterstein estaba situado sobre una montaña
boscosa de difícil acceso. Tan solo se podía entrar por la puerta del
guarda, donde había un rastrillo de hierro que se bajaba en caso de
peligro. Era una auténtica fortaleza, querido noctario. ¡Nada de un
palacio, como quizás estés pensando!
Pero a Lumpi, a Rüdiger y a mí nos gustaba el castillo Schlotterstein
tal y como era. ¡Sí, en el castillo Schlotterstein pasé los años más
bonitos y despreocupados de mi vida!
Pero luego empezó la otra parte, la parte oscura de la historia de
nuestra familia…
Era el año 1817.
Como cada año, en primavera, nuestra abuela iba al balneario de
Băile Herculane. Con sus manantiales calientes y su clima suave del
sur, Băile Herculane siempre había sido para ella como una fuente
de la juventud.
Pero en esta ocasión no volvió nada morena de Băile Herculane a
principios de verano. No, ¡estaba pálida como un cadáver y muy
delgada! Además, tenía los colmillos largos y puntiagudos.
A partir de entonces, nuestra abuela pasaba la mayor parte del
tiempo en su dormitorio, con la puerta cerrada y las cortinas corridas.
En otoño, nuestra abuela volvió a ir una vez más a Băile Herculane.
Nuestro abuelo la acompañó y, a su regreso, él también estaba
blanco como un muerto y tenía unos colmillos terriblemente largos.
Poco después, se mudaron nuestros abuelos a la capilla del castillo,
nos prohibieron a Lumpi, a Rüdiger y a mí volver a jugar por allí, y
cerraron la puerta de la capilla con un gran candado.
En los dos años siguientes nuestra abuela no regresó a Băile
Herculane. Sin embargo, cada vez parecía más fuerte.
¡Sí, y entonces llegó el año 1820!
En la primavera de 1820, nuestros abuelos se marcharon de nuevo a
Băile Herculane, esta vez acompañados de nuestro padre.
Nuestro padre regresó pálido como un cadáver y con muchas ojeras.
¡Al ver sus colmillos afilados como agujas, me dio un escalofrío! Sí,
hasta me sentí aliviada por que se mudase con nuestros abuelos a la
capilla del castillo, querido noctario.
Pero teníamos aún a nuestra madre…
Sin embargo, al cabo de dos semanas, ella también viajó a Băile
Herculane junto a nuestro padre y nuestros abuelos.
Y cuando nuestra madre regresó…
¡No! No puedo continuar escribiendo. ¡No te enfades conmigo,
querido noctario, pero tengo que hacer una pausa!
Aún más tarde
Ahora quiero contarte la parte más dolorosa de la historia de nuestra
familia, al menos, para mí. Me he quedado un buen rato quieta con
los ojos cerrados en el ataúd, pero creo que ya estoy lista para
contártelo.
Cuando nuestra madre regresó de Băile Herculane, estaba pálida
como un fantasma y tenía, como los demás adultos, unos colmillos
largos y puntiagudos. ¡No podía ni quería creérmelo! ¡Sí, en el fondo
esperaba un milagro! Pero ¿qué tipo de milagro? ¡Al menos, que
nuestra madre se quedase como estaba!
Pero se mudó también con nuestro padre y nuestros abuelos a la
capilla del castillo, y ya no se preocupó más por Lumpi, Rüdiger ni
por mí.
La otra esperanza que tenía —que los tres niños permaneciéramos
muy unidos y nos apoyáramos mutuamente— tampoco se cumplió.

Mientras tanto, Lumpi había


descubierto lo que les había sucedido a nuestros padres y abuelos, y
no podía esperar a convertirse en vampiro. Noche tras noche se lo
pedía con insistencia, hasta que en la primavera de 1821 se fueron
con él a Băile Herculane.
Rüdiger y yo nos quedamos bajo el cuidado de los criados y mi
antigua niñera Ursa, en el castillo Schlotterstein.
Cuando Lumpi regresó, parecía mayor, más maduro. La cara la tenía
más delgada y la barbilla, más angulosa. Hasta su modo de caminar
había cambiado. Y aquellos colmillos de depredador…
A Rüdiger y a mí nos llamaba «niños de biberón» y, por supuesto, no
tenía ninguna prisa en mudarse con nuestros padres y abuelos a la
capilla del castillo.
Pero lo que me pareció muchísimo peor fue que Rüdiger —el último
miembro de nuestra familia que quedaba como yo— ¡quisiera
también convertirse en vampiro!
Tan solo pasaron unas semanas antes de que Rüdiger convenciera a
nuestros parientes y emprendieran el camino a Băile Herculane, esta
vez con Lumpi y Rüdiger. ¡Y yo fui la única de nuestra familia que se
quedó en el castillo Schlotterstein!
Rüdiger casi no parecía haber cambiado a su vuelta. Incluso estuvo
algún tiempo durmiendo en su cama. No obstante, los alimentos de
humanos ya no los probaba. Sí, en el caso de Rüdiger la conversión
en vampiro tardó más de la cuenta… precisamente porque era muy
joven cuando pasó por la Transformación Final.
A mí después me ocurrió lo mismo. ¡Es más, mi conversión en
vampira todavía no ha terminado!
Fuera como fuese, a mí me ayudó mucho que la conversión en
vampiro de Rüdiger durara bastante porque, mientras tanto, a mí me
sucedió algo.
No, no me refiero por fuera. Nuestros criados y mi niñera Ursa me
habían cuidado muy bien. Pero por dentro yo sí había cambiado:
¡Tenía una gran curiosidad por lo que pasaba en Băile Herculane!
Así que le hacía a Rüdiger una pregunta tras otra.
¡Pero antes de contarte lo que me pasó a continuación, tengo que
dar un par de vueltas volando al cementerio!
Algo más tarde
¡Acabo de vivir algo realmente terrorífico! Estaba sentada en mi
banco preferido, bajo el viejo sauce llorón, pensando en Transilvania,
¡cuando me rodeó el cuello un brazo desde atrás!
Y entonces oí la voz más horrible que se pueda oír aquí, en el
cementerio: la de Geiermeier.
—¡¡¡Te pillé!!! —gritó entusiasmado.
¡El guardián del cementerio Geiermeier es nuestro peor enemigo,
querido noctario! Odia a los vampiros y le gustaría exterminar a toda
nuestra familia, si pudiera atraparnos.
—¡Suélteme! —chillé—. ¡No tiene derecho a agarrarme!
Pero Geiermeier me sujetó de los hombros y me dio la vuelta. Su
aliento caliente, con peste a ajo, me llegó a la cara. ¡Por poco me
desmayé!
Con sus gruesos pulgares, Geiermeier me abrió la mandíbula, pero
no esperaba ver lo que encontró allí dentro.
—Tú, mocosa, no tienes dientes de vampira —dijo desconcertado.
¡Ay, cuánto deseé en ese momento tener dientes de vampira, querido
noctario! ¡Entonces, le habría hecho sangrar a Geiermeier, como que
me llamo Anna von Schlotterstein!
—¿Y ahora qué hago contigo?
Miró de reojo las afiladas estacas de madera que sobresalían de los
bolsillos de su uniforme.
Sin aquellas armas mortíferas ni el repugnante aliento a ajo,
Geiermeier no se habría podido acercar.
—¿Debería dejarte aquí con tu sufrimiento? —exclamó y se rio
burlonamente—. ¿O debería tomarte como rehén y aguardar a que
lleguen los vampiros mayores, esos criminales que van huyendo de
la luz, esos demonios chupasangre, esos engendros infernales?
¡Que insultase a nuestra familia, me otorgó nuevas energías! Apreté
los puños y le golpeé la barriga. Geiermeier rugió de dolor y me soltó.
Y de repente le volé por encima.
¡Por Drácula, me salvé por los pelos! ¡Desde luego, no volveré a
quedarme soñando despierta cuando me siente en un banco del
cementerio, eso lo prometo!

Bueno, y ahora te contaré cómo me fue por Transilvania.

Rüdiger, mientras tanto, se había mudado también a la capilla del


castillo, y yo me sentía muy sola y abandonada.
Si quería hablar con mis padres o mis hermanos, tenía que esperar a
la puesta de sol. Y aun así siempre iban con muchas prisas.
Desde luego, ya nada era como antes, ¡porque mis parientes ya no
eran como antes!
Además, Lumpi y Rüdiger comenzaron a hablarme de sus aventuras
nocturnas con gran entusiasmo. Decían que no sabía lo que estaba
perdiéndome al no ser vampira.
Pero ¡no me tomé tan a la ligera la decisión como mis hermanos!
Al convertirme en vampira, no tendría nunca el cuerpo de una mujer,
ni tampoco daría a luz. Estaría pálida como una muerta y me
crecerían dientes de vampiro. Y no quería ni imaginar de lo que
tendría que alimentarme…
Pero, por supuesto, también sabía que de vampira sería siempre
joven. No tendría arrugas, ni canas, ni tampoco me pondría nunca
enferma, ni tendría achaques. Y si me protegía de la luz del sol,
viviría eternamente. Tendría libertad, una libertad inconcebible…
También pensé mucho en mis parientes.
Si no me convertía en vampira, mi vida entera oscilaría entre dos
mundos: mi propio mundo humano… y el mundo de los vampiros.
Pero si me decidía a convertirme en vampira, volveríamos a ser una
familia de verdad. Y ya no tendría que preguntarme más quién soy ni
a quién pertenezco.
Sí, aquella reflexión fue determinante.
Durante muchas semanas tuve unos miedos y unas dudas terribles,
y me sentí muy sola.
Pero, al final, me animé a convertirme en vampira.
A continuación, tuve que decidir quién de mis parientes quería que
me mordiera. Lumpi y Rüdiger no eran una opción, porque no tenían
experiencia. Además, Rüdiger afirmaba que el mordisco del vampiro
dolía muchísimo.
«¡Si el mordisco del vampiro hacía tanto daño, debía morderme
alguien que no tuviera una relación estrecha conmigo!», pensé. Así
que me decidí por mi abuelo, Wilhelm el Vil.
Sí, y luego tenía que elegir el lugar donde me mordería mi abuelo. A
todos mis parientes los habían mordido en Băile Herculane, de eso
me había informado Rüdiger.
¡Pero yo no quería —no, no podía— esperar a que mi familia viajase
otra vez a Băile Herculane!
¡Porque temía perder la valentía y cambiar de opinión!
Como a mis parientes les preocupaba lo mismo, se alegraron mucho
cuando me decidí por nuestro castillo Schlotterstein.

¡Oh, está sonando la piedra! Tengo que dejarte.

Al cabo de un ratito
No ha venido nadie a la cripta, así que no sé por qué sonaba la
piedra. ¡Pero ahora puedo seguir escribiendo!

Después de decidirme por mi abuelo, se lo conté a mi abuela. Por


aquel entonces no era la cabeza de familia, pero cuando necesitaba
desahogarme con alguien, ella pasaba más tiempo conmigo que mi
madre.
—¡Para tu abuelo será un honor! —exclamó.
—¿Duele mucho el mordisco? —le pregunté, preocupada.
—Eres tan joven… —respondió con una sonrisa—. Así que será
mejor que te prepare una infusión especial. Esta infusión te dará
sensación de cansancio, pero no estarás dormida. Tan solo puedes
convertirte en vampira si eres consciente de lo que sucede. Y si
estás preparada por dentro.
A la noche siguiente, mi abuela me trajo la infusión. Era verde y
sabía fuerte, amarga. Pero me la bebí y me tumbé en la cama.
Entonces vi que mi abuelo entraba en la habitación. Le seguían mi
madre y mi padre.
Después, me dejé llevar por la corriente. Una corriente de agua
verde como la infusión. La luna brillaba y unas luces plateadas
danzaban en el agua. Me sentía totalmente en paz.
Entonces vi a mi abuelo inclinándose sobre mí.
—¿Estás preparada, Anna? —preguntó con cara de solemnidad.
Yo no podía hablar y Wilhelm el Vil tuvo que repetir su pregunta.
—Sí —contesté cuando formuló la pregunta por segunda vez—.
Estoy preparada.
Mi abuelo me dio una rosa.
Inhalé profundamente su aroma. Las espinas me arañaron la piel y el
agua se tiñó de rojo… de un color tan rojo como los pétalos de la
rosa.
No recuerdo nada más, querido noctario.

El efecto anestésico de la infusión duró hasta la mañana siguiente.


No me dolía nada, tan solo me ardían y palpitaban las dos marcas
del mordisco en el cuello.
—¿Ursa? ¡Estoy despierta! —grité con una voz ronca que me resultó
muy extraña.
Estaba acostumbrada a que mi niñera me esperase en el pasillo
delante de mi dormitorio para ayudarme a vestirme. Pero Ursa no
respondió. Fui a la puerta y me asomé al pasillo. Estaba vacío.
Delante de mí empezó todo a dar vueltas y volví corriendo a la cama.
Allí debí de desmayarme, pues cuando recuperé la consciencia, ya
estaba anocheciendo. En mi mesilla descubrí un plato con un
bocadillo y un vaso de leche. No pude comer nada, pero me bebí la
leche, que me supo más buena que nunca. ¡Sí, creo que mi
predilección por la leche comenzó aquella noche, querido noctario!
Más tarde me visitaron Lumpi y Rüdiger, nuestros padres y nuestro
abuelo. Todos dijeron que estaban muy orgullosos de mí y estaban
ansiosos por que me convirtiera en uno de ellos… en uno de ellos de
verdad.
La última en aparecer fue nuestra abuela, y dijo:
—Has sido la última, Anna. Para ti la decisión ha sido más difícil. ¡Y,
por eso, en mi opinión, eres la más valiente!
Por supuesto, me alegré ante tantos elogios, entre otros motivos
porque no me sentía tan valiente.
Mi miedo a la Transformación Final era que el mordisco de nuestro
abuelo no desapareciera nunca y cada vez que pensaba en aquel
último paso irrevocable, me estremecía.
¡Pero entonces viví una experiencia maravillosa!
Me hallaba en el patio del castillo y alcé la vista al cielo.
Y, de pronto, oí una voz que decía:
—No debes temer a la oscuridad. La luz está en tu interior y allá
donde estés, la noche será clara.
No sé de dónde procedía la voz, pero ¡su mensaje me resultó
sumamente tranquilizador!
No mucho después, nuestra familia von Schlotterstein al completo
viajó a Băile Herculane.
¡Pero de eso te hablaré mañana!

13 / 14 de septiembre

No había estado nunca en Băile Herculane, pero había oído hablar a


mi abuela del peligroso recorrido en carruaje hasta allí.
Se tardaba varios días por caminos llenos de baches y escarpados
desfiladeros, había que pasar por profundos abismos y cruzar
estrechos cañones. A menudo los caballos se desbocaban, las
ruedas del carruaje se rompían y los pasajeros se mareaban, había
dicho Sabine la Horrible.
Y yo iba a ser la única de nuestra familia que iba a ir en carruaje,
pues mis parientes viajarían volando, incluidos Lumpi y Rüdiger…
Pero entonces dijo mi abuelo:
—Iremos los dos volando juntos a Băile Herculane, Anna. ¡Te llevaré
sobre mi espalda!

Y así sucedió, querido noctario. Volamos durante toda la noche, mi


abuelo y yo. ¡Era la primera vez que volaba y me encantó!
Llegamos a Băile Herculane poco antes del amanecer. No sé cómo
estará ahora, pero en aquella época era un lugar de vacaciones
lujoso, con suntuosos palacios y mansiones.
Wilhelm el Vil voló hasta una villa que había tras unos altos muros y
aterrizó en el jardín lleno de maleza.
Después se dirigió a una puerta baja, que yo no había advertido
porque estaba tapada por una parra, e hizo sonar la campana.
Abrió mi abuela y me condujo a una habitación que estaba
amueblada con bonitas antigüedades.
¡Ay, la de veces que he deseado desde entonces haber corrido
aquellas pesadas cortinas de brocado y haber esperado a que
saliera el sol, querido noctario!
Entonces, habría visto por última vez su luz dorada y habría notado
su calor. ¡Y me habría quedado contemplando una vez más todos los
brillantes y maravillosos colores de esta tierra!
También me habría despedido del sol.
«Querido sol —habría dicho—, te voy a echar muchísimo de menos,
pero no olvidaré que a pesar de que yo no vuelva a verte, seguirás
estando ahí».
Pero por desgracia, esa noche estaba terriblemente cansada y me
tumbé enseguida en aquella cama enorme y blanda…

Cuando me desperté, mi madre estaba junto a la cama. Llevaba


puesto un vestido de terciopelo y tenía un aspecto muy festivo. Para
mí había traído un vestido rojo escarlata, de seda. El cuello y las
mangas abombadas estaban adornados con un fino encaje negro. La
falda con vuelo llegaba hasta el suelo y, a cada paso, hacía frufrú, lo
que me gustaba especialmente.
Mi madre me puso en el pelo unas peinetas de plata y me empolvó la
cara. Después me acercó un espejo.
—Será la última vez que
puedas reflejarte en un espejo —dijo.
Lo cogí y me miré en él. Por supuesto, sentí orgullo y alegría. ¡Nunca
me había visto tan hermosa!, pensé.
Pero reconocí algo oscuro en mis ojos: dolor por la despedida al
mundo que conocía y miedo a un futuro incierto. Me recorrió un
escalofrío y enseguida aparté el espejo.
Mi madre y yo abandonamos la habitación y atravesamos un largo
pasillo iluminado con velas.
Llegamos a un antiguo reloj de pie.
—Este es el reloj de la Transformación Final —susurró mi madre.
Al mirar la esfera, comprobé que tan solo quedaban unos minutos
para la medianoche.
De repente, no pude moverme, querido noctario. Entonces el reloj dio
la hora y oí una voz ronca.
—¡Tú! —dijo la voz.
El reloj sonó por segunda vez.
—¡Sola! —continuó.
Tocó una tercera vez.
—¡Debes!
—¡Decidir! —oí—. ¡Tu!
—¡Destino! ¡Anna! ¡Von! ¡Schlotterstein! ¡Elige! ¡Con!
El reloj dio las doce y la voz dijo:
—¡Cabeza!
En cuanto el reloj se quedó en silencio, dejé de estar inmóvil.
—¿Tú sola debes decidir tu destino, Anna von Schlotterstein? ¿Elige
con cabeza? —repetí el mensaje del reloj de pie—. Pero ya me he
decidido —espeté—. ¡Quiero convertirme en vampira! ¡No quiero ser
la única humana de nuestra familia!
Apenas había pronunciado aquellas palabras, cuando el reloj sonó
por decimotercera vez. Sí, en serio: ¡el reloj de la Transformación
Final dio las trece, lo oí con mis propios oídos!
—Todo irá bien —dijo mi madre. Sonrió y me apretó la mano—. ¡Ven!
Seguimos caminando.
—¿Dónde están el abuelo, la abuela y papá? —pregunté—. ¿Y
dónde están Lumpi y Rüdiger?
—En el salón de fiestas —respondió—. Junto a los demás invitados
de Elisabeth la Golosa para tu Transformación Final.
Nos detuvimos frente a una puerta de doble hoja.
Detrás de la puerta oímos voces amortiguadas, risas y carraspeos,
como en el teatro, justo antes de subirse el telón. Solo que aquello
no era un teatro. Y en el salón de fiestas tampoco había humanos…
No te lo tomes a mal, querido noctario, pero ahora tengo que hacer
una pausa y darme un masaje en la mano con la que escribo.

Algo más tarde


Me he masajeado la mano y ya puedo continuar escribiendo.
Mi madre me llevó a un aposento en el que me aguardaba mi abuelo.
Nos dejó solos.
Wilhelm el Vil también iba vestido de fiesta. Cuando vi la levita gris
plateada con el chaleco a juego, la camisola negra, los pantalones a
media pierna negros y las medias gris plata, pensé: «¡Mi madre y mi
abuelo se han arreglado tanto por mí!».
Al lado, en el salón, comenzó alguien a tocar el órgano. Cada vez se
mezclaban más voces en la música, agudas y graves, suaves y
fuertes… cada vez más hasta ser todo un coro.
Primero su canto era más bien suspiros y lamentos. Al cabo de un
rato, pasaron a trinos y gorjeos. Y, al final, sonó como si los vampiros
dijeran nombres en una rápida sucesión.
—¿Lo oyes? ¡Es la llamada! —dijo mi abuelo.
—¿Y a quién llaman? —pregunté.
—A los fantasmas de nuestros antepasados, a los von Schlotterstein
—contestó Wilhelm el Vil.
—¿Llaman a los fantasmas para que vengan a Băile Herculane?
Gracias a Rüdiger sabía que los fantasmas de nuestros antepasados
representaban un papel importante en la Transformación Final.
—No, no llaman a los fantasmas para que vengan a Băile Herculane
—dijo mi abuelo—. Tienes que ir con ellos después del Golpe del
Vampiro, al otro lado. Pero no te quedes allí. No si quieres convertirte
en vampira.
—El otro lado… Con eso quieres decir que antes tengo que morir
para convertirme en vampira, ¿no? —pregunté.

—Sí —afirmó mi
abuelo—. Los fantasmas que te encontrarás al otro lado son los
espíritus de nuestros antepasados muertos, aquellos von
Schlotterstein que no se convirtieron en vampiros y no pueden
abandonar el otro lado. Tan solo quien decide convertirse en vampiro
puede regresar a la Tierra.
Sentí un nudo en la garganta, pero tragué un par de veces y me dije
a mí misma que tanto mis abuelos como mis padres, Lumpi y
Rüdiger habían vuelto del otro lado.
Mi abuelo se me quedó mirando.
—¡Piénsalo bien, Anna! —me advirtió entonces—. Todavía estás a
tiempo de volverte atrás.
Negué con la cabeza sin pronunciar palabra.
—Puede parecer que los vampiros llevamos una magnífica
existencia, sin problemas —dijo Wilhelm el Vil—. No envejecemos,
podemos volar, no vamos a trabajar, somos libres. Pero esa es tan
solo una verdad a medias. Somos unos parias. Nos odian y nos
persiguen. Somos prisioneros de la noche para toda la eternidad,
porque la luz del sol acabaría con nosotros. ¡Y créeme, vivir para
siempre también puede ser una maldición!
Mi abuelo me dirigió una mirada penetrante. Aquellos ojos me
pusieron el vello de los brazos de punta.
—Si no te conviertes en vampira, aún te quedan muchos años de
vida por delante —prosiguió—. Las heridas del mordisco cicatrizarán
y volverás a recuperar las fuerzas. Y puedes ir a visitarnos todas las
noches a la capilla del castillo. Celebraremos también fiestas juntos
en el futuro, tus cumpleaños, por ejemplo…
—¡Y cada cumpleaños seré un año más vieja! —repliqué.
Mi abuelo asintió.
—¡Pero no quiero ser la única que se haga vieja! —grité—. Quiero
ser como vosotros. Quiero ser una de vosotros. ¡Sois mi familia!
Wilhelm el Vil se enjugó unas cuantas lágrimas.
—¡Me enorgullece ser tu abuelo, Anna!
En aquel momento cesó el órgano el canto.
—¡Vámonos! —dijo.
En la sala aguardaban ochenta vampiros o más. Me mareé bastante,
querido noctario. Pero no fue solo al ver a los vampiros, sino por el
aire: un olor a moho y podredumbre, antipolillas y perfumes dulzones
llenaba la sala de fiestas. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no
toser, pues habría resultado de muy mala educación.
Cuando entramos, los vampiros comenzaron a aplaudir.
«¿No está preciosa?», «¡Qué cosita más joven e inocente!», «¡Ay,
qué encantadora!», sonaba por todas partes.
Un vampiro se humedeció los labios y gritó:
—¡Por sus venas aún corre sangre humana!
Muchos vampiros gimieron, otros emitieron gruñidos y algunos
enseñaron los dientes.
Yo le agarré la mano a mi abuelo.
En aquel instante, entró una grácil dama vampira a la sala de fiestas.
La seguía un vampiro que llevaba un cojín rojo sobre el que se
apoyaba una espada.
Se me cortó la respiración, querido noctario. ¡Esa debía de ser la
espada Mjerkur de la que me había hablado Rüdiger, que perteneció
antiguamente al conde Drácula y era una especie de reliquia para los
vampiros!
Un murmullo recorrió la multitud que había allí congregada.
—¡Por fin! —exclamó uno.
La dama vampira se apoyaba al caminar en un bastón, pero no daba
la impresión de fragilidad. Llevaba puesto un vestido largo negro, con
artísticos bordados, y guantes de encaje negro. Sus cabellos blancos
estaban coronados por una diadema de oro, llena de piedras
preciosas. ¡Sí, en caso de que los vampiros tuviéramos un rey o una
reina, habría dicho que tenía el aspecto y el porte de una reina
vampira, querido noctario!
Enseguida supe quién era: Elisabeth la Golosa. ¡Rüdiger ya me
había contado un montón de cosas sobre ella!
Me había dicho que Elisabeth la Golosa procedía de una familia
noble transilvana, los von Grauenhaft, unos parientes lejanos del
conde Drácula. Y además, por otro lado, estaba emparentada con
nosotros, los von Schlotterstein.
Rüdiger también me había contado cómo se habían conocido
nuestra abuela y Elisabeth la Golosa: en la primavera de 1817,
durante una fiesta en Băile Herculane. Se habían hecho amigas, y
Elisabeth la Golosa había invitado a nuestra abuela a vivir en su
mansión.

Para nuestra
abuela fue un placer dejar la habitación que había alquilado en una
pensión y mudarse a la casa de Elisabeth, la misma villa en la que
tendría lugar mi Transformación Final.
Pero, al poco tiempo, los médicos detectaron en nuestra abuela una
enfermedad incurable, muy avanzada. En aquella situación que, por
lo visto, no tenía remedio, Elisabeth la Golosa le reveló que era una
vampira y le prometió a nuestra abuela la vida eterna.
Tras vacilar al principio, nuestra abuela accedió.
Sí, y así se convirtió en vampiro el primer miembro de nuestra familia
von Schlotterstein, querido noctario.
Pero ¡volvamos a mi Transformación Final!
Elisabeth la Golosa saludó a los invitados y después gritó:
—¡Que la nueva hermana dé un paso al frente!
«La nueva hermana» resonó en mis oídos. ¡Esa no era otra más que
yo!
—Ve, Anna —susurró mi abuelo.
Me acerqué a Elisabeth la Golosa dudando. Rüdiger la había descrito
como «más vieja que Matusalén». ¡Estaba claro que Elisabeth la
Golosa era muy vieja! Pero poseía esa especie de belleza atemporal
basada en la dignidad, la distinción, el poder y el prestigio.
Cuando llegué a su lado, le hice una reverencia y le besé la mano.
Sonrió de forma altanera y vi como los afilados colmillos de vampiro
le brillaban. Me dio un escalofrío, pero traté de mantener la calma.
—No ocurre con frecuencia que acojamos un nuevo miembro en
nuestro ilustre círculo —dijo Elisabeth la Golosa—. ¡Y más raro aún
es que acojamos a una familia entera como miembros nuevos!
Señaló a mis parientes con la cabeza.
—Pero nunca antes habíamos tenido a un miembro de tu edad —se
dirigió otra vez Elisabeth a mí—. ¡Eres la más joven a la que se le ha
concedido este honor, Anna von Schlotterstein!
«¡La más joven, desde luego!», «¡Menudo honor!», gritaban los
vampiros.
—Ya sabemos algo de ti por tus abuelos, tus padres y tus hermanos
—dijo Elisabeth la Golosa—, pero estoy segura de que también te
gustaría contarnos esto y lo otro de tu vida.
Se me quedó mirando, llena de expectación.
¡Rüdiger no me había preparado para aquello!
—Yo… yo preferiría empezar ya —respondí al cabo de una pausa y
temí haberme puesto en ridículo.
Pero más bien sucedió lo contrario.
—¡La pequeña tiene agallas! —gritó un vampiro.
—Sabe lo que quiere. ¡Eso me infunde respeto! —exclamó otro.
—Anna von Schlotterstein coge al toro por los
cuernos. ¡Bien hecho! —gritó un tercero.
—Quien la meta clara tiene, consigue lo que quiere —me elogió
Elisabeth la Golosa—. Entonces, nosotros renunciamos a tu
declaración personal, Anna von Schlotterstein.
Eh, tengo que volver a hacer una pequeña pausa. De repente, me ha
entrado una sed tremenda… ¡de leche!
Algo más tarde
No le he hablado nunca a nadie de lo que ahora te vas a enterar,
querido noctario. Pero todos mis parientes sí estaban allí cuando me
convertí en vampira. Y estuvieron presentes durante la
Transformación Final, ¡y supieron lo que sucedió!
Nuestro abuelo me llevó a un ataúd más amplio de lo normal, forrado
por dentro de terciopelo rojo oscuro.
En la cabecera descubrí dos cojines negros.
Los vampiros se reunieron alrededor del ataúd.
—Siempre puedes cambiar de parecer, Anna —me susurró al oído
nuestro abuelo.
—Sé lo que quiero —repuse.
Y lo dije en serio, querido noctario.
Desde que el reloj de la Transformación Final había tocado por
decimotercera vez, mis miedos se habían desvanecido.
Me recogí el vestido y entré en el ataúd.
Mi abuelo me siguió. Nos tumbamos dentro y apoyamos las cabezas
en los cojines negros. Elisabeth la Golosa se colocó a los pies del
ataúd y alzó una bola de cristal. Hasta entonces cientos de velas
iluminaban el salón de fiestas, pero, de pronto, se apagaron sin que
nadie las hubiera soplado.
Entonces la bola de cristal comenzó a brillar con un tono rojo fuego.
¡Sí, parecía como si la bola de cristal ardiera en llamas por dentro!
Sonaba música, pero no eran los vampiros los que cantaban.

La música procedía de unas


voces incorpóreas, acompañadas de instrumentos invisibles.
En mis oídos empezó a oírse un murmullo y un bramido.
Y entonces volvió a arrastrarme aquella corriente verde. En su orilla
estaban los vampiros que habían ido a mi Transformación Final, y
entre ellos, también mi familia.
Vi resplandecer algo metálico… ¡la espada Mjerkur!
Se inclinó hacia abajo y atravesó mi corazón. Pero no sentí dolor, tan
solo que tiraban y una presión muy fuerte. Unas chispas rojas se
arremolinaron ante mis ojos.
Comencé a hundirme… cada vez más hondo.
Y todo a mi alrededor se oscureció.
Y entonces volví a recorrer mi pasado: los años en el castillo
Schlotterstein… mi familia… mi niñera Ursa… las fiestas que
habíamos celebrado… mis juegos con Lumpi y Rüdiger… Al final,
estaba de nuevo en el vientre de mi madre, esperando nacer…
Mientras tanto, había llegado al fondo de la corriente, donde reinaba
una extraña luz crepuscular. Una alfombra de algas verdes me
recibió. Los peces se deslizaban de aquí para allá y me miraban.
Entonces oí la voz de Elisabeth la Golosa:
—¡Anna von Schlotterstein! Ha llegado el momento de la
Transformación Final. ¿Te unes por voluntad propia a nuestro
círculo?
Reuní todas mis fuerzas para volver a la superficie.
—¡Me uno por voluntad propia! —grité.
Luego me hundí otra vez hasta la alfombra de algas.
—¡Tienes que decirlo tres veces, Anna von Schlotterstein! —oí que
decía la voz de Elisabeth la Golosa.
Con un gran esfuerzo, salí de nuevo a la superficie y grité:
—Me uno… por voluntad… propia.
Me volví a hundir hasta el fondo de la corriente.
—¡Tienes que decirlo por tercera vez, Anna von Schlotterstein! —oí
que decía la voz de Elisabeth la Golosa.
Traté de llegar a la superficie, pero no tenía fuerzas suficientes.
De pronto, me rodearon muchas figuras de blanco y el agua movió
con suavidad sus vestimentas de un lado a otro.
—¿Sois mis antepasados? —pregunté.
—Sí. Te estábamos esperando. Hemos venido a recibirte —
respondieron.
Una mujer mayor con los cabellos largos y blancos se inclinó sobre
mí.
—¡Anna! —exclamó sonriendo—. ¡Qué bien que por fin nos hayamos
encontrado!
—¿Quién eres? —quise saber.

Sus rasgos me
recordaban a los míos.
—Soy Johanna von Schlotterstein, tu bisabuela —contestó—. Me
han elegido como tu espíritu guardián, mi pequeña Anna. Mi intrépida
pequeña Anna —añadió y, de pronto, pareció triste—. ¿De verdad
quieres regresar a la Tierra?
Vacilé. ¡Cómo me habría gustado quedarme más rato con mi
bisabuela Johanna! ¡Y cómo me habría gustado conocer a mis otros
antepasados!
—¿Has estado alguna vez en un sitio con tanta paz? —preguntó mi
bisabuela.
—No —respondí.
—Puedo enseñarte muchas cosas —dijo—. ¡Y estaremos juntas para
siempre, Anna!
En aquel instante, las algas me rodearon para que no pudiera
moverme.
—¡Pero yo quiero volver a la Tierra! —grité.
Entonces oí la voz de Elisabeth.
—¡Tienes que decirlo por tercera vez, Anna! —gritó—. ¡Di que es por
voluntad propia!
Intenté liberarme de las algas, pero cada vez me agarraban con más
fuerza.
—¡Ayúdame! —le supliqué a mi bisabuela Johanna.
—¿Estás totalmente segura de que quieres regresar? —inquirió.
—Sí —contesté—. Quiero estar con mis padres y abuelos, y con mis
hermanos. ¡Ayúdame, por favor!
—Si así lo deseas, te ayudaré.
Mi bisabuela me liberó de las algas y me cogió en brazos para
llevarme hacia arriba.
Cuanto más subíamos, más pálida y transparente se hacía su figura.
—Que te vaya bien, bisabuela Johanna —me despedí cuando
llegamos a la superficie.
—Que te vaya bien, pequeña Anna —se despidió antes de
fusionarse con el agua verde.
Al emerger, grité:
—¡Me uno por voluntad propia!
¡Sí, y entonces aparecí de nuevo tumbada en aquel enorme ataúd, al
lado de mi abuelo! La luz roja de la bola de cristal se había apagado
y las velas irradiaban de nuevo su cálido brillo.
—Bienvenida a nuestro círculo, Anna von Schlotterstein —dijo
Elisabeth la Golosa con voz solemne.
—¡Bienvenida a la Vida Eterna, Anna von Schlotterstein! —gritaron
los vampiros.
Bajé la vista para mirarme, porque quería ver lo grande que era la
herida que me había dejado la espada Mjerkur. Aun así no pude
distinguir la pequeña lesión. En la mano de mi abuelo tampoco había
nada.
Pero ¡Elisabeth la Golosa tenía que haber arañado con la hoja de la
espada la mano de mi abuelo! ¡Y después tenía que haber mezclado
nuestra sangre, apretando su mano ensangrentada sobre mi corazón
sangrante!
En la Transformación Final de Rüdiger había sido así. ¡Me lo había
contado Lumpi, que había participado —como vampiro— en la
Transformación de Rüdiger!
Elisabeth la Golosa me pasó una copa dorada llena de un líquido
oscuro.
—Ahora beberás la Bebida de la Vida Eterna —dijo—, que eliminará
todo lo humano que haya en ti, Anna von Schlotterstein.
Obedecí. La Bebida de la Vida Eterna sabía inesperadamente bien,
pero su efecto fue horroroso: recorrió a toda velocidad mi cuerpo
como una tormenta de fuego. Chillé y me retorcí de dolor.
Poco a poco fue disminuyendo el dolor y me di cuenta de que la
Bebida de la Vida Eterna había agudizado mis sentidos y que yo
había perdido la gravedad terrestre. ¡Sí, era como si estuviera en un
cuerpo nuevo!
Más tarde volé por primera vez con mi capa vampírica y tuve una
sensación de felicidad abrumadora, querido noctario. Sin embargo,
me olvidé de mover los brazos arriba y abajo tranquila y
constantemente, como me había enseñado mi abuelo, por lo que por
poco me estrellé y tuve que hacer un aterrizaje de emergencia en la
copa de un árbol.
¡Pero en realidad no quiero explayarme y contarte ahora todos los
detalles! Solo diré lo relativo a mis dientes.
Los que regresan del otro lado, normalmente tienen unos colmillos
de vampiro largos y afilados, con los que… bueno, ya sabes.
A mis abuelos, a mis padres y a Lumpi les pasó eso. Rüdiger tardó
unos meses en tener los colmillos largos y afilados. Pero yo aún
estaba cambiando los dientes cuando pasé por la Transformación
Final.
¡Por eso, no me salieron los dientes de vampira, ni uno!
Mientras tanto, me crecieron los colmillos, querido noctario, pero
todavía no tengo unos colmillos largos y afilados como los de mis
parientes vampiros. ¡Y a mí ya me está bien!

17 / 18 de septiembre

Llevo un par de noches sin escribir nada, querido noctario. Los


recuerdos sobre nuestro castillo Schlotterstein y Băile Herculane, de
repente, volvieron a cobrar vida… Pero ¡esta noche me ha traído a la
cruda realidad la tía vampira más horrible del mundo!
Estábamos solas en la cripta, la tía Dorothee y yo. Por supuesto,
aprovechó la oportunidad para incordiarme. Me tendió una escobilla
y un recogedor y me ordenó:
—¡Haz algo útil! ¡Limpia el polvo del ataúd del tío Theodor!
—¿Quién? ¿Yo? —pregunté.
La tía Dorothee siempre limpia ella misma el ataúd del tío Theodor.
Afirma que así conserva sus recuerdos.
—¡Sí, tú! —replicó—. ¡Y empieza ya!
Su tono de ordeno y mando me molestó, y repuse:
—Bueno, ¡me parece una exageración limpiarlo todos los días!
—¿Qué dices? —Se me quedó mirando con los ojos fulgurantes—.
¿Una exageración?
—¡Sí! Al fin y al cabo, nuestra salida de emergencia empieza en el
ataúd del tío Theodor y, por eso, siempre está sucio por allí. Además,
al tío Theodor ya no le hace falta ataúd.
La tía Dorothee lanzó un grito estremecedor.
—¡Mal bicho, bicho insensible! —chilló—. ¿Me tienes que restregar
por las narices que me he quedado viuda?
Y después se echó a llorar. La tía Dorothee se quedó viuda hace
doce años, querido noctario, pero tal y como se comporta, ¡parece
que el tío Theodor nos hubiera dejado ayer!
Al final, sacó un pañuelo de colores del escote de su vestido y se lo
pasó por los ojos como si hubiera llorado. Pero todavía no he visto
nunca llorar a la tía Dorothee, bueno, con lágrimas.

¡Montar el drama con sollozos y lloriqueos, eso sí sabe hacerlo! Pero


¿derramar lágrimas de verdad? ¡La tía Dorothee, no!
Cuando el tío Theodor estaba aún entre nosotros, le hacía las
noches un infierno. ¡Sí, a veces pienso que el pobre tío Theodor tal
vez provocó él mismo su horrible final!

Fuera como fuese, nadie se explica por qué tocó


abiertamente con un cuarteto sobre su tumba. Como si hubiera
querido que el guardián del cementerio Geiermeier descubriera su
tumba. Y a la mañana siguiente, apareció Geiermeier con sus
estacas de madera…
Por aquel entonces teníamos aún nuestras tumbas individuales. Pero
tras el espantoso final del tío Theodor, nuestra abuela encargó a los
legendarios constructores de criptas de Cluj-Napoca la creación de
una cripta familiar subterránea.
Sobre los constructores sé muy poco. Figuran entre los vampiros
más viejos y tienen habilidades y conocimientos únicos. En nuestra
Cripta Schlotterstein no se ven ni vigas ni muros, tan solo tierra del
cementerio. Pero sin embargo, no se viene abajo, no se derrumba
nada.
¡A Lumpi, Rüdiger y a mí nos habría encantado ver a los
constructores trabajando! Pero la tía Dorothee nos llevó justo
después del fallecimiento del tío Theodor a casa de unas amigas
suyas, las von Raffzahn, a pasar varios meses al mar Negro.
Las von Raffzahn son tres damas vampiras viejas y fosilizadas que
acogen a niños vampiros. Se esfuerzan mucho, pero la verdad es
que odian a los niños. Debido a sus malos tratos, Rüdiger se
amargó, yo apenas podía dormir y a Lumpi le salieron más granos
que nunca.

¡Pero volvamos a la tía Dorothee!


Como no me disuadía, se puso ella a limpiar el ataúd del tío Theodor.
¡Sí, y después vació el recogedor en mi almohada, en la que te tengo
escondido, querido noctario!
—¡A ver si te sirve de lección! —dijo—. ¡Ja, ja, tu tía Dorothee va a
inculcarte buenos modales!
La expresión «inculcar buenos modales» la animó de nuevo.
Silbando alegremente subió las escaleras a pasos cortos. Poco
después sonó la piedra sobre el agujero de entrada.
Cogí mi almohada y sacudí la suciedad… ¿Dónde?
¡En el ataúd del tío Theodor, pues allí estaba antes!
Después te saqué de la funda de la almohada porque quería
ponerme a escribir, pero me había enfadado mucho y no podía
concentrarme.
Volví a esconderte y volé un poco por la ciudad.
A mi regreso no había nadie en casa. El aire fresco nocturno durante
el vuelo me había dado sed, así que me fui corriendo a la parte
trasera de la cripta, donde guardo bajo las raíces de un árbol mis
provisiones de leche. Y ¿sabes qué? ¡Las bolsas habían
desaparecido!
Miré en todos y cada uno de los ataúdes, lo que está prohibido, como
sabes. No obstante, creo que tenía derecho a hacerlo bajo aquellas
circunstancias.
Pero no encontré la bolsa con la leche que, al menos, me habría
alimentado durante tres semanas.
De repente, sospeché de alguien: ¡de la tía Dorothee! Debía de
haber sido ella quien había robado la bolsa con la leche. ¡Para
vengarse por haberme negado a barrer el ataúd del tío Theodor!
Al principio me entraron ganas de echar a volar de nuevo e ir en
busca de la tía Dorothee para hablar con ella, pero luego decidí
esperar en la cripta a mis padres y abuelos ¡y quejarme a ellos!
Sí, y ahora estoy aquí sentada esperando. Pensando en la tía
Dorothee.
Ya se ha quedado viuda varias veces, pero no conozco el número
exacto de maridos muertos. No habla de ello, y nuestros parientes
tan solo hacen vagas insinuaciones como: «Dorothee no ha tenido
siempre una vida fácil» o «No todos los deseos que tenemos se
cumplen».
¡Eso es verdad! Mi deseo de que se mude por fin la tía Dorothee
hasta ahora tampoco se ha cumplido. Pero en ese deseo no estamos
todos de acuerdo.
—No olvides que la tía Dorothee nos acogió en su palacio cuando
tuvimos que abandonar nuestro castillo Schlotterstein —le gusta
decir a Sabine la Horrible.
Que tuviéramos que dejar nuestro castillo Schlotterstein está
relacionado con Ursa, mi antigua niñera.
Cuando nuestros abuelos, nuestros padres y más tarde mis
hermanos se convirtieron en vampiros y se mudaron a la capilla del
castillo, Ursa guardó silencio. Pero cuando yo me transformé en
vampira, Ursa creyó que su obligación era, al menos, salvar mi alma.
Así que bajó al pueblo que estaba al pie de las montañas y puso al
corriente al párroco.
De camino a casa, Ursa ya estaba arrepintiéndose de lo que había
hecho. Y por la noche me confesó que había hablado con el párroco.
Yo se lo conté a mi abuela, que bajó volando al pueblo, donde vio a
sus habitantes, ya reunidos en la plaza del mercado, gritando:
«¡Fuera esos vampiruchos!» y «¡Acabemos con esos engendros
diabólicos!».
Entonces mis abuelos supieron que no había tiempo que perder y
aquella misma noche abandonamos el castillo Schlotterstein.
Volamos a casa de la tía Dorothee, que vivía con su marido Einhart
von Einfalt en el palacio Einfalt. El palacio tenía cincuenta
habitaciones, pero la tía Dorothee, que por aquel entonces se
llamaba Dorothee von Schlotterstein-Einfalt, nos alojó en el cenador
de su jardín. No es que la familia estuviera muy unida, ¿eh?
Bueno, al menos, el cenador tenía contraventanas que se podían
cerrar desde dentro para que no pasase la luz del sol, y una sólida
puerta de madera que bloqueábamos día y noche.

Einhart von
Einfalt era un noble en los mejores años de su vida, aunque un
poco… simplón. La tía Dorothee pasaba el tiempo haciéndole
enfadar y burlándose de él. Sus constantes humillaciones le habían
arruinado la salud y una noche cayó muerto en una escena
especialmente degradante.
De modo que la tía Dorothee se quedó viuda de nuevo. De golpe,
descubrió que tenía sentimientos hacia nosotros, sus parientes, y
nos invitó a vivir en el palacio. Nos alegramos de escapar del
cenador y nos mudamos al sótano abovedado del palacio.
Al ver la tía Dorothee por primera vez nuestros ataúdes, se quedó
sorprendida. Sí, con lo egoísta y vanidosa que es, reconoció
enseguida las posibilidades que le ofrecía la vida de vampira.
Entonces fue nuestra abuela la que mordió a la tía Dorothee.
Varios meses más tarde, la tía Dorothee volvió a casarse, esta vez
con un barón en la absoluta pobreza, Theodor von Seifenschwein.
Se mudó también enseguida con ella al palacio, que la tía Dorothee
rebautizó entretanto como «Palacio Schlotterstein».
Theodor von Seifenschwein se convirtió en nuestro tío Theodor,
querido noctario. Y la tía Dorothee se llamó a partir de entonces
Dorothee von Schlotterstein-Seifenschwein.
Pero ¡por desgracia unos cazadores de vampiros prendieron fuego al
palacio Schlotterstein! También talaron la pícea Rusalka que crecía
frente al palacio y destrozaron las hierbas que mi abuela había
plantado.
Gracias a Drácula, nos avisó uno de los criados y pudimos huir a
tiempo.
Nuestra huida nos llevó a Viscri, donde vivía nuestra tía abuela
Brunhilde en una amplia cripta subterránea, la Cripta Negra.
La tía
Dorothee y el tío Theodor se mudaron con nosotros a la Cripta
Negra. Para mi pesar, en lo que se refiere a la tía Dorothee, porque
el tío Theodor la verdad es que era bastante simpático.
¿Y el castillo Schlotterstein, donde habíamos nacido Lumpi, Rüdiger
y yo? No se había quemado, sino que había sido víctima del paso de
los años. Los habitantes del pueblo le habían dado incluso un nuevo
nombre para eliminar definitivamente el recuerdo de nosotros, los
von Schlotterstein.
Ahora es el castillo en ruinas Zebernik, querido noctario, y tan solo
quedan unos tristes restos.
¡Oh, suena la piedra! ¡Esos deben de ser mis parientes!

18 / 19 de septiembre
Mi abuela fue la primera en regresar a la cripta. Había tenido una
noche fructífera. Lo supe por los labios rojos y su piel reluciente y
sonrosada.
—¿Por qué estás sola aquí abajo? —preguntó al verme sentada en
mi ataúd—. ¿Y para qué tanta luz?
Había encendido las velas porque quería mostrarles a mis parientes
que aquella no era una mañana cualquiera.
—Tengo que hablar con vosotros —dije.
—¿Con nosotros? ¿Te refieres al abuelo y a mí? —preguntó.
—No, a toda la familia —respondí.
—Me tengo que echar una siestecita para hacer la digestión —me
informó mi abuela y se metió en su ataúd.
Poco después apareció mi abuelo. Parecía que se había caído en un
zarzal: tenía el pelo enredado con hojas y un arañazo en la frente.
Me saludó con un gesto de la cabeza, malhumorado, y desapareció
en su ataúd.
Algo más tarde llegó mi madre bajando las escaleras.
—Esta noche he bailado, la noche entera he bailado… —cantaba y
brincaba con los brazos abiertos por la cripta.
—¿Has estado en un baile de vampiros? —le pregunté.
—No, en un baile de farmacéuticos. ¡Ay, esos farmacéuticos son tan
caballerescos!
—¿Has bailado con humanos?
—Solo con dos —contestó—. Pero no se lo reveles a nadie, ¿me
oyes?
Asentí con la cabeza.
Corrió de puntillas a su ataúd. Antes de cerrar la tapa, se le ocurrió
otra cosa:
—Todas estas velas… ¿Estás de celebración, Anna?
—Las velas están encendidas porque tengo que hablaros de algo —
respondí.
—Despiértame cuando llegue el momento —dijo y cerró la tapa de su
ataúd.
No mucho después llegó mi padre a la cripta.
—He vuelto a coger a alguien que tenía la gripe —se quejó y se
metió en su ataúd.
El siguiente fue Rüdiger, seguido de Lumpi. Ambos parecían estar
muy cansados, pues se tumbaron directamente en sus ataúdes.
—¡Eh, esperad! —grité—. ¡Tengo que hablar con vosotros!
—¡Ay! ¿En serio? ¿Tienes hormigas en el ataúd? —bromeó Lumpi.
—¿O arañas? —preguntó Rüdiger.
—¡Qué graciosos que sois! —grité—. ¡Pero lo que quiero deciros es
muy importante!
—Dormir es cien veces más importante —replicó Lumpi y cerró la
tapa de su ataúd.
—Exacto. —Rüdiger también cerró la tapa de su ataúd.
De repente, apareció la tía Dorothee delante de mí como de la nada.
—¿Aún estás levantada? —inquirió y eructó fuerte. Era evidente que
había bebido más de la cuenta—. ¿Qué es este derroche absurdo?
—me reprendió señalando las velas.
Sin esperar a mi respuesta, comenzó a soplar las velas.
—¡No! —grité.
Entonces corrí de ataúd en ataúd, aporreando con los puños las
tapas.
—¡Despertad!
¡Despertad todos!

Se abrieron los ataúdes a mi alrededor.


—¿Te has vuelto loca? —me increpó Lumpi.
—¡Ya me había quedado dormido!
Mi abuelo torció la boca como si tuviera dolor de muelas.
—¡Se trata de algo muy importante! —exclamé.
—¿Y qué es? —preguntó mi abuela, somnolienta.
—Es por mis bolsas de leche. ¡Las han robado!
Le lancé a la tía Dorothee una mirada asesina.
Pero esta se atusó los rizos y no pareció en absoluto consciente de
su culpabilidad.
—Sí, ¿y? —preguntó mi madre.
Me estiré.
—Creo que sé quién las ha robado: ¡la tía Dorothee!
¡Por supuesto, tenía la esperanza de que aquella declaración cayera
como una bomba!
Pero mi abuela se limitó a decir impasible:
—Ah, eso.
—¡Las bolsas de leche son mías! —grité—. ¡Eran mis provisiones
para, al menos, tres semanas!
—¿Has cogido las bolsas de leche? —se dirigió mi abuela a la tía
Dorothee.
—Sí. —La tía Dorothee se rio con suficiencia—. Pero solo por
motivos pedagógicos. Yo no probaría jamás esa cosa asquerosa.
—¿Y qué has hecho con las bolsas? —preguntó mi abuela.
—Vaciarlas en un sumidero —respondió la tía Dorothee—. Anna
tiene que aprender a ser una vampira normal.
—La verdad es que ya va siendo hora de que dejes de beber leche,
Anna —terció entonces mi madre—. Es una vergüenza.
—Sin duda —añadió mi padre.
¡Y, de repente, se metieron conmigo todos los adultos! Sí, era como
si hubieran estado esperando la oportunidad para decirme por fin a la
cara lo que pensaban de mí.
¡Me resultó espantoso, totalmente espantoso!
Pero también es cierto que todo lo malo pasa y cuando hablé con
Rüdiger por la noche, me contó que quería ir a visitar a Anton. De
golpe recuperé la voz.
—¡Saluda a Anton de mi parte! —le dije.
—Hmm, ya veremos… —respondió. Pero luego esbozó una sonrisa
y me preguntó—: ¿Le doy a Anton un beso vampírico de tu parte?
—¡Bah! —exclamé y le saqué la lengua.
¡Y entonces me di cuenta de que había recuperado mi buen humor!

Más tarde
¡Estoy muy contenta de tenerte, querido noctario! ¡Lo que acaba de
contarme Rüdiger es increíble, es que es increíble! ¡Y no puedo
hablarlo con nadie! ¡Pero vayamos por orden!

—¿Te lo has pasado bien con Anton? —


pregunté.
—Superbién —contestó Rüdiger—. ¡Le he enseñado a Anton a volar!
—¿Que le has enseñado qué?
¡Creía haberle entendido mal!
—Le he enseñado a Anton a volar —repitió Rüdiger—. ¡Ja, tenías
que haberle visto! ¡Menuda cara de botarate que puso cuando se
elevó sobre su escritorio y echó a volar! Pero después le gustó
mucho.
—¿Y con qué ha volado Anton? —quise saber.
Rüdiger hizo como si no me hubiera entendido.
—¿Con qué?
—¡Sí! ¿Le diste a Anton tu capa de vampiro?
—Yo… eh… bueno… le he dado la capa del tío Theodor.
Al principio me quedé sin habla, pero luego exclamé:
—¡La capa del tío Theodor es la única capa de repuesto que
tenemos! ¡Y ya sabes lo valiosas que son nuestras capas!
—No, no lo sé —reconoció—. ¿Por qué son las capas tan valiosas?
—Nuestras capas vampíricas están compuestas de una tela especial
para volar que produjo una tejeduría en Sibiu —le expliqué—. ¡Y esa
tejeduría hace más de cien años que no existe!
—No me acordaba de eso —dijo Rüdiger.
—¿Y dónde está ahora la capa del tío Theodor? —pregunté—.
Espero que te la hayas traído.
Rüdiger tosió ligeramente.
—Todavía la tiene Anton —respondió.
—¿Está en casa de Anton? —exclamé—. ¿Has dejado nuestra única
capa de repuesto en casa de Anton, un humano?
—La recuperaré —aseguró Rüdiger.
—¡Aun así ha sido muy irresponsable por tu parte! —grité.
—Tengo que irme —gruñó.
—¿Vas a ir a buscar la capa del tío Theodor? —pregunté.
Echó a volar sin contestar.
Respiré hondo. Nuestra abuela siempre decía que al ser el hermano
mediano no se le había atendido suficiente y se sentía poco
reconocido. Y, por eso, era un poco calavera.
¡A mí me parece que eso no es justificación, en absoluto! Yo, a
veces, también me siento poco atendida y reconocida. ¿Y echo a
volar e intento impresionar a los humanos confiándoles nuestra única
capa de repuesto? ¡Claro que no!
Oh, viene alguien… ¡Tengo que dejarte, querido noctario!
Un poco más tarde
Era Rüdiger. Y esta vez se ha portado fatal conmigo.
—¿Estás aún despierta? —me soltó.
—No está prohibido, ¿no? —dije.
Se metió en su ataúd.
—¿Tienes la capa del tío Theodor? —quise saber.
En realidad no era una pregunta real porque ya conocía la respuesta.
¡Si Rüdiger hubiera tenido la capa, habría ido en primer lugar a
dejarla en el ataúd del tío Theodor!
—¿Es esto un interrogatorio policial? —dijo entre dientes.
—Tan solo quería saber si habrías traído de vuelta nuestra capa de
repuesto —contesté.
Rüdiger resopló con fuerza.
—No —tuvo que admitir—. Llamé a la ventana de Anton, pero no
estaba abierta. Y ahora déjame en paz. Quiero leer antes de irme a
dormir.
Y tras esas palabras, abrió La venganza de Drácula.
¡Pero no iba a librarse de mí con tanta facilidad!
—¿Y qué pasa si Anton le enseña a sus padres la capa y se dan
cuenta de que es una capa vampírica de verdad? —inquirí.
Rüdiger se encogió de hombros.
—¡Entonces, seguro que sus padres van a la policía o a contárselo a
Geiermeier!
—Eso no lo haría nunca Anton —dijo Rüdiger—. Es mi amigo.
—Tú crees que es tu amigo —repliqué—, pero no conoces bien a los
humanos.
—Al contrario que tú, ¿no? —refunfuñó.
—Sí —dije.
No hace falta conocer mejor que Rüdiger a los humanos. Mi hermano
es un crédulo y un inocente. Pero eso no va a admitirlo.
Todavía seguía resoplando con desprecio y las narices metidas en el
libro. ¡Sí, a veces, Rüdiger es tan testarudo que le daría con un
tablón del ataúd en la cabeza!
—¿Estás admitiendo que yo conozco mejor a los humanos? —grité.
Rüdiger no reaccionó.
—¡El silencio también es una respuesta!
Pasó una página del libro con mucha calma.
—¡Pues muy bien! —Apreté los puños—. ¡Si no quieres hablar
conmigo, insisto en que me presentes a Anton!
En aquel momento, Rüdiger alzó la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
—¡Quiero decir que pretendo averiguar por mí misma si Anton es un
amigo de verdad o no!
—¿Y si me niego?
—¡Si te niegas, le contaré a nuestros parientes que te has hecho
amigo de un niño humano y que le has dado la capa del tío Theodor!
No tenía la intención de chantajear a Rüdiger, pero como habíamos
llegado a ese punto, lo encontré lógico.
A Rüdiger le entró una rabieta y me acusó de traidora. Y yo no podía
quedarme con aquella recriminación. Así que nos quedamos
discutiendo un rato más hasta que Rüdiger comprendió que esta vez
yo llevaba la voz cantante.
—Vale —dijo—. ¿Y cuándo quieres conocer a Anton?
Me quedé pensando un instante.
—¿Por qué no esta noche?
¡Sí, y nos fuimos a casa de Anton después de dormir bien a gusto!

19 / 20 de septiembre

Ha sucedido, ha sucedido de verdad: ¡he conocido a Anton!


Creía que nuestro encuentro sería como un terremoto o una
tormenta: agitado y estremecedor. Pero no fue así.
Fue… ¡sí, dulce e íntimo!
Rüdiger golpeó el cristal de Anton y detrás de las cortinas se
encendió la luz. Luego apareció Anton en la ventana, pero solo
distinguí su silueta. Anton no abrió enseguida, ¡pues podría haber
sido la tía Dorothee!
Hasta que Rüdiger gritó «¡Soy yo!», Anton no abrió la ventana y
nosotros entramos en la habitación levitando.
El olor a vainilla que nos recibió era muy intenso… ¡y muy
desconcertante! De pronto, ya no sabía por qué había ido allí. El olor
provenía del pelo de Anton. Creo que era el producto con el que se
había lavado.
Anton tiene el pelo liso y rubio oscuro. Los ojos, azules.
¡Querido noctario! A ti te lo puedo confesar: ¡me enamoré de Anton
enseguida! Ni siquiera me molestó que Anton llevase un pijama a
cuadros y que sus piernas fueran demasiado largas.
Por desgracia, Rüdiger tuvo que señalarme con el dedo y decir:
—Esta es mi hermana, Anna la Desdentada.
—¡No tienes que
llamarme siempre Anna la Desdentada! —me defendí.
Rüdiger sonrió burlonamente y dijo:
—Anna es la única de la familia que se alimenta de leche.
Ojalá se me hubiera tragado la tierra. ¡Mi primer encuentro con Anton
y mi propio hermano tiene que ponerme en evidencia y burlarse de
mí!
—Pero ¡por poco tiempo! —exclamé.
¡Anton no debía tomarme por una criatura deforme sin dientes!
A pesar de los embarazosos comentarios por parte de Rüdiger,
Anton fue muy agradable conmigo. ¿Tal vez no le había oído bien
cuando me presentaba mi hermano? ¿O tal vez los chicos no se
tomaban todo tan al pie de la letra como las chicas?
Anton me prestó a mí también un libro: Las doce historias de
vampiros más escalofriantes. Al verlo, sonreí y pensé: ¡No debe de
haberse llevado una impresión tan mala de mí!
—Por cierto, ¿dónde está la otra capa? —preguntó por fin Rüdiger.
—La he prestado —contestó Anton.
Imagínate, querido noctario: ¡Anton le prestó la capa a un compañero
suyo de clase, Udo! Al oír aquello, volvió mi desconfianza.
Pero entonces nos enteramos de toda la historia, que era algo
complicada.
Los padres de Anton querían conocer a Rüdiger y le invitaron a
merendar. Anton, naturalmente, sabía que Rüdiger estaba durmiendo
por la tarde y, por eso, se le había ocurrido la idea de presentarle a
sus padres a Udo… pero no como Udo, ¡sino como Rüdiger!
—¿Funcionó? —preguntó Rüdiger.
—Claro —respondió Anton—. Mis padres no te conocen. Además, se
lo conté todo a Udo.
Al oír las palabras «se lo conté todo», me estremecí. El mismo
Rüdiger se quedó pálido y preguntó:
—¿Qué? ¿Todo?
Anton aseguró que se refería solo a los detalles de la merienda.
Algo más tarde, Rüdiger dijo algo desagradable: ¡qué yo era una
tonta enamorada!
Primero me irrité mucho, pero luego pensé: Quiero que Anton sepa
que estoy enamorada de él; sobre todo, si es verdad lo que me dice
mi intuición: ¡que él también se ha enamorado de mí! Se había
puesto rojo cuando Rüdiger me había llamado «tonta enamorada».
¡Sí, y entonces descubrí la radio de Anton!
En nuestra cripta no hay electricidad ni aparatos eléctricos, así que
no pude resistirme y la encendí. Sonó música alta. No se me había
ocurrido que al otro lado de la pared estaban los padres de Anton
durmiendo.
Anton enseguida apagó la radio, aunque ya era demasiado tarde:
unos pasos se acercaron, y Rüdiger y yo tuvimos que desaparecer a
toda pastilla debajo de la cama.
La madre de Anton entró en la habitación. Tenía aspecto de cansada
y arrugada, casi como nuestros parientes cuando salían por la noche
de sus ataúdes. No le encontraba mucho parecido con su hijo.
Anton se disculpó de inmediato por la música, aunque no había
hecho nada.
—Huele otra vez como a moho —dijo la madre de Anton y echó un
vistazo a su alrededor, desconfiada. ¡Gracias a Drácula que no se le
pasó por la cabeza mirar debajo de la cama!

Antes de irse, reprendió a Anton:


—¡Ya sabes que tienes que ducharte todos los días!
¡Ay, Anton estuvo formidable, querido noctario! No dijo ni una palabra
para revelar quién olía a moho. ¡Y ahí tuve que reconocerle el mérito
a Anton! Su discreción definitivamente me había convencido de que
era nuestro amigo.
Cuando la madre de Anton se fue, salimos de debajo de la cama. Yo
quería quedarme un rato más, pero Rüdiger dijo que teníamos que
echar a volar.
Entonces le pregunté a Anton:
—¿Puedo volver a venir a visitarte dentro de poco?
Él respondió que sí. ¡Y yo me puse loca de alegría!
Bueno, me voy a soñar un poco…
¿Con quién? ¡Vamos, eso está claro!

20 / 21 de septiembre

¡Ayer me olvidé totalmente de describir la habitación de Anton,


querido noctario!
Los muebles eran de pino, en el suelo había una alfombra de lana de
color beige, y las paredes estaban pintadas de blanco.
La habitación de Anton no es grande, pero sí está bien de tamaño.
¡Sí, si pudiera, me mudaría allí enseguida y viviría debajo de su
cama! Era un lugar caliente y acogedor, y maravillosamente oscuro.
¿Se sentirá Anton alguna vez solo? Al fin y al cabo, es el único hijo
que han tenido sus padres.
Ay, tengo que dejarte. ¡Suena la piedra!

Algo más tarde


Era Lumpi. Tenía una bolsa de la compra y me la pasó. Atenta,
encogí las piernas y de esa manera aterrizó, sin darme, en mi ataúd.
—¡Oye! —gritó Lumpi—. ¿Por qué no has cogido la bolsa?
—No me figuraba que la bolsa era para mí —respondí.
—Ni yo tampoco —dijo Lumpi—. Pero mira qué hay dentro.
Mientras tanto, fui a coger la bolsa de la compra y comprobé que
contenía leche. Sí, había dos bolsas de leche abiertas y salía algo
blanco.
—¿De dónde las has sacado? —quise saber.
—De la misma fuente que tú —contestó.
—¿Y cómo sabes de dónde saco yo las bolsas de leche? —
refunfuñé.
Lumpi se rio chistando.
—No creas que nadie te ha visto.
—¿Significa eso que me has seguido? —grité, indignada.
—No diría que te he seguido —dijo—, pero como hermano mayor
debo comprobar de vez en cuando que le va todo bien a mi
hermanita.
—¡Menuda tontería! —exclamé—. Tú nunca te preocupas por los
demás.
—Bueno… —Lumpi sonrió. Le había pillado—. También se puede
ser curioso, ¿no? —Entonces cambió repentinamente de humor y
vociferó—: ¿Tampoco sabes valorar que estuve en cinco patios de
colegio diferentes y revolví en papeleras asquerosas, llenas hasta los
topes, solo para traerte tus (¡brrr!) bolsas de leche?
—Claro que sé valorarlo —dije—, pero apuesto a que hay algún
motivo por el que me has ido a coger la leche.
—Tienes razón. —Entonces Lumpi se puso muy amable—. Hay un
motivo. Tu hermano mayor se encuentra en un apuro y tú eres la
única que puede ayudarle a salir de él.
—¿En qué apuro te encuentras? —pregunté.
Lumpi sacó de su capa una lima de uñas que parecía nueva y
comenzó a limarse las uñas. Aquella era una de sus ocupaciones
preferidas, que parecía tranquilizarlo sobremanera. A mí el sonido de
la lima me ponía de los nervios.
—Está relacionado con nuestra noche de los chicos —dijo.
—¿Con vuestra noche de los chicos?
No había oído nunca hablar de esa tal noche.
—Sí —afirmó Lumpi—. Waldi el Malvado creyó que necesitábamos
urgentemente una noche de chicos.
—Pero todavía no sé en qué apuro te encuentras —le recordé.
Suspiró.
—A nuestra noche de chicos tiene que llevar cada uno a su mejor
amigo. Mi problema es que quería ir con Jörg el Colérico, pero Waldi
el Malvado se va a enfadar. Y si voy con Waldi, entonces, se enfada
Jörg.
—¿Y quieres que yo te diga qué deberías hacer? —le pregunté.
Lumpi asintió con la cabeza.
—¡Tú siempre tienes ideas muy buenas!
—¿Por qué no eres neutral y te llevas a Rüdiger? —le propuse.
—¿Rüdiger? Él es mi hermano, no mi amigo —resopló Lumpi.
No sé qué me dio en ese momento, pero dije:
—Pues llévate a Anton.
¡Apenas había salido el nombre «Anton» de mis labios y ya me
quería dar una bofetada!
—¿Quién es Anton? —quiso saber Lumpi.
Me aclaré la garganta.
—Un niño
humano al que hemos conocido Rüdiger y yo.
Lumpi hizo un gesto negativo con la mano.
—Nuestra noche de chicos es exclusivamente para vampiros.
¡Me quité un gran peso de encima!
¡Bajo circunstancias normales, Lumpi habría querido saberlo todo,
absolutamente todo de Anton! Pero sus pensamientos tan solo
giraban alrededor de una pregunta: con quién podía quedar mal sin
salir él perjudicado, si con Waldi el Malvado o con Jörg el Colérico.
Dije que lo mejor era que Lumpi llegase a una solución intermedia y
compartiera el tiempo con ambos: la primera mitad con Waldi y la
segunda, con Jörg.
Lumpi lanzó un grito de rabia y llamó a mi propuesta una «apestosa
soluchorrada». ¡Además, mis consejos eran muy inmaduros y para
tirarlos a la basura, para dárselos de comer a las ratas!
Después, salió de la cripta hecho una furia.
¡No entiendo cómo pude ser tan irresponsable y poner la vida de
Anton en juego! ¿Tal vez porque pienso ahora en él con mucha
frecuencia?
¡A veces, se hacen cosas por las que luego te tiras de los pelos!

21 / 22 de septiembre

He leído Las doce historias de vampiros más escalofriantes, el libro


que me prestó Anton.
¡Y ahora estoy muy decepcionada, querido noctario!
En todas las historias describen a los vampiros como monstruos
desalmados.
¡Pero no somos así!
Los vampiros tenemos sentimientos, miedos, deseos y sueños, al
igual que los humanos. Y al igual que los humanos, nosotros
decidimos en qué lado queremos estar: si en el lado bueno o en el
malo.
Solo espero que Anton no se crea todo lo que se transmite en este
tipo de historias…
Pero, al menos, el libro ha hecho que se me ocurra una idea: he
decidido que voy a escribir mi propia historia de vampiros, ¡para
Anton!
He conseguido ya un cuaderno en blanco.
Espero que no te pongas celoso, querido noctario.

Más tarde
Estaba escribiendo mi historia de vampiros, cuando Rüdiger entró en
la cripta. Cojeó hasta su ataúd y se dejó caer con un fuerte gemido.
—¿Estás enfermo? —pregunté—. ¿Tienes la gripe aún?
—No, es otra cosa —se quejó.
—¿Y qué es?
—La pierna…
Estaba convencida de que Rüdiger no estaba engañándome. Me
levanté y fui al pie de su ataúd para ver la pierna mejor. ¡Por poco
retrocedo, pues los leotardos negros de lana de Rüdiger apestaban
de tal manera que no lo podía soportar!
Pero es que, a veces, llevaba puestos durante medio año los mismos
leotardos. Por supuesto, sin lavarlos. Yo me cambio los míos cada
tres o cuatro noches. Pero soy la única de la familia que lo hace. Los
demás se los cambian una vez al mes. Nuestra abuela dice que
contribuye a nuestro típico olor a vampiros y, por eso, es
perfectamente aceptable si llevamos los leotardos un poco más de
tiempo puestos. Pero, desde luego, «un poco más de tiempo» no es
medio año como Rüdiger.
Cuando me incliné sobre su pierna como pude, conteniendo la
respiración, observé un desgarro en la articulación del pie derecho
de Rüdiger. Y en ese desgarro vi lo que parecía humedad alrededor.
—¿Te has hecho una herida? —pregunté.
—Sí —gruñó—. He tenido un enfrentamiento.
—¿Con quién?
—Con una alarma de incendios.
—¿Con un hombre que apaga incendios?
—No. Con una de esas cajas de cristal que se rompen para dar la
alarma de fuego.
—Ah… —dije.
¡Los vampiros nos tomamos el fuego muy en serio, querido noctario!
—¿Había un incendio o querías avisar del fuego? —quise saber.
Rüdiger negó con la cabeza.
—No, pero la ciudad estaba como muerta y me he dicho: si rompo el
vidrio de la alarma contra incendios y pulso el botón para que suene
la sirena, la gente saldrá de sus casas precipitadamente y correrá
presa del pánico por ahí. Y entonces solo tengo que esperar a que
alguien se caiga para poder ir a…
—Sí, ¿y? —pregunté.
—He roto el cristal con el tacón y he pulsado el botón con una
patada, bien hondo, como pone en caja. Y así ha pasado.
—¿El qué?
—Me he cortado. Pero no me di cuenta en ese instante porque la
alarma empezó a sonar. De repente salió gente de todas partes, me
entró el pánico y salí huyendo.
—¿Me dejas ver el corte? —le pedí.
—Si no hay más remedio… —refunfuñó Rüdiger.
Mientras se quitaba los leotardos de lana, me alejé con discreción. A
Rüdiger le da siempre vergüenza. ¡Aunque seamos hermanos!
—¿Puedo mirar ya? —le pregunté al cabo de unos minutos.
—¡Ay! —gimoteó—. ¡Ayyyy!
Me di la vuelta otra vez. Los leotardos se bamboleaban en sus pies y
vi un corte de unos cinco centímetros de largo en su tobillo. Los
bordes se habían inflamado, y en la herida había pegados hilos de
lana negros. No obstante, lo peor de todo eran las rayas rojas que
iban del tobillo a la pantorrilla de Rüdiger…
—¡Intoxicación de la sangre! —exclamé.
—¿Intoxicación de la sangre? —gritó Rüdiger.

Oh, creo que el rotulador se ha gastado.


¡Voy a buscar otro!

Un poco más tarde


Bueno, ya tengo un rotulador nuevo, querido noctario. ¡No es que
sea nuevo, pero escribe!

—¿Y qué voy a hacer ahora? —se lamentó Rüdiger.


—Sobre todo, lo que tienes que hacer es descansar —le dije.
—¡La alarma de incendios estaba envenenada! —gritó.
—¡Tonterías! —exclamé.
—¿Y, entonces, cómo me he intoxicado la sangre?
—Con los leotardos.
—¿Con los leotardos?
—¿Qué les ha pasado?
—Nada. Salvo que los llevas puestos desde hace seis meses y…
—Desde hace siete —me interrumpió.
—…y, por ese motivo, tienen muchos patógenos —terminé mi frase.
—¿Crees que debería ponerme unos leotardos limpios? —preguntó.
«¿Limpios?», pensé y suspiré. ¡Estaría bien que los vampiros
tuvieran cosas limpias! Me refiero a que estuvieran lavadas.
Metemos nuestras prendas de ropa en agua fría y las dejamos secar
en una horcadura.
—Sí, eso no estaría mal —contesté—. Pero antes tengo que
ocuparme de la herida.
Di unos toques en los bordes de la herida con tintura que guardaba
nuestra abuela en un viejo maletín de médico, de cuero, que tenía
junto a su ataúd para tales emergencias. Sabine la Horrible es la
experta en hierbas de nuestra familia, y todo lo que sé de hierbas
medicinales lo he aprendido de ella.
—¿Y cuánto tarda esto? —me preguntó Rüdiger.
—¿Cuánto tarda el qué? —le pregunté yo.
—¡Cuánto tardaré en ponerme bien! —respondió.
—¿Dos noches? ¿Tres noches? —dije vagamente.
—Tanto… —se quejó Rüdiger y, tras una pausa, añadió—: ¡Mañana
por la noche tengo que ir sí o sí a casa de Anton!
—¿Vas a recoger la capa del tío Theodor? —quise saber.
—Eso también. Pero, sobre todo, me quiero enterar de si me gustó el
pastel.
—¿Si te gustó el pastel?
—¡Sí! Mañana por la tarde va Udo a casa de Anton a merendar. Pero
no como Udo, sino como Rüdiger.
—¡Ah, te refieres a eso! —exclamé.
Rüdiger se estiró en su ataúd.
—Bueno, ahora voy a descansar. Tú misma has dicho que tengo que
descansar.
Y al decir eso, cerró los ojos.
¡Ja! ¿Cómo era aquel dicho?
¡De hermanos vampiros desagradecidos está el mundo lleno!

22 / 23 de septiembre
Por la noche Rüdiger continuaba fatal. Le dolía la garganta, el
estómago y, al levantarse, todo le daba vueltas. ¡Sí, y esa fue la
oportunidad que yo estaba esperando!
—Puedo ir yo a casa de Anton —sugerí.
Pero de eso no quería Rüdiger saber nada. ¿Por qué no? ¡Porque
quería a Anton para él solito! Pero Anton también tenía algo que
decir. Y yo le gustaba tanto como Rüdiger. ¡Tal vez incluso un poco
más! Por suerte, tenía un medio para ejercer presión: la capa del tío
Theodor, que todavía estaba en casa de Anton.
Después de muchas vueltas, Rüdiger por fin me «permitió» ir a por la
capa.
¡Así que fui volando a casa de Anton!
Estaba muy nerviosa. ¡Era como si tuviese un enjambre entero de
abejorros en la barriga!
La luz de la habitación de Anton no estaba encendida, pero la
ventana sí estaba abierta. Aterricé en el alféizar y agucé el oído.
Luego entré en el dormitorio. Por la puerta entornada entraba luz y oí
que alguien murmuraba al otro lado. Algo más tarde, se acercaron
unos pasos… unos pasos ligeros.
«¡Anton!», me vino a la cabeza. Me subí a su cama y esperé.
Se abrió la puerta y los abejorros de mi barriga comenzaron otra vez
a zumbar.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Anton.
Me quedé muy quieta.
—¿Rüdiger? —dijo.
—No…
—¿Anna?
—¡Exacto! —exclamé y encendí la lámpara de la mesilla de noche.
Anton puso cara de asustado y retrocedió. Pero no estaba realmente
asustado. ¡Pues enseguida me ofreció su vaso con zumo de naranja!
Por desgracia, tuve que rechazarlo.
—¿Tienes leche? —pregunté.
¡Te lo creas o no, Anton fue a la cocina a por un vaso de leche para
mí! Sabía que después me dolería el estómago, porque era leche
fría. Pero ¡me la bebí de todos modos!
Anton me preguntó también si quería llevarme prestado otro libro.
¡Fue increíblemente atento conmigo!
—No —respondí.
Lo cierto es que debería haber dicho en aquel momento que estaba
allí en representación de Rüdiger, pero ¡quería que Anton perdiera un
poco la cabeza!
Y se me olvidó incluso preguntarle qué impresión había dado Udo
(como Rüdiger) en la merienda.
Por el contrario, pregunté:
—¿Qué te parecen… los vampiros?
Y le dediqué a Anton mi sonrisa más bonita.
—Geniales, por supuesto —respondió.
—¿Y las vampiras?
—Solo te conozco a ti —dijo.
Anton había pronunciado la palabra clave.
—¿Y qué te parezco yo? —le pregunté.
—Simpática —contestó.
Simpática… Apreté los puños y grité:
—¡Pues a mí me pareces mucho más que tan solo simpático!
Con esa reacción Anton no había contado. Puso cara de
avergonzado y cambió enseguida de tema, preguntándome por
Rüdiger.
Me tragué mi decepción y le conté lo de la intoxicación de la sangre.
Anton estaba muy preocupado y pensaba que teníamos que ir a
cuidar de mi hermano.
Y entonces dijo algo que me heló la sangre en las venas.
—Ya he estado una vez en vuestra cripta.
—¿Qué? —grité.
Anton me dio los detalles, que eran absolutamente escalofriantes. No
solo porque había estado de verdad en nuestra cripta, ¡sino porque
la tía Dorothee estaba aún tumbada en su ataúd! Se despertó y
percibió enseguida el olor a sangre humana. Pero Anton consiguió
esconderse en el ataúd de Rüdiger en el último segundo.
Sin embargo, allí no se encontraba a salvo de la tía Dorothee. Hasta
que Rüdiger no le mintió sobre una persona paseando arriba por el
cementerio, no pudieron salir ambos corriendo de la cripta.
¡Querido noctario! ¡Rüdiger se ha empeñado en infringir todas las
normas vigentes para los niños vampiros! Traer a un humano a la
cripta… ¡No quiero ni imaginarme cómo le castigarían nuestros
parientes!
No obstante, cuando ya se me pasó el susto, sentí cierta admiración
por Rüdiger. ¡No conocía esa faceta suya rebelde! Y en el último
momento, me entró un poco de envidia y pensé: «¿Por qué puede
llevar Rüdiger a Anton a nuestra cripta y yo no?».
Y, por eso, le dije a Anton:
—¿Cuándo nos vamos a la cripta?
—¿Crees que deberíamos ir? —preguntó.
—¡Sí! Tú mismo has dicho que tenemos que cuidar de Rüdiger.

¡Maldita sea! Este rotulador tampoco escribe ya.

Algo más tarde


¡Ya voy por el tercer rotulador, querido noctario! ¿Y de dónde saco
todos estos rotuladores? El primero pertenecía a la rubia guapa a la
que te habían regalado para su cumpleaños. Los otros dos estaban
en el estuche de cuero que me encontré en el parque municipal
detrás de un banco.

Pero ¡ahora quiero terminar de contarte cómo continuó el asunto!


Anton se puso la capa vampírica del tío Theodor y echamos a volar.
Movía asombrosamente tranquilo los brazos arriba y abajo, y pensé:
«¡Anton vuela ya como si fuese uno de nosotros!». Sí, y entonces
sentí algo de lo que casi me había olvidado: ¡alegría de vivir!
Nuestro vuelo no solo fue agradable. Anton y yo discutimos sobre
Las doce historias de vampiros más escalofriantes. Anton habló con
mucho entusiasmo de un relato en el que una vampira, que se había
convertido en mariposa nocturna, había terminado con una cerilla
clav… ¡no, no escribiré esa terrible palabra!
En contra de mi voluntad, comencé a llorar. Para mí, claro, fue muy
embarazoso y continué volando más rápido mientras Anton hacía lo
posible por seguirme.
—No pretendía asustarte. ¡Perdóname, por favor! —gritó.
Entonces me arrepentí de dejarlo solo y regresé.
En el cementerio fui la primera en deslizarme por la entrada a
nuestra Cripta Schlotterstein. Y ¡nada más desaparecer, se presentó
Geiermeier!
Pero Anton mantuvo la compostura: lanzó una piedra y Geiermeier
corrió hacia donde la piedra debió de haber caído.
Luego Anton se deslizó por la entrada. ¡Oh, qué orgullosa estuve de
él, querido noctario!
De repente, se oyó en las profundidades de la cripta una tos ronca.
Pero aquella tos no pertenecía a Rüdiger.
—Por lo visto, ahora está enfermo Lumpi —susurré.
Anton se quedó reflexionando un momento.
—¿Ya sabe Lumpi que yo…?
—No tienes que preocuparte por eso —le tranquilicé—. Los niños
vampiros nos ayudamos mutuamente.
—¿Y Lumpi no me hará nada? —preguntó Anton.
—No. ¡Si eres amigo, no! —contesté.
Cuando entramos en la cripta, estaba Rüdiger sentado en el ataúd,
leyendo. Saltaba a la vista que se encontraba mejor, pero ahora era
Lumpi el que daba vueltas de un lado a otro en su ataúd.
—¿Qué tiene? —preguntó Anton.
—Gripe —respondió Rüdiger.
—Lumpi parece muy enfermo —opinó Anton.
Rüdiger asintió con la cabeza.
—¡Está totalmente exangüe!
¡Rüdiger habría preferido no utilizar la palabra «exangüe»! Lumpi
abrió los ojos como platos y bramó:
—¿Quién es ese?
Entonces recordé que ya le había hablado de Anton.
—Pero ¡a pesar de todo tengo hambre! —gritó.
—Mañana podrás salir otra vez a volar —dije.
Gracias a Drácula, Lumpi cambió, de repente, de humor y dijo:
—¡Venga, juguemos una partida a Vampiro-no-te-enfades!

Grrrr… este rotulador tampoco va bien. ¡Espera, voy a por otro!

Un poco más tarde


Estaba probando los distintos rotuladores que tengo, cuando nuestra
abuela entró en la cripta.
—¿Para qué te hacen falta esos bolígrafos? —me preguntó.
—Estoy escribiendo una historia —respondí.
—¿Y de qué va la historia?
—Es una historia de amor de vampiros.
—¡No, qué adorable! —Nuestra abuela se rio entre dientes—. ¿Te la
has inventado o es una experiencia propia?
—Me la he inventado —contesté—. Si fuera una experiencia propia,
habría datos personales, y eso lo tenemos prohibido.
Sabine la Horrible asintió satisfecha.
—¡Como siempre, has estado prestando atención, Anna!
Su elogio me resultó un poco violento, pero ¡no podía añadir que
necesitaba los rotuladores para escribir en ti, mi noctario!

—¿Sabes que antes yo también escribía historias? —dijo nuestra


abuela.
—No —contesté—. ¿Las conservas?
—Por desgracia, no. Pero ¡tengo otra cosa!
Nuestra abuela se dirigió a su ataúd y abrió la tapa.
Después de buscar un poco, me dio una pluma estilográfica y luego
sonrió misteriosamente.
—Ten —me dijo—. ¡Para ti!
Me quedé algo desconcertada y pregunté:
—¿Es esta la pluma con la que escribes las crónicas de los von
Schlotterstein?
—No, esta es mi pluma personal. O mejor dicho, lo era, ¡porque
ahora te pertenece a ti! —respondió.
—¡Oh, abuela! —me alegré.
Sabine la Horrible volvió a buscar en su ataúd. Justo después me
pasó un tintero. Al principio, pensé que era nuestra tinta invisible, la
que contiene gotas de la sangre del conde Drácula.
Pero el tintero que me dio tenía una etiqueta en la que se leía
«Hermanos Leopold, Băile Herculane» y nuestra tinta invisible no
tenía ninguna etiqueta.
—Tal vez en el futuro no escribas solo relatos —sugirió nuestra
abuela—. Tal vez tengas a alguien a quien quieras escribirle cartas
de amor.
Me estremecí. «¡Cómo lo sabe!», pensé.
¡Sí, y ahora estoy escribiendo con mi nueva pluma estilográfica!
Es negra, tiene un plumín dorado y una ventanilla por la que se
puede ver la tinta.
¡Llevaba una eternidad deseando tener una elegante pluma
estilográfica, querido noctario! Seguro que notas que la pluma
escribe de otra manera, ¿verdad?
El plumín dorado se abre un poco cuando lo apoyo y luego se desliza
suavemente por tu papel.
Oh, creo que la tinta se ha agotado…

Justo después
¡Falsa alarma, querido noctario! El almacenamiento de tinta aún está
por la mitad. Lo he visto al ponerla delante de la llama de la vela.
¡Bueno, tenemos que acostumbrarnos la una a la otra, mi nueva
pluma y yo!

¡Pero ahora continuaré contándote la visita de Anton a nuestra cripta!


Como decía, jugamos a Vampiro-no-te-enfades: Lumpi, Rüdiger,
Anton y yo. Pero fue una partida corta. Cuando Lumpi sacó un 2 y yo
un 6, gritó:
—¡No vale! ¡Está rozando el borde!
Por supuesto, no estuve de acuerdo. Acto seguido, Lumpi golpeó con
el puño el tablero del juego, que salió volando por los aires. A
continuación, se metió en su ataúd y comenzó a roncar como un
leñador.
Mientras tanto, Rüdiger recogió las partes del juego ¡como si fuera el
criado de Lumpi!
De repente, sonó la piedra sobre el agujero de la entrada.
—¡Tienes que esconderte! —le dije a Anton.
—Pero ¿dónde? —preguntó.
—Pues… ¡en algún ataúd!
Anton corrió hacia el ataúd de Rüdiger. Le ayudé a entrar y cerré la
tapa sobre él.
Luego oí la voz de la tía Dorothee.
—¡Eso solo puede pasarme a mí!
Imagínate, querido noctario: ¡se había olvidado su dentadura en el
ataúd! La tía Dorothee es la única de nuestra familia que lleva
dentadura postiza. Nuestros abuelos y nuestros padres conservan
aún sus dientes. Es probable que no comieran tanto azúcar como la
tía Dorothee. Dice que toda su vida fue dulcera. Y aún hoy sigue
prefiriendo la sangre «dulce». ¡Bah!
Por suerte, la tía Dorothee estaba tan distraída buscando su
dentadura que no notó el olor a humano de Anton.
Pero sí hubo algo que le llamó la atención.
—¿Por qué no estás en el ataúd? —le echó la bronca a Rüdiger.
—Me encuentro mucho mejor —respondió mi hermano.
—¡Vuelve a tumbarte ahora mismo! —le ordenó.
A Rüdiger no le quedó más remedio que obedecer y meterse en el
ataúd con Anton.
¡Qué mal me supo por Anton, querido noctario!
Esperé impaciente hasta que la tía Dorothee desapareció y luego
grité:
—¡Se ha marchado! ¡Podéis salir!
Pero en el ataúd de Rüdiger solo se oía un gemido. Levanté la tapa y
vi que Rüdiger estaba inclinado sobre Anton.
—¡Rüdiger! —le grité—. ¡¿No habrás atacado a Anton?!
Rüdiger se dio la vuelta. Para mi gran alivio vi que no tenía sangre en
los labios.
—Tan solo le he hecho a Anton la respiración artificial —dijo.
—¡Tú y tu maldito curso de primeros auxilios! —le increpé.
Rüdiger había asistido hacía tiempo a un curso de primeros auxilios y
¡después quería hacernos de «salvador» a Lumpi y a mí!
Anton tenía sudor frío en la frente, pero a simple vista parecía ileso.
—¡Yo te llevo a casa! —le dije.
Con Rüdiger no se podía contar bajo aquellas circunstancias.
Anton me dio las gracias y subimos las escaleras.
A medio camino apareció Rüdiger junto a nosotros. Puso cara de
avergonzado y luego dijo algo totalmente increíble:
—Perdona, Anton. Yo solo quería ayudarte. ¿No creerás que te iba
a…?
Llevo ciento cincuenta años siendo la hermana de Rüdiger y no le he
oído jamás disculparse con nadie. La amistad de Anton debe de
significar mucho para él.
—No, no —respondió Anton—. Ya está olvidado.
Mientras tanto, había empujado la piedra a un lado y me había
asegurado de que no había nadie por los alrededores que pudiera
ponernos en peligro.
—¡Venga! —llamé a Anton—. ¡Nos vamos volando!
Sí, y en el aire pasó…
No, no pasó nada… nada como que nos chocáramos contra un árbol
o algo así. Pero Anton dijo algo que me puso muy triste…

Más tarde
Me he ido a sentar un rato en la vieja tapia del cementerio, querido
noctario. Pero ¡ya estoy aquí de nuevo y quiero contarte lo que me
puso tan triste!

Estábamos hablando de historias de vampiros y dije:


—Una vez leí una que terminó bien.
—¿Ah, sí?
¿Cómo terminó? —preguntó Anton.
—Al final del relato eran los dos vampiros y vivían juntos para
siempre.
—¿Y a eso lo llamas tú un final feliz? —exclamó.
—¿Tú no? —Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas—. ¿No te
gustaría que tú y yo…?
«¿… estuviéramos siempre juntos?», quería decir. Pero, de pronto,
no pude continuar hablando.
—No puedo convertirme en vampiro —dijo Anton en un tono
conciliador.
—¿Y por qué no? —pregunté—. En cuanto tenga mis dientes, yo
te…
—¡Pero es que no quiero convertirme en vampiro! —exclamó Anton.
Sí, y luego siguió volando, sin darse la vuelta para mirarme.
Yo me quedé atrás. Las lágrimas me recorrían el rostro y tuve la
sensación de que todas mis esperanzas se desvanecían de golpe.
Tardé un par de minutos en echar a volar tras Anton, cuando me
hube tranquilizado.
—¡Ya no te gusto! —grité cuando llegué hasta él—. ¡Tienes otra
novia!
—No, claro que no —me aseguró.
Me avergoncé un poco. Debí acordarme de Lili y de que las
amistades pueden romperse con facilidad, sobre todo al principio. Y
que quería darles tiempo a Rüdiger y Anton para que se desarrollase
un poco más su amistad.
Al llegar a ese punto mis reflexiones, respiré hondo.
Y después le dije a Anton:
—No pasa nada si no eres vampiro. Lo principal es que nos
gustamos.
Y eso es lo que pienso de verdad, querido noctario. Y ¡quién sabe!
Quizás Anton y yo encontramos un modo de estar juntos y poder
seguir siendo cada uno lo que somos.
Nuestra abuela siempre dice: «En la vida no todo es blanco o negro.
La mayoría está en medio y es gris».
Antes no entendía a qué se refería, pero ahora creo que sí. Se deben
encontrar soluciones que sean buenas para ambas partes. Y, a
menudo, justo están en medio.
Ay, sí, una cosa más antes de esconderte en la funda de la
almohada: Anton me ha devuelto la capa del tío Theodor. La capa
huele muy bien, pero ese no es el único cambio. ¡La madre de Anton
ha zurcido los agujeros!
Ahora vuelve a estar la capa en el ataúd del tío Theodor. Y para que
nadie de mi familia sospeche nada, he puesto también una seta
hedionda.

23 / 24 de septiembre

¡Querido noctario! ¡He llamado a Anton por teléfono y eso es muy


poco vampírico! Pero no quería volver a tocar en su ventana. ¿Por
qué no? ¡Anton no puede pensar de ninguna manera que soy una
anticuada y no estoy a la última!
Primero he ido a la cabina que está junto a la nueva tapia del
cementerio. Pero se me ocurrió que ¡allí podían verme mis parientes!
Y enseguida sabría a quién telefoneaba: a un humano. ¡Los
vampiros no tienen teléfono!

Así que volé hasta uno de esos


gigantescos centros comerciales en los que no hay humanos tras el
cierre de las tiendas y encontré de inmediato una cabina libre. Eché
las monedas necesarias por la ranura —había sido previsora y había
cogido calderilla humana— y marqué el número de teléfono de
Anton.
Después coloqué un extremo de mi capa vampírica sobre el
micrófono. Nuestra abuela siempre nos advierte que seamos
prudentes cuando entremos en contacto con las cosas que utilizan
los humanos. No moriríamos por los gérmenes de los humanos —ya
estamos muertos—, pero sí pueden ponernos enfermos.
Al otro lado de la línea cogieron el auricular y respondió una voz
masculina fuerte y enérgica:
—¡Bohnsack!
—¿Podría hablar con su hijo? —pregunté.
—¿Con quién quiere usted hablar? ¿Está segura de que ha marcado
el número correcto? —inquirió el hombre, y antes de que me diera
tiempo a contestar, dijo—: Un momento.
Poco después habló una voz femenina:
—¡Bohnsack!
¡Esa voz la conocía yo! ¡Era la madre de Anton!
Me aclaré la garganta.
—¿Puedo hablar con Anton?
—¿Quién es? —preguntó.
—Eh… Anna —mascullé y luego repetí mi pregunta—: ¿Puedo
hablar con Anton?
—¿Con quién? ¿Quiere usted hablar con Anton?
—¡Sí!
Oí un crujido y un susurro y, de repente, dijo Anton, mi Anton:
—¿Hola?
—¡Soy yo, Anna!
Me molestó un poco que mi voz sonara tan débil y aguda.
—Tú… —Anton parecía sorprendido, pero también contento.
Sus padres dijeron algo, pero no entendí qué.
—¿Sigues enfadado conmigo? —pregunté—. Me refiero por lo de
ayer. Porque yo…
Creía que me había comportado como una tonta.
—No, por supuesto que no —respondió Anton.
Suspiré, aliviada.
—¡Tengo una sorpresa para ti!
—¿Qué es?
—Una historia —contesté—. Una historia real de amor de vampiros.
¿Podría leértela esta noche?
—Hoy no —respondió—. Mejor mañana.
—¿Y cuándo? —inquirí.
—Mi abuela tenía veintiún relojes —dijo.
Me quedé reflexionando un momento y entonces comprendí el
mensaje secreto de Anton.
—¡Vale, mañana por la noche, a las veintiuna horas! —exclamé.
Anton preguntó cómo estaba Rüdiger y le respondí que ya volaba.
—Y tiene un hambre tremenda —añadí.

—Vaya —murmuró.
Me di cuenta de que no quería recordar los hábitos alimentarios de
Rüdiger. Pero aquello también me resultó muy simpático.
Sí, y ahora voy a darle los últimos retoques a mi historia de amor de
vampiros… ¡para Anton!

24 / 25 de septiembre
¡He tenido mi primera cita/reunión de verdad con Anton, querido
noctario! Hoy en día no se utilizaría esa palabra, pero a mí me gusta
decir «reunión», pues eso fue lo que hicimos en casa de Anton,
reunirnos.
En la cripta me cepillé el pelo, sacudí el polvo de mi capa y me eché
unas gotas de mi nuevo perfume Mufti eleganti en los lóbulos de las
orejas.
No sé qué hora era cuando llegué a casa de Anton, pero mi intuición
me decía que aún era muy pronto para nuestra cita. Así que volé
hasta el castaño y desde allí miré la ventana de Anton.
No había corrido las cortinas del todo y la tentación de otear su
habitación a escondidas era grande. Pero no lo hice. ¡Anton no
debería pensar que soy infantil y no puedo esperar a la hora fijada!

Al cabo de un rato, se
encendió la luz detrás de las cortinas, pero no ocurrió nada, al
menos, nada que pudiera distinguir desde el castaño.
Finalmente, el reloj de la iglesia dio las nueve. Me atusé el pelo y me
alisé la capa. Después eché a volar y llamé al cristal.
Anton se acercó a la ventana y la abrió.
—¡Buenas, Anton!
Sí, dije «buenas» de verdad, lo que normalmente no haría ningún
vampiro. ¡Así que ya puedes imaginarte lo que me molestó, querido
noctario!
Anton, de todos modos, respondió con un «buenas» y se puso rojo.
¡Le habría dado un beso allí mismo!
Pero me controlé y me limité a sonreírle.
—¿Hueles algo? —le pregunté.
—Eh… sí —respondió.
—¡Mi perfume, Mufti eleganti! —exclamé—. ¿No huele de miedo?
—Un poco a cebollas —opinó.
—Las cebollas son el ingrediente principal. ¡Además, también lleva
setas hediondas y flores del árbol sterculia foetida!
—¡Puaj! —dijo Anton.
Me quedé bastante desilusionada.
—¡Y yo que creía que iba a gustarte!
—Siii —afirmó—, lo que pasa es que es algo… inusual.
Decidí no continuar empecinada en el tema y le pregunté a Anton si
escuchábamos música. Él negó con la cabeza.
—Mis padres creen que ya estoy durmiendo.
Me quedé aún más desilusionada. ¡Nada de música! Pero siempre
me llevo chascos. Gracias a Drácula, la desilusión no me dura
mucho.
—Ah, quería leerte algo: ¡una historia de amor de vampiros! —me
vino a la memoria.
Saqué las páginas de debajo de mi capa. Anton examinó las hojas
un poco arrugadas que yo había arrancado al cuaderno.
—¿Es tu historia de vampiros? —preguntó.
Asentí. Me puse roja. Y enseguida empecé a leer.
Y cuando leí el final, «No mucho después el joven se convirtió
también en vampiro y vivieron felices hasta el fin de sus días», Anton
dijo:
—Esa historia ya la conozco. Es el cuento de La bella durmiente.
¡Salvo que el príncipe en tu historia no es un príncipe, sino un
vampiro!
Tuve que reírme.
—Sí. Pero mi versión es mejor, ¿no te parece?
—Te has olvidado de la corte —dijo—. Y del rey y de la reina. ¿Al
final también se vuelven vampiros?
—¿No sería eso demasiado espantoso? —pregunté.
—Por supuesto que no —respondió y añadió—: De todas maneras,
hoy en día ya nadie cree en vampiros.
—Pero tú sí crees en nosotros, ¿verdad?
—Yo sí, pero los otros…
—¿Qué otros?
—Ay… ¡todos!
—¿Todos? ¡Y yo que creía que nos tenían miedo!
—Qué va. En absoluto.
—¿Y tus padres? —pregunté—. ¿Creen en vampiros?
—Ellos menos que nadie —contestó Anton—. Pero les gustaría
conoceros, a ti y al auténtico Rüdiger, e invitaros a merendar. El
miércoles.
—¿En serio?
Di un salto de alegría.
—¿Crees que Rüdiger también vendrá? —preguntó Anton.
—¡Ya me ocuparé yo de eso! —exclamé.
Luego eché a volar.
Busqué a Rüdiger por todas partes, pero no lo encontré. Bueno, para
el miércoles aún faltaban un par de noches.
¡Y Rüdiger no podía rechazar la invitación! ¡Pues si dice que no, les
contaré a nuestros parientes lo de su amistad con Anton, y eso lo
sabe!

Algo más tarde


Ya te había guardado en tu escondite, cuando Lumpi se presentó en
la cripta.
—¡Hola, hermanita! —me saludó.
—Hola, hermanito —le contesté.
Se metió en su ataúd, se colocó un cojín en la espalda y empezó a
limarse las uñas.
—Aprecio lo que… debería… bueno —titubeó.
—¿Qué? —le pregunté cuando se calló.
—¡Por poco digo «darte las gracias», ja ja! —Se rio a carcajadas.
Yo me quedé algo confusa. Primero le pide perdón Rüdiger a Anton y
ahora me da las gracias Lumpi… casi… ¿A mí?
—Lo mejor será que me digas de qué se trata —le recomendé.
Los colmillos de Lumpi brillaron a la luz de las velas.
—Tu consejo fue tan estúpido como había supuesto. Pero ¡aun así
ha salido algo guay de eso!
—¿A qué consejo te refieres?
—¡Aquello con Waldi el Malvado y Jörg el Colérico! Dijiste que debía
repartir la noche de los chicos. El éxito fue impresionante: primero
terminó Waldi conmigo. Luego, Jörg.
Me asombró que Lumpi hubiera seguido mi consejo. Al fin y al cabo,
lo había calificado de «apestosa soluchorrada» y de mí había dicho
que era una inmadura total.

—Y ¿por qué lo encuentras


tan guay si ninguno de los dos es ya tu amigo? —pregunté.
—¿Por qué? ¡Porque ahora soy libre y puedo quedar con un nuevo
amigo!
—Ajá.
—¡Ya le he echado el ojo a uno! —declaró Lumpi.
—¿A quién? —pregunté más bien indiferente.
—¡A Anton! —soltó mi hermano.
¡Me estremecí! Después le pregunté con ignorancia fingida:
—¿Es el nuevo del club de chicos vampiros?
Lumpi se dio una palmada fuerte en los muslos.
—¡Demonios, sí que eres corta! ¡Me refiero al niño humano, Anton, el
que estuvo con nosotros en la cripta y que jugó a Vampiro-no-te-
enfades!
¡Justo lo que me estaba temiendo!
Bajo circunstancias normales, le habría dado una charla a Lumpi de
por qué los niños vampiros no teníamos que ser amigos de los
humanos. Pero me ahorré el esfuerzo. ¡Al fin y al cabo, Rüdiger y yo
no nos habíamos atenido a esa prohibición! Así que debía
ocurrírseme algo mejor para apartar a Lumpi de Anton.
—Quieres una amistad duradera con Anton, ¿no? —le pregunté.
—¿Qué? —dijo.
—Sea como sea, Rüdiger y yo sí que queremos una amistad
duradera con Anton. ¿Sabes? Anton es un poco…
Busqué una expresión que a Lumpi le impactase.
—¿Mono? —se rio entre dientes.
—No me refiero a eso.
—¿Está para comérselo?
—¡Que no!
—¿Para chuparse los dedos?
—¡Que no voy por ahí! —repliqué—. Es diferente —añadí después
—. ¡Anton es diferente!
Lumpi asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo con esa descripción. Yo también soy diferente.
—Y una amistad siempre es algo mutuo —continué.
—¿Algo mutuo? —repitió Lumpi.
—¡Sí! Si quieres ser amigo de Anton, él también tiene que querer ser
amigo tuyo, ¿verdad? —dije.
Lumpi se estiró.
—¿Acaso hay alguien que no quiera ser amigo mío, el magnífico y
fascinante Lumpi von Schlotterstein?
«“Fanfarrón” sería más apropiado», pensé. Pero en voz alta dije:
—Claro. Pero tienes que darle tiempo a Anton para que se dé cuenta
de lo magnífico y fascinante que eres. Y después, cuando Anton te
conozca, saldrá de él entablar una amistad contigo.
—¿Darle tiempo? De eso tengo más que de sobra. Lo que no
soporto es esperar —dijo Lumpi.
Se estiró en su ataúd y cerró los ojos.
Al cabo de dos minutos, ya estaba roncando.
Lumpi sigue roncando, querido noctario.
Pero yo estoy totalmente despierta, porque me preocupa Anton.
Nunca se sabe qué se le puede ocurrir a Lumpi. Y cuando se le mete
una cosa en la cabeza, puede llegar a ser muy obstinado…

27 / 28 septiembre

Hablé con Rüdiger y aceptó ir a merendar con los padres de Anton.


¡No me lo podía creer, querido noctario!
Poco después me
topé con Lumpi.
—Necesito que me hagas un favor —dijo con arrogancia—. ¡Ven
conmigo a la capilla!
Detrás de la antigua capilla, Lumpi me dijo con un tono de reproche:
—¡Ni siquiera sé cómo se apellida Anton!
—¿Es eso todo lo que quieres? —pregunté.
—¿Qué pasa? —resopló—. ¿Es que no tengo derecho a saber el
nombre completo de Anton?
—Bohnsack. Se llama Anton Bohnsack.
—¿Bohnensack? ¡Suena adorable!
—Bohnsack —le corregí.
—Y ¿dónde vive nuestro Anton… Bohnensack? —inquirió Lumpi.
Vacilé un momento.
—En la calle del Teatro, número siete. Pero ¡de ninguna manera
puedes ir a llamarle! Anton vive con sus padres. Y son muy estrictos.
—¿Ah, sí? ¿En serio? ¡Me gusta que mis amigos tengan una buena
educación! —Sonrió. Y, de repente, gritó—: ¡Yo nunca llamaría al
timbre de la casa de un humano! ¿Me tomas por un imbócil o qué?
Me costó mucho no echarme a reír. Cuando Lumpi se enfada, a
veces, se expresa de una forma la mar de divertida.
—¡Venga, vamos! —exclamó—. ¡A la calle del Teatro, número siete!
—Pero no llamaremos al timbre, ¿eh? —me aseguré.
—¡El único timbre lo tienes en tus orejas sucias! —Lumpi se rio como
si hubiera hecho un chiste bueno.
Yo le lancé una mirada fría de soslayo y me callé.

Volamos a casa de Anton. Lumpi miró por las cortinas medio


cerradas. A continuación, se acercó a mí en el castaño.
—¿Has visto a Anton? —le pregunté.
Lumpi asintió con la cabeza.
—Pero no está solo.
Sentí una punzada. Pero luego comprendí que Lumpi tan solo quería
ponerme celosa.
—¿Está la madre de Anton en su cuarto? —quise saber.
—No…
—¿Su padre?
—¡Exacto! Y es verdaderamente atractivo: espaldas anchas, barbilla
angulosa y una nuez destacable.
—¿Y qué hacen? —pregunté.
—Hablar. —Lumpi bostezó—. Sí, voy a…
—¿Vas a llamar? —exclamé, asustada.
—¡Pues claro! —respondió Lumpi.
—Pero si lo haces, seguro que metes a Anton en problemas —le
advertí.
Lumpi puso los ojos en blanco.
—¡No voy a llamar a casa de Anton, sino a Jörg el Colérico! Mi sexto
sentido me dice que el bueno de Jörg echa de menos a Lumpi.
Emití un profundo suspiro. Si Lumpi se reconciliaba con Jörg el
Colérico, no necesitaría un nuevo amigo. ¡Entonces, Anton estaría a
salvo!
Cuando Lumpi se hubo marchado, eché un breve vistazo a la
habitación de Anton.
Anton y su padre estaban sentados en la cama. No sé si encuentro
tan de buen ver al padre de Anton como Lumpi lo describió, pero sus
espaldas sí son anchas, tiene una barbilla angulosa y una nuez
pronunciada.
Se me pasó por la cabeza que Anton algún día será como su padre.
Que Anton también será adulto…
De pronto, me puse muy melancólica.
Pero entonces me acordé de un dicho vampírico y volví a ponerme
de buen humor: ¡Con el tiempo maduran los dientes!

28 / 29 de septiembre

Buenas noticias, querido noctario: ¡Lumpi y Jörg el Colérico han


hecho las paces! ¡Y hasta Lumpi ha traído a Jörg a la cripta! No, no
para siempre… solo a pasar un par de días. Jörg quiere celebrar una
noche típica de la Selva Negra y para prepararla necesita la ayuda
de Lumpi.
¡Waldi el Malvado se pondrá fuera de sí cuando se entere de la fiesta
típica de la Selva Negra! Jörg el Colérico no le ha invitado. Por
suerte, ese no es mi problema.
¡Yo ya tengo suficientes problemas propios! Por ejemplo, ¡tengo que
decidir qué me pongo mañana por la noche para ir a visitar a los
padres de Anton!
Además, tengo que pensar lo que vamos a decir Rüdiger y yo, y
cómo deberíamos comportarnos. Seguro que los padres de Anton
esperan también un detalle por la invitación, ¿no?

Ojalá tuviera más experiencia con


este tipo de encuentros…

29 / 30 de septiembre

Después de la visita a los padres de Anton, me fui a volar un rato por


la ciudad para calmarme, querido noctario. Todo empezó con que
Rüdiger se quedó dormido. ¡Tuve que zarandearlo para que se
despertase! Nuestros parientes hacía tiempo que se habían
marchado y me fui poniendo cada vez más nerviosa. Por fin nos
habían invitado los padres de Anton a merendar y eso se hace por la
tarde.
Como le había despertado yo,
Rüdiger estaba malhumorado. Me trataba como si yo no estuviese
ahí, y refunfuñaba y gruñía para sus adentros.
Cuando le recomendé que se pusiera unos leotardos limpios, soltó:
—Los míos ya están limpios.
Creo que después de la intoxicación de la sangre, se puso unos
leotardos limpios, querido noctario. Pero no estoy segura del todo.
Los míos los lavé la noche anterior. Además, llevé puesto mi vestido
de terciopelo azul oscuro y las zapatillas de bailarina. ¡Me cepillé el
pelo hasta que me dolió la cabeza! Me he aplicado colorete en las
mejillas y pintado los labios de rojo cereza.
Bueno, al menos, Rüdiger me ha dejado que le maquillara un poco.
Tenía los labios pálidos como un muerto porque no había tomado
nada y, con un lápiz de labios rojo claro, les di algo de color.
Después, le puse colorete en las mejillas y le empolvé la cara.
La verdad es que había pensado llevarles de regalo dos de mis
cuatro hojas secas de trébol, pero Rüdiger dijo que con esas
«chiquilladas» solo nos pondríamos en ridículo.
Así que dejé las hojas de trébol en mi ataúd y, en su lugar, cogí un
par de ramas de los setos del cementerio. Sí, y después volamos a
casa de Anton.
Oh, viene alguien…

Algo más tarde


Era mi madre, Hildegard la Sedienta, querido noctario. Se había
olvidado su bolso de bandolera en el ataúd; el bueno, el que solo
llevaba en ocasiones especiales.
—¡Justo ahora se reúnen las damas vampiras! —me dijo.
—Sí —contesté—. Hoy es la penúltima noche de septiembre.
Las damas vampiras se reúnen una vez al año y siempre esa noche.
Pero no sé mucho más. ¡Y es que no soy una dama!
Antes de que mi madre volviera a marcharse, me preguntó por qué
no salía como el resto de la familia.
—Tengo que escribir un poco más —contesté.
—¿Sobre qué? —quiso saber.
En un primer momento, tuve la tentación de hablarle de ti, noctario.
«¡Sí, debe de ser maravilloso tener una madre a la que poder
contarle todo!», pensé.
Pero ese tipo de familiaridad no la tendremos nunca los niños
vampiros con nuestros padres. Ellos ya no quieren ser padres, sino
simplemente... vampiros.
¿Quién tendría ganas de ocuparse de sus hijos durante ciento
cincuenta años o más? Supongo que nadie.
Así que me limité a decir:
—Tengo que anotar un par de recetas para las tinturas de hierbas.
Mi madre se quedó satisfecha con aquella información y echó a
volar.

Bueno, y ¡ahora te contaré cómo fue la tarde con Anton y sus padres!
¡No, antes por si acaso voy a poner más tinta!
Algo más tarde
¡Rüdiger y yo cruzamos la gran puerta de cristal del edificio de Anton
como dos visitas normales! Y con eso me refiero a visitas humanas,
querido noctario.
Aunque prescindimos de subir en ascensor y, en su lugar, subimos
por las escaleras, levitando a lo vampiro.
Frente a la puerta del piso de Anton eché un poco más de Mufti
eleganti en la capa de Rüdiger para ocultar el olor a moho. Yo misma
ya me había perfumado en nuestra cripta.
Luego llamó Rüdiger al timbre. Por supuesto, yo estaba muy
emocionada y comencé a reírme entre dientes.
—¡No seas boba! —refunfuñó Rüdiger.
—¡No seas desagradable! —refunfuñé yo.
Se abrió la puerta y aparecieron los padres de Anton delante de
nosotros. El padre de Anton olía a menta y su barbilla estaba muy
suave. ¡Creo que se había afeitado por nosotros! La madre de Anton
olía a fresas. Llevaba pendientes y un collar de perlas, una blusa
rosa y una falda negra.
No me sorprendió que ambos fueran tan guapos, querido diario. ¡Al
fin y al cabo, tienen un hijo guapo! ¡No, muy guapo!
Pero a nosotros, los nuevos amigos de Anton, era evidente que nos
habían imaginado muy distintos. Se nos quedaron mirando y no
dijeron nada.
Rüdiger fue el primero en hablar.
—¡Buenas noches! —saludó.
Y yo también dije enseguida:
—¡Buenas noches!
La madre de Anton se aclaró la garganta.
—Buenas noches —saludó y nos indicó que entrásemos. Rüdiger les
dio las ramas del seto. Yo le había dado el ramo porque se me
ocurrió que el hombre —o el niño— debía entregar el detalle por la
invitación.
La madre de Anton desapareció con las ramas en la cocina y oí que
abría el grifo.

Anton había
esperado al final del pasillo para ver cómo se desarrollaba el
recibimiento.
—¡Hola, Anton! —le saludé—. ¿Cómo estás?
—Eh… bien —respondió.
«¡Anton está igual de cortado que yo!», pensé.
En el salón me puse incluso más tímida. La mesa estaba puesta
como si los Bohnsack esperasen una visita distinguida: había una
buena vajilla, cubertería de plata, velas y servilletas de tela.
—En casa nunca está todo tan bonito —dije.
—¡Shh! —chistó Rüdiger.
—¿Qué pasa? —me defendí—. ¡Si es verdad!
La madre de Anton colocó el jarrón con agua y las ramas del seto
sobre la mesa. Tenían un aroma agradable, pero al padre de Anton
no le gustaba el olor y quiso abrir la ventana.
—Mejor no —dijo la madre de Anton—, ¡o entrarán polillas en la
habitación!
—¡Qué animalitos más dulces! —exclamó Rüdiger.
—¡Agh! —soltó la madre.
—O murciélagos —añadió Rüdiger—. ¡Tienen unas caras más
monas!
—¡Brrr! —se estremeció la madre de Anton.
Entonces no pude reprimirme más y grité:
—¡O vampiros!
Habría sido preferible no haberlo dicho.
A Rüdiger le entró un ataque de risa, aunque se llevó la mano a la

boca para que no se le vieran los dientes de vampiro.


Pero pronto empeoraron las cosas. Mi hermano empezó a respirar
con dificultad como si fuera a morirse. La madre de Anton le trajo un
vaso de agua y a Rüdiger le dio algo. ¡Agua! ¡Imagínatelo, querido
noctario! ¡En un estómago de vampiro vacío!
El pobre Rüdiger se levantó de repente y corrió al cuarto de baño.
¡Sí, y esa fue la última vez que le vimos aquella noche!
Para desviar la atención de los problemas de Rüdiger, cogí unos
trocitos de queso. Pero solo comí queso, no pan. ¡Hasta yo tengo
límites! Por eso, también tuve que rechazar el zumo de manzana que
me ofreció la madre de Anton. Le dije que leche sí bebería y la mujer
se fue a buscarla.
Entonces, en el pasillo, la madre de Anton se dio cuenta de que
Rüdiger se había marchado. Regresó al salón y gritó:
—¡Rüdiger no está aquí!
A continuación, los padres de Anton se pusieron a discutir cómo mi
hermano había podido salir del apartamento.
La madre de Anton dijo que si se hubiera ido por la puerta,
tendríamos que haberlo visto. Y tenía razón.
—Entonces, Rüdiger se habrá marchado volando —bromeó el padre
de Anton.
—¡Quién sabe! —dijo la madre de Anton—. La ventana de la
habitación de Anton está abierta.
No obstante, después mantuvimos una agradable conversación. Y yo
tuve la sensación de ser algo parecido a una nuera. Sí, en serio: ¡me
sentí un poco como la novia que va a ver por primera vez a los
padres de su novio!
Por ejemplo, el padre de Anton me preguntó qué aspecto tenía sin la
capa.
—Casi el mismo —respondí—. Tan solo un poco mejor.
—¡Vanidosa no eres en absoluto! —opinó.
—No —contesté.
—Y tímida tampoco, ¿no?
—A veces —dije y miré a Anton.
Después de hablar de nuestra abuela —por supuesto, cosas que no
tenían importancia—, el padre de Anton señaló:
—¡Desde luego, sois una familia graciosa!
—La mayoría de los que nos conocen no nos encuentran graciosos
—contesté.
El hombre se rio.
—¿Y, entonces, qué opinan de vosotros?
—Preferiría no decirlo —respondí y añadí que debía marcharme en
ese momento.
—Pero volveréis pronto, ¿no? —preguntó.
Asentí con la cabeza y dije:
—¡Sí!
Luego me despedí. Incluso cogí el ascensor, aunque me resultó
horrible aquella estrecha cabina.
¿Fue un éxito nuestra visita? ¡Eso espero!
¿Qué había hecho Rüdiger? Me pasó volando sano y salvo. ¡No, el
agua no le había hecho daño!

30 de septiembre / 1 de octubre

¡Querido noctario! Tengo dos novedades y me temo que ninguna de


las dos es buena.
La primera novedad: mañana se reúne nuestro consejo familiar para
una sesión extraordinaria. La segunda novedad: la que ha solicitado
esta sesión extraordinaria ha sido la tía Dorothee.
Y no puedo evitar sospechar que haya descubierto la amistad con
Anton que tenemos Rüdiger y yo.
El único rayo de esperanza: ¡también soy miembro del consejo
familiar! Puf, de alguna manera tengo que ganar tiempo hasta la
sesión extraordinaria…
¡Naturalmente, tengo unas ganas tremendas de volar a casa de
Anton para preguntarle qué les pareció a sus padres la merienda y,
sobre todo, yo!
Pero eso sería poco sensato en este momento y, por eso, no lo voy a
hacer.
Y Rüdiger también me ha dicho que bajo ninguna circunstancia irá a
ver a Anton ni hoy ni mañana.
1 / 2 de octubre
¡En efecto, la tía Dorothee ha descubierto que Rüdiger se ha hecho
amigo de un niño humano, querido noctario! Lo reveló ante el
consejo familiar y anunció que incluso sabía en qué casa vivía el
amigo humano de Rüdiger y cuál era su ventana. Pero habló de una
habitación con claraboya, lo que me tranquilizó un poco, pues el
cuarto de Anton no tiene ninguna claraboya.
En cambio, la tía Dorothee no nos ha visto a Anton y a mí juntos. ¡Sí,
cree que Rüdiger fue solo a merendar con los padres de Anton!
—Esperé en el árbol grande que hay delante de la casa —informó—
y de repente cayó Rüdiger del cielo como un pájaro enfermo.
—¿Qué quiere decir «como un pájaro enfermo»? —preguntó nuestra
madre.
Al consejo familiar pertenecen nuestra madre, nuestro padre, nuestra
abuela… y yo.
—Rüdiger había tomado alimentos humanos y, como consecuencia,
no podía volar bien —aclaró la tía Dorothee.
—Pero… —comencé a decir.
—¿Pero qué? —gruñó la tía Dorothee.
—¿Está demostrado que de verdad tomó alimentos humanos? —
dije.
—Las dificultades que tenía para volar eran pruebas suficientes —
repuso la tía Dorothee.
—¿Y qué pasó luego? —quiso saber nuestro padre.
—Me acerqué volando para comprobar si Rüdiger estaba herido —
dijo la tía Dorothee.
—¿Y? ¿Estaba herido? —inquirió nuestra madre.
—No. Pero vi otra cosa…
—¿Qué? —preguntó nuestra abuela.
—¡Rüdiger se había maquillado!
—¿Cómo? ¿Maquillado? —exclamó nuestro padre.
—Se había puesto colorete en las mejillas, se había pintado los
labios y se había empolvado la cara —respondió la tía Dorothee—.
¡Fue asqueroso, repugnante, nada vampiro y una burla de todos
nosotros!
—Y ¿por qué lo hizo? —preguntó nuestra madre.
—¡Porque quería tener el aspecto de un humano! —gritó la tía
Dorothee.
Entonces nuestra abuela se dirigió a mí.
—¿Qué opinas tú de todo esto, Anna? —preguntó.

—Tal vez haya otra explicación —


contesté—. Tal vez el niño humano al que fue a visitar Rüdiger quiera
convertirse en vampiro.
—¡Qué tontería! —gruñó la tía Dorothee—. ¡Hoy en día los chicos ya
no quieren ser vampiros! Además… no necesitamos más vampiros.
¡Ya somos demasiados!
—Pero no es totalmente imposible que Rüdiger tuviera buenos
motivos para mezclarse con un niño humano —apuntó nuestro
padre.
—¡Ni por asomo! —bufó la tía Dorothee—. ¡Rüdiger es una
vergüenza para la comunidad de vampiros y tiene que recibir un duro
castigo!
¡Sí, y después exigió que se le prohibiera la entrada a la cripta!
Prohibir la entrada a la cripta es un castigo que solamente se impone
en los peores casos, querido noctario.
—Deliberaremos sobre el destino de Rüdiger —dijo nuestro padre.
Y con esas palabras despidió a la tía Dorothee. ¡Gracias a Drácula!
—Antes de llegar a nuestro veredicto, tenemos que dejar hablar a
Rüdiger —declaró Sabine la Horrible cuando volvimos a estar solos.
—Si estáis de acuerdo, le haré presentarse mañana ante el consejo
familiar.
A nuestra madre y nuestro padre les pareció bien. Yo me abstuve en
la votación. Por lo que eran tres contra uno, y eso significa que
¡mañana tendrá que hablar Rüdiger ante el consejo familiar y
responder a sus preguntas!
No quiero pensar en las consecuencias que tendrá para mí el
interrogatorio. Lo más seguro es que Rüdiger diga que estuvimos los
dos con los padres de Anton, que yo le maquillé y que fui yo la que
comí alimentos humanos.
Rüdiger hará todo lo posible por salvar su pellejo. Está en su
naturaleza de vampiro. Y, entonces, quedaré como una hipócrita,
porque hoy en el consejo familiar he hecho como si fuera inocente…

2 / 3 de octubre

Después de despertarse, Sabine la Horrible esperó a que todos los


que no eran miembros del consejo familiar abandonasen la cripta.
Tan solo Rüdiger debía quedarse…
¡Oh, reinaba un ambiente espantoso, querido noctario! Nadie
hablaba, nadie sonreía y todos ponían caras serias. Rüdiger también
estaba muy serio. Tal y como se encontraba —derecho como una
vela y con los labios apretados—, me parecía un adulto.
Y entonces empezó nuestra abuela el interrogatorio. En el fondo,
esperaba que Rüdiger dijera «¡Anna hizo lo mismo!». Pero no dijo ni
una palabra que me delatara. Al cabo de un rato, levanté la mano y
pregunté:
—¿Puedo hablar con Rüdiger a solas?

—Por supuesto que sí —respondió nuestra


abuela, que se retiró a un rincón de la cripta junto a nuestros padres.
Yo me acerqué a Rüdiger y le susurré:
—¿Por qué has cargado con toda la culpa?
—Porque basta con que castiguen a uno —contestó también
susurrando.
—Pero ¡yo también estuve allí! —exclamé.
Él negó con la cabeza y repitió:
—Basta con que castiguen a uno.
—¿Estáis ya? —nos gritó nuestra abuela.
—¡No! —le respondí yo también a voces.
—Sí —dijo Rüdiger.
Luego continuó el interrogatorio. Al terminar, Rüdiger tuvo que
abandonar la cripta. Apenas había cruzado el agujero de entrada,
cuando nuestro padre dijo:
—Creo que no nos queda más remedio.
Nuestra abuela asintió con la cabeza.
—Ha infringido nuestras leyes. Esas leyes garantizan nuestra
supervivencia. Si las incumple, tiene que recibir un castigo.
—Así es —confirmó nuestra madre.
—Y para lo que ha hecho Rüdiger tan solo hay un castigo: prohibirle
la entrada a la cripta —explicó nuestra abuela.
Me lo temía, querido noctario. Pero cuando nuestra abuela pronunció
el castigo, me llegó como una bofetada y grité:
—¡No!
—Sí —dijo ella.
—¡Rüdiger ha comprendido que cometió un error! —grité.
—¿Significa eso que tú no castigarías a Rüdiger? —preguntó nuestro
padre y miró con sus ojos marrones hacia arriba en señal de
desaprobación.
—¡Sí! —contesté—. ¡Creo que Rüdiger ya ha recibido suficiente
castigo!
—¿Cómo? —inquirió nuestra abuela.
—Con este interrogatorio —respondí.
—Esto no ha sido un interrogatorio, sino una comparecencia —me
informó—. Y en esta comparecencia Rüdiger ha tenido la
oportunidad de defenderse.
—Tenemos que pensar también en ti y en Lumpi —apuntó nuestro
padre—. Si no castigamos a Rüdiger, vosotros pensaríais que está
bien hacerse amigo de niños humanos.
—¡Lumpi y yo no creemos eso para nada! —repliqué.
—Ya lo sabemos.
—Todavía eres demasiado joven para juzgar asuntos tan graves —
dijo nuestra madre.
—¿De repente? —exclamé.
—La verdad es que sí, aún eres demasiado joven —confirmó
también nuestra abuela.
Golpeé fuerte con el pie el suelo.
—¡Y lo siguiente que me diréis será que no puedo juzgar estos
asuntos porque soy una chica!
—Eso no se puede negar —opinó nuestro padre—. Las chicas se
dejan llevar por el corazón en sus decisiones y no por la razón.
—¡Tenéis una forma de pensar retrógrada! —solté, furiosa.
Nuestro padre tosió ligeramente.
—Esta vez nuestro consejo familiar emitirá veredicto sin contar con
Anna. ¿Estáis de acuerdo? —les preguntó a nuestra abuela y
nuestra madre.
Ambas asintieron con la cabeza. ¡Entonces apreté los puños y me
marché!
Fui a buscar a Rüdiger, pero no lo encontré. Mucho más tarde
regresé a la cripta y vi que el ataúd de Rüdiger seguía en su sitio. ¡Y
tuve la esperanza de que el consejo familiar no le hubiera prohibido
la entrada a la cripta!

3 / 4 de octubre

Volví a ver a Rüdiger justo antes de la salida del sol, mientras bajaba
las escaleras detrás de Lumpi hacia nuestra cripta. Los demás ya
estábamos en nuestros ataúdes. Pero no habíamos cerrado todavía
las tapas, porque Sabine la Horrible había anunciado que tenía que
dar una explicación cuando estuviéramos todos reunidos.
Lumpi y Rüdiger parecían muy cansados. Se dirigieron a sus ataúdes
y entraron en ellos.
—¡Atención! ¡Escuchadme todos! —gritó nuestra abuela.
Creía que por fin me enteraría del veredicto al que el consejo familiar
había llegado sin mí, pero Sabine la Horrible se limitó a decir que
debía compartir con la familia entera algo de gran trascendencia. Sin
embargo, tenía que esperar a que todos hubiéramos descansado.
Bajo ninguna circunstancia, debíamos salir volando tras el despertar.
—¿No podrías adelantarnos algo ahora? —urgí.
—No —respondió nuestra abuela—. Si lo supieras ahora, no podrías
dormir.
Sea como sea, no he dormido bien, querido noctario. Estuve la mitad
del día dando vueltas dentro de mi ataúd, de un lado a otro.
Por la noche, nuestra abuela dio todos los detalles del «delito»
cometido por Rüdiger: se había hecho amigo de un niño humano,
había ido a visitar a su piso a ese niño humano, se había maquillado,
había tomado comida humana y se había dado a conocer como
vampiro.
—Y como castigo el consejo familiar le ha prohibido la entrada a la
cripta por tiempo indefinido. Tiene tres noches para encontrar sitio
para él y su ataúd —terminó nuestra abuela su discurso.
—¡No podéis hacerle eso! —grité.
—Yo en tu lugar no usaría ese tono —dijo la tía Dorothee con
mordacidad—. ¡Sobre todo cuando, por tu culpa, el consejo familiar
ha tenido que imponer este duro castigo!
Me estremecí.
—¿Por mi culpa?
—¡Oh, sí! ¡Porque tú, Anna von Schlotterstein siempre estás
bebiendo leche, y eso no es nada propio de los vampiros! —gruñó.
La miré furiosa, pero no dije nada.
Tras el discurso de nuestra abuela, quise hablar sin falta con Lumpi y
Rüdiger. Sin embargo, la tía Dorothee nos observaba, así que tan
solo les susurré:
—Nos vemos luego.
—Sí —dijo Lumpi.
Y después se marcharon los dos volando.
¡Y yo también me voy ya, querido noctario!

Más tarde
Me reuní con Lumpi delante del viejo
depósito de agua.
—¿Ha encontrado ya Rüdiger un sitio para él y su ataúd? —
pregunté.
Lumpi negó con la cabeza.
—Hemos ido a ver a todos los que conocemos, pero todos tenían
algún pretexto.
—¿A Jörg el Colérico también?
—Sí, también. Ha dicho que tenía que recuperarse del cansancio por
la fiesta de la Selva Negra.
¡Pero no pude contener más mi curiosidad, querido noctario!
—¿Y en qué consiste una fiesta de la Selva Negra? —pregunté.
—Principalmente en juegos —contestó Lumpi.
—¿Y qué tipo de juegos?
—Guerra de nata, hacer equilibrios con tarta de cerezas de la Selva
Negra sobre la cabeza, concurso de belleza en Lederhosen, competir
a ver quién grita mejor el cucú con el reloj de cuco, a ver quién lanza
más lejos los huesos de cereza, carrera de obstáculos con las
originales zapatillas de esparto de la Selva Negra…
—¿Y de dónde saca Jörg todas esas especialidades de la Selva
Negra: la tarta de cerezas, los relojes de cuco, los Lederhosen y las
zapatillas de esparto?
—De Brocken.
—¿De Brocken? —me sorprendí—. Pero ¡si eso es una montaña en
Harz y no está en la Selva Negra!
Lumpi sonrió irónicamente.
—Este Brocken se encuentra en Freundenstadt y es un nuevo
descubrimiento de Jörg el Colérico. Brocken es su apodo, porque…
¡pedazo de vampiro que está hecho!
—¿Y qué hay de Waldi el Malvado? —pregunté—. ¿No podría
acoger a Rüdiger?
—Waldi me gritó lo siguiente: ¡Vete al sol, traidora solanácea! —dijo
Lumpi.
—¡Qué amigos más encantadores! —exclamé.
Él asintió con la cabeza.
—Conocidos muchos, amigos pocos.
Tras una pausa, de pronto, Lumpi chocó las palmas y gritó:
—¡Por Drácula! ¡Esa es la solución! ¿Cómo no se me ha ocurrido
antes?
—¿El qué?
—Si tenemos un amigo… ¡un amigo de verdad! —gritó triunfante—.
¡Llevaremos el ataúd de Rüdiger a casa de nuestro amigo Anton
Bohnensack!
—Bohnsack —le corregí e hice un esfuerzo por que Lumpi no notara
mi susto.
Luego dije tan diplomáticamente como me fue posible:
—Creo que no sería muy oportuno llevar el ataúd a casa de Anton.
Cuando Lumpi ve que una idea suya no se considera estupenda, se
obceca en ella.
—¿Y por qué no? —gruñó—. Anton seguro que tiene un sótano. Allí
estará seco el ataúd de Rüdiger, y hay un montón de ratas y ratones.
—Sí, pero piensa por qué le han prohibido la entrada a la cripta,
porque se hizo amigo de Anton —dije—. Y si ahora se muda a su
sótano y nuestros parientes lo descubren, probablemente lo expulsen
para siempre de nuestra familia.
Lumpi se rascó la barbilla.
—Hmm, tal vez debería hablar de nuevo con Waldi el Malvado.
Aunque vaya en contra de mis principios…
De repente, oímos voces humanas. Como presentía lo que iba a
suceder a continuación, me apresuré a decir «Buenas noches,
Lumpi» y continué volando.
Busqué a Rüdiger en todos los lugares posibles, pero debía de
haberse escondido donde no pudiera encontrarlo nadie. Al final, me
senté un rato en el castaño frente a la casa de Anton. Miré hacia su
ventana y me lo imaginé allí tumbado, soñando… ¡conmigo!

4 / 5 de octubre

Esta es la penúltima noche de Rüdiger en nuestra Cripta


Schlotterstein.
—¿Hay alguna novedad? —le pregunté a Lumpi.

—No —se limitó a contestar.


Con mi otro hermano también quería hablar, pero me evitaba.
Rüdiger está muy raro, querido noctario. Siempre está pensando y
no habla con nadie. Pero la verdad es que yo también estaría así si
tuviera que despedirme de mi hogar y de mi familia…
Una cosa sí está clara: jamás había pensado tanto sobre la familia y
la amistad como en las últimas semanas.
¿Crees que le doy demasiadas vueltas? Hmm… a lo mejor tienes
razón. A lo mejor debería intentar divertirme un poco. No, un poco
no… ¡¡Debería divertirme un montón!!

Más tarde
¡Estoy muy contenta, querido noctario! ¡Rüdiger ha podido llevar su
ataúd a casa de Waldi el Malvado!
Me acabo de enterar por Lumpi. Lumpi tuvo que pedírselo de rodillas
a Waldi, arrepentirse, pedirle perdón y jurarle que nunca más iría con
Jörg el Colérico. Después, Waldi accedió de buena gana a acoger a
Rüdiger. ¡Gracias a Drácula! Yo me ofrecí a ayudar a transportar el
ataúd.
—Lo haremos nosotros solos, Rüdiger y yo —dijo Lumpi.
Al principio me molestó, pero después me dije que para los chicos es
importante sentirse fuertes y «masculinos», especialmente delante
de su hermana pequeña. ¡Y además yo sé quién soy y lo que puedo
hacer, querido noctario!
¿Te cuento lo que hice ayer para pasármelo muy bien? ¡Fui volando
a una tienda de ropa de boda y miré en el escaparate el vestido y el
velo para la novia, y el traje y la corbata para el novio!
Por supuesto, sé que no hay muchas posibilidades de que nos
casemos —me refiero a Anton y a mí—, pero aun así fue maravilloso
dejarme llevar por mi fantasía. ¡Y regresé muy animada a nuestra
cripta!
5 / 6 de octubre

Cuando la tía Dorothee abandonó la cripta esta noche, la seguí


discretamente. ¡Quería ver si volaba a casa de Anton, querido
noctario!

Al principio, la tía Dorothee


puso rumbo a un abeto. La observé a una distancia prudencial y me
asombró el tiempo que pasó moldeándose el pelo y tirando de la
capa y el vestido. ¡Hasta se limpió las botas, escupiendo en el cuero
para sacarle brillo con un extremo de su capa vampírica!
Para terminar, se echó un perfume en el cuello que no había olido yo
antes. Pero le pegaba: ¡era tan horrible como ella misma!
Tras su embellecimiento, la tía Dorothee echó a volar, y yo volví a
seguirla. Su meta era una casa, cuyas ventanas en la planta baja
estaban cerradas con tablones. Solo en una habitación con balcón
de la segunda planta había encendidas un par de velas.
La tía Dorothee aterrizó en el balcón y se asomó a la habitación.
Después pasó lentamente las uñas por encima del cristal.
Un hombre abrió la puerta del balcón.
—¿Es usted la señora von Schlotterstein-Seifenschwein? —preguntó
con una voz grave y melodiosa.
—¡Soy yo, Geheimrat von Flatterling! —tarareó la tía Dorothee.
—Entre, querida amiga —dijo.
—Está todo preparado para una noche romántica para dos.
Geheimrat von Flatterling era espectacular, querido noctario.
Tenía la piel blanca como la nieve, unas llamativas cejas negras, el
pelo negro por los hombros, unos labios carnosos rojos… ¡y unos
fuertes colmillos de vampiro!
—¡Con mucho gusto acepto su invitación, Geheimrat von Flatterling!
—susurró la tía Dorothee.
Pasó por su lado con un andar majestuoso y él cerró la puerta del
balcón tras ellos.
Esperé un rato antes de aterrizar en el balcón para mirar por el
cristal. A excepción de una mesa redonda con cuatro sillas, la
habitación estaba vacía. La tía Dorothee y Geheimrat von Flatterling
estaban sentados a la mesa, muy ocupados. ¿Qué hacían?
¡Jugaban a las cartas y se habían olvidado del mundo que los
rodeaba!
Me fui de allí volando muy satisfecha.
—¡La tía Dorothee tiene un pretendiente, yuju! —canté para mis
adentros.
Y además, un consejero privado, con lo que le gustan a ella los
señores con títulos que impresionan… ¡No nos podía pasar nada
mejor a los niños vampiros!
Entonces me enfadé un poco conmigo misma porque se me había
olvidado preguntar dónde estaba la cripta de Waldi. Habría podido ir
volando hasta allí para informar a Lumpi y Rüdiger del pretendiente
de la tía Dorothee.

Así que decidí marcharme a nuestra Cripta


Schlotterstein.

Más tarde
¡Waldi el Malvado tiene bien merecido ese nombre, querido noctario!
Imagínate: cuando Lumpi y Rüdiger llegaron a su cripta, la puerta
estaba atrancada. Dejaron el ataúd de Rüdiger y Lumpi llamó, pero
no pasó nada.
Al final, Lumpi perdió la paciencia y dio unas patadas a la puerta.
—¡Para! ¡Para ya! —sonó la voz de Waldi dentro de la cripta—. ¿O
quieres tirar la puerta abajo?
—¡Pues sí, eso quiero! —gritó Lumpi—. ¡A no ser que quieras abrirla
por propia voluntad!
—¡La puerta se queda cerrada! —bramó Waldi el Malvado.
—Y ¿por qué?
—¡Porque me lo he pensado mejor, por eso!
—Pero ¡me habías prometido que Rüdiger podía quedarse a vivir
contigo! —vociferó Lumpi.
Waldi se rio.
—Los vampiros prometen mucho cuando la noche es larga. Además,
todavía estoy enfadado por lo de Jörg.
Y allí se mantuvo, por lo que Lumpi y Rüdiger tuvieron que proseguir
su camino.
¿Adónde llevaron el ataúd de Rüdiger? Quedé horrorizada al oírlo:
¡lo llevaron a casa de Anton, a su trastero en el sótano!
¡Querido noctario! Waldi el Malvado siempre se jacta de ser el amigo
de Lumpi, pero esta noche nos ha demostrado lo que significa la
amistad para él. ¡Y eso no lo voy a olvidar nunca!
Antes de que Lumpi volviera a marcharse volando, le conté lo de la
tía Dorothee y su nuevo pretendiente, Geheimrat von Flatterling.
Se rio entre dientes.
—Bueno, ¿lo ves? ¡Todo va de maravilla!
—¿Tú crees? —dije.
—¡Sí! Rüdiger pasará un par de semanas interesantes en el sótano
de Anton y después regresará a nuestra Cripta Schlotterstein. Y la tía
Dorothee no meterá las narices en nuestros asuntos porque está en
el séptimo cielo.
Yo no soy tan optimista como Lumpi, pero intentaré pensar en un
buen desenlace. De todos modos, en este momento no puedo hacer
otra cosa.
Sí, hay algo que puedo hacer: averiguar en qué trastero del sótano
se ha metido Rüdiger con su ataúd. No debe de ser muy difícil, ¿no?
6 / 7 de octubre

¡He descubierto el trastero de Anton! Pero Rüdiger no estaba allí, tan


solo su ataúd, que estaba bien escondido tras unas tablas de
madera. Y ¿cómo encontré el trastero? ¡Por el olfato! Por desgracia,
a todos nosotros nos acompaña el olor a vampiro.
Puf… ¡Solo espero que los padres de Anton no vayan estos días por
el sótano!
En aquel cuarto había muchísimas cosas y, naturalmente, eché un
vistazo. En un arca encontré piezas de construcción, un tren de
madera, animales de peluche, incluso un muñeco al que se le
cerraban los ojos, juegos de mesa y libros.

¡Oh, me habría
gustado llevarme algo, querido noctario! Pero no lo hice. Anton es mi
amigo, ¡y a los amigos no se les roba nada!

¿No es estupendo que los padres de Anton hayan guardado sus


juguetes? Nuestros padres lo tiraron todo. Bueno, es que nosotros,
los vampiros, no podemos tener muchas cosas. ¡Si no
necesitaríamos un camión para nuestras mudanzas como los
humanos!
Aparte también había herramientas, tablones, una caja llena de
patatas, una estantería con latas de conserva, periódicos atados…
Había visto casi todo y me marché. La ventana del sótano la dejé
abierta, tal y como me la había encontrado.
Después volé a nuestro castaño. Digo a propósito «nuestro castaño»
porque, ¡según mi perspectiva, ahora nos pertenece a Anton y a mí!
Y esta vez también me resistí a la tentación de llamar a su ventana.
Anton no debía pensar que iba detrás de él, o mejor dicho, que
volaba detrás de él.
¡No debo estar continuamente revoloteando a su alrededor, como
Rüdiger ha afirmado! La mayoría de las veces me basta con mirar
por la ventana de Anton y saber que está ahí.
Además, puedo esperar. ¡Una eternidad, si hace falta!

7 / 8 de octubre

Todavía no te he contado nada de nuestro encuentro de vampiros,


querido noctario. El motivo es que este año no tengo ganas de ir por
la prohibición a Rüdiger de entrar en la cripta.
Pero ahora he hablado con Lumpi y me ha dicho que si no voy al
encuentro de vampiros, será una victoria doble para la tía Dorothee
porque, entonces, habrá perjudicado a Rüdiger y me habrá
perjudicado a mí.
¡Sí, y no le quiero dar esa satisfacción a la tía Dorothee!
Nuestro encuentro de vampiros tiene lugar a finales de otoño,
cuando las noches son más largas. La fecha exacta la fija el comité
organizador, al que pertenecen nuestra abuela, nuestra madre y
otras damas vampiras. La directora del comité es Elisabeth la
Golosa.
Por lo general, nos reunimos en las ruinas de Jammertal. Está
retirado y los humanos lo evitan.

¿Por qué evitan los humanos las ruinas?


¡Elisabeth la Golosa ha hecho correr el rumor, por prudencia, de que
en Jammertal hay hombres lobo! Y dice que los humanos temen más
a los hombres lobo que a los vampiros. ¿A que es gracioso?
¡A mí también me gustaría ser miembro del comité organizador! Así
me encargaría de que hubiera buena música. Por desgracia, son
ellos los que te nombran miembro del comité y no puedes solicitarlo
por tu cuenta.
«Encuentro de vampiros» suena muy aburrido, como si se tratara de
una reunión o un pleno. Pero la expresión ya está introducida.
Y, a veces, hablamos realmente de asuntos profesionales, como del
guardián del cementerio, de las renovaciones del cementerio y cosas
por el estilo. Pero, sobre todo, estamos de fiesta y bailamos.
¡Y también hacemos concursos!
El año pasado gané el concurso de larga respiración. Tenía que
apagar de un soplo una vela encendida sobre una mesa, a una
distancia de dos metros. Parece fácil, ¿eh? Pero los vampiros
respiramos más superficialmente que los humanos y, por eso, soplar
una vela a una distancia de dos metros es un esfuerzo enorme para
nosotros.
¿Y cómo gané el concurso? ¡Me concentré mucho en mi respiración!
En principio, todos los vampiros pueden proponer un concurso. Por
eso, tenemos unas competiciones estupendas, además de las tontas
y desagradables.
Una de las competiciones tontas que pertenecen al pasado se le
ocurrió a Lumpi. En aquel concurso se tenía que determinar quién
tenía las uñas más largas y afiladas de todos. ¡Como era de esperar,
ganó Lumpi!
El otro concurso que se le ocurrió a Lumpi pertenece a la categoría
de los «desagradables». Sacó un medidor de sonido de alguna parte,
una cosa fea que funcionaba a pilas, ¡con el que se puso a medir
quién eructaba más fuerte! En ese concurso Lumpi quedó en
segundo lugar. El vencedor fue Waldi el Malvado.
Rüdiger tuvo el año pasado la idea del concurso de clavar clavos. En
ese concurso se debía clavar siete clavos en la tabla del ataúd con
los mínimos martillazos posibles. Rüdiger, aunque estuvo
practicando toda la noche, quedó en segundo lugar. El primero
también fue aquí… Waldi el Malvado. En los concursos de mis
hermanos yo no participé. A mí me gustan más los concursos de
baile.
En una ocasión propuse la «Maratón Bailas hasta que te caigas»,
donde el vampiro ganador era aquel que podía aguantar más
bailando. Pero no hubo más que solo dos participantes: Hannelore la
Apresurada y yo. Hannelore perdió la paciencia —haciendo honor a
su nombre— tras cuatro bailes, y a mí me declararon la ganadora.
Pero este año no estoy de humor para bailar, por lo de Rüdiger…
8 / 9 de octubre
¡Sí que me alegro por nuestro encuentro de vampiros, querido
noctario! ¡La verdad es que no sirve de nada quedarme afligida en el
ataúd, aburriéndome!
Por cierto, ya no voy a poder continuar escribiendo en ti, porque se
están terminando las páginas.
Pero no nos separaremos, ni siquiera cuando empiece un nuevo
noctario.
¿Qué quiero decir con eso? ¡Siempre tendrás un lugar de honor en
mi corazón!
9 / 10 de octubre

¡Nuestro encuentro de vampiros fue maravilloso, querido noctario! Y,


como nuestra madre después de la fiesta de los farmacéuticos,
puedo cantar: «Esta noche he bailado, la noche entera he bailado…»
Pero, por supuesto, no estuve bailando toda la noche. También
saludé a viejos amigos y conocidos.
Y fui a pasear por las ruinas. Allí encontré en un cuarto, junto a la
sala de fiestas, donde guardaban los premios para los concursos, un
libro negro con un candado y dos llaves. ¡No podía creer que hubiera
encontrado tan rápido un segundo noctario!

Iba a preguntarle a la dama vampiro con gafas de


cristales gruesos que vigilaba los premios en qué concurso podía
ganarse el libro, cuando apareció Lumpi.
—¡No vas a creerte quién acaba de entrar en la sala de fiestas! —me
susurró al oído.
Me encogí de hombros.
—¿Quién?
Pensé que sería Waldi el Malvado o Jörg el Colérico.
—Tienes que verlo por ti misma —dijo Lumpi—. Pero te garantizo
una cosa: se te van a caer los pantalones. ¡No, los leotardos!
Me dirigí al salón sin muchas expectativas. ¡Y me quedé atónita al
ver a Rüdiger en la entrada!
Junto a Rüdiger había un niño vampiro con el pelo rubio oscuro y
despeinado.
En ese momento, volvió a sonar la música de órgano y de todas
partes salieron los vampiros en pareja a la pista de baile.
Rüdiger también empezó a bailar. Vi cómo daba vueltas con el niño
vampiro y de repente se me cayó la venda de los ojos: el niño que
bailaba con Rüdiger no era un vampiro.
¡Se trataba de Anton!
Por poco solté un grito de alegría. ¡Tendría que haberme parecido un
escándalo! Una parte de mí lo pensaba. Pero la otra ¡estaba
contenta! Y nuestro corazón sigue su propio camino. ¿No es así el
dicho?
Anton se había maquillado y tenía un aspecto incomparable. Digo a
propósito «incomparable», porque no puedo compararlo con nada.
¡Tenía una pinta vampírica estupenda!
La piel era pálida como la de un muerto, los ojos estaban perfilados
de negro y los labios pintados de rojo, como si acabara de… bueno,
ya sabes.

Mientras
contemplaba a Anton y Rüdiger, Lumpi se acercó a ambos.
Intercambió un par de palabras. Luego se apartó de los dos. Rüdiger
y Anton continuaron bailando.
De pronto, apareció Lumpi a mi lado.
—¡Rüdiger ha creído que puede tomarme por tonto. A mí, a su
hermano mayor! —exclamó.
—¿Y eso? —pregunté.
—Rüdiger me ha presentado a su pareja de baile como «un amigo
de Italia» y afirma que mi reputación ha llegado hasta ese país —
respondió Lumpi—. ¡Bah! Enseguida me he dado cuenta de a quién
ha colado en la fiesta: ¡Anton Bohnensack! Pero he cerrado el pico
por los otros vampiros.
—Bohnsack —le corregí—. El apellido de Anton es Bohnsack.
—Pero Bohnensack suena mejor —opinó Lumpi—. Sobre todo, si
pensamos en tu futuro.
—No sé de qué estás hablando —repliqué con frialdad.
—¿En serio? —Se rio a carcajadas—. ¡Anna von Schlotterstein-
Bohnensack se puede pronunciar con mucha más facilidad que Anna
von Schlotterstein-Bohnsack!
Le di un codazo, querido noctario. Bueno, uno suave, de hermana.
¡Sí, y después decidí ir a bailar con Anton!

Algo más tarde


He rellenado rápido la pluma estilográfica, querido noctario. ¡Y ahora
puedo seguir contándote lo que pasó en el encuentro de vampiros!
Yo también me dirigí a Anton y Rüdiger en la pista de baile. Anton
llevaba la capa del tío Theodor. Me di cuenta por el olor a seta
hedionda que despedía.
¡No, Anton no… sino la capa de vampiro!
Tiré de la capa y Anton se dio la vuelta.
—¿Bailamos? —pregunté.
—Yo… eh… ya estoy con alguien —balbuceó.
—¿Con este? —inquirí, señalando a Rüdiger.
Como ya había previsto, Rüdiger soltó a Anton.
—¡Por favor! ¡Te lo dejo un rato! —dijo entre dientes.
Al decir ese «por favor» tan poco vampírico, deduje que Rüdiger
estaba celoso. Le seguí el juego, hice una reverencia y siseé:
—Graciasss.
Pero al instante se impuso mi parte cariñosa. Advertí a Rüdiger de la
tía Dorothee y le dije que yo en su lugar me marcharía enseguida de
la fiesta.
—¡Esto no es la cripta! —respondió Rüdiger y desapareció entre las
parejas de vampiros.
¡Y entonces bailamos Anton y yo!
Rodeé el cuello de Anton con las manos y cerré los ojos, porque no
debía pensar que le estaba observando. Además, así podía oír mejor
los latidos de su corazón.
Pero no aguanté mucho rato.
Abrí los ojos otra vez y susurré:
—Es bonito, ¿no?
¡Si no llego a decir nada, habría estallado de felicidad, querido
noctario!
—Hmm, sí… —murmuró Anton.
—Y ¿yo qué te parezco? —le pregunté.
—¿Tú? Mona —contestó.
¡Sí, y entonces le di a Anton un beso en la boca!
Se quedó de piedra y se pasó la lengua por los labios.
—¿Estás enfadado conmigo? —quise saber.
Pero yo no tenía ningún sentimiento de culpabilidad.
Por suerte, Anton no se había enfadado conmigo. Tan solo parecía
algo aturdido.
Y acepté la propuesta de Anton de salir a tomar el aire. Cruzamos el
vestíbulo y llegamos al jardín. De hecho, una expresión más
conveniente sería «naturaleza salvaje». Pero ¡me encanta este sitio,
especialmente cuando la luna lo hechiza con su luz plateada, como
esa noche!
Suspiré y apoyé la cabeza en el hombro de Anton.
—Se me ha dormido la pierna —dijo Anton y empezó a masajearse
la pierna.
—¿Veis la luna allá arriba? —recité en voz baja mi poesía preferida
—. Solo se ve la mitad y, sin embargo, es redonda y hermosa. Lo
mismo sucede con muchas cosas, de las cuales nos reímos porque
nuestros ojos no las ven.
El mensaje del poema se puede aplicar muy bien a nosotros, los
vampiros, creo yo. ¿Qué quiero decir con eso? La mayoría de los
humanos no se dan cuenta de que también somos seres sensibles…
¡y no unos monstruos!
—¿Es tuyo el poema? —preguntó Anton.
—No —respondí y noté que un par de lágrimas me recorrían las
mejillas.
—¿Por qué lloras? —inquirió.
—Porque soy muy feliz —susurré y me adentré más en el jardín,
corriendo.
Anton gritó mi nombre, pero yo no le contesté.
De repente oí una voz que me puso los pelos de punta.
—¡Aquí estoy! —gritó la voz. Y justo después—: ¿Dónde te habías
metido?
¡Era la voz de la tía Dorothee!
Me di la vuelta y volví corriendo hacia Anton que, como un
sonámbulo, se acercaba por entre los arbustos, ¡tras los que
enseñaba sus dientes de vampiro la tía Dorothee!

Cogí a Anton y lo llevé hacia las ruinas. Cuando la puerta se cerró


detrás de nosotros, respiré hondo.
¡Querido noctario! ¡Sabes bien lo mucho que deseo que Anton se
convierta en vampiro! Pero no se trata de lo que yo desee. Lo único
importante es Anton. ¡Tiene que ser decisión suya!
¡Y, además, quiero ser yo la que lo muerda y lo acompañe en su
Transformación Final!
Si la tía Dorothee le pillara, Anton no se convertiría en vampiro. Su
asalto le habría asustado y habría significado el final de nuestra
amistad. ¡Ay, qué pensamiento más triste, querido noctario! Pero
¡volvamos al encuentro de vampiros!
En el salón se estaba desarrollando el concurso sobre quién olía
mejor. Lumpi estaba en el podio, vanidoso como un pavo real, y
decía:
—Me llamo Lumpi el Fuerte. ¡Soy famoso por mi olor a moho!
El trofeo de la victoria —una manta negra para el ataúd— se lo llevó
Jörg el Colérico.
—¡Ahora está enfadado Lumpi! —le dije a Anton.
—Pero ha sido un concurso justo —opinó.
—A Lumpi siempre le parece todo injusto —señalé—. Y entonces es
mejor que nadie se le cruce en el camino. ¡Ven, vamos a volar!
—¿Y qué pasa con Rüdiger? —preguntó Anton.
—Ya volverá solo —respondí, y partimos. En el aire, pregunté—: ¿De
verdad quieres ir a casa?
—¿Por qué no? —dijo.
—Bueno, podríamos hacer algo. Siempre he querido ir a una
discoteca.
—Las discotecas son aburridas —contestó Anton.
—¿Tú crees?
—Sí, no son más que un negocio.
—Entonces, vamos a nadar —propuse—. ¡Nadar a la luz de la luna
es muy romántico!
—No tengo bañador —dijo Anton.
—Yo tampoco —respondí.
¡Entonces afirmó estar resfriado y hasta estornudó!
Desilusionada, apreté los labios y no dije nada más. Y cuando me
preguntó cuánto tiempo tenía prohibido entrar a la cripta Rüdiger,
contesté:
—Dos meses… o tres…
—¿Qué? —gritó Anton.
Se quejó de que Rüdiger tan solo holgazanearía en el ataúd, leería
historias de vampiros y todo lo que le prestase.
No me hizo gracia. ¡Aquel lado de mi hermano lo conocía más que
de sobra!
—Tú tienes también culpa por dejar que se aproveche de ti —le dije.
Para despedirme me habría encantado darle a Anton un segundo
beso. Pero no lo hice.
Algo bonito no es tan bonito cuando se repite, ¿verdad?
Y el recuerdo de esa noche y de nuestro primer beso no me lo
quitará nadie. ¡Jamás!

Algo más tarde


De pronto, me entraron ganas de bailar un poco más por la cripta. ¡Y
eso fue lo que hice, querido noctario! Pero no fue ni la mitad de
bonito que el baile con Anton…
¡Sí, y ahora vuelvo a estar sentada en el ataúd para continuar
escribiendo!
Después de haberme despedido de Anton, volví volando a
Jammertal. Quería conseguir el libro negro con el candado y las dos
llaves.
Por desgracia, llegué demasiado tarde. Un vampiro había ganado el
libro negro mientras tanto, y ¡la dama vampira con las gafas de
cristales gruesos no supo decirme qué vampiro se lo había llevado!
Como si eso no fuera ya demasiado malo, me topé con la tía
Dorothee en el salón de fiestas.
Se me puso delante y gruñó:
—¿Quién era ese?
—¿A quién te refieres? —me hice la ignorante.
—¡Me refiero al chico guapo que me arrebataste! —respondió.
—Ah, ese —dije—. Era un niño vampiro de Italia.
La tía Dorothee movió la mandíbula.
—¿Sigue por aquí?
Miró a su alrededor, buscándolo.
—Ya se ha marchado volando —respondí.
—¿A Italia?
—No. Eso está muy lejos.
—¿Por qué no le has invitado a pasar la noche a nuestra Cripta
Schlotterstein?
—¿Quieres decir al ataúd del tío Theodor? —dije para enfadarla.
—En tu ataúd —espetó—. O en el de Lumpi. O en el de Rüdiger. Los
niños podéis dormir juntos tranquilamente. —Resolló—. ¿Sabes, al
menos, cómo se llama el pequeño italiano?
¡Bajo ninguna circunstancia le habría revelado el auténtico nombre
de Anton, querido noctario!
Mientras buscaba para él un nombre que sonara a vampiro, apareció
al otro lado de la sala Geheimrat von Flatterling, entre un grupo de
admiradoras.
A la tía Dorothee le salieron unas manchas rojas en la cara del
acaloramiento. Se puso derecha, se colocó bien el pelo y el vestido,
y se dirigió hacia el grupo.
¡Y de mí se olvidó totalmente, gracias a Drácula!
Pero se me habían quitado las ganas de fiesta y regresé aquí, a la
cripta.
Por cierto, he sido la primera en llegar. Bueno, mis parientes vendrán
pronto. Rüdiger no, claro. Todavía le quedan unos cuantos días más
en el sótano de Anton…
10 / 11 de octubre
¡Ojalá me hubiera hecho caso Rüdiger y se hubiera largado a tiempo!
Pero ¡ahora ha endurecido su castigo nuestro consejo familiar!

Como había temido, Rüdiger se topó con la tía


Dorothee.
—¡La prohibición de entrar a la cripta incluye la prohibición de ir a
fiestas! —vociferó—. ¡Pero, por lo visto, a ti te dan igual nuestras
leyes y nuestras normas!
Luego Rüdiger le habló mal a Elisabeth la Golosa cuando le
reprendió oficialmente.
Aquella reprimenda oficial fue muy desagradable para nuestros
parientes y, por eso, nuestro consejo familiar celebró una reunión de
emergencia durante el encuentro de vampiros. En esa reunión de
emergencia se decidió prohibirle volar durante dos días, además de
mantenerse la prohibición de la entrada a la cripta.
¿Cómo sé todo esto si no estuve presente en la reunión de
emergencia? ¡Por nuestra madre! Me la he encontrado hace un
momento en la antigua tapia del cementerio.
La prohibición de volar para Rüdiger comienza mañana, lunes, a la
puesta del sol, y termina el miércoles de madrugada. Esta prohibición
significa que Rüdiger tendrá que entregar su capa de vampiro y
buscar el alimento a pie.
¡No podía ir peor!

Más tarde
He estado en el sótano de Anton, pero no he visto a
Rüdiger. Seguro que quiere fortalecerse antes de que comience la
prohibición del vuelo. ¡Mañana volveré a visitarle!

11 / 12 de octubre
Hoy sí estaba Rüdiger en el sótano, querido noctario.
Tenía mal aspecto y estaba muy gruñón. No, no estaba gruñón…
Estaba deprimido y lo intentaba disimular con comentarios mordaces.
Hacía poco que Lumpi había estado allí para recoger la capa de
Rüdiger de parte del consejo familiar. No obstante, Rüdiger tenía aún
nuestra capa de repuesto: aquella noche temprano, Anton había
llevado a casa la capa del tío Theodor.
—Estupendo —me alegré por Rüdiger—. ¡Entonces, podrás volar!
—Sería tonto si lo hiciera —respondió.
—¿Y eso? —pregunté.
—Si no cumplo la prohibición de volar, me prohibirán trabajar. Y
seguro que moriré de hambre. Hmm, tal vez no sea tan mala
opción… —dijo entonces.
—¿El qué?
—Morir. ¡Morirme de una vez por todas!
—¡Solo quieres meterme miedo! —grité.
Rüdiger se quedó mudo y, tras una pausa, soltó:
—¿Puedes dejarme solo ahora?
—¡Solo si me prometes que no harás ninguna tontería! —le pedí.
—Sí, sí, vale —contestó entre dientes.
Después se estiró en su ataúd y cerró los ojos.
Lamenté mucho ver a Rüdiger tan catastrofista. ¡Ojalá supiera cómo
poder ayudarlo!
12 / 13 de octubre

Tras despertarme, me dirigí a ver a Rüdiger, querido noctario.


Sí, y cuando llegué a casa de Anton, ante mí vi la escena más rara
que te puedas imaginar: ¡Anton, el niño humano, quería ayudar a
cazar a Rüdiger, el niño vampiro!
Gracias a Drácula, ninguno de los dos me vio. Rüdiger se habría
puesto hecho un basilisco si se hubiera enterado de que le
observaban y ¡más aún de que le observaba su hermana pequeña!
Encontré la escena conmovedora y triste al mismo tiempo.
Conmovedora, porque Anton estaba dispuesto a ayudarle. Y triste,
porque el pobre Rüdiger no tenía más que mala suerte.
—¿A esto llamas tú conejo? —gritó y le tendió algo a Anton. Lo que
era no pude distinguirlo.
—¡Agh! —exclamó Anton, que se alejó asqueado.

—¿Crees
que como arañas? —vociferó Rüdiger—. ¡Has visto demasiadas
películas malas de vampiros!
—Pensaba que sí —respondió Anton, avergonzado.
De pronto, se acercó un hombre. El camino por el que había girado
llevaba directamente a los arbustos detrás de los que estaban
Rüdiger y Anton.
Rüdiger no habría vacilado demasiado y hubiera… bueno, ya sabéis
a lo que me refiero. Pero Anton le suplicó entre susurros que lo
dejara en paz y, de ese modo, el hombre pudo continuar caminando
sin sospechar el peligro que corría.
Luego se cerró de golpe una puerta.
Apenas había el hombre desaparecido, cuando gritó Rüdiger:
—Y ¿a eso llamas ayuda? ¡Esto es lamentable, voy a morir de
hambre! ¡Ja, probaré suerte por mi propia cuenta!
Decidido, se marchó caminando a grandes zancadas.
—¿Y qué pasa con mi sótano? —gritó Anton.
Rüdiger no contestó.
Al cabo de un instante, no sabía a quién seguir. Pero entonces me
dije que Rüdiger necesitaba ayuda y Anton no. Así que volé tras
Rüdiger.
—¿Puedo hacer algo por ti? —pregunté.
Mi hermano asintió con la cabeza.
—¿El qué?
—¡Desaparecer! —gruñó.
Entonces dejé a Rüdiger solo.
Pero ¡no me doy por vencida, querido noctario!
Más tarde
¡Ya sé lo que voy a hacer!
Cuando regresen nuestros parientes, les haré elegir: ¡o levantan la
prohibición de la entrada a la cripta a Rüdiger o me voy de la cripta
yo para siempre!
En caso de que no levanten la prohibición de la entrada a la cripta,
iré con Rüdiger volando y buscaremos un nuevo hogar para los dos.
¡Juntos lo conseguiremos!

Mucho más tarde


Es temprano por la mañana, querido noctario. Mis padres, mis
abuelos, la tía Dorothee y Lumpi están durmiendo y yo ahora
también cerraré los ojos.
Pero antes ¡te contaré cómo reaccionaron nuestros parientes!
Bueno, la verdad es que quería ir a lo esencial, pero luego les conté
lo desesperado que estaba Rüdiger. Incluso insinué que estaba
dispuesto a acabar con su vida y tumbarse al sol.
Y para terminar, expuse mi ultimátum: o levantaban la prohibición de
la entrada a la cripta a Rüdiger, ¡o yo abandonaba la cripta para
siempre!
Cuando finalicé, nuestra madre comenzó a sollozar. Después se
puso a sollozar Lumpi y, de repente, estaban todos llorando… hasta
la tía Dorothee.
Incluso yo tenía los ojos vidriosos, querido noctario.
Pero tenía que mantenerme firme, así
que cogí los tres fardos en los que estaban mis cosas —a ti también,
por supuesto, querido noctario, junto a la pluma estilográfica y el
tintero— y me dirigí hacia las escaleras.
—¡Detente! —gritó nuestra abuela—. Esta es una cuestión que
debemos decidir como familia. Pero ¡antes debemos descansar
todos!
—Sí, esta es una decisión para toda la familia —dijo nuestra madre.
—¡Te quedarás hasta esta noche en la cripta, Anna! —declaró
nuestra abuela.
Me quedé al pie de las escaleras.
—No me lo puedes ordenar —le dije a nuestra abuela—. ¡Si quiero
marcharme, me marcho!
Y, diciendo esto, subí los peldaños.
—¡Anna! —oí que me llamaba nuestra abuela—. Sí, no puedo
ordenarte que te quedes, pero puedo… —Tosió ligeramente—.
Puedo pedirte que te quedes.
Me di la vuelta, porque creí no haber oído bien.
—¿Me has pedido que me quede? —pregunté.
—Sí —afirmó nuestra abuela—. Al menos, hasta esta noche —
añadió—, hasta que nuestra familia haya tomado una decisión.
No dije nada, pero mi corazón latió fuerte de alegría. Por supuesto
que no abandonaré la Cripta von Schlotterstein. ¡No, si puedo
evitarlo!
Bueno, y ahora me voy a dormir, querido noctario. ¡Esta noche he de
tener la cabeza despejada!

13 / 14 de octubre
Por la noche, Sabine la Horrible abrió la conversación diciendo que
no había dormido tan mal desde hacía una eternidad.
—A mí me ha pasado lo mismo —suspiró mi padre.
—¡Sí, y a mí! —dijo mi madre.
—Pero he aprovechado estar en vela para reflexionar —continuó mi
abuela— y, al final, salió algo bueno.
Mientras tanto, yo estaba sentada en el borde de mi ataúd. Mantuve
la cabeza gacha y examiné con la vista mis fardos.
De pronto, mi abuela se dirigió a mí:
—¿Anna?
Alcé la cabeza.
Para mi asombro, estaba sonriendo.
—Los adultos siempre pensamos que somos nosotros los que os
enseñamos algo a los niños —dijo—. Pero, a veces, los niños tenéis
algo que enseñarnos a los adultos.
Como no sabía qué pretendía, me callé.
—El sacrificio que quiere hacer Anna por Rüdiger me ha recordado
que hay cosas más importantes que las leyes y las normas —dijo mi
abuela.
—¿Más importantes que las leyes y las normas? —La tía Dorothee
se rio con ironía—. ¿Y qué es eso?
—Que nuestra familia de vampiros permanezca unida —respondió
Sabine la Horrible—. ¡Y tanto Anna como Rüdiger pertenecen a
nuestra familia de vampiros!
—¡Pues claro que pertenecen a ella! —exclamó Lumpi.
—Sí, y, por eso, opino que debemos permitir que Rüdiger vuelva a la
cripta —dijo Sabine la Horrible—. ¡Antes de que Anna nos abandone!
Miró a todos los que estábamos reunidos.
—¡Quien esté a favor de levantar a Rüdiger la prohibición, que ponga
la mano izquierda sobre su corazón! —pidió.
—¡Es inaudito! —exclamó la tía Dorothee—. ¡Es una burla a la
comunidad de vampiros entera!
Subió las escaleras echando espumarajos por la boca.
Se imaginaba el resultado de la votación. ¡Y quería ahorrarse esa
derrota!
En realidad, todos —yo incluida— pusimos la mano izquierda en el
corazón.
¡Y se levantó la prohibición de la entrada a la cripta a Rüdiger!
—Será mejor que vayas a transmitirle ahora mismo la buena noticia
a Rüdiger, Anna —dijo mi abuela.
Estaba tan contenta y tan aliviada que solo pude asentir con la
cabeza.
Pero antes de continuar contándote, tengo que ir rápido a rellenar la
tinta. El tintero sigue en mi ataúd.

Justo después
En el cementerio vi a la tía Dorothee. Estaba a unos pocos pasos de
un joven humano y ya había extendido las manos hacia él.
—¡No! —gritó el chico.
¡Era Anton, querido noctario!
—Que sí —dijo la tía Dorothee—. Si no, te morderé y se te quedarán
unas cicatrices muy feas.
En mi desesperación, di unos golpes en la piedra de nuestro agujero
de entrada y luego grité:
—Tía Dorothee, ¿qué haces ahí?
Se sobresaltó.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—¡Sí! ¡Deberías bajar! —respondí.
—¿Para qué?
—¡Te van a recompensar!
—¿Porque he puesto a Rüdiger al descubierto?
—¡Exacto! —exclamé—. Pero ¡date prisa!
Contempló a Anton con ansiedad.
—Y ¿este? —preguntó.
—Ya le presto yo atención —respondí.
La tía Dorothee fue hacia el agujero de entrada, pero antes de
deslizarse por el pozo, gritó:
—¡Déjalo intacto!
Cuando desapareció, Anton y yo huimos. Nos escondimos en el
colegio de Anton, en su aula. ¡Sí, y yo me senté en la silla al lado de
Anton! Fue maravilloso y, durante un rato, me sentí como una niña
humana normal…
Pero Anton me hizo bajar de mi nube al preguntarme:
—¿Podemos hablar ahora de Rüdiger?
—¿De Rüdiger? ¡Yo no te importo un comino! —grité.

—No es eso —dijo él—. Lo digo por los tablones.


Mañana viene mi abuelo, y mi padre y él bajarán al sótano a
recogerlos.
—¿Al sótano? —pregunté—. Y ¿qué pasará con el ataúd de
Rüdiger? Bien es cierto que han levantado la prohibición de entrar en
la cripta, pero…
—¿La han levantado? —me interrumpió Anton—. ¡En ese caso,
Rüdiger podría regresar a vuestra cripta esta noche!
—¿Y su ataúd? No lo puede transportar él solo —contesté.
—Podemos llevarlo nosotros —propuso Anton—. ¡Anna, por favor!
Entonces me miró de tal manera que me puse bastante rara.
—Si me lo pides así, no puedo negarme —susurré.
¡Querido noctario, ahora tengo que pensar muy bien qué contarte!
¡He llegado a tu última página!
Por eso, quiero mencionar brevemente que más tarde fuimos al piso
de Anton y me regaló un libro: Carcajadas desde la cripta.
A continuación, nos ocupamos de Rüdiger, pero no estaba en el
sótano de Anton. Allí tan solo se encontraba su ataúd. Anton dejó un
mensaje para Rüdiger escrito en un trozo de cartón y, después,
llevamos el ataúd de Rüdiger al cementerio.
El transporte fue bastante dramático. Cuando quisimos empujar la
tapa por encima de la tapia del cementerio, Anton la soltó sin previo
aviso y la tapa me cayó en el pie. Dolió mucho.
Me puse furiosa y grité:
—¡Torpe!
Pero quien no pelea no puede hacer luego las paces, ¿no? Oh, ya
solo me queda espacio para escribir cuatro líneas… ¿Qué voy a
poner?
Bueno: ¡espero que Anton se convierta en vampiro! Y quería decirte
que has sido un noctario estupendo.
Y aunque no sea nada propio de vampiros, querido noctario:
¡Gracias!

La pluma

«Y aunque no sea nada propio de vampiros, querido noctario:


¡Gracias!». Anton leyó una vez más la última frase que Anna había
escrito en su noctario.
¡Cuánto le habría gustado darle las gracias a Anna por aquel
sorprendente regalo que le había hecho!
Pero Anna hacía tiempo que se había ido. ¿Dónde debía de
estar? ¿En Transilvania? ¿En las ruinas de Jammertal? ¿En París?
¡Era probable que no volviera a verla jamás! Y habría sido tan
fácil convencer a Anna de que se quedase…
¡No, ni siquiera habría tenido que convencerla!
—¿Te gustaría que me quedara aquí contigo? —le había
preguntado en la despedida.
Él había evitado responderle directamente:
—¿No crees que eso sería muy egoísta por mi parte?
—Sí —había dicho Anna—, pero el amor siempre es egoísta.
Anton había echado la cara a un lado, avergonzado.
—El que hayas apartado ahora la mirada… ¿significa que ya no
te gusto? —había querido saber Anna.
—No —había contestado él—. Significa que deseo que hagas lo
que desees hacer.
—Mi deseo no se cumplirá nunca.
Y poco después echó a volar.
Anton apretó los puños. ¡Qué tonto e insensible había sido!
¡Menudo tarugo!
Pero probablemente necesitaba distancia para darse cuenta de
sus sentimientos. La distancia… ¡y el noctario de Anna! Pues ahora
comprendía que su separación era un error.
Anton leyó la carta por segunda vez, despacio y palabra por
palabra, con la esperanza de descubrir alguna indicación de que
volverían a reunirse.
Sin embargo, la carta de Anna tan solo contenía palabras de
despedida. ¿O no? ¿Qué había escrito sobre una pluma?
« La pluma es para ti. Tiene unos poderes muy
especiales. Pero ¡eso tendrás que descubrirlo por ti
mismo! ».
Anton levantó la pluma con cuidado. Era negra, negra como el
carbón, y olía un poco a moho.
¿No había visto antes unas plumas parecidas en alguna parte?
¡Sí, en el sombrero de Anna! En la despedida, Anna llevaba puesto
un sombrero de ala ancha, adornado con plumas negras. ¡La pluma
debía de proceder de ese sombrero, que antes había pertenecido a
Elisabeth la Golosa!
Anton pasó la mano por la pluma, absorto. Se acordó de que en
otros tiempos la gente utilizaba plumas para escribir. ¿Se habría
referido a eso Anna? ¿Tenía que escribir él con la pluma su propio
noctario, «el noctario de Anton»?
Pero ¿sobre qué escribiría?
De pronto, a Anton se le ocurrió una idea: ¡A lo mejor la pluma se
lo indicaba!
Por pura diversión, posó el plumín en la palma de la mano
izquierda… y sucedió una cosa increíble: la pluma comenzó a
escribir.
Apenas había leído Anton «Băile Herculane», cuando las
palabras se borraron y la palma de su mano volvió a estar limpia
como antes.
—¿Anna ha ido volando a Băile Herculane? —exclamó.
La pluma se movió afirmativamente.
En aquel instante, Anton oyó la voz de su madre en el pasillo.
—¿Anton? Papá y yo ya hemos vuelto. Y hemos traído un pastel.
Enseguida guardó la carta de Anna y la pluma entre las hojas del
noctario. Luego cerró con llave el noctario y lo metió en el último
cajón de su escritorio. Pero ¡la llavecita dorada se la colgó Anton de
su cadena al cuello!
—¡Ya voy! —gritó.

Angela Sommer-Bodenburg estudió Pedagogía, Sociología y


Psicología. Fue doce años maestra de escuela primaria en
Hamburgo y vivió en Silver City, Nuevo México, Estados Unidos,
donde escribía y pintaba. Su exitosa serie El pequeño vampiro se ha
traducido a treinta y cuatro idiomas. Existen musicales, obras de
teatro y series radiofónicas, además de haberse rodado películas
para cine y televisión.
Selección de publicaciones:
El pequeño vampiro (1-21), El noctario de Anna von Schlotterstein,
Das Biest, das im Regen kam, Si quieres pasar miedo, Los espíritus
del pantano, Julia bei den Lebenslichtern, Chokolatoski. ¡Qué
divertido es ser perro!, Hanna, Gottes kleinster Engel, Jeremy Golden
und der Meister der Schatten, aparte de álbumes ilustrados y libros
de poemas.
Visita la web de Angela Sommer-Bodenburg:
www.AngelaSommer-Bodenburg.com

Amelie Glienke: realizó Pintura y Diseño Gráfico con el profesor


Georg Kiefer en la Escuela Superior de Bellas Artes en Berlín;
trabajó como diseñadora gráfica, dibujante y (bajo el nombre HOGLI)
como caricaturista en Berlín. Tiene dos hijos. Ilustró, entre otras,
obras de Hanne Schüler y Roald Dahl.
Anna von Schlottersteins
Nächtebuch

Llibres de l’Encobert
www.editorialencobert.com

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