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Consumos culturales que se transforman en hábitos.

Artículo del Diario Infobae.


En la Argentina, el diario de papel todavía tiene quien lo lea, aunque suele ser
alguien con más de 50 años. El lector analógico está en franca minoría y
habilita preguntarse si el papel no se irá con él.

Los datos de la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales dan


claros índices de cómo se está produciendo esta migración de formatos y otros
cambios significativos en los consumos cotidianos:

-En 2017 se compraron la mitad de los diarios en papel que en 2013.

-La computadora le arrebató la lectura de noticias a los diarios físicos y, desde


el 2016, el celular se la arrebató a la computadora.

-Entre los preadolescentes, la práctica de escuchar radio está directamente en


vías de extinción.
-YouTube todavía es más que Netflix, básicamente porque es gratis en un país
de economía recesiva.

-El blog se devoró a las revistas de los kioskos.

-Escuchamos rock nacional y cumbia. No escuchamos jazz.

-El 95 por ciento de los argentinos mira televisión en el televisor.

La encuesta, dato por dato 

Detrás de toda Encuesta Nacional pulsa la obsesión por saber quiénes somos,
qué nos pasa, esa ansiedad de la radiografía. Con datos relevados en 2017 y
publicados en abril de 2018, el Sistema de Información Cultural Argentina
(SINCA), organismo dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación,
produjo un escaneo de nuestros hábitos, usos y costumbres: Qué leemos. Qué
escuchamos. Qué miramos. En qué la gastamos. Pero como la Argentina es un
país urgente, embarullado, noticias como la publicación de la Encuesta le
pasan por al lado. Y sin embargo, trabajos como este vienen a decirnos cómo
somos.

La última encuesta de este tipo había sido en 2013, hecha por el mismo
organismo usando las mismas preguntas. Cuatro años atrás, por ejemplo,
había más gente descargando música que escuchándola online, 35 por
ciento contra 16. El primer número se desplomó diez puntos. El segundo,
creció 30. En algún lugar del cuerpo colectivo que somos, de la conciencia
colectiva que tenemos, estas mutaciones, apenas advertidas, nos van
transformando. Puede leerse entonces esta Encuesta como un diario íntimo de
esa transformación.

¿Qué leemos?

Todos los años es el año de la muerte del diario en papel: y nunca es el año.
Montada sobre esa eterna agonía, la Encuesta ofrece algunas claves.

El 49 por ciento de los consumidores de noticas lee diarios digitales o


entra a artículos publicados en redes sociales. Es decir, la mitad de lectores
le pertenece al universo web. La otra mitad se reparte entre los que no se
informan y un 37 por ciento que, todavía, lo hace mediante la compra de
ejemplares en papel. Ahora bien, para comprender mejor estos números se
puede descomponerlos y ver qué sucede dentro de ellos.
Todas las franjas etarias consultadas eligen la opción en pantalla del diario
digital frente a la lectura del diario en papel, excepto una: las personas entre los
50 y los 64 años, donde el 16 por ciento permanece fiel al encanto de dar
vuelta un página y que cruja, frente al 11,8, que ya no. Este cruce de datos
produce un interrogante: los lectores que tengan entre 50 y 64 años dentro de
una década ¿se van a encontrar con el papel esperándolos allí cuando lleguen,
o el papel ya se habrá ido para siempre con sus lectores de hoy? ¿Qué es lo
que migra, el hábito o el sujeto? De todas formas, más complicada la tienen las
revistas.

Billiken o Anteojito. Goles o El Gráfico. Caras o Gente. En la pugna semanal de


los kioskos se funda un significante cultural de profunda tradición en la
Argentina: en peluquerías al paso, salas de espera o en una carpita de Punta
Mogotes, todos tenemos horas acumuladas de hojear revistas. Y sin
embargo: entre 2013 y 2017, los lectores de revistas se desplomaron del
47 por ciento al 23,8. ¿Dónde está esa gente, que después de todo es
también la gente que somos? ¿Qué están leyendo ahora –qué estamos
leyendo ahora? Otra vez: nosotros, nuestras migraciones.
La contraparte de esta caída libre del consumo de revistas es la sobrevida
silenciosa pero en constante mejoría de una criatura que también fue dada por
muerta: el blog. En 2013, el 14 por ciento leía blogs y otras variantes de
publicación digital no necesariamente urgentes o periodísticas, es decir, con
textos más reposados, de tranco largo, como podemos suponer que debe ser
el texto de una revista semanal. En 2017, ese 14 por ciento se transformó en
un 27.

Replegado, asumiendo su destino y contra las cuerdas, el papel se refugia en


el último bastión de su resistencia: los libros. En 2011, se vendieron 23
millones de eReaders en todo el mundo, parecía que los dispositivos para la
lectura digital de literatura se llevaban el mercado puesto. Y no: en el
consumo cultural argentino, los libros, el artefacto de tinta y papel, sigue
siendo el soporte principal según el 43 por ciento de los encuestados,
contra un débil 10 por ciento que lee en Kindle o tabletas.

Los mayores de 50 eligen leer las noticias en formato papel


Al papel le queda algo más: su poder de validación pública, su facultad de
legitimación frente a las inconsistencias de la letra virtual. La posverdad, ese
nuevo nombre del embuste, es un accidente virtual, por ejemplo. Y, en
contraste, la última resonante investigación de la prensa argentina está
montada sobre unos cuadernitos Gloria, papel del viejo con letra
empuñada. Pero estos deben ser asuntos de otra Encuesta.
¿Qué escuchamos?

Antes que nada, rock nacional. Después, cumbia. Casi nadie, jazz. La
pregunta sobre los géneros musicales fue de respuesta no exclusiva, por eso
los valores no necesitan redondear el 100 por ciento. Con 68 puntos
porcentuales, el rock argentino fue lo más elegido. La cumbia se llevó el
58 por ciento y apenas un punto más abajo quedó la música romántica o
melódica. El folklore (55), el Reggaeton (54) y el rock en inglés (50) le siguen
en ese orden. El tango fue elegido por el 34 por ciento de los encuestados. La
música electrónica, por el 23. Y la música clásica, por el 22. El 15 por ciento
escucha jazz "de vez en cuando" y apenas el 2 por ciento escucha jazz
"habitualmente".

Es cierto, en la era de la fusión cultural y el triunfo de las mixturas, escindir un


género de otro implica por lo menos un riesgo técnico: ¿De qué música
estamos hablando cuando Pablo Lescano graba con Andrés Calamaro? En
diálogo con Infobae Cultura, Gerardo Sánchez, coordinador técnico del
SINCA, busca compensar las cosas: "Abordar el consumo de géneros
musicales desde una Encuesta Nacional siempre será un desafío para el
encuestador".

–¿Y cómo se lo enfrenta?

-Buscando un armado amplio del formulario, sin perder precisión. Y teniendo en


cuenta la autovaloración del encuestado.

–¿Qué significa "autovaloración" en este contexto?

-Dos personas escuchan Romeo Santos, pero como no está la opción


Bachata, una dice que escucha reggaetón y la otra, romántico. Las
clasificaciones son instrumentos necesarios pero nunca terminarán de captar la
diversidad del consumo más íntimo.
Siete de cada diez argentinos escuchan radio durante un promedio de
tres horas y cuarto al día. Parecen números saludables para un medio de
comunicación superviviente. Sin embargo, una amenaza se cuece en el fondo
de las generaciones: entre los 12 y los 17 años, la caída de los oyentes es
abrupta. Del 73 por ciento en 2013 al 39 en 2017, 34 puntos abajo: hoy Radio
Panda, la radio de les pibes, no tendría sentido.

¿Qué miramos?

El tema de un trabajo como esta Encuesta Nacional es el presente, nuestra


actualidad de consumidores. Pero el subtema, es decir, lo que subyace, es el
futuro, la ansiedad por proyectarnos y por darle respuesta a la pregunta de
quiénes seremos.
El 95 por ciento de los argentinos siguen mirando televisión en el
televisor. O sea, ese mueble/aparato que entró en las casas durante los
cincuentas, en la salud de la posguerra, y ahí se quedó reinando en el centro
del living reuniéndonos a todos en un sillón delante de él, organizando el
espacio y la dinámica doméstica, bueno, que sigue ahí, invencible, setenta
años después. Capaz no todos los futuros llegaron.

Nueve argentinos y medio de cada diez mirando tele en la tele y haciéndolo


durante más de tres horas diarias, el 73 por ciento de ellos mediante algún
servicio de cable, son números que refuerzan un modelo tradicional de
consumo anclado en el siglo XX, un tipo de perduración desmarcada de la
revolución digital o tal vez sobreadaptada a ella: en los hogares argentinos,
el 54 por ciento de los televisores son smartTV.

Hace unos años, Juan José Capanella hablaba de la televisión-biblioteca, que


es esa televisión en la que uno elige en qué momento del día va a entrar,
cuánto tiempo se va a quedar ahí adentro, y en qué momento volverá guardarla
donde estaba. Básicamente, la operación Netflix. Bien, tampoco: la mayoría de
los argentinos mira programas de televisión en el momento y por el canal
desde el cual son emitidos. Sólo el 8 por ciento los mira en otro momento a
través de Youtube u otras páginas, lo que mantiene con vida a esa pieza de
museo de los canales que es la grilla de programación.
Netflix, qué tiene para decirnos la Encuesta Cultural de Consumos Culturales
argentinos del nuevo gran páramo del entretenimiento de masas. Dice Gerardo
Sánchez que no está prevista la próxima Encuesta porque, a diferencia de los
censos nacionales, no es un trabajo con calendario regular, así que no
sabemos por cuánto tiempo serán estos los datos más actualizados. Es lo que
hay, y lo que hay dice que hasta el 2017 Netflix seguía perdiendo su guerra de
guerrillas del streaming video frente a Youtube. Netflix es pago, Youtube es
gratis, el nivel socioeconómico (NSE) es determinante en este punto.

El 31,5 por ciento dijo consumir -habitualmente o de vez en cuando- contenidos


audiovisuales en Youtube frente al 25,4 por ciento que dijo hacer lo mismo pero
de Netflix. Como en casos anteriores, estos números también aceptan una
discriminación.

A 20017, Youtube continuaba siendo la plataforma más eleguda


Entre los más jóvenes y con menos autonomía de compra (12 a 17 años)
Youtube se impone 38 a 24. En la segunda franja, 18 años a 29, Youtube
todavía lidera pero por un margen estrecho de 26 a 24. Entre los de 30 y 49,
Netflix saca una luz de ventaja: 20,4 a 19,2. Y finalmente, entre los mayores
de 50 años, gente que hace rato se paga su propia tarjeta de crédito, Netflix se
impone 20 a 14 puntos porcentuales. La escala se repite cuando, en lugar de la
edad, lo que se considera es el NSE: Youtube lidera en los sectores bajo y
medio bajo. Se reparten la misma cantidad de usuarios en los sectores medios.
Y Netflix lidera cómodamente en los sectores de ingreso medio alto y alto.
Tardíamente, pero ya hemos vuelto a la costumbre nacional de tenerlo por las
noches a Marcelo Tinelli, el hombre más exitoso en la historia de la televisión
abierta argentina si cruzamos las variables cantidad de temporadas al aire con
cantidad de rating obtenido (Mirtha lleva medio siglo en pantalla, pero Marcelo
no tiene temporadas de tres puntos y Mirtha, sí. Hay programas de Sofovich
que tocaron los 60 puntos, pero no se mantuvieron los casi 30 años que lleva
Marcelo presentando su programa).

Sabe, Marcelo, que sus grandes audiencias de hace dos décadas se han
dispersado y ya no volverán. Sabe, también, que le queda ser el frontman de
un tipo de consumo en retirada. Pero cuidado, porque en retirada no significa
ya retirado. Siempre hay uno en un asado que, sintiéndose el Che Guevara en
Bolivia, declama: yo no miro televisión. Llegaron a parecer una nueva ola. Esta
Encuesta Nacional los desmiente. No están todavía los dispositivos digitales
listos para reemplazar ni a la televisión, ni a sus grillas de horarios, ni siquiera
al aparato televisor. Como el diario de papel, la televisión abierta se muere,
se muere, se muere, pero al final nunca se muere.

¿En qué gastamos?

Se nos fueron 1.124 pesos con 93 centavos mensuales per cápita en


aquel remoto país del 2017 que tenía un dólar a 16. Y se nos fueron en
pagar conexión, cable y otras prácticas digitales. Este número encabeza la lista
de gastos culturales por mes. Lo sigue Patrimonio (museos, ferias), con $579.
Música grabada: $274. Música en vivo $110. Entradas de cine: $95. En libros,
apenas por arriba de los $70. En teatro, $67. Y en revistas gastamos unos
melancólicos 62 pesos con 52 centavos mensuales.
La confrontación entre lo analógico y lo digital se repite en este apartado del
gasto real per cápita y, por supuesto, verifica la tendencia que se observa en el
resto de los ítems: en 2013, el dinero dedicado a consumos analógicos
representaba el 67 por ciento de nuestros gastos mensuales contra el 33
que representaba el gasto en conexión y otras variantes del universo
digital. En 2017 quedaron 50 y 50. La caída abrupta de los productos en
papel (ya vimos el caso de las revistas, sumado a que se compran la mitad de
los diarios papel que se compraban hace cuatro años) más la aparición de
nuevos actores como Netflix y Spotify, explica la migración del gasto.
Conclusiones

Detrás de todo estos números y porcentajes estamos nosotros, un grupo de


personas en diversidad, cuando no en pugna directa, que comparten el atributo
simbólico de una bandera, el atributo físico de un territorio y a los que podemos
llamar "argentinos". Y La Encuesta Nacional de Consumos Culturales 2017
establece tres conceptos que nos signan la vida: conexión, portabilidad y
simultaneidad.

Conexión: mi padre, Armando Seselovsky, es un hombre de 80 años en


perfecto ejercicio de todas sus facultades, que sin embargo elige vivir sin
celular y sin wifi. Cuatro visitas a la sucursal de su banco debió hacer porque
dejaron de mandarle el resumen de la tarjeta en papel y un día ya no supo qué
tenía que pagar. Una disposición del Banco Central obliga a las entidades a
conservar el envío analógico para adultos mayores de resúmenes de tarjeta.
Que esa circular haya sido necesaria es la constatación de lo que significa
estar desconectado. No estar en red es no estar en el mundo, porque red y
mundo se han vuelto la misma cosa.

Los smartphone ya son el soporte más elegido para los consumos culturales
Portabilidad: la conexión, además, debe moverse con uno.

Simultaneidad: dice la Encuesta del SINCA en su apartado Los consumos


culturales en contexto: "La digitalización y la portabilidad favorecieron una
modalidad de consumo ágil y con prevalencia de contenidos breves (…)
Nuestro tiempo de atención exclusiva se vuelve cada vez más escaso". Es
probable que esta sea la línea más importante de todo el trabajo. Está diciendo
que nuestros consumos culturales son un puñado de charcos consecutivos;
que nuestra concentración se organiza en clips de momentitos veloces; que
nos reconfiguramos hacia un tipo de lector, oyente, espectador, que no arraiga,
más bien está dispuesto a las narrativas de celeridad publicitaria, de lo que se
desprende que leer las mil páginas del Quijote debe ser una actividad en baja.
Eugenia Mitchelstein, directora de la carrera de comunicación de la
Universidad de San Andrés y autora de varios trabajos sobre consumos
culturales, desarrolló, junto a Pablo Boczkowski, profesor de la Northwestern
University de Chicago, el concepto "cultura ambiente", es decir, todo está ahí,
un poco en el aire, disponible.

Dice Mitchelstein en charla con Infobae Cultura: "La atención de las


audiencias es el bien en disputa. Los medios viven de venderle la atención de
sus públicos a las marcas, y no de venderle contenido a sus públicos".

–¿En dónde se concentra toda esa atención?

-Más que en ningún otro lado, en la pantalla del celular.

En 2016, según se informó en el Congreso de Periodismo Digital organizado


por FOPEA en la universidad Blaise Pascal de la Ciudad de Córdoba, fue el
primer año en que el consumo de noticias en teléfono celulares superó al
consumo de noticias en pantalla de escritorio. Y que existan semáforos en el
piso para cruzar Avenida Del Libertador a la altura de Retiro sin necesidad de
sacar los ojos del teléfono verifica el triunfo definitivo de una línea que describe
quiénes somos y adelanta algo de lo que seremos: todo el power al celu.

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