Está en la página 1de 347

 

 
©Tracy Campbell
FALSO MATRIMONIO
Primera Edición Enero 2023
Sello: Independently published
 
Todos los derechos reservados.
Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita
del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, así
como su alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook

 
Índice
 

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15
Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Epílogo
Prólogo
 

John Sullivan era casi perfecto, con su cuerpo impecablemente esculpido,


su sonrisa sexy y, lo más atractivo de todo, el amor que sentía por su hija.

Pero se equivocaba conmigo. La razón por la que seguía siendo virgen a los
veintitrés años no tenía nada que ver con la espera del hombre perfecto.

Aunque si lo hiciera, ese sería John Sullivan. No era una mojigata ni creía
en los cuentos de hadas de reservarme para el matrimonio, aunque admitiría

que disfrutaba fantaseando con el amor verdadero en lo que respecta a John.


Probablemente era por eso por lo que, por alguna razón, acababa de

confesar que era virgen.

—No estoy esperando a mi compañero de vida —dije, clavando los

pulgares en sus omóplatos mientras lo masajeaba para rebajarle la tensión.


Me pregunté en ese momento si podría liberar algo más que su tensión y

hacerle olvidar a su ex mujer.

—Entonces, ¿a qué esperas? —preguntó con un gemido y un suspiro


mientras sentía que sus músculos empezaban a relajarse.
—La oportunidad y el deseo. —Se giró y se me quedó mirando.

Estábamos cerca, y me mordí el labio inferior para detener un gemido

mientras admiraba su perfecto boca tan cerca de la mía.

—Me cuesta creer que no hayas tenido ya las dos cosas.

La forma en la que sus ojos se desviaron hacia mis labios hizo que se

me hiciera la boca agua por las ganas que tenía que probarlo. Estuve a un

paso de avergonzarme lanzándome a sus brazos.

—Oportunidad, sí; deseo, no tanto.

—¿No sientes deseo? —Todo mi cuerpo sintió un cosquilleo—. No

puedo imaginar que no haya muchos chicos guapos en el campus.

Me encogí de hombros.

—El deseo no es solo una cuestión de apariencia. —Al menos, no para


mí. Para alguien como John tal vez la apariencia era importante. Después de

todo, su ex mujer era modelo. Yo no era fea, pero no estaba en su liga.

—Entonces, ¿qué es lo que te excita, Emma?

Se estaba burlando de mí, lo que me hizo sentir aún más como una

colegiala estúpida por el hecho de que estaba dispuesta a arrancarle la

camisa y pasar mi lengua por cada trozo de piel de su pecho.

Aun sintiéndome tonta, mi libido decidió tantear el terreno.


—Unos pectorales esculpidos.

Sonrió de forma juguetona, pero se movió como si estuviera

incómodo.

—Deberías de venir al gimnasio. Tenemos muchos de esos.

—Amable. Inteligente. Divertido. —Tomé aire mientras me preparaba

para decir algo que me llevaría a perder mi virginidad de una vez por todas,

o a humillarme—. Alguien como tú.

Su mirada, que se había detenido en mis labios, se dirigió a la mía. Se

calló, e inmediatamente me preparé para salir corriendo de su casa

sintiéndome como una idiota.

—¿Cómo yo? —Asentí, o al menos lo intenté. Estaba paralizada—.

Soy demasiado viejo para ti. —Su voz bajó, no en volumen sino en tono. Al

menos, no parecía horrorizado.

—Seis años no es una diferencia tan grande.

—En experiencia vital sí lo es. —Bajó la mirada—. Soy un padre


soltero divorciado.

—¿Y? —Levantó la cabeza y vi que estaba decidido a despedirme.

—Entonces, eres una mujer joven con toda la vida por delante. —Puse

los ojos en blanco.


—Haces que suene como si tú no tuvieras toda la vida por delante.

—Tengo equipaje. Mucho.

—Ellie no es un equipaje. —Hablé en voz baja, sintiendo que se


alejaba de mí.

—Ella es lo mejor de mi vida. Ahora, mi vida es suya. Total, y

completamente. No tengo nada que ofrecer a una mujer. Te mereces tener a

un hombre que pueda ofrecerte algo, sobre todo la primera vez.

Fruncí el ceño.

—¿Así que has renunciado a volver a encontrar el amor? —Podía

aceptar que no era la mujer para John, aunque quisiera serlo, pero no podía

creer que algún día no hubiera una mujer que los hiciera felices a él y a

Ellie. Odiaría a esa mujer, aunque me alegraría que él hubiera encontrado el

amor de nuevo.

—He tenido padrastros. —Sus ojos se oscurecieron de una manera que

no había visto antes. Estaba claro que algo le había pasado de pequeño—.

No haré pasar a Ellie por eso. Y, si te soy sincero, no quiero que me vuelvan

a pisotear el corazón.

Mientras miraba fijamente sus ojos oscuros, mi corazón pensó en él.

Odiaba a las personas de su vida que le habían hecho daño y que lo habían
hecho temer al amor.
—¿Cómo es que los hombres son capaces de tener sexo porque es

agradable, pero para una mujer tiene que ser una especie de cuento de

hadas? —pregunté.

—No es así. Pero una mujer que ha esperado tanto tiempo como tú
suele hacerlo por una razón.

—Tienes experiencia en esto, ¿verdad? —Debería de haberme callado

e irme a casa. Presionarlo no iba a cambiar las cosas y, al final, me sentiría

más avergonzada de lo que ya estaba. Sonrió tímidamente.

—En realidad, no. Pero después de haberte conocido durante el último

año, puedo ver que no eres una mujer impulsiva. Todo lo que haces es con

un plan. Los hombres, en cambio, tienden a ser esclavos de los impulsos. Es

como una picazón.

—¿Crees que las mujeres no tienen impulsos? —Yo los tenía. Todo mi

cuerpo zumbaba con la necesidad de que me tocara.

—Sí. Pero también son capaces de controlarlos. Como, claramente, lo

haces tú.

Me resultaba difícil no inclinarme hacia delante a través del abismo

que nos separaba y plantar mis labios en los suyos. Lo que me impedía

seguir ese impulso era que su declaración sugería que, como hombre, no

sería capaz de controlar un impulso sexual. Prácticamente, me estaba


lanzando sobre él, así que, si fuera esclavo de su impulso, habría aceptado

mi clara oferta. Eso significaba que no sentía ese impulso conmigo. Me veía

como una universitaria, no como a una mujer sensual.

Al darme cuenta de que había empezado a inclinarme hacia él, me

aparté, tragándome el ardor de la vergüenza.

—He herido tus sentimientos —dijo, con una voz suave y preocupada.

Su empatía era otra cosa que me gustaba de él. ¿Por qué no podía ser un

imbécil? Sacudí la cabeza.

—No es tu culpa que no me encuentres atractiva. —Sus ojos se

entrecerraron.

—Nunca he dicho eso. —Fruncí los labios con fastidio.

—Acabas de decir que los hombres no pueden controlar sus impulsos.

Si eso es cierto, significa que no tienes esos impulsos conmigo.

Me miró fijamente durante un largo momento, y tuve la sensación de

que estaba teniendo un tira y afloja consigo mismo.

—Sí que siento ese impulso —dijo finalmente.

—No seas condescendiente conmigo. —Por alguna razón, su mentira

me dolió más que saber que no lo excitaba.

—¿No me crees?
—No.

Una vez más, me miró fijamente, como si estuviera tratando de decidir

su próximo movimiento. Al final, tomó mi mano y la presionó sobre su


ingle. Mis ojos se abrieron de par en par al sentir la longitud de su

excitación. Deslicé mis dedos alrededor de ella para medir su grosor. Los

recorrí a lo largo. Como todo lo demás en John, era impresionante. Siseó un

suspiro.

—¿Ves? La excitación.

Mi mirada se dirigió a sus ojos, que ahora estaban ardiendo. Hizo que

mi cuerpo se calentara hasta el punto de ser abrasador. Sentí que moriría si


no me tocaba.

—Quiero verte —dije, mis palabras salieron en un jadeo.

—Emma... —Apreté su polla con fuerza, haciéndolo jadear.

—No estoy pidiendo algo que no puedas darme.

—No sabes lo que estás pidiendo. —Su voz era áspera.

—Sí que lo sé. No soy ingenua, solo inexperta. Quiero aprender.


Quiero que me enseñes. —Acaricié su polla de nuevo, amando lo que

sentía. Deseaba desesperadamente verla. Tocarla sin la barrera de sus


vaqueros.
—Oh, joder, Emma.

Nunca le había oído usar la palabra con «j» y su sonido, rudo y


desesperado, hizo que mi coño palpitara.

Yo no me habría considerado sexualmente descarada, así que no estaba


segura de por qué dije:

—Ya he tenido orgasmos antes. Pienso en ti cuando los tengo.

—No juegas limpio. —Su respiración era agitada mientras me miraba.


Pude ver la necesidad en sus ojos oscuros y me hizo sentir poderosa.

—No estoy jugando, John. —Siendo impulsiva como él, tomé su mano
y la puse sobre mi pecho. Jadeé cuando su palma cubrió mi sensible pezón a

través de la camiseta y una ola de deseo líquido recorrió mi cuerpo


directamente hasta mi coño—. También estoy mojada.

Gruñó mientras sus dedos pellizcaban mi pezón.

—Nos vamos a arrepentir de esto.

No tuve la oportunidad de negarlo, porque su boca capturó la mía. Su


beso fue duro, desesperado, y lo consumió todo, enviando una llamarada de

calor líquido a través de mis venas. Me agarré a su cabeza, queriendo


quedarme así para siempre. Su sabor era exactamente el que yo pensaba,

oscuro y sexy.
Sus manos se deslizaron por debajo de mi camisa, tirando de ella hacia
arriba. Me la quité de un tirón y la lancé a un lado mientras él desabrochaba

el cierre delantero y liberaba mis pechos.

—Joder. —Lo miré a la cara, preguntándome si iba a parar. Su mirada


pasó de mi pecho a mi cara—. Tienes unas tetas increíbles.

Era lo más bonito que podía haber dicho. Pero no tuve tiempo de
responder porque su boca comenzó a chuparme el pezón, y las sensaciones

más deliciosas recorrieron mi cuerpo mientras su boca tiraba y chupaba.

Dejé escapar un jadeo y sujeté su cabeza contra mi pecho. Sentí cada


lametazo en mi coño y me pregunté si me correría solo con eso. ¿Cómo de
vergonzoso sería eso? Para distraerme de la creciente tensión, tiré de su

camisa. Agarró la parte trasera de esta por encima de la cabeza y se la quitó


de un tirón.

Apoyé las palmas de las manos en su pecho esculpido más perfecto

que jamás había visto. Pasé la lengua por un pezón, y me encantó la forma
en la que siseó en respuesta.

—Emma...

Había algo en su voz que me preocupaba que estuviera a punto de


frenar. Para asegurarme de que no lo hiciera, desabroché rápidamente el
botón de sus vaqueros, bajé la cremallera de un tirón y pasé el dedo por la

punta de su polla. La piel estaba aterciopelada y húmeda.

—Jesús —gimió. Terminados de desvestirnos, me empujó hacia atrás

en el sofá, y entonces su boca estaba en mis pechos de nuevo. Metí la mano


entre nosotros, queriendo tocarlo. Descubrir cada largo y grueso centímetro

de su polla.

Era increíble lo mucho que mi cuerpo respondía a él. Mi coño

palpitaba por querer tenerlo dentro. Mis pezones estaban duros y doloridos.
Me había excitado antes, pero nunca así. Nunca como si fuera a morir si no

me corría.

—Te deseo —jadeé mientras intentaba mover las caderas para


encontrar su polla.

Buscó el paquete de condones que había tirado en la mesa de café


cuando se quitó los pantalones. Rompió el papel y se lo puso. Lo observé

con fascinación, preguntándome si cabría dentro de mí. Se arrodilló entre


mis piernas en el sofá, poniendo una de mis piernas sobre el respaldo y la

otra sobre su muslo.

—Quiero que estés segura, Emma.

—Lo estoy. —Mis caderas se levantaron de forma instintiva.

Necesitaba el contacto con su cuerpo tanto como necesitaba mi próximo


aliento.

—Voy a intentar ir despacio, pero joder, me estoy muriendo.

—Solo hazlo. —por favor, deja de hablar y fóllame ya.

—Podría dolerte —dijo mientras pasaba la punta de su polla por mis


pliegues y rozaba mi clítoris.

Grité, si eso se sentía tan bien, solo podía imaginar cómo sería cuando
él estuviera dentro de mí.

—Por favor, John. —Cerré los ojos mientras mi cuerpo era asolado por

la necesidad. Al sentir que no pasaba nada, abrí los ojos. Me miraba desde
arriba, y estaba segura de que iba a parar.

—Emma.

—Fóllame, John —gruñó.

—Seguro que voy al infierno. —Empujó su polla dentro de mí solo un

poco, y gemí mientras las sensaciones más dulces irradiaban de mi coño.

—Sí... tan bueno... más. —Mi coño gritaba por tenerlo todo.

Se retiró y yo estaba a punto de quejarme, cuando empujó hacia

delante, esta vez deslizándose un poco más hasta dar con una barrera. Mi
cuerpo lo deseaba y al mismo tiempo se resistía a él.
—Estás tan jodidamente apretada. —Sus ojos se cerraron de golpe.
Respiró hondo un par de veces. Era el momento. Por fin iba a darme

exactamente lo que había deseado desde el día en el que lo conocí. Su


mirada se encontró con la mía. Asentí con la cabeza, haciéndole saber que
quería esto. Lo quería a él.

Entonces, sus ojos se apartaron y mi estómago se contrajo. Se apartó

de mí.

—Lo siento... No puedo. 


Capítulo 1
 

Emma-Jueves, una semana antes

—Y, entonces, osito abrazó a su mamá oso. —Levanté el libro de


ilustraciones mostrando la última página del cuento. El grupo de veintidós

alumnos de preescolar, embelesados, me miró desde su asiento en el suelo.

Mi año como estudiante de magisterio estaba a punto de terminar. Aunque


me gustaba el hecho de estar a mitad de camino en mi programa de maestra,

iba a echar de menos ver esas caritas todos los días.

—Yo abrazo a mi mamá —dijo la pequeña Violet Robert.

—Yo también —comentaron otros estudiantes.

Miré a Ellie Sullivan, la única estudiante de la clase que no tenía


madre. Bueno, la tenía, pero su madre no estaba involucrada en su vida. En

su lugar, estaba siendo criada por su padre, que era la personificación del

padre soltero sexy.


—Señorita Bremer. —Miré hacia donde me llamaba la señora Mayer

—. Los autobuses llegarán en breve. Quizá podamos recordarles a los

alumnos nuestra fiesta de mañana.

Asentí con la cabeza. Como estudiante de magisterio de la señora


Mayer, me había dado mucha rienda suelta a la clase, pero a veces me

involucraba tanto que perdía la noción del tiempo.

—La señora Mayer me ha recordado que mañana es el último día de

clase.

—¿Serás tú nuestra profesora el próximo año? —preguntó Margaret

Peterson.

—No sé quién será vuestro profesor, pero sé que todos seréis unos

fantásticos alumnos de primer curso. —Los niños sonreían, y me

maravillaba lo inocentes y abiertos que eran. Un pequeño elogio es muy


importante para los niños de esta edad. Además, estaban ansiosos por

aprender.

Terminé de hablar con ellos y los mandé por pequeños grupos a

recoger sus cosas y a hacer cola para los autobuses. La señora Mayer los
acompañó a la zona de recogida yo me quedaba limpiando la clase y

preparándola para mañana.


Ellie Sullivan se sentó en su mesa para colorear mientras yo limpiaba

las demás. Siempre se quedaba conmigo después de la escuela porque yo

era la que la llevaba a casa y la cuidaba hasta que su padre llegaba del

trabajo.

—¿Todavía podemos hacer galletas para mañana? —me preguntó.

—Por supuesto —le dije—. ¿Qué quieres? ¿Galletas de chocolate? O

podemos hacer brownies. —Me miró.

—Creo que no he probado los brownies. ¿Están buenos?

Yo pensaba que su padre, John Sullivan, era un padre maravilloso,

pero era un poco estricto con los dulces. No había en la casa, y Ellie solo

podía comerlos en ocasiones especiales.

—Deliciosos. Recogeremos los ingredientes de camino a casa. —Ya

había hecho galletas con Ellie antes, pero John siempre las mandaba a casa.

Cuando la señora Mayer volvió a la clase, me reuní con ella como

solía hacer para repasar el día. Me parecía una profesora maravillosa y

estaba encantada de haber trabajado con ella este año. Me decepcionó que

no pudiera trabajar con ella el año que viene, el último de mi programa de

magisterio. Tendría otra colocación, suponiendo que pudiera averiguar

cómo pagar la escuela. Tenía unos padres estupendos, pero mi padre era

policía y mi madre profesora, así que mis fondos para la educación se


agotaron durante mis estudios universitarios. Había pedido algunos

préstamos estudiantiles, pero como pensaba ser profesora, un trabajo que no

estaba bien pagado, no quería pedir más. Como resultado, a menos que
consiguiera una nueva beca o me tocara la lotería, no podría pagar mi

último año de estudios. Tenía este verano para averiguar cómo pagarlo.

Cuando terminé de reunirme con la señora Mayer, cargué a Ellie en el

viejo volvo que compré a instancias de su padre cuando me contrató para

cuidar a Ellie después de la escuela y cuando fuera necesario.

—Los viejos volvo son como tanques. Me sentiré mejor si conduces a

Ellie en él que en otro coche —me dijo.

Mi volvo parecía una caja vieja y cansada, pero funcionaba bien y el

seguro era bajo, así que no me quejé. Un hombre como John, joven,

ridículamente guapo y rico debería conducir un coche deportivo, pero


también conducía un viejo volvo. Vivía de forma modesta, lo que

contradecía su riqueza, obtenida gracias a una cadena de gimnasios e

inversiones inmobiliarias.

—Por eso me dejó mi mujer —me dijo una vez—. Ella piensa que soy

un avaro. ¿Por qué tener todo ese dinero si no podemos divertirnos con él?

Personalmente, podía pensar en todo tipo de formas de divertirse con

John que no requirieran dinero. Claro, yo era virgen y no tenía experiencia


en el sexo, pero había leído libros románticos y eróticos y tenía una buena

imaginación. Me divertía muchas veces a solas en la bañera o en mi cama

simplemente pensando en John.

Ellie y yo nos detuvimos en el supermercado, donde compré todos los


ingredientes para preparar los brownies y luego la llevé a casa. Aparqué en

mi garaje, que convenientemente estaba al lado de la entrada de casa de

John. Lo conocí el año pasado, cuando dos amigas de la universidad y yo

alquilamos la casa contigua a la suya, de la que también era propietario.

—Los brownies tienen azúcar. Mi padre no creerá que son saludables

—dijo Ellie mientras acercaba una silla a la encimera donde yo estaba

organizando los ingredientes.

—Son para su fiesta de mañana, así que creo que estará bien.

Nunca se había enfadado conmigo por hornear cosas con ella.

Simplemente, no quería que se acostumbrara demasiado a los postres. Yo

respetaba sus deseos, la mayoría de las veces. En mi opinión, un pequeño

capricho de vez en cuando no estaba mal.

Mezclamos y removimos, y en pocos minutos teníamos la masa en el

horno.

—¿Podemos jugar a un juego? —preguntó Ellie mientras encendía el

temporizador del horno.


—Sí. ¿A qué quieres jugar? —La miré. Era la mezcla perfecta de su

padre y su madre. Tenía el pelo oscuro como los dos, los llamativos ojos

azules de su madre y la maravillosa sonrisa de John. También era dulce

como él.

Estaba a favor de que las mujeres persiguieran sus sueños, pero no

podía entender cómo Verónica, la ex de John, podía dejarlo a él y a Ellie

para ser modelo. Ella y John parecían llevarse bien. Dos veces en el último

año, ella había estado en Nueva York con suficiente tiempo libre para visitar

a Ellie. Sospechaba que ella y John también se dedicaron a un pequeño

juego horizontal, pero a los pocos días ella se marchó a Roma o a París o a

donde quiera que fueran las modelos, dejando atrás a un hombre y una niña

perfectos. Si fueran míos, nunca me iría.

Sacudí la cabeza para liberarme de esos pensamientos. No eran míos.

Nunca lo serían. Tenía que encontrar la manera de evitar que mi cerebro se

perdiera en la tierra de las fantasías.

—CanJohnd —decidió Ellie.

—¡Genial! ¿Por qué no lo sacas y lo colocas en la mesa del comedor?

—Sonreí como si fuera la idea más divertida de la historia, cuando en

realidad me alegraría no volver a jugar a ese juego. No había nada malo en

ello. Para los niños de la guardería era perfecto, ya que no requería lectura
ni matemáticas. Pero había jugado a ese juego muchas veces; no solo con

Ellie, sino también con otros niños a los que cuidaba en mi casa de

Brooklyn, donde me crie.

—¡Vale! —Salió corriendo de la cocina hacia su dormitorio.

Mientras ella preparaba el juego, yo revisaba la nevera en busca de lo

que le prepararía para cenar. John solía llegar a casa sobre las siete, lo que

era demasiado tarde para que Ellie comiera, así que le preparaba la cena. La
mayoría de las veces también preparaba lo suficiente para John. Pensé que

así tendría más tiempo para pasar con Ellie por las tardes si no tenía que
preocuparse de alimentarse.

Jugamos una partida a CanJohnd y luego sacamos los brownies del


horno para que se enfriaran. Pude convencerla de salir al patio trasero a

jugar en lugar de más CanJohnd. Jugamos a los superhéroes hasta que me


salvó del malo, y luego entré a hacerle la cena mientras ella jugaba con la

plastilina.

Estaba sacando las verduras asadas del horno cuando resonó el sonido
de la puerta abriéndose y cerrándose.

—¡Papá! —gritó Ellie emocionada.

—Hola, perezosa Ellie. —Su profunda voz de barítono me llegó a la


cocina. Consulté mi reloj. Eran casi las cinco y media. Salí de la cocina.
—Llegas pronto a casa —dije al verlo. Llevaba casi un año trabajando
para John, así que se podría pensar que a estas alturas ya estaría

acostumbrada a verlo. Pero cada vez que miraba su camiseta ceñida sobre
su amplio pecho, el fino culo que llenaba sus vaqueros, por no mencionar el

considerable montículo bajo su cremallera, casi me desmayaba. Cuando me


sonrió mientras sostenía a Ellie, las piernas se me aflojaron.

—Sí. Tengo un nuevo gerente en el gimnasio local, y mi persona de


operaciones para la empresa ha regresado de su baja por maternidad, así que

debería de tener algo más de tiempo libre para este pequeño monstruito... —
Levantó a Ellie en el aire y le hizo una pedorreta en la barriga.

—Papá. —Se rió, y su sonido junto con la escena fue demasiado dulce.
Me sentí un poco como una intrusa.

—La cena estará lista en diez minutos. Ellie, ¿por qué no le preparas

un lugar a tu papá en la mesa?

—Vale. —Se retorció hasta que la dejó en el suelo y pasó corriendo

junto a mí en dirección a la cocina.

—¿Qué tal el día? —me preguntó.

—Bien. —Olfateó el aire.

—Creo que huelo a azúcar horneado. —Me reí.


—Brownies. Son para la fiesta de la clase de Ellie mañana para el
último día de clase. ¿Podrás venir?

John era un gran trabajador, a menudo hacía largas jornadas, pero

nunca se perdía una actividad de Ellie.

—Por supuesto. —Ellie se apresuró a entrar en la habitación.

—Te he traído el tenedor de Mickey, papá.

—Me encanta —dijo guiñándole un ojo a su hija. Me miró—. ¿Por qué


no te quedas?

—Oh, no te preocupes. —Hice un gesto de rechazo con la mano a su

invitación, aunque realmente quería quedarme.

—No me parece bien que cocines para nosotros, pero no comas.

—Quédate a comer —dijo Ellie—. Te traeré el tenedor de Donald. —

Pasó corriendo junto a mí hacia la cocina de nuevo.

—No puedes rechazar el tenedor Donald —dijo con una sonrisa de

satisfacción.

—Supongo que, entonces, me tengo que quedar. —Era realmente

patético lo mucho que me gustaba cada vez que me invitaba a cenar con
ellos en noches como esta. Me sentía como una colegiala tonta deseando

cualquier migaja de atención que John me lanzara.


—¡Sí! —Ellie puso el tenedor sobre la mesa—. Papá, hemos jugado a

CanJohnd y he hecho este dibujo. Es de Osito y su mami. Su mami vive con


él, no como la mía.

La chispa en los ojos de John se apagó.

—¿Dónde está el papá de Osito?

—Está... —El ceño de Ellie se frunció—. ¿Dónde está, Emma?

—Esa es una buena pregunta. El libro no lo dice. —John sacudió la

cabeza.

—Los papás no reciben suficiente atención en los libros de los niños.

Tenía razón, y me sentí culpable de no haber buscado más activamente


libros con padres.

—Deberías escribir uno —le dije.

—Yo escribiré uno, papá. —Ellie cogió su papel y sus lápices de

colores y empezó a colorear. Unos minutos después, estábamos en la mesa


comiendo pollo y verduras.

—Así que mañana es el último día de clase. ¿Cómo te sientes, Mais?


—preguntó.

—Bien. Después de mañana, estaré en primer grado. —Levantó el


dedo índice.
—Tienes que dejar de crecer tan rápido —dijo con una dulce sonrisa

dirigida a Ellie.

—No puedo evitarlo, papá. —Levantó las manos, encogiéndose de


hombros.

—¿Y tú, Emma? ¿A qué grado vas el próximo año? —preguntó, dando
un mordisco a las verduras. Me encogí de hombros mientras empujaba la

comida en mi plato.

—¿Dieciocho? Si es que puedo.

—¿Si?

—¡Dieciocho! —Los ojos de Ellie se abrieron de par en par. No quería

hablar de mis problemas financieros.

—Solo necesito asegurar los fondos para la matrícula. —Para no entrar

en detalles, le di un mordisco a mi pollo. Él frunció el ceño.

—¿Tienes problemas? —Sacudí la cabeza.

—El problema es qué vamos a hacer Ellie y yo todo el verano.

—Quiero ir a la piscina —dijo Ellie.

—¿Eso es que puedes cuidarla este verano? —John me observó por


encima del borde de su vaso de agua.

Asentí con la cabeza.


—Sí. Ellie y yo nos lo vamos a pasar en grande, ¿verdad, cariño?

—Sí. —Ellie persiguió una col de Bruselas por todo el plato con el

tenedor.

Después de la cena, me ofrecí a lavar los platos mientras John jugaba a

CanJohnd con Ellie. Cuando terminé, John me acompañó a la puerta y


observó cómo me dirigía a mi casa. Siempre miraba para asegurarse de que

llegaba bien; un gesto que no era necesario y que, sin embargo, me parecía
totalmente entrañable.

—¿Cómo está el padre soltero y sexy? —preguntó Winona, una de mis

compañeras de piso, mientras cerraba la puerta tras de mí.

—Sigue sexy y soltero —contesté.

—No sé por qué no te tiras encima de él —dijo Bethany, mi otra

compañera de piso. Estaba sentada en el sofá pintándose las uñas de los pies
de un rosa intenso.

—Porque no quiero la vergüenza que supondría que me rechazara. —


Me senté en el sofá junto a Bethany y miré a Winona, que estaba sentada en

el suelo frente a la mesa de centro haciendo una especie de fórmulas para su


final de estadística.

—Dudo que eso ocurra. Eres guapa y tienes un buen cuerpo. —

Bethany puso su esmalte de uñas en la mesa.


—Recuerda que solía acostarse con Phoebe Dawson. No hay manera
de que me compare con ella.

—Es un hombre. No estoy segura de que sean tan exigentes —dijo

Winona.

—Vaya, gracias —dije riendo.

—Ya sabes lo que quiero decir.

—Aun así, me tiraría encima de él. Apuesto a que es bueno en la cama.


—Bethany agitó las manos sobre los dedos de los pies para ayudar a secar

el esmalte.

—Parece que no sale mucho. —Winona dejó su lápiz—. ¿Lo hace?

Sacudí la cabeza.

—No lo creo. Solo hago de canguro cuando está trabajando. Nunca lo

he visto en una cita. Creo que está demasiado concentrado en criar a Ellie.

—Probablemente, se divierte con una mujer en el gimnasio —dijo


Bethany.

Fruncí el ceño.

—¿Tú crees?

—Tiene que hacerlo alguna vez, ¿no? ¿No se les arrugan las pelotas a
los hombres si no se corren de vez en cuando?
Sabía que Bethany estaba bromeando, pero aun así le dije:

—Has dejado que David te manipule en la cama otra vez, ¿verdad? —

Ella me dedicó una sonrisa tímida.

—Puede ser. Es bueno en eso.

—¿Manipulando o en la cama? —preguntó Winona.

—Ambas cosas. —Bethany movió las cejas de forma sugerente.

Esa noche, en la cama, pensé en lo que John podría hacer si me


insinuaba. Era amable conmigo, pero eso no significaba que pensara que yo

era atractiva. Probablemente, se mostraría halagado, pero por dentro se


horrorizaría. Era un hombre que había tenido mucho sexo con Phoebe
Dawson, una de las mujeres más bellas del mundo. Podía imaginar todas las
formas en que habían tenido sexo. Conmigo, tendría a alguien que no tenía

ni idea de lo que estaba haciendo. Claro, existía la idea de que a los


hombres les gustaban las vírgenes, pero no estaba segura de que fuera
cierto. A los hombres les gustaba más la creatividad en la cama, estaba
segura, y eso yo no lo tenía.

Con un suspiro, me di la vuelta y me fui a dormir. Al menos, podía


tenerlo en mis sueños.


Capítulo 2
 

John

Observé cómo Emma desaparecía en la casa de al lado. Me preocupaba la


idea de que pudiera perderla como niñera de Ellie. Algún día iba a ocurrir,

pero pensé que tenía, al menos, un año más de su ayuda. La idea de tener

que encontrar a otra persona adecuada para ayudarme era solo una parte. La
verdad era que me gustaba estar cerca de Emma. En noches como la de hoy,

cuando se quedaba a cenar con nosotros, sentía que le estaba dando a Ellie

una verdadera experiencia familiar. Es cierto que Emma no era la madre de

Ellie ni mi esposa, pero de alguna manera encajaba con nosotros. Como no


pensaba volver a casarme, las noches como esta eran las únicas en las que

Ellie tenía algo así.

Emma era inteligente, positiva y educaba a Ellie, lo que yo sabía que


Ellie necesitaba de una mujer. Como su madre estaba fuera viviendo su

vida, Emma era lo más parecido a una figura materna, y lo hacía bien. El
único problema con Emma era todo lo que apreciaba de ella. Como era tan

perfecta como persona, envuelta en un hermoso rostro y un cuerpo sexy, a

veces era molesto tener que lidiar con lo que despertaba en mí. Emma tenía

ese aspecto sexy de chica de al lado, con su pelo rojo dorado, sus ojos

verdes y una pizca de pecas en la nariz y las mejillas. Tenía un aspecto


dulce e inocente, lo que hacía que mi atracción por ella fuera aún más

inquietante. Añadiendo el hecho de que solo tenía veintitrés años, me sentía

como un viejo verde. De acuerdo, no era mucho mayor que ella en años,

pero en experiencias vitales, sí. Una mujer como ella se convertiría en una

profesora de éxito, encontraría un buen hombre con el que casarse, tendría


unos cuantos hijos y viviría una vida feliz. Tendría todo lo que yo no podía

darle.

En cuanto a mí, hasta Ellie, no sabía realmente lo que era la felicidad.

Pensé que la tenía con su madre, Verónica, pero resultó que Ellie y yo no

éramos suficientes para ella. No hacía falta un psiquiatra para decirme que

casarse con Phoebe y tener un hijo a los veintidós años era un intento de

crear la familia que no había tenido mientras crecía. Mi madre lo hizo lo

mejor que pudo, pero resultó que lo mejor que hizo había sido insuficiente.

Tenía problemas económicos y siempre buscaba a un hombre para

solucionar sus problemas de dinero y su infelicidad. Como resultado, tuve


una serie de padrastros que, en el mejor de los casos, me ignoraban y, en el

peor, usaban sus puños conmigo.

Sacudí la cabeza. No podía darle a Ellie la situación familiar ideal,

pero estaba seguro de que era feliz y de que se sentía querida.

—Vamos, señorita Ellie, es hora de un baño. —Cerré la puerta


principal y cogí a Ellie en brazos.

—¿Puedo tener burbujas?

—Dos burbujas —dije, caminando con ella hacia su baño. Ella se rió.

—¡Papá!

—¿Qué? —Le sonreí. Sí, puede que no fuéramos una familia

tradicional, pero ningún niño era tan querido como mi Ellie.

Unos minutos después, estaba en la bañera, que estaba llena de

burbujas. Me senté en el asiento del inodoro, tocando la guitarra mientras

Ellie y yo cantábamos viejas canciones populares y ella jugaba con sus

juguetes. Le lavé el pelo y la saqué de la bañera. Después de ponerle el


pijama, peinarla y secarla, se metió en la cama. Me senté a su lado, leyendo

algunos libros.

—Es hora de dormir —le dije, dejando el último libro en su mesita—.

Mañana tienes un gran día en el colegio.


—¿Vendrás a la fiesta de mi clase? —preguntó Ellie mientras se

acostaba en su cama.

—No me la perdería. —La besé en la frente.

—Espero que Emma también pueda ser mi profesora el año que viene.

—Ellie bostezó y se giró hacia su lado.

Estaba seguro de que no sería así, pero no lo dijo.

—Eso estaría bien.

—Si te casaras con ella, podría ser mi mamá.

Mi corazón se contrajo, en parte de tristeza por Ellie, pero también de

resentimiento por el egoísmo de su madre.

—Cariño, tu madre siempre será tu mamá. Nada cambiará eso.

—Pero ella no está aquí.

—No, cariño, no está. Y Emma es muy buena con nosotros. Tenemos

suerte de tenerla. —Le di una palmadita en la mano y luego salí de su

habitación, apagando la luz. Su luz nocturna iluminaba la habitación. Me

tomé un segundo para admirar a mi dulce niña y luego cerré la puerta.

Dejé de lado mi enfado con Phoebe por no ser la madre que Ellie se

merecía, y en su lugar me dirigí a mi despacho instalado en el tercer

dormitorio de la casa. Revisé algunos papeles de los gimnasios de los que


era propietario, y luego repasé las finanzas de mis propiedades en alquiler.

Sobre el papel, tenía una buena situación económica, aunque mucha gente

no lo sabría por cómo vivía. Podía permitirme una casa más grande en la

parte lujosa de la ciudad y un coche lujoso, pero no los necesitaba, así que

no los tenía. Ellie y yo estábamos bastante cómodos en nuestra casa de tres

dormitorios en una tranquila calle familiar. El Volvo básico nos llevaba a

donde necesitábamos ir de forma segura y cabía todo el equipo que

necesitábamos para llegar allí. Tenía todo lo que necesitaba, al igual que

Ellie.

Después de asegurarme de que mi pequeño imperio funcionaba bien,

vi la televisión y, tras un último vistazo de Ellie, me fui a mi cama.

Me levanté a las cinco de la mañana, un hábito que desarrollé justo

después de la universidad, cuando leí que la mayoría de las personas con

éxito se levantaban temprano. Hoy agradecí el tiempo extra que tenía para

mí antes de que Ellie se despertara para encaminar mi día por una senda

positiva. Me tomé un vaso de agua mientras se preparaba mi café, y luego

salí al porche trasero cubierto para disfrutar de la tranquilidad de la mañana.

Tenía unos cuantos aparatos para hacer ejercicio, así que después de

tomarme el café, levanté pesas, corrí cinco kilómetros en la cinta de correr e

hice algunos estiramientos de yoga. Más tarde, haría un entrenamiento más


extenso en el gimnasio, pero esto había activado mi sangre y me había

espabilado lo suficiente para empezar el día.

Me bebí otro vaso de agua mientras me preparaba una segunda taza de

café. El café era mi único vicio. El azúcar también lo sería, si lo permitiera

en la casa. Sabía que Emma pensaba que era demasiado estricta con esa

regla. Apreciaba que la respetara la mayoría de las veces, pensé al ver los

brownies en la encimera. Me gustaba que Emma respetara mis reglas y que,

al mismo tiempo, las desafiara de vez en cuando. Me aseguraba de que no

me pasara de la raya con Ellie. Emma ofrecía un buen equilibrio, un

equilibrio que perdería si no podía seguir trabajando para mí después de

este verano.

Tomé mi café y me dirigí a mi habitación para ducharme y vestirme.

Al pasar por mi ventana, abrí la cortina para disfrutar del sol mientras

ascendía lentamente e iluminaba la habitación. Mi habitación estaba en el

lateral de la casa y daba a la cocina de la casa de Emma. Por muy pervertido

que fuera, nunca perdía la oportunidad de echar un vistazo para ver si ella

estaba allí.

Esta mañana, estaba de pie junto a la mesa de la cocina, tomando café.

Su pelo rojo dorado estaba despeinado. Llevaba una camiseta de tirantes de

aspecto suave y unos pantalones cortos. Mi polla se puso inmediatamente


en marcha ante esa imagen tan sexy. No era la primera vez que se me ponía

dura al mirarla. De hecho, desde que la había contratado el año pasado,

había protagonizado todas las fantasías sucias que tenía cuando me

masturbaba en la ducha. Parecía que esta mañana iba por el mismo camino.

Entré en mi baño, que había rehecho cuando compré la casa para

Verónica y para mí después de saber que estaba embarazada. Verónica

quería una de las casas más grandes junto al río, pero esta era una inversión

más segura y asequible. El compromiso fue que la casa fuera remodelada

con todos los accesorios de alta gama que ella quería. Tres años después,
ella se había ido. Sin embargo, no podía negar que la ducha de azulejos con

múltiples alcachofas era agradable.

Me quité los pantalones cortos y la camiseta y me metí bajo el chorro

de agua caliente. Miré mi polla ,todavía dura. La primera vez que se me


puso dura al pensar en Emma, me sentí mortificado. Era la niñera de mi

hija, por el amor de Dios. Luego decidí que en la intimidad de mi cerebro y


de mi ducha, no importaba lo que pensara. De hecho, me alegré de no estar
pensando en Verónica o en Alice del gimnasio. Con ambas había tenido

sexo ocasional de amigos con derecho hasta hace casi un año. Desde
entonces, mi única liberación sexual provenía de pensar en Emma. No es

que no tuviera oportunidades con Verónica o Alice, o incluso con otras


mujeres, pero me parecía que era hora de dejar de follar con Verónica, ya
que llevábamos casi tres años divorciados, y no era una buena práctica
comercial desnudarse con un miembro del gimnasio.

Mientras me agarraba la polla, escudriñé mi cerebro en busca de lo que


debía pensar hoy mientras me masturbaba. ¿Emma de rodillas chupándome

la polla? ¿Emma de pie frente a mí en la ducha mientras me la follaba por


detrás? Tal vez en mi cama, con sus piernas rodeando mis caderas mientras

me hundía en ella.

Me acaricié la polla mientras cerraba los ojos y dejaba que me viniera

a la mente la imagen de Emma con el pelo alborotado y los pantalones


cortos y la camiseta de tirantes. Parecía tan suave y cálida. La necesidad de

tocarla y saborearla se extendió por todo mi cuerpo, poniéndome más


caliente que el agua que me caía encima. En mi mente, entré en su cocina.

Estaba desnudo, excepto por el tatuaje del nombre de Ellie, que estaba
decorado con margaritas. Emma se volvió, me miró con sorpresa y luego

sonrió. Esa dulce e inocente sonrisa.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo desnudo hasta llegar a mi polla,


ensanchándose de nuevo. No dijo nada cuando me arrodillé y le bajé los

pantalones, revelando su dulce coño. Me imaginé pasando mi lengua por


sus pliegues, saboreándola. Una mujer como ella tenía que saber a miel.
Segundos después, estaba desnuda, y yo la tenía sobre la mesa, con las
piernas abiertas de par en par, con ese coño rosado y húmedo brillando de

deseo por mi polla.

  —Joder. —Me la agarré con más fuerza, deslizando mi mano a lo


largo de su longitud cada vez más rápido mientras imaginaba hundir mi

dolorosa polla dentro de ella. Sujeté sus caderas y di rienda suelta a mi


furiosa necesidad. Golpeé dentro de ella, más fuerte, más rápido.

Ella gemía y se retorcía, instándome a seguir.

—Entra en mí, John. Lléname con tu polla dura.

—Ah, joder, sí. —Una corriente eléctrica se acumuló en mi vientre y,

de repente, el orgasmo me atravesó, comenzando por mi polla e irradiando


hacia todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Mi semen salpicó una

y otra vez la pared de azulejos. Mi mano se apoyó en la pared para


sostenerme mientras sacaba las últimas gotas.

Tomé aire y luego sumergí la cabeza bajo el chorro mientras las dulces

sensaciones de placer se esfumaban. Ahora que había terminado, necesitaba


sacarme de la cabeza los pensamientos sobre Emma desnuda y los
orgasmos.

Me lavé y salí de la ducha. Me afeité y me cepillé los dientes, y luego,

mientras me ponía la bata, volví a entrar en mi dormitorio. Me vestí con


pantalones de pinza y un polo con el logotipo de mi gimnasio. Luego fui a

despertar a Ellie. Por suerte, era una niña muy alegre, y siempre se
levantaba con una sonrisa.

—Hoy es mi fiesta —anunció mientras entraba en la cocina con la


ropa que se había preparado la noche anterior.

—Lo es. —Le puse su desayuno de un huevo y algo de fruta en la


mesa.

—No te olvidarás de venir, ¿verdad? —Se sentó en su silla y me miró

con sus grandes ojos azules.

—¿Cuándo me he olvidado? —Me sonrió.

—Nunca.

—Hoy no me olvidaré. Ahora, come. Emma estará aquí en unos


minutos. —La imagen de Emma desnuda en la mesa de su cocina pasó por

mi mente, y la sangre se dirigió a mi polla. «Abajo, chica», pensé,


reprendiéndome a mí mismo por dejar que mi cerebro se fuera por esos

derroteros. Dios, si supiera las cosas que pienso de ella, probablemente se


horrorizaría.

Llamaron a la puerta. Mientras iba hacia la puerta para abrirle a

Emma, recé para que no se diera cuenta de cuánto la deseaba.


Capítulo 3
 

Emma

La ex de John, Verónica, era una conocida modelo que probablemente


ganaba mucho dinero vendiendo lencería, ropa de diseño y productos para

el cuidado de la piel. Pero estaba segura de que John ganaría más si decidía

dedicarse al modelaje. Era un espécimen perfecto, al menos hasta donde yo


podía ver. La verdad era que no había visto mucho. Nunca lo había visto sin

camisa. Pero llevaba la ropa de una manera que mostraba su físico perfecto.

Cuando llegué para recoger a Ellie para ir al colegio, John abrió la


puerta; llevaba puestos unos pantalones caqui y un polo con el logotipo de

su empresa. Lo observé, apreciando la musculatura definida de su cuerpo,

desde su tenso culo hasta su esculpido pecho y sus fuertes brazos, mientras

se abría paso por la zona de estar abierta hasta la cocina. Lo que más
deseaba era ver cómo era sin nada de ropa encima. Aunque solo pudiese

mirar y no tocar, quería ver sus abdominales y sus pectorales definidos.


Vale, también quería tocar, pero, aunque no pudiera, verlo en todo su

esplendor me daría mucho trabajo cuando estuviera sola por la noche en mi

habitación deseando las caricias de un hombre.

—Ellie, Emma está aquí —dijo, ayudándola a bajar de la mesa.


Cuando se volvió hacia mí, rápidamente traté de disimular que lo estaba

admirando por detrás. Dirigí mi atención a Ellie.

—No te olvides de tus brownies, a no ser que tu padre se los haya

comido todos.

—Papá, ¿te los has comido? —Ellie lo miró mientras ponía las manos

en las caderas. Este levantó las manos en señal de rendición.

—Quería, pero no lo he hecho.

—Sabía que eras un monstruo secreto del chocolate —dije de forma

burlona. Me guiñó un ojo.

—Mais, ve a buscar tu mochila.

—De acuerdo. —Salió corriendo de la cocina hacia su habitación.

—¿Quieres un poco de café? —preguntó.

—No, gracias. La fiesta de la escuela es hoy a la una, si todavía puedes

venir.
—Allí estaré. —Se pasó la mano por su pelo corto y oscuro—. No

puedo creer que Ellie esté terminando su primer año de escuela. —Sacudió

la cabeza—. Parece que fue ayer cuando la trajimos a casa desde el hospital.

Sonreí, sin ocultar lo mucho que me gustaba lo abierto que era con su

amor por Ellie. Nunca había visto ni oído hablar de los abuelos, lo que me

llevó a creer que John no había tenido una vida familiar como la que estaba

trabajando para darle a Ellie.

—Esa frase se la escucho decir mucho a los padres. ¿Crees que algún

día tendrás más hijos?

Negó con la cabeza mientras tiraba el café en el fregadero.

—No. Ellie lo es todo. Ella es todo lo que necesito.

—¿Y si te vuelves a casar? Sería una pena que un hombre tan

maravilloso no compartiera su amor con más hijos.

Sacó la fiambrera de Ellie del cajón y comenzó a llenarla de alimentos

saludables.

—Ya me he casado una vez y no funcionó. No voy a volver a hacerlo.

—¿De verdad? ¿Te rindes solo porque tu primer bateo no fue muy

bien? —No estaba segura de si estaba más sorprendida o decepcionada por

su insistencia en que no se casaría de nuevo. No es que quisiera que se


casara conmigo, pero estaba segura de que aparecería alguien que apreciaría

el hombre que era.

—He tenido padrastros. No haré pasar a Ellie por eso. Además, no

necesito a una mujer en mi vida.

Enarqué una ceja. No parecía posible que un hombre grande, sexy y

varonil como él no necesitara una mujer. Me di cuenta de que a lo mejor se

refería solo en que no necesitaba a una mujer para poder criar a Ellie.

—Eres un gran padre, John. Ellie tiene suerte de tenerte. —Sus

mejillas se tiñeron de rosa, y me alegré de haberlo hecho sonrojar.

—Es una niña estupenda. Y tú has sido de gran ayuda. No quiero

quitarle importancia a todo lo que has hecho por nosotros. Pero en términos

de matrimonio... no volveré a hacerlo. —Puso la caja de almuerzo de Ellie

en la mesa y luego se dirigió al mostrador—. No olvides tus brownies.

Le cogí el plato, observando que faltaban uno o dos. Lo miré.

—Eres el monstruo de los brownies.

—Por eso no solemos tener golosinas en casa. No se puede confiar en

mí estando cerca de ellos.

Me reí. Ellie volvió a la cocina.

—Estoy lista.
—Aquí tiene su almuerzo, señorita Ellie —dijo entregándole la

fiambrera.

—¿Has puesto uvas? Me gustan más que las manzanas.

—Las he puesto. —Se puso en cuclillas hasta quedar a su altura—.

Ahora, dame un beso y ve a aprender algo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos, la fiambrera haciendo ruido

cuando le golpeó en la espalda. Lo besó.

—No te olvides de mi fiesta.

—Allí estaré —dijo él poniéndose de pie.

—Vamos, Ellie —dije extendiendo mi mano. Ella trotó hacia mí,

tomando mi mano, y la conduje hacia la puerta.

Aseguré a Ellie en su sillita del coche y luego conduje a la escuela.

—¿Serás mi profesora el año que viene? —me preguntó mientras

entraba en el aparcamiento del colegio.

—No, cariño, pero sé que te encantará cualquier profesor que tengas.

Conozco a todos los profesores de primer grado y son geniales.

—Me gustaría que fueras mi profesora. —Le sonreí a través del espejo

retrovisor.
—A mí también me gustaría serlo. Todavía tengo que terminar mi

escuela.

—Eres demasiado mayor para ir a la escuela. —Aparqué el coche.

—Nunca se es demasiado mayor para aprender, señorita Ellie. —La

ayudé a salir del coche y caminé con ella hasta el aula. Dejé los brownies

junto a las golosinas que habían traído los otros niños mientras Ellie ponía

su fiambrera en su cubículo.

Esa mañana, la señora Mayer pasó el tiempo de asamblea repasando el

año con los niños y lo mucho que habían aprendido. Dirigí un proyecto de

arte que consistía en recopilar parte del trabajo que habían hecho durante el

año en un libro con una cubierta de papel reciclado.

Después de la comida, saqué las golosinas mientras la señora Mayer se

llevaba a los niños a jugar fuera.

—¿Llego pronto?

Levanté la vista para ver a John entrando en la clase. Como siempre

me pasaba al verlo, se me cortó la respiración.

—Los niños están en el recreo, pero volverán en unos minutos. —Puse


platos de papel y servilletas.

—¿Puedo ayudar?
—Voy a ir corriendo a la sala de profesores a por las bebidas. ¿Puedo

confiar en que no te comas los dulces?

Mostró una sonrisa sexy.

—Probablemente no.

—Me arriesgaré. —Me apresuré a ir a la sala de profesores para coger

los zumos de la nevera y los llevé de vuelta al aula. Cuando volví, los niños

habían llegado del recreo y John había sido reclutado para leerles un cuento

mientras la señora Mayer terminaba de preparar la fiesta.

—Aquí están las bebidas —dije mientras les entregaba una a cada

niño.

—¿Te has dado cuenta de lo desubicado que parece el señor Sullivan


aquí en el colegio hasta que Ellie está con él? —dijo la señora Mayer en voz

baja cuando terminé de repartir el zumo y me quedé con ella junto a su


pupitre. Fruncí el ceño, sin saber a qué quería llegar—. La mayor parte del

tiempo parece un malote, y luego, cuando está Ellie, se ablanda.

Yo no diría que era un malote, aunque a menudo había algo bajo la

superficie de John que insinuaba oscuridad. Sin embargo, tenía razón en lo


de que se ablandaba con Ellie, así que asentí.

—Es un padre cariñoso.


Unas cuantas madres entraron en el aula y empezamos la fiesta.
Observé desde el otro lado del aula cómo John comía brownies y bebía

zumo con Ellie mientras ella le enseñaba el libro que había hecho esa
mañana. Era una pena que no compartiera con los demás el amor que

claramente llenaba su corazón. Tenía mucho que dar, y era triste que
Verónica lo hubiera arruinado en cuanto al amor y a tener una familia más

grande.

Cuando la fiesta terminó, John se fue junto con los otros padres, y

terminamos el día con los niños. Fue triste despedirse de ellos y de la señora
Mayer cuando el día terminó. Esperaba poder quedarme en la ciudad para

terminar el colegio en otoño y así poder, al menos, verlos por la ciudad.

Después de la escuela, cargué a Ellie en mi coche y la llevé al parque.

—Son las vacaciones de verano —le dije—. ¡Hora de jugar!

—¡Sí! —En el parque, Ellie pasó la mayor parte del tiempo en los
columpios. Estaba claro que le encantaba sentir el viento en la cara. O tal

vez era la sensación de volar. Cuando llegamos a casa, recorrí la cocina


buscando qué preparar para la cena.

—¿Qué tal unos espaguetis? —Al no obtener respuesta, la busqué y la

encontré acurrucada en el sofá. Seguía allí cuarenta y cinco minutos


después cuando entró John.
—¿Está enferma? —La preocupación cruzó su rostro al ver que Ellie
estaba dormida.

—Solo está cansada por el día tan intenso que ha vivido. Tengo

espaguetis para vosotros para cenar.

Se arrodilló junto a Ellie y le pasó la mano por la frente, como si

estuviera tomándole la temperatura. Estaba claro que no me creía, pero no


me ofendí. Su amor por Ellie me parecía entrañable.

—Hola, papá —dijo la voz somnolienta de Ellie.

—Hola, perezosa Ellie. ¿Te encuentras bien? —Ella asintió.

—Tengo hambre.

—Emma dice que tiene espaguetis.

Ellie rodeó el cuello de John con sus brazos y él se puso de pie

abrazándola.

—¿Puede quedarse a comer con nosotros? —Me miró.

—Si ella quiere, por supuesto.

A menudo, me sentía como una intrusa cuando me invitaba a


quedarme y, sin embargo, nunca podía irme cuando lo hacían. En la

mayoría de los casos, me quedaba a comer con ellos unas cuantas noches al
mes, pero en el transcurso de la semana siguiente, Ellie me preguntó si
podía quedarme todas las noches. Ella y yo nos pasábamos el día jugando,

haciendo excursiones e incluso preparando la cena juntas. Me negué a


comer con ellos algunas noches, aunque quería quedarme. Probablemente

era una mala señal lo apegada que estaba a las dos, y tendría que lidiar con
eso sobre todo si me iba a ir al final del verano.

Aun así, por la noche, sola en mi cama, a veces dejaba que mi mente
vagara con la fantasía de ser algo más que la niñera de Ellie. Sabía que

nunca sustituiría a su madre, pero podría ser algo más que una simple
niñera para las dos si me dejaran. Pero John había sido claro cuando dijo

que el matrimonio y más hijos no entraban en su futuro. Hubo algunos días


en los que pensé que podría hacerlo cambiar de opinión, pero rápidamente

descartaba esa idea. Sabía que John me apreciaba y respetaba. Tal vez
incluso se preocupaba por mí, pero no era más que la niñera. Había

demostrado con su matrimonio con Verónica que le gustaban las mujeres


hermosas y sofisticadas. Yo no era fea, pero no tenía madera de

supermodelo. Era inteligente y educada, pero no mundana. No, él nunca


estaría interesado en mí.  
Capítulo 4
 

John

Los viernes en el gimnasio no estaban tan concurridos como otros días aquí
en las afueras. Supongo que la gente empezaba el fin de semana temprano.

El gimnasio más cercano a la ciudad de Nueva York, por el contrario, estaba

hasta los topes. Es una de las muchas tendencias que he seguido en mis
cinco gimnasios. A pesar de que los viernes haya menos asistencia, todos

mis gimnasios funcionan bien. Aunque hacía viajes mensuales a cada uno

de ellos, pasaba la mayor parte del tiempo en el que está cerca de casa, en

parte porque era el primero, pero también para estar cerca de Ellie, por si
pasaba algo y me necesitaba. No es que no confiara en Emma, porque lo

hacía. Tanto si se iba este otoño como el año que viene, iba a echarla de

menos. Estaba seguro de que no encontraría a nadie tan cariñoso con Ellie.

Cuando las veía juntas, no eran solo una niñera y una niña. Los dos estaban
unidas. Sabía que sería duro para mí verla partir, pero lo sería aún más para

Ellie.

Pero como dice el refrán, «todo lo bueno tiene que llegar a su fin». Mi

matrimonio era una prueba de ello. De hecho, mi matrimonio terminó


mucho antes de que Verónica se fuera para perseguir su sueño de ser

modelo. No estaba hecha para la vida doméstica, algo que no había sido

evidente hasta que nació Ellie. No podía estar completamente resentido con

ella, porque sin ella no tendría a Ellie. Pero no podía entender cómo podía

entrar y salir tan fácilmente de la vida de Ellie. La verdad era que Emma era
más madre para Ellie de lo que Verónica nunca lo fue. Algún día, Emma

conocería a un hombre y formaría una familia. Sería un afortunado hijo de

puta. Ya lo envidiaba.

Sacudí la cabeza ante esa idea. Emma era una gran mujer, pero no para

mí.

—¿Contando cuánto dinero has ganado?

Sobresaltado, levanté la vista de los papeles que tenía sobre el

escritorio para ver a Verónica de pie en la puerta de la oficina.

—Verónica. —Me puse de pie y fui hacia ella, dándole un abrazo, tal y

como siempre hacía. Todavía olía a perfume francés caro. Llevaba el pelo

oscuro suelto y despeinado, pero de forma intencionada. Como si hubiera


pagado cientos de dólares por un aspecto ligeramente desordenado que

Emma conseguía de forma natural.

—Sorpresa —dijo, besándome en la mejilla. No era raro que llegara

sin avisar. Normalmente, entraba como si fuera la dueña del mundo. Hoy,

había algo raro. Como si estuviera nerviosa.

—¿Quieres café, agua o algo? —Le indiqué que se sentara en una de

las sillas cerca de mi escritorio.

—No, gracias. —Acerqué la otra silla a ella.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?

—Un tiempo, en realidad. Me he casado —soltó con una sonrisa

tímida mientras levantaba la mano izquierda para mostrar una piedra de

tamaño considerable. Se me revolvieron las tripas, pero no por la idea de

que la mujer con la que una vez creí que pasaría toda la vida estuviera

casada con otro hombre. No, me molestó la idea de que Ellie tuviera un

padrastro.

—Felicidades —dije sin mucho entusiasmo. Calculé que solo el anillo

de compromiso era de cinco quilates, lo que me decía que su nuevo marido

tenía dinero.

—Es realmente genial, Dyl. Quiero que lo conozcas.


—Por supuesto. —Si pensaba que iba a dejar que Ellie se fuera con

ella sin conocerlo, es que no me conocía.

—El caso es que pienso estar más por aquí, lo que significa que podré

pasar más tiempo con Ellie.

Supuse que era mejor tarde que nunca. Mi cerebro me decía que era

bueno para Ellie poder ver a su madre más a menudo, pero no me gustaba la

idea de compartir más a Ellie.

—Se alegrará de oírlo. La semana pasada terminó el jardín de infancia.

—¿Qué? ¿Cómo es posible que sea ya tan mayor? —Lo dijo como la

mayoría de los padres, lamentándose de lo rápido que crecían sus hijos. Se

produjo un incómodo silencio entre los dos—. Leo está ahora en el

gimnasio. Quería hablar contigo primero. Esperaba que pudiéramos

almorzar juntos y que luego pudiéramos llevar a Ellie a Nueva York el fin

de semana.

Inspiré hondo. Parecía que iba a necesitar algo más que un almuerzo

para investigar al nuevo padrastro de Ellie. Al mismo tiempo, tenía que

reconocer que Verónica sabía que necesitaba conocer a su nuevo marido. A

pesar de lo vanidosa y superficial que podía ser, parecía entenderme y

respetarme en lo que respectaba a Ellie.

—Empecemos con el almuerzo y veamos a dónde va. —Ella asintió.


—Sé que te gustará, John. Es bueno conmigo.

«Yo era bueno contigo», pensé, pero no lo dije. Por supuesto, «bueno»

era relativo. La traté bien, pero no gasté todo mi dinero en ella. Lo más

probable es que este tipo fuera rico y bueno con ella económicamente
hablando.

Resultó que ambos teníamos razón. Leo Dalton era, por lo menos,

quince años mayor que Verónica, y mientras que yo era económicamente

rico, él era, claramente, un hombre de un solo centro. Con eso dicho, se


presentó bien: amigable, atento, interesado... Mi única preocupación era que

Verónica era su tercera esposa, y no tenía hijos. Me pregunté si podría

enviar a Emma con ellos para que cuidara a Ellie.

Después del almuerzo, tomamos café y hablamos.

—Nos gustaría traer a Ellie de vuelta a la ciudad. Me gustaría llevarla

a un espectáculo y que conociera a Leo —dijo Verónica, poniendo su mano

sobre la de Leo. Cuando nos juntamos por primera vez en la universidad, se

volcaba en mí, pero cuando nos casamos, el único momento en el que


mostraba afecto era cuando follábamos. El hecho de que estuviera

conectando de forma tan abierta con Leo sugería que su matrimonio era

genuino. No me cabía duda de que se había casado con él por su dinero,

pero por lo visto esa no era la única razón.


No podía pensar en una buena razón para decirle que no a que se la

llevara. Yo tenía la custodia completa de Ellie, pero Verónica tenía derechos

legales y de visita.

De mala gana, asentí.

—Veo que esto es difícil para ti —dijo Leo.

—No eres tú... Yo solo...

—Ellie es toda la vida de John —dijo Verónica. Era cierto, pero por su

tono hacía que sonase patético.

—Bueno, ahora puedes tener algo de tiempo para ti. Salir y vivir un

poco. —Fruncí el ceño mirando a Leo.

—Mi vida está muy bien.

Verónica volvió a dar una palmadita en la mano de Leo,

probablemente para decirle que se callara.

—Hace casi un año que no la veo…

—Eso no es culpa mía. —Me estaba enfadando, lo cual odiaba.

Necesitaba mantener el control.

—Lo sé. Estuve trabajando mucho durante el último año. Y me

encantó, pero ahora quiero bajar el ritmo. Y quiero ver a Ellie ahora que se

está convirtiendo en toda una mujercita.


¿Qué diablos significaba eso? ¿No quería estar con su propia hija hasta

que pudiera mantener una conversación con ella?

—Llamaré a casa y le diré a Emma que le prepare la maleta. —Me


ardió la tripa ante la idea de dejar ir a Ellie. No es que me preocupara que le

hicieran daño, pero no me gustaba estar lejos de ella. Yo era su padre,

maldita sea. Era mi trabajo mantenerla segura y feliz.

—¿Emma? ¿Es ella...?

—Es la... niñera de Ellie. —Niñera no sonaba tan profesional ni tan


rica. Me burlé de mí mismo por haberme metido en un concurso de dinero

con Leo. Tenía más dinero del que necesitaba, pero perdería si me
enfrentaba a Leo financieramente.

—¿Vive contigo? —preguntó Verónica. ¿Por qué demonios le


importaba?

—En la puerta de al lado. Ella y algunas de sus amigas han alquilado

la casa de al lado.

Verónica sacudió la cabeza.

—No puedo creer que aún viváis en esa casita.

—Tiene todo lo que Ellie y yo necesitamos. —Me terminé el café,


esperando no sonar a la defensiva.
—Nunca has necesitado mucho, ¿verdad? —Verónica sonrió como si
estuviera siendo amistosa.

—Solo una familia. —Se estremeció ante mis palabras—. Déjame


llamar a Emma. —Me puse de pie y me excusé mientras sacaba el teléfono.

Salí del restaurante y pulsé la marcación rápida del número de Emma.

—¿Hola? —Cogió el teléfono al segundo tono.

—Emma, soy John.

—Sí, hola. ¿Va todo bien?

Podía oír el barullo de voces y el chapoteo que indicaba que estaban en


la piscina.

—Sí. La madre de Ellie está en la ciudad y quiere que Ellie pase el fin

de semana con ella. ¿Puedes prepararle una maleta y tenerla lista en una
hora más o menos?

Hubo una pausa en la línea que me hizo preguntarme qué estaba


pensando.

—Sí, por supuesto. No sabía que venía o habría...

—Ella simplemente apareció. Eso es lo que suele hacer.

—Oh... Vale. Estamos en la piscina, pero voy a recoger y volvemos a


casa. ¿Cuántos días estará fuera?
—Solo el fin de semana. En la ciudad... Nueva York —aclaré.

—¿Cosas bonitas, entonces?

Por razones que no entendí, me pareció gracioso.

—Sí. —No conocía a Verónica y, sin embargo, de alguna manera

entendía que Ellie necesitaría ir bien vestida y arreglada para encajar con
Verónica y su rico marido—. Te veré en una hora.

Colgué el teléfono y me tomé un momento para controlar mi irritación.


La verdad era que Verónica y Leo no habían hecho nada malo. Mi enfado se

debía a tener que compartir a Ellie. Eso, y la idea de que Verónica quería
sentar la cabeza. Eso significaría más visitas con Ellie... más compartir.

Sabía que eso era bueno para Ellie, pero no podía detener los sentimientos
de resentimiento y rabia. Ellie era mía, maldita sea.

Con una última respiración profunda, me dirigí de nuevo al

restaurante. Verónica y Leo estaban sentados, con las cabezas juntas en una
discusión. Los ojos de Leo brillaban con afecto, al igual que los de

Verónica. «Al menos, se preocupaban de verdad el uno por el otro», pensé.


Por un momento, sentí celos. No de Leo, sino de los dos. Tenían lo que yo
pensé que tendría cuando me casara con Verónica. Ella lo había encontrado

en otra persona. Supongo que alguien diría que yo también podría


encontrarlo con otra mujer, pero no. Cuando era pequeño había creído en el
amor y vi que eso no existía. Luego, me había ocurrido lo mismo con

Verónica. Hoy era más inteligente. No dejaría que mi corazón fuera


pisoteado de nuevo.

—Emma y Ellie están en la piscina, pero se dirigen a casa. ¿Por qué no


pasas en una hora a recogerla? Estará lista entonces.

—¿Qué haremos durante una hora? —preguntó Leo.

Quería hacer un comentario sarcástico sobre que los pueblos pequeños


también tenían cosas que ofrecer, pero me mordí la lengua,

—Podemos dar un paseo por el río. Hace un día precioso —dijo

Verónica. Me pregunté si lo llevaría al lugar donde me la había follado por


primera vez mientras estábamos en la universidad. Sacudí la cabeza ante

ese pensamiento. «Deja de ser un imbécil», me dije.

—Hay bancos nuevos a lo largo del camino —dije.

—Me parece muy bien. —Leo se levantó y ayudó a Verónica a


levantarse de su silla. Nos despedimos y me dirigí a casa para hablar con

Ellie antes de enviarla con su madre. Primero hice una rápida parada en la
tienda de teléfonos y cogí un pequeño y sencillo teléfono móvil. Era

demasiado joven para ello, pero no pude evitar sentir que quería que tuviera
acceso a mí si me necesitaba. Nunca me había sentido tan desubicado por

una visita, pero en el pasado, Verónica se quedaba en la ciudad. Demonios,


muchas de las veces se quedaba con nosotros en la habitación de invitados,

excepto las pocas veces que se colaba en mi cama. Pero ahora tenía un
nuevo marido y se llevaba a Ellie a su nueva casa en Nueva York. No me

gustaba, pero no podía hacer nada al respecto.

Cuando llegué a casa, me esforcé por poner una sonrisa en mi rostro


para poder vender esto como algo divertido para Ellie, aunque por dentro

mi corazón estaba enfermo.  


Capítulo 5
 

Emma

Cuando John entró, tenía a Ellie coloreando en la mesa de café mientras me


encontraba con él en la puerta.

—No le he dicho nada sobre su madre por si querías decírselo tú.

Me miró como si no pudiera creerse que fuera real.

—Gracias. Siempre piensas en ella primero.

Su comentario me hizo preguntarme si Verónica no pensaba primero

en Ellie. Bueno, por supuesto que no lo hacía. Si lo hiciera, sería más activa

en su vida. Sabía que Ellie la recordaba porque a veces hablaba de ella y de


las veces que la visitaba. Pero en los diez meses que llevaba trabajando para

John, no había visto ni oído hablar de una visita de Verónica. ¿Qué clase de

madre podía pasar tanto tiempo sin ver a su hija? Claro, si estuviera en la
cárcel tendría sentido, pero se había ido porque así lo había elegido. Tomó

la decisión de estar lejos de su hija. Eso no tenía ningún sentido para mí.

—He dejado algunas prendas de ropa encima de su cama por si quieres

verlas. También le he metido en la maleta su cepillo de dientes y otros


artículos del tocador.

—¡Papá! —Ellie se levantó de un salto y corrió hacia él.

Él la levantó y le dio un fuerte abrazo.

—Hola, cariño.

Había notado tensión en él cuando entró, pero ahora la irradiaba. No

quería que se fuera. ¿Tenía algún motivo para estar preocupado por este
viaje, o simplemente iba a echarla de menos?

—Escucha, necesito decirte algo. —La abrazó de manera que pudiera


mirarla a los ojos. Era algo que había aprendido en el colegio y que ayudaba

a que los niños entendieran lo que los adultos les decían. ¿Había tenido

John una clase de psicología infantil o quizás un curso de paternidad? ¿O

ser un gran padre era algo natural para él?

—De acuerdo. —Ellie le acarició las mejillas.

—Tu madre ha venido a verme hoy. —Las pequeñas cejas de Ellie se

levantaron—. Quiere verte este fin de semana.


—¿Va a venir aquí? —John negó con la cabeza.

—Quiere que la visites en Nueva York. —Esta vez Ellie frunció el

ceño.

—¿Vendrás tú también? —John sonrió, pero era una sonrisa forzada.

—Serán solo tu madre y su nuevo marido. —¿Marido?— Quieren

llevarte al cine y seguro que tu madre te llevará de compras.

Ellie seguía sin parecer convencida.

—¿Y si quiero verte? —Sacó una caja del bolsillo.

—Te he comprado un teléfono, solo para este viaje. Quiero que lo uses

solo cuando sea necesario, como cuando extrañes tu casa o te sientas sola o

asustada y tu madre no pueda ayudarte a llamarme.

Un teléfono parecía mucho para una niña de cinco años, pero estaba

claro que John se sentía tan incómodo con este viaje como parecía estarlo

Ellie.

—¿El nuevo marido de mamá es mi nuevo papá? —Su voz era tan

suave que apenas podía oírla.

—No, cariño. —Volvió a tirar de ella con fuerza—. Yo siempre seré tu

papá. Nada cambiará eso, ¿de acuerdo?

Sus bracitos se enroscaron alrededor de su cuello.


—De acuerdo.

—Sé que esto es diferente a lo de antes, pero ya eres una niña grande y

sé que te divertirás mucho con tu mamá.

Me pregunté cómo habían hecho las visitas antes.

—¿Puede venir Emma?

—No, pero sé que te divertirás. ¿Por qué no preparamos tu maleta para

que estés lista cuando ella llegue? —John la dejó en el suelo.

—¿Hay algo más que necesites de mí? —pregunté mientras Ellie se

iba hacia su habitación.

—Necesito pagarte. —Sus ojos la observaron mientras doblaba la

esquina.

—Podemos ocuparnos de eso más tarde. —Me dirigí a la puerta. No

necesitaba estar aquí cuando llegara Verónica.

—Quédate —dijo con voz áspera. Me detuve. Un millón de preguntas

pasaron por mi mente sobre todo acerca de lo que le molestaba tanto.

—Sí, claro. Puedo preparar un café o algo.

—Tal vez podrías preparar un bocadillo para Ellie. Son casi dos horas

de viaje a Nueva York y no estoy seguro de que Verónica lo haya

considerado.
—Me pondré a ello. —Sonreí queriendo tranquilizarlo, pero todavía

estaba tenso cuando se alejó hacia el dormitorio de Ellie.

Lavé la fiambrera de Ellie y empecé a meter algunas de sus cosas

favoritas: uvas, sándwiches de galletas de mantequilla de cacahuete Y un


tetrabrik de zumo.

Oí que llamaban a la puerta, pero no fui a contestar. En su lugar, le

entregué la fiambrera de Ellie a John cuando pasaba por la cocina de

camino a la puerta. Luego me apoyé en la entrada de la cocina para


observar.

John abrió la puerta, y Verónica —una mujer a la que solo había visto

en revistas, en la televisión y en una foto en la mesilla de Ellie— entró

seguida de un hombre de aspecto distinguido, que debía ser diez o quince

años mayor que ella.

Ellie rodeó con sus brazos la pierna de John mientras miraba a

Verónica.

—¡Oh! Mi pequeña princesa. Has crecido mucho. —Verónica se

agachó frente a Ellie.

—Ya tengo cinco años —dijo Ellie con una mano aún envuelta en la

pierna de John y la otra levantando cinco dedos.


—Qué mayor —sonrió Verónica, y parecía cohibida—. ¿Me das un

abrazo?

Despacio, Ellie se desenvolvió de John y se acercó a Verónica. Se

abrazaron y luego Verónica se puso de pie.

—Ellie, este es Leo. Es tu nuevo padrastro. —John se estremeció, pero

no dijo nada. Leo le tendió la mano.

—Encantado de conocerte, Ellie.

Ellie giró la cabeza para mirar a John, que asintió con la cabeza, pero

tenía una expresión como si por dentro se estuviera quebrando.

Ellie tomó la mano de Leo para darle un pequeño apretón.

—Vamos a llevarte a nuestra casa en Nueva York. Iremos a ver un

espectáculo y nos divertiremos mucho, Ellie —dijo Verónica.

—¿Y si echo de menos a mi papá? —A Ellie le tembló el labio.

—Nos divertiremos demasiado como para que lo eches de menos.

Perra.

Los ojos de John se entrecerraron, y vi en ellos lo que la malvada

señora Mayer había mencionado el último día de clase.

—Pero si lo haces, puedes llamar a tu padre —dijo Leo, y me pregunté

si entendía lo duro que era esto para Ellie y John.


John se puso en cuclillas.

—Ellie.

Ellie se precipitó hacia él y le rodeó con sus brazos.

—No quiero ir, papá.

—Ellie, soy tu mamá.

John lanzó una mirada mordaz a Verónica. Luego, dirigió su atención a

Ellie.

—Sé que esto es nuevo y a veces lo nuevo da miedo. Pero conoces a tu

mamá y ella cuidará bien de ti. —Volvió a mirar a Verónica como diciendo:
«más te vale que la cuides bien».

—Será mejor que nos vayamos —dijo Leo—. No queremos volver

demasiado tarde.

—Vamos, Ellie. Estoy deseando enseñarte tu nueva habitación.

—Quiero despedirme de Emma.

—¿Emma? —Fue entonces cuando Verónica miró hacia donde Ellie


señalaba. Hasta entonces, creo que Verónica no se había dado cuenta de que

yo estaba allí.

Ellie corrió hacia mí.


—Diviértete con tu madre y tu padrastro, Ellie —le dije, dándole un
abrazo—. Quiero que me cuentes todas tus aventuras en la ciudad cuando

llegues a casa, ¿vale?

Ella asintió.

—De acuerdo.

—Los acompañaré hasta el coche —me dijo John mientras se dirigían


a la puerta.

Asentí como queriendo decirle que esperaría. Quince minutos después,

regresó.

—Ni siquiera tenían una sillita para el coche. —Sus ojos eran oscuros

y su mandíbula estaba tensa mientras se dirigía a la cocina.

—Pueden quedarse con la mía…

—Les he dado la mía. —Abrió un armario sobre la nevera y sacó una

botella oscura. Se la llevó hasta otro armario de donde sacó un vaso de


zumo y se sirvió un trago considerable—. ¿Quieres un poco?

Nunca lo había visto beber nada más que agua o café, así que fue un

poco chocante verlo beber alcohol.

—No, gracias.
—No puedo entender lo que siento —dijo, bebiéndose la mitad del
vaso.

—¿Nervioso? —Asintió con la cabeza.

—Ellie es como una muñeca para Verónica. Me preocupa que se


aburra... Verónica, no Ellie. No tenía ni idea de lo de Leo hasta que me lo

contó esta tarde.

—¿Ellie nunca ha pasado tiempo con ella a solas? —Sabía que, para
una niña de cinco años como Ellie, las transiciones podían ser duras,

especialmente una que involucrara a una madre que no había visto durante
casi un año. Pero John actuaba como si Verónica nunca hubiera visitado a
Ellie.

—Ella siempre se ha quedado en la ciudad. Aquí, normalmente. —

Engulló el resto de su bebida y se sirvió otro vaso.

—¿Aquí? —Suponía que para Ellie esa era una buena situación, pero
me parecía extraño que su ex se quedara con ellos en su casa.

—Sé cómo suena, pero era fácil y podía vigilar a Ellie.

—Eso tiene sentido. Supongo que era como en los viejos tiempos. —

Me miró.
—No voy a negar que Verónica y yo a veces compartíamos la cama…

—Me estremecí. No había querido decir eso. Ni siquiera se me había


ocurrido, aunque ahora tenía más sentido por qué no le interesaba

involucrarse con otra mujer. Me pregunté si ver a Verónica con Leo le


molestaba más allá de Ellie. ¿Estaba John esperando en secreto

reconciliarse con su ex mujer?—. Pero nunca fue como en los viejos


tiempos. Nunca fuimos una familia. No realmente. —Dio un sorbo a su
vaso y entró en el salón—. Deja que vaya a por el dinero.

Asentí con la cabeza y vi cómo subía por el pasillo hasta su despacho.

Dejé escapar un suspiro y me senté en el sofá a esperarlo. Saqué mi teléfono


para comprobar si mis compañeras de piso o mis padres me habían enviado

algún mensaje, pero no había nada. Abrí mi correo electrónico, pero solo
había spam.

—Aquí tienes. —Se sentó a mi lado y me dio el dinero. Puse mi


teléfono sobre la mesa y cogí el cheque, anotando la paga de una semana

completa a pesar de que hoy no había trabajado un día completo.

—Hoy no he trabajado todo el día.

—No, pero te lo mereces. Gracias por ocuparte de la maleta de Ellie.

—Por supuesto. —Lo observé mientras recostaba la cabeza en el sofá

—. ¿Estás bien?
—La verdad es que no. Quiero decir, sé que estará bien, pero odio

estar lejos de ella, ¿entiendes?

—Sí. —Giró la cabeza hacia mí.

—¿Crees que fue exagerado comprarle un teléfono? —Sonreí.

—No, la verdad es que no.

—Sí que lo crees. Crees que soy un padre sobreprotector. —Lo dijo
con tono divertido.

—Lo que creo es que le dijiste a Ellie que entendías que podía

asustarse y le diste una manera de que pudiera hablar contigo. Y lo hiciste


para ayudarte a sentirte mejor con ella.

—Deberías ser psiquiatra, no profesora. —Me encogí de hombros.

—Lo pensé, pero más escuela significa más dinero. —Se enderezó.

—¿El dinero es realmente un problema? Puedes conseguir préstamos.

Yo tuve unos cuantos cuando fui a la universidad.

—Ya tengo algunos. Planeo ser profesora, lo cual no pagan bien, y por

eso no quiero llegar a una situación en la que no pueda vivir porque toda mi
paga se destine al pago de los préstamos.

—Bien visto. No me gustaría perderte. Y a Ellie tampoco.


Sus palabras me calentaron. Sabía que apreciaba mi trabajo, pero había
algo más personal. Como que él y Ellie me querían como persona. Su

sonrisa desapareció.

—Espero que Verónica no se haga ilusiones. —No estaba segura de

cómo habíamos pasado de hablar de mí como su niñera a su ex.

—¿Sobre qué?

—Sobre llevarse a Ellie. —Sacudió la cabeza—. No, ella verá que

Ellie todavía requiere mucho trabajo y la enviará a casa de nuevo.

—¿Crees que intentará quedarse con ella? —Mi corazón se detuvo en


mi pecho. Ya era bastante duro pensar en dejarlos en otoño, pero que me la

arrancaran ahora... Mo estaba preparada.

—Ella dijo algo acerca de querer establecerse. No me malinterpretes,

quiero que forme parte de la vida de Ellie, pero Ellie es mía. —Me miró—.
¿Suena egoísta?

—Quizá un poco, pero lo entiendo. Yo me sentiría igual en tu lugar.

Suspiró y rodó los hombros. Todavía parecía un poco agitado. Extendí


la mano y le froté el hombro.

—Estás tenso y apretado. Puedo darte un masaje. —Arqueó una ceja.

—¿Niñera y masajista?
—Te compensará el extra que me has pagado. Se me da bien.
Pregúntales a mis compañeras de piso. Les doy masajes en los hombros

todo el tiempo.

Se encogió de hombros y giró su cuerpo de forma que quedara de


espaldas a mí. Me arrodillé detrás de él y presioné mis manos sobre sus

hombros. Eran grandes, duros y calientes. Su olor era cálido y varonil.


Inmediatamente, sentí que la adrenalina me recorría las venas.

Trabajando para distraerme de la excitación de tocarlo, dije:

—Ahora tienes tiempo para ti. ¿Qué vas a hacer este fin de semana? —

Se rió.

—No lo sé.

—¿Tienes algún hobby? ¿Tal vez una posible cita? —Esperaba que no
tuviera esto último.

Se burló.

—Ninguna cita.

Me mordí el labio, sin saber si debía hacer la pregunta que estaba


pensando. Al mismo tiempo, me moría por saberlo.

—¿De verdad que Verónica y tú os acostabais cuando venía de visita?

Me miró por encima del hombro con una sonrisa de satisfacción.


—¿Te interesa mi vida sexual, Emma?

Se me calentó la sangre, aunque no estaba segura de si era por

vergüenza o porque me preguntaba si quería saber sobre su vida sexual. En


cualquier caso, mi pregunta era inapropiada.

—Olvida que he dicho...

—Ocasionalmente, nos enrollábamos cuando ella estaba en la ciudad.


Pero no por mucho tiempo. No, estos días soy célibe. Tal vez podría
convertirme en monje este fin de semana.

Resoplé.

—No creo que los monjes estén tan musculosos como tú. —Sonrió.

—¿Te has dado cuenta de mis músculos? —Puse los ojos en blanco.

—¿Compras tu ropa una talla más pequeña a propósito? —Le pinché


en el bíceps con el dedo, que llenaba la manga de su polo como Hulk a
punto de salirse de la ropa. Levantó el brazo.

—Nunca habrías imaginado que era el chico flaco al que le pegaban


mucho, ¿verdad?

—¿De verdad? —Me quedé boquiabierta. Aspiró como si le viniera un


mal recuerdo. Bajó el brazo y volvió a girar la cabeza hacia delante.

—Sí. ¿Y tú? ¿Tienes una cita?


Sacudí la cabeza, aunque él no podía verme.

—No.

—Es viernes por la noche. Seguro que tienes planes con las chicas para
salir, vivir la vida.

—Esta noche no. Hemos hablado de que a lo mejor salimos mañana.

—Volvió a girar la cabeza hacia mí.

—Debes de tener novio.

—¿Por qué?

—Porque sí. Eres joven, guapa...

Él pensaba que yo era guapa. Mi corazón dio un pequeño vuelco,

aunque mi cabeza decía que solo estaba siendo amable.

—Gracias, pero no. Estoy demasiado ocupada trabajando y yendo a la


escuela. —Volví a apretarle los hombros y luego le clavé los pulgares en los
omóplatos. Él gimió.

—Oh, vamos. Yo trabajaba, iba a la escuela, jugaba al fútbol y aún


tenía tiempo para salir en la universidad.

—Supongo que tendría tiempo si tuviera la oportunidad.

—Tiene que haber muchos hombres por ahí que quieran darte esa
oportunidad.
Al principio no respondí y en su lugar seguí masajeando sus hombros.

Me sentía un poco incómoda hablando de mi vida amorosa, o de la falta de


ella, con él. No estaba segura de querer que supiera las pocas oportunidades
que había tenido.

—Algunos tipos me han estado rondando, pero... no sé. Simplemente,

no estaba interesada.

—Eres una de esos, ¿eh? —dijo con humor.

—¿De cuáles?

—Una mujer con un gusto exigente. Los universitarios a veces son


unos imbéciles. No puedo culparte por evitarlos.

—Lo que pasa es que ninguno me resulta muy interesante. —La

verdad, me di cuenta en ese momento, es que la mayoría de los hombres


que había conocido mientras estaba en la escuela o salía con mis
compañeras de cuarto, los comparaba con John, y ninguno de ellos llegaba
a su nivel de gentileza, amabilidad o sensualidad.

—Así que... ¿nada de coquetear con hombres atractivos, pero


superficiales? —bromeó.

—Nada de ligar con ningún hombre. —No estaba segura de por qué

había dicho eso. No necesitaba saber que todavía era virgen. Frunció el
ceño mientras me miraba por encima del hombro.
—¿Nunca?

Mi corazón martilleaba en mi pecho. No podía llenar mis pulmones de


aire. Lo miré fijamente mientras la nostalgia me llenaba.

—No.

—Eres inteligente al esperar a la persona adecuada.

John Sullivan era casi perfecto, por su cuerpo impecablemente


esculpido, su sonrisa sexy y, lo más atractivo de todo, el amor que sentía

por su hija. Pero se equivocaba conmigo. La razón por la que seguía siendo
virgen a los veintitrés años no tenía nada que ver con la espera del hombre
perfecto. Aunque si lo fuera, este sería John Sullivan.

—No estoy esperando a mi compañero de vida —dije, presionando los


pulgares en la parte posterior de su nuca mientras masajeaba la tensión. Me
pregunté si podría liberar algo más que su tensión y hacerle olvidar a su ex
mujer.

—Entonces, ¿a qué esperas? —preguntó con un gemido y un suspiro


mientras sentía que sus músculos empezaban a relajarse.

—La oportunidad y el deseo.  


Capítulo 6
 

John

Ya era bastante malo que pensara en la niñera de mi hija desnuda cuando


me masturbaba en la ducha más mañanas que no, pero tener la erección de

todas las erecciones ante la idea de que fuera virgen, era perturbador. Pero

ahí estaba. Mi libido a tope como un cabrón cachondo. Tenía miedo de


mirar hacia abajo, ya que estaba seguro de que la cabeza de mi polla

sobresalía de la cintura de mis pantalones de tan dura que estaba.

Me moví y me giré para mirarla, sin darme cuenta, hasta que fue
demasiado tarde, de lo cerca que estábamos. Ella se mordió el labio inferior

y yo quise que esa boca de puchero rodeara mi polla. Joder, era un

gilipollas.

—Me cuesta creer que no hayas tenido ya las dos cosas —logré decir

mientras observaba sus labios.


—Oportunidad, sí, deseo no tanto. —Sus ojos verdes parecieron

oscurecerse. ¿Ella también estaba excitada?

—¿No sientes deseo? No puedo imaginar que no haya chicos guapos

en el campus o en los clubes. —Me quedé inmovilizado, aunque mi cerebro


hacía sonar las campanas de alarma que me indicaban que debía levantarme

y alejarme de esa mujer tan sexy.

—El deseo no es solo una cuestión de apariencia.

Eso era cierto. Hubo un tiempo en que deseé a Verónica, considerada

una de las mujeres más bellas del mundo. Hoy en día, se necesitaba algo

más que la belleza para atraerme. Aparentemente, se necesitaba una mujer

dulce y de rostro fresco... una virgen... para ponerme caliente.

—Entonces, ¿qué es lo que te pone excita, Emma? —Era una pregunta

peligrosa y, sin embargo, no pude evitar hacerla.

—Unos pectorales esculpidos. —Me miró el pecho y tuve que

moverme, ya que mi polla estaba cada vez más incómoda.

—Deberías de venir al gimnasio. Tenemos muchos de esos. —¿Qué

demonios estaba diciendo? No quería que ninguno de los hombres del

gimnasio la tocara.

—Amable. Inteligente. Divertido. —Tomó aire como si estuviera

reuniendo valor—. Alguien como tú.


Me había quedado observando sus labios de nuevo, pero al oír sus

palabras, mi mirada se disparó hacia su rostro. ¿Acaba de decir lo que yo

creía que había dicho?

—¿Cómo yo? —Su cabeza asintió una vez—. Soy demasiado mayor

para ti. —Mi voz sonó ronca a mis oídos. Tenía que alejarme, pero joder, le

gustaba, y claramente estaba a punto de correrme de lo caliente que estaba

por ella.

—Seis años no es una diferencia tan grande.

—En experiencia de vida sí lo es. —Aparté la mirada mientras el


arrepentimiento y un sentimiento de indignidad me embargaban—. Soy un

padre soltero divorciado.

—¿Y?

Necesitaba ponerle fin a esta conversación. La deseaba como nunca

había deseado a nadie, pero estaba mal por muchas razones. Reuní mi

determinación para detener esto.

—Eres una mujer joven con toda la vida por delante.

Ella puso los ojos en blanco.

—Haces que suene como si tú no tuvieras toda la vida por delante.

—Tengo equipaje. Mucho.


—Ellie no es un equipaje.

—No estaba hablando de Ellie. Ella es lo mejor de mi vida. Mi vida es

suya. Total y completamente. No tengo nada que ofrecer a una mujer. Te

mereces tener a un hombre que pueda ofrecerte algo, sobre todo la primera

vez.

Ella frunció el ceño.

—¿Así que has renunciado a volver a encontrar el amor?

Tuvimos esta discusión el otro día. Pensé que había sido claro en mis

pensamientos de volver a amar.

—He tenido padrastros. —La imagen de mi último padrastro sacando

su cinturón para usarlo conmigo pasó por mi cabeza—. No haré pasar a

Ellie por eso. Y, si te soy sincero, no quiero que me vuelvan a pisotear el

corazón.

Al principio, su expresión sugirió que me entendía o que empatizaba

conmigo, pero luego sacudió la cabeza con fastidio.

—¿Cómo es que los hombres son capaces de tener sexo porque es

agradable, pero para una mujer tiene que ser una especie de cuento de

hadas?
—No es así. Pero una mujer que ha esperado tanto tiempo como tú,

suele hacerlo por una razón. —No había manera de que se hubiera guardado

para mí. O si lo había hecho, era porque me veía mucho. Yo era

conveniente. Estaba claro que no había estado cerca de otros hombres muy

a menudo. Si lo hubiera hecho, habría encontrado a alguien más digno.

Alguien que le diera el tiempo y la atención que merecía.

—Tienes experiencia en esto, ¿verdad? —Sonreí de forma tímida.

—En realidad, no. Pero después de haberte conocido durante el último


año, puedo ver que no eres una mujer impulsiva. Todo lo que haces es con

un plan. Los hombres, en cambio, tienden a ser esclavos de los impulsos. Es

como una picazón.

—¿Crees que las mujeres no tienen impulsos?

—Sí. Pero también son capaces de controlarlos. Como, claramente, lo

haces tú.

Se inclinó hacia delante, y por un momento me quedé cautivado por su

dulce aroma. Pero luego se apartó y sus ojos miraron hacia abajo.

—He herido tus sentimientos —dije, odiando tener que rechazarla y

herirla.

—No es tu culpa que no me encuentres atractiva.


¿Qué?

—Nunca he dicho eso. —No era cierto. La encontraba tremendamente

atractiva. Ella frunció los labios, molesta.

—Acabas de decir que los hombres no pueden controlar sus impulsos.

Si eso es cierto, significa que no tienes esos impulsos conmigo.

La miré fijamente mientras luchaba en mi interior sobre si mostrarle lo

atractiva que era para mí.

—Sí que tengo ese impulso —admití.

—No seas condescendiente conmigo —contestó molesta.

—¿No me crees?

—No.

De nuevo, un tira y afloja se libró en mi cerebro. Odiaba la idea de que


pensara que le estaba siguiendo la corriente. Quería que supiera que lo que

estaba diciendo era cierto. Estaba a punto de correrme en los pantalones, y

todo porque ella me excitaba. Aunque sabía que no debía hacer nada, cogí

su mano y la presioné sobre mi dolorida polla.

Dejé escapar un gemido cuando ella deslizó sus dedos alrededor de

ella como si estuviera midiendo su grosor, y luego pasó su mano por su


longitud. Siseé para no correrme en ese momento. No iba a hacerlo. Solo

quería que supiera que me afectaba.

—¿Ves? La excitación. —Me miró a los ojos. En los suyos, vi deseo.

—Quiero verte —dijo, sin aliento.

—Emma...

Ella apretó mi polla con fuerza, haciéndome jadear.

—No estoy pidiendo algo que no puedas darme.

—No sabes lo que estás pidiendo. —Mi voz sonaba áspera. Me

concentré en el hecho de que no podíamos hacerlo, aunque estaba


desesperado por arrancarnos la ropa e introducirme en su interior hasta

llenarla con mi semen. Me recordé a mí mismo que, al ser virgen, nunca


había hecho esto antes y no conocía lo que implicaba.

—Sí que lo sé. No soy ingenua, solo inexperta. Quiero aprender.

Quiero que me enseñes. —Acarició mi polla de nuevo, y mi cerebro


empezó a enloquecer.

—Oh, joder, Emma.

—Ya he tenido orgasmos antes. Pienso en ti cuando los tengo.

—Jesús... no juegas limpio. —Mi respiración era áspera mientras la

miraba y la imaginaba tocándose, pensando en mí.


—No estoy jugando, John. —Tomó mi mano y la puso sobre su pecho.
Era perfecto; suave, lleno. Su pezón estaba duro bajo mi palma y yo

deseaba desesperadamente chuparlo—. También estoy mojada.

Gruñí, mientras mis dedos pellizcaban su pezón y supe que no podía

alejarme de esto.

—Nos vamos a arrepentir de esto.

En un segundo, mi boca estaba sobre la suya, bebiendo de esos dulces

labios tan llenos. Me agarró la cabeza como si no quisiera que me detuviera.


Deslicé mis manos bajo su camisa, empujándola hacia arriba. Ella se la

quitó de un tirón, tirándola a un lado mientras yo desabrochaba el cierre


delantero de su sujetador y liberaba sus tetas.

—Joder. —Eran perfectas. Levanté la vista de esos magníficos globos

hacia su cara—. Tienes unas tetas increíbles. —No podía esperar ni un


segundo más. Chupé su pezón, amando la forma en que su duro nudo
encajaba en mi boca.

Ella dejó escapar un jadeo y sujetó mi cabeza contra el pecho. Cada

vez que chupaba, ella dejaba escapar un gemido y sus caderas se


balanceaban. Tiró de mi camiseta. Sí, piel con piel, eso era lo que

necesitaba. Pasé la parte trasera de la camisa por encima de mi cabeza y la


arranqué de un tirón. Sus manos presionaron mis pectorales y ella levantó la
cabeza, pasando su lengua por mi pezón, haciéndome sisear en respuesta.

—Emma... —Dios, esto estaba mal.

Tenía que parar, pero sus dedos estaban desabrochando mis vaqueros y
bajando la cremallera. Pasó el pulgar por la punta de mi polla, haciéndome

ver estrellas.

—Jesús —gemí mientras la correa de mi control se deslizaba. En una


ráfaga de movimientos, terminamos de desnudarnos. Empujé su cuerpo

sexy y suave hacia atrás en el sofá, y luego volví a chupar esas hermosas
tetas. Ella metió la mano entre nosotros, rodeando mi polla.

—Te deseo —jadeó mientras movía sus caderas para encontrarse con
mi polla.

Busqué el paquete de condones que había tirado en la mesita cuando

me quité los pantalones. Rompí el papel y me lo puse. La miré, notando el


deseo extasiado en sus ojos al verme enfundado.

Me arrodillé entre sus piernas en el sofá, levantando una de sus piernas


sobre el respaldo del sofá y la otra sobre mi muslo. Su coño estaba húmedo

y rosado y era tan jodidamente hermoso.

—Quiero que estés segura, Emma. —Jesús, si hacía esto y ella se

arrepentía después, nunca podría vivir conmigo mismo.


—Lo estoy. —Sus caderas se levantaron para encontrarse con mi polla.

La necesidad me recorrió como un tren de carga. «Es virgen», me


recordé a mí mismo. No podía tomarla como el maniático enloquecido que

estaba sintiendo ser.

—Voy a intentar ir despacio, pero joder, me estoy muriendo.

—Solo hazlo. —Escuché la desesperación en su voz, que coincidía con

la mía.

—Podría dolerte —dije mientras pasaba la punta de mi polla por sus


pliegues y rozaba su rosado y duro clítoris. Ella gritó.

—Por favor, John. —Cerró los ojos, como si la necesidad la


consumiera.

Bueno, ya éramos dos. Pero, por Dios, no debería estar haciendo esto.
Ella era la niñera de Ellie. Yo era su jefe. Esta era su primera vez. Abrió los

ojos y me miró.

—Emma.

—Fóllame, John.

Esas palabras me hicieron enloquecer. Gruñí.

—Seguro que voy a ir al infierno. —Empujé la cabeza de mi polla


dentro de ella y casi lloré con el dulce y apretado calor que la envolvía. Ella
gimió y su coño masajeó mi punta. Al menos sabía que estaba conmigo en

esto.

—Sí... tan bueno... más —dijo en un suspiro.

Me retiré y luego empujé hacia adelante, esta vez deslizándome un

poco más hasta que encontré una barrera. Ella ya se había ajustado, pero
sabía que cuando la atravesara, sería tan jodidamente dulce y apretada.

—Estás tan jodidamente apretada. —Apreté los ojos para no perder el


control y simplemente follarla con fuerza y rapidez. Respiré hondo un par

de veces para ayudarme a mantener el control y estar atento a ella. Era


posible que le hiciera daño. La miré por encima del hombro. Ella asintió,

haciéndome saber que estaba lista. Jesús, era tan hermosa y dulce. Se
merecía un hombre que le diera el mundo. Ese hombre no era yo.

Aparté la mirada y me retiré.

—Lo siento... no puedo. 


Capítulo 7
 

Emma

¿Qué? No. Me acerqué a él, que seguía arrodillado entre mis piernas.

—Lo siento... ¿Qué estoy haciendo mal?

Él gimió en lo que sonó como frustración y autodesprecio.

—Nada, cariño. Joder. —Se pasó las manos por la cara y luego me

miró, con los ojos suaves y arrepentidos—. Lo siento. No puedo quitarte

esto. Quiero hacerlo. Me muero de ganas, pero...

—No me estás quitando nada —dije, sintiéndome a la vez enfadada y

vulnerable con las piernas abiertas mientras él me rechazaba. Estaba


sentado sobre sus talones mirándome, con la polla aún dura mientras me

observaba—. Te lo estoy dando.

—No soy digno. Te mereces...


—Merezco que tomen en serio lo que digo —espeté, cubriendo mis

pechos con las manos para intentar protegerme.

—Eres una mujer hermosa y sexy que ha esperado a alguien para hacer

este momento perfecto. Yo no soy ese hombre.

—Casi lo eres. —Mis ojos se llenaron de lágrimas. Dios, por favor, no

llores, me dije—. Supongo que tenías razón, porque ahora solo me siento

humillada.

—Joder. —Giró la cabeza hacia un lado por un momento.

Quería huir de él. Fuera de su apartamento. Para ser honesta, quería

salir de su vida. ¿Cómo podría volver a mirarlo a la cara?

Se volvió y se inclinó sobre mí, con su mano acariciando mi cara.

—Lo siento, Emma.

—Tú no quieres esto. No puedo echarte en cara eso. —Apreté los

labios, esperando que las lágrimas no cayeran de mis ojos.

—Pero sí quiero esto. Lo quiero tanto que apenas puedo ver con

claridad. Pero debería ser algo más que un polvo en el sofá con el padre

soltero de al lado.

—Sé que esto no es un cuento de hadas y no te estoy pidiendo nada.

Confío en ti y te deseo. —Su cara estaba a centímetros de la mía. Su duro


pecho con el tatuaje del nombre de Ellie estaba a un suspiro de mis pechos.

Quería atraerlo hacia mí hasta que nuestras bocas y cuerpos volvieran a

unirse. Tal vez, si tomaba el control, él accedería. Pero no estaba segura de

poder soportar más rechazo, así que simplemente me quedé quieta.

—Eres tan dulce, Emma. Yo no lo soy.

—Sí que lo eres. —Esta vez me arriesgué, apoyando mi mano en su

mejilla.

—En el fondo, no lo soy. Deberías darle este regalo a alguien más

digno.

—Quiero dártelo a ti. Eres el único hombre al que he querido dárselo.

Dejó caer su frente contra la mía.

—No quiero que mires atrás y te arrepientas de esto.

Ya iba a mirar atrás, a mi primera vez, y a pensar que había sido un

desastre. Pero parecía que ya se estaba castigando lo suficiente, así que me

lo guardé para mí.

—Te agradezco que te preocupes por mí, pero no soy una niña. Sé lo

que hago y lo que pido. Tal vez no debería haberlo pedido. Ahora veo que

te he puesto en una situación difícil, y lo siento. —Qué raro que al final me

sienta culpable por intentar seducirle. Levantó la cabeza.


—Odio hacerte daño y, sin embargo, creo que me odiaría a mí mismo

por quitarte lo que he estado imaginando tener durante casi un año.

—¿Qué?

—No eres la única que se toca y piensa en su vecina.—Me dedicó una

pequeña sonrisa—. Estás en mi ducha, conmigo, casi todas las mañanas.

Era extraño cómo esa admisión me levantó el ánimo. Se estaba

masturbando, pensando en mí.

—¿En serio?

—De verdad.

—Puedes tener lo real, ¿pero lo rechazas?

—Soy un maldito idiota. La cosa es, Emma, que no quiero arruinar

esto para ti, aunque sé que ya lo he hecho. No quiero arruinar lo que

tenemos... nuestra amistad, o tu relación con Ellie... y espero por favor que

no haya arruinado ya eso.

—John, no te estoy pidiendo un compromiso o algo que ya has dicho

que no puedes dar. Ni siquiera estoy pidiendo más que lo de ahora mismo.

No soy virgen porque me esté reservando. Soy virgen porque no he

conocido a nadie en quien confíe y desee lo suficiente como para entregarle

mi virginidad. —Suponía que, hasta cierto punto, eso no era del todo cierto.
Aunque aceptaba que John nunca querría tener una relación más allá de la

amistad conmigo, eso no significaba que no sintiera nada por él, o que

deseara que me permitiera cuidarlo. No quería solo una noche, pero si eso

era todo lo que él podía darme, lo aceptaría.

—¿Por qué yo? —Le sonreí de forma tímida.

—¿Los pectorales? —Se carcajeó. Me puse más seria—. Tienes un

gran cuerpo, John, pero es tu amabilidad lo que me gusta. No sabes lo sexy

que es un padre atento que adora a su hija.

—Entonces, no son los pectorales.

—Es todo el paquete. —Quería decirle que se vendía mal si pensaba

que no era digno, pero no creí que lo escuchara escucharlo—. Por lo menos,

ahora que lo he visto todo, seré capaz de pensar en cosas reales cuando esté

sola por la noche... Ya sabes.

Un destello de calor crepitó en sus ojos.

—¿En qué piensas cuando te tocas, Emma?

Mis mejillas se calentaron. Era tan extraño que estuviera acostado

sobre mí desnudo, diciendo que no iba a tomar mi virginidad y, sin

embargo, me estaba preguntando cómo me excitaba.

—En ti. ¿Y tú?


Su mirada se desvió hacia mis labios.

—En que me la chupas. —Mi coño, que se había quedado callado

cuando él puso el freno, cobró vida—. Yo tomándote por detrás. Que me

montes. No hay límite para mi imaginación cuando se trata de masturbarme

pensando en ti.

Tragué saliva.

—¿Crees que ahora tendrás nuevas ideas?

—Ahora sé con certeza que tienes unas tetas perfectas. Me imaginaré

follándolas.

Jadeé mientras un nuevo torrente de excitación me recorría. Lo miré a

los ojos, preguntándome por qué no podía permitirse tenerme de verdad.

Ladeó la cabeza.

—No quiero imaginarlo, Emma. —Su voz era suave mientras movía

sus caderas y su polla encontraba mi entrada—. Que Dios me ayude, quiero

lo real. Te quiero a ti.

Puse mis manos en sus caderas, manteniéndolo en su sitio.

—Estoy aquí, John.

Bajó la cabeza y me besó. Fue dulce y tierno al principio, pero

rápidamente se calentó cuando volvió a presionar la cabeza de su polla


dentro de mí. Me arqueé, deseando que me llenara. Se acabaron las bromas;

lo quería todo.

Apartó su boca y me miró.

—Esto puede doler.

No más que la humillación de que se detuviese otra vez.

—Quiero esto.

Asintió y luego bajó la cabeza mirando nuestros cuerpos unidos


mientras se retiraba un poco. Luego volvió a mirarme a los ojos.

—Dímelo otra vez... Dime que te folle.

Era extraño escuchar a John, el padre de boca limpia, usar la palabra


con «f» y hablar sucio, pero también era excitante.

—Fóllame, Dyl... —Empujó, superando la barrera. Jadeé ante la aguda


puñalada de dolor—. ¡Oh!

Paró. Lo agarré, sintiéndolo dentro de mí. Era tan grande que sentía

que me llenaba entera.

—¿Estás bien? —Su voz sonaba extraña.

—Eres tan grande... ¿Todos los hombres son...?

—Regla uno cuando se folla: No hablar de otros hombres.


Me reí y, al hacerlo, la tensión se liberó y mi cuerpo se relajó. Inspiré
hondo, trabajando para relajarme más.

Él debió sentirlo, ya que se retiró un poco y luego volvió a entrar. Esta


vez, cuando jadeé y me arqueé, fue de placer.

—Sí —dije. Sí, esto era lo que quería. Su polla masajeó las paredes de

mi coño, proporcionándome sensaciones que antes solo podía imaginar. Era


increíble lo bien que me sentía.

—¿Te gusta eso, Emma? —Se retiró un poco más y volvió a meterla
—. ¿Te gusta que te folle?

—Sí. —Lo agarré con fuerza, en parte para evitar que cambiara de

opinión de nuevo y en parte para no salir volando hacia el olvido—. ¿Te...


gusta...?

—Me encanta, joder. Estás tan apretada... Tengo que correrme... —


Volvió a apoyarse en sus talones y me agarró de las caderas—. No puedo

esperar.

—No, no esperes. —No estaba segura de lo que quería decir, pero

quería que hiciera lo que fuera necesario.

Se lamió el pulgar y luego lo frotó en mi clítoris.

—Te vas a correr conmigo.


Grité mientras su contacto hacía saltar chispas de electricidad en mi
cuerpo. Empezó a entrar y salir de mí mientras me frotaba el clítoris, y yo

estaba en un paraíso lleno de placer. Cada golpe de su polla y de su pulgar


me llenaba de sensaciones, que aumentaban y aumentaban hasta que pensé

que iba a explotar.

—Vamos, Emma. Córrete en mi polla... Llévame al cielo.

Jadeaba y mi coño palpitaba de necesidad.

—Oh, Dios. —Ya me había dado orgasmos antes, pero nunca me había

sentido tan excitada, tan presionada. Él gimió.

—Joder... Me estoy corriendo. —Me agarró las caderas con las dos

manos y empezó a meter y sacar la mano. La fricción era muy buena, mejor
de lo que había imaginado. Se metió dentro, golpeando mi clítoris, y en un

instante me corrí. Una oleada de placer me recorrió el cuerpo—. Sí... joder,


sí... —dijo, mientras se retiraba y penetraba una y otra vez.

El placer me sacudió, ola tras ola. Justo cuando creía que había

terminado, él se sumergía, se apretaba contra mí, y yo volvía a sentirme en


las nubes. Finalmente, soltó mis caderas y se acomodó sobre sus talones,
con la respiración agitada.

—¿Estás bien?
Asentí con la cabeza porque las palabras se me escapaban. Estaba más

que bien. Era increíble. Me pregunté cuánto tiempo tendríamos que esperar
para volver a hacerlo. Lo miré, queriendo preguntarle, pero las palabras se

atascaron en mi garganta. Sus ojos brillaban de arrepentimiento.

Metió la mano entre nosotros mientras se retiraba, sujetando el

extremo del condón hasta que estuvo fuera de mí.

—Tengo que ocuparme de esto.

Solo pude asentir de nuevo. ¿De verdad iba a estropearme esto otra

vez? Vi cómo desaparecía por el pasillo. Oí cómo se cerraba la puerta del


baño. Dejé escapar un gruñido de frustración. ¿Qué demonios? Tenía razón,

tenía un bagaje si no podía ver que lo que acababa de pasar entre nosotros
era perfecto. Bueno, perfecto para mí.

La duda sobre mí misma se apresuró a reemplazar todas las


encantadoras sensaciones que había estado sintiendo. Tal vez no le gustaba.

Se había corrido, de eso estaba segura... O, al menos, creía estarlo. Pero,


aun así, eso no significaba que lo hubiese disfrutado. La verdad era que me

había quedado allí como un bulto. No le había devuelto el toque. No había


hecho nada. No es que no quisiera, pero estaba demasiado perdida en la

sensación. Probablemente tenía que hacer algo más que quedarme allí
tumbada.
Apoyé las palmas de las manos en los ojos mientras la humillación me

invadía. Era un mal polvo. Me senté y cogí mi ropa, vistiéndome


rápidamente. No quería estar desnuda cuando él volviera a salir. Me lo

tomaría con calma. ¿Le agradecía que me hubiese follado o hacía como si
no hubiese pasado nada? Tal vez debería irme ahora y no enfrentarme a él.

Dios, tal vez tenía razón. No sabía las ramificaciones. No sabía lo que
estaba pidiendo.

Salió del baño con una toalla envuelta en la cintura y una bata en la

mano. Se detuvo al ver que yo estaba vestida.

—Te he traído una bata, pero...

Intenté sonreír y actuar con normalidad, pero por dentro me sentía


humillada.
Capítulo 8
 

John

Sabía que esto pasaría. Mi puta polla lo había hecho mal. No debería haber
tocado a Emma, y mucho menos quitarle la virginidad. Pero mi polla pudo

con mi cerebro y lo hice. Y ahora... joder... ¿ahora qué? El sexo no siempre

cambia una relación. Incluso después de mi divorcio, Verónica y yo


follábamos de vez en cuando, y eso no cambiaba nuestros sentimientos.

Nunca quisimos reconciliarnos. Había estado con algunas otras mujeres

desde mi divorcio, pero eran aventuras.

Emma se merecía algo más que una aventura casual de una noche.

Escuché lo que dijo sobre que no quería nada más, pero también sabía que

no sabía realmente lo que el sexo podía hacer. Sí, podía dejarse en manos de

lo físico, pero la primera vez, especialmente, el sexo estaba lleno de


emociones. Cuando bajé de mi subidón orgásmico, vi en sus ojos que ya
estaba planeando un segundo orgasmo y, por mucho que lo deseara, no

podía dejar que se repitiera.

Cuando salí del baño después de mi autoflagelación mental, la

encontré sentada en el sofá completamente vestida. De acuerdo, tal vez ella


no quería otra ronda. Levantó la vista hacia mí y no pude averiguar lo que

sentía, pero no era nada bueno. No era esa expresión de felicidad que había

visto cuando había saboreado la dulzura de su orgasmo.

Guardé la bata que había traído para ella.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí. Por supuesto. —Se puso de pie—. Gracias.

Joder. Actuaba como si le hubiera cambiado una bombilla. Por otra

parte, tal vez debería darle las gracias, porque había sido el polvo más dulce

que había tenido en mucho tiempo. Tal vez nunca.

—¿Puedo ofrecerte algo de comer? —Al menos debería ofrecerle la

cena.

—Ah... no... está bien. —Se dirigió a la puerta. Suspiré.

—Emma. —Se detuvo en la puerta y se giró.

—¿Sí?

—Por eso no quería... —Ella levantó la mano para detenerme.


—No lo hagas. Por favor, no lo hagas. Esto ya es suficientemente

humillante para mí.

Dios. La culpa me cortó en dos. Busqué en mi cerebro qué decir para

aliviar su humillación.

—Lo siento...

—Tampoco te disculpes, John. —Jesús, su tono angustiado me estaba

matando—. Ha sido mi primera vez, así que sé que no estuve bien...

—¿Qué? No, Emma. ¿Por eso te sientes humillada?

Se mordió el labio y pude ver cómo volvían a salir esas lágrimas,

como lo habían hecho la primera vez que traté de evitar que ocurriera este

choque de trenes.

—Conseguí lo que quería, podemos seguir adelante y hacer como si no

hubiera pasado —dijo.

—No. No, no podemos. No si crees que no me gustó. Casi me vuelas

la polla.

Se sacudió. Me acerqué a ella, pero no lo suficiente como para tocarla.

Quería que supiera que lo había disfrutado, pero no quería darle la idea de

que volvería a ocurrir.


—Mira... Creo que ambos estamos de acuerdo en que no deberíamos

volver a hacerlo, pero no me arrepiento.

—Tú no querías que pasara. —Moví la cabeza.

—Sí y no. Mi cuerpo te ha deseado durante mucho tiempo, pero aquí

arriba —dije señalando mi cabeza—, sabía que era una mala idea. No

porque haya algo malo en ti, sino porque el sexo complica las cosas. Porque

eres una mujer inteligente que sale al mundo, y yo soy un padre soltero que

no puede darte lo que te mereces.

Ella asintió.

—Lo entiendo.

No creí que lo hiciera, pero estaba claro que no había nada que pudiera

decir para hacer desaparecer esta incomodidad.

Abrió la puerta y, como de costumbre, me acerqué a ella para

observarla mientras se dirigía a su casa. Ansiaba llamarla de nuevo y

desnudarla, solo que esta vez, en mi cama, donde podría mostrarle

realmente lo bueno que podía ser entre un hombre y una mujer. «Solo lo

hemos hecho una vez», razonó mi polla. ¿Por qué no darnos todo el fin de

semana y luego dejarlo? «Eres una puta gilipollas», le dije a mi polla.

No me miró como solía hacer antes de entrar en casa. «Menos mal»,


suspiré mientras cerraba la puerta.
La casa estaba en silencio, recordándome inmediatamente que Ellie no

estaba. Estaba solo por primera vez en mucho tiempo. «¿Ves? Podría

haberse quedado», dijo mi pene.

¡Cállate!

Me escondí en mi casa, ocupándome de algunas reparaciones y

mantenimientos de los que aún no había podido encargarme. Estaba

cenando un sándwich en la cocina cuando recibí una llamada de Verónica.

—¿Creías que íbamos a evitar que te llamara? 3dijo escuetamente.

—No. —Pude deducir que había encontrado el teléfono que le había

dado a Ellie.

—Entonces, ¿por qué darle un teléfono móvil, John? Tiene cinco años.

No necesita un teléfono.

Suspiré. Había cabreado a las dos mujeres de mi vida. Me pregunté si

Ellie también estaría enfadada conmigo.

—Ella nunca se ha ido contigo, Verónica. No te ha visto en casi un año

y ahora la alejas de su casa. Pensé que tener un teléfono aliviaría su miedo.

—Soy su madre, John. ¿De qué tiene que estar asustada?

—¡Ella no te conoce, Verónica! —Me aparté el teléfono de la oreja y

maldije. Cuando volví a colgarlo, me esforcé por devolver el tono a la


normalidad—. Un año es mucho tiempo para una niña de su edad.

—¿Crees que soy una mala madre?

Pensaba que era una madre egoísta. Era atenta cuando estaba, pero no

estaba mucho.

—Eres una buena madre cuando estás con ella.

—Entonces, ¿se supone que debo deshacerme de todos mis sueños?

—Vamos, Verónica. Has vivido tus sueños durante los últimos años.

Nunca te he detenido. Si querías salir, saliste. Pero si crees que voy a decir

que está bien que hayas elegido el dinero y la fama y a ti misma por encima

de tu hija, no me conoces en absoluto. Eres madre, por el amor de Dios, y

no puedes molestarte en verla más que unas pocas veces al año. Te perdiste

su maldito cumpleaños... —Me detuve al darme cuenta de que me estaba

cabreando de nuevo.

—Le envié...

—Se retrasó tres semanas. Y no llamaste. —Me pellizqué el puente de

la nariz—. Mira, me alegro de que hayas vuelto. Me alegro de que lo digas

en serio y de que te establezcas y quieras involucrarte más. Pero no voy a


sentirme culpable por querer que mi hija se sienta más segura mientras la

envío con su madre, con la que nunca ha pasado tiempo a solas sin que yo

esté cerca.
—¿Por qué estás siendo tan idiota?

—Has sido tú la que ha llamado enfadada porque le he dado algo con

lo que poder hablar conmigo. —Puse mi plato con mi sándwich a medio


comer en el fregadero.

—Yo habría dejado que te llamara, cosa que por cierto no ha pedido

hacer. Se lo está pasando muy bien.

—Bien. Me alegra oírlo. —Saqué mi whisky del armario superior que

había sobre la nevera. Si había una noche para emborracharse, era esta. Me
serví un trago y me lo bebí.

—¿Lo estás? Apuesto a que serías más feliz si te la dejara para


siempre.

Ella tenía razón. Pero no dije lo dije. Lo que yo quería no importaba.

Lo que era mejor para Ellie era lo importante.

—Quiero que Ellie sea feliz. Ella quiere una madre, Verónica. Cada

vez habla más de ello.

Se quedó callada de nuevo.

—No soy una mala persona, John. —Su voz sonaba más tranquila. La

dureza del tono había desaparecido.


—Nunca dije que lo fueras. Y darle el teléfono no era por ti o por
pensar que eres una mala persona. El teléfono era para aliviar la mente de

Ellie... y la mía, supongo. Esto también es difícil para mí. Nunca he estado
lejos de ella así. Nunca. —Esperaba que ella tuviera algo de empatía por

mí.

—Supongo que eso te hace mejor persona que yo —espetó.

«Para ser honesto, sí», pensé.

—Esto no es un concurso. Tú hiciste lo que tenías que hacer y yo hice


lo que tenía que hacer. Me gusta mi vida. Tú querías más de lo que podía

darte. Lo he aceptado. Soy perfectamente feliz en mi carrera y siendo el


padre de Ellie. Eso no me hace mejor o peor. Es lo que es. Solo lo dije

porque esperaba que entendieras de dónde venía. —Vale, ese último


comentario era una indirecta pasivo-agresiva, pero Jesús, estaría bien que

por una vez pensara en alguien más.

—Bueno, vas a tener que acostumbrarte, porque pienso pasar más

tiempo con ella.

—Bien. —Aunque se me apretaron las tripas ante la idea de estar lejos


de Ellie. Era un gilipollas por pensarlo, pero deseaba por Dios que Verónica

encontrara ser madre tan desagradable como hace tres años y se marchara
de nuevo.
—¿Ese es mi papá? —Escuché a Ellie decir de fondo. El corazón se
me subió a la garganta y la necesidad de abrazar a mi hija casi me hace caer

de rodillas.

—Sí, cariño. ¿Quieres saludarlo? —le preguntó Verónica.

—Sí.

—Acaba de terminar de bañarse y quiere hablar contigo.

—Hola, papá. —Me dejé caer en una silla mientras su dulce voz
llenaba mis oídos.

—Hola, perezosa Ellie. ¿Te estás divirtiendo?

—Sí. Aquí no tienen jardín, pero el parque está al otro lado de la calle.
Allí hay un zoológico. Papá Leo dice que podemos ir mañana.

¿Papá? ¿Qué cojones?

—Eso suena divertido, cariño. No puedo esperar a que me lo cuentes


todo.

—Dijo que tal vez podríamos conseguir también un perro.

Mi corazón no sabía si partirse en dos o martillar de rabia. ¿Estaban


tratando de ser una familia normal o estaban tratando de quitarme a mi

niña?
—Eh... escucha, ¿puedes volver a poner a tu madre? Te quiero, cariño.

Diviértete.

—Te quiero, papá. —Escuché un beso.

—¿Ves? Está bien. —Verónica resopló cuando volvió a la línea.

—Es alérgica a los perros. A los gatos también. —Se hizo el silencio.
Como no quería que pensara que la estaba llamando mala madre, dije—. Le

gustaría una gamba.

—¿Te estás burlando de mí?

—Lo juro por Dios, Verónica. Tenía una amiga en el colegio que tenía

una y ella también quería. Pregúntale.

Hubo un largo suspiro.

—Me tengo que ir.

—De acuerdo.

Colgó antes de que pudiera decir algo más. Me senté, sin saber qué
pensar de la conversación que acaba de tener, aunque en el fondo no me

gustaba.

Al día siguiente, mantuve la cortina cerrada al despertarme. No quería


ver a Emma y que me recordara lo jodido que estaba. Eso no impidió que
mi polla recordara lo apretada que estaba, o lo hermosa que era mientras su
orgasmo la bañaba. Pero no le di el gusto. Ella me había metido en este lío,

así que ahora iba a pasar de todo. Me arriesgaría a tener las pelotas azules
porque la culpa era una mierda.

Para alejar mi mente de la falta de Ellie y evitar ver a Emma, decidí

recorrer mis gimnasios. No me esperarían, lo que me permitiría ver cómo


estaban funcionando. Afortunadamente, todos estaban funcionando bien.

Cuando volví a la ciudad, ya era tarde. Como no quería arriesgarme a


ver a Emma, me pasé por el bar deportivo local para comer algo. Conocía al

dueño de la universidad. Habíamos estudiado juntos negocios y


manteníamos una amistad. Me invitó a ir a un club con él más tarde esa

noche. Tenía una mujer a la que quería atraer y quería un acompañante. Me


disculpé, pero me negué. Quería estar en casa por si Ellie llamaba.

Llegué a casa justo cuando Emma y su compañera de piso, Winona,


salían de su casa. Casi se me salen los ojos del sitio al ver a Emma. Llevaba

un vestido verde que hacía brillar sus ojos, y su piel parecía suave y sedosa.
También dejaba poco a la imaginación, acentuando sus tetas perfectas, la

curva de sus caderas y sus sensuales piernas. Una vez superada la sorpresa,
me cabreé. ¿Ahora que había perdido su virginidad iba a salir a buscar otro

tipo para follar? Quise enfrentarme a ella y preguntarle si me había


utilizado. Pero entonces recordé que había sido yo quien había puesto fin a
cualquier idea de seguir follando. «Qué idiota», dijo mi polla mientras la
veía entrar en su coche. Quería matar a cualquier hombre que fuera capaz

de tocarla incluso sabiendo que era mi maldita culpa.

Para distraerme al entrar en mi casa, decidí mover los muebles. Tal vez

si el sofá estaba en otra dirección, no pensaría en lo sexy que se veía Emma


acostada desnuda en él. No funcionó. Por suerte, Ellie llamó desde el

teléfono de su madre y me contó todo sobre los animales que visto con su
mamá y con papá Leo. Intenté ser optimista, pero por dentro se me

revolvían las tripas.

Me fui a la cama temprano, con la esperanza de escapar del tormento

en mi vida, pero tampoco tuve suerte en eso. Resulta que mi polla


controlaba mi sueño. Emma apareció, desnuda y hermosa, como siempre.

Me chupó la polla y luego me dejó terminar follándome sus tetas. Me


desperté con un desastre lleno de semen. Menos mal que era el día de la

colada. 
Capítulo 9
 

Emma

No podía salir de la casa de John lo suficientemente rápido. ¿En qué había


pensado para pedirle que fuera mi primera vez? Me había creído una mujer

madura, pero en realidad había sido una niñata. Acepté que no dejaría que

el amor entrara en su vida de nuevo, o al menos eso creía. Pero mientras mi


corazón se rompía con cada paso que daba hacia mi casa, me di cuenta de

que había esperado que cambiara de opinión. Que se diera cuenta de que

mis sentimientos eran sinceros y quisiera lo que yo podía ofrecerle. Idiota.

Entré en casa con la intención de irme a mi habitación a llorar.

—Hola —dijo Winona desde el sofá donde estaba sentada con un

joven que no conocía—. Por fin has llegado a casa. Matt y yo te hemos
estado esperando para resolver una apuesta.

Hice acopio de fuerzas para parecer normal.


—¿Sí?

—Sí. Le he dicho que la mujer que salió del elegante sedán oscuro esta

tarde era Phoebe Dawson, pero no me cree.

—¿Por qué iba a estar Phoebe Dawson aquí... al lado? —Matt negó

con la cabeza.

—Porque su hija vive ahí —dije.

—¿Ves? Te dije que era ella. —Winona le dio un ligero puñetazo.

—¿Tiene una hija? —La expresión de Matt era de incredulidad.

—Sí.

—Supongo que se habrá llevado a Ellie a pasar el fin de semana. ¿Te

has quedado tanto tiempo para calmar el alma de John? —Winona movió

las cejas de forma sugerente. Supongo que sí, pero no iba a admitir que me

había entregado a él solo para que se alejara de mí lo más rápido posible.

—Me debía dinero.

—¿Y cómo es ella? —preguntó Matt.

—¿Ellie?

—No, Verónica.

—No es tu tipo —dijo Winona.


—Está bien, supongo. Está casada de nuevo. Después de decirlo, me

pregunté si no debería haberlo hecho. ¿Era un secreto?— Me voy a mi

habitación.

—¿Estás bien? —preguntó Winona.

—Sí. Solo estoy cansada. Y tengo que hablar con mis padres. No he
hablado con ellos esta semana.

Winona pareció aceptarlo. Cerré la puerta tras de mí cuando la

mortificación por lo que había hecho con John me golpeó, y entonces lloré.

Tirándome de cara en mi cama, lloré. Quería odiarlo o, al menos, enfadarme


con él, pero era mi culpa. Me había dicho que no le interesaban las

relaciones. Intentó evitar que me lanzase sobre él. La única persona con la

que podía estar enfadada era conmigo misma. ¿Cómo iba a enfrentarme con

él de nuevo?

Al final me dormí, pero en mis sueños, John estaba ahí, con un aspecto

tan sexy pero fuera de mi alcance. Fui una tonta al pensar que estaría

interesado en mí.

Me desperté sintiéndome completamente agotada. La casa estaba en


silencio ya que todavía era temprano. Me dirigí a la cocina para preparar

café, mirando por la ventana mientras llenaba la jarra de agua. La cortina de

John estaba cerrada. Normalmente la tenía abierta a estas horas. ¿Estaba


durmiendo ahora que Ellie no estaba? ¿Sabía que me gustaba asomarme

para verlo y quería asegurarse de que no pudiera hacerlo? La humillación

me inundó de nuevo.

Terminé de preparar el café y me senté con la mirada perdida mientras

intentaba averiguar qué haría durante el fin de semana y cómo volvería a

enfrentarme a John.

—Te has levantado temprano —dijo Winona entrando en la cocina.

—Tú también.

—Matt tiene que irse, así que... —Me dedicó una sonrisa tímida

mientras iba a por el café.

—Entonces, ¿tú y Matt? —pregunté, tratando de alegrarme de que al

menos una persona tuviera una vida amorosa.

—Puede ser. Hasta ahora todo va bien. —Se sentó a la mesa conmigo

—. Se está duchando y luego sale.

—¿Dónde está Bethany?

—Se fue a casa. Su abuela está enferma o algo así. ¿Quieres hacer algo

hoy?

—Claro. —Cualquier cosa que me hiciera olvidar mi desastrosa noche

con John.
Después del café, me duché y me vestí. Winona y yo decidimos ir al

centro comercial de compras. Como planeábamos salir esa noche,

queríamos comprarnos ropa nueva. Era un dinero que no debía gastar y, sin

embargo, como probablemente no podría permitirme el último año de

carrera, decidí vivir un poco. Terapia de compras.

Encontré un vestido verde oscuro que era más revelador de lo que

usaba normalmente, pero sintiendo que era hora de seguir adelante con

John, decidí comprarlo.

—Ohh la la… —dijo Winona cuando salí del probador para

mostrárselo—. Estás muy guapa, Emma. Los chicos van a estar encima de

ti.

Me tragué los nervios ante esa idea. Después de todo, eso era lo que

necesitaba. Era hora de dejar de suspirar por John y abrirme a la idea de

conocer a otro chico.

Almorzamos tarde y luego nos dirigimos a casa para prepararnos para

el club esa noche. Me esforcé por apartar a John de mi mente mientras me


ponía el vestido sexy, me peinaba y maquillaba. Pero fue inútil. Mientras

me miraba en el espejo, me preguntaba si le gustaría lo que veía. ¿Vería a

una mujer o a una estudiante enamoradiza?

Me reñí interiormente a mí misma y a mi estúpido enamoramiento.


—Espero conocer a alguien aún mejor esta noche —le dije a mi

reflejo.

Cuando salimos de la casa, John metía su coche en la entrada. Me

esforcé por no mirarlo mientras salía, pero, por supuesto, no pude evitarlo.

Le eché una mirada. Sus ojos se entrecerraron como si no le gustara lo que

veía.

Me tragué el dolor que sentí y me recordé que esta noche sería como

una mujer normal de veintitrés años: bailaría, bebería y coquetearía.

En el club, Winona y yo encontramos una mesa no muy lejos de la

pista de baile y pedimos bebidas.

—Hola, señoras. —«Ha sido rápido», pensé, hasta que miré a la

persona a la que le pertenecía esa voz y vi que era Matt.

—¿Me estás acosando? —preguntó Winona de forma burlona.

—Sí. —Tomó asiento e hizo un gesto con la mano hacia la barra—.

¿Te importa si mi amigo Jared se une a nosotros?

Dios, ¿me estaban tendiendo una encerrona Winona y su nuevo novio?

Miré al hombre que se acercaba. Vale, no tenía tan mala pinta. De hecho,
era realmente atractivo ,de una manera juvenil y dulce.

Se detuvo junto a la mesa.


—Jar esta es Winona... Ella es mía, así que manos fuera. Y esta es

Emma, no sé si te he hablado de ella.

Jared frunció una ceja.

—¿Esto es una encerrona?

—Yo he pensado lo mismo —dije.

—Es una reunión de amigos —insistió Winona.

Jared se sentó en la silla vacía junto a mí.

—Bueno Emma, supongo que esta noche estamos tú y yo.

—¿Estás decepcionado?

—Claro que no. —Sus ojos recorrieron mi cara y luego bajaron—.

Para nada. ¿Quieres bailar?

—Claro.

—Compórtate —dijo Matt mientras Jared y yo nos poníamos de pie


para ir a la pista de baile.

—Ya le has oído. Compórtate Emma —dijo Jared mientras presionaba

su mano en la parte baja de mi espalda para llevarme a la pista de baile.

—Haré lo que pueda, pero no prometo nada. —Sonrió.

—Me gusta tu estilo.


Me gustaría decir que Jared me hizo olvidar totalmente a John, pero
eso sería una mentira, lo cual fue una decepción. Jared era inteligente y

divertido y se movía bien en la pista de baile. Pero no pude evitar


compararlo con John. Aun así, cuando me preguntó si podía llamarme

alguna vez, le di mi número. No podía esperar sacarme a John de encima en


un día. Tampoco lo iba a dejar del todo si suspiraba por él. Necesitaba

seguir adelante y vivir mi vida, y si Jared quería pasar tiempo conmigo,


parecía la solución perfecta a mis problemas.

Esa noche en la cama, me desperté acalorada, con el cuerpo palpitando


de necesidad sexual. Pero no era Jared quien me tenía tan caliente y

excitada. Era John. En mis sueños, estaba bailando conmigo, no en el club,


sino en el salón de su casa. Estaba desnudo, mostrando sus abdominales, su

pecho esculpido y su culo bien duro. Su polla era dura, gruesa y larga, y me
arrodillé deseando probarla.

En el siguiente segundo, estábamos en su habitación, y él estaba sobre


mí, apretándome contra sus sábanas y penetrándome. Esta vez no hubo

dolor. Solo el placer más dulce, que crecía y crecía hasta que me corría. En
cambio, me desperté. Golpeé el colchón con frustración. Mi corazón era

muy idiota.


Capítulo 10
 

John

La colada estaba hecha. La casa estaba limpia. Yo era un puto desastre.


Echaba de menos a Ellie como un loco y me preocupaba cómo la trataban

Verónica y Leo. Luego estaba Emma. Odiaba verla vestida de punta en

blanco. ¿Cuántos hombres se le habrían insinuado anoche? ¿Había dejado


que alguno la tocase?

Todo el día mi cerebro estuvo preocupado por Ellie o rumiando sobre

Emma. Finalmente, a última hora de la tarde, un sedán oscuro se detuvo


frente a la casa. «Gracias a Dios», pensé mientras salía corriendo por la

puerta.

—¡Papá! —Ellie saltó del coche, lo que me hizo preguntarme si le


habían puesto el cinturón. Corrió hacia mí y la cogí en brazos.

—Ellie. —La abracé—. Te he echado de menos un millón de veces.


Sus brazos se abrazaron a mi cuello, y por primera vez en dos días,

sentí que tal vez mi mundo volvería a estar bien.

—Yo te he echado más de menos.

El conductor de Verónica abrió su puerta y ella se escabulló. Leo no

estaba con ella. Me acerqué al conductor que estaba abriendo el maletero

para sacar la bolsa de Ellie. Junto con la bolsa que había enviado con ella

había otras dos bolsas y un montón de juguetes. Miré a Verónica.

—Íbamos a guardarlos en mi casa, pero ella insistió en que quería

enseñártelos.

—Tengo muchos vestidos bonitos, papá.

—Estoy deseando verlos —dije.

Mientras Ellie iba a su habitación a probarse un vestido para


enseñármelo, le ofrecí a Verónica una copa. Quería que siguiera su camino,

pero dijo que quería hablar conmigo.

Jugaba con su vaso y no me miraba, lo que me dio mala espina.

—¿Qué pasa, Verónica? —Tomé mi copa y me senté en el sofá,

ignorando el recuerdo de tener a Emma en él apenas dos noches antes. Ella

dejó escapar un largo suspiro.

—Leo y yo vamos a solicitar la custodia de Ellie.


Mi corazón se detuvo.

—¿Qué quieres decir? Nunca he impedido que Ellie te vea. Eso no va

a cambiar. —Tomó un largo trago de su bebida.

—Quiero que ella viva conmigo ahora.

—No. —La expresión nerviosa se evaporó, reemplazada por la ira.

—Sabía que no la dejarías, así que vamos a pedir la custodia.

Me reí de forma sarcástica.

—¿De verdad crees que un juez va a quitársela al único padre que ha

estado ahí desde el día en que nació y dársela al que no pudo molestarse en

verla durante casi un año? Que se perdió su cumpleaños.

Su mandíbula se tensó.

—Ahora estoy en Nueva York a tiempo completo. Estoy preparada

para ser madre. Leo y yo podemos ofrecerle cosas que tú no puedes.

«Que te den», pensé, pero no dije, ya que Ellie estaba en la otra

habitación.

—¿Y qué es?

—Las mejores escuelas. Las oportunidades. Tenemos los recursos…

—Que no viva como un rey no significa que no tenga dinero.


—Podemos ofrecerle dos padres.

Me levanté de golpe.

—Él no es su padre. Así que, ayúdame, Verónica, si intentas


quitármela...

—No quiero quitártela, John. Solo queremos cambiar los papeles. Ella

vive conmigo y te visita.

—¿Qué te parece, papá?

Me giré para ver a Ellie entrando en el salón. Miró tímidamente a

Verónica y luego a mí.

—Estás preciosa, cariño. —Sonreí, aunque el vestido parecía algo que

llevaría una muñeca con un millón de volantes.

—Tiene rayas. ¿Puedo enseñarte otro?

—Me encantaría. —Se fue corriendo y me volví hacia Verónica—. No


voy a dejar que te la lleves a tiempo completo. Ella tiene su vida aquí.

—Podemos ofrecerle más.

—¿Qué necesita ella que yo no le doy?

—Como te he dicho, grandes escuelas. Oportunidades. Leo ya ha

escogido una niñera que puede enseñarle a hablar francés.


—¿Niñera? ¿No vas a criarla tú misma?

—Tú tienes una niñera, John. No te metas conmigo por necesitar una.

—Pero acabas de decir que tendrá dos padres contigo. Eso significa

que no tienes que trabajar y que puedes criarla. —Sabía que eso sonaba

sexysta, pero yo me quedaría en casa con ella sin pensarlo si pudiera.

—Todavía quiero trabajar un poco. Pero no voy a viajar tanto. Y

cuando lo haga, ella vendrá conmigo.

—Entonces, ¿la sacarás de la escuela de lujo a la que la quieres llevar?

—Le conseguiremos tutores.

Fruncí el ceño.

—¿Una niñera y tutores? ¿Quién la va a educar de verdad? ¿Quién va

a leerle antes de dormir y a cantarle mientras se baña? ¿Quién la va a

empujar en el columpio del parque?

Su labio se curvó en un gruñido.

—Yo lo haré. —Sabía que esto se iba a poner cada vez peor, así que

me esforcé por contener mi ira.

—Escucha. Acabas de volver a casa con un nuevo marido. ¿Por qué no

te instalas y vas teniendo visitas con ella? ¿Qué pasa si en un mes o,

incluso, en seis meses descubres que no te gusta esta vida?


—Ahora estoy casada, y el abogado dijo que eso me daría una buena

oportunidad de ganar.

—¿Le has dicho que solo la has visto un puñado de veces desde que te

fuiste? ¿Que ha pasado casi un año desde la última vez?

—Estás siendo un idiota.

—Y tú estás siendo egoísta.

—Oh, ¿y tú no lo eres? —se burló ella.

—Soy egoísta. Quiero la custodia completa y total de Ellie. Pero

también quiero lo mejor para ella, y eso significa tener a su madre en su

vida. Por eso nunca, ni una sola vez, he rechazado las visitas. ¿Y tú,

Verónica? ¿Has pensado en el impacto que tendrá en Ellie lo que estás

pidiendo?

—Ella se adaptará.

—Así es siempre contigo. Todo el mundo tiene que adaptarse y

ajustarse a ti. No eres el centro del mundo. Ellie lo es.

—Papá...

Joder. Ella no necesitaba escuchar esto. Me giré con una gran sonrisa

en el rostro.
—Oh, ese es muy bonito —dije mientras ella se ponía lo que parecía

un uniforme escolar.

—¿Quieres ver mi favorito?

—Por supuesto que sí.

Nos miró a mí y a Verónica como si supiera que pasaba algo, pero

luego se volvió a su habitación.

—No podemos hacer esto ahora —le dije a Verónica—. Ella no

debería escuchar esto.

—De todos modos, ya he terminado de hablar. Vamos a pedir la


custodia, John, así que tendrás que lidiar con ello. La has tenido todo este

tiempo. Ahora es mi turno.

Quería estrangularla.

—La he tenido todo este tiempo porque tú te fuiste. Dios... ¿Realmente

no lo ves?

Su mandíbula se tensó.

—Ellie… —la llamó—. Ellie, tengo que irme. —Ellie salió corriendo
en ropa interior y camiseta.

—Adiós, mamá.
—Ven a darme un abrazo. —Ellie cumplió, y luego corrió a su
habitación gritando:

—Volveré, papá.

Acompañé a Verónica hasta la puerta.

—Lo único que te pido es que en el viaje de vuelta pongas a Ellie en

primer lugar. Y si no puedes, piensa en lo que realmente significa ser un


padre a tiempo completo. Si estás haciendo esto para estar con ella,

entonces no puedes dejarla con niñeras y tutores todo el tiempo para que tú
puedas ir de vino, cena y fiesta.

—Tendrás noticias de nuestro abogado.

—Asegúrate de decirle que le haga saber al juez el poco tiempo que


realmente has pasado con tu hija. —Sí, era un capullo, pero en lo que

respectaba a Ellie no me importaba. Lucharía hasta la muerte por ella.

—Claro, cuando venga a cenar. Leo tiene muchos amigos jueces.

Joder. La miré fijamente.

—¿Por qué haces esto? ¿He hecho algo por lo que ahora quieras

hacerme daño?

—Como has dicho, John, esto no tiene nada que ver contigo. Se trata

de Ellie y de que está en una edad en la que necesita una madre.


Pensé en Emma, que fue más madre para Ellie en el último año de lo
que Verónica había sido nunca.

—Necesita una madre. Necesita una que esté ahí, que no la trate como

a una muñeca o que la deje con niñeras y tutores.

—Tú la dejas con una niñera.

—No lo hago. Nunca he faltado a una reunión o función escolar.

Nunca me he perdido un partido de fútbol o un recital de baile. Se necesita


mucho tiempo. Piénsalo. No hay que salir todas las noches cuando tienes

que revisar los deberes. Cuando está enferma, tienes que cancelarlo todo
para cuidarla. ¿Puedes anteponer sus necesidades a las tuyas? Eso es lo que
ella necesita.

—¿Realmente piensas tan mal de mí?

Sí, lo hacía.

—Solo sé que antepusiste tus necesidades en los últimos años.

—Estaremos en contacto. —Bajó furiosa por el camino hacia el coche


que la esperaba.

—¿Papá? —Me giré y cerré la puerta.

—Oh, me gusta ese.

—Estos son mis pijamas. Estaba cansada de cambiarme.


—Y qué pijamas tan bonitos —dije levantándola.

—¿Os habéis enfadado mamá y tú? —Suspiré.

—Mamá y yo estábamos hablando. —Ella me rodeó con sus brazos.

—Me alegro de estar en casa.

—Vaya. ¿Te has divertido? —La llevé a la cocina, pensando que por

una vez podríamos darnos el gusto de comer algo poco saludable. Sacaría el
helado que había escondido en el fondo de la nevera.

—Sí, pero te eché de menos. ¿Puedes venir la próxima vez?

—¿Qué tal un helado para celebrar que estás en casa? —dije sin querer
responder a su pregunta. Sus ojos se iluminaron.

—Me encanta el helado.

Comimos helado y luego jugamos a un juego. Le leí libros en la cama


y luego la arropé para que se durmiera. Si Verónica me quitara esto, no sé

qué haría. No podía dejar que eso sucediera. Me resultaba difícil creer que
ganara dado su historial, pero si su marido tenía amigos en las altas esferas,

eso podría ser un problema.

A la mañana siguiente, me levanté temprano, me duché y me vestí,

saltándome el resto de mi rutina matutina habitual. Llamé a mi abogado, al


que no le hizo ninguna gracia que le despertara al amanecer, pero pareció
entender mi urgencia cuando le conté mi problema con Verónica. Me

remitió a un abogado especializado en derecho de familia.

—Dice que su nuevo marido tiene amistades —terminé de explicar mi


situación.

—¿Aquí arriba? Porque tendrán que presentar la demanda en el


juzgado local.

—No lo sé. Sospecho que alguien que conocen podría conocer a


alguien de aquí.

—Yo no me preocuparía demasiado por eso. Llama a Stephen. Él te

dirá qué hacer.

Cuando colgué el teléfono, levanté a Ellie y le preparé el desayuno. Al


llamar a la puerta, me acordé del viernes por la noche y de follar con Emma

en el sofá. La culpa y el arrepentimiento me llenaron, pero no pudieron


superar el miedo y la rabia por perder a Ellie.

—Yo voy —dijo Ellie saltando de su silla.

Unos minutos después, Emma siguió a Ellie a la cocina. Me miró con

indecisión. La incomodidad que había existido el viernes por la noche no se


había disipado. Al menos para ella. Tampoco para mí, pero tuve que apartar

eso y centrarme en Ellie.


—¿Puedo hablar contigo un minuto? —le pregunté a Emma. Sus cejas
se alzaron con sorpresa.

—Sí, por supuesto.

—Mais, termina tu desayuno y luego vístete, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Le indiqué a Emma que me siguiera a mi despacho. Una vez allí, cerré

la puerta en parte para evitar que nuestras voces llegaran al pasillo.

—Verónica va a pedir la custodia.

La respiración de Emma se entrecortó y su expresión fue de dolor.

—¿Qué?

—Ellie no lo sabe todavía, pero voy a luchar…

—Claro, por supuesto. ¿Qué puedo hacer?

—Vigilarla. No creo que Verónica haga ninguna locura, pero ahora

mismo tengo la custodia exclusiva, así que si viene cuando no estoy, no se


llevará a Ellie. Llama a la policía y a mí si eso sucede, ¿de acuerdo?

—Sí, por supuesto. Dios, John, lo siento mucho. Si necesitas que


testifique o algo, lo haré. —Era otro recordatorio de lo importante que era

Emma para mí, como amiga, no como amante.


—Gracias. —No quería mencionar lo de la otra noche, pero no podía
dejar de querer saber cómo estaba—. ¿Estás bien?

Se estremeció.

—Sí.

La estudié, deseando no haber cruzado la línea que había hecho que


nuestra relación fuese tan incómoda y, al mismo tiempo, deseando poder
tenerla de nuevo.

—Estabas preciosa la otra noche cuando saliste.

Ella apartó la mirada.

—Gracias.

—Espero que lo pasaras bien. Sospecho que la oportunidad se


presentó... Tal vez incluso el deseo.

Ella sonrió, pero esta no llegó a sus ojos.

—Conocí a un buen tipo ... Pero hasta ahora, solo ha aparecido la


oportunidad.

—Papá, ¿puedo usar uno de mis vestidos nuevos? —Ellie me habló


desde detrás de la puerta.

—Pregúntale a Emma. No sé qué planes divertidos tiene para ti.


—Iré a ayudarla —dijo Emma acercándose a la puerta.

Sintiéndome como si hubiera esquivado una bala, terminé de

prepararme para irme al trabajo. De camino, llamé al abogado que me


habían recomendado.

—Parece que piensa que ahora que se ha instalado en Nueva York y se


ha casado, puede asumir la custodia —terminé de explicarle.

—Por lo que dices, a un juez le preocuparía su falta de implicación —


dijo, pero había duda en su voz—. Dicho esto, todavía hay, a menudo, un
prejuicio en lo que respecta a las madres, especialmente las que están

reconciliadas, asentadas y seguras.

Joder.

—¿El hecho de que yo sea el único padre que ha sido una constante en

la vida de Ellie no importa?

—Importa. Importa mucho. Sospecho que, en el mejor de los casos,


obtendrás la custodia compartida si tienes éxito debido a tu historial y a que
tú has sido el único padre durante tanto tiempo. Pero como dije, muchos

jueces tienen debilidad por las madres y quieren darles una segunda
oportunidad. Que esté casada y asentada jugará a su favor.

—Entonces, ¿que sea soltero me perjudica?


—¿Puedes reunirte conmigo hoy a la una y así lo vemos todo?

—Allí estaré. —Colgué el teléfono y agarré el volante como si fuera lo


único que me impedía caer en la nada. Hace una semana, tenía la pequeña
familia perfecta. Ellie y yo, y sí, también Emma. Ahora corría el riesgo de
perderlo todo. 
Capítulo 11
 

Emma

Cuando llamé a la puerta de John el lunes por la mañana, me sentí aliviada


cuando Ellie contestó, aunque sabía que aún tendría que verlo. Quería

actuar con normalidad, como si no hubiera pasado nada, pero por dentro era

un desastre emocional, preocupada por si me miraba con pesar. Cuando


parecía ser indiferente, me sentía enfadada. Sabía que no le gustaba lo que

había pasado, aunque hubiese dicho que lo había disfrutado. Pero

¿realmente lo había olvidado?

Luego me dijo que Verónica había demandado la custodia y me sentí

como una idiota. Mi ego no era importante comparado con que John

pudiera quedarse con Ellie. Solo podía imaginar la preocupación que sentía.

Por supuesto, parecía poco probable que Verónica pudiera ganar teniendo
en cuenta lo poco que había estado en la vida de Ellie, pero yo había estado

lo suficientemente cerca como para saber que podía pasar de todo Verónica
era famosa y eso podía usarse a su favor. Su marido parecía rico, lo que

significaba que tal vez tenía conexiones que podrían usarse también a su

favor.

Cuando John se marchó, ayudé a Ellie a vestirse. Quería ponerse uno


de los vestidos que le habían regalado durante la visita a su madre. El

vestido era bonito, pero sentí que traicionaba a John al ponérselo. Por

supuesto, no era culpa de Ellie. Me sentía mal por la niña que estaba a

punto de convertirse en un peón entre sus padres.

—¿Qué quieres hacer hoy? —le pregunté mientras terminaba de

recogerle el pelo en una coleta.

—¿Podemos ir a nadar?

—No con este vestido. No podemos.

—Ah, claro. ¿Al parque?

—Podrías ensuciarte el vestido —dije, guardando el cepillo y los

accesorios del pelo—. ¿Qué tal una película y un almuerzo?

—¡Sí! —Se puso a dar saltos de alegría.

Saqué mi teléfono para ver qué ponían. Por suerte, había una película

para niños que tenía buena pinta. Pedí las entradas en mi teléfono.
—¿Te has divertido con tu madre este fin de semana? —me pregunté si

debía hacerlo o no. Parecía normal preguntar por su fin de semana y, sin

embargo, dadas las circunstancias, podía interpretarse como un intento de

obtener información.

—Sí, fuimos al zoológico. Papá Leo me habló de los animales.

—¿Papá Leo? —¿De verdad era así como Verónica le había dicho a

Ellie que lo llamara? Eso me pareció como una traición aún mayor que el

hecho de que Ellie llevara un vestido.

—Ese es su nuevo marido, pero no es mi papá. Mi papá siempre será


mi papá.

—Sí, por supuesto. Tienes el mejor papá, Ellie. Te quiere mucho.

Ella sonrió.

—Anoche me dio helado. —Le devolví la sonrisa.

—¿De verdad?

—Me gustaría que pudiera venir conmigo a casa de mamá. No sé por

qué no puede.

—No quiere entorpecer tu tiempo con ella. Te gusta estar con ella,

¿verdad? —Me estremecí al darme cuenta de que no era una pregunta


adecuada. Por otra parte, si alguna vez se me pedía que testificara ante un

tribunal, lo que Ellie me dijera podría ayudar.

—Sí, pero me gusta más estar aquí.

—A veces, es difícil adaptarse a las cosas nuevas. Cuando te

acostumbres a su casa, será mejor.

Ellie se encogió de hombros.

—No puedo hacer mucho allí. Solo jugar en mi habitación, a menos


que mamá me lleve al parque.

—¿Qué quieres decir?

—No puedo colorear ni jugar en el salón porque podría estropearlo.

Si Verónica iba a ser madre, tendría que aprender a lidiar con los

desórdenes de los niños.

—Al igual que tú no estás acostumbrado a estar allí, lo mismo les pasa
a tu madre y a Leo. —De ninguna manera llamándolo iba a llamar «papá

Leo»—. Necesitan acostumbrarse a tenerte allí.

Ellie me tiró de la mano y me puse en cuclillas mientras su rostro se

volvía serio. En un tono tranquilo dijo:

—Mi papá y mi mamá se pelearon anoche.

—Oh.
—Pude oírlos desde mi habitación cuando me estaba poniendo los

vestidos para enseñárselos a papá.

Le froté los brazos mientras intentaba averiguar qué debía preguntar o

decir.

—¿Cómo te hizo sentir eso?

—No me gustó.

—¿Se lo dijiste a tu papá? —Ella negó con la cabeza.

—Él también estaba triste. Creo que no le gustaron los vestidos que me

compró mamá.

—Oh, cariño, estoy segura de que no fue eso. A veces las mamás y los

papás no están de acuerdo. Pero los dos te quieren. Y sé que tu papá te

quiere pase lo que pase.

—¿Qué es una niñera?

¿Eh?

—Una niñera es alguien que ayuda a criar a los niños. Algo así como

yo, que me quedo contigo mientras tu papá trabaja, aunque las niñeras

suelen vivir con la familia.

—¿Puedes venir a vivir conmigo y con papá?

Se me apretó el corazón.
—Vivo en la casa de al lado. —Queriendo pasar a un nuevo tema, dije

—: Déjame enviarle un mensaje a tu papá para decirle qué película vamos a

ver y dónde vamos a almorzar.

—¿Puede venir a comer con nosotras? —Los ojos ansiosos de Ellie

brillaban de esperanza.

—No lo sé. Puedo preguntarle.

Por desgracia, John tenía una cita con un abogado, así que no pudo ir a

almorzar. Pero Ellie parecía divertirse y esa noche ella y yo hicimos lasaña,

la comida favorita de John. Cuando llegó a casa, vi la tensión en su rostro,

pero sonrió y actuó con normalidad ante Ellie.

—Me encanta la lasaña —dijo cuando ella corrió a la puerta para

recibirlo. La cogió en brazos y la abrazó, lo que me hizo preguntarme si le

preocupaba que sus días de volver a casa con ella estuvieran contados.

—Lo sé. —Ella apretó las manos contra su cara—. ¿Estás contento,

papá?

—Extasiado. —Le besó en la mejilla y la dejó en el suelo.

—¿Por qué no pones la mesa, Ellie? —le pregunté. Ella se apresuró a


salir.

—¿Está bien? —preguntó, mientras la observaba en la cocina.


—Sí. Me ha dicho que os había oído a ti y a Verónica discutir.

—Joder —maldijo en voz baja.

—¿Te ha dado el abogado algún consejo?

Cree que será escandaloso si ella va por la custodia exclusiva dado su

historial.

—Bueno, eso es bueno. —Asintió brevemente con la cabeza.

—Pero está casada y asentada. —Utilizó comillas para decir la última


palabra—. Al parecer, cree que los jueces todavía tienen prejuicios hacia las

madres, especialmente las que están haciendo lo correcto y necesitan una


segunda oportunidad.

Eso no sonaba esperanzador.

—¿Qué pasa con lo de asentada? ¿No está asentada?

—Claro que lo está. Hoy en día. Pero Verónica se aburre fácilmente y

le gusta el protagonismo. Le doy seis meses como máximo antes de que se


vaya a su próxima aventura.

—Eso sería bueno para ti.

—Si tiene la custodia, podría llevarse a Ellie con ella. No la vería. —


La emoción se apoderó de su rostro y quise abrazarlo.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —Negó con la cabeza.
—Solo estar ahí para ella.

Yo también quería estar ahí para él, pero como el viernes había sido un
desastre, simplemente sonreí. No me pidió que me quedara a cenar, lo que
me dolió, pero no me sorprendió.

—Saca la lasaña en diez minutos —dije mientras cogía mi bolso.

—Gracias, Emma, de verdad. Sé que esto... bueno...

Levanté la mano, porque sentía pequeñas puñaladas en el corazón cada


vez que intentaba disculparse o hacer que las cosas entre nosotros fueran

menos raras.

—Nos vemos mañana.


Capítulo 12
 

John

Los dos primeros días después de que Ellie volviera de casa de su madre,
sentí que me la iban a arrancar en cualquier momento. De hecho, el martes

le sugerí a Emma que llevara a Ellie al gimnasio, donde teníamos una zona

infantil para cuidar a los niños de los socios que hacían ejercicio. También
conseguí que nuestro instructor de escalada le diera a Ellie una clase en la

pared de roca.

Como siempre, Emma estuvo increíble. Hizo que la vida de Ellie fuera
normal, llena de aventuras y diversión. Fue muy dulce conmigo, aunque no

me lo mereciera. Y mientras Ellie consumía mis días e incluso algunas

pesadillas, Emma también aparecía en mis sueños. Me sentía como un tonto

y un imbécil y, sin embargo, al mismo tiempo, esos pocos minutos en los


que me acariciaba la polla con imágenes de ella en la ducha y luego me

corría eran los únicos momentos en los que no vivía con miedo.
A mediados de semana, empecé a relajarme por dos razones; una era

que Verónica no había llamado ni una sola vez a Ellie para hablar con ella.

Quería que Ellie se fuera a vivir con ella, ¿pero no la llamaba para hablar?

Ni siquiera había preguntado para concertar una visita. La segunda razón

era que no me habían entregado los papeles. Me pregunté si tal vez había
cambiado de opinión.

El viernes, esa esperanza se desvaneció cuando recibí un sobre con una

petición de custodia exclusiva de Ellie. Inmediatamente llamé a mi

abogado, que se mostró sorprendido de que pidiera tanto a la luz de su


historia. ¿Yo? No me sorprendió. Verónica era del tipo «hazlo o muérete».

Fue una de las cosas que me atrajo de ella cuando nos conocimos en la

universidad.

—¿Qué puedo hacer? —le pregunté.

—Luchar, por supuesto. Es un proceso largo, y tendrás que demostrar

que eres el mejor padre para criar a Ellie. Habrá una visita a domicilio y una

entrevista, quizá incluso más de una —me explicó.

—¿Y qué pasa con Verónica?

—A ella también, con su nuevo marido. Eso estará a su favor. Como

he dicho, los jueces siguen inclinándose por pensar que lo mejor son dos

padres y la madre biológica, pero creo que tenemos un buen caso.


—No ha llamado a Ellie ni ha pedido una visita —dije.

—Bien. Mantente al tanto de todo eso. Los padres a veces ganan la

custodia, así que no es algo inaudito.

Pero yo sabía que Verónica no era una madre normal. Era una

celebridad. Una celebridad que le gustaba a la gente. Podía decir que no


había visto a su hija en casi un año, pero me parecía duro. Por otra parte, no

había nada que no hiciera para proteger a Ellie. Si esto llegaba a los

tribunales, lo más probable era que saliera a la luz, y ella tenía que saberlo.

¿Quería tanto a Ellie que estaba dispuesta a arriesgarse a dañar su

reputación?

Luego estaba el hecho de que Leo tenía dinero. Mucho, basada en la

investigación que había hecho sobre él. Yo también tenía mucho dinero,

pero él más. No solo podía superarme financieramente hablando, sino que

era rico de la vieja Nueva York, lo que significaba que tenía contacto. Era

muy probable que conociera a alguien en Nueva York que conociera al juez

local que supervisaba el caso.

Mientras conducía a casa, mi rabia se fue acumulando hasta que no

pude soportarla. Como no quería explotar delante de Ellie, paré y llamé a

Verónica.
—Nunca, jamás, te la oculté y ahora haces esto. Me apuñalas por la

espalda y tratas de separarnos.

—Oh, vamos, John —dijo ella de esa manera que me hizo sentir como

si fuera un idiota emocional—. No voy a por ti. Y destrozarte es un poco

melodramático, ¿no crees? Ellie lo pasó muy bien con nosotros. Dudo que

se sienta destrozada.

—Entonces no tienes ni idea de niños. —¿Cómo podría hacérselo ver?

Trabajé para contener mi ira—. Escucha, estoy a favor de que estés en su

vida, pero no tiene que ser todo o nada. Tú eres su madre y yo soy su padre.

Tenemos que compartir. Por el bien de Ellie.

Hubo una pausa en la línea.

—No quiero quitártela, John, pero esto es lo que me han recomendado.

—¿Quién? —¿Ella no quería esto?

—Quiero verla más, y Leo y sus abogados dijeron que no había nada

que te impidiera detener mis visitas.

—Verónica... Nunca te he impedido verla. Ni siquiera he amenazado

con hacerlo.

—Lo sé, y se lo dije, pero dijeron que era mejor contar con la

protección legal.
—Entonces, pide la custodia compartida. Este documento pide la

completa.

—Quiero la completa, John.

Joder.

—No vas a ganar. —Pensé en qué podía utilizar para hacerla cambiar

de opinión—.Tienes que considerar la imagen de tu carrera, Verónica.

—¿Me estás amenazando?

—Esto saldrá en las noticias y en los periódicos de cotilleo, lo sabes.

No hablaré con ellos, pero se sabrá que fuiste tú quien la abandonó. Que no

la visitabas.

—Eres un capullo.

—Puede ser. Pero no hay nada que no haga para proteger a Ellie.

Nada. —Colgué, sintiéndome un poco mal por haber amenazado con

arruinar su imagen, y sin embargo mi desesperación no había podido

detenerme.

Me quedé sentado en el coche, trabajando para calmarme y poder ir a

casa y actuar con normalidad por Ellie. ¿Qué diablos podía hacer para

asegurarme de que se quedara conmigo? ¿Por qué no bastaba con que yo

fuera su única figura paterna durante casi tres años, desde que Verónica
decidió que prefería ser supermodelo que madre? ¿Por qué su reclamación

tenía más peso que la mía?

—Con un nuevo marido, eso juega a su favor. —Las palabras del

abogado volvieron a mí.

Me había quedado soltero por varias razones. Una de ellas era que no

quería apartar mi atención de Ellie. No quería que creciera con un padrastro

o madrastra que no la quisiera como un padre. Pero tampoco quería poner

mi propio corazón en riesgo otra vez. Todas las razones por las que no me

había casado de nuevo iban a perjudicarme ahora en mi intento de luchar

por Ellie. Tal vez lo que necesitaba era casarme.

—Oh, joder —dije mientras giraba por mi calle. Qué respuesta más
tonta. No tenía perspectivas de matrimonio. Aunque mi abogado decía que

estos casos podían prolongarse durante meses, incluso años, las

posibilidades de que conociera a una mujer que me gustara lo suficiente a

tiempo como para marcar la diferencia con ella eran escasas.

Entré en mi garaje, aparqué y entré en casa.

—Shhh... está aquí —dijo el fuerte susurro de Ellie.

Miré a mi alrededor y vi mantas esparcidas por el sofá, la mesa de

centro y una silla.


—Estoy segura de que no nos encontrará. —La voz de Emma llegó

desde el interior del fuerte improvisado. Una ola de emoción me llenó.

¿Qué probabilidades había de que Verónica hiciera algo como desordenar el

salón para hacer un fuerte? Cuando nos casamos, había creado una de esas

salas de estar que solo servían para aparentar, pero en la que no podías

sentarte ni usar. No había manera de que ella permitiera este tipo de

desorden.

—Vaya…. Me pregunto dónde están Ellie y Emma —Tiré mis llaves

en la mesa junto a la puerta. Oí a Ellie reírse sin parar—. Me pregunto si


estará en la cocina. —Pasé por delante de la tienda y me detuve justo al

lado de la abertura. Oí un pequeño chillido—. ¿Es eso un ratón? ¿Tengo


ratones en la casa?

Otro pequeño chillido salió de la tienda.

Oí movimiento.

—¡Bu, papá!

—¡Argh! —Di un salto hacia atrás y me puse la mano sobre el corazón

—. Ellie, me has asustado. ¿Dónde estabas?

—Aquí dentro. Hicimos un fuerte. ¿Quieres entrar? Emma y el señor

Bigotes también están aquí.

—¿De verdad? ¿Puedo entrar?


—Sí. Vamos. —Se arrastró hacia atrás para entrar en el fuerte mientras
yo me dejaba caer sobre las manos y las rodillas. Dentro, vi a Ellie

sonriendo tan feliz que hizo que mi corazón se detuviera. A su lado, Emma
tenía un pequeño juego de té y el gato de peluche, el señor Bigotes, estaba

junto a ella.

—Vamos a tomar el té. ¿Quieres un poco? —Emma sonrió mientras

sostenía una taza de té.

En ese momento, la claridad llegó como un rayo. ¿Quién mejor para

ser la perfecta esposa y madrastra de Ellie que la mujer que había sido la
perfecta amiga de ambos durante el último año? 
Capítulo 13
 

Emma

John parecía cansado y triste cuando me asomé por primera vez a través de
la manta que colgaba sobre los muebles para verlo entrar en la casa. Cuando

se agachó para entrar en la fortaleza, vi al padre que amaba a su hija más

que a la vida misma.

Me miró cuando le pregunté si quería té y algo brilló en sus ojos.


Quería creer que había tenido una epifanía y que se había dado cuenta de

que yo podía ser una mujer que se preocupaba por él, pero eso era estúpido.

—Me encantaría un té.

Nuestro fuerte era espacioso para mí y la pequeña Ellie, pero John era
enorme. O tal vez era solo el estrecho espacio que me tenía lo

suficientemente cerca como para sentir su calor e inhalar su sexy aroma. Me

hacía anhelar lo que no podía tener. Porque eso me dolía, quería alejarme.
—Te diré algo. Tú tienes una fiesta de té con la señorita Ellie y el

señor Bigotes, y yo iré a prepararos algo para la cena.

—¿Podemos comer aquí? ¿Por favooooooooor? —Ellie se llevó las

manos al corazón y me miró a mí y luego a John.

John me miró.

—¿Es resistente para poder comer dentro?

—Mmm… ¿Qué tal queso asado? —Eso parecía bastante seguro.

—Sí. Me encanta el queso a la parrilla —rebotó Ellie, con su cabecita

asomando por el techo de la manta.

—Pues queso a la parrilla. —Empecé a arrastrarme para salir.

—¿Por qué no te quedas a comer con nosotros? —dijo John antes de

que pudiera ponerme en pie. Miré hacia el fuerte, sorprendida por su oferta.

—Sí. Quédate, Emma —pidió Ellie—. El señor Bigotes también

quiere que te quedes.

Sonreí, aunque por dentro me dolió un poco, porque sabía que estaba

siendo amable. Su oferta no significaba que me quisiera.

—Sí, sería divertido.

Preparé cuatro quesos a la parrilla, incluyendo uno para el señor

Bigotes, sabiendo que John se lo comería. También corté algo de fruta e


hice un plato de verduras, ya que sabía que John siempre quería que Ellie

tomara frutas y verduras con sus comidas. Lo puse todo en una bandeja y lo

llevé al fuerte, donde oí a Ellie y a John charlando. Odiaba lo mucho que

quería formar parte de ellos.

—Toc, toc —dije—. Entrega de comida.

—Qué servicio —dijo John, alargando la mano y cogiendo la bandeja.

Me arrastré dentro, pero me senté cerca de la puerta, lista para salir

cuando la diversión y los juegos terminaran.

Comimos juntos, y cada bocado era más difícil de tragar que el

anterior, ya que interactuábamos como una familia y, sin embargo, no lo

éramos. Al menos, yo no formaba parte de ella. Cuando terminó la comida

y llegó la hora de limpiar, le dije a John que limpiaría los platos mientras él

bañaba a Ellie.

—Gracias, Emma, de verdad. No sé cómo me las arreglaría sin ti.

Me gustaba que me apreciaran. Al menos reconocía mi contribución,

aunque no se preocupara por mí como yo lo hacía por él.

—Escucha, no te vayas cuando termines. Me gustaría hablar contigo

después de acostar a Ellie, si tienes tiempo. ¿Tienes una cita o algo así? —

Su expresión parecía aprensiva ante esta última pregunta.


—No. No tengo planes para esta noche.

—¿Mañana por la noche?

Sacudí la cabeza. Jared no había llamado desde la noche que habíamos


salido, así que aparentemente no tenía la oportunidad, como John parecía

describirlo. Menos mal, ya que tampoco tenía ganas de quedar con él.

—No —dije, preguntándome por su interés en mi vida personal. Tal

vez solo quería saber que tenía un nuevo chico para ayudar a aliviar su

culpa por lo que había pasado entre nosotros—. Puedo quedarme.

Supuse que, o bien quería ponerme al día en el caso de la custodia o

quizás despedirme, ya que era muy raro trabajar para él desde que le había

dado mi virginidad.

—Genial. Gracias.

Lavé los platos y terminé de limpiar el salón. Canté en voz baja junto a

John y Ellie mientras él tocaba su guitarra y ella se bañaba. Más tarde, me

escabullí por el pasillo para escuchar como Ellie charlaba sobre su día y

John le leía un par de cuentos.

Finalmente, me dirigí de nuevo a la zona de estar para esperar a que

terminaran. Cuando salió al pasillo, parecía muy sereno. Ya no era una

expresión que viera mucho, y la echaba de menos. Cuando me vio, tragó


saliva y pareció un poco nervioso.
Mi barriga dijo «uh, oh», aunque no tenía ni idea de lo que pasaba.

—¿Quieres algo de beber? Creo que podría tener algo de vino

escondido en alguna parte.

Sacudí la cabeza.

—No, gracias. ¿Pasa algo, John? —Quería terminar con esto. La

anticipación me estaba poniendo nerviosa.

—¿Te importa si yo tomo algo?

«Es tu casa», pensé.

—No. Adelante.

Vi cómo iba a la cocina y sacaba la botella del armario superior. Se

sirvió un trago, se lo bebió y se sirvió dos dedos más.

Vino y se sentó en el sofá, pero con espacio entre nosotros.

—Hoy me han entregado los papeles de la custodia.

Mi corazón se desplomó.

—Oh, John, lo siento. Estaba pensando que tal vez había cambiado de
opinión.

—Tú y yo, los dos. —Dio un sorbo a su bebida, mirándome por

encima del borde del vaso.


—Ojalá pudiera hacer algo para ayudar. —Quise acercarme a él y

tocarlo para calmar su angustia, pero como la última vez me fue tan mal,

junté las manos en mi regazo.

—¿Lo dices en serio? —Asentí con la cabeza, preguntándome si tenía

algo en mente.

—Sí. ¿Qué puedo hacer para ayudar?

Me miró fijamente durante un largo momento.

—Podrías casarte conmigo. —Mi cerebro debía de estar dormido,

porque pensé que me acababa de pedir matrimonio.

—¿Qué?

Cerró los ojos como si se arrepintiera de sus palabras, pero cuando los

abrió vi determinación.

—Me han dicho que el caso de Verónica se hace más fuerte por el

hecho de estar casada y poder ofrecerle dos padres en el hogar. Sé que es

una locura, pero no puedo dejar que obtenga la custodia completa de Ellie.

Si dos padres convencen al juez, entonces le daré dos padres. Pero, como

sabes, no tengo perspectivas para eso.

Cuando estaba en esa fase de mi adolescencia de imaginar una vida de

cuento de hadas, solía imaginar que me proponían matrimonio. No había


pensado que sería así.

—Lo que necesito es alguien en quien pueda confiar, que se preocupe

por Ellie, y con quien pueda convencer de forma creíble de que me casaría.

—Porque nosotros... ya sabes... —Señalé el sofá.

—Porque nos conocemos desde hace un año. Es un cliché, pero no

sería el primer padre soltero que se casa con la niñera.

Era una petición descabellada. Una que ya debería haber rechazado

respetuosamente.

—Sé que es mucho pedir, Emma. Me siento como un imbécil


haciéndolo, pero quiero a esa niña más que a nada.

—Lo sé. —Sonreí, porque por mucho que me doliera que no me


quisiera, me calentaba el corazón saber que haría cualquier cosa por Ellie.

Incluso casarse con una mujer a la que no amaba ni con la que quería tener
sexo.

—Y escucha, porque sé que es mucho, estoy dispuesto a ayudarte a

cambio. Te pagaré el último año de estudios.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Qué? —Asintió con la cabeza.


—Te pagaré los estudios. Como mi esposa, no estaría bien pagarte para
que hagas de canguro, pero puedo hacerlo de otra manera. Además, te

ahorrarás el alquiler.

Oh sí, si estuviéramos casados, tendría que vivir con él.

—¿Viviría contigo?

Bajó la mirada un momento.

—Necesitaríamos vivir juntos para que pareciera real. Todo el mundo


tiene que creerlo, incluso Ellie, lo que significa que tendríamos que

compartir mi habitación, pero, te lo prometo, Emma… —levantó la mano


como si estuviera haciendo un juramento—, no te tocaré.

De todas las cosas que habían salido de su boca en los últimos


minutos, esa me dolió. Era un recordatorio de que no se sentía atraído por

mí. Se pasó las manos por la cara.

—Joder. Lo siento. Es que...

—Sí. —Su mirada buscó la mía.

—¿Qué?

No sabía lo que estaba haciendo.

—Sí, me casaré contigo para ayudarte a mantener a Ellie.


Dejó escapar un largo suspiro que sostuvo solidificar mi decisión. Lo
amaba, y al igual que él haría cualquier cosa por Ellie, yo haría cualquier

cosa por él, incluso casarme con él para ayudarlo a ganar un caso de
custodia. 
Capítulo 14
 

John

Me sentí aliviado de que Emma aceptara mi alocado plan y, al mismo


tiempo, me sentí culpable por pedirle que se involucrara en algo tan

cuestionable. No sabía si iba en contra de la ley casarse simplemente por un

caso de custodia, pero era engañoso, y odiaba pedirle que mintiera no solo
al tribunal, sino también a sus amigos y familiares.

Cuando dijo que sí, le di detalles que deberían haberla hecho cambiar

de opinión. Detalles como que debía decírselo a sus padres e invitarlos a la


boda para que pareciera real. Lo mismo con sus amigos. Hice hincapié en

que teníamos que actuar como una pareja de verdad y pasar tiempo juntos.

Le había dicho que no la tocaría porque no quería herirla como lo


había hecho antes y, sin embargo, si jugábamos a casarnos, tendríamos que

aparentar estar enamorados cuando los demás pudieran vernos. No me la


follaría, pero en público tendría que tocarla como lo haría un hombre

enamorado.

Pero aun cuando le expliqué más, siguió aceptando mi loco plan. Por

alguna razón, eso me hizo sentir peor. Realmente no debería haberle pedido
esto.

Al día siguiente, la invité a casa para empezar la treta, empezando por

decírselo a Ellie y organizando para pasar el día juntos, como lo haría una

pareja. También conseguiríamos un anillo para contribuir a la legitimidad.

Ellie y yo estábamos haciendo tortitas cuando Emma apareció a la

mañana siguiente.

—Papá y yo estamos haciendo tortitas. ¿Quieres un poco? —dijo Ellie,

agitando su espátula en el aire.

—Suena delicioso —dijo Emma. Sonrió, pero vi incertidumbre en sus

ojos.

—No tenemos que hacer esto —le dije en voz baja mientras le servía

una taza de café y se sentaba en la mesa de la cocina.

—Yo quiero hacerlo. Quiero ayudaros a ti y a Ellie.

Le puse la mano en el hombro. Ella se sacudió ligeramente y yo aparté

la mano, preguntándome si seríamos capaces de sacar esto adelante si mi


contacto la molestaba.

—¿Estás segura?

Ella levantó la vista hacia mí.

—Sí, estoy segura. —Extendió la mano y me dio una palmadita en el

brazo, como si supiera que su reacción a mi contacto me preocupaba.

Con una larga mirada a Emma para darle la oportunidad de cambiar de

opinión, volví a Ellie, que estaba sacando el jarabe de la nevera.

—Oye, Ellie, Emma y yo tenemos algunas noticias para ti.

—¿Qué? —dijo ella, poniendo el jarabe en la mesa y luego subiéndose

a su silla.

—Bueno... —Dios. ¿Realmente iba a hacer esto? ¿Iba a mentir a mi

hija? ¿Qué pasaba si Ellie se encariñaba aún más de lo que ya estaba con

Emma? Este matrimonio era para ayudar a mantener a Ellie conmigo, pero

en algún momento, este asunto de la custodia se acabaría. ¿Seríamos

capaces de ir por caminos separados? ¿Sería duro para Ellie cuando eso
sucediera?

—John, si estás cambiando de opinión...

—No. Es que... es mucho. —Ella asintió.

—Podemos esperar. —Sacudí la cabeza.


—No, no creo que podamos.

—¿El qué? —dijo Ellie, cogiendo una tortita de la bandeja y dejándola

caer en su plato. Aspiré una bocanada de aire.

—Ellie, Emma y yo vamos a casarnos. —Su cabeza me miró con las

cejas fruncidas.

—¿Como una boda?

—Sí. Tendremos una de esas y Emma vivirá con nosotros. ¿Qué te


parece?

—¡Sí! —Ellie aplaudió—. ¿Ahora serás mi mamá?

—No, cariño —dijo Emma con suavidad—. Tu mami siempre será tu

mami.

—¿Pero estará aquí con nosotros?

—Sí. Como una familia, Ellie. —Puse mi mano en el hombro de


Emma y esta vez no se inmutó.

—¿Podemos seguir jugando juntas?

—Sí. Sospecho que no cambiará mucho en lo que a eso se refiere. —

Emma ayudó a echar jarabe en las tortitas de Ellie. Luego me miró—. Debe

de ser un día especial para tener tortitas con sirope. Eso es mucho azúcar.
Asentí con la cabeza, apreciando de nuevo que entendiera lo

importante que era para mí alimentar a Ellie con alimentos saludables la

mayor parte del tiempo.

—Tenemos que celebrarlo. ¿Qué hacemos hoy, Ellie?

—¿Podemos ir al parque?

Me senté a la mesa, ofreciendo las tortitas a Emma antes de coger un

montón en mi plato.

—Claro, tal vez podamos hacer un picnic.

Una vez que dejamos de hablar sobre el matrimonio y actuamos como

lo hacíamos habitualmente, la mañana se sintió más cómoda. Era un


recordatorio de lo fácil que podía ser esto, ya que Emma encajaba muy bien

conmigo y con Ellie.

Nos preparé un picnic mientras Emma ayudaba a Ellie a vestirse y

prepararse para salir. Nos dirigimos al parque. Mientras caminábamos en


busca de un lugar para armar nuestro picnic, tomé la mano de Emma. Ella

miró nuestros dedos enlazados como si fuera raro, pero no se apartó. Era

extraño y, al mismo tiempo, se sentía bien.

Jugamos con Ellie en el parque, empujándola en los columpios,

dándole patadas a su pelota de fútbol, y más tarde almorzando.


—Cuando tengas bebés, ¿serán mi hermano o mi hermana? —

preguntó Ellie mientras daba un mordisco a su sándwich.

Emma se atragantó y yo me acerqué para acariciar ligeramente su

espalda.

—Sí. —Me vino a la cabeza la imagen de Emma con mi hijo en el

vientre. No era una imagen desagradable. El hecho de que no lo fuera me

molestaba. Esta era una relación falsa. No habría hijos para Emma y para

mí—. Pero si eso ocurriera, sería dentro de mucho tiempo.

Más tarde, vimos como Ellie se entretenía en el gimnasio de la jungla.

—Debería llevarte a una cita —le susurré a Emma. Me puse detrás de

ella con la mano en la cadera. Su aroma era dulce y seductor, por lo que era

fácil besar su sien como lo haría un hombre enamorado—. También tengo

que conseguirte un anillo.

—No necesito todo eso. Esto es por Ellie.

Me moví para poder mirarla.

—¿Esto es difícil para ti? —Ella se encogió de hombros.

—Me incomoda mentir, especialmente a mi familia. Pero pasar tiempo

con Ellie, eso no es difícil.


—¿Y conmigo? —Era extraño lo importante que era para mí que ella

también disfrutara de estar cerca de mí. No quería que esto fuera repulsivo

para ella.

—Eso tampoco es difícil.

Me moví para quedar frente a ella, presionando mi mano en su mejilla

como lo haría un hombre si estuviera enamorado.

—Sé que esto es incómodo, y lo siento. No quiero que te sientas así,

pero si queremos que esto funcione, la gente tiene que creer que es real.

Ella asintió.

—Está bien. —Puso su mano en mi pecho. Recordé cuando hizo eso la

noche que la llevé al sofá. Por un momento, me pregunté si podríamos


incluir el sexo en nuestra pequeña farsa, pero inmediatamente lo descarté.

No sería justo para ella preguntar.

Además, estábamos en público.

—Si esto fuera real, te besaría. —Se le cortó la respiración.

—Si fuera real, te dejaría.

Me incliné hacia delante y rocé suavemente mis labios sobre los suyos.

Al igual que la primera vez, su dulce sabor llenó mis sentidos y un torrente
de endorfinas de felicidad inundó mi torrente sanguíneo.
«Si fuera real», pensé.

Aquella noche, después de acostar a Ellie, Emma y yo concretamos


nuestro plan con más detalle. Nuestra historia sería que nos estábamos
viendo a escondidas, pero que yo le había pedido que se casara conmigo

hacía unas semanas. No lo habíamos anunciado porque nos había distraído


el regreso de Verónica. Habíamos planeado una gran boda, pero decidimos

acelerar las cosas y celebrar una pequeña ceremonia en el patio trasero.


Pasaríamos la luna de miel en Nueva York el fin de semana que Ellie iba a

pasarlo con su madre. Aunque la parte mezquinamente enfadada de mí


quería acabar con las visitas, sabía que eso quedaría mal y, en este caso,

apoyaría mi plan de hacer creer al mundo que este matrimonio era real.

Por un lado, me parecía engañoso y me molestaba que Emma mintiera.

Pero por otro, pasar tiempo con ella no era difícil. Era maravillosa con
Ellie, que era lo más importante para mí. Cuando estábamos solos, y no

pensábamos en falsos matrimonios, éramos los mismos de siempre,


hablando y bromeando. Una noche estaba tan metido en nuestra treta que la

besé cuando salía por la puerta para ir a casa.

—¿Hay alguien mirando? —me preguntó mientras miraba hacia su


casa y hacia el paseo de la calle.
No había nadie. O al menos yo no había visto a nadie. La verdad es
que la besé porque quería hacerlo. Si era honesto conmigo mismo, lo había

querido desde la noche en que me dio su virginidad. Diablos, incluso antes


de eso si mis pajas matutinas en la ducha eran una indicación.

—Nunca se sabe —dije, sin querer que supiera que estaba actuando

por impulso. Se suponía que esto era falso, y no quería estropearlo


enturbiando las aguas.

El día de la boda, mi patio trasero estaba lleno de gente que trabajaba


para mí en el gimnasio y algunos amigos. No tenía familia, excepto Ellie,

que estaba adorable con su bonito vestido rosa.

Los padres de Emma estaban allí. Eran buenas personas, lo que

aumentaba mi sentimiento de culpa por nuestro engaño. Me prometí a mí


mismo que, pasara lo que pasara, trataría bien a Emma. Su padre era policía

y tendría todo el derecho a dispararme si le hacía daño. Sus compañeras de


piso, la profesora de Ellie y algunos de sus compañeros de clase también

estaban allí. Para ser una boda falsa, estaba bastante concurrida y todos
parecían realmente felices, aunque sorprendidos por nuestra relación.

Me quedé cerca de un cenador improvisado y miré hacia la puerta

trasera mientras Emma aparecía y comenzaba la verdadera treta. Jesús, era


hermosa. Llevaba un sencillo vestido de color marfil que hacía que su piel
pareciera melocotón y crema. Llevaba el pelo recogido en una trenza suelta

con suaves mechones rojos al aire. Parecía tan real en comparación con
Verónica, y odié que tuviera que ser falsa. Se merecía mucho más.

—Tengo el anillo, papá —me dijo Ellie sosteniendo la pequeña


almohada cuando llegó a mí justo antes que Emma.

—Lo tienes, cariño. Gracias. —Yo tampoco la merecía, me di cuenta.


¿Qué clase de padre tendría este comportamiento?

Emma sonrió, pero pude ver en sus ojos que también se preguntaba

qué demonios estaba haciendo. Tomé su mano y la apreté, esperando que


eso la tranquilizara.

Mientras el concejal celebraba la ceremonia, me sentí aún peor. Estaba

haciendo unos votos que no pensaba cumplir. No sabía por qué Dios no me
había matado.

—Puedes besar a la novia.

¿Ya? Miré a Emma, esperando que no estuviera arruinando su vida.

Era tan joven y dulce. Era un idiota por hacerla pasar por esto. No podía
prometerle que la amaría para siempre, pero hice un voto en ese momento

de ser bueno con ella. Me aseguraría de que esto no le hiciera daño.

Sonreí, y me alegré cuando ella me devolvió la sonrisa. Me incliné


hacia delante, presionando mis labios contra los suyos y recorriendo su
mejilla hasta llegar a su oreja.

—No te haré daño, Emma. Te lo prometo.

Tuvimos una pequeña recepción, y luego nos metimos en el coche y


nos dirigimos a Nueva York para dejar a Ellie con Verónica, mientras

Emma y yo nos íbamos de luna de miel. No iba a tocarla. Este matrimonio


nunca se consumaría. Pero tenía que parecer real, así que nos reservé una

suite en un hotel de lujo y pedí que nos esperara el champán.

Me gustaba la compañía de Emma, así que pasar un día recorriendo los

lugares de interés de Nueva York con ella no iba a ser raro. Pero los
preparativos nocturnos sí podían serlo. Nos conseguí una habitación que

tenía una cama oculta por si ella estaba incómoda, aunque tendría que
acostumbrarse a compartir habitación conmigo una vez que llegáramos a

casa. Esto no funcionaría si Ellie le decía a la gente que dormíamos en


habitaciones diferentes. Aun así, iba a hacer lo que Emma necesitara para

que se sintiera segura y cómoda.

Abrí la puerta de la lujosa suite y la observé mientras se daba cuenta


del entorno.

—Vaya, John... esto es... —Sus ojos lo recorrieron todo, desde los
grandes ventanales con vistas a la ciudad de Nueva York hasta las flores que

llenaban la habitación con un aroma dulce, aunque no tanto como el suyo


—. Mucho. Demasiado. Entiendo por qué tenemos que fingir una luna de
miel, pero nadie va a vernos, ¿verdad? No necesitamos todo esto.

—¿Alguna vez has estado en un lugar como este? ¿Has sido mimada?
¿Has comido de un chef de renombre mundial? ¿Beber champán caro? —

Me quité el abrigo y lo tiré en una silla mientras me dirigía al champán.

—No.

—¿Es algo que te gustaría probar?

Se mordió el labio mientras sus ojos brillaban.

—Bueno, claro, pero...

—Te debo esto. Sé que esto es incómodo y difícil. Tampoco me gusta

mucho el engaño. Esto es algo que puedo hacer para que sea divertido.
Puede que no tengamos una verdadera luna de miel, pero somos amigos,

¿no?

Esperaba no haber jodido eso con este plan tan loco.

—Sí, por supuesto.

—Entonces, seamos dos amigos que viven en Nueva York por una

noche. —Descorché el champán—. Si el hotel ha hecho lo que le pedí, hay


un par de botellas más en la nevera.
—Te debe de costar una fortuna. —Se acercó a mí, y me sentí aliviado
de que lo aceptara.

—Tengo dinero. Mucho, en realidad. Tal vez no como papá Leo...

—Oh, Dios, ni siquiera digas ese nombre. —Hizo una mueca de


desagrado.

Sonreí porque se sentía tan jodidamente bien tener a alguien que


entendiera lo duro que era escuchar a Ellie llamar a otro hombre papá.

—La cuestión es que tengo el dinero.

—¿Incluso para mi carrera? Porque estaba pensando que tal vez sería

mejor si me tomara el año libre y fuera una madrastra en casa. Ayudaría a tu


caso...

La emoción me invadió ante sus palabras. Que estuviera dispuesta a

dejar de lado su sueño por mí.

—Eres increíble, Emma.

Se encogió de hombros.

—Iba a ser difícil de pagar de todos modos. Ya había aceptado que no


podría terminar.

—Pero lo terminarás. Tengo el dinero. Más que suficiente. Por favor,

déjame hacerlo por ti. Ellie estará en la escuela cuando tú lo estés, así que
no será diferente a este año.

—Me parece demasiado pedir.

Me reí mientras le entregaba una copa de champán.

—Estás bromeando, ¿verdad? Te pedí que dejaras tu casa para casarte


conmigo solo para mejorar mi caso para la custodia. Has dado mucho más

que yo.

Ella miró la copa de champán.

—No parece que sea más.

La miré por un momento, preguntándome qué quería decir. ¿Cómo no


iba a sentir que había dado tanto cuando básicamente había firmado un
falso matrimonio con un hombre que le había quitado la virginidad con
tanto descuido?

—Confía en mí, Emma. Si esto funciona, me habrás salvado la vida.


Ellie lo es todo.

Ella sonrió y levantó su vaso.

—Por Ellie.

—Por Ellie. —Choqué mi vaso con el suyo, y la vi beber el


burbujeante dorado.

Su nariz se retorció y sus ojos brillaron.


—Vaya, está muy bueno.

Levantó la mano y se quitó una pinza de la cabeza y su pelo cayó


alrededor de sus hombros. En un instante, me llené de necesidad y deseo de
pasar mis dedos por él. Una parte de mí deseaba que pudiéramos incluir las
partes más íntimas del matrimonio en esta situación, pero eso era pedir

demasiado. No podía tocarla cuando sabía que no podía darle lo que


necesitaba emocionalmente. En lugar de eso, me bebí el champán y me
serví más. Con suerte, eso enfriaría mis ánimos y pasaríamos la luna de
miel todavía como amigos.


Capítulo 15
 

Emma

Yo no era una mujer que necesitara una vida de champán, como parecía ser
el caso de Verónica. Pero no podía negar que esta luna de miel, por falsa

que fuera, era agradable. La comida que John había traído a través del

servicio de habitaciones era la mejor que recordaba haber probado nunca.


El champán era increíble. La habitación era exuberante y de aspecto rico.

La vista de la ciudad con las luces parpadeando era preciosa. Al crecer en

Brooklyn, había pasado mucho tiempo en Manhattan, pero nunca con tanto

lujo.

Sabía que John tenía dinero, pero no había pensado que lo tuviera así.

O que lo gastaría. No diría que era un avaro, pero sí que era frugal.

Sospechaba que la educación universitaria de Ellie ya estaba totalmente


financiada. Esperaba que no estuviera usando ese dinero eso para

ayudarme.
—¿Estás bien? —me preguntó John. Habíamos acercado el sofá a la

ventana, apagado las luces de la habitación y mirábamos las luces de la

ciudad.

—Sigues preguntando cómo estoy —dije, terminándome la última gota


de mi tercera copa de champán… ¿O era la cuarta? Me sentía achispada,

pero estaba bien. Era el nivel de borrachera en el que me sentía cálida y

contenta, pero no tonta.

—Sé que te he pedido mucho, y que es un poco incómodo —respondió


con el mismo razonamiento que había utilizado toda la noche. Era un poco

incómodo, pero empezaba a pensar que estaba proyectando sus propios

sentimientos en mí. Yo no estaba tan rara, pero tal vez él sí.

Tal vez le preocupaba que le dijera otra vez que me gustaba.

—¿Habría sido menos incómodo si no nos hubiéramos acostado?


Quiero decir, sé que no fue tan bueno para ti y tal vez por eso estás

preocupado... —Vale, tal vez había bebido suficiente champán como para

soltarme la lengua más de lo debido, pero si nuestro encuentro sexual era lo

que hacía que esto fuera raro, más valía que habláramos y nos lo quitáramos

de encima

Me miró boquiabierto.
—¿De qué estás hablando? ¿Que no fue bueno? Me corrí, Emma. Me

corrí bastante fuerte.

Quería estar orgullosa de eso, pero seamos sinceros, a los hombres no

les costaba mucho ponerse duros y tener un orgasmo. Al menos, eso era lo

que decía Winona.

—Esa es vuestra naturaleza. Me refiero al resto. No hice mucho. Solo

me quedé ahí tumbada. Hubiera hecho más, pero... bueno, no estaba segura

de qué hacer.

—Lo hiciste bien. —Se removió, terminándose el resto de su champán.

—No hice nada. —Miré mi copa vacía. Quería más, pero me pregunté

si no sería demasiado.

—Está claro que no necesitaba que lo hicieras.

Puse mi vaso sobre la mesa de café.

—Es lo único que lamento. Si pudiera volver a hacerlo, habría hecho

algo.

Se quedó en silencio un momento y cuando habló, su voz era ronca.

—¿Quieres volver a hacerlo?

Lo miré y me pareció ver en sus ojos el mismo calor del deseo que vi

aquella noche. Por mucho que quisiera volver a hacerlo, los


acontecimientos de la última vez aún estaban frescos en mi mente, incluso

con la bruma del champán. Él no me amaba. Y estaba claro que quería

mantener los límites entre nosotros. Tenía razón en hacerlo. Para ser
sincera, a veces era difícil no hundirse en su beso o creer que las caricias

que me daba en público no eran reales. Si incluyéramos las relaciones

conyugales, probablemente perdería toda la perspectiva.

Este matrimonio tenía que parecer real desde fuera, sin duda. El

tribunal necesitaba creerlo, al igual que todos en nuestras vidas. Esa parte

había sido difícil. Mis padres se sorprendieron y luego se sintieron heridos

porque no les había dicho que había estado viendo a John a nivel personal.

Winona y Bethany me dijeron que pensaban que solo me estaba utilizando

para conseguir una madre para Ellie.

—Las esposas son más baratas que las niñeras —dijo Winona.

Quería decirles a todas que estaban equivocadas, pero no lo estaban.

Necesitaba mostrarle al mundo que John y yo estábamos enamorados y

felizmente casados, aunque no lo estuviéramos. O él no lo estuviese. Me

había enamorado de él hacía mucho tiempo.

—No tienes que esforzarte tanto —dije, deseando ahora tener más

champán para adormecer mis tontos sentimientos de colegiala por él.

—¿En qué?
—Estamos casados y voy a seguir adelante con esto. No tienes que ser

amable solo para asegurarte de que no cambie de opinión.

Frunció el ceño.

—Estoy siendo amable porque soy amable. —Puse los ojos en blanco.

—Sí, lo eres. Pero a veces la gente dice cosas bonitas que no quiere

decir realmente solo para ser amable.

Sacudió la cabeza, como si no pudiera entender lo que estaba diciendo

—¿Qué he dicho que no quería decir?

—Que lo hice bien la noche que nos enrollamos. Que te corriste con

fuerza.

—No lo digo solo por ser amable. Es verdad. —Aparté la mirada,

sintiéndome tonta. Como si estuviera pescando cumplidos—. ¿Te gustó? —

preguntó, sonando un poco molesto.

—Sabes que sí. —Sentí que mis mejillas se calentaban por la

vergüenza.

—¿Cómo iba a saberlo? Es más difícil para los hombres saber que una

mujer se ha corrido que para una mujer saber que un hombre lo ha hecho.

Nos hacemos un lío.

Lo fulminé con la mirada.


—Ya lo sabes.

Me miró fijamente, con unos ojos intensos que hicieron que se me

cortara la respiración.

—Sí lo sé. ¿Sabes cómo? —Sacudí rápidamente la cabeza mientras mi

voz se perdía con mi aliento—. Porque cuando te corriste, tu apretado coño

me llevó contigo, y fue jodidamente fantástico.

Su mandíbula se tensó y apartó la mirada. Agarró la botella de

champán, vaciándola en nuestras dos copas.

—Ahora estás enfadado.

—No estoy enfadado. Estoy frustrado. —Me entregó una copa.

—¿Por qué?

—Porque, Emma, quiero respetarte y honrar lo que estás haciendo por

mí, pero también tengo tantas ganas de follar contigo que podría sacarme la

polla y masturbarme aquí mismo. —Bajó su copa de champán.

La sorpresa ante sus palabras me dejó boquiabierta. Quizá fuera el

champán. Tal vez fue el potente hombre que estaba a mi lado. Sea lo que

sea, no pude evitar preguntar:

—¿Puedo mirar?

Esta vez sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa.


—¿Quieres ver cómo me masturbo?

Sacudí la cabeza.

—No pensé...

—Quiero que me enseñes a masturbarte.

—Joder, Emma. —Soltó un gruñido frustrado.

—Lo siento, ¿he...? —Dejó escapar un suspiro.

—Estoy realmente agradecido por lo que estás haciendo por mí,


pero… —No tuvo que terminar para que me diera cuenta de que me había

humillado de nuevo.

—No importa. Es solo el alcohol.

—Te mereces algo mejor que yo. Te mereces más de lo que puedo
darte, Emma. Es importante para mí que no arruine esto...

—Sé que Ellie es importante...

—No solo Ellie, sino mi amistad contigo. No quiero herirte y que

pienses que todos los hombres son unos gilipollas inaccesibles.

Me puse de pie y me acerqué a la ventana, pero ya no vi las luces de la


ciudad. Todo lo que podía ver era el reflejo de mi cara de idiota.
—No me gusta que asumas lo que pienso o que tomes decisiones por
mí —logré decir.

Se quedó callado y me pregunté si iba a darse por vencido y


marcharse.

—Bien. ¿Quieres ver cómo me masturbo?

Ahora se estaba metiendo conmigo, lo que me hizo sentir aún más


estúpida, hasta que oí el tintineo de la hebilla de su cinturón. Me giré y lo vi

de pie, mientras se desabrochaba los pantalones, dejándolos caer al suelo.


Su polla salía larga y dura y tan hermosa.

Pasó la mano por su longitud.

—Lo hiciste, Emma. Como lo has hecho casi todas las putas mañanas
de mi vida desde que te conozco. —Sus palabras eran escuetas, y el

movimiento de su mano sobre la polla era brusco.

Recordé cómo había dicho que me imaginaba chupándole la polla

cuando se masturbaba. No tenía ni idea de cómo hacer eso, pero oh, Dios,
quería aprender.

Me acerqué tímidamente a él. Sus ojos eran oscuros e intensos

mientras me observaban. Cuando llegué a él, me puse de rodillas, hasta que


mi boca estuvo a un suspiro de su polla.
—Ah, joder, Emma...

—Dime qué hacer.

Me cogió la barbilla con la mano y me levantó la cara para mirarlo.

—No tienes que hacer esto. No deberías hacer esto.

Aparté la cabeza y me senté sobre los talones, odiando que siempre me


apartara.

—Deja de decidir por mí. Puede que no tenga experiencia, pero

conozco mis propios sentimientos y deseos. —Me puse de pie—. Si no


quieres esto, solo dilo, en lugar de actuar como si me estuvieras

protegiendo. Es insultante.

Empecé a alejarme, sin saber a dónde iría. Su mano tomó mi brazo

para detenerme.

—Sí quiero esto. Debería ser obvio —dijo con un movimiento de


cabeza hacia su polla.

—Ella quiere esto, tú no. Y mira, John, está bien. Lo entiendo. Estás
centrado en Ellie, así que probablemente no has tenido mucho tiempo para

las relaciones y las que has tenido han sido con Verónica. —Sus ojos se
oscurecieron—. Sé que no soy ella…
—¿Qué demonios significa eso? —Se agachó y se subió los

pantalones.

—Significa que no soy Verónica. No soy tan hermosa o sexy…

—Mentira. Tal vez estoy enviando mensajes contradictorios aquí, pero


tú tampoco me estás escuchando. He sido claro en que tú eres la que

protagoniza mis fantasías de madrugada. Creo que eres más hermosa que
Verónica por dentro y por fuera. Estoy tratando de ser respetuoso contigo.

—Y, sin embargo, lo único que haces es hacerme sentir inepta y tonta.

—Me alejé de nuevo.

—Quieres que te folle, ¿es eso? —Se apartó, maldiciéndose a sí mismo


como si estuviera molesto por su arrebato.

—No. Ya no. —Me dirigí al dormitorio, jurando que no dejaría que


mis hormonas y mis fantasías de cuento de hadas se apoderaran de mí

nunca más cuando se tratara de John.

Unos minutos más tarde, llevaba puesto un camisón que compré

pensando que una esposa no llevaba pantalones cortos de punto de algodón


y una camiseta a la cama. El sencillo camisón sin mangas verde espuma de

mar no era sexy, porque había dejado claro que no iba a incluir las
relaciones maritales en este matrimonio. Debería haberlo recordado antes

de arrodillarme para chuparle la polla.


Me lavé los dientes y, cuando salí del baño, John estaba apoyado en la

jamba de la puerta del dormitorio.

—El problema soy yo —admitió—. Sí que te deseo, Emma. Creo que


eres una mujer increíble. Inteligente, dulce, sexy... Perfecta. —Deseaba

poder creerle—. No te merezco. Deberías entregarte al hombre que pueda


darte algo más que un orgasmo. Tengo miedo de acabar haciéndote daño, no

físicamente, sino emocionalmente.

—Lo entiendo. —Sentí que debía apreciar lo que estaba tratando de

hacer, excepto que seguía sintiendo que estaba desestimando mis


sentimientos y mi fuerza. Ahora me estaba haciendo daño, pero decidí no

mencionarlo. Solo quería terminar la conversación e irme a la cama.

—Pero ya te he hecho daño, ¿no?

—Tal vez deberíamos dejarlo pasar, John. Lo entiendo. Este es un

matrimonio falso. Solo somos amigos. Dejémoslo así. —Me subí a la cama,
deseando poder disfrutar de la increíble suavidad de las sábanas. Cogí el

trocito de chocolate que había puesto el servicio de habitaciones y abrí el


envoltorio. Lo siguiente mejor después del sexo era el chocolate, ¿no?

Me observó desde la puerta durante un minuto y luego entró en la


habitación. Se detuvo un momento al final de la cama y me miró fijamente.
Luego se subió a la cama y, arrastrándose hasta mis piernas, me pasó
una mano por el muslo.

—No quiero dejarlo pasar. Siento que debería decirte que no, pero que
Dios me ayude Emma, te deseo. —Miró sus manos mientras acariciaban

mis muslos.

Quería seguir enfadada con él, pero su tacto estaba enviando una

descarga de energía erótica directamente a mi núcleo.

—No lo hice bien la primera vez —dijo en voz baja, mientras me subía
el camisón para dejar al descubierto mis bragas. Al menos eran sexys, o,

por lo menos, bonitas. No eran las simples bragas blancas de algodón que
solía llevar. Su mirada se dirigió a mi rostro—. Quiero darte placer. Quiero

usar mis manos y mi boca y enviarte al cielo. ¿Me dejas?

Por supuesto que le dejaba. Ya estaba a un toque de la combustión.

—¿Vas a parar a mitad?

Sus labios se torcieron hacia arriba.

—No. Se trata de que te haga sentir bien. —Su dedo dibujó una línea
en el centro de mis bragas—. Estás mojada, Emma. Quiero probarte.

¿Puedo?
Para ser sincera, no podía imaginar que un tipo quisiera poner su boca
en esa parte del cuerpo de una mujer, aunque sabía que era algo que hacían

muchas parejas. Pero mi cuerpo estaba tan apretado que zumbaba, y


cualquier cosa que quisiera hacerme estaba bien para mí.

Asentí con la cabeza, porque no podía formar palabras. Sus dedos se

engancharon en mis bragas y las bajaron. Sus ojos brillaron al mirar mi


coño.

—Se ve delicioso. —Tiró las bragas al suelo por encima de su hombro.


Luego, sus manos se deslizaron por mis caderas, empujando mi camisón

hacia arriba para exponer mis pechos—. Quiero ver tus deliciosas tetas. —
Su voz era áspera, como el papel de lija.

Me subí el camisón por la cabeza y lo tiré también a un lado. Se


arrodilló entre mis piernas y su mirada recorrió mi cuerpo.

—No vuelvas a compararte con Verónica, Emma. —Me miró a la cara


y luego se arrastró hasta quedar de manos y rodillas sobre mí—.
Prométemelo.

Asentí con la cabeza. Se inclinó hacia delante, rozando sus labios

sobre los míos y gimiendo al hacerlo.

—No hagas nada más que sentir, ¿vale? —Susurró mientras sus labios
recorrían mi mandíbula—. Solo siente.
Sus manos y su boca se dirigieron a mis pechos, y jadeé ante el placer
que se dirigía directamente a mi coño mientras él chupaba y pellizcaba.

—Tan sensible —murmuró contra mi piel mientras bajaba por mi


vientre—. Ábrete para mí, nena.

Abrí las piernas, tratando de no sentirme avergonzada por estar


exponiendo mi coño mojado ante él. Acomodó sus hombros entre mis

muslos mientras sus ojos bebían mi coño. Levantó la vista con una sonrisa
perversa.

—Estás muy mojada. Dime que es por mí.

—Es por ti —logré decir.

—Aguanta, nena, porque voy a hacerte gritar de placer.

No estaba segura de si se refería literalmente o no, pero por si acaso,

mis manos se agarraron a las sábanas, mientras las suyas se deslizaban bajo
mi trasero y sus labios chupaban suavemente la piel de mi muslo interior.

—John —gemí, necesitando que dejara de burlarse de mí.

—Sigue haciendo eso. Sigue diciendo mi nombre. —Su lengua


presionó mi coño, arrastrándose lentamente por mis pliegues y girando
alrededor de mi clítoris.
Grité y mi cuerpo se arqueó sobre la cama mientras una deliciosa
sensación recorría mi cuerpo. Solté la sábana y me acerqué a él.

—Quiero sentirte —dije mientras mis manos encontraban su camisa.

—Se trata de ti, cariño.

—Por favor.

Se movió rápidamente, haciendo saltar los botones de su camisa


mientras la abría y se la quitaba. Antes no se había abrochado los
pantalones del todo, así que se los pudo quitar rápidos. Luego, se acomodó

de nuevo entre mis muslos.

—Sí. —Suspiré cuando su cálida piel rozó la mía y su boca volvió a


estar sobre mí.

—Sabes tan jodidamente dulce. —Sus dedos abrieron los labios de mi


coño y su lengua se introdujo en mi interior.

—¡Oh, Dios! —Mis caderas volvieron a levantarse de la cama.


Giraron mientras su boca me devoraba. Mi coño palpitaba. Mi cuerpo ardía.

Él gimió, y su vibración contra mi coño envió un nivel completamente


nuevo de placer tortuoso a través de mi cuerpo—. Oh, Dios, no pares... No
pares... —Me retorcía mientras su lengua lamía y empujaba dentro de mí y
luego chupaba mi clítoris.
—Dame tu coño, Emma. —Sus labios envolvieron mi clítoris y

chuparon mientras su dedo se introducía en mi interior.

Mi cuerpo se tensó al instante mientras alcanzaba la cúspide y se


disparaba hacia la estratosfera.

—¡John! —Mis caderas se agitaron contra su boca mientras el dulce

placer inundaba mi cuerpo. Su boca chupaba y lamía mientras me follaba


con el dedo y era increíble. Cuando terminó, sentí como si mis huesos se
hubieran licuado.

—Tengo que follarte, Emma... Me estoy muriendo. —Subió por mi


cuerpo y agarró mis caderas—. Por favor, dime que puedo tenerte.

—Sí. —Era como un sueño hecho realidad escuchar la necesidad


desesperada en su voz.

—Lo siento, cariño, esto puede doler.

Mis manos agarraron sus hombros.

—Fóllame.

Gruñó y empujó, llenándome en un instante. Grité y me arqueé de


nuevo, no por el dolor, sino por la emoción de sentirlo dentro de mí.

—Lo siento... No puedo esperar —dijo, levantando las manos. Sus


caderas empezaron a bombear, duro y rápido, y fue increíble. Tan bueno.
Inmediatamente, mi cuerpo respondió. El placer aumentó de nuevo, cada

deslizamiento de su polla dentro de mí me empujaba hacia arriba.

Jadeaba, sus caderas chocaban contra mí, moviéndome físicamente en


la cama. Apoyé las manos en el cabecero de la cama para mantenerme en el

sitio.

—Joder, me estoy corriendo... —Metió la mano entre nuestros


cuerpos, con sus caderas chocando contra las mías, golpeando mi clítoris y
haciéndome caer de nuevo en el olvido—. Dios, sí... córrete conmigo. —Se
retiró y volvió a penetrarme. El calor llenó mi coño. Me aferré a él. No

tenía ni idea de lo que pasaría cuando saliéramos de este subidón sexual, así
que ahora mismo me aferraba a la perfección de este hombre dentro de mí,
nuestros cuerpos moviéndose en sincronía como uno solo. 
Capítulo 16
 

John

Realmente estaba intentando hacer lo correcto. Emma se merecía un


hombre mejor que yo, de eso estaba seguro. Pero me mataba pensar que ella

interiorizaba mi intento de hacer lo correcto por ella como un rechazo. Que

pensaba que había algo malo en ella. Cuando fui al dormitorio a hablar con
ella, no tenía intención de follarla, al menos no con mi polla. No se trataba

de excitarme. Se trataba de mostrarle lo increíble que pensaba que era. Lo

hermosa y sexy que me parecía. Quería darle placer para detener su dolor.

Su respuesta a mis caricias me volvía loco. La forma en que se

arqueaba y se movía ante mi boca devorando su coño me ponía tan duro

que era un milagro que no me corriera solo por eso. Cuando el sabor de su

coño inundó mi boca, me volví loco de necesidad. Tenía que entrar en ese
dulce, caliente y húmedo coño o moriría.
Disparé mi carga dentro de ella como un adolescente en su primer

polvo. Me volví loco. Pero más que el instinto primario de aparearse estaba

la profunda necesidad de hacerla mía. Cuando bajé de la euforia sexual, la

intensidad de esa necesidad me asustó mucho, aunque persistiera y me

instara a no ignorarla. Nunca había sentido eso. Había amado a Verónica, no


cabía duda, pero no había sentido esa conexión con ella que parecía tener

con Emma. Era como si mi alma se sintiera atraída por ella.

Recuperé el aliento y la miré, esperando que no la hubiera herido o

asustado. No parecía tan feliz como la primera vez, pero tampoco había
dolor o miedo en su rostro. Era anticipación. Como si estuviera esperando a

ver cómo iba a responder. No podía culparla, ya que la última vez me había

retirado de ella física y emocionalmente antes de que mi polla terminara de


palpitar dentro de su cuerpo.

Me acomodé a su lado, atrayéndola hacia mí y apartando un mechón

de su suave pelo de su cara.

—¿Estás bien? —Frunció los labios, molesta.

—¿Dejarás de preguntarme eso alguna vez? —Sacudí la cabeza.

—No. Necesito saberlo. Pero quiero decirte que ha sido jodidamente

fantástico. —Su sonrisa era tan brillante y hermosa que me dejó sin aliento.
Era como si le hubiera hecho un regalo—. Y ahora, déjame preguntarte de

nuevo, ¿estás bien?

—Estoy jodidamente fantástica.

En el fondo de mi cabeza, mi conciencia me decía que esto no era

inteligente, pero lo hecho, hecho está. Me la había follado, y a mi libido le


costaba resistirse a hacerlo de nuevo. Después de todo, estábamos casados.

Y, sin embargo, mi estúpida conciencia me advertía que era un matrimonio

falso. Que todas las razones por las que me había resistido a tocarla seguían

ahí.

Como si supiera lo que pasaba en mi cerebro, dijo:

—Sé que esto no es para siempre, John. Lo entiendo. Pero quizá

podríamos centrarnos en el ahora. Me gusta que me toques. Quiero que me

enseñes...

—Me gusta tocarte, Emma, pero no hay nada que tenga que enseñarte.

—Se limitó a mirarme fijamente—. El buen sexo consiste en prestar

atención a lo que excita a tu pareja. Sí, hay diferentes posiciones y cosas

que puedes hacer, pero solo son tan buenas cuando tu pareja las disfruta.

—Así que estar tumbado empalmado... ¿Te gusta? —Me reí.

—Creo que la prueba está goteando de tu coño. —Me detuve un

momento a pensar en lo que acababa de decir—. Joder, no he usado condón.


—Tomo la píldora. —Arqueé una ceja.

—¿Desde cuándo?

—Desde que esperaba que, en algún momento de este matrimonio,


podría convencerte de que cedieras y te acostaras conmigo.

Sentí alivio y, sin embargo, también había algo más. No era decepción,

porque eso sería una locura. No quería un matrimonio de verdad ni más

hijos. Pero no podía negar que pensaba en lo bonita que estaría Emma,

gorda y con un niño mío en su interior. En lo espectacular que sería como

madre.

—Inteligente. —La besé porque el impulso estaba ahí y ahora me

sentía libre de complacerlo—. Lo que quería decir antes es que sí, a veces

es agradable ser el único que recibe placer. Centrarse completamente en ti y

en lo que te excita.

—¿Te gusta cuando una mujer te hace eso?

—Claro. Para ser sincero, estoy abierto a casi todo. —Sonreí.

—Entonces, quiero hacértelo a ti. Quiero hacer realidad lo que dijiste

que pensabas que pasaba cuando te masturbabas pensando en mí.

Sentí que mi polla se agitaba, lo que parecía imposible ya que se había

corrido hacía solo unos minutos.


—Eso no es necesario. —Ella frunció el ceño.

—¿Dices que no a todo?

—No he dicho que no. He dicho que no es necesario. A algunas

mujeres no les gusta chupar pollas y no quiero que sientas que debes

hacerlo.

—No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. Sé que tenemos que

esperar...

—¿Por qué? —¿Esperar? ¿Por qué tenía que esperar?

Su cabeza se inclinó hacia arriba para mirarme.

—Porque los hombres necesitáis tiempo... ¿No?

—¿Parece que necesita tiempo? —Señalé con la cabeza hacia mi polla.

No estaba erecta del todo, pero tampoco estaba dormida. Me la miró.

—No está tan grande como antes. —Me reí.

—Me estás matando. —Levantó la cabeza.

—Lo siento...

—Está bien —dije besando su cabeza, encontrando su ingenuidad

dulce—. No está a tope, pero tampoco tiene su tamaño normal. Empezó a

animarse cuando mencionaste que querías chuparla. Le gusta la idea.


Sus mejillas se volvieron de un bonito tono rosado.

—Oh, claro... Nunca la he visto pequeña. —Me atraganté.

—Por favor, no la llames pequeño. Le harás sentirse cohibida.

Ella sonrió.

—Cierto, lo siento.

—Podrías compensármelo. Tal vez acariciándola. —Se rió.

—No me gustaría haberla ofendido. —Pasó un dedo por la longitud de

mi polla, haciéndole saltar. Sentí la oleada de sangre que indicaba que

estaba listo para otra ronda. Comenzó a ponerse más dura cada vez.

—¿Ves? Le gustas. —La envolvió con su mano.

—¿Qué parte es la más sensible? —Ella la acarició, y yo me acomodé

para dejar que tomase el control.

—Todo está bien, pero el borde alrededor de la punta es especialmente

sensible.

Pasó su dedo por el borde, y yo aspiré un suspiro. Mi polla respondió,

acercándose a la erección total. Movió su cuerpo hasta quedar arrodillada a

mi lado, con su cara sobre mi polla terminando su viaje hacia la excitación

total. Le pasé la mano por el trasero.

—Si no quieres usar tu boca, no tienes que hacerlo.


—Quiero hacerlo. —Pasó su lengua por la punta, enviando chispas

eléctricas por mi eje—. ¿Cómo lo hago?

—Como si fuera una piruleta. —La observé mientras estudiaba mi


polla con fascinación. La idea de que esto era una exploración, una aventura

para ella hacía que la situación fuera aún más erótica. ¿Quién sabía lo que

descubriría?

Rodeó con sus labios la cabeza de mi polla, agarrándola justo por


debajo del borde.

—Joder... sí... —Cerré los ojos mientras otra oleada de las más dulces

sensaciones recorría mi cuerpo. La mayoría de las mujeres que me hacían


una mamada entraban a fondo, chupando profunda y rápidamente. Emma se
tomó su tiempo, conociendo cada centímetro de mi polla, y le encantó.

Dejé que mi mano acariciara tranquilamente su parte trasera hasta

llegar a entre sus piernas, donde me burlaba de su coño. Sus caderas se


agitaron cuando deslicé mi dedo por su abertura.

—Me estás distrayendo —dijo, sujetando mi polla.

—Lo siento. —Volví a llevar mi mano a su culo—. Pero ¿sabes?


Podrías sentarte a horcajadas sobre mi cara y ambos podríamos dar y recibir

placer.

Sus ojos brillaron con intriga.


—Quizá la próxima vez.

—¿La próxima vez?

—Esta vez quiero centrarme en ti y en conocer tu polla.

¿Quién era yo para discutir eso?

—La próxima vez, entonces.

Una vez decidido esto, volvió a rodear mi polla con sus labios, y esta
vez parecía tener una idea más clara de lo que debía hacer. Pasó el tiempo

en la punta, volviéndome loco hasta que pensé que podría empezar a


empujar, y luego la chupó hasta metérsela hasta el fondo.

—Eso está bien, nena —dije, usando mi otra mano para enredar mis
dedos en su pelo. Una de sus manos me acarició las pelotas mientras volvía

a prestar atención a la punta. Me sacudí, empujando hacia arriba—. Sí...


joder...

La forma tímida en que se había movido antes había desaparecido, y


ahora parecía saber exactamente lo que estaba haciendo... Y, joder, lo hacía

muy bien. Empujé su pelo hacia atrás, queriendo ver sus labios mientras
agarraban mi polla, viendo cómo esta desaparecía en su boca. La presión

aumentó. Mis pelotas se tensaron, preparándose para disparar mi carga.


—Emma... Me voy a correr... —Empecé a apartarla. No quería que le
diera asco que me corriese en su boca. Ella apretó su agarre, y comenzó a

moverse más rápido—. Oh, Jesús... Tienes que parar si no lo quieres en tu


boca.

Estaba jadeando como si hubiera corrido una maratón mientras

trabajaba para terminar en su boca.

Su cabeza se giró ligeramente y su mirada se fijó en la mía. En ella vi

que quería que me corriera en su boca.

Quería que estuviera segura, pero ya había pasado el momento de


preguntar. Cuando su lengua se deslizó a lo largo de mi pene dentro de su
boca, y luego tiró hacia arriba para deslizarse a lo largo del borde, me fui.

—Joooooder. —Mis caderas se dispararon, empujando en su boca

mientras mi orgasmo me atravesaba—. No pares, nena... Dios... sigue


chupando...

Me agarró con su mano, usando su boca para concentrarse en el borde.

Yo estaba en el cielo mientras ella trabajaba con mi polla, exprimiendo


hasta la última gota de semen.

—Oh, Jesús ... Cristo ... —Mi respiración era agitada mientras
recuperaba el ritmo.
Siguió chupando hasta que me relajé. Luego, besó la punta y se movió

para acostarse a mi lado.

—¿Seguro que nunca has hecho eso antes? —pregunté, sintiendo aún

los efectos del orgasmo que recorrían mi cuerpo.

—Nunca.

—Tienes un talento natural. —Sonrió.

—Me gusta hacer que te corras, John. Me hace sentir poderosa y

femenina.

—Eres ambas cosas, nena. Jesús... ¿Todavía tengo la parte superior de

la cabeza?

Se sonrojó un poco, pero pude ver que el elogio significaba mucho

para ella. Era un elogio bien ganado.

—¿Pueden las personas realmente dar sexo oral al mismo tiempo? —


preguntó.

—Sí.

—Me distraería demasiado.

—Eso ocurre. Pero no me distraeré cuando sea tu turno. —Tiré de ella


hasta que se tumbó sobre mí—. Entonces, ¿por qué no te pones a horcajadas
sobre mi cara y me dejas que te corra otra vez?
Se mordió el labio.

—¿No te asfixiaré?

—No, pero si lo hicieras, valdría la pena. Muerte por el dulce coño de


Emma. ¿Pondrías eso en mi lápida? —La ayudé a moverse hasta que estuvo

sobre mi cara. Inhalé el dulce y sexy aroma de su coño—. Agárrate al


cabecero, nena, y deja que te lleve al cielo.

Ella se agarró a la tabla de madera mientras yo sostenía sus caderas y


llevaba mi boca a su coño. Gimió cuando pasé la lengua por sus pliegues.

Entonces, la follé con la lengua. Sus caderas se movían y retorcían mientras


devoraba su coño hasta que gritó y me llenó la boca con su dulce jugo. Se

desplomó a mi lado y la atraje hacia mí.

—Gracias —murmuró somnolienta a mi lado.

—¿Por qué? —pregunté, acariciándola suavemente mientras se


acomodaba a mi lado.

Pero ella no respondió. Estaba dormida. Le besé la cabeza. La abracé,


preguntándome qué había en ella que me golpeaba tan fuerte en el pecho.

Nunca había estado con una virgen. ¿Era su dulce inocencia y su curiosidad
por el sexo lo que me afectaba tanto? ¿O era algo más? 
Capítulo 17
 

Emma

Me decepcionó que nuestra luna de miel solo durara una noche, ya que
estaba segura de que, una vez que dejáramos la habitación de lujo y

volviéramos a la vida real, John volvería a centrarse en Ellie y reiteraría su

afirmación de que no podía darme lo que me merecía. En cierto modo, tenía


razón. Se empeñaba tanto en no amar nunca que, por muy bien que

estuvieran las cosas entre nosotros, no podía entregarse a mí. Al mismo

tiempo, era injusto querer que nuestro tiempo juntos cambiara su actitud,

porque ahora mismo lo más importante era mantener la custodia de Ellie.

Llegamos a casa después de recoger a Ellie de casa de Verónica a

última hora de la noche del domingo. El intercambio fue tenso. Me di

cuenta de que ambos tenían cosas que querían decirse, pero no lo hicieron
delante de Ellie. Tenía que darles crédito a ambos por eso. Exhaustos, todos
nos fuimos a la cama. Al principio, me sentí un poco rara al meterme en la

cama de John con Ellie en la otra habitación, pero el sueño llegó rápido.

Fui vagamente consciente de que John salía de la cama. Estaba oscuro,

pero al mirar el reloj vi que eran las cinco de la mañana. Cielos,


¿normalmente se levantaba tan temprano? Me di la vuelta y volví a dormir

hasta que más tarde lo oí entrar en el baño.

Me levanté de la cama y comprobé que Ellie estaba durmiendo en su

cama. Volví a la habitación de John y entré en el cuarto de baño, todo


vaporizado por su ducha.

—¿John? —Abrió la puerta de golpe.

—¿Sí? ¿Todo bien?

El agua resbalaba sobre sus duros músculos, haciéndome la boca agua.

—Sí. —Me quité el camisón, viendo cómo sus ojos se oscurecían

cuando su mirada se posaba en mis pechos—. Estaba pensando en tu rutina

matutina.

—No la estaba haciendo esta mañana.

—¿Por qué la harías si estoy aquí para hacerla por ti? —Entré en la

ducha y me puse de rodillas para adorar su polla, ya dura y lista.


—Eres una puta fantasía —gruñó mientras sus dedos se enroscaban en

mi pelo y sus caderas bombeaban suavemente mientras lo chupaba. Me

encantaba el olor que emanaba de él cuando estaba excitado. La sensación

de su polla, piel suave sobre acero duro, mientras se deslizaba por mi

lengua—. Ah, joder... Emma.

Me agarró de los brazos y me levantó.

—No has terminado —protesté. ¿Había entrado Ellie? ¿Había cerrado

la puerta con llave?

Me apretó contra la baldosa, sus dedos se deslizaron hasta mi coño


mientras me chupaba el pezón, haciéndome gritar mientras el placer me

atravesaba.

—Voy a correrme dentro de ti —dijo cuando soltó mi pecho—.

Aguanta.

Me aferré a sus hombros mientras él levantaba mis piernas alrededor

de sus muslos y empujaba su dura longitud dentro de mí.

—Oh, Dios, John. —Se sentía tan bien llenándome.

—¿Te gusta esto? ¿Te gusta que te folle?

—Sí... Mucho.
A diferencia de la mayoría de las veces que había tenido sexo conmigo

durante nuestra corta luna de miel, esta vez se movió duro, rápido, furioso.

Sus caderas se agitaron, su polla golpeando dentro de mí, enviándome al


borde del olvido.

—Córrete conmigo, Emma —gruñó—. Joder... me estoy corriendo...

Empujó con fuerza y se mantuvo, golpeando un punto dentro de mí

que había pensado que era un mito, hasta que me envió a un intenso y duro

orgasmo que me robó el aliento.

—Oh, Dios... eso es... —dijo, apretándose contra mí, y luego

retirándose y empujando de nuevo—. Tu coño está tan apretado... Haces

que me corra tan fuerte... Te estoy llenando con mi semen... —decía

palabras sucias y sensuales que aumentaban mi placer.

Sentía mi cuerpo como si fuese gelatina cuando terminamos. Por

suerte, me sostuvo hasta que pude orientarme.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Creo que es la mejor manera de empezar el día. —Se rió.

—Mejor que masturbarme yo solo, eso seguro.

A partir de ese momento, nos acomodamos a nuestro día a día. Era

fácil querer a Ellie y a John. Nuestros días no eran tan diferentes a los de
antes, excepto que me despertaba en su cama y que ahora podía tocarlo. Era

perfecto. Lo sentía como un verdadero matrimonio.

Pero fui lo suficientemente inteligente como para no creer que estaba

destinado a durar. Nos habíamos casado para ayudarlo a mantener a Ellie.


Éramos dos personas que se atraían mutuamente, y aunque sabía que lo

amaba, también sabía que él no me amaba a mí. Se preocupaba por mí, pero

nunca se permitiría quererme. De hecho, probablemente se enfadaría si

supiera lo que yo sentía por él. Así que fui por la vida actuando como su

esposa, mientras vivíamos como amigos con beneficios. Por ahora, sería

suficiente, o eso me decía a mí misma.

Cuidaba de Ellie durante el día, como siempre. Salíamos de excursión,

hacíamos actividades y jugábamos. Cuando John volvía del trabajo,

cenábamos y pasábamos tiempo en familia. En lo único que no participaba

era en la rutina nocturna de John de acostar a Ellie. Ese era su momento, y

yo respetaba su necesidad de conectarse.

Ellie tenía visitas regulares de fin de semana con Verónica. Cada vez

que eso pasaba, John se ponía nervioso. Quería suspender todas las visitas

porque no podía evitar la sensación de que Phoebe podría llevársela.

—Pero quedaría mal en el juzgado si suspendiera las visitas, aunque

estoy en mi derecho de hacerlo —había dicho una noche mientras


estábamos sentados en el sofá después de que Ellie se fuera con Verónica—.

Y Ellie parece estar disfrutando de pasar tiempo con ella. No puedo quitarle

eso.

—Eres un buen padre, John.

—No es fácil. Tú eres más madre que Verónica... ¿Está mal que lo

diga?

Sus palabras me llenaron el corazón.

—La quiero —dije, deseando poder decirle que yo también lo quería a

él—. Estoy segura de que Verónica también la quiere. Solo que es un tipo

de madre diferente.

Suspiró.

—Siempre fue un tipo de mujer diferente. No puedo decir que deseara

no haber estado con ella, ya que no tendría a Ellie, pero ahora veo que no

era la persona adecuada para mí.

—Ella es hermosa y sexy. No puedo imaginar a ningún hombre,

especialmente un universitario, que no se deje embaucar por eso.

Se volvió hacia mí y me atrajo hacia él.

—No te equivocas. Pero ahora veo la diferencia. Es una mujer

hermosa, pero tal como es ahora, eso requiere trabajo. No todo es real. Tú,
en cambio... —Me cogió la cara con la mano y me miró a los ojos—. Toda

tú eres real. Y más hermosa, por dentro y por fuera.

Me dolía el corazón, deseando que quisiera decir que estaba


enamorado de mí. Deseando poder decirle todo lo que había en mi corazón.

En cambio, sonreí.

—Si quieres tener suerte, solo tienes que pedirlo. —Se rió.

—¿Quieres follarme aquí mismo?

—¿Ves? No ha sido tan difícil —dije mientras lo volvía a poner


encima de mí.

La semana siguiente, Ellie y yo hicimos algunas compras, entre ellos

algunos artículos para el hogar, así como juguetes con los que poder jugar
en el jardín. Entramos en un supermercado, pasando por una zona que hacía

fotos. Por un momento, me detuve, deseando que John, Ellie y yo nos


hiciéramos una foto de familia.

—Me he hecho una foto —dijo Ellie.

—¿Sí? —La cogí de la mano, continuando nuestro camino hacia la


tienda.

—Mi mamá me llevó.


—Apuesto a que es una foto bonita —dije, tratando de no ponerme
celosa de que Verónica obtuviera el retrato familiar en vez de yo.

—Supongo.

Terminamos nuestras compras y más tarde hicimos burbujas en el patio


trasero con las enormes varitas que habíamos comprado. Algunos días,

como ese, era fácil olvidar que mi vida era falsa y que se estaba librando
una gran batalla por la custodia.

El viernes era nuestra primera comparecencia ante el tribunal. Como


John tenía que parecer un hombre de familia, lo acompañé, al igual que Leo

a Verónica.

La tensión entre John y Verónica era tan densa que parecía que había
absorbido todo el aire de la habitación.

—¿Es cierto que, desde el divorcio, el señor Sullivan ha concedido a la


señora Dawson visitas siempre que ha querido? —preguntó la jueza.

Parecía tener la edad de mi madre, y esperaba que fuera igual de sabia.


¿Sería más probable que una mujer jueza superara el prejuicio de que las

madres eran mejores que los padres y fallara a favor de uno?

—Así es, señoría —dijo el abogado de John—. Cuando la señora

Dawson volvió a aparecer después de casi un año de ausencia, concedió una


visita y ha seguido haciéndolo incluso durante este caso de custodia.
Oí un sonido audible de molestia por parte de Verónica al recordar el
abogado que había estado fuera durante un año.

—A la luz de la relación amistosa en el pasado, me pregunto por qué

no se llevó esto a mediación primero.

—La señora Dawson pide la custodia exclusiva —dijo el otro abogado

—. Según mi experiencia, la mediación no funcionaría en un caso como


este.

La jueza se quedó mirando a Verónica.

—¿Por qué única? No veo nada aquí que sugiera que el señor Sullivan
esté haciendo un mal trabajo. Lo que sí veo es que la señora Dawson ha

tenido visitas limitadas. Una petición de custodia exclusiva no tiene sentido.

Me alegraba que la jueza entrara en razón. Eso tenía que ser un buen
augurio para John.

—La señora Dawson se ha vuelto a casar y está establecida. Está


preparada para asumir las responsabilidades que supone ser la madre de

Ellie Sullivan —dijo el abogado.

—De nuevo, no veo nada que sugiera que el señor Sullivan no es

responsable. ¿Por qué no la custodia compartida?


—A la señora Dawson le preocupa el estilo de vida del señor Sullivan

—dijo el hábil abogado neoyorquino de Verónica.

—¿Qué demonios? —siseó John.

Su abogado presionó su mano en el brazo de John para mantenerlo


calmado.

—Señoría, si la señora Dawson tiene un problema con el señor

Sullivan, ¿por qué no está en los documentos judiciales? La verdad es que


ella no está en condiciones de conocer el estilo de vida del señor Sullivan,

ya que solo lo ha visto a él y a la niña unas pocas veces en los últimos tres
años.

—Está claro que el señor Sullivan ha tenido una aventura indiscreta

con su niñera mientras la niña estaba en casa. Solo se casaron para


encubrirlo y posiblemente para engañar al tribunal para esta audiencia de
custodia —dijo el abogado de la parte contraria.

La ira bullía en mi interior. Apreté las manos, deseando poder usarlas

en la cara de suficiencia de Verónica.

—Los padres solteros nunca se volverían a casar si fuera contrario a la

ley salir con alguien —dijo el abogado de John—. Ellie conoce y quiere a la
señora Emma Sullivan. La verdad es que el señor Sullivan solo siguió su

corazón cuando estaba claro que la señora Sullivan quería a Ellie y que
Ellie la quería a ella. El hecho de que Ellie nunca hable del señor Baskin

sugiere que no hay ninguna relación ahí.

—¡Eso es mentira! —gritó Verónica.

—Señora Dawson…

—Leo quiere a Ellie.

El mazo sonó y la jueza suspiró.

—Los casos de custodia siempre sacan lo peor de la gente, que a


menudo olvida que el asunto en cuestión es lo mejor para Ellie Sullivan. —

La sala permaneció en silencio—. A la luz del hecho de que el señor


Sullivan y la señora Dawson…

—Soy la señora Baskin —dijo Verónica—. Ahora solo uso Dawson


para trabaja.

La jueza la miró con dureza, y el abogado de Verónica se inclinó para

susurrarle algo. Sospechaba que era para decirle que dejara de hablar fuera
de lugar.

—Como decía, en vista de que el señor Sullivan y la señora Baskin


pudieron negociar los términos de la custodia y el régimen de visitas en el

pasado, voy a ordenar que intenten una mediación. No quiero ver a dos
padres destrozarse mutuamente si han sido amistosos en el pasado.
Sabíamos que no se tomaría ninguna decisión en esa audiencia, pero
fue una decepción no sentirse más cerca de la resolución. Aunque en teoría

estaba de acuerdo en que sería mejor para Ellie que John y Phoebe
resolvieran la custodia por su cuenta, no veía a ninguno de los dos
cediendo.

En el viaje de vuelta a casa, John estaba tranquilo. Además de verse

obligado a negociar con Phoebe, imaginé que estaba pensando que casarse
conmigo había sido una mala idea. Se suponía que yo ayudaría a su caso,

pero su abogado había sugerido que la relación entre John y yo era sórdida.

—Verónica tiene muy mala leche —dijo finalmente cuando entró en el

camino de entrada a casa.

—El juez tiene razón; las disputas tienen una forma de sacar lo peor de
la gente.

—¿Phoebe quiere ir a malas? De acuerdo, iremos a malas.

Siempre había tenido la sensación de que, en el fondo, John era un


hombre que podía estar enfadado y ser oscuro. Nunca hablaba mucho de su

infancia, pero había habido suficientes comentarios que me hacían pensar


que no había sido buena y que arrastraba alguna carga emocional. El hecho

de que fuera un padre tan tranquilo y un hombre tan cariñoso era un


testimonio de su carácter. Sospechaba que Ellie era la causa de que trabajara
para limar las asperezas.

Pero ahora, en sus ojos, vi verdadera rabia y un hombre que haría

cualquier cosa para proteger a su hija. Había algo en él que me inquietaba.


No creí que se pusiera violento o que hiciera algo ilegal, pero sí pude ver

que sobrepasaría los límites de la sociedad civil.

Se volvió hacia mí.

—Tengo que ir a trabajar.

—Recogeré a Ellie e iremos al parque.

—Prefiero que te quedes en casa con ella.

—¿Crees que Verónica hará algo?

—No lo sé. Me alegro de que no lo hayamos organizado para que se

lleve a Ellie hoy de visita.

Tenía que estar de acuerdo con eso.

—De acuerdo. Encontraremos cosas que hacer en casa.

—Gracias. —Su voz era distante.

—¿John? ¿Estás pensando que casarse fue una mala idea?


Me miró durante un segundo y luego se volvió para mirar por la
ventana delantera.

—No lo sé. Pero ya es demasiado tarde para cambiarlo.

No sé por qué sus palabras me dolieron tanto. Sabía qué iba a decir y,
sin embargo, escuchar que podría arrepentirse de haberse casado conmigo
me golpeó en lo más profundo y algo en mi interior se rompió. 
Capítulo 18
 

John

Yo era un gilipollas. La verdad era que la gilipollez formaba parte de mi


naturaleza. Solo lo había ocultado porque no quería ser como los imbéciles

que mi madre había traído a casa cuando yo crecía. Cuando nació Ellie, de

alguna manera, no ser un capullo había resultado más fácil. Al mirar el


precioso rostro de mi hija, algo había cambiado dentro de mí. Había

ayudado a crear a este ser perfecto, así que no podía ser del todo malo,

¿verdad

Pero Verónica aprovechó para sacar mi bestia interior. En lugar de

desquitarme con ella, había dicho algo para herir a Emma, una mujer que

solo intentaba ayudarme. Pero mi rabia estaba demasiado cruda, demasiado

a flor de piel como para lidiar con ella, así que la dejé al cuidado de Ellie
mientras yo me iba a trabajar.
Una de las ventajas de tener un gimnasio era la posibilidad de hacer

ejercicio cuando quisiera. Para mí, hacer ejercicio era una forma de lidiar

con la ira que recorría mi cuerpo; con las ganas de golpear algo. Después de

una dura carrera de tres millas en la cinta de correr, levanté pesas y escalé el

muro de escalada, que siempre me ayudaba a concentrarme y a


equilibrarme.

Me sentía más tranquilo, pero debía de haber algo en mi

comportamiento que delataba mi alteración, ya que la mayoría de mis

empleados me evitaban, excepto mi director, que se había acordado de que


tenía que acudir al juzgado ese día, aunque no me hizo comentarios al

respecto.

Cuando llegué a casa, me encontré con una Ellie alegre y una Emma

agradable, como siempre. De hecho, cualquiera que nos viera desde fuera

habría pensado que éramos una familia normal. Pero podía sentir el dolor en

Emma. Intentaba ocultarlo con su sonrisa y su comportamiento normal,


pero yo veía el dolor en sus ojos. Decidí que me disculparía cuando Ellie se

fuera a la cama, pero cuando fui a buscarla, no estaba en el salón. ¿Se había

ido?

La encontré en la cama, de lado frente a la pared. Me senté en el borde


de la cama, esperando que no estuviera profundamente dormida.
—Lo siento —le dije. Ella se puso de espaldas.

—¿Por qué? —Ella sabía por qué. Solo actuaba como si no le

molestara, porque seamos sinceros, este matrimonio se suponía que era una

farsa.

—Por lo que dije antes. Sobre casarse. —Se encogió de hombros.

—Pensaste que este matrimonio ayudaría a tu caso, y Verónica lo

volvió en tu contra. Es natural que lo cuestiones.

Quería tocarla, pero no me sentía con derecho a hacerlo.

—No tiene nada que ver contigo. —En el momento en el que

pronuncié las palabras, me di cuenta de lo mal que sonaban. Su mandíbula

se tensó y la miré a los ojos para ver si la estaba haciendo llorar—. —Soy

tan jodidamente malo en esto. Eres genial, Emma. El problema no es que

seas tú. Es lo que parece.

—Lo entiendo. Hicimos esto para ayudar a tu caso, pero si te está

perjudicando, podemos terminar.

«Diablos, no», grité en mi cabeza.

—No. Eso parecería sospechoso. Tenemos que seguir como si fuera

real.
—De acuerdo. Lo que necesites que haga. —Hablaba de forma

mecánica. No había sentimiento mientras las palabras salían de su boca. Era

como si estuviera haciendo todos los movimientos, pero hubiera apagado


sus sentimientos.

La miré fijamente, preguntándome cómo una mujer tan dulce estaba

dispuesta a ayudarme cuando todo lo que hacía era causarle dolor.

—Parece que siempre te hago daño. No quiero hacerlo, Emma. —Ella

reunió una sonrisa.

—Lo sé. Todo esto es duro para ti. No te preocupes por mí. Esto es

sobre Ellie. Concéntrate en ella.

Cerré los ojos mientras la culpa y la gratitud se mezclaban. ¿Por qué

Verónica no podía ser más como Emma? ¿Por qué no podía poner a Ellie en

primer lugar? ¿Por qué no podía comprometerse?

Las siguientes semanas, nuestras vidas fueron como las primeras, pero

sin sexo. Eso estaba bien porque, aunque la deseaba tanto que me hacía

cruzar los ojos, sabía que continuar con una relación sexual solo

complicaría las cosas entre nosotros. Emma era joven, y aunque decía que

entendía mi postura de no volver a amar, pretender ser una familia, con

interludios sexuales incluidos, podía desdibujar las líneas. Ya le había hecho

bastante daño. Le había pedido demasiado. Así que, por la noche, me


quedaba en mi lado de la cama y trataba de no sentirme demasiado mal

cuando no aparecía en la ducha conmigo por la mañana.

Aparte de no tener sexo, todo lo demás era igual. Emma era

maravillosa con Ellie. La tenía explorando cosas y aprendiendo, mientras


pensaba que estaba jugando y divirtiéndose. No teníamos sexo, pero

pasábamos mucho tiempo hablando, y su apoyo me parecía inestimable. Me

di cuenta de que no me arrepentía de este matrimonio, porque necesitaba a

Emma a mi lado para lidiar con todas las emociones locas que sentía.

También tenía la capacidad de mantener bajo control mis impulsos más

bajos y mezquinos con respecto a Verónica.

Cuando se programó la mediación, se acordó que solo iríamos

Verónica y yo, y no nuestros cónyuges. Se determinó que, dado que

Verónica y yo habíamos sido capaces de resolver la custodia y el régimen

de visitas antes, lo mejor sería que fuéramos solo nosotros dos. Pero el

barco de los divorciados amistosos había zarpado el día en el que Verónica

demandó la custodia exclusiva. Y aunque me gustaba que Emma pudiera

mantenerme a raya, me alegraba que no estuviera allí, porque no quería

frenar mis bajos instintos.

—Sabes que podría arruinar tu reputación —dijo mientras las

negociaciones se desmoronaban. Ninguno de los dos estaba dispuesto a


ceder. Si hubiera acudido a mí y me hubiera pedido más tiempo, tal vez se

lo hubiera dado. Pero ahora, ni siquiera estaba dispuesto a considerar la

custodia compartida, y definitivamente no iba a aceptar nada que no tuviera

a Ellie viviendo conmigo a tiempo completo.

—¿Sí? —Enarqué una ceja, preguntándome cómo era posible que

pensara eso.

—La gente me conoce y me quiere. Cuando sepan que me estás

ocultando a mi hija, te vilipendiarán. La gente dejará de ir a tus gimnasios.

Los medios de comunicación te tendrán como un mal tipo aquí y en el

extranjero.

Estaba seguro de que, si iba a hacer eso, ya lo habría hecho. Pero no lo


había hecho, y yo sabía por qué.

—¿Contarás cómo abandonaste a Ellie cuando tenía dos años? ¿Cómo

la has visto solo un puñado de veces en esos años? —La tensión en la cara

de Verónica era tan fuerte que era un milagro que no se rompiera. Me

incliné hacia delante—. ¿Quieres pelear sucio? Que así sea. Empezaré por

cómo te perdiste el cumpleaños de Ellie. Algo me dice que eso manchará tu

imagen. Tienes mucho más que perder que yo en lo que respecta a la

reputación. No hay nada más feo que una mujer que abandona a su hija.
—Vale, ya está bien —dijo la mediadora. Estaba seguro de que estaba

claro para ella como para mí que esto no iba a funcionar.

—Eres un cabrón, John —espetó Verónica.

—Tú eres la que has dicho que quieres llevar esto a los medios de

comunicación. Por supuesto, probablemente no consideraste que Ellie lo

vería y lo escucharía todo. Que la herirías atacándome.

Verónica se inclinó hacia delante y me señaló con el dedo.

—Tú también estabas dispuesto a atacarme.

—Yo lo único que he dicho ha sido la verdad. La verdad que Ellie


conoce, porque la ha vivido. Ella sabe que no la has visitado. Que te

perdiste su cumpleaños.

Al final, estaba claro que volveríamos a los tribunales. Ahora más que

nunca, no quería que Ellie fuera a casa de Verónica. Si bien Ellie no había
dicho nada que indicara que Verónica estaba tratando de envenenarla contra

mí, el asunto se estaba intensificando, y no podía estar seguro de que no lo


hiciera. Tampoco estaba seguro de que no intentara fugarse con Ellie.

Pero mi abogado me dijo que siguiera con las visitas como siempre
para no quedar como un gilipollas. Empezaba a echar de menos a mi

gilipollas interior.
Supongo que fueron los contactos de Leo los que hicieron que nuestra
próxima cita en el juzgado se fijara con bastante rapidez después de nuestra

fallida mediación. Estaba claro que la intención de esta comparecencia era


que Verónica quería más visitas. Como volvíamos a presumir de familias

biparentales estables, Leo estaba con Verónica y Emma conmigo.

—¿Ha negado el señor Sullivan alguna visita? —preguntó la jueza al

abogado de Verónica.

—No, su señoría, pero le gustaría algo más oficial. Como sabe, los

casos de custodia pueden ser conflictivos, y ella no quiere perder las visitas.

—Mi cliente nunca ha negado o amenazado con negar las visitas —


dijo mi abogado. Eso no era cierto. Es que no había amenazado a Verónica

con negarle las visitas.

—No veo ninguna razón por la que la señor Baskin no deba establecer
un régimen de visitas.

Joder.

—A ella le gustaría llevarse a Ellie por más tiempo que los fines de

semana. Es verano, y le gustaría tener a Ellie durante un mes —dijo su


abogado.

—No —dije en voz baja.


—Ellie nunca ha estado lejos de su padre más de tres días —dijo mi
abogado, poniendo su mano en mi brazo para tranquilizarme—. Quizá

podamos empezar con una semana.

—La señora Baskin es la madre de Ellie... —empezó a decir el otro


abogado.

—No se trata de la señora Baskin ni del señor Sullivan —intervino mi


abogado—. Se trata de Ellie. Es una niña de cinco años que solo ha vivido

con su padre. Dale tiempo para que se adapte.

Me gustó el pequeño golpe al decir que Ellie solo me conocía a mí,


pero no me gustaba ceder a visitas más largas.

—Estoy de acuerdo —dijo la jueza—. La señora Baskin tendrá una


visita de una semana, y si va bien, estudiaremos la posibilidad de ampliarla.

—Luego miró su agenda para fijar la próxima audiencia. ¿Por qué estaba
tardando tanto?

De camino a casa, me quejé con Emma.

—¿Por qué Verónica tiene una segunda oportunidad? ¿Por qué a nadie
le importa una mierda que haya sido yo quien se haya quedado mientras

Verónica revoloteaba egoístamente por el mundo?

—Sé que parece injusto...


—Es injusto. Joder. —Golpeé el volante. Emma se quedó callada. La

miré y pude ver que estaba pensando en algo que no me gustaría escuchar
—. ¿Qué?

Se encogió de hombros.

—Nada.

—No. Quiero saberlo. ¿Crees que estoy siendo un capullo?

—No. Solo creo que... —Ella no terminó de hablar.

—¿Piensas qué? —La pinché para que siguiera. Suspiró.

—Tu abogado lo ha dicho. Se trata de Ellie y de lo que es mejor para


ella. —La miré boquiabierto.

—¿Crees que Verónica es lo mejor?

—¡No! Dios, no. Lo que creo, sin embargo, es que Ellie sabe que
Verónica es su madre. La quiere. Podría ser bueno para Ellie pasar más

tiempo con ella y conocerla.

La rabia se disparó en mi interior. Tanto que, al principio, solo hervía,

acumulándose en mi pecho hasta que, finalmente, se soltó.

—Esto no es de tu maldita incumbencia, Emma.

—En parte es asunto mío, porque estamos casados y estoy tratando de

ayudar...
—Lo que tenemos es un acuerdo. Estoy pagando para que me ayudes a

mantener a Ellie, no para que seas parte de la toma de decisiones con


respecto a ella.

Emma se echó hacia atrás como si la hubiera abofeteado. Sabía que

debía sentirme mal por ello, pero no lo hice. Se suponía que ella estaba de
mi lado, maldita sea.

Giró la cabeza para mirar por la ventana.

Bien. Había recibido el memorándum. Ellie era mi hija.

Si antes había pensado que las cosas estaban un poco distantes entre

nosotros, después de eso pude sentir un claro resentimiento por su parte.


Pero no podía preocuparme por ello. Nada, ni siquiera la esposa que

deseaba conservar, se interpondría en mi lucha por Ellie.  


Capítulo 19
 

Emma

Tenía razón. Yo era una herramienta para ayudar en su caso de custodia. No


tenía derechos en lo que respectaba a Ellie. Pero eso no detuvo el dolor que

sentí ante su arrebato. Al dolor le siguió el habitual sentimiento de

estupidez. No importaba cuántas veces me recordara que nuestro


matrimonio era falso, seguía olvidándolo. Todo lo demás parecía real,

aunque él ya no me tocara. Nos relacionábamos como una familia, y para

mí, mis sentimientos por él y Ellie eran reales.

Pero no podía dejar que mi deseo de querer algo más se interpusiera en

el objetivo, que era asegurarme de que él conservara la custodia de Ellie.

Así que, por mucho que me hiriera, por mucho que quisiera enfadarme con

él, tuve que dejar todo eso de lado la semana siguiente, cuando una
trabajadora designada por el tribunal se presentó para entrevistarnos.
La mujer era solo unos años mayor que yo. Parecía amable y

competente, no como los trabajadores sociales que aparecen en la

televisión, siempre fríos y desconfiados con las personas con las que tienen

que hablar.

—Además de reunirme con ustedes y observarlos con Ellie, hablaré

con otras personas de sus vidas, como la maestra de Ellie, los médicos, la

guardería....

—Emma es la cuidadora de Ellie —dijo John.

Aunque no creí que quisiera ser hiriente, lo fue. Me sentí como si me

hubieran relegado a niñera de nuevo.

—Entonces, ¿eres una madre a tiempo completo en casa? —Asentí con

la cabeza—. Usted y el señor Sullivan no llevan mucho tiempo casados. De

hecho, parece que os casasteis después de que os entregaran los papeles


sobre la custodia. —No lo dijo, pero su tono indicaba que le parecía

sospechoso.

—Emma y yo estuvimos saliendo un año y estábamos comprometidos

cuando Verónica volvió a aparecer.

Esperaba que la mujer no preguntara a mis compañeras de piso o a mis

padres sobre eso. Nadie podría verificar nuestra historia porque, por

supuesto, no era cierta.


—¿Y tú eras la niñera antes de eso?

—Conocí a John cuando me mudé a la casa de al lado —empecé a

decir.

—Quedé inmediatamente prendado —dijo cogiendo mi mano. Si eso

fuera cierto.

—Resultó que también trabajaba en la escuela de Ellie, así que todo

sucedió a la vez... Me convertí en su niñera y en la novia de John a la vez.

—La mentira se asentó en la boca del estómago haciéndome sentir náuseas.

De hecho, toda esta situación de las últimas dos semanas me ponía enferma.
Los quería a él y a Ellie, y quería ayudarlos, pero el estrés de la situación y

la tensión que crecía entre John y yo eran difíciles de manejar. Como tenía

que dar la imagen de un matrimonio amoroso, tenía que mantener todas

esas emociones dentro, y claramente, estaban empezando a afectar a mi

salud física.

—Entonces, ¿vas a volver a trabajar?

—No. —Los ojos de John se entrecerraron al mirarme.

—Emma está planeando...

—Me voy a quedar en casa.

—¿Ellie estará en qué grado...? —La mujer miró su papel.


—Primer grado —contesté.

—Podría trabajar.

—Me gusta encargarme de las labores del hogar. Sé que es muy poco
moderno para una mujer hoy en día, pero por ahora, lo disfruto.

Se volvió hacia John.

—Veo que puede permitirse vivir con un solo ingreso. De hecho, vive

de forma bastante modesta teniendo en cuenta tus ingresos.

Comprendía lo importante que era para el bienestar infantil investigar

a las familias para asegurarse de que tenían los medios y la estabilidad

emocional para cuidar de un niño, pero me parecía invasivo. ¿También

investigaban mis datos económicos?

—No necesito mucho. Ellie. Emma. Un techo. Eso es todo —dijo

John, y eso sí lo creí. Bueno, la parte de Ellie y el techo, al menos.

—¿Te criaste en una familia tradicional? —nos preguntó.

—Sí. Mis padres viven en Brooklyn —dije.

—¿Qué te trajo aquí?

—Vine aquí para la universidad y me quedé —dije. Sonreí a John,

esperando parecer una mujer enamorada—. Me enamoré de mi vecino.


John se llevó mi mano a los labios. Era muy extraño cómo ese gesto

me hacía feliz y me entristecía al mismo tiempo. No era real, tuve que

recordarme a mí misma.

—¿Y usted, señor Sullivan?

—Fui criado por una madre soltera, en su mayoría.

—¿En su mayoría?

—Se volvió a casar varias veces, pero ninguna se mantuvo. —Escuché

el borde de la tensión en su voz, pero se esforzó por mantener una sonrisa.

—Parece que no fue tan estable como lo que le estás proporcionando a

Ellie —dijo, aparentemente escuchando también su tono.

—No. Fue difícil, para ser sincero, y por eso me he esforzado tanto en

proporcionarle a Ellie un hogar estable.

Deseaba saber qué le había pasado de niño, pero no era el momento de

preguntar.

—La paternidad soltera no es tan inusual ahora como antes, pero

necesito preguntar cómo fue que conseguiste la custodia la primera vez.

—Verónica quería salir. Yo me quedé. —La trabajadora social lo

estudió como si esperara que se explicase mejor.

—¿Ella quería el divorcio, pero no se llevó a Ellie?


—Verónica y yo nos casamos jóvenes. Creo que estábamos atrapados

en la idea de un cuento de hadas. La realidad, al menos para ella, era muy

diferente. Yo era feliz viviendo en una pequeña ciudad, dirigiendo mi

negocio y criando a mi hija. Verónica quería más. Así que se fue para

conseguirlo.

—¿Y te pareció bien? —Se encogió de hombros.

—En el momento en que ocurrió, lo veía venir. Ella era infeliz. La vida

aquí conmigo era aburrida, al menos eso era lo que decía.

—¿Y qué hay de Ellie?

Se tomó un minuto y tuve que admirar su moderación al elegir

cuidadosamente sus palabras.

—Ellie no entraba en los planes de Verónica en ese momento. Tenía un

sueño que perseguir.

—Así que te dejaron cuidar de Ellie solo. —Frunció el ceño.

—No fue así. Habría luchado con ella entonces si hubiera intentado

llevarse a Ellie. Me encanta mi vida. Me encanta ser el padre de Ellie. La

elegiría por encima de cualquier cosa y de cualquiera. Así que no, no me


quedé con ella. No me la quedé por defecto.
—Lo siento. No quise sugerir eso. Veo que te tomas la paternidad muy

en serio.

La trabajadora social habló con nosotros un poco más y luego pidió


ver a Ellie, que había ido a la casa de al lado a jugar al salón de belleza con

Winona y Bethany. Ellie se mostró como siempre, amable y curiosa, con la

trabajadora social. Se presentaba como una niña bien adaptada y feliz, lo

que tenía que ser un buen augurio para John. No quería que fuera infeliz

con Phoebe, pero esperaba que el nivel de facilidad y comodidad de Ellie

con John fuera más evidente que con ella.

Más tarde, cuando Ellie estaba en la cama, John fue a su despacho. Me

hubiera gustado comentar el día con él, pero como no parecía querer hablar,
leí un poco y luego me fui a la cama.

Cuando llegó a la cama, se puso de lado y puso su mano en mi cadera.

—¿Emma?

—¿Hmm? —Volví la cabeza para mirarlo.

—¿No piensas ir a la escuela en otoño? —Sacudí la cabeza.

—Creo que hasta que esto se resuelva, debería quedarme en casa. Te


dará puntos extra, especialmente si Verónica planea trabajar un poco. —No

sabía si eso era cierto. No estaba segura de si los jueces echaban en cara el
trabajo a las madres hoy en día.
Me observó por un momento.

—Odio que pierdas tiempo.

—Está bien. No me importa. —La verdad era que no podía imaginar

que mi cerebro funcionara académicamente con todo esto en marcha.


Cuando acepté ayudar, supuse que las cosas irían como siempre, y en su

mayor parte así fue. Cuidaba a Ellie mientras John trabajaba y salía con
ellos después de cenar. Pero la batalla por la custodia tenía un nivel de
tensión sobre la casa que empezaba a cansarme, mental y físicamente.

—Bueno, acabo de contratar a un investigador privado y quizá

encuentre algo que resuelva esto más pronto que tarde.

—¿Investigador? —Me giré para mirarlo—. ¿Para qué?

—Quiero que encuentre los trapos sucios de Phoebe.

Eso no sonaba como el John que yo conocía.

—Eso parece un poco siniestro. —Sus ojos se volvieron fieros.

—Nunca he ocultado el hecho de que haría cualquier cosa para


mantener a Ellie. Además, hay algo en esto que no me parece bien. ¿Por

qué pedir la custodia exclusiva después de haber estado fuera durante años?
¿Por qué no pedirla compartida?

Tenía razón en eso, pero, aun así.


—¿Y si encuentra algo?

—Entonces lo usaré.

—¿Y si Verónica y Leo contratan a alguien para que te controle?

—Que lo hagan. No tengo nada que ocultar —dijo con confianza. Me

pregunté si eso era cierto. No es que pensara que John tuviera un esqueleto
en el armario, pero era increíblemente fácil tomar algo aparentemente

benigno y convertirlo en algo maligno. O tal vez descubrirían que nuestro


matrimonio era falso.

—¿Qué tal: te casaste con tu niñera para obtener la custodia?

Se encogió de hombros.

—Eso ya lo hemos explicado.

Estaba segura de que, si alguien escarbaba lo suficiente, encontraría

agujeros en nuestra historia. Como el hecho de que nadie en nuestras vidas


supiera que estábamos saliendo o que ninguno de nosotros anunciara

nuestro compromiso cuando se suponía que había ocurrido.

—¿Qué pasa con Ellie? —pregunté. Dejó escapar un suspiro molesto.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Quieres arriesgarte a que se entere de los trapos sucios de su


madre? Te guste o no, Verónica es la madre de Ellie. Ellie podría resultar
herida...

—Si Ellie sale herida, es por culpa de Verónica.

Vi que no se podía hablar con él. No había razón para intentarlo. Había
sido claro sobre mi papel. Sobre mi lugar. Me giré para ir a dormir.

—Emma. —Se acercó más, acurrucándome. El instinto me hizo


acomodarme contra él, aunque mi cerebro me decía que mantuviera la

distancia.

—¿Hmm? —Me quedé donde estaba.

—Este soy yo. —Fue una afirmación extraña. Giré la cabeza hacia

atrás.

—¿Qué quieres decir?

—En el fondo, soy un destructor. Me crie en un hogar caótico y a

veces violento. Sobreviví luchando. No necesariamente con los puños,


aunque mentiría si dijera que nunca los he usado. —Me volví hacia él

mientras una ola de compasión me recorría. Quería abrazar al niño


maltratado que había dentro del hombre que estaba a mi lado—. No pienso

usar mis puños ahora, pero lucharé como sea necesario. Eso es lo que soy.

Apoyé mi mano en su mejilla.


—Puedo ver eso, pero también eres un padre cariñoso. Eres un hombre

generoso y cariñoso. No lo pierdas.

Me miró fijamente durante mucho tiempo.

—¿Lo ves?

—Lo veo.

—Ellie definitivamente me ha ayudado a limar las asperezas, pero…

—Siempre has sido una buena persona, John. Ellie puede haberte
ayudado a descubrirlo, pero siempre ha estado ahí.

—Eres increíble, ¿lo sabes? —Su mirada recorrió mi rostro hasta que
finalmente volvió a mis ojos—. No te merezco...

Gemí.

—Para. Estoy cansada de oír eso. —Sonrió.

—Lo siento. Es cierto. Lo digo sobre todo cuando tengo poderosos

sentimientos de desearte.

—¿Qué?

—Te deseo. Cuando siento eso, me recuerdo que no te merezco. Te


hice daño, y antes de que esto termine, siento que te haré más daño. Y, sin

embargo, no puedo dejar de desearte. Puedo evitar tocarte, pero si dijeras


que está bien, te tocaría en un minuto, aunque sé que no lo merezco.
—¿Qué te mereces?

—Me gusta pensar que merezco ser el padre de Ellie.

—Lo mereces. —Tocarlo sería un error. Le daría a mi corazón la falsa


sensación de que teníamos algo más de lo que teníamos. Aun así, me quité

el camisón, amando cómo sus ojos brillaban de deseo cuando mi piel


desnuda se posaba sobre la suya—. Tú también te mereces sentirte bien. —

Quería decir que él me merecía a mí, pero lo negaba tanto que me decanté
por el sexo.

Me acercó a él, y su erección ya estaba presionando completamente

contra mi vientre.

—Me haces sentir bien, Emma. —Si solo pudiera hacerle sentir amor.

—Entonces, deberías desvestirte. —Mostró una sonrisa malvada.

—Como quieras. —Se echó hacia atrás, desnudándose y tirando la


ropa a un lado.

Antes de que pudiera tirar de mí hacia él, le empujé y me puse a

horcajadas sobre sus muslos.

—Quiero probar a estar encima. —Sus manos se deslizaron por mis


muslos.

—Lo que quieras, nena.


Las pocas veces que habíamos tenido sexo, John llevaba la delantera, a
menos que yo le hiciera una mamada. Pero incluso entonces, acababa por

ponerme debajo de él o entre él y la pared de la ducha, y tomaba el control.


Esta vez quería que me tocara a mí marcar el ritmo y tener el control.

Miré su polla, gruesa y dura, sobre su vientre.

—A veces no puedo creer que esa cosa encaje en mí.

—Encaja perfectamente —murmuró mientras sus manos amasaban

mis pechos y pellizcaban mis pezones.

—¿Te gusta cuando la mujer está encima? —Se rió.

—Soy fácil, nena. Arriba, abajo, de lado... de cualquier manera, me


gusta. —Hizo palanca hacia arriba—. Pero sea como sea, tienes que estar

preparada. —Tiró de un pezón con los dientes mientras su dedo se deslizaba


entre mis pliegues. Dejé escapar un gemido cuando su tacto me hizo sentir

un chisporroteo erótico.

—John.

—¿Sí? —Su boca cambió a mi otro pecho.

—Quiero tener el control.

—Entonces, tómalo. —Era difícil hacer algo con las dulces


sensaciones que corrían por mi torrente sanguíneo. Recobrando la cordura,
presioné mis manos sobre sus hombros y lo empujé hacia atrás. Sus ojos
brillaban con calor mientras me miraba—. ¿Qué me vas a hacer?

Maniobré sobre su polla y deslicé mi coño a lo largo de su longitud.


Dejó escapar un suspiro. Solo había una cosa que sabía hacer. Empujé su
punta hasta mi entrada, y usando el peso de mi cuerpo, me hundí,
tomándolo dentro de mí.

—Oh, joder, sí —suspiró de nuevo, cerrando los ojos.

Tenía razón. El lento deslizamiento de su polla era deliciosamente


sensual. Juré que podía sentir cada cresta, cada pulso de su polla, mientras

me deslizaba más y más profundamente sobre él. Por fin, estaba


completamente metido dentro de mí.

—¿Qué te gusta? —le pregunté.

—Haz lo que te haga sentir bien, nena. Yo solo te acompañaré en el


viaje. —Sus manos se apoyaron en mis muslos—. Tú tienes el control.

Tenía una idea de lo que debía hacer, pero como nunca lo había hecho,
me sentía cohibida. Pero John esperó. No agarró mis caderas para ayudarme

a moverme. No balanceó su pelvis. Esperó, con sus ojos oscuros


mirándome.

Apreté mi coño y él siseó. Moví las caderas y él se mordió el labio

inferior. Subí y bajé de nuevo, y él gimió. Con sus sonidos y expresiones


faciales como guía, me moví sobre él, amando cómo respondía a mi cuerpo.

Quería prolongar el placer, pero mi cuerpo tenía otras ideas. Me


empujó a moverme más, más rápido, más fuerte, mientras la necesidad se
enroscaba más y más.

—Así es, nena... qué bien... te sientes tan bien. —Sus dedos se

flexionaron y luego agarraron mis muslos con más fuerza—. Vas a hacer
que me corra...

Sus palabras me incitaron a seguir adelante, y lo cabalgué con fuerza.


Me ardían los muslos, pero no me importaba.

—¡Oh, joder! —La parte superior de su cuerpo se tambaleó, y luego


sus caderas se movieron hacia arriba, y la sensación de líquido caliente
llenó mi coño. Para mí, ésa era la parte más erótica del sexo: cuando John

se corría y me llenaba con su esencia. Eché la cabeza hacia atrás cuando mi


propio orgasmo me atravesó. Me subí a la ola de placer hasta que me agoté
por completo y me desplomé sobre su pecho.

Su mano me acarició la espalda. Permanecimos entrelazados durante

un rato hasta que me moví para tumbarme a su lado. Era tan agradable estar
tranquila en sus brazos. Me sentía como en casa. Inspiré hondo mientras me
recordaba, una vez más, que aquello no era un hogar.

—Me has distraído tanto que se me ha olvidado disculparme —dijo.


—Oh, ¿por qué?

—Por cómo he estado. Me estás ayudando y he sido hosco y grosero.

—Lo entiendo.

Se quedó callado un momento.

—No es mi intención arremeter contra ti. Aprecio todo lo que estás


haciendo y no quiero herirte. —Se notaba que venía un «pero»—. Pero
quise decir que lo que pasé, en este caso de custodia, es toda mi decisión.

Eso no quiere decir que no puedas aportar nada, pero no tienes nada que
decir.

Era increíble lo rápido que podía hacerme sentir como una reina, y
luego en una sola declaración, herirme tan profundamente.

—Lo entiendo. —Me tomé un minuto para decidir si quería decirle lo


que estaba pensando. Decidiendo que no tenía nada que perder y que era
importante para el bienestar de Ellie, dije—: Acepto que todas las
decisiones sean tuyas, pero si creo que algo puede afectar a Ellie, lo voy a

decir.

Sentí que se ponía rígido.

—¿Crees que la perjudicaría?


—No a propósito. Te has portado muy bien con la forma de hablar de

Verónica, especialmente delante de Ellie, pero veo que estás llegando a tu


límite. Verónica es la madre de Ellie, y no quieres hacer nada que en el
futuro pueda hacer que Ellie esté resentida contigo.

—Esto es jodidamente increíble. —Se alejó de mí—. ¿Qué hay de


Ellie resentida con Verónica?

—Si Verónica tiene éxito, eso probablemente sucederá, pero no me


importa Verónica. Me importáis tú y Ellie.

Se levantó de la cama y se puso una sudadera.

—No estoy en esto por tu cuidado, Emma. Estás aquí para que el juez
se alegre de que Ellie tenga un hogar estable. He criado a Ellie solo durante

casi tres años. Creo que puedo seguir manejándola sin tus percepciones e
interferencias.

Me tomé un momento para mantener la calma, incluso cuando


amenazaban las lágrimas de dolor y rabia por salir. Pero no fui capaz de

ocultar completamente mis sentimientos.

—Me iría, ya que claramente no me quieres aquí, pero entonces podría


afectar a tu premio de padre del año.

—¡Soy un buen padre!


Me sentí mal por ser tan sarcástica porque la verdad era que era un

buen padre. Solo era un falso marido de mierda.

—Eres un buen padre, John. —Sin saber qué más decir, me di la vuelta
para ir a dormir, aunque sabía que no lo haría. 
Capítulo 20
 

John

Me senté en el sofá mirando el televisor, pero sin ver lo que ponían en él.
No podía ordenar mis sentimientos. Sí, había vuelto a herir a Emma por ser

un imbécil. Fue una estupidez, porque ella había dado un giro completo a su

vida, y al parecer estaba dispuesta a dejar su educación en suspenso para


ayudarnos a mí y a Ellie. Tenía que disculparme. Arrastrarme, incluso.

Pero otra parte de mí se mantenía firme en mi creencia de que yo era el

único que tomaba las decisiones y que mis elecciones eran las correctas.
¿Por qué iba a tomar la delantera en este caso de custodia cuando no tenía

ninguna duda de que Verónica, con la ayuda del dinero de Leo, también

lucharía suciamente? Yo era una buena persona, pero eso no significaba que

no tuviera esqueletos. ¿Y si le contaba al tribunal cómo había sido abusado


de niña? ¿Cómo mi madre no fue capaz de controlarme muy bien cuando

era adolescente, y me metí en algunos líos? Son cosas que le había contado
a Verónica cuando ella y yo habíamos estado juntos. Ahora ella podía

usarlas en mi contra. Estadísticamente, los maltratadores fueron alguna vez

maltratados, y, por lo tanto, como alguien que fue maltratado, se me

consideraría un riesgo para hacerle lo mismo a Ellie. Si Ellie se caía del

columpio, ¿me acusaría Verónica de haberla herido? No podía sentarme y


esperar que la justicia prevaleciera. Tenía que luchar por Ellie y por mis

derechos.

Creía que Emma se preocupaba por nosotros. Estaba seguro de que

quería a Ellie, y había veces que creía que me quería a mí. Una parte de mí
quería saberlo con seguridad, y si era así, aferrarse a ello, porque, joder,

necesitaba algo sólido a lo que aferrarme.

Pero la otra parte sabía que el hecho de que Emma sintiera algo por mí

era una mala idea. Estaba claro que teníamos problemas, y esto ni siquiera

era un matrimonio real. ¿Cuánto tiempo iba a soportar que siguiera

haciéndole daño? Había dicho que estaba dispuesta a irse, pero que eso
perjudicaría el caso. Al menos estaba comprometida con esto hasta el final.

Mi abogado decía que los casos de custodia tardaban meses, a veces incluso

un año o más. ¿Emma aguantaría tanto tiempo?

Cuando hice el trato con Emma, pensé que iría a la escuela y que
nuestras vidas no serían muy diferentes, excepto que viviría con nosotros.
Pero ahora estaba planeando no ir. Aunque nos habíamos tomado un

descanso del sexo, ella acababa de darme un paseo increíble, y oh, cómo lo

necesitaba. El sexo con Emma era, de alguna manera, algo más que el

estallido físico de un orgasmo. Era como si ella encendiera cada neurona de

mi cuerpo. Cuando nos movíamos, era como si fuéramos uno. Era

espectacular, aunque fuera inquietante, porque sabía que eso significaba que
mis emociones estaban involucradas.

Tal vez era el momento de volver al plan original. No tocarse. Nada

más que amistad. No podía permitirme el lujo de enamorarme de ella, y

estaba claro que era una clara posibilidad de que pudiera hacerlo.

Al día siguiente, Emma se dedicó a levantar a Ellie y a preparar el

desayuno, pero estaba claro que no estaba comprometida conmigo. No era

tan cálida y abierta, al menos no conmigo. Con Ellie, era como el sol y el

arco iris mezclados, que era lo que yo quería. Me recordé a mí mismo que
Emma debía centrarse en Ellie y no meterse en mis asuntos. Claro que sería

bueno tener otra persona en la que confiar para recibir apoyo y comentarios,

pero hacía mucho tiempo que había aprendido que la única persona en la

que podía confiar para mantenerme segura y feliz era yo.

Así que me alegré de que captara el mensaje y se mantuviera en su

carril, sin dar su opinión sobre el caso o sobre lo que debía hacer. Eso era lo
que me decía a mí mismo cuando pasaban los días y Emma se comportaba

de forma perfecta y maravillosa con Ellie, y fría conmigo. Tenía que

recordarme a mí mismo que eso era lo que quería cuando llegaba de mi


rutina matutina y la veía durmiendo, con una larga y encantadora pierna

sobresaliendo de las sábanas. Ahora tenía que volver a masturbarme en la

ducha, normalmente pensando en esa pierna envuelta en mis caderas

mientras me la follaba.

Tuve que decirme a mí mismo que era mejor que Emma no se tomara

el tiempo de hablar conmigo después de que Ellie se fuera a la cama, como

solía hacer, porque cuando lo hacía, siempre me quedaba embelesado con

su intelecto y su humor. Pero Dios, cómo echaba de menos nuestras

conversaciones.

Cuando mi abogado dijo que era posible acelerar el caso y que tal vez

tendríamos una decisión a mediados de otoño, me sentí aliviado y

decepcionado a la vez. Eso no tenía sentido, hasta que me di cuenta de que

mi decepción tenía que ver con el fin de mi acuerdo con Emma.

—¡Joder! —Golpeé el volante del coche mientras conducía a casa

desde el trabajo. Durante todo el día, mientras lidiaba con un vendedor, un

mecánico de cintas de correr y una instructora que dejó caducar su

certificado de enseñanza —lo que me obligó a buscar un sustituto para sus


clases—, los pensamientos sobre Emma me distraían. Probablemente era

culpa, pero en el fondo me preocupaba que fuera algo más que eso. Echaba

de menos la calidez y el humor de Emma hacia mí. Odiaba que no sintiera

que podía hablar conmigo, no solo de la custodia de Ellie, sino de cualquier

cosa. Quería que volviéramos a ser como antes. Preferiblemente, a la época

en la que éramos amigos con derecho a roce, pero si no era eso, entonces

amigos. Por un momento, me pregunté qué diría Emma si le dijera que no

me gustaba cómo estaban las cosas entre nosotros. Que la echaba de menos.

Sacudí la cabeza, sabiendo que había terminado conmigo. La había

herido demasiadas veces. Le había dicho que no la merecía. Ella no lo había

creído, pero ahora sabía que tenía razón. Lo que tenía que hacer era cortar

con ella tan pronto como pudiera para que pudiera encontrar la felicidad y

perseguir sus propias metas. Tal vez incluso encontraría un buen hombre

que la tratara mejor.

Primero, tenía que superar el caso de la custodia. Eso me hizo pensar

en la semana que Ellie iba a pasar con Verónica. ¿Cómo íbamos a poder

vivir Emma y yo bajo el mismo techo con toda esta distancia entre

nosotros? Por suerte, esa visita no estaba programada hasta dentro de unas

semanas, ya que al parecer Leo estaría fuera de la ciudad y decidieron

esperar a que volviera.


Llegué a casa y me preparé emocionalmente para entrar en un hogar

que, en la superficie, parecía feliz y normal, pero que en el fondo era casi

una farsa.

—¡Papá! —Al menos Ellie se alegró de verme. La cogí en brazos.

—¿Qué tal el día?

—Bien. Emma y yo fuimos a un lugar donde hice un dragón.

Emma apareció en la puerta de la cocina, con un aspecto tan reservado

como de costumbre.

—Ellie, ¿por qué no vas a por tu dragón para enseñárselo a tu padre?

Ellie se retorció en mis brazos para bajar.

—Quiero enseñártelo. —La dejé en el suelo y vi cómo salía disparada

hacia su habitación. Cuando se fue, Emma dijo:

—Me preguntó si se iba a mudar hoy a casa de Verónica.

—¿Qué? —La seguí a la cocina, donde sacó un pollo del horno—.

¿Qué le dijiste?

—Le dije que tenía que hablar contigo sobre eso. —Miró por encima

del hombro—. Eso no es algo de lo que yo tenga que hablar con ella.

No estaba seguro de si estaba siendo sarcástica o no.


—¿Le está diciendo eso Verónica? —Emma empezó a cortar el pollo.

—No lo sé. No lo creo. Creo que ella escuchó algo.

—¿Ella... quiere ir? —No quería oír la respuesta, pero tenía que

saberlo.

Emma dejó lo que estaba haciendo y me miró. Era la primera vez

desde nuestra pelea que su expresión mostraba algo más que recelo.

—No, no le gusta. Le gusta ir de visita, pero no quiere mudarse allí. —

Me pasé las manos por la cara.

—¿Parecía nerviosa? —La cara de Emma volvió a ser cautelosa.

—John, tenías claro que el tema de la custodia era algo en lo que debía

mantenerme al margen, así que me mantuve al margen. Deberías hablar con


ella si tienes preguntas.

—¿Vas a estar enfadada conmigo siempre? —No tenía derecho a

enfadarme por su actitud, pero supongo que como ella estaba allí, era la que
iba a recibir mi malhumor. Se detuvo y se giró lentamente.

—¿Qué quieres, John? Estoy haciendo todo lo posible para darte lo


que me pediste; una esposa falsa para que te luzcas, sin todos los enredos

emocionales. Me mantengo al margen de tus asuntos y hago de niñera de tu


hija... y sigues enfadado.
—No eres una simple niñera…

—Sí que lo soy. —Puso el pollo en los platos, y luego sacó otra sartén
del horno con patatas asadas—. Quieres lo que tenías antes, excepto que
quieres que la gente piense que ahora somos una familia. Eso es lo que

estoy haciendo. —Puso patatas en cada plato.

—¿Eres infeliz? —Por alguna razón eso me molestó. Odiaba que la


estuviera haciendo infeliz después de todo lo que estaba haciendo por
nosotros.

—¡Mira papá! —Ellie entró en la cocina—. Es un dragón. —Ellie

sostenía un dragón de yeso rosa y morado con purpurina—. Lo he pintado.


¿Te gusta?

Me puse en cuclillas y estudié la figura.

—Es precioso. ¿Lo has hecho tú? —Sonrió.

—Sí. Emma ha dicho que podemos volver y que puedo hacer otra para

la casa de mamá, porque esta podría romperse si la meto en la maleta.

Mantuve la sonrisa en mi cara.

—Es una buena idea.

—Ellie, ¿puedes guardar tu dragón? Es hora de comer —dijo Emma.

—¿Puede comer con nosotros? —Me puse de pie.


—Podría estorbar.

—No lo hará. Será bueno. —Ellie apretó el dragón contra sí, y


pequeños trozos de purpurina brillaron en su camisa.

—Emma te pidió que lo pusieras en su sitio. Estará ahí cuando leamos


cuentos esta noche. Seguro que le gustará.

Ellie pareció pensar en eso y luego se apresuró a guardar su dragón.

Emma pasó junto a mí para poner los platos en la mesa.

Cuando volvió a la cocina, extendí la mano y la cogí del brazo.

—Oye, te agradezco todo lo que estás haciendo por mí.

—Y por Ellie dijo ella, mirando mi mano en su brazo y luego hasta mi


cara.

Me di cuenta entonces de que, en su mente, todo esto era para Ellie, no

para mí. Me pareció bien. A pesar de lo que sentía por mí, al menos creía
que yo era el mejor padre para Ellie.

—Me gusta ser tu amigo, Emma. Lo echo de menos. Pero soy


exactamente como te dije antes —dije refiriéndome a la primera noche que

tuvimos sexo en mi sofá. Vi a la mujer con ojos de estrella que quería un


cuento de hadas—. No soy una buena apuesta para el largo plazo.

Ella asintió.
—Sí. Me lo has dicho muchas veces. —Y ahí estaba de nuevo; dolor

en sus ojos. Suspiré.

—Apuesto a que desearías no haberme seducido nunca. —Levantó la

vista hacia mí y, por primera vez, noté lo cansada y pálida que parecía.
Fruncí el ceño—. ¿Estás bien? Pareces...

—Solo cansada. Ha sido un día largo. —Quitó mi mano de su brazo y


terminó de llevar la comida a la mesa.

El resto de la noche transcurrió como las anteriores: jugar con Ellie,

bañarla y leerle en la cama, pero esta vez, en lugar de esconderme en mi


despacho hasta que Emma se acostara, la busqué para hablar. La encontré

en la cama. No estaba leyendo como yo creía, sino que parecía estar


durmiendo. Parecía demasiado temprano para dormir, pero tal vez ella y

Ellie habían tenido un largo día.

—Emma.

—¿Hmm? —El sueño llenó su voz.

—Nada. Duerme un poco.

—Buenas noches.

Cerré la puerta y me dirigí a mi despacho. Me senté en mi escritorio


recordando que estaba recibiendo exactamente lo que había pedido.
Entonces, ¿por qué me sentía miserable? ¿Por qué me dolía el pecho cada

vez que miraba a Emma? 


Capítulo 21
 

Emma

John me estaba dando un latigazo emocional. Había sido claro desde el


principio en lo que quería: una esposa falsa. Quería que el tribunal viera una

familia feliz, pero en realidad yo seguía siendo solo la niñera. Una niñera.

Pero cuando le dije eso, pareció molesto. Como si quisiera algo más de mí.
Era cierto que ya no teníamos largas conversaciones, pero pasar tiempo con

él solo hacía que mi corazón lo anhelara y, puesto que él no iba a

corresponderme, parecía más seguro evitar cualquier cosa que me hiciera

quererlo más de lo que ya lo hacía.

En cambio, me centré en Ellie. Me encantaba cuidarla. Mis días con

ella eran geniales, casi lo suficiente para compensar la tristeza de no poder

amar a John. Había aceptado interpretar el papel, así que no podía


enfadarme con él por no querer más.
La visita de Ellie no duró dos semanas, pero esta semana tuvo un viaje

de fin de semana mientras Leo estaba fuera. Verónica y su chófer

recogieron a Ellie el viernes por la mañana, dándome un día raro para mí

sola. Había hecho planes con Bethany y Winona para salir esa noche, y

planeé un almuerzo con la señora Mayer el sábado, todo en un intento de


evitar tener que pasar tiempo a solas con John.

Como últimamente estaba muy fatigada y notaba que no me había

bajado la regla, decidí aprovechar el tiempo libre para ir al médico. Nunca

había tomado la píldora, pero me di cuenta de que la mayor parte de lo que


sentía —depresión, malestar estomacal, sensibilidad en los senos—

figuraba como posibles efectos secundarios. Lo que me preocupaba era que

no había tenido la regla.

—¿Hay alguna posibilidad de que esté embarazada? —me preguntó el

doctor Layman mientras me sentaba en la mesa de exploración. Enarqué

una ceja.

—No, si el anticonceptivo funciona. —Dios. Si estuviera embarazada,

no sé qué haría John.

Miró mi información en el sistema EMR.

—Pero has tenido relaciones sexuales.

—Sí, pero no desde hace tiempo.


—Deberíamos hacer una prueba de embarazo.

¿Qué?

—Estoy tomando la píldora para no quedarme embarazada. ¿No es la

eficacia casi al cien por cien?

—Sí. Pero si te has saltado una...

—No lo he hecho.

—O has tenido relaciones sexuales antes de su plena eficacia, podrías


estar embarazada. Es mejor quitar la razón más probable y más fácil de

probar. —Me estudió—. Supongo que un embarazo no sería algo bueno.

—No. No en este momento. —O en cualquier momento en lo que

respectaba a John.

—Bueno, hagamos la prueba, y si no es, eso exploraremos otras

opciones.

Asentí con la cabeza, pero tenía un presentimiento enfermizo de cuáles

serían los resultados. Me entregó una varilla de prueba de embarazo y me

envió al baño.

Diez minutos más tarde, entró en la sala de exploración y, por la

expresión de su cara, me di cuenta de que mi vida estaba a punto de

complicarse aún más.


Se me llenaron los ojos de lágrimas.

Me miró con simpatía.

—Hay opciones. —Lo miré sorprendida.

—Voy a tenerla. —No había duda de eso. Mis lágrimas no eran por lo

que iba a hacer. Eran por todo el potencial que yo y este bebé podríamos

tener con John, pero no lo haríamos porque él se empeñaba en no quererme

a mí ni a un bebé.

—¿El padre se enfadará? —preguntó.

—En realidad, no lo sé, pero él... bueno... —No sabía cómo explicar la

complicada relación con John.

—Deja de tomar las pastillas. —Una preocupación creció.

—¿Habrán hecho daño al bebé?

—Lo más probable es que no. A partir de ahora, tomarás vitaminas


prenatales. Puedes tener una actividad normal, aunque evita todo lo que sea

demasiado extenuante. El sexo está bien.

Me burlé. Como si eso fuera a ocurrir.

—¿De cuánto tiempo estoy?

—Según la fecha de tu última menstruación, parece que estás de seis o

siete semanas. Programaremos una ecografía para tener una mejor idea.
Estaba aturdida cuando salí de la consulta del médico. Sabía que tenía

que decírselo a John, pero no sabía cómo. Una parte de mí estaba enfadada

porque probablemente no estaría contento. Este niño era suyo y merecía

tener todo el amor de Ellie, aunque yo no lo tuviera. Mientras pensaba en

eso, surgió una nueva preocupación: ¿y si él luchaba por la custodia

exclusiva de este bebé? Sabía que era un buen padre y que nunca le quitaría

el bebé. Pero al verlo lidiar con Verónica, supe lo que estaba dispuesto a

hacer para salirse con la suya. Había contratado a un investigador privado

para obtener información sobre su ex. Yo no tenía nada sucio en mi pasado,

pero eso no significaba que no pudiera usar cosas de mi vida en mi contra.


No tenía dinero ni trabajo. Todavía no había terminado mi programa de

posgrado. Incluso podría decir que lo seduje o lo engañé.

Cuando aparqué el coche en la entrada, apoyé la cabeza en el

reposacabezas y cerré los ojos, sintiendo las ramificaciones de lo mucho

que se había complicado mi vida. Todo porque amaba a mi vecino y a su

hija. Empezaba a ver por qué John tenía tanta fobia al amor; dolía.

Seguí adelante ese fin de semana, viendo a mis amigos, tomando agua

de seltz que les hice creer a mis amigos que estaba adicionada con vodka

para que no adivinaran mi estado. Al día siguiente, almorcé con la señora

Mayer, que me animó a terminar los estudios y a no esperar por la demanda

de custodia.
—Es maravilloso el apoyo que le das a tu marido, pero he dado clases

durante mucho tiempo y he visto a muchos niños pasar por eso. A veces se

necesitan años, y no quieres aplazar tanto tiempo tu carrera me había dicho.

¿Años? Tenía razón. No podía esperar años. Al mismo tiempo, si John

y yo no funcionábamos, necesitaría un trabajo. Podría trabajar como

profesora con mi licenciatura. Solo tendría que hacer el examen para

obtener mi certificado. No me pagarían tanto como con el máster, pero

quizá eso tendría que esperar.

Temía el sábado por la noche, cuando no tenía planes, pero John me

envió un mensaje para decirme que tenía que ir a uno de sus gimnasios

fuera de la ciudad para ocuparse de algo y que no llegaría a casa hasta tarde.

Me pregunté si me estaba evitando como yo a él.

Ellie llegó a casa el domingo por la tarde y todavía no se lo había

dicho a John. Con ella en casa, no sentía que pudiera decir nada, porque no

quería que fuera testigo de una mala escena si John no se lo tomaba bien.

Incluso había empezado a convencerme de que la prueba estaba mal. Hasta

que no tuviera la ecografía, no lo sabría con seguridad, así que podía

esperar. La prueba estaba programada para la semana en que Ellie estaría en

casa de su madre. No era demasiado tiempo de espera.


Y resultó que el tiempo llegó rápidamente. El viernes, mientras

ayudaba a Ellie a hacer las maletas para la visita de una semana a casa de su

madre, me preocupaba cómo sobreviviría al fin de semana, y mucho más la

semana siguiente, con las cosas tan tensas entre John y yo y el estrés de

mantener mi secreto hasta que tuviera la ecografía. Decidí que una visita a

mis padres durante el fin de semana era la solución perfecta.

Llamé a John para informarle y sugerirle que podía llevar a Ellie a casa

de su madre, ya que iba en esa dirección. Aceptó, y me pregunté si tal vez

se sentía aliviado de que yo no estuviera bajo su mismo techo.

Llamé a Verónica para comunicarle que podía llevar a Ellie a

Manhattan, ahorrándole el viaje.

—Oh, eso es perfecto. Tengo algunos recados que hacer. Gracias,

Emma.

Al mediodía, Ellie y yo estábamos en la carretera, escuchando su CD


de canciones infantiles y cantando a pleno pulmón. Me hizo pensar en cómo

John tocaba su guitarra y los dos cantaban de todo, desde viejas melodías
folclóricas hasta éxitos actuales, mientras Ellie se bañaba. Echaría de menos

eso cuando mi matrimonio con John terminara. Incluso con mi propio hijo
en camino, amaba a Ellie, y sentiría su pérdida tanto como la de mi propio

hijo.
Llegamos al edificio de Verónica y Leo en Manhattan, pero Verónica
no estaba allí.

—Lo siento mucho, Emma —dijo cuando la llamé para avisarle de que
habíamos llegado—. Estoy atrapada en la peluquería y no llegaré hasta

dentro de unos veinte minutos. Llamaré al portero para que te deje entrar.
Leo también debería llegar pronto a casa. ¿Te importa?

—No, en absoluto. —A pesar de lo loca que se había vuelto mi vida,


estar con Ellie era lo que hacía que todo fuera soportable.

Diez minutos después, el portero nos dejó entrar en su apartamento. Al

igual que el hotel al que John me había llevado en nuestra luna de miel, el
apartamento era exuberante y grande. Estaba decorado en su mayor parte de

blanco, lo que no parecía propicio para criar a una niña. Al mirar alrededor,
no había señales de que hubiera una niña allí.

—¿Tienes algunos juguetes aquí, Ellie? —pregunté, pensando que tal


vez había que enviar algunos de los que tenía en su habitación en casa.

—Sí, están en mi habitación. A mamá y papá Leo no les gusta el

desorden en la casa.

Hmm. Eran de ese tipo.

La seguí hasta su habitación, que probablemente era el sueño de Ellie

hecho realidad. Tenía una cama con dosel, una tienda que parecía un castillo
y un montón de princesas y hadas que a Ellie le gustaban.

—Vaya, esta es una gran habitación —dije.

—Mamá dijo que podía hacerla como quisiera.

—Se ve muy bien. —Puse su bolsa en la cama.

—Tengo hambre y sed.

No estaba segura de si debía sentirme como en casa en el apartamento


de Verónica y Leo, pero también era la casa de Ellie, y yo estaba allí

cuidando de ella, así que la seguí hasta la cocina.

—¿Qué quieres? —pregunté al entrar en la gran cocina con encimeras

de granito y electrodomésticos de calidad de restaurante.

—Galletas y leche. —Arqueé una ceja.

—¿Sabe tu padre que comes eso aquí?

—Mamá dice que lo que papá no sabe no le hace daño.

Hmm. No es el mejor mensaje y, sin embargo, le había dado algunos


dulces en el pasado.

Ellie se subió a un taburete frente a la barra del desayuno mientras yo

buscaba galletas y un vaso de leche. Encontré un paquete con dos pequeñas


galletas de chocolate de aspecto gourmet y le serví un vaso lleno de leche,

poniéndolo delante de ella.


En la pared, junto a la barra del desayuno, había un pequeño puesto de

teléfono, sobre el que había un tablón de anuncios. En él estaba pegado un


dibujo que había hecho Ellie. Me alegraba ver alguna prueba de Ellie en la

casa.

Debajo había una pila de sobres y otros papeles. No era mi intención

husmear, pero vi el certificado de nacimiento de Ellie debajo de lo que


parecía un pasaporte. Cogí el pasaporte y lo abrí con la dulce cara de Ellie.

—¿Qué es esto?

—Es la foto que mi mami me llevó a hacer —dijo Ellie con la boca
llena de galletas.

Fruncí el ceño, pensando que esto no parecía correcto, y sin embargo

Verónica era la madre de Ellie. Tenía todo el derecho a tener un certificado


de nacimiento y un pasaporte.

—¿Vas a algún sitio?

—Mmm, no lo sé. Papá Leo se va mucho, y a mamá no le gusta que la

dejen sola. Dice que deberían mudarse a París para no tener que echarle de
menos. ¿Dónde está París?

—Está en Francia. —¿Se lo estaba pensando Verónica, o este

pasaporte era una prueba de que quería llevarse a Ellie a París? John nunca
lo permitiría, así que no tenía sentido que tuviera esto. Tenía que saber que
él rechazaría la idea. A menos que tuviera la custodia exclusiva, entonces

podría hacer lo que quisiera y John no tendría nada que decir.

—¿Dónde está eso? —preguntó Ellie.

—Es otro país al otro lado del océano. —Saqué mi teléfono y tomé

una foto del pasaporte y luego busqué una foto de Francia para mostrársela
a Ellie—. Allí hablan francés.

—Margaret habla francés.

—¿Quién es Margaret? —¿Y por qué no había oído hablar de ella?

—Ella me cuida a veces cuando mamá y papá Leo salen. Como tú. —
El corazón me retumbó en el pecho al recordar quién y qué era yo. Oí que

se abría una puerta y luego voces.

—Voy a ver si es tu madre —le dije a Ellie. Me asomé desde la cocina

hacia la puerta principal. Leo, junto con una mujer joven, entraron en el
apartamento.

No pude entender lo que decían, ya que parecía que estaban hablando


en francés, pero no era difícil darse cuenta de que Leo y la mujer eran más

que amigos, ya que él tenía la mano en su culo y ella movía su cuerpo


contra el de él.
La inmovilizó contra la pared e hizo un gesto de «Shh» con el dedo
sobre sus labios.

—¿Verónica? ¿Estás en casa? —gritó. Al no recibir respuesta, levantó


la falda de la mujer.

Oh, diablos. No podía dejar que Ellie viera esto. Volví a la cocina, abrí
y luego cerré de golpe un armario para que me oyeran.

—¿Por qué haces eso? —preguntó Ellie.

No tenía una buena razón que pudiera decirle. No podía decir que era

para asegurarme de que Leo supiera que estábamos aquí para que sacara la
mano de las bragas de la mujer.

Unos segundos después, Leo entró en la cocina.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Me pregunté si recordaba quién era yo.

—He traído a Ellie. Verónica llegaba tarde, así que estaba esperando.

Espero que esté bien que le haya dado un par de galletas y leche.

Papá Leo me miró y luego a Ellie. Probablemente se preguntaba qué


habíamos visto u oído. Mantuve una cara seria.

—Hola, Ellie.

—Hola, papá Leo. —La mujer entró en la cocina.

—Ah mademoiselle Ellie. Bonjour mi petite.


—Bon-jer, Margaret.

Vaya. Resulta que Leo se estaba tirando a la niñera. Quería reírme;


excepto que yo era una niñera que se había tirado a su jefe. Por supuesto, mi

jefe no estaba casado. Bueno, ahora lo estaba, pero conmigo.

—¿Dijo Verónica cuándo volvería? —me preguntó Leo.

—En unos veinte minutos... —Miré mi reloj—: De eso hace quince


minutos.

Asintió con la cabeza.

—Escucha, ¿te importaría quedarte con Ellie hasta que llegue? Tengo

que ocuparme de un trabajo con Margaret. —No pude evitar quedarme con
la boca abierta. ¿Iba a follar con su niñera mientras Ellie y yo estábamos

aquí?—,

 Estamos trabajando en la ampliación de su visado de trabajo.

—Claro. Esperaré. —Mis padres no me esperaban hasta la hora de la


cena, de todos modos. Observé cómo Leo acompañaba a Margaret fuera de
la cocina—. Parece simpática —dije mientras recogía el plato vacío y el

vaso de leche de Ellie para lavarlo.

—Ella está bien. Tú me gustas más. Haces fuertes y no me haces


hablar en francés.
Phoebe llegó una vez tuve a Ellie limpia, así como la cocina. Me
pregunté si debía decirle algo sobre Leo y la niñera.

¿Debería decírselo también a John? Seguro que eso sería uno de los
trapos sucios que él utilizaría. Mi conciencia me decía que era malo utilizar
este tipo de información contra Verónica. Ya le dolería bastante descubrir
que su marido la engañaba, pero que se utilizara en su contra en su demanda

de custodia me parecía despiadado. ¿Estaba traicionando a John al pensar


eso?

Decidiendo que no necesitaba hacer nada en ese momento, le di un


abrazo y un beso a Ellie y le dije que la vería el próximo fin de semana.

Luego me dirigí a Brooklyn con la esperanza de obtener respiro y paz al


pasar tiempo con mis padres. El único estrés que tenía era tratar de decidir
si debía contarles lo del bebé ahora. 
Capítulo 22
 

John

Entré en una casa tranquila el viernes, sabiendo que Ellie y Emma se habían
ido. No era la primera vez que llegaba a casa sin nadie que me recibiera,

pero, por alguna razón, el vacío me robaba el aliento. Era como entrar en un

espacio desprovisto de vida.

Odiaba lo que había ocurrido entre Emma y yo. ¿No era esa la razón
por la que había intentado resistirme a ella en primer lugar? ¿Porque no

quería arruinar nuestra amistad? Pero no podía culparla por la situación en


la que nos encontrábamos. Eso era culpa mía. Mi miseria y mi soledad se

debían a que la había alejado. Le pedí que hiciera el papel de esposa

cariñosa, y lo hizo perfectamente. Incluso ahora, cuando estaba claro que

había un abismo entre nosotros, cuidaba de Ellie, hacía de esposa obediente


e incluso se las arreglaba para seguir durmiendo en mi cama cuando yo

estaba seguro de que prefería estar en cualquier otro sitio.


Podía ver que le estaba pasando factura, lo que me hacía odiarme aún

más. Parecía tan cansada y triste todo el maldito tiempo.

El último año de mi matrimonio con Verónica, hubo la misma

distancia fría, pero me había acostumbrado a ella, y finalmente cuando se


marchó fue un alivio no tener que fingir más. Pero con Emma, cuanto más

lejos la sentía de mí, más quería hacer algo para cambiarlo. Me cagaba de

miedo dejarla entrar en mi corazón y, sin embargo, basándome en cómo me

sentía, , parecía obvio que ella ya estaba allí. Joder, probablemente siempre

había estado.

La verdad era que quería la realidad del matrimonio y una familia, no

la farsa. Quería que me mirara como al principio; como si fuera su puto

héroe. Quería que encontrara su yo sexual femenino usando mi cuerpo.

Quería pagar su escuela, y cualquier sueño que tuviera.

Pero yo era un cobarde. Le había dado todo lo que tenía a Verónica y

ella lo había tirado como si fuese un viejo abrigo andrajoso. Sí, éramos

jóvenes cuando nos conocimos como estudiantes de segundo año de

universidad, pero la falta de experiencia en la vida no significaba que las

emociones que sentíamos fueran menos intensas. La había amado, y juntos

habíamos planeado una vida en la que yo abriría un negocio de gimnasia y


ella trabajaría conmigo.
Cuando nació Ellie, su idea fue quedarse en casa, lo que, en

retrospectiva, debería haber sabido que no habría funcionado. Era una

mujer social, a la que le gustaba la atención y la actividad. Cuando Ellie

cumplió un año, estaba claro que no era feliz, así que cuando dijo que

quería pasar tiempo con sus amigos en Nueva York, no me opuse. Quería

que fuera feliz.

Sus viajes se hicieron más regulares, y sospeché que no era fiel, pero

finalmente había construido una familia que mi madre no había podido, y

no iba a dejarlo pasar. Cuando me dijo que la habían contratado como

modelo, pensé que eso al menos pondría fin a las fiestas y aventuras de los
fines de semana, pero cuando resultó que se le daba bien, pasó cada vez

más tiempo fuera, y se resentía cada vez más conmigo y con Ellie cuando

volvía a casa. Así que cuando llamó una noche en la que debía estar en casa

para decir que no iba a volver, nunca, no le rogué que lo hiciera. Cuando me

pidió que me hiciera cargo por completo del cuidado de Ellie, acepté con

alegría y alivio.

Aprendí mucho de Verónica. La lección más importante fue que no

podía confiar en el amor. Mi madre había elegido a sus hombres antes que a

mí. Verónica eligió su sueño por encima de mí. Ahora, todo mi amor era

para Ellie. No dejaría que la vida la lastimara si podía evitarlo.


Sabía que Emma, a pesar de su resentimiento hacia mí, quería a Ellie y

también haría cualquier cosa por ella. Le había confiado el cuidado de Ellie

y nunca me había dado motivos para cuestionar su compromiso con mi hija.


Incluso cuando me enfadé con ella, diciéndole que Ellie era mía y que no

tenía derechos, se quedó conmigo en este loco plan. Era una mujer que se

entregaba y cumplía su palabra. Era cariñosa, honesta, inteligente, dulce y

fiel. No la merecía, pero la quería. La deseaba tanto que me dolía el pecho.

¿Qué pasaría si le dijera todo esto? ¿Si le dijera que estaba dispuesto a

arriesgar mi corazón por ella? No creo que tuviera la intención de hacerme

daño, pero no me extrañaría que me dijera que se lo demostrara. Solo por

eso, no debía decir nada. Era demasiado tarde para cambiar las cosas con

ella.

Y, sin embargo, estos sentimientos me atormentaban. Podría

mandarme a la mierda, pero también era una persona indulgente y cariñosa.

Tal vez me daría una oportunidad.

Me serví una copa y saqué el plato cubierto de fettuccine que Emma

me había dejado para cenar. No podía odiarme del todo si se aseguraba de

que yo cenara.

Mientras la cena se calentaba, pensé en los sentimientos que tenía

sobre ella. Pasaría el fin de semana pensando en cómo decirle lo que


realmente sentía y ver si podía persuadirla para que le diera una

oportunidad a esto, o a lo que tuvimos hace unas semanas. La idea me

asustaba y, al mismo tiempo, me invadía una sensación de serenidad. Como

si fuera la elección correcta.

Puse mi plato en el lavavajillas y me dirigí al salón, pensando en hacer

planes para las estanterías que Emma pensaba que debía tener en la zona de

estar para ayudar a almacenar el creciente alijo de juguetes de Ellie. Pasé

por delante del teléfono que estaba sobre una mesita auxiliar y me fijé en el

pitido de la luz de mensajes.

No había tenido un teléfono fijo hasta que Emma lo sugirió. Me indicó

que era una cuestión de seguridad si no tenía teléfono móvil en caso de

emergencia. También dijo que Ellie era lo suficientemente mayor como

para pedir ayuda en caso de necesidad, pero que necesitaría saber dónde

estaba el teléfono, lo que podría ser un problema si estaba escondido en mi

abrigo. Recordé que había dicho que si tenía el teléfono podía llamar, pero

ella argumentó que la emergencia podía estar conmigo. Así que me hice con

un teléfono fijo y, hasta ese momento, no había notado nunca los mensajes.

Ni siquiera había dado el número.

Aun así, pulsé el botón de mensajes.


—Hola, Señora Sullivan, le llamo de la consulta del doctor Layman.

Me pidió que llamara para reprogramar su ecografía para la semana

siguiente en lugar de esta. —Dio una fecha y una hora. —Me quedé quieto.

¿Ecografía? ¿Emma estaba enferma?—. Me dijo que le dijera que no se

preocupara, que una semana después estaría bien. Sigue tomando las

vitaminas prenatales y cuídese. Si tiene dudas o preocupaciones, puede

llamarnos.

Me tambaleé por un momento. Luego, decidiendo que no había oído

bien, repetí el mensaje. Reprograma la ecografía. Tomar vitaminas

prenatales. Jesús... Emma estaba embarazada.

Tragué saliva cuando la noticia se filtró en mi cerebro, pasando de la

sorpresa a la rabia. Estaba embarazada y no me lo había dicho. ¿Qué

cojones?

Empecé a caminar, sintiendo que mi mundo se desvanecía. Acababa de

pasar una hora en mi cabeza diciéndome que podía amarla. Que podía

confiar en ella. Que podía construir algo con ella. Resultó que estaba

equivocado. Como siempre, estaba equivocado.

A partir de ahí, mi mente cayó en una espiral. ¿Había mentido sobre la

píldora? ¿Era su objetivo quedarse embarazada? ¿Planeaba mantener el


embarazo en secreto y quedarse con mi hijo, como intentaba hacer

Verónica?

Cogí el teléfono y marqué su número. Ella contestó al tercer timbre.

—Estás llamando desde el teléfono fijo. ¿Está todo bien? —dijo.

—Dímelo tú gruñí al teléfono. Hubo una pausa.

—¿Qué pasa?

—Hay un mensaje de la consulta del doctor Layman. —Su respiración


se entrecortó. Yo conocía ese sonido. Era el sonido que hacía alguien

cuando se daba cuenta de que la habían pillado—. ¿Ibas a decirme que


estabas embarazada?

—Sí. John... puedo explicar...

—¿De verdad? ¿Hay una buena explicación para que me ocultes esto?
¿O ibas a quitarme a mi hijo?

—No, yo nunca...

—Es curioso, no te creo. ¿Se trata de eso? ¿Querías engañarme?

—John, fue idea tuya casarte, no mía.

—Querías que te follara. Lo hice. —Había pensado que era tan dulce e

inocente. ¿Había pasado por alto las señales de que era manipuladora como
Verónica?
—Usaste un condón la noche que te dije que te deseaba.

—¿Y la luna de miel?

—Tú empezaste con eso. —Joder, tenía razón, pero quizás me había

dejado llevar por mi polla hacia donde ella quería—. Iba a decírtelo, pero
quería estar segura con la ecografía.

—Mentira. Si te hacías la prueba, lo sabías. ¿Por qué me lo ibas a


ocultar? Confié en ti... —Odié lo vulnerables y desesperadas que sonaban

esas últimas palabras.

—Dijiste que no querías volver a enamorarte ni a tener más hijos.

—¿Así que me lo ibas a ocultar? ¿Creías que no me iba a dar cuenta?

—No iba a ocultártelo.

Todo este tiempo, había pensado que su actitud hacia mí tenía que ver
con cómo la había tratado. Pero a lo mejor había conseguido lo que quería y

ahora había terminado conmigo.

—Tal vez estabas actuando de forma tan fría y distante para que no me
diera cuenta. O ibas a abandonarme y a tener el niño por tu cuenta, sin

decírmelo nunca. Probablemente crees que no merezco saberlo.

—John, no.
Podía oír por su voz que estaba llorando, pero luché para no dejarme
influir. Ya me había dejado llevar por las lágrimas antes.

—¿Qué querías, Emma?

Se quedó callada por un momento.

—En un mundo ideal, me querrías como yo te quiero y, nosotros —tú,


Ellie, este bebé y yo— seríamos una familia. Pero sabía que eso no

sucedería nunca, y solo necesitaba tiempo para hacerme a la idea de la


realidad.

—Tú no me quieres me burlé. ¿De verdad creía que me iba a creer


eso?

—Sí te quiero, John. Te he amado durante mucho tiempo.

—No te creo. Si me quisieras, no me habrías ocultado esto.

—Iré a casa y podremos hablar...

—No. He terminado. Te quedas con tus padres. Pero no creas que esto

significa que no voy a luchar por mi hijo no nacido. Me conoces lo


suficiente como para saber que nada me alejará de mi hijo.

Como no quería escuchar más excusas o mentiras, colgué.

—¡Joder! —grité. ¿Cómo se había ido mi mundo a la mierda tan


rápido? 
Capítulo 23
 

Emma

Gracias a Dios, estaba en el dormitorio de mi infancia cuando John llamó.


No me gustaría tener esa conversación al alcance de mis padres. O que me

vieran tan alterada.

Lo primero que pensé cuando me di cuenta de que John estaba

llamando fue que quizá me había echado de menos. Me di cuenta de que el


número que aparecía en el identificador de llamadas era del teléfono fijo,

así que supuse que solo tenía una pregunta. Tal vez había un mensaje y
quería saber cómo oírlo. En el año que llevaba sugiriendo el teléfono, nunca

había revisado los mensajes.

Resultó que sí sabía cómo verlos, y había recibido uno que yo no


esperaba que escuchara. ¿Por qué habían llamado de la consulta del médico
a ese número y no al mío? Había dado el número del teléfono fijo como

reserva.

Me hundí en la cama en cuanto me di cuenta de que conocía mi

secreto. Parecía muy enfadado. Por supuesto que lo estaría. Debería estarlo.
Le había ocultado algo y, teniendo en cuenta todo lo que estaba pasando con

Verónica, no podía culparle por sentirse traicionado y temeroso de perder a

su hijo.

Al menos quería al bebé, intenté consolarme, aunque se me rompiera


el corazón ante su duro «he terminado». No estaba segura de lo que

significaba. ¿Vamos a seguir con la farsa o va a echarme y a pedir el

divorcio? En cualquier caso, cualquier oportunidad que hubiera tenido con

él se había esfumado, aunque ¿a quién quería engañar? Nunca había tenido

una oportunidad. Lo había dicho en más de una ocasión.

Tenía la esperanza de que, cuando se calmara, pudiéramos negociar

algo que nos permitiera a ambos pasar tiempo con el bebé. Yo no era como

Verónica. Nunca trataría de mantenerlo alejado. Ahora no lo creía, lo que

dolía. Me hubiera gustado pensar que me conocía lo suficiente como para

saber que no era el tipo de persona que utiliza a un niño o que quiere

hacerle daño. Por otra parte, teniendo en cuenta lo tensas que eran las cosas
entre nosotros, y sabiendo ahora lo que le había ocultado, era difícil no

pensar que creía lo peor de mí.

—¿Emma? —Mi madre llamó a mi puerta— ¿Estás bien?

Resoplé y contuve el llanto.

—Sí, mamá.

—La cena estará lista en diez minutos.

—Ya bajo. —Me puse de pie y fui a mirarme al espejo. Mis ojos
estaban rojos e hinchados. En cuanto oyera a mi madre bajar, iría al baño y

vería cómo salvar mi cara. No estaba preparada para contarles lo mío con

John ni lo del bebé.

Cogí mi teléfono y accidentalmente pulsé la aplicación de fotos. Se


abrió la foto del pasaporte de Ellie. Lo había olvidado, pero sabía que tenía

que decírselo a John, así que empecé a marcar su número. A los dos dígitos,

decidí que no lo cogería. Estaba claro que no quería hablar conmigo.

En su lugar, llamé a su abogado y le conté lo del pasaporte.

—Ella necesitaría la custodia exclusiva para sacar a Ellie del país sin

el consentimiento de John, así que ahora no tiene sentido —dijo, sin parecer

tan preocupado.

—Si se llevara a Ellie fuera del país, John no la vería —argumenté.


—Ella es modelo y su marido es un hombre de negocios. Es lógico que

la quieran, porque viajan mucho. No digo que ella vaya a ganar; solo digo

que no hay nada malo en ello.

—¿Y si ella planea mudarse allí? Tienen una niñera francesa. Una

niñera francesa que vi con la mano del señor Baskin en la falda.

—Oh. Eso es algo que podría ser útil.

Me alegré de que tuviera algo con lo que pudiera ayudar a John,

aunque me pareció que el pasaporte era más importante que el hecho de que

el señor Baskin engañara a su mujer. Cuando colgué el teléfono, llamé al

investigador privado que John había contratado y volví a contar la historia.

—Sé que puede no ser nada, pero parece algo que John querría que

investigaras —le dije al terminar.

—Tienes razón —dijo—. ¿Por qué el señor Sullivan no me lo ha

contado?

—Dejé a Ellie en casa de Verónica y lo vi esta tarde. No estaba en

casa, así que te llamé directamente a ti. También llamé a su abogado.

Afortunadamente, aceptó mi excusa. Con suerte, encontrarían algo

para la vista judicial de la semana siguiente a la visita de Ellie con su

madre.
Me lavé la cara, aunque estaba segura de que mi madre aún podría

notar que estaba molesta. Tendría que inventar alguna excusa como que

Ellie lloró cuando la dejé. Estaba mintiendo de nuevo, y como lo hacía, me

di cuenta de que John no tenía ninguna razón para verme como una persona

honesta. Había estado dispuesta a mentir sobre mi matrimonio a mis amigos

y a mi familia. No era tan descabellado pensar que mentiría sobre un bebé.

Cuando llegué abajo, mi padre frunció el ceño y miró a mi madre al

verme, una buena señal de que tenía un aspecto horrible.

—Siéntate y come, cariño, y luego nos cuentas qué te pasa —dijo mi

madre, poniendo un plato de espaguetis sobre la mesa. Me senté y eché la

comida en el plato. No tenía hambre, pero necesitaba comer porque mi bebé

lo necesitaba.

—¿Te ha hecho daño John? —preguntó la voz ronca de mi padre. Mi

padre parecía el típico policía con cara de bulldog y pecho de barril, pero

por dentro era un osito de peluche.

Empujé la comida por el plato, intentando averiguar qué decir.

—¿Te ha hecho daño? —mi madre puso su mano sobre la mía.

Sí.

—Ha habido mucha tensión con el caso de la custodia.


—¿Qué ha hecho? —Los ojos de mi padre se estrecharon hasta

convertirse en penetrantes puntos duros.

—No me ha hecho daño... no es un maltratador —aclaré—. Tiene

miedo de perder a su hija.

—Me preocupaba que fueras demasiado joven...

—Y que te hubieses casado demasiado rápido —añadió mi padre a la

afirmación de mi madre.

—Mi edad no importa. Lo que importa es que es un hombre

aterrorizado por perder a su hija. Seguro que lo entendéis.

Mi madre me entregó una cesta de pan de ajo.

—Por supuesto. No puedo imaginar por lo que está pasando.

—Eso no le da derecho a...

—No me hace daño.

«He terminado—. Sus palabras volvieron a mí. Si no era capaz de

llegar a él, podría ser yo la que estuviera en los tribunales contra él. Tal y

como estaba, tenía una cita en el juzgado próximamente, y no sabía si debía


estar allí.

—Prefiero comer ahora, si os parece bien.

—Si necesitas que lo haga entrar en razón, lo haré —dijo mi padre.


—No necesita sentido común —dije. Necesitaba creer en el amor y

abrirse a él.

Afortunadamente, mis padres respetaron mis deseos. En lugar de


divulgar todos los errores que había cometido o que iban a ser abuelos, los

escuché mientras me contaban los últimos chismes del barrio.

—El señor Spinelli está pensando en vender la tienda de panecillos —

dijo mi madre.

—Debe de tener casi cien años —dije, recordando que cada sábado por
la mañana iba a por un panecillo con mis padres.

—Noventa y seis —dijo mi madre.

—Será un día triste cuando no haya más panecillos Spinelli. —Mi


padre negó con la cabeza—. Deberíamos ir todos mañana.

Sonreí, y mi madre se animó.

—Sí. Vamos. Será como en los viejos tiempos.

Me encantaban mis padres y estar en casa, y sin embargo también me

ponía triste. Triste por no tener lo que ellos tenían. Estaba a favor de los
derechos de la mujer, de la igualdad salarial y del feminismo, pero me

habría conformado completamente con ser la esposa de John y una madre,


además de maestra, como mi madre.
Llevaba semanas luchando conmigo misma. Mi corazón deseaba lo
que mi cabeza sabía que nunca podría tener, y sin embargo mi corazón

seguía anhelando. Era el momento de endurecerme y dejar ir el sueño de


una familia, al menos con John.

No sabía qué iba a pasar con nuestro falso matrimonio. Tal vez mañana
tuviera el valor de llamar a John para preguntarle si el «he terminado»

significaba que no debía regresa. Pero por ahora, iba a dejar pasar todo eso
y sentir el calor y el amor con el que me rodeaban mis padres. 
Capítulo 24
 

John

Aquella tarde, sintiéndome completamente desatado, llamé a Verónica y le


pregunté si podía hablar con Ellie. Normalmente esperaba a que me

llamaran, pero necesitaba escuchar su voz. Escuchar a alguien puro y que

me amara de forma incondicional.

—Hola, papá —dijo su vocecita a través del teléfono. Era una niña
maravillosa. Me pregunté cómo se sentiría con un hermanito o una

hermanita.

—Hola, perezosa Ellie. ¿Te estás divirtiendo?

—Sí. Mamá me llevó a comer pizza.

—¿Dónde está Leo?

—Tenía que trabajar. Mami también me llevó a una tienda de dulces.

¿Sabías que hay como un millón de caramelos?


Cerré los ojos, esperando que Verónica le pusiera algo saludable.

—Son muchos caramelos. ¿Te los has comido todos?

—No, papá. —Ellie se rió, y su sonido me levantó un poco el ánimo.

Ella y yo charlamos un poco, y luego volví a la fría casa vacía y al

desorden de mi vida. ¿Qué diablos iba a hacer con Emma? ¿Cómo era

posible que me hubieran vuelto a engañar por completo? Y ahora estaba

embarazada. Jesús, iba a traer al mundo otro niño que no tendría una vida
familiar estable. ¿Cómo era posible que estuviera creando perpetuamente lo

que intentaba evitar: una familia disfuncional? Tal vez era el momento de

considerar una vasectomía. Y, posiblemente, el monacato.

En lugar de trabajar en la casa durante el fin de semana, visité cada

uno de los gimnasios y encontré trabajo que hacer allí para evitar el hogar y

mi vida desordenada. En casa, me sentía miserable sin Ellie y sí, incluso sin
Emma, pero luego me recordaba su decepción. Me preguntaba si ella

planeaba volver a casa el domingo y qué haría yo si lo hacía.

Lo decía en serio cuando decía que había terminado, y sin embargo no

podía. Había un bebé en el que pensar. Podría trasladar a las antiguas


compañeras de piso de Emma, Bethany y Winona, a otra de mis

propiedades inmobiliarias y luego dejar que Emma se quedara con la casa

de al lado. No sé cómo podría verla y no sentir el dolor de su traición y, sin


embargo, era ideal para el bebé tenernos a los dos cerca. Y también a Ellie,

que querría estar con su hermanito o hermanita.

El domingo por la tarde, recibí un mensaje de Emma diciendo que

pensaba quedarse más tiempo con sus padres. Fue un alivio y, a la vez,

inquietante. No quería lidiar con nuestra situación y, sin embargo,

posponerla solo hacía que se cerniera sobre mí.

Le respondí: «Bien». Me daría tiempo para pensar más en cómo

afrontar las cosas.

El lunes, llamé a mi abogado para informarle de lo que estaba pasando.

—No es un buen momento para presentar los papeles del divorcio —

dijo—. No durante un caso de custodia.

—No sé si podremos aparentar ser una familia feliz. —Me senté en el

sofá con la cabeza hacia atrás, como si el peso de todo lo hiciera demasiado

pesado para mis hombros.

—Antes lo hacíais bien.

—Antes éramos una familia feliz. —Vale, quizá no una familia

legítimamente feliz, pero durante un tiempo parecíamos tener lo que yo no

había tenido con mi propia familia.


—La cuestión es que al juez no le gustará. No le importará que Leo se

esté tirando a la niñera, , pero pensará que es difícil para Ellie estar en

medio de un divorcio.

—¿Leo se está tirando a la niñera? —¿Mi investigador lo había

averiguado y se lo había contado? Esa era la única fuente de buenas noticias

que había tenido en mucho tiempo.

—Sí. Estoy investigando más. —Sonaba distraído, como si alguien le

estuviera quitando la atención mientras hablaba por teléfono conmigo.

—De acuerdo, entonces no hay divorcio, pero ella está embarazada, y

necesito asegurarme de que mis derechos están protegidos.

Hubo una pausa.

—¿Sabes, John? Para ser un tipo que parece tenerlo todo controlado,

no lo tienes. ¿Quieres divorciarte de tu mujer mientras está embarazada?

Jesús, si tu ex se enterara de eso...

—Bueno, no lo hará, ¿verdad? Privilegio del cliente-abogado. —Soné

como un completo idiota, pero ella había sido la que había tratado de

ocultarme el embarazo.

—Ahora no es el momento para nada de esto. Si quieres a Ellie,

aguántate y haz que funcione hasta que esto termine.


Sabía que tenía razón. No había nada que no haría por Ellie, así que, si

tenía que seguir casado con Emma, lo haría.

—Emma está con sus padres ahora mismo. No sé si volverá para la

vista judicial de la semana que viene.

—Me encargaré de ello. Mientras tanto, mantén el rumbo.

El domingo siguiente, sentí que por fin podía volver a respirar cuando

Ellie volvió a casa.

—¿Dónde está Emma? —preguntó cuando cerré la puerta tras

Verónica y Leo cuando se dirigían a casa.

—Está visitando a su madre y a su padre.

—¿Todavía? Lleva fuera más tiempo que yo.

No sabía cómo explicar la ausencia de Emma. Nos habíamos enviado

algunos mensajes, sobre todo ella diciéndome que planeaba quedarse en

casa de sus padres más tiempo. El viernes, me envió la información de la

cita para la ecografía. Pero aparte de eso, no habíamos hablado, y eso me

estaba matando. ¿Cómo era que la extrañaba tanto como a Ellie? Me había

hecho daño y, sin embargo, todo lo que recordaba era su dulce sonrisa, su

generoso corazón y la forma en que adoraba a Ellie. «Era una mentira», me

dije. Pero no quería creerlo. De hecho, una noche, Emma vino a mí en mi


sueño. Empezó a chuparme la polla, cosa que no quería que hiciera porque

incluso en mi sueño estaba cabreado.

—Me traicionaste —le dije tratando de alejarme.

—Tú también me hiciste daño, y sin embargo sigo aquí. Hasta que la

muerte nos separe. —Ella me miró desde donde estaba arrodillada delante

de mí.

—No es real. Nuestro matrimonio no es real.

—Sí, lo fue. Por unos momentos fue real. Todavía puede serlo.

Negué con la cabeza, pero entonces sus labios estaban sobre mí, y mi

ira no era rival para mi deseo. Me desperté sobresaltado, con la polla

palpitando de necesidad.

A la semana siguiente, me llevé a Ellie al trabajo, pagando al personal

de la sala de juegos un extra por vigilarla mientras yo trabajaba.

Afortunadamente, Winona pudo vigilarla en mi cita en el juzgado, como

había hecho en las otras comparecencias.

Entré en el juzgado preguntándome cómo se tomaría el juez que Emma

no estuviera allí. Estar con sus padres era una buena razón, ¿no? Pero
cuando me acerqué a mi abogado en la mesa, vi a Emma. Tenía peor

aspecto que antes. Cansada y agotada. ¿Estaba pasando por un mal

momento con el embarazo? Me dedicó una sonrisa tentativa.


—Dije que ayudaría, así que estoy aquí, pero si quieres que me vaya...

—Tienes que quedarte —dijo el abogado, acercando una silla para ella.

Asentí con la cabeza y me senté a su lado. Mi abogado empezó a

hablar en voz baja, pero no pude oírle. Me distraía su presencia. Su olor. El

calor de su cuerpo junto al mío. Ella estaba causando malditos estragos en

mis emociones y mis sentidos.

—¿Te sientes bien? Pregunté, porque no era un idiota total. Ella

llevaba a mi hijo. Tenía que cuidarla.

—Sí. —Pero su tono me hacía creer lo contrario.

—Todos de pie. —La voz del alguacil llenó la sala.

Volvimos a sentarnos cuando el juez entró y se sentó, y la primera


orden de cosas fue comprobar lo de la visita de Ellie.

—Tengo los informes de la trabajadora social de dos visitas; una a los

señores Sullivan y otra a los señores Baskin. En general, ambas visitas


parecen haber ido bien.

—En ese caso, nos gustaría impulsar una visita de un mes de duración
antes de que empiece el colegio en otoño 3dijo el abogado de Verónica.

—A la luz de la nueva información, nos preocupa cualquier otra visita


con los Baskin —dijo mi abogado.
¿Era aquí donde acusaba a Leo de tirarse a la niñera?

—¿Qué información nueva? —preguntó el juez.

—Tenemos dos preocupaciones. La primera, es que estamos

cuestionando la estabilidad del matrimonio Baskin.

—¿De qué está hablando? —soltó Verónica, mirando hacia nuestra

mesa.

—Tenemos pruebas de que el señor Baskin tiene una aventura con la


niñera francesa del niño —dijo mi abogado.

—Eso es absurdo —se mofó Leo. Verónica miró a Leo con tal
asombro, que sentí pena por ella.

—Silencio —ordenó el juez—. ¿Qué pruebas?

—Las tengo aquí. —Mi abogado entregó un sobre al alguacil—. Sin


embargo, nuestra mayor preocupación tiene que ver con un plan para que

los Baskin se muden a Francia, llevándose a Ellie con ellos.

—¿Qué? —Miré a mi abogado. No me había enterado de eso. Este me


puso la mano en el hombro, indicándome que me callara.

—Eso es indignante —dijo el otro abogado—. El hecho de que mi


cliente viaje a Francia con frecuencia no significa que piense mudarse allí o
llevarse a la niña. Entienden lo importante que es el señor Sullivan para la
niña.

—Este pasaporte para Ellie sugiere algo diferente. Su Señoría, creo

que la señora Baskin quiere la custodia exclusiva, en lugar de compartida,


porque planea salir del país con la niña y no puede a menos que tenga todos

los derechos legales. Aunque usted decida que ella es mejor madre, sería
cruel que el estado de Nueva York permitiera que una niña fuera arrancada

del único padre que ha estado con él durante sus cinco años de vida para
vivir en otro país donde no puede verlo.

Mi mirada se dirigió a Verónica, que estaba sentada mirando hacia


abajo como si tuviera algo que ocultar. Joder. ¿De verdad iba a hacer eso?

De todas las cosas que consideré, llevarse a Ellie fuera del país y lejos de
mí no era una de ellas. Realmente no tenía ni idea de lo que eran capaces las

mujeres.

—Como he dicho, los Baskin viajan y les gustaría enseñarle a Ellie

otros lugares del mundo. No planean mudarse allí —dijo el otro abogado.

—Entonces, ¿esta factura de venta de un piso en París a nombre del


señor Baskin no es para vivir en él? ¿O es para su amante?

—Señor Connors, recordemos nuestros modales —reprendió el juez a


mi abogado.
—Sí, su señoría.

—Señora Baskin, ¿qué puede decirme de todo esto? Recuerde que está
bajo juramento —dijo el juez. Me alegré de que se tomara el asunto en

serio.

Los ojos ardientes de Verónica me miraron a mí y luego al juez.

—Yo no soy la que miente aquí, juez. John y Emma tienen un

matrimonio falso. Solo se casaron para engañarle y hacerle creer que era
estable.

—No estoy hablando de ellos ahora —dijo la jueza, pero me lanzó una

mirada antes de volver a prestar atención a Verónica—. ¿Qué es eso de


mudarse a Francia?

Ella suspiró.

—Queremos pasar más tiempo en Francia, pero no para siempre. John

podría seguir viendo a Ellie.

La jueza frunció los labios y luego se volvió hacia mí.

—¿Qué es eso de un falso matrimonio?

—Su señoría, los Sullivan están legalmente casados. Tengo el

certificado de matrimonio para probarlo, y acaban de descubrir que están


esperando un bebé. Están encantados de darle a Ellie un hermanito o

hermanita.

Emma se puso rígida a mi lado y me miró. Forcé una sonrisa y esperé


que ella hiciera lo mismo. Al fin y al cabo, para eso estábamos aquí. Para

parecer la familia feliz que no éramos. 


Capítulo 25
 

Emma

Una de las cosas más difíciles que había hecho era entrar en la sala del
tribunal. No estaba segura de si John me quería allí o no, a pesar de que su

abogado me había dicho que fuera. John pareció sorprendido al principio,

pero no dijo nada. Me preguntó cómo estaba, lo cual era una buena señal,
supongo, pero no me hacía ilusiones de que las cosas fueran a funcionar

para nosotros.

El abogado me sorprendió diciéndole al tribunal que estaba


embarazada. Eso significaba que John tenía que habérselo dicho al

abogado. ¿Había empezado también su estrategia para luchar por nuestro

bebé?

John me miró y sonrió. No era una sonrisa genuina, sino una para

mostrar al tribunal que estaba contento. Haciendo lo que había acordado


hacer, le devolví la sonrisa. Como era tan doloroso, me giré y miré al juez.

—Eso solo sugiere que la dejó embarazada —se mofó Verónica.

—Señor Jackson, mantenga a su clienta bajo control. —La jueza


volvió a mirarnos—. Felicidades, señor y señora Sullivan. —Miró los

documentos que había entregado el abogado de John y luego volvió a

mirarnos a nosotros—. A la luz de esta nueva información, me gustaría

hacer un receso para revisarla. —Nos suspendió durante treinta minutos.

Sintiendo que no podía respirar, me excusé y fui al baño. Me eché agua

en la cara y miré a la mujer en el espejo.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —le pregunté.

Necesitado de aire fresco, salí al exterior, deseando que el sol disipara

la pesadumbre que sentía.

—Señora Sullivan. —Me volví hacia el abogado de John—. Resulta

que la información que encontró era importante. Asentí con la cabeza. Justo

lo que pensaba. Ladeó la cabeza mientras me estudiaba—. Odio tener que

hacer esto ahora, pero no sé cuándo volveré a verte. Me entregó un sobre.

Tragué saliva mientras el miedo me invadía.

—¿Son los papeles del divorcio?


Sacudió la cabeza y miró a su alrededor como si quisiera asegurarse de

que nadie lo escuchaba.

—No. Tienen que ver con el bebé y los derechos del señor Sullivan.

Mi corazón se sintió como una masa dolorosa.

—No quiero... —Levantó una mano.

—Soy su abogado, y cualquier cosa que me digas, podría usarla en tu

contra. —Solo iba a decir que no quería llevarme al niño, pero decidí que

tal vez tenía razón en que yo también necesitaba proteger mis derechos—.

No sé nada de tu matrimonio, y no quiero saberlo. Pero sospecho que,

aunque haya empezado como una farsa, ahora no lo es. Intenta solucionar

las cosas.

Asentí con la cabeza.

—¿Piensa divorciarse de mí? —Me miró con simpatía.

—Intenta solucionar las cosas.

Lo tomé como un sí. John tenía todo el derecho a estar enfadado y no

querer saber nada de mí. Cometí un error al no contarle lo del bebé antes.

Sabía lo que sentía por Ellie y la mujer que intentaba quitársela. Mi única

opción ahora era tratar de encontrar una manera de tener una relación
amistosa con él por el bien de nuestro hijo. Tenía que esperar que no

utilizara sus recursos para quitármelo.

Abrí el sobre y saqué los papeles.

—Haz que tu abogado los revise. Mi tarjeta también está ahí, así que

puedes dársela a quien contrates. —Ver los papeles legales me dejó sin

aliento. Inspiré hondo tratando de orientarme—. ¿Estás bien?

Me sentía completamente destruida. Era mi culpa, lo sabía, pero eso no

cambiaba lo mucho que deseaba que John hablara conmigo y me perdonara.

Este bebé no había nacido y ya me dolía que pudiera perder su custodia.

—No me siento muy bien. El embarazo...

—Sí, por supuesto.

—Yo... Necesito irme.

—Sería mejor que te quedaras. —Conseguí mirarlo a la cara.

—Lo siento, es que... —Asintió con la cabeza.

—Voy a presentar tus excusas.

Me sentí como si estuviera en una niebla mientras bajaba las escaleras

del juzgado hacia la zona de aparcamiento. Entré en mi coche, pero no sabía

a dónde ir. ¿Debía ir a casa de John? ¿Debía continuar con esta treta? Si iba
a su casa, ¿me echaría? Me sentía tan sola y rota, y no podía seguir

haciéndolo.

Decidí volver a casa de mis padres. No les contaría lo del falso

matrimonio, pero sí todo lo demás. No podía hacer esto sola, y ellos eran las
únicas personas en el mundo que sabía que me perdonarían y ayudarían.

Antes de volver a casa, decidí recoger mis cosas y tal vez ver a Ellie,

ya que estaba en la ciudad. Me recompuse y me dirigí a casa de John.

Aparqué en la entrada y apenas salía del coche antes de que Ellie

viniera corriendo desde mi antigua casa.

—¡Emma! —Se lanzó a mis brazos—. ¡Ya estás en casa! Te he estado

esperando.

Winona la siguió.

—Lo siento. Es rápida. —Abracé a Ellie. Iba a echar de menos a esta

niña.

—Hola, cariño. ¿Te has divertido con Winona?

—Sí. Le enseñé a hacer grandes burbujas.

—Apuesto a que le encantó.

—Ya que estás en casa… —comenzó a decir Winona.


—En realidad, no puedo quedarme. Solo voy a coger algunas cosas y

volver a casa de mis padres.

Frunció una ceja.

—¿Va todo bien?

—Solo algunas cosas que están pasando en casa. —Eso no era una

mentira, aunque ella pensara que me refería a la casa de mis padres en lugar

de aquí.

—¿Tienes que irte? —Ellie compuso una mueca triste. Me rodeó el

cuello con sus brazos—. No te vayas, Emma.

La apreté con fuerza, sintiéndome como una canalla por haber

estropeado tanto las cosas para nosotras.

—Lo siento, cariño, pero tengo que hacerlo.

—¿Cuándo volverás?

—Yo... No lo sé.

—Vamos, Ellie, vamos a hacer ese dibujo que dijiste que querías

colorear para tu padre.

—¿Puedes venir tú también? —Los ojitos de Ellie se llenaron de

lágrimas.

—Lo siento, Mais, no puedo. —Le tembló el labio.


—¿Ya no quieres estar con nosotros?

¿Cómo era posible que mi corazón se rompiera aún más?

—Oh, cariño, sí quiero. Quiero estar con siempre con vosotros. Solo

que ahora no puedo. —Volví a apretarla con fuerza y besé su mejilla—. Te

quiero, cariño. No lo olvides, ¿vale?

—De acuerdo.

Parecía tan triste mientras Winona la llevaba de vuelta a su casa. Todo

esto era culpa mía.

Entré en la casa y me dirigí al dormitorio de John para recoger el resto


de mi ropa. No había traído maleta, así que utilicé bolsas de basura grandes.

Era un poco triste ver cómo todas mis cosas cabían en un par de bolsas de
plástico. Las cargué en la parte trasera de mi coche. Saqué el asiento

elevador de Ellie y lo dejé en el salón. La próxima niñera lo necesitaría.


Estaba celosa de que ya estuviera con Ellie y John.

Dos horas después, estaba de vuelta en Brooklyn y aparcando en casa


de mis padres. Mi padre estaba trabajando, pero mamá estaba en casa,

pintando.

Cuando se giró por primera vez para verme, sonreía, pero en cuanto

me vio, se puso seria.


—¿Qué ha pasado? ¿El juez ha dado una orden contra John?

Sacudí la cabeza.

—No lo sé. Me fui temprano.

Frunció el ceño, hasta que rompí a llorar.

—Emma, ¿qué pasa? —Dejó caer su pincel y corrió hacia mí,


envolviéndome en sus brazos.

—Lo he estropeado todo.

Treinta minutos después, le había contado todo, excepto que el


matrimonio era falso. Si la entrevistaban en el juzgado, no quería que la

pusiera en una posición en la que tuviera que considerar mentir.

—No entiendo por qué no le dijiste lo del bebé. —Me abrazó mientras

nos sentábamos en el sofá.

—Dijo que no quería más hijos... Sé que es una tontería y que no es


una buena razón. No sé en qué estaba pensando.

—¿Lo quieres? —La miré.

—Sí. Más que a nada.

—Si él también te quiere, parece que esto es algo que puede

perdonarte. —Apoyé mi cabeza contra su hombro.


—No es un tipo muy indulgente.

—Entonces, ¿está dispuesto a sacrificar el amor de una buena mujer y


a herir a su hijo porque no es del tipo que perdona?

—Creo que tuvo una infancia difícil y luego todo con su ex... No creo
que confíe en los demás... Ni siquiera en sí mismo. Son él y Ellie contra el

mundo. —Solté una suave carcajada—. Fue una de las cosas que me hizo
amarlo.

—¿Que está dañado desde su infancia? —Mi madre emitió un sonido

como de jadeo.

— Lo viste en la boda, mamá. Está entregado a Ellie. A pesar de todos

sus defectos, su absoluta devoción por Ellie no es uno de ellos.

—Los padres que aman a sus hijos son atractivos, pero también lo son
los hombres que aman a sus esposas. El matrimonio no es fácil, Emma. Por

muy grande y duro que parezca John, parece que es débil a la hora de estar
al lado de su mujer.

—Le hice daño.

—¿Y él nunca te hizo daño a ti? —Me miró con ojos afilados.

Me di la vuelta, sin poder hacerle saber cuántas veces me había hecho

daño John. Lo había dejado pasar, porque, aunque sus palabras habían
dolido, no eran inesperadas. Él había sido sincero con sus sentimientos e

intenciones desde el principio. Yo era la que había mentido.

—Emma. —Mi madre me dio un pequeño empujón hasta que la miré

—. ¿Habéis hablado tú y John...? Quiero decir, ¿habéis hablado de verdad


de todo esto?

Sacudí la cabeza.

—No desde que me llamó y me dijo que se había enterado.

—Hoy en el juzgado, ¿no habéis hablado?

—No. —Retuve la información sobre el abogado que me entregaba

una especie de papeleo relativo a la patria potestad de John sobre el bebé.

—En los veinticinco años que llevo casada, la única vez que tu padre y

yo hemos tenido problemas fue cuando no hablamos. En ese momento,


ocultar información parecía una buena idea. No queríamos hacer olas ni

herir a la otra persona. Tal vez teníamos miedo de que el otro se enfadara,
pero al final, las cosas eran peores.

—¿Qué hay que decir, mamá?

—¿Qué tal que lo amas a él y a su hija? ¿Qué tal lo que sientes al tener

a su hijo creciendo dentro de ti? ¿Qué hay de por qué no dijiste nada de
inmediato y cómo te arrepientes de ello? Solo cuenta la verdad y cómo te
sientes. —Entendía lo que decía, pero no podía imaginar cómo iba a

cambiar nada—.

Entonces, te dirá que lo que siente y con el tiempo llegaréis a un


entendimiento. Tal vez no seáis una familia, pero sí amigos, y llegaréis a

entenderos. Y eso es lo que vuestro bebé necesitará.

Asentí con la cabeza.

—Lo intentaré. —Tenía una cita para mi ecografía la próxima semana.


Tal vez podría hablar con él entonces—. Gracias.

—De nada. Ahora, ¿se me permite estar emocionada por convertirme

en abuela? —Le sonreí.

—Sí. Serás la mejor abuela del mundo.

—Lo seré. También podría serlo para Ellie. Quizá puedas decírselo

también a John.
Capítulo 26
 

John

Cuando se reanudó el juicio, Emma no estaba allí, y eso me preocupó.


¿Estaba enferma? ¿Se había escapado?

—¿Sabes dónde está? —le pregunté a mi abogado.

—No se sentía bien después de que le diera los papeles. —Me lanzó
una mirada con la misma expresión sentenciosa que me había dado cuando

le pedí que los redactara.

—Tengo que proteger mis derechos —quería defender mis acciones.

—Sí, tienes que hacerlo. Pero ese bebé aún no ha nacido y estás en
medio de un caso de custodia. Es un mal momento. —Giré la cabeza y rodé

los hombros. No iba a sentirme mal por esto—. Es una mujer joven

irremediablemente enamorada de su marido. Tanto, que se casó con él para

salvar a su otra hija. Está en las primeras etapas de un embarazo, que puede
ser duro si tiene náuseas matutinas. Su marido está planeando divorciarse

de ella y le entregó los papeles mientras ella está aquí ayudándole a luchar

por su otra hija. —Me tragué la culpa—. En serio, John. No tengo ni idea de

por qué ha venido a ayudarte. Probablemente esto no termine hoy. ¿Estará

aquí para la próxima audiencia?

—Estará.

Me miró boquiabierto. Seguro que se preguntaba si yo estaba delirando

o era narcisista.

—¿Por qué? ¿Es una sádica? ¿Le gusta fustigarse?

Le lancé una mirada mordaz.

—Cumple con sus promesas. —Asintió con la cabeza.

—Al menos alguien lo hace.

—¿Qué significa eso?

—¿Has mantenido tu compromiso con ella? La tratas como una mierda

y, sin embargo, ella mantiene su palabra.

Odiaba sentirme como un imbécil. Ella fue la que no me dijo lo del

bebé, pero, de alguna manera, ¿yo era el malo? Joder, lo era. Todo lo que

decía era cierto, lo que me convertía en el mayor imbécil del mundo.

—Una cosa más —dijo.


—Ya has dicho suficiente.

—¿Eso de que Leo engaña a su mujer y el plan de Verónica para sacar

a Ellie del país? Emma lo descubrió. Nos llamó a mí y al investigador

privado.

Me volví hacia él confundido.

—¿Qué? —Asintió con la cabeza.

—Al parecer, llevó a Ellie a su visita y fue entonces cuando vio a Leo

con la mano metida en el vestido de la niñera, y encontró el pasaporte de

Ellie. —Sacó su teléfono y abrió una foto—. Incluso tuvo el sentido común

de sacar una foto.

Miré la foto de un pasaporte con la imagen de Ellie.

—¿Por qué no me lo contó?

Me miró incrédulo.

—¿En serio? ¿¿Después de cómo la trataste? —Negó con la cabeza.

Pensé en el día en que Ellie fue a casa de Verónica para la visita de la

semana. Ese fue el día en el que supe que Emma estaba embarazada. Le

grité y luego colgué. Podría haberme llamado, pero sabía que no habría

contestado. Jesús, fui un idiota.


—No te la mereces dijo mi abogado al levantarse cuando apareció el

juez.

¿No había dicho eso todo el tiempo?

Yo también me puse de pie hasta que el juez nos dijo que nos

sentáramos. Miré a Verónica, que estaba sentada estoicamente, pero pude

ver la ira y el dolor grabados en su rostro. ¿Sabía lo de Leo? ¿Iba a quedarse

con él? Quería sentirme mal por ella, pero entonces recordé que había

planeado llevarse a Ellie fuera del país y toda la simpatía se disipó.

—He revisado las pruebas de ambas partes sobre sus acusaciones. La

primera, que el señor y la señora Sullivan tienen un matrimonio de

conveniencia para conservar la custodia, y la segunda, que los Baskin

buscaban la custodia exclusiva para llevarse a Ellie fuera del país.

—Eso no es cierto —soltó Verónica. Su abogado se giró para callarla.

—No sé cómo probar o refutar que un matrimonio es real o no. El

informe de la trabajadora social no daba ningún indicio de que hubiera algo

raro en el matrimonio. Por supuesto, no había ningún indicio de infidelidad

por parte del señor Baskin, aunque estas fotos sugieren que sí. —Leo

maldijo en voz baja—. No me importa lo que cualquiera de ustedes haga

con respecto al otro. Me importa lo que hagáis en la medida en que


repercuta en lo que es mejor para la niña, Ellie Sullivan. Por ello, lo que

más me preocupa es la posibilidad de sacarla del país.

—Señoría, el señor y la señora Baskin estarían en su derecho de

hacerlo si usted les concediera la custodia exclusiva —dijo el abogado de


Verónica.

—Tiene usted razón, pero ha estado en mi juzgado lo suficiente como

para saber que las posibilidades de que conceda la custodia exclusiva a los

Baskin son nulas. El señor Sullivan ha proporcionado un hogar seguro y


cariñoso a Ellie desde su nacimiento, y ha ejercido como padre soltero

durante los últimos tres años, desde que la señora Baskin abandonó a su

familia. Hasta los últimos meses, sus visitas a la niña eran escasas.

El férreo control de mi corazón se aflojó ligeramente ante las palabras

del juez. Verónica no tendría la custodia exclusiva.

—La idea de que su madre la aleje de forma indefinida de su padre, la

única constante en su vida me molesta. —Verónica abrió la boca, pero su

abogado le puso la mano en el brazo—. Por lo que veo, el señor Sullivan


siempre ha sido complaciente con las visitas de la señora Baskin y, sin

embargo, no parece que ella fuera a proporcionar ese mismo acomodo al

señor Sullivan.

—No viviríamos allí todo el tiempo…


—Señora Baskin, tiene que quedarse callada —dijo el juez—. No

importa el tiempo que vayan a vivir allí. No es como si el señor Sullivan

pudiera tener visitas de fin de semana si usted viviera en Europa.

—Creo que está a punto de tomar una decisión —murmuró mi

abogado a mi lado—. Esto podría terminar hoy.

Mi corazón se detuvo mientras la anticipación me llenaba.

—Creo que la señora Baskin quiere a su hija y que podría

proporcionarle un hogar amoroso y estable —Espera, ¿qué?—, pero en este

momento, la niña, Ellie Sullivan, seguirá bajo la custodia legal y física del

señor Sullivan...

¡Sí!

—No, su señoría... —gritó Verónica.

—Con visitas regulares de la señora Baskin. Se ordena a los Baskin

que entreguen el pasaporte que tienen de Ellie Sullivan, y durante seis

meses, las visitas serán supervisadas para asegurar que no haya ningún

intento de salir del país con ella. —Verónica empezó a llorar—. Dentro de

seis meses, nos reuniremos de nuevo y podremos reevaluar la situación. Sin

embargo, señora Baskin, le sugiero que considere modificar su petición de

custodia compartida. Se levanta la sesión. —Golpeó el mazo.


Me quedé sentado en silencio y aturdido mientras a mi alrededor Leo

ladraba obscenidades, Verónica lloraba y mi abogado me daba palmaditas

en la espalda.

Había ganado. Entonces, ¿por qué sentí que también había perdido?

Porque, después de todo esto, la única persona que había creído en mí y me

había apoyado no estaba aquí para compartir la victoria conmigo.

Me maldije por dejar que mi situación con Emma se interpusiera en mi


victoria. Todo comenzó por querer conservar a Ellie, y ahora había ganado.

Eso era lo que importaba.

—Tengo que ir a casa. —Me levanté de la silla.

—Dale un abrazo a tu hija. Y arregla las cosas con tu mujer —dijo mi

abogado.

Cuando llegué a casa, cogí a Ellie y la abracé muy fuerte. Tuve la


misma sensación que había tenido cuando nació; como si me hubieran dado

la oportunidad de ser un hombre mejor. De marcar la diferencia en la vida


de mi hija.

—Papá, estás loco.

Recordé que ella no sabía que su madre y yo estábamos de juicios en

los tribunales, así que para ella era un día más.


—Es que estoy muy feliz de verte. —Me miró, pero no vi la felicidad
que me hubiera gustado—. ¿Qué pasa, cariño?

—Emma vino a casa y luego se fue de nuevo. ¿Por qué no se queda


con nosotros, papá? La echo de menos.

—¿Qué dijo? —le pregunté.

—Que tiene que estar con su familia.

—Pues, entonces, eso es lo que tiene que hacer.

—Pero nosotros somos su familia, papá. Haz que vuelva a casa.

Cerré los ojos mientras el sentimiento de culpa aumentaba. Necesitaba

decirle la verdad: que Emma y yo habíamos terminado. Pero hoy solo


quería celebrar que, por fin, había conseguido lo que quería; Ellie se

quedaría conmigo. Eso era lo único que importaba.

Ojalá mi corazón estuviese de acuerdo.


Capítulo 27
 

Emma

Me acosté a descansar y, cuando me desperté, vi un mensaje del abogado de


John diciendo que este tenía la custodia por ahora. Habíamos ganado.

Quería alegrarme por ello, pero era difícil con el peso de todo lo demás

sobre mis hombros. Me las arreglé para enviarle un mensaje a John


diciéndole que me había enterado de lo que había pasado y lo felicité. Le

recordé la cita para la ecografía, pero no le dije nada sobre el papeleo que

me había dado su abogado ni que esperaba que se divorciara de mí.

A la semana siguiente, me dirigí a la cita pensando en cómo seguir con

mi vida. Mis padres dijeron que podía quedarme con ellos todo el tiempo

que necesitara, y mi madre incluso me recomendó un médico en Brooklyn.

Terminar los estudios de posgrado quedaba descartado hasta después del


nacimiento del bebé, pero podía encontrar trabajo y un lugar donde vivir

cerca de John para poder compartir la responsabilidad del bebé.


Estaba en la sala de espera rellenando el papeleo cuando entró. Mi

corazón se hinchó y luego se rompió al verlo. Tenía muchas ganas de

abrazarlo y decirle que lo quería, pero sabía que no podía.

Su expresión era impasible, lo que decidí que era mejor que estar
enfadado.

—Gracias por venir —le dije cuando se sentó a mi lado.

—No me lo perdería.

—No, claro que no. —Quería preguntarle cómo estaba. Cómo estaba

Ellie. Pero todas las palabras se perdieron en mi garganta.

Nos llamaron a la sala de exploración para la ecografía, lo que rompió


el incómodo silencio. Me tumbé en la cama mientras la mujer que realizaba

la prueba nos explicaba el procedimiento.

Me echó un chorro de gel caliente en el vientre y luego utilizó una

varita para frotarlo. Miré a John, que tenía los ojos puestos en la pantalla.

Yo también miré la pantalla, pero no pude distinguir nada.

—Ah... Ahí está —dijo el técnico. Señaló un aleteo en la pantalla—.


Es el latido del corazón.

La emoción me invadió como un maremoto y jadeé ante su fuerza. Se

me llenaron los ojos de lágrimas y me quedé paralizada. Había una vida


creciendo dentro de mí.

—Voy a tomar algunas medidas para que podamos ver si tenemos una

idea más clara de tu estado de salud.

—¿Podemos escuchar los latidos del corazón? —preguntó John.

Lo miré, preguntándome si estaba sintiendo toda esta emoción igual

como yo. No pude leer su expresión. Decidí que ya había pasado por esto

antes, así que probablemente no era lo mismo. De hecho, podría ser una

carga. Con Ellie, él y Verónica todavía estaban en la fase de felicidad de la

relación. Este momento, lo más probable es que no tuviera la misma alegría


que tuvo con Ellie.

Me volví hacia la pantalla; no quería ver su falta de emoción.

—Sí. Aquí. —Pulsó un botón y el sonido constante de los golpes

resonó en la habitación. Se me cortó la respiración.

—Oh, Dios mío. —Las lágrimas corrían por mis mejillas. El técnico

sonrió.

—Es tu bebé.

Me llené de asombro y, al mismo tiempo, de tristeza. Deseé haber

invitado a mi madre a venir, porque incluso con John allí, me sentía muy

sola.
—Es precioso —logré decir.

—¿Quiere una foto? —preguntó el técnico.

—Sí, por favor.

—¿Podemos tener dos? —preguntó John.

—Claro.

Cuando terminó la cita, no quería irme. Podría haberme quedado

viendo a mi bebé dentro de mi vientre todo el día.

John me acompañó fuera, pero ninguno de los dos dijo nada hasta que

llegamos a mi coche.

—¿Dónde vives?

—Ahora mismo estoy en casa de mis padres. Estoy buscando un

trabajo y un lugar para vivir en la zona.

Asintió con la cabeza.

—Escucha, estaba pensando que tal vez podría trasladar a Winona y a

Bethany a otra propiedad que tengo, y tú puedes mudarte al lado. Sería más

fácil para mí ayudarte y compartir la custodia.

Quería sentirme feliz por esto y, sin embargo, como estaba tan lejos de

lo que habría querido escuchar, no pude.


—No sé si podría pagar el alquiler yo sola. —Me miró con irritación.

—No tienes que pagar el alquiler. Este también es mi hijo. Me ocuparé

de todas sus necesidades.

—No soy una inepta, John. —Se me saltaron las lágrimas al ver que

parecía pensar que no sería capaz de cuidar de mi hijo.

—Nunca dije que lo fueras, pero no quiero que te estreses.

No quería pelearme en la acera frente a la consulta del médico, así que

le dije sin compromiso:

—Lo consideraré.

—También pagaré tus estudios. Tú cumpliste tu parte del acuerdo, yo

también lo haré.

«Vaya, gracias», quise decir. Pero entonces me vino el consejo de mi

madre. En lugar de centrarme en mi dolor o responder con sarcasmo, dije:

—Quiero decirte algo, John. No tienes que responder, solo quiero que

sepas la verdad. —Sus ojos se entrecerraron, como si no estuviera seguro de

querer escuchar lo que tenía que decir—. Siento no haberte contado lo del

bebé antes. Fue un error. Tenía miedo de cómo podrías reaccionar porque

dijiste que no querías un matrimonio de verdad ni hijos. Pero no importa...

no debería haber esperado. —Me hizo un gesto cortante con la cabeza—.


Parte de mi miedo a decirte nada era porque te amaba… —Abrió la boca

como si fuera a objetar—. Sí, lo hago. Sé que el matrimonio debía ser falso,

y me esforcé por recordarlo, pero mi corazón parece tener mente propia.

Solo quería que lo supiera. Quiero que este bebé sepa que cuando fue

creado, sucedió porque estaba enamorada de ti.

Su cabeza se movió ligeramente hacia atrás y su expresión era una

mezcla de sorpresa y confusión.

—Por último, quiero que sepas que tomé la píldora. No fue una

mentira. No te he engañado ni te he tendido una trampa. Es importante para

mí que lo sepas.

No dijo nada.

—Me alegro de que todo haya salido bien con Ellie. De verdad, John.

Estoy segura de que no necesitabas mi participación y si no lo hubieras

pedido, no estaríamos aquí. Probablemente lo habrías preferido, pero,

aunque estoy un poco conmocionada, no habría cambiado nada, incluido

este bebé. —Me puse la mano en la barriga.

Abrí la puerta de mi coche y me metí dentro. Levanté la vista hacia él,

sabiendo que, si iba a decir todo lo que había en mi corazón y en mi mente,

me faltaba una cosa.


—Me hubiera gustado que las cosas fueran de otra manera. Me hubiera

gustado formar una verdadera familia contigo. 


Capítulo 28
 

John

Vi a Emma alejarse; sentía que no podía respirar, aunque no podía decidir


por qué. Ella había dicho que me había amado antes, pero yo no le había

hecho caso. Las mujeres suelen decir cosas para salir del paso. ¿Cuántas

veces había dicho mi madre que me quería y luego me había apartado


cuando un nuevo hombre mostraba interés por ella? Incluso Verónica

recurría a decir lo que yo quería oír cuando las cosas empezaban a ir mal

entre nosotros.

Pero había algo diferente en la forma en la que Emma decía que me

quería. No había una desesperación por su parte por cambiar mi opinión o

mis sentimientos. Era cruda y real, y su único objetivo era decir lo que

pensaba y sentía. No le importaba el resultado. No importaba si la creía o la


perdonaba. Dijo lo que tenía que decir y se había marchado.
Me dirigí a mi coche, sintiendo que debería estar en la cima del

mundo. Conservaba la custodia de mi hija y acababa de ver a mi hijo no

nacido. No había ido nunca a unas de las ecografías de Ellie. En ese

momento, estaba trabajando duro para ampliar mi negocio y, para ser

sincero, el hecho de tener un bebé no fue real hasta que a Verónica empezó
a notársele. Me había arrepentido de no haber participado más en las visitas

prenatales de Verónica y no iba a dejarlo pasar esta vez.

Entonces, pese a todo, ¿por qué me sentía como una mierda? Por

supuesto, sabía por qué. La cuestión era qué hacer al respecto. Si creía a
Emma, había ocultado sus sentimientos por mí porque le había dicho que

nuestro matrimonio no era real. Le había dicho que no volvería a amar

nunca a nadie. Pero eso era un error, porque la verdad era que la amaba.
Probablemente la quería mucho antes de que inventara nuestro falso plan de

matrimonio. El problema era que era demasiado cobarde para seguir

adelante. Resultó que Emma era más valiente que yo, porque se había

expuesto en canal.

Sin embargo, nada de esto podía preocuparme ahora, mientras entraba

en el camino de entrada. Nada cambiaba el hecho de que Ellie era mi

principal objetivo.

—¡Papá!
Su emoción al verme nunca disminuyó. Daba igual con quién

estuviese, siempre se alegraba de verme.

—Hola, Ellie. —La cogí en brazos. Le pagué a Winona y luego,

cuando se fue, llevé a Ellie al sofá—. Necesito hablar contigo.

—¿Sobre qué?

—Bueno... —¿Cómo le contaba a mi hija que había dejado

embarazada a Emma?— ¿Has pensado alguna vez en tener un hermanito o

una hermanita?

—Sí. ¿Tú y Emma vais a tener un bebé?

Un recuerdo de Ellie preguntando por un bebé cuando anunciamos

nuestro matrimonio pasó por mi cerebro.

—Sí.

—¡Sí! —Ellie aplaudió emocionada y luego frunció el ceño—.

¿Significa eso que Emma viene a casa?

Vale, ahora era cuando las cosas se complicaban.

—Todavía está con sus padres. Pero ¿quieres ver una foto del bebé?

Hoy hemos podido verlo y escuchar el latido de su corazón.

—Sí. —Su cabeza se movió hacia arriba y hacia abajo. Saqué la foto

de la ecografía del bolsillo. Ella frunció el ceño.


—¿Dónde está?

—Esta parte de aquí es la cabeza —dije señalando la imagen gris—. Y

aquí están los brazos y las piernas.

—La cabeza es muy grande. —Me reí.

—Sí. Así es como empiezan a formarse. Tú también. Apoyó su cabeza

en mi hombro.

—Me gustaría que Emma estuviera aquí.

—A mí también, cariño. —Mientras acunaba su cabeza, me di cuenta

de lo que acababa de decir. Deseaba que Emma estuviera aquí. La verdad

era que podría estar si tuviera el valor de arriesgarme.

«Ella te ocultó el bebé», me recordé.

«¿Puedes culparla?», dijo mi corazón. Le dijiste que no podías amarla.

Le dijiste que no se metiera en tus asuntos. Le dijiste que no pensabas tener

más hijos.

Me di cuenta de que tenía todo el sentido que ella tuviera miedo de

decírmelo. Eso no lo justificaba, pero tenía sentido.

«Me hubiera gustado ser una verdadera familia contigo».

Había renunciado a tener una familia más allá de Ellie, pero Emma me

había ofrecido una segunda oportunidad que usé, abusé y luego deseché. Y
sería un maldito idiota si no intentara, al menos, tener una tercera

oportunidad.

—Ellie, ¿qué te parece si vamos a buscar a Emma? —Se enderezó para

mirarme.

—¿En serio?

—Sí, de verdad.

—¡Sí!

Veinte minutos después, la tenía sentada en su sillita del coche, con mi

guitarra en el maletero, y nos dirigíamos a Brooklyn. Tenía unas dos horas

para pensar en cómo disculparme y convencer a Emma de que podíamos ser


una familia de verdad, si es que todavía lo quería. Mi idea inicial era darle

una serenata. Solía oírla tararear cuando Ellie y yo cantábamos durante la

hora del baño.

Nos detuvimos frente a una casa adosada de ladrillo en una calle


arbolada. Mi corazón latía a mil por hora.

—¿Papá? —Ellie llamó desde la parte de atrás.

—¿Sí, cariño?

—¿Vamos a salir?
Me tragué todo el miedo que amenazaba con hacerme dar la vuelta.

Solo había una mujer en mi vida que no me había roto el corazón, y estaba

en el asiento trasero, lista, dispuesta y capaz de dejar que Emma formara

parte de nuestra familia.

—Sí. —Salí del coche y la ayudé a subir a la acera. Luego cogí mi

guitarra—. ¿Le damos una serenata?

—¿Qué es eso?

—¿Cantar una canción que le diga lo mucho que la queremos?

—¡Sí! —Ellie saltó y aplaudió—. ¿Qué cantamos, papá?

Buena pregunta. Escudriñé mi cabeza en busca de canciones de

disculpa. Pensé en All Apologies, de Nirvana. Había leído una vez que

trataba sobre el suicidio, lo que no era el mejor mensaje. Además, Ellie no

la conocía, y si iba a hacer esto, tenía que incluirla a ella.

Finalmente, me acordé de Hello, de Adele. Esa era sobre pedir perdón

años después, pero serviría.

—¿Qué tal la canción Hello, de Adele? —Hizo una mueca.

—Quiero hacer la canción Love song.

La canción del amor. Esa era una mejor opción. Ellie estaba resultando

ser una gran compañera.


—Love song, entonces. —Me puse la correa de la guitarra sobre el

hombro, y me arrodillé para estar a la altura de Ellie. Empecé a rasgar las

cuerdas.

—Ella no está aquí —dijo Ellie poniendo su mano sobre las cuerdas.

—Cantamos para que salga.

—¿En serio? —Se rió, pero se encogió de hombros; parecía dispuesta

a seguirme el juego.

Volví a rasgar las cuerdas y le hice un gesto a Ellie para que empezara
las primeras líneas, que hablaban de volver a sentirse en casa. Llevábamos

unas cuantas frases cuando la puerta se abrió y la madre de Emma se


asomó. Parecía confundida y luego sonrió.

—Emma, es para ti. —Sonrió, pero me señaló con un dedo como

advertencia para que no volviera a joder a su hija. Me pregunté cuánto sabía


de nuestro matrimonio. ¿Sabría lo del bebé?

Esas preguntas desaparecieron cuando Emma apareció en la puerta.

—Ahí está, papá, ha funcionado —dijo Ellie—. Te estamos cantando


una canción, Emma.

Emma se mordió el labio, como si no estuviera segura de qué hacer


con nosotros. Seguí tocando y cantando hasta el final, terminando con las
palabras de que siempre la amaría.

Una lágrima corrió por su mejilla. Cuando terminé, me puse de pie.

—Ellie y yo estamos aquí para llevarte a casa. Si nos aceptas... Como

tu familia. —Ella absorbió por la nariz, pero no se precipitó hacia nosotros


como yo esperaba. ¿Por qué habría de hacerlo? No me había arrastrado. Ni

siquiera me había disculpado—. Lo siento, Emma. Fui un idiota... —


Recordando que Ellie estaba conmigo, me detuve—. Tuve miedo y fui un
imbécil con una mujer que no hizo más que amarme a mí y a mi hija.

—Ven a casa con nosotros, Emma. ¿Por favor? —Ellie juntó las manos

sobre su corazón en un gesto de súplica.

—Sí, Emma. Por favor.

Bajó los escalones, con la mirada clavada en todas las direcciones.

Solo entonces me di cuenta de que teníamos una audiencia con algunos de


sus vecinos. Cuando llegó a nosotros, Ellie rodeó sus piernas con sus

brazos.

—Quédate con nosotros.

Emma le sonrió, apoyando su mano en la cabeza. Levantó la vista

hacia mí.

—¿Me perdonas?
—Sí. No me gusta que me ocultases lo del bebé, pero lo entiendo.
Reconozco mi parte de culpa, y voy a hacer todo lo posible por ser abierto y

honesto contigo para que no tengas que sentir que necesitas ocultarme
cosas.

—Dijiste que no querías...

—Me equivoqué. Sí quería una familia; solo tenía miedo. La verdad es


que hasta que tú llegaste, Emma, no creía que pudiera volver a tener todo

eso. Ahora quiero ser una familia de verdad; tú, yo, Ellie y el bebé.

—Tienes un bebé en la barriga —dijo Ellie—. He visto la foto.

Emma la miró.

—¿La has visto?

—Le enseñé a su hermano o hermana —dije, deseando que me diera


un sí o un no rotundo. Un sí, a poder ser—. Entonces, ¿vendrás a casa con

nosotros?

Ella sonrió a Ellie y luego a mí.

—Sí.
Epílogo
 

Emma--Un año después

Hace un año, me paré bajo la carpa trasera y miré a John, de pie bajo una
hermosa glorieta, y me casé con él rodeada de mis amigos y mi familia.

Hoy, estoy parada en ese mismo lugar, observándolo con emoción bajo

camino hacia él de nuevo. Los amigos y la familia nos miran, pero yo no los
veo a ellos. Solo veo a John, sosteniendo a nuestro hijo de tres meses, Max,

al que Ellie le puso el nombre. Ellie está junto a John, sonriendo y

mostrando el diente que le falta.

El año pasado contraje matrimonio. Hoy he creado una verdadera

familia.

Cuando John y Ellie aparecieron en la puerta de mis padres el verano


pasado, me dio miedo esperar que hubiesen venido a por mí. Incluso con él

dándome una serenata con esa sexy voz de barítono que tiene me
preocupaba estar soñando. Pero entonces me dijo que me perdonaba. Me

dijo que me amaba y que quería formar una familia; un sueño hecho

realidad.

La vida no fue perfecta después de eso, pero estuvo muy cerca.


Volvimos a nuestra rutina, solo que ahora parecía aún mejor. Todo era más

feliz, más brillante, más satisfactorio.

Aplacé los estudios hasta después del bebé. Volvería a terminar mi

último año este otoño. Durante el último año, todo mi tiempo se centró en
amar a John y a los niños.

En la primera visita supervisada de Ellie tras la vista judicial, nos

enteramos de que Verónica había echado a Leo de casa. Había sido

inteligente en el acuerdo prenupcial, que le permitía conservar el lujoso


apartamento y recibir una buena pensión alimenticia, ya que Leo había sido

el que la había engañado. La relación entre John y Verónica seguía siendo

tensa, pero ambos hicieron un buen trabajo para ocultárselo a Ellie.

Ellie fue maravillosa durante mi embarazo, y aunque tuvo algunos

momentos de celos cuando Max llegó a casa, estaba resultando ser una

perfecta hermana mayor.

El día de San Valentín, pocos días antes de que naciera Max, John

volvió a darme una serenata con la canción Marry Me, del grupo Train.
—Ya estamos casados —dije, suspirando ante su preciosa voz y la

letra.

—Esta vez de verdad. Quiero decir los votos delante de Dios y de

nuestros amigos y familia y que sean reales.

Empecé a llorar, lo que achacaba en parte a las hormonas, pero sobre


todo a que estaba abrumada por la emoción que sentía.

—Sí. Siempre me casaré contigo, John.

Así que aquí estábamos, uniendo nuestras vidas y nuestros corazones

de nuevo, excepto que esta vez era de verdad. Porque lo era, John insistió

en hacer nuestros propios votos.

—Antes de conocerte, Emma, había abandonado la idea del amor. No

creía ni confiaba en él. Incluso cuando llegaste a mi vida y me dijiste que

me amabas, no podía permitirme aceptarlo. Pero ahora sé que toda mi vida

te había estado esperando. Todas las veces que esperé encontrar a alguien

que me amara incondicionalmente, que aceptara mis imperfecciones y viera

el hombre que podía ser, aunque yo no pudiera verlo, ese alguien eras tú,

Emma. Gracias por hacer mi sueño realidad.

Se oyó un suspiro de nuestros invitados. Me enjugué una lágrima.

Podía ser increíblemente romántico. Ahora era mi turno de compartir lo que

había en mi corazón.
—En el momento en el que te conocí, mi corazón y mi alma fueron

tuyos, y todo lo que quería era amarte. Gracias por permitirme hacerlo, y

por corresponderme. Aquí mismo, ahora mismo, contigo y Ellie y Max, y


nuestra familia y amigos, esto es todo lo que necesito. Quiero pasar cada día

haciéndote saber lo mucho que te quiero. Lo mucho que mereces ser

amado. Lo mucho que quiero a nuestra familia y lo mucho que nos quieres

tú a nosotros.

Esta vez, cuando nos besamos, no fue para mostrar; el novio besando a

la novia. Era un hombre y una mujer uniendo sus vidas en una sola.

—Te amo, Emma. —Cada vez que lo decía, desde aquel primer día en

el paseo de la casa de mis padres, hacía que mi corazón diese un vuelco.

Tuvimos una pequeña recepción, pero luego dejamos a Max con mis

padres y llevamos a Ellie con nosotros a Manhattan para que visitara a su


madre mientras celebrábamos la renovación de nuestro matrimonio. Una

cosa buena que surgió de nuestra pequeña unidad familiar era que mis

padres asumieron el papel de abuelos de Ellie, y Verónica lo apoyó. Como

resultado, siempre que Ellie estaba con su madre en Nueva York, se

organizaban para reunirse.

Al igual que la primera vez, nuestra luna de miel sería corta, pero eso

se debía principalmente a que no estaba preparada para pasar una semana


lejos de Max. John había sugerido una luna de miel tropical, pero yo quería

volver al hotel donde tuvimos la última.

—Quiero rehacer ese día, solo que esta vez quiero hacerlo bien.

—¿Estuvo mal la primera vez? Porque recuerdo haber tenido una luna

de miel muy orgásmica —bromeó John.

—No estuvo mal, pero esta vez quiero poder decirte que te quiero

cuando te chupe la polla.

Él estaba más que feliz de complacerme. Y esta vez sí lo hicimos bien.

Me llevó al otro lado del umbral y me dejó cerca de la mesa, donde me

esperaba una botella de champán. El sofá estaba junto a la ventana, lo que

sugería que John había llamado antes para hacer los preparativos.

—Me mimas —le dije cuando me entregó la copa de champán.

—Quiero que seas feliz. No quiero que nunca cuestiones mi amor por

ti.

—Soy feliz.

—Por la felicidad —dijo levantando su copa. Choqué mi copa con la

suya y me la bebí de un trago. Me miró con el ceño fruncido.

—¿Tienes sed? —Sacudí la cabeza.


—Quiero enseñarte algo. —Después de mi primera boda, la luna de

miel era solo un espectáculo. No había hecho planes para acostarme con él,

aunque había sucedido. Esta vez, había venido preparada. Me eché hacia

atrás para bajarme la cremallera del vestido, viendo cómo los ojos de John

se oscurecían mientras sacaba los brazos de las mangas y dejaba caer el

vestido al suelo.

—Joder. —Inmediatamente, su polla hizo mella en la parte delantera

de sus pantalones.

—¿Te gusta? —Miré el bonito sujetador push up de encaje con bragas

a juego. Pero sabía que eso no era lo que le gustaba. Eran los ligueros y las

medias.

Tenía razón el año pasado cuando dije que los hombres eran esclavos

de su naturaleza primaria. Pero había aprendido que, aunque muchas cosas

podían hacer que un hombre se pusiera erecto, no todo el sexo era igual.

Unir dos cuerpos en un acto de amor iba más allá de la naturaleza, hacia

algo más profundo.

Su dedo recorrió el borde de las medias y luego el pequeño liguero.

—Me gusta mucho. Creo que me he corrido en los pantalones.

Miré el importante bulto de sus pantalones.


—Si lo hiciste, estás duro de nuevo. —Extendí la mano para quitarle el

cinturón.

—Deja que lo haga yo. En serio, podría correrme en un instante.

Sonreí, sintiéndome sexualmente poderosa y enamorada. No sé si era

yo o estar casada con el hombre más sexy de la tierra, pero había aprendido,

después de nuestra reconciliación, que me gustaba el sexo. Mucho. Ya me

había gustado antes, pero había algo en estar totalmente abierta a él.
Entregarle mi placer, y él a mí el suyo, hacía que mi impulso sexual se

acelerara. O tal vez era las hormonas del embarazo. Descarté eso porque el
bebé ya estaba aquí, y seguía deseando a John de cualquier manera que

pudiera tenerlo.

—¿Cómo me quieres? —le pregunté. Él gruñó.

—No lo sé. Mi cerebro no funciona. —Se bajó los pantalones y se

arrancó los botones de la camisa mientras forcejeaba con su ropa para


quitársela.

—¿Qué tal así? Los dos podemos ver la vista por la ventana. —Me

giré hacia la mesa, de espaldas a él, presionando mi trasero contra él. Me


gustaban todas las formas en las que hacíamos el amor, pero una cosa que
realmente disfrutaba era provocarlo con formas en las que podía tenerme.
Me gustaba explorar y probar cosas nuevas. Tenía un ejemplar del Kama
Sutra escondido en un cajón y lo consultábamos a menudo.

—Así está bien. Bien por rápido y furioso, porque eso es lo que será
esto. —Pensé que me tomaría en ese momento, pero en lugar de eso, se

puso de rodillas—. Inclínate sobre la mesa, nena, y abre las piernas.

Me eché hacia delante y me puse como me había dicho.

—Estás muy mojada. —Sus manos se dirigieron a mis bragas.

—Se apartan —dije por encima del hombro—. Si no, se atascan en las

ligas.

—Maldita sea. —Inhaló profundamente, lo que imaginé que era para

controlarse. Tiró de las bragas y los laterales cedieron. Sentí el aire frío en
mi coño, doliéndome.

—John —gemí—. Haz que me corra.

Gruñó y separó mis muslos. Su boca y su lengua se zambulleron en mí,


chupando, empujando y volviéndome loca. Me agarré a la mesa mientras el

orgasmo me arrollaba.

—Sí, sí —apreté mi coño contra su boca—. Oh, Dios, me voy a correr.

Me pellizcó el clítoris con los dedos mientras su lengua se introducía

en mi interior y todo mi cuerpo se convulsionaba mientras el orgasmo me


atravesaba.

Todavía no había terminado de recuperarme, cuando John se puso


detrás de mí, con su polla en mi entrada.

—Eres tan jodidamente perfecta, Emma.

Acababa de tener un orgasmo intenso, pero quería más. Lo quería a él.

—Te necesito dentro de mí, John.

Empujó, llenándome y haciéndome jadear. No se tomó su tiempo.

Empujaba y se hundía, con su respiración agitada mientras buscaba su


propia liberación.

—No puedo esperar —gritó.

—No esperes. —Me encantaba cuando estaba desesperado y un poco


loco. Me encantaba cuando era suave y lento. Me encantaba todo. Lo

amaba.

—Oh, joder... —Entraba y salía con fuerza. Podía sentir cada

centímetro de él, creciendo y volviéndose más rígido con cada golpe.

Mi cuerpo respondió, apretando su polla mientras mi propio placer

aumentaba de nuevo. Gimió y se detuvo. Yo gemí.

—No pares. Por favor, no pares.

Se retiró y me dio la vuelta.


—Quiero ver cómo te corres. —Me sentó en la mesa, me abrió las

piernas, empujó sus caderas hacia delante y entró de nuevo en mí.

Su mirada se clavó en la mía mientras empezaba a moverse, esta vez

no con tanta furia, pero sí con duros golpes que me hacían jadear cada vez
que se sumergía en mí.

—Córrete en mi polla, Emma. Quiero ver cómo te corres... sentir cómo


te corres... —Su mandíbula estaba tensa, y pude ver que le estaba costando

toda la fuerza de voluntad que tenía para contenerse.

Miré entre nosotros, viendo cómo su polla se deslizaba dentro y fuera


de mi cuerpo. Me aferré a sus hombros, mi mirada se elevó al tatuaje de

Ellie y ahora de Max en su pecho. Y justo debajo, Emma. Levanté la


cabeza, atrapando su mirada.

—Te quiero. —Quería que lo supiera.

Capturó mi boca con sus labios, besándome con el mismo calor y


fervor con el que me estaba amando con su cuerpo. Apartó su boca y gimió.

—Juntos, nena. Córrete conmigo.

Sin dejar de mirarnos a los ojos, nuestros cuerpos se movían al ritmo


del amor, en perfecta sincronía. Llegué a la cúspide y jadeé, gritando

mientras mi cuerpo se aferraba al suyo como si nunca quisiera soltarlo.


Él gritó y se sumergió, su esencia llenando mi cuerpo, convirtiéndose

en parte de mí.

—Te quiero, te quiero, te quiero —susurró mientras seguía empujando


y palpitando dentro de mí. Finalmente, me abrazó, con mi cabeza apoyada

sobre su corazón, donde estaba inscrito mi nombre. Oí y sentí el latido de su


corazón solo para mí. Levantó la cabeza y me miró—. Eres jodidamente

increíble.

Me reí.

—¿Porque llevo ligas?

—Estaba tan excitado que no he tenido la oportunidad de explorar y


disfrutar de ellas.

—La próxima vez. —Sonrió.

—Dame un minuto. —Me besó, esta vez despacio, como si estuviera


saboreando cada pedacito de mi boca—. Me diste algo que pensé que nunca

tendría. Me diste a ti.

La emoción me invadió.

—Y tú me diste a ti.

—Y juntos, hicimos una familia. Quise decir lo que dije en mis votos.
Me diste una familia. Has hecho realidad mi sueño.
Lo abracé, sintiéndome tan agradecida por tener a este maravilloso
hombre. El amor que había visto por su hija fue una de las primeras cosas

que me habían hecho enamorarme de él. Ahora, lo que más me gustaba era
el amor y el compromiso total que tenía por su familia.

También podría gustarte