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Exilio a Egipto

Mateo 2, 13-15

La Madre Fugitiva
Un buen día, el cielo habló: "Toma al niño y a su Madre, huye a Egipto, y estate allí
hasta que se te diga otra cosa" (Mt 2,13). Estas pocas palabras poblaron de
interrogantes el alma de María.
¿Por qué busca Herodes a este niño? ¿Cómo se enteró de su nacimiento? ¿Qué mal le
hizo, para que el rey busque su exterminio? ¿A Egipto; ¿y por qué no a Samaría, a Siria
o al Líbano, donde no reina Herodes? ¿Cómo ganaremos allí la vida? ¿Qué idioma
hablaremos? ¿En qué templo rezaremos? ¿Hasta cuándo tendremos que estar allí?
"Hasta que se te diga otra cosa". Los perseguidores ¿estarán cerca?
Otra vez, el terrible silencio de Dios, se abatió sobre la joven Madre, como una nube
sombría. Cuántas veces acontece esto mismo en nuestra vida. De súbito, todo parece
absurdo. Nada tiene sentido. Todo se asemeja a una fatalidad ciega y siniestra. Nosotros
mismos, nos sentimos como juguetes en medio de un torbellino. ¿Dios? Si existe, y es
poderoso ¿por qué permite todo esto? ¿Por qué calla? Nos dan ganas de rebelarnos
contra todo, y negarlo todo. La Madre no se rebeló, se abandonó. A cada pregunta,
respondió con su hágase. Una sierva no pregunta, se entrega. Señor mío, yo me
abandono, en silencio, en tus manos. Haz de mí lo que quieras, estoy dispuesta a todo,
acepto todo. Lucharé con dientes y uñas para guardar la vida del niño, y mi vida propia.
Pero durante la lucha, y después, en tus manos deposito la suerte de mi vida. Y la
Madre, en silencio y paz, emprende la fuga al extranjero.
...
En este momento, María entra en la condición de fugitiva política. La existencia de este
niño, amenaza la seguridad de un cetro. Y el cetro, por su propia seguridad, amenaza la
existencia del niño; y éste, en los brazos de su Madre, tiene que huir para asegurar su
existencia.
Para saber cómo era el estado de ánimo de la Madre, durante aquella fuga, tenemos que
tener presente la psicología de un fugitivo político. Un fugitivo político vive de
sobresalto en sobresalto. No puede dormir dos noches seguidas en un mismo lugar.
Todo desconocido, es para él un eventual delator. Cualquier sospechoso es un policía de
civil. Vive temeroso, a la defensiva.
Así vivió la pobre Madre, por aquellos días: de sobresalto en sobresalto: aquellos que
vienen allá atrás ¿no serán de la policía de Herodes? Aquellos otros que vienen allá
delante... estos que están aquí, parados... ¿Será conveniente dormir aquí? ¿Qué será
mejor: viajar de día o de noche?...
La fuga de la Madre se realizó también, dentro de la psicología propia de todo fugitivo,
es decir: despacio y de prisa. Despacio, porque no podían andar por los caminos
principales, donde podía estar apostada la policía de Herodes, sino dando vueltas por
entre cerros y vías secundarias, por Hebrón, Bersabee, Idumea. Y de prisa, porque urgía
salir de los límites del reino de Herodes, hasta traspasar la frontera de El-Arish.

Al aproximarse al delta del Nilo, se extiende el clásico desierto, el "mar de


arena", donde no se halla un matorral, ni un tallo de hierba, ni una piedra:
nada excepto arena.
Los tres fugitivos debieron arrastrarse fatigosamente durante el día sobre
las móviles arenas y bajo el agobiante calor, pasar la noche tendidos en
tierra, no contando sino con la escasa agua, y el escaso alimento que
llevaban consigo: es decir, lo suficiente para una semana.
Si ha de hacerse cargo de tal travesía, el viajero actual necesita haber
pasado varias noches, insomne y al raso, en la desolada Idumea, y haber
entrevisto de día cómo pasa cerca de él algún grupito de contados hombres,
e incluso de alguna mujer con un niño al pecho, y divisarlos, taciturnos y
pensativos, como resignados a la fatalidad, mientras se alejan, en la
desolación, hacia una ignorada meta.
Quien ha hecho tales experiencias y tenido tales encuentros en aquel
desierto, ha visto, más que escenas de color local, documentos históricos
relativos al viaje de los tres prófugos de Belén (Riccioti, Vida de
Jesucristo, p. 250).

Y, en medio de esa devastada soledad telúrica, y envuelta en el silencio, todavía más


impresionante, de Dios, ahí va la Madre Fugitiva, como una figura patética, pero con
aire de gran dama, humilde, abandonada en las manos del Padre, llena de una dulzura
inquebrantable, repitiendo permanentemente su amén, en cuanto trata de no ser
descubierta por la policía.

- Ignacio Larrañaga, “El Silencio de María”, Ediciones Paulinas, 1977.

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