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LA CRISIS DEL ANTIGUO REGIMEN EN ESPANA Josep FONTANA ae En este articulo, el historiador Josep Fontana emprende la labor de responder al interrogante de cémo fue posible que en la agricultura espafiola, en un periodo de treinta afios, se produjera un cambio profundo y radical en las relaciones sociales y de explotacién, desde el E.,, gus consiste, en esencia, eso que llama- mos «crisis del Antiguo Régimen»? Durante mu cho tiempo el proceso se ha interpretado en tér- minos exclusivamente politicos: se trataria, en su: ma, del paso de la monarquia absoluta a la cons- titucional, con el establecimiento de un gobierno parlamentario y de todo el conjunto de derechos ylibertades que ello implica. Encandilados por un falso paralelismo con la revolucién francesa —que fue la que dio lugar a la distinci6n entre un «anti quo» y un «nuevo» régimen enteramente distin- tos— tendiamos a sobrevalorar la realidad de los cambios legales y politicos que habian tenido lu gar en Espafia, olvidando que aqui, en visperas de la revolucion de 1868, el derecho al voto que- daba limitado a menos del 3 % de los ciudada- nos (y que el nimero de los que lo ejercian era inferior al de los funcionarios directamente depen- dientes de la administracién central), o que en 1848 ‘se seguia ensefiando leyes en las universidades es- pafiolas con el Extracto de la Novisima Recopila- cién, anotado con las leyes y reales disposiciones posteriores, o sea con la compilacién legal del An- tiguo Regimen, sin mas que adiciones y retoques. La verdad es que cuando un historiador liberal, Angel Fernandez de los Rios, escribia en 1879 acer- ca de la primera guerra carlista —la guerra civil que sellé la derrota politica del Antiguo Régimen— se sentia en la necesidad de advertir: «Si se bo- rrara de nuestra legislacién la ley de sefiorios, si desapareciera la desvinculacién, si renacieran los privilegios contra la agricultura, si se restablecie- ra el diezmo, si se resucitaran los conventos, si oy feudalismo evolucionado hasta la propiedad liberal. El autor examina la posterior evolucién del sector primario a lo largo del siglo XIX, y expone las consecuencias que trajo la peculiar transformacién capitalista de la economia agraria en Espatié se devolvieran al clero sus fincas risticas y urba- nas, si se anulara la redencién de censos, si vol- vieran a amortizarse otra vez la propiedad del mu- nicipio, la instruccion y la beneficencia, la sangre derramada y el dinero gastado por aquella guerra civil representaria simplemente la imbecilidad de! pueblo espafioly. No se mencionan aqui la cons- tituci6n y las libertades garantizadas por ella, co mo si no bastasen para justificar la guerra civil Parece como silo nico que contase fuese la de- samortizaci6n y el conjunto de medidas que, uni das a ella, completaron la metamorfosis de la pro- piedad feudal a la propiedad burguesa de la tie- rra. Como si lo que distinguiese a uno de otro ré- gimen fuese mas la naturaleza de la propiedad que la existencia 0 no de unas libertades. Un texto de fecha anterior nos puede dar la cla- ve, al mostrarnos que para estos hombres liber- tades politicas y formas de propiedad estaban es- trechamente asociadas: que la implantacién mas © menos real de las primeras era condicién nece- saria para legitimar y asentar la transformacion de las segundas. En el articulo «acotado» de la Enci- clopedia espafiola de derecho y administracion, dirigida por Lorenzo Arrazola, se afirma que para obtener el derecho a cerrar las tierras, condicién indispensable para establecer una propiedad ab- soluta, no sujete a las limitaciones que los usos campesinos imponian tradicionalmente, «era ne- cesario un cambio radical y completo en el siste- ma de gobierno, en los principios econémicos y administrativos, en suma, en la organizacion g neral del estado». Y se interpretaba en este sent 49 do el significado de la Constitucién de 1812, lla mada de Cadiz: «Estableciendo un gobierno repre- sentativo, era consiguiente que se sancionase aquel profundo respeto a la propiedad que es uno de los elementos de vida en esa clase de institu- ciones. Por esta raz6n, al publicarse la Constitu- cion de 1812, se sancioné el principio de que la nacién estaba obligada a proteger el derecho de propiedad, yen el momento mismo, y como con- secuencia inmediata y forzosa de este principio, se pens6 también en declarar acotedas y cerra- ea ‘todas les tierras de dominio particular». Lo que ice que los hombres que protagonizaron el traneito del entiguo al nuevo regimen en Espatia tenian una idea global y totalizadora de las trans: formaciones que ellos mismos habian protagoni zado, sin limitarlas al terreno més estrechamente politico, como luego hemos hecho. Pero sirve tam- bién para advertirnos que cuando, reaccionando contra la imagen reduccionista que habia acaba- do imponiéndose en nuestra historiogratia, pasa- mos a hablar tnicamente de la metamorfosis de la propiedad, estamos cometiendo el mismo abu: so. Una imagen cabal de la crisis del Antiguo Ré- gimen en Espafia deberi integrar en un modelo complejo todo un conjunto de factores politicos, econémicos y culturales. Incluso si nos limitamos al terreno estricto del cambio econémico, esta cla- ro que cualquier explicacién medianamente satis- factoria de la crisis ha de tomar en cuenta la quie- bra fiscal de la monarquia absolute, la ruptura de los equilibrios econémicos intemacionales que sig- nifico la pérdida de las colonias continentales ame- ricanas, las diversas soluciones postuladas para temediar tal situacion —Ia transformacién de Es- pajfia en un pais exportador agrario que se inser- tase en la division internacional del trabajo a la ma- nera en que lo hizo Portugal, 0 la busqueda de su industrializacion mediante la potenciacion de un mercado nacional, como harian Francia y Alema- nia— y las actuaciones politicas que derivaron de estas propuestas, etc. Noes éste el luger ni el mo- mento de intentar un empefio tan ambicioso, de modo que me limitaré 2 considerar lo que, sin serlo todo, es fundamental: el aspecto representado por los cambios en la propiedad y las consecuencias, que estos cambios tuvieron en la produccién agra- ria, a la que dedicaba su actividad la mayor parte de los espafioles y que proporcionaba, con mu- cho, la mayor parte del producto nacional. Pero, del mismo modo que al hablar del paso del absolutismo al liberalismo sefialabamos que no 50 se trataba de un proceso rapido y de efectos radi- cales, cuando nos referimos al trénsito de la pro- piedad feudal a la burguesa conviene evitar dos errores asociados: el de suponer que en Espafia existian unas formas de propiedad feudal mas o menos uniformes y generalizadas, y que éstas han sido transformadas en un tiempo relativamente breve —entre 1808 y 1837, por ejemplo— en for- mas de propiedad capitalista. La situacion real, con anterioridad al momento final de crisis de! Anti- guo Régimen, era demasiado compleja para po- der encajar en un esquema tan simple. Para em- pezar, las formas capitalistas no nacen y se desa- rollan de sibito, sino que comienzan aparecien- do en los poros de la sociedad feudal, coexisten largamente con ella y sélo se imponen por com: pleto cuando las relaciones feudales dejan de ser eficaces y se hace necesario arrumbarlas. No se puede simplificar la imagen de la agricultura es- pafiola del siglo XVIII definiéndola como feudal, porque en ella habia amplias zonas de desarrollo capitalista incipiente. Tal seria el caso de la agri- cultura catalana, que producia ya més para el mer- cado que para la subsistencia, aunque siguiera in- mersa en un mundo de formas de tenencia de la tierra tradicionales y hubiera de soportar duras car- gas feudales. Tal el de la Andalucia occidental, donde el estimulo del mercado colonial habia lle vado al predominio de formas tan modernas co- mo los arrendamientos en dinero y a corto plazo. Incluso en lugares que se ha querido ver como ma- yormente dominados por un sistema de relacio- nes feudales, como ocurre en Valencia, no es di- ficil ver que al lado del ejemplo arquetipico de Aye- lo de Malferit, que Cavanilles consagré como re- presentativo de la opresidn de los campesinos so- metidos a un sefior rapaz, tenemos otros, como el de la huerta que rodea la ciudad de Valencia, donde el panorama es muy diverso. Caracteristica del feudalismo, como de cualquier forma de explotacién, es su capacidad de adap- tarse a las condiciones locales y de variar en el tiempo con el fin de cumplir con la regia de oro de extraer el maximo de excedente con el mini- mo de resistencia campesina. Ramon Villares nos ha explicado como, cuando y por qué razones sur- ge en Galicia un sistema de extraccion basado en. el foro; Guy Lemeunier nos ha sugerido la exis- tencie en Murcia de un tipo de feudalismo que, paraddjicamente, se daria en ausencia de un gru- po de sefiores que fueran sus beneficiarios direc. tos; Pedro Ruiz Torres ha insistido en la diversi- dad y complejidad de los modelos vigentes en el area del Pais Valenciano. Lo que conviene recor- dar, por consiguiente, es que el panorama del cam- po espafiol en los momentos de la crisis del Anti- uo Régimen es un panorama de situaciones muy diversas, ya que cada evolucién historica concte- ta ha cristalizado en unas formas de explotacion determinadas, en el predominio de unas u otras instituciones feudales y en una combinacién dis- tinta de rasgos feudales y capitalistas. Nada que se asemeje a una situacién uniforme que respon- da a unas regias que puedan modificarse senci- llamente con la promulgacién de unas medidas le- geles «desfeudalizadoras». Ei simple hecho de que una ley de 1945 hubiese de ocuparse todavia de le redencién de los «derechos dominicales» inhe- rentes a los censos catalanes (derechos de aro- ma tan inconfundiblemente precapitalista como la firma, fediga, cabrevacion, laudemio, etc.) reve- la que la transmutacion no fue tan sencilla. Lo que importa explicar, por consiguiente, es por qué ese complejo panorama de relaciones de produccién, que se habia mantenido relativamente estable, lo que no significa inmévil, durante largo tiempo —por lo menos desde mediados del siglo XVII hasta fines del XVIII— se modifica por ente- To en menos de treinta afios, para dar paso a una Espafia de propietarios burgueses —poco impor: ta, para su definicién como tales, que puedan ser miembros de la aristocracia y que el origen remo- to de su propiedad haya sido feudal—, con sus titulos debidamente inscritos en el registro de la propiedad, como garantia de su derecho a dispo- ner plena y libremente de la tierra, consagrado por primera vez en la trascendental ley de 8 de junio de 1813 en que los diputados de Cadiz declara- ban que los arrendamientos de fincas debian ser libres a gusto de los contratantes», y que los de duracién indefinida podian disolverse, avisando con un aio de antelaci6n, sin que el arrendatario tuviese derecho alguno, «aunque lo haya sido mu chos afios». Un derecho que generalmente se ha establecido sobre el despojo de otros derechos se- culares de los campesinos, lo cual puede compro- barse facilmente con s6lo comperar la diversidad de las reglas aplicadas en una Espafia donde los, campesinos han carecido de fuerza para hacerse cir de los legisladores y en una Francia donde, a consecuencia de una dinémica originada en los afios de la Revolucion, no habia mas remedio que tenerlos en cuenta. Unas mismas instituciones han podico ser interpretadas como formas contractua- les de este lado de los Pirineos y como derechos feudales que habia que abolir sin indemnizaci6n, det otro lado. {Cémo podemos explicar que se haya produci- do un cambio tan profundo y radical en estos afios concretos? Los esquemas tradicionales suelen de- cirnos que llega un momento en que las viejas re: laciones obstaculizan el crecimiento ulterior de las fuerzas productivas y que esta situacion debe de- sembocar, neceseriamente, en su reemplazo por otras nuevas. No seria dificil ver que tal argumen- tacién, aunque fuese empleando otros términos, era plenamente compartida por amplios sectores de la sociedad europea de los siglos XVIII y XIX, desde los reformistas como Jovellanos a los agré nomos como Young. Luego examinaremos esta secuencia topica que arranca de la abolicién de las viejas leyes convertidas en obstéculos al cre cimiento capitalista —de «derogar de un golpe las barbaras leyes», como dira Jovellanos—, condu: ce a la «revolucién agricola» con incremento del producto y disminucién de los brazos empleados para obtenerlo, y lleva a la meta final de la indus- ttrializacién. Admitamos, por el momento, que en la Espafia del siglo XVIli pudo haberse dado una situacién en que el crecimiento de la produccién agraria no seguia el ritmo del aumento de la po- blacién y que ello pudo traducirse en fuertes ten- siones entre sefiores y campesinos (agravadas en- tre 1766 y 1808), en dificultades financieras para un estado que habia de recaudar la mayor parte de sus impuestos a partir de las ganancias de unos labradores empobrecidos, en una serie de crisis de subsistencias en la Espafia interior (que culmi naron en la gran hambre castellana de 1804) y en la necesidad de importar grandes cantidades de cereales para alimentar a la pobiacion de las 20- nas periféricas, lo que sélo pudo hacerse mien- tras se cont6 con los beneficios que proporciona- ba el tréfico con las colonias americanas. Lo que me importa destacar es que este desequilibrio se advierte sobre todo a través de los enfrentamien- tos entre los diversos grupos sociales que se be- nefician de la tierra — campesinos que la cultivan y perceptores de rentas y derechos 0 entre el estado recaudador de impuestos y los sujetos obli- gados a pagarios Estas tensiones y estos enfrentamientos se agra- varon entre 1815 y 1830, a consecuencia de la lla- 5 mada crisis agraria europea, cuya manifestacion ‘mas inequivoca fue la caida de los precios agrico- las. Interesa retener que este descenso de los pre- cios no era un fenémeno coyuntural, sino que re- flejaba las mejoras que en estos afios, y en los in- mediatamente anteriores, se habian registrado en la agricultura de Francia y de Inglaterra. En am bos casos, la caida de los precios era consecuen- cia, o del aumento de la produccion por hectarea -en el caso de Francia, que iniciaba ahora la pri- mera fase de su «revolucién agricola»— 0 de la disminucién de los costes —en el caso de Ingla- terra, que entraba ya en lo que se ha dado en la- mar la «segunda revolucién». Pero, ¢qué habia de suceder en Espafia, que veia caer los precios sin poder compensarlo ni con mayores rendimientos por hectarea ni con menores costes de produc- cion? Desde el punto de vista de las economias fami- liares campesinas —que quiere decir tanto como de la mayor parte de la poblacién espafiola— es necesario considerar la forma en que se distribuia el producto de la cosecha para comprender cé- mo ha repercutido aqui la crisis. Hay cinco gran- des salidas de! producto: tres de ellas en espet una cuarta que puede ser en producto 0 en dine- to, y la quinta que es siempre y necesariamente en dinero. Las tres salidas en especie son: a) la semilla para la nueva coseche (que en el caso del trigo, cultivo fundamental, representa una sexta parte de la cosecha, o sea alrededor del 16 %): b) los pagos al sector sefiorial — entendiendo por tal el complejo que abarca los sefiores y la Iglesia—, que son muy distintos segun los luga- res, y que pueden ir desde el minimo del 13 %, que representan el diezmo y la primicia, hasta su mas mucho mayores (en los censos a parte de fru tos, en los casos en que hay que respetar el mo- nopolio sefiorial de molinos, hornos o almazaras, etc.); ¢) el autoconsumo, dificil de medir, pero que nunca puede caer por debajo del minimo necesa- rio para asegurar la subsistencia familiar. Estas tres salidas no son afectadas en absoluto, por lo me nos de forme directa, por la caida de los precios. La cuarta comprende la parte que se usa para com: prar otros productos de consumo —asi como el ganado o las herramientas de trabajo que haya que adquirir fuera de la explotacion familiar— y pue- de realizarse mediante la venta previa de parte de la cosecha, para pagar lo que se adquiera con di nero, o mediante alguna forma de trueque, que de todos modos resultaré efectada por la relacion que exista entre los precios de lo que se vende y lo que se compra. La quinta, finalmente, de volu- men considerable, sélo puede pagarse en metéli- co: me refiero a los impuestos. 2Qué significo para un campesino espafiol que los precios de los productos que cosechaba se hu- biesen reducido a la mitad en el transcurso de unos quince afos, sin que hubiera habido ninguna me- jora compensadora en sus condiciones de produc cidn? Nada, por cuanto se refiere a las tres p meras salidas que citabamos —a las necesidades de la subsistencia o a las relaciones que mantiene con el marco de la sociedad sefiorial. Mucho en’ lo que toca a las salidas cuarta y quinta. Con re- ferencia @ la cuarta, lo mas probable es que los, términos de intercambio hayan empeorado tanto que se vea obligado a reducir al minimo sus com- pras 0 trueques. En lo tocante a los impuestos, finalmente, que ha de vender doble cantidad de producto —el doble de trigo, vino o lana— para ‘continuar pagando unos impuestos que no han ba jado con los precios agricolas, porque un estado cercano a la bancarrota no puede permitirse el lu- jo de rebajarlos. O, si se quiere decirlo en termi: nos de producto fisico, que son los términos en que razonan las unidades econdmicas campesi nas en un mundo de produccién para la subsis- tencia: que la carga de los impuestos —medida en trigo, vino o lana— se ha doblado en estos afios. Y si la situacion ya era mala antes para los ‘campesinos, resulta claro que ha debido llegar a hacerse ahora insoportable. {Qué remedio se les ofrece? EI mas elemental, el primero que habia de ocurrirseles, es el de ne- garse a pagar. La revuelta antifiscal —legitimada por el hecho de que el campesino siente la agra- vacién de las cargas fiscales como una vulnera- cién por parte del gobierno de las reglas del jue- go establecido— ha sido la primera réplica cam- pesina, manifestada ya desde 1822. No importa que en ella se mezclen gentes y motivaciones di versas, que coinciden en su oposicién a un go- bierno que se les aparece como un enemigo co- min. Cuando quieran explicar a los jueces las ra- zones de la inquietud campesina, unos hombres que estaban comprometidos en la revuelta ultra que encabezaré Bessieres en el verano de 1825, diran: «Por la escasez de numerario que sufren, por causa de las enormes contribuciones (...), son umerosos los realistas que hay en el Campo de Tarragona y en el Priorato que estan prontos a de- 52 El trienio liberal (1820-1823) El ienio constitucional, que traté de llevar ala realidad los proyectos de sociedad liberal de las Cortes de Ca- diz y acabar con el absolutismo, se fencontré en el terreno financiero con tun importante problema. Segin ha estudiado Jaume Torras, a necesidad de liquidar las antiguas instituciones fiscales, como el diezrmo, se unis ala Urgencia de contar con recursos por parte del nuevo Estado. Los liberales fender la causa del rey (...). No pudiendo pagar las contribuciones, ni teniendo que comer, saldran con més facilidad a la defensa de S. M., sise les paga conforme esté mandado». Sin embargo, la revuelta antifiscal fracasaré una y otra vez. Si hay que seguir pagando, .qué otra solucién queda? Si volvemos a considerar los di- versos destinos que se dan a la cosecha, veremos que es imposible reducir la parte destinada a se- milla 0 al autoconsumo sin poner en peligro la su- decidioron proseguir ta desamortiza- Cién legislada por las Cortes de C5: diz, y negociar empréstitos con el ex terior. Las Cortes también procedie ron @ un importante aumento de la presién tributaria, al tiempo que $= ‘abolia la mitad del diezmo. En opinion de Josep Fontana, la reduccién del ddiezmo no compens6 a los pequefios. ‘campesinos del incremento de los t- bbutos pagaderos en metalico, en un tiempo en que los mercados no ab- sorbian mas que una pequefia parte de la produccién agratia. La presién de los nuevos tributos, unida @ la ‘amenaza de rescisién de ls antiguos arrendamientos, pudo engrosar el descontento campesino que, en cir: tas zonas, se encauz6 hacia la forma cin de guerrilas absolutistas, Medal de ta procirmacién {de Is Consttucén en 1820. pervivencia de le propia familia. La parte destina- da a adquitir otros productos, metmada ya por la crisis, no basta. Si hay que seguir pagando los im- puestos —y hay que hacerlo con cantidades cre- cientes de producto— no queda otro remedio que desviar hacia el mercado una parte de lo que se pagaba al sector sefiorial: diezmos, derechos, cen- S05, partes de frutos... Pienso que es esto, justa- mente, lo que ha sucedido en los afios finales del Antiguo Régimen, y en especial en la década de 1823 a 1833. El modelo proptiesto queda, por lo 53 menos en parte, confirmado por una serie de da- tos que es posible verificar cuantitativamente. Hay, por un lado, una fuerte disrhinucién de los diez- mos y los derechos sefioriales, que tiene su refle- jo ena crisis de las fortunas de las grandes fami- lias aristocraticas. Y se da también, como era de prever, un aumento de la comercializacién, que se evidencia por el hecho de que ahora, por pri mera vez en siglos, se puede prescindir de las im- portaciones de cereales y abastecer la totalided de! consumo nacional, salvo en etapas muy contadas de malas cosechas, con la propia produccién. Las cifras de trafico de que disponemos lo confirman también: en el puerto de Santander, para poner un solo ejemplo, las cantidades de harina embar- cadas para Catalufia se han multiplicado por diez entre 1824 y 1830. Creo que este modelo nos indica la via «normal por la que los campesinos han aprendido a reem- plazar la revuelta antifiscal por el desmentelamien- to de la economia sefiorial, por un lado, y por una mayor integracion en el mercado, sin necesidad de que mediase un aumento previo de la produc: cidn. Me parece que este modelo explica por qué el carlismo no ha sido un fenémeno general, ni siquiera en aquellas zonas de Espafia donde do- la economia familiar campesina. Y, en sen- tido contrario, explica también por qué alli donde esta adaptacion ha sido mas dificil, por los incon- venientes que se les ofrecian para integrarse en el mercado —como en la montafia media catale- nna que, perdidos los mercados continentales ame- ricanos, no tiene salida para sus excedentes de aguardientes —, 0 por la existencia de impedimen. tos adicionales —como en zonas de Navarra y del Pais Vasco, que encuentran sus problemes agra- vados por la introduccién de los impuestos y las aduanas castellanos— la vieja salida de la revuel- ta antifiscal, prolongada por la primera guerra car- lista, se haya mantenido en vigor por mas tiempo. Los sefiores se vieron obligados a responder a este desmantelamiento del viejo sistema que es- taba mermando rapidamente sus ingresos y ame nazaba con arruinarles: a esta revolucién silenciosa campesina, ante la cual resultaban ineficaces los, ejércitos que habian aplastado las revueltas con- tra los impuestos, y contra la que no servian tam- poco las pastorales de los obispos, que exhorta- ban en vano al pago de los diezmos. Ante el ries- go de perderlo todo en beneficio de los campesi- os, con esa forma de abolicién espontanea del feudalismo, los sefiores optaron por forzar el ra- pido transito, total e irreversible, de lo que que- daba de propiedad feudal a la propiedad burgue- sa: de los derechos indefendibles a la plena pro: piedad de la tierra, defendida por la Guardia Civil, creada precisamente en estos afios. Se suele pensar, equivocadamente, que la re- volucion burguesa consiste, en lo esencial, en el combate entie la aristocracia feudal y la burgue- sia, en el que aquella resulta derrotada. Pero si ha podido haber tal tipo de oposicion en algunas fa- ses iniciales del conflicto, la verdad es que muy pronto se llega a una alianza entre burquesia y aris- tooracia para la defensa en comin de los sagra- dos derechos de propiedad contra las apetencias de otros grupos, y en especial de los campesinos. Ninguna revolucién burguesa ha despojado de sus bienes al conjunto de la nobleza, ni siquiera la fran- cesa. Por contra, todas han actuado contra quie- nes pretendian llevar mas allé la discusién sobre la legitimidad de la propiedad. La revolucion in- glesa persiguio a los niveladores, le francesa eje- cut a Babeut y la espafiola persiguié a sangre y fuego a los campesinos andaluces que se atrevian a asaltar los registios de la propiedad para que- mar los titulos que daban fe de su despojo. Esta alianza de aristocracia latifundista y burguesia era perfectamente logica y natural. Asi lo entendia, or ejemplo, un gran propietario feudal y politico avisado, como el marqués de Miraflores, quien, comprendiendo la imposibilidad de restablecer las viejas reglas, aleccionaba a la regente Marfa Cris- tina, en la noche misma del fallecimiento de Fer- nando VII, para convencerla de la necesidad de promover la alianza de las clases propietarias, que formarian un partido moderado, ni absolutista ni revolucionario, integrado por «la mayor parte de los ricos propietarios, todo el comercio, gran nu- mero de individuos ilustrados del clero, del ejér to en su mayoria y, en fin, de todo hombre que vale algo en el orden social». Y quisiera llamar la atenci6n sobre este corrimiento del viejo concep- to del whidalgo» (que define la posicién social de un hombre por su nacimiento) a éste del wvale- algo» (que lo define por su riqueza). Se consumé al cabo esta alianza y su gran obra fue la metamorfosis de la propiedad feudal — compartida, donde coexistian derechos de las fa milias campesinas, de la comunidad, de la Iglesia y de los sefiores— en propiedad burguesa, total © absoluta, en favor casi exclusivamente de los 54 sefiores —aunque este balance no puede gene ralizarse para toda Espafia, puesto que hubo zo- nas en que los campesinos salieron mejor libra- dos— que no sélo salvaron lo que legitimamente les pertenecia, sino que lo aumentaron conside- rablemente. Porque el latifundismo aristocratico arranca menos de la reconquista medieval, como se pretende en ocasiones, que de esa otra recon- quista de la propiedad efectuada en el siglo XIX a expensas de los campesinos. Cegados por una vision anacronica, que nos lle- vaba a ver la desamortizacion eclesiéstica como el mecanismo principal de la transformacion de la propiedad —en la medida en que se trataba de transferencia de propiedad de manos de un pro: pietario feudal, como la Iglesia, @ nuevos propie. tarios burgueses —, hemos perdido de vista que el proceso era muy distinto y mucho mas amplio, y que para entenderlo era preciso integrar en una sola vision unitaria desde la desamortizacion de los comunales a la abolicién de la derrota de mie- ses, pasando por algo tan trascendental como la apropiacion privada del agua. Y no hemos sabido advertir algunos aspectos del proceso, puestos hoy de relieve por las investigaciones de Esteban Ca: nales y de Ricardo Robledo, que pueden parecer paraddjicos a la luz de los topicos establecidos. Por ejemplo, que la desamortizacion haya servi- do para compensar a la aristocracia por parte de los derechos perdidos: por aquélios que no se re- ferian directamente a la tierra y no podian, por ello, convertirse de manera inmediata en propiedad, co- mo los diezmos de legos, las alcabalas enajena- das, etc. El estado compensé a los sefiores pa- gandoles cuantiosas indemnizaciones por unos de- rechos de escaso valor, porque hacia afios que ren- taban muy poco. Capitalizando su valor teérico, se les indemnizo con titulos de la deuda que sir- vieron para comprar bienes desamortizados en las subastas. Estudiando los inventarios nobiliarios de! siglo XIX, Ricardo Robledo ha podido observar la importancia que estos titulos tienen en el conjun- to de los patrimonios y la forma en que se con- vierten en fincas, acrecentando las propiedades de las grandes familias y ayudando a rehacer unas fortunas harto quebrantadas. Cuando se habia de este conjunto de cambios, que designamos muchas veces con el nombre de «reforma agraria liberal, se suele dar por supuesto que forma parte de una secuencia de fenémenes. que es necesaria e inevitable, si se quiere alcan. zar el crecimiento econémico moderno. La «refor- ma agraria liberal» liquida los obstaculos institu- cionales al progreso —cumple con la aspiracion, expresada por Jovellanos, de «quitar estorbos»— Puede ahora pasarse a la fase de la «revolucion agricola», en que la introduccién de técnicas mas eficaces hace posible aumentar los rendimientos, por hectérea y multiplicar los del trabajo huma- no, con lo que se logra liberar brazos del cultivo de la tierra sin que disminuya la produccion de ali mentos. Con esta produccion agricola acrecida y con los brazos desplazados se tienen las primeras condiciones para la «revolucion industrial». Todo este esquema, tomado de los analisis tradiciona- les del caso inglés, los hemos universalizado y esu- mido, aunque no siempre resulte facil ajustar la realidad espafiola a semejante molde. Lo malo es que, mientras nosotros seguimos empefiados en legitimar lo que se hizo en el pasado de acuerdo con este modelo de crecimiento, los britdnicos es- tan comenzando a descartatlo, preocupados hoy por explicar, no tanto las causes de un crecimiento que se mostré menos «autosostenido» de lo que se pensaba, como las del estancamiento econd- mico de hoy. Hace unos afios, en 1979, un historiador fran- cés —Jacques Mulliez,— en su articulo «Du blé, mal nécessaire. Reflexions sur les progres de l’agri- culture de 1750 a 1850», replanted el tema de la llamada «revolucion agricola», para denunciar lo que habia en nuestra vision del fenémeno de me- ta legitimacion de unos intereses de grupo, enmas- carados como condiciones del crecimiento global. Mulliez muestra que el programa de los agréno- mos de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX parecia tener como nico objetivo el aumen- to de la produccion de cereales — cosa harto ex- plicable tratandose de una agricultura de grandes ropietarios, en una época en que los granos eran el principal articulo de comercializacion agrari Solo que su interés les llevé a generalizar exce: vamente la propuesta, que se aplicé a tierras y ex- plotaciones para las que no era adecuada. En Fran- cia puede observarse que, entre 1750 y 1850, el progreso agricola no ha tenido nada que ver con las formulas propugnadas por los agranomos y no se ha manifestado en las tierras de pan llevar, si- no en aquellas que han podido introducir el maiz ‘que, en contra del dictamen de los agronomos, han conservado la asociacion de la ganaderia @ la agricultura, sin eliminar el barbecho ni roturar los pastizales. Aqui, dice Mulliez, «el progreso es di- 55 rectamente opuesto a la teoria; lo que es més: pro- cede de la utilizacion, cada vez mas desarrollada, de técnicas antiguas, sea la elecci6n de la hierba en lugar de la labor, del barbecho en lugar del tri- go, cuando las circunstancias se prestan a ello, sea la extension y la mejora de las plantas forraje- ras, actividades tradicionales en estas regiones. Cuando, por una u otra razén, el trigo ha dejado de ser una obsesién, cuando se manifiesta para- lelamente un aumento de la poblacién urbana, en- contramos un progreso correlativo de la ganade- ria, dentro del sistema, sin modificacién sensible, sin «revolucion», por la simple aplicacion de la 16- gica de la division del trabajo entre zonas gana- deras y zonas de cereales, con todo lo que esta division del trabajo permite de progresos cada vez mas claros, a medida que pueden obtenerse las, consecuencias de la especializacion». Estas consideraciones tienen una especial rele- vancia para Espafia. Porque, a diferencia de Fran- cia, la Espafia que ha podido llevar a cabo la re- forma agraria liberal y aplicar los modelos de los agronomos del siglo XVIII de manera mucho mas completa que Francia, sin necesidad de atender la presién de los campesinos, pagé en mayor me- dida los errores de este planteamiento. Aunque hablar de «errores» sea tan peligroso como equi- voco, ya que implica partir de la idea, totalmente errada, de que la finalidad del nuevo sistema de agricultura era la de generar el maximo de produc- ion y de bienestar —por lo menos a largo plazo, admitiendo que la «reconversién» podia producir sufrimientos transitorios para algunos—, cuando lo que se proponia inmediatamente y 2 corto pla- 20, lo que de verdad contaba, era maximizar el be- neficio del sector que impulsaba tales cambios en su propio provecho: llameseles grandes propieta- rios de la tierra, empresarios, buruesia agraria o como se quiera. Y si este resultado de consolida- cién y mejora del beneficio se ha alcanzado, no 8 licito decir que las soluciones aplicadas esta- ban equivocadas, por el hecho de que lo que se prometia en ellas por afiadidura —el crecimiento global y la prosperidad para todos— no se ha ob- tenido tambien. Esta claro que la via de la llamada «revolucion agricola» era la adecuada para asentar el benefi cio capitalista. No lo esta, en cambio, que lo fue- ra también para alcanzar el crecimiento del pro- ducto agrario y que éste no pudiese obtenerse por mas asociadas de cultivo y ganaderia, propias de la agricultura tradicional campesina. Porque na- da demuestra que esa agricultura sea incapaz de evolucién y que no se pudiera conseguir, gracias alla especializacion en determinados cultivos, unos resultados como los que se obtuvieron, en efec- to, en la agricultura francesa, por los mismnos tiem- os en que Espafia se lanzaba alegremente a des- ttuir los fundamentos mismos de la produccion fe- mmiliar campesina y a forzar la integracion de los, labradores en el mercado, arrebatandoles las tie- ras comunales, aboliendo derechos que les be- neficiaban y agobiéndoles con impuestos. Que las nuevas reglas del juego han favorecido alos grandes propietarios y han perjudicado a los campesinos parece claro. Estudiando la evolucién de la renta a lo largo del siglo XIX, Ricardo Ro- bledo nos ha mostrado cémo unos campesinos hambrientos de tierras se ven obligados a pagar cada vez més por su uso y como, al cabo, «la renta absorbe cualquier excedente posible, si es que no llega a poner en grave aprieto la reproduccion de la actividad econémica pequefio campesinay. La crisis agratia de fines de siglo, con su corolario de expulsi6n de la tierra, y hasta del pais, de gran- des masas de campesinos arruinados, es un tes- timonio harto elocuente de las consecuencias que este modelo de desarrollo ha tenido para la Espa- fra de los labradores. No esté claro que los gran- des propietarios hayan salido igualmente malpa- rados. No se les encuentra entre los emigrantes a Ultramar, por supuesto, pero es que, ademas, cuando llega el momento de analizar las causas de la crisis y proponer remedios, los propietarios mostraran su aceptacion del sistema por el mis- mo hecho de negarse a discutirlo, contentando- se con que se les ayude rebajdndoles los impues- tos y manteniendo artificialmente altos los precios. ¢Se pueden evaluar los efectos de la «reforma agraria liberal» sobre la produccién agricola espa fiola? Es bien sabido que las cifras de que dispo- nemos para el siglo XIX son poco fiables, defor- madas como estan por la ocultacién fiscal, que llega al punto de que un ministro de Hacienda haya de confesar en las cortes de 1869: «Hay once mi: llones de hectéreas y medio millon de casas que la administracion de Hacienda no encuentra aun- que las busca». Pero si nos limitamos al trigo, que era el mas importante de los cultivos, podemos comparar las tltimas cifras validas de! siglo XVII —basadas en los diezmos, cuando los diezmos to- otras, y en especial la del mantenimiento de for- Campesinos huyendo atemorize- dos de un pueblo ante la legada de las tropas liberates. Podrian mostrat- ‘se escenas semsjantes de campesi- nos huyende de los carlistas. En una ‘guerra civil prolongada, donde ningu- no de los contendientes puede pager lo que toma, los dos bandos aceben enfrentados al campesino y todo sol- ado es su enemigo. Gucrrilleros carlistas levéndoso el ganado de un pueblo, Elgenado sucie Ser uno de los primeros bienes arre- batados a los campesinos en tiempo dde guerra. Con ello pierden sus ani ‘males de labor y el abono que les pro- pporcionaban, y ven seriamente com- [prometida la continuidad de las co- sechas. davia se pagaban—, con las primeras fiables de la nueva estadistica agronémica, a fines del siglo XIX. Esta comparaci6n nos lleva a ver que, en el curso de cien afios, la produccién de trigo espa: fiola habria pasado de unos 18,5 millones de HI ‘2 unos 34 millones. El crecimiento es mayor que el de la poblacién, lo que pareceria enteramente satisfactorio, si no fuera porque basta con agre- gar a la poblacién censada a fines de siglo la ma- sa considerable de los que tuvieron que emigrar para que esta primera ilusion se desvanezca y nos, encontremos con que no hay tal aumento por habitante. Pero, ademas, conviene reflexionar acerca de la forma en que se ha alcanzado esta expansion de la produccién de trigo. En principio, y por los datos de que disponemos, no parece que los ren- dimientos por unidad de superficie hayan mojo: rado a lo largo del siglo XIX, en terminos de ci- fras medias vélidas para todo el pais. No quiere ello decir que el siglo haya sido de inmovilismo to- tal, puesto que, en tal caso, los rendimientos hu- bieran incluso disminuido. Lo que significa es que las mejoras que hayan podido alcanzarse —y que han debido hacer posible que aumenten los ren- dimientos en las tierras que se sembraban @ co- 57 4e, ht) — Once Sn Cell , mienzos de siglo— han sido absorbidas y compen- sadas por la entrada en cultivo de tierras margi- nales, cuyos rendimientos habian de ser, por de- finicién, sensiblemente menores. Pues bien, a los rendimientos medios vigentes en la Espafia del si- glo XIX, el aumento de la produccién de trigo de 18,5 a 34 millones de HI implica que han debido sembrarse, por lo menos, unos dos millones de hectareas de tierras que, hacia 1800, no se dedi- caban al cereal. (Qué tierres eran éstas? No, por cierto, tierras nuevamente descubiertas y coloni zadas, sino aquéllas que, siendo consideradas co- mo marginales desde el punto de vista de la pro Un muestrario de instrumental de corte expecticamente destinadoe los campesinos que puede dar idea de la enorme diversificacién de las herra- ‘mientas empleades porla ogricutura ‘amir, Esta gran variedad de mode- los, producidos en series reducides, dio nacimiento a una industria meta lrgice modem, de dimensiones me- dias, que era la que se encontraba ‘mejor equiped para atender tal tipo {de demanda, Nade, sin emborgo, que pueda reducisea vaso y smplcidad ‘en los campesinos y@ un utile pro- Gucido artesanalment Elarado de vapor, como el que se reproduce en este grabado, era el ‘simbolo de la gran explotacién co- ‘mercializada en la que muchos veian la Gnica via posible del progreso. Sin ‘embargo, equipos como éste, de 1864 —que costaba en Madrid 116.000 reales, include le mSquina de ‘vapor de 10 caballos— eran demesia do costosos y poco adecuados para las condiciones medias de las explo- ‘taciones espafiolas, de modo que se

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