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MONTEROLO Y LAS ARAÑAS DEL TEMPLO.

Casi todos los pueblos tienen un personaje raro o típico que, de una u otra forma, no dejan de ser parte de su historia o
folklore. Pues bien, hace muchos años hubo uno en Nasca que llevaba por nombre, o le decían, Monterolo. Había
nacido en la hacienda Achaco, hijo de "Cochinilla", Benjamin Céspedes. Al cuento de esta historia, tendría nuestro
personaje unos treinta años de edad, y su rara y displicente figura de negro bisojo se dejaba ver por las modestas calles
del vecindario, siempre descalzo, mostrando sus enormes y achatados pies que se acompasaban al andar con sus
entumecidas rodillas. Como resultado de su permanente enemistad con el agua y el jabón, su ensortijada y negra
cabellera se elevaba desvergonzadamente revuelta sobre su enorme cabeza. Monterolo, pese a su indescriptible
apariencia, era por demás inofensivo. No era altanero, más bien callado, pero, eso sí, muy observador y chismoso,
sobre todo en lo que se refería a correrias de alcoba. Y, resulta pues que este simple personaje vino a ser el principal
protagonista de un hecho realmente insólito en la tranquila y aldeana vida de la Nasca de comienzos del siglo pasado,
tanto que aún se recuerda y comenta hasta nuestros días: "El robo de las arañas del templo de Nasca". Aquel hermoso
templo neoclásico que alguna vez lució sus encantos de definida influencia arquitectónica francesa, en el más
destacado lugar de la Plaza de Armas, hasta que lo destruyó el terremoto del 24 de agosto de 1942. He aquí que una
apacible tarde a mediados del año 1939, cuando se honraba la sagrada costumbre de la siesta a la hora en que más
fuerte atenazaba la canicula que eternamente vive el cálido valle de Nasca, la lánguida calma se vio repentinamente
rota a la voz de - ¡Se roban las arañas! Y el grito corrió como reguero de pólvora por las apacibles y escasas calles de
la ciudad, haciendo trizas la tranquilidad pueblerina del vecindario nasqueño. ¿Qué había pasado? Que el negro
Monterolo, el inofensivo y chismoso vagabundo nasqueño que vivía siempre ocupándose de la vida ajena y
controlando lo que acontecía en las casas del vecindario, había reparado en que del techo del templo sospechosamente
se estaban descolgando las famosas arañas. Vio, además, que descargaban bultos de un carro desconocido en el
pueblo, el cual se hallaba estacionado en las cercanías del templo. Vio los cajones, la viruta, los papeles y cartones
propios de embalaje regados por el suelo del templo y, al instante coligió que debían contener otras arañas por demás
corrientes para reemplazar las valiosas. No trepido en salir corriendo con la voz de alarma a todo pulmón: - ¡Se roban
las arañas! ¡Se roban las arañas! Consternados, indignados, decididos los nasqueños impidieron la expoliación. Lo
cierto es que, a partir de entonces, Monterolo dejó de ser el antipático negro de las esquinas, para convertirse en el
agradable moreno merecedor del aprecio y las propinas de una comunidad agradecida que, por él, no solo se impidió
la pérdida del preciado bien, sino que puso a prueba el espíritu del pueblo nasqueño y lo hizo tomar conciencia de que
era capaz de reaccionar con gran solidaridad en defensa de lo suyo. ¿Y las arañas? A la postre tuvieron un triste final,
pues con el terremoto del 24 de agosto de 1942, acabaron sepultadas con el templo.

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