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SILENCIO DESNUDO PARTE 1 (Areli Lagos)

CAPITULO 1

Habían cumplido la mayoría de edad y sus hormonas vibraban de euforia. Era treinta y uno de
diciembre y consiguieron el permiso de pasar víspera de año nuevo fuera de sus casas. Tenían
planeado ir a un casino, ese que estaba en Avenida Alemania, cerquita del mall. “Dreams” se
llamaba.

Noemí llegó temprano a la casa de su mejor amiga con un bolso a cuestas. Se encerraron en la
pieza, sacaron todo del closet y desparramaron ropa sobre la cama. Noemí estaba separando las
pilchas.

-Prende la radio po, Noe – gritó desde el baño.

-¿La radio?

-Sí, es que el note está sin batería y no tengo idea donde está el cargador.

En la radio sonaban “Los prisioneros”. Noemí subió el volumen y Sofía comenzó a chillar. Salió
disparada del baño enrollada en una toalla roja y el pelo estilando. Se sonrieron mutuamente y
subieron a la cama, saltaron y cantaron a todo pulmón “La voz de los 80”. Terminaron tiradas en el
suelo muertas de la risa.

-¿Estay segura que va el Felipe?

-La tipa desesperá – se rió.

Sofía ya estaba vestida. Noemí seguía probándose vestidos. Casi a las diez y media se decidió por
un vestido coral y unos tacones que la harían desesperar en quince minutos. Salieron apuradas.
Sofía llevaba jeans claros, una blusa azul con amplio escote y chalas bajas.

Llegaron al local. Simón las esperaba afuera mientras se fumaba un pucho. Noemí estaba nerviosa
por encontrarse con Felipe después de tanto tiempo. Se quedó de pie mirando hacia todos lados.
Sofía fumó junto a Simón. Simón era el mejor amigo de Sofía y Felipe.

-Ya po, Simón, dile luego a esta otra, ya se va a poner a llorar.

-Salió antes de ayer del centro, le dieron de alta. Está bien, no te preocupís. Viene con la Kathy.

Katherine era la polola de Simón. Sofía detestaba a Katherine, había engañado dos veces a Simón y
seguían juntos como si nada. Sofía tomó de la mano enseguida a Noemí para entrar demostrando
su enojo. Cuando entraron se sintieron ínfimas. Toda la gente parecía doblarles la edad.

-Ay, es que me muero, mira toda esta gente.

-¿Qué tiene?

-No me digai que te querís pinchar a uno de treinta po, Sofía.


-¿Por qué no?

-¿Y si mejor nos vamos al pub del centro?

Sofía hizo caso omiso a la petición de su mejor amiga y recorrieron el lugar. Había hombres de
barba frondosa vestidos de traje y mujeres guapísimas de plástico. Iban camino al baño cuando
Noemí chocó con un tipo alto, moreno y de espalda ancha. La chiquilla se ruborizó al instante por
la casi caída. No lo miró más de medio segundo y tironeó del brazo a su acompañante para que
salieran de allí. Sofía no pudo evitar mirar fijamente los ojos pardos con rasgos musulmanes de
Ignacio. Noemí la jaló con más fuerza y entraron al baño.

-Apágate, amiga – se rió.

-Quiero irme de aquí.

-Olvídalo, ahora menos. Es que ¿lo viste? – dijo mordiéndose el labio.

Noemí se mojó el rostro cuidadosamente. Entró al sanitario. De pronto entraron cuatro mujeres
rubias, las mismas de la mesa de Ignacio. El lugar se llenó y Sofía esperó a Noemí fuera del baño.
Ignacio la miraba desde su asiento. Sofía se puso nerviosa y sacó el celular del bolso. Menú-
Bloquear-Menú-Bloquear. No hizo otra cosa más que esquivar la vista de él. Ignacio fue hasta ella.
Sofía se despejó el mechón de la cara y le sonrió.

-¿Tu amiga quedó muy avergonzada?

-¿Avergonzá por qué?

-Casi se cae.

-¡Uy que terrible, a nadie le ha pasado jamá! – él se rió y a ella le temblaron las piernas.

-Oye ¿crees que se demore mucho?

-No sé.

-Te quiero invitar a tomar algo.

-La Noe todavía no sale.

-¡Uy no se vaya a perder en un baño! – dijo burlón.

-No me copies – frunció el ceño y luego sonrió coqueta.

-¿Vamos? – ella no dijo nada- ¿o te da miedo?

-¿Tú? – lo miró de pies a cabeza – nica.

Ignacio tomó su mano y la llevó a otro sector del casino. Sofía no sabía como actuar. Luego de un
rato las piernas dejaron de tiritarle y pudo llevar una buena conversación con él. Noemí no
apareció dentro de media hora.
Sofía no era supersticiosa, pero su abuela decía que el primer abrazo del año debe ser con alguien
del sexo opuesto para tener buena suerte en el amor. ¡Feliz año! Ignacio la estrechó contra su
pecho y Sofía se sentía como si estuviera en las nubes, él también. Ignacio no quería soltarla, ese
contacto corporal fue la conexión más maravillosa del mundo.

Pasaron la noche juntos en el casino. Al rato salieron y se fueron a una plaza. Sofía estaba
medianamente borracha. En el camino no encontró a ninguno de sus amigos. Llamó a Noemí, pero
no contestó. Cuando estaban en la plaza Ignacio dijo que quería verla otra vez. Sofía le dio su
numero. Tomó un colectivo y se fue a su casa.

A las cinco de la mañana entró a su pieza, se sacó la ropa y en pelota se durmió sobre la cama. Al
día siguiente, a eso de las una de la tarde comenzó a sonar “El peso de mi pedal” de Dulce y Agraz.
La melodía del teclado era envolvente y se acurrucó para volver a dormir. Volvió a sonar y
contestó.

-Aló.

-Sofi, ¿están con caña?

-Más o menos.

-Mijita, ¿la Noe está despierta?

-¿Ah?

-¿Todavía duerme?

-Ahhh, sí – se sentó abriendo los ojos – Está raja.

-Dile que me llame luego, porfa – cortó.

Miró para todos lados, Noe no estaba ahí. Ni siquiera se dieron el abrazo de año nuevo. La llamó
enseguida. Las manos le temblaban. No contestó. Marcó a Simón, a la quinta llamada él contestó.
Dijo que no la había visto desde que ambas entraron al casino. Que al final él se fue con Katherine
y Felipe a otro sitio, que igual estaba preocupado por posible recaída de su amigo. Sofía comenzó
a sudar frío. Simón llegó a su casa al rato. Siguieron llamando a Noemí. No hubo respuesta.
Llamaron a Felipe, respondió su madre, dijo que estaba bien, sin la muchacha.

Decidieron ir hasta la casa de Noemí. Salió su mamá. Sofía explicó lo que había sucedido por la
noche. Simón recordó que Felipe había estado conversando un largo rato con una amiga.
Pensaron que tal vez Noemí los vio, se deprimió y decidió estar sola durante la noche. Sofía no
creía en esa hipótesis. Su amiga tenía tendencias depresivas, pero siempre le contestaba el
teléfono.

Simón se fue a su casa. Sofía caminó hasta la suya, entró y se preparó un té. Su mamá le preguntó
que pasaba. Le contó todo. Lloró desconsolada. Subió al baño. Lavó su cara y se puso un corta
vientos. Tomó el celular y los audífonos, partió hasta la casa de Felipe. Caminaron juntos durante
la noche en busca de Noemí.
Nada.

CAPITULO 2

“te quiero así constante como las gotas que viajan al sur: historia interminable. Voy a dejar de
fingir, prefiero no imaginar el frio, contigo lejos soy sincero…” (Arranquemos de la lluvia – Dek
Primero)

Despertó con esa canción sonando en los auriculares y lloró. Miró las fotos del celular e intentaba
buscar pistas. Se estaba creando una mentira estilo película policial en su mente. Hacía zoom a
todas las imágenes y fijaba su atención en todo el lenguaje corporal de su mejor amiga. Al rato
dejó de llorar y se vistió. Fue hasta la casa de Simón. Él no estaba. Recorrió los lugares que
frecuentaban con Noemí. La llamó otras cien veces. Nada.

-Aló, tía.

-¿Supiste algo?

-No. No sé donde puede estar, la he buscado por todos lados.

-Haré la denuncia.

-¡Ay, tía! … no quiero ser metiche, pero ¿no cree usted que quizá está así por lo que pasó con el
tío?

-¿Qué tiene que ver eso?

-La Mimi adoraba al tío, que la haya engañado a usted fue cuático pa’ ella. Me dijo que habían
pasado más cosas, pero que no podía contarme más. Quizá solo quiere estar sola.

La madre de Noemí hizo la denuncia. Sofía siguió llamando, enviando mensajes. Ninguna
respuesta. Su mamá le preparó un agua de hierbas para que se relajara. Al rato se quedó dormida.
A media noche su celular vibró y Sofía despertó con taquicardia. Buscó a tientas el aparatito sobre
el velador. Dejó de vibrar. Era un SMS

“Bonita noche, primor.


Ignacio”

Leyó el mensaje más de veinte veces y pudo sonreír. Marcó el numero de Noemí. Ella no contestó.
Sofía no devolvió el mensaje a Ignacio.

Se quedó despierta largo rato. No desistía de llamar a su mejor amiga. De pronto el teléfono lanzó
buzón de voz. Sofía pensó por un instante que Noemí había contestado. Sintió el pito para dejar el
mensaje y colgó.

Llamó a Simón. Se juntaron y la buscaron por todos lados durante la noche. Se sentaron en una
banca con vista a la playa. Simón lloró. Le dijo que él no sabría que hacer si la desaparecida fuera
ella. Que no lo soportaría, que no descansaría hasta encontrarla. Lloraron juntos.
-¿Ya no sentís nada por ella?

-La quiero, pero no siento tanta empatía con ella.

-¿Y por qué llorai?

-Por ti.

-¿Qué?

-Es que ella me cagó, Sofi, fue mi primer amor.

-¿Y eso qué?

-No me importa mucho.

-Hijo de puta.

Se fue sin mirar atrás. Simón la siguió y lo ignoró por completo. Caminaba a paso rápido. Lloraba y
cuando perdió a Simón de vista llamó a Ignacio.

-¿Podís salir ahora?

-Esto es inesperado.

-Hablo en serio ¿podís?

Se juntaron en la plaza central. Sofía estaba sentada mirando la pileta. Ignacio llegó por detrás y se
sentó a su lado sin chistar. Ella lo miró con los ojos aguados y él la apegó a su cuerpo. Ninguno
emitió palabra. Se quedaron así unos cuantos minutos. Sintiendo el viento en sus rostros. Ella se
despegó y lo miró a los ojos. Él se metió la mano al bolsillo y sacó un chocolate. Se lo dio en la
mano. La besó en la frente y ella lloró.

Él no decía nada, la contenía. Sofía quería contarle, pero su mente estaba en blanco para crear
dialogo. Estaba asustada, angustiada. Tenía el pecho apretado y el corazón le latía rápido. Sentía
rabia. Sus manos estaban en puño. Ignacio se dio cuenta y tomó sus manos. Las envolvió y besó
sus nudillos.

-Sorry por llamarte tan tarde, pero mi mejor amigo es un imbécil.

-¿Quieres contarme lo que pasa?

-Sí, pero no me sale – rió secándose la cara.

-Te espero – le sonrió de vuelta y ella respiró hondo.

Sofía le contó lo que había pasado, no fue necesario mucho detalle porque él también estuvo esa
noche. Igancio dijo que no la vio salir, que debían avisar a la policía, que quizá fue un escape
rebelde y nada más. Ese comentario le causó molestia a la muchacha, pero no dijo nada. Se
acurrucó otra vez en su pecho y guardaron silencio hasta que el rocío comenzó a caer.
Ella no volvió a su casa. Fue con Ignacio hasta la playa y se quedaron conversando ahí. El tema no
pasaba de historias de infancia con Noemí. Ignacio la escuchaba atento, aunque no le importaba
en lo absoluto, solo le gustaba verla hablar. Le brillaban los ojos, lloraba de vez en cuando y él
sentía un dolor en el vientre.

Llegó a su casa por la mañana, con las zapatillas llenas de arena y el pelo enredado. Su mamá
estaba sentada en el sofá con una manta encima. Caminó en puntillas para no despertarla, pero la
mujer tomó su brazo y la miró desafiante. Le explicó todo antes de que se hiciera malas ideas. La
señora le sonrió con débil ternura y la hizo recostarse con ella sobre el sillón. Se quedaron ahí
conversando un rato. Recreando la escena de esa noche en que Noemí desapareció. Tocaron la
puerta. Sofía se levantó de un salto y abrió pensando en ver a su amiga. Cuando ambas salieron a
mirar era la PDI. Se llevaron a Sofía.

La interrogaron, reiteraron una y otra vez las mismas preguntas, intentando hacerla sentir
culpable. Sofía seguía repitiendo lo mismo, esa era la verdad. Cuando la dejaron sola comenzó a
llorar y a empuñar las manos. Se acordó de Miguel, el padre de Noemí. Cuando entró el detective
ella le contó sobre la infidelidad que había sufrido el matrimonio y como eso había afectado el
ánimo de su amiga.

Al cabo de una hora la dejaron salir. No le dieron importancia al caso. “Escape juvenil” los oyó
decir. A carpeta. Sofía sabía que Noemí no había escapado.

Pasó el día. Nadie sabía nada. Noemí llevaba más de dos días extraviada. Sofía estaba tumbada en
la cama escuchando música. Dejó el playlist en modo aleatorio y cerró los ojos. De pronto se
reprodujo un audio de hace unos días.

“Sofi, ¿erís tonta? ¿cómo no me decís que se me quedó allá? Di vuelta todo en mi pieza antes de
salir, estaba super asustá, estúpida jajajaj voy pa’llá apenas llegue del viaje”

Se levantó enseguida y abrió el closet. Hurgó hasta el fondo y pilló el cuaderno. Se sentó en la
cama y lo hojeó. Habían varios posibles títulos de sus textos. Siguió mirando y pilló unas fotos mal
pegadas, algunas eran de ellas en vacaciones, otras de Felipe cuando niño. Habían hojas
corcheteadas una sobre otra, llenas de palabras.

“AMIGOS - Agraz

Lo esperó un rato fuera de la parroquia. Él llegó, la besó en la mejilla y tomó su mano. Caminaron en silencio. Él compró un par de
cigarros. Caminaron. Se sentamos en el muelle. Jorge dijo que debían hablar, que no se cerrara, que le contara todo. Bárbara dijo
que no quería hablar de eso. Él seguía insistiendo.

-Estoy chata de lo mismo, quiero virarme, que se acabe todo luego.

-O que empiece.

-No hay mano.


-Se terminará pronto, te lo prometo.

Se pararon. Caminaron sin decir nada. Compraron un helado a medias. Cruzaron corriendo en rojo. Bárbara quería hablar, pero
las palabras no salían. Jorge notaba su angustia. Se sentaron en una banca de la plaza. Cerca de la pileta. Los niños jugaban. El
viento estaba escaso y el sol calentaba lo suficiente para andar con poca ropa. Jorge se paró a botar las servilletas al basurero
cercano. Bárbara comenzó a llorar.

-¿Querís pasar la noche en mi casa hoy?

-No, vale. Estaré bien.

-Siempre mentís con eso.

-¿Y qué más querís que haga? ¿Qué los mate?

La abrazó fuerte, besó su cabeza repetidas veces y tomó su rostro mirándola fijo. Dio un beso en la frente de su mejor amiga. Pasó
un rato. Cambiaron el tema. Caminaron hasta el paradero, ella se colgó a su cuello y sonrió. Jorge seguía con el rostro sin expresión,
la vio subir a la micro y esperó a que partiera.

Pasaron más de diez días y ella no supo de él, ni él de ella. El primer jueves de septiembre la llamó en la madrugada, le dijo que
tenía ganas de verla, que tenía la solución a todo. Quedaron en juntarse el domingo en la tarde, a eso de las cuatro. Bárbara bajó a
pie. Ese día estaba feliz, por fin había logrado solucionar los dramas con su mamá que la atormentaban desde niña. Iba a
contárselo todo a Jorge esa misma tarde. Él no llegó.

Jorge vio cuando Bárbara salió de su casa. Espero a perderla de vista y entró a la casa. El perro ladró y luego se echó a sus pies por
las caricias. Las llaves de la puerta estaban puestas. Entró en silencio. La luz del baño estaba encendida, subió detenidamente los
escalones que daban al segundo piso y miró con cuidado. Las piezas estaban vacías. Esperó sentado fuera del baño. La mamá de
Bárbara abrió la puerta y dio un grito terrible al verlo. Luego se rieron ambos. Él la pateó en el estomago, empujándola contra la
pared, el gancho del perchero de toallas atravesó la cabeza de la mujer. Él se fue. Bárbara lo llamó.

-¿Aló?

-¿Dónde cresta estay?

-Esperándote en la plaza.

-Pero si quedamos de vernos en el paradero.

-Ya, ven.”
Noemí escribía desde hace un par de años, su seudónimo causaba gracia entre sus amigos, pero le
sentaba bien. Sofía leyó varios de sus relatos y comenzó a llorar.

Despertó en medio de la noche. La almohada estaba húmeda y tenía dolor de cabeza. Se levantó
hasta el baño y se mojó la cara. Se miró al espejo y vio a Noemí en el reflejo. El corazón latió
rápido y sonrieron. Sofía tocó el vidrio y sintió que estaba flotando. Abrió los ojos como platos e
intentó hablar con el reflejo. La voz no salía. El espejo mostraba el instante en que ambas
entraban al casino. Vio a Ignacio con su grupo de amigos. Simón las miraba de lejos y hablaba por
teléfono. Felipe entró y tomó a Simón del brazo. Se notaba que discutían. Simón metió la mano en
el bolsillo de Felipe y entró Kathy. Felipe caminó hasta Ignacio. Noemí ahora estaba sentada en el
wáter y se tocaba la cara. Sofía se vio a si misma salir del baño. Se agachó para arreglar el pantalón
y vio a Felipe riendo con Ignacio. Sintió como sus pies se ponían fríos y despertó.
CAPITULO 4

Sobresaltada marcó el número de su mejor amiga, actuando por instinto. Buzón de voz y tiró el
móvil lejos. No lloró. Se apretó contra la almohada y dejó de respirar un rato. Pataleó, con los ojos
aguados y mordió el cojín. Abrió los ojos y escuchó los gritos de su madre diciendo que el
desayuno estaba listo.

-Ya es tarde pa’ desayunar. No tengo mucha hambre.

-Haré tallarines de almuerzo, en un rato estarán listos.

-Ah ya, me tomaré un café nomas entonces.

-¿Te dormiste tarde anoche?

-No, tuve sueños raros.

-Estoy preocupada, Sofi.

-¿Por qué?

-Por la desaparición de la Noe, ¿te imaginas le pasó algo malo? Y que para más remate te echen la
culpa a ti.

-¡Ay mamá! Ya cállate, no me metai miedo.

-Supongo que no la estás protegiendo

-Vieja, está desaparecida ¿me veí las ojeras?

-¿Estás ocultando algo?

Sofía la miró con los ojos llorosos y subió al baño. Cerró con pestillo y miró el espejo por varios
minutos. Balbuceaba. Se jaló el pelo y se sentó en el piso, con la espalda afirmada en la puerta.

Estuvo a solas en el baño durante una hora y media. Se miraba los pies, se tocaba las piernas,
lloraba. Bajó a la cocina y se sirvió un plato de tallarines. Subió a la pieza sin mirar a su mamá.
Comió ansiosa. Bajó por más.

Simón tocó la puerta de la pieza. Sofía gritó que pasara. Se sentó en la cama en silencio. Se
miraban de reojo. Se rieron y ella se abalanzó para abrazarlo. Simón lloró.

-Ya no puedo hacerme el hueón.

-¿Qué hablai?

-Todavía quiero a la Mimi.

-Yia – sonrió desconcertada.

-Siempre la quise, Sofi, pero no te iba andar contando pa’ que tú me molestarai.
-¿Y la zorra de la Kathy?

-No le digai así.

-¿Ya po y ella qué?

-Pantalla.

-Deberían pagarte a vo.

-Si le pasó algo me muero.

-Yo también.

-La amo.

-No mintai, maricón.

Discutieron. Simón dijo que si Noemí aparecía, se la jugaría por completo. Sofía lo golpeó en la
mejilla. Simón salió de la casa enojado. Sofía se quedó en el living. Su madre la miraba desde el
otro sillón. En la tele daban una teleserie turca. La muchacha se sentía incomoda y quiso
levantarse y salir al patio. Cuando abrió la puerta vio a Felipe asomarse, él sonrió con desgano y
ella hizo señas para que él se acercara. Sonó el teléfono en la casa. Sofía cerró la puerta.

Felipe abrazó a Sofía y se sentaron en la vereda. Ella le contó el sueño de la noche anterior y el
chiquillo se puso a temblar.

-¿Pensai que es mi culpa?

-No. Es mía. Yo la dejé sola.

-¿Qué habrá pasado por su mente cuando se escapó?

-No sé – respiró hondo – pero no fuiste tú, te lo juro.

-¿Por qué decís eso? – preguntó molesto.

-Porque ella solo quería verte. Cuando te internaron ella sufrió caleta.

Ana contestó el teléfono. Era la madre de Noemí, la mujer lloraba desconsolada. Abrió la puerta y
le gritó a Sofía. Ella fue con Felipe hasta el umbral de la puerta. Ana lloraba. Sofía le gritó, la
zamarreó para que dejara de chillar y contara que pasaba. La muchacha comenzó a tiritar, su
madre la apretaba desde las muñecas. La abrazó con fuerza. Felipe temblaba, las miraba sin
entender nada. Sonó el teléfono otra vez. Sofía corrió a contestar, pero Ana tiró el teléfono lejos y
la miró con lástima.

-¡MAMÁ! ¡QUÉ TE PASA!

-Está muerta, hija.


Sofía cayó al piso. Se lastimó la rodilla. No lloraba, las lágrimas no salían. Felipe se quedó pegado a
la pared. Se apretaba los dedos de la mano y miraba fijamente a su amiga tendida en el suelo. Ana
abrazó a su hija fuertemente, ella sintió que su vida se desvanecía, la risa de Noemí le retumbaba
en sus oídos y se alejaba en un eco persistente. Sofía logró llorar ahogada en el pecho de su
madre, Ana la apretaba contra su cuerpo.

-Esto es tu – respiró hondo – ¡ES TU CULPA! – gritó Felipe y salió de la casa.

La chica quiso levantarse e ir tras él y abrazarlo. Su madre la sujetó firme y continuaron llorando.
Felipe caminó hasta la plaza y se sentó en un banco. Su pecho estaba muy comprimido y sentía
que ya no podía caminar. Simón iba caminando de la mano con Kathy. Kathy vio a Felipe, pero
intentó cautivar la atención de su pololo para que no viera a su amigo. Felipe los vio, les gritó. Les
contó lo que había pasado. Simón corrió hasta la casa de Sofía. Nadie abrió.

Ana y su hija partieron hasta la casa de Noemí. Miguel, el padre de la chiquilla estaba fumando
sentado en el umbral de su casa. Entraron y allí estaba la madre, en un rincón, con la cabeza entre
las piernas. A su lado había un cuaderno abierto con las hojas arrugadas. Las manos de María
estaban rojizas, con rasguños. Sofía se sentó al lado de la mujer. María la empujó sin mirarla. Sofía
tomó las manos heridas y la madre de su mejor amiga accedió a su cariño y la abrazó.

-Debo reconocer – dijo temblando – reconocer – apretó los dientes – reconocer su cuerpo.

-¿O sea no es seguro que sea ella?

Sofía fue a lavarse la cara mientras María buscaba documentos de su hija. Se subieron al auto. Ana
manejó. Miguel se quedó en la casa. Los celulares no dejaban de sonar. No contestaron ninguna
llamada. Sofía se quedó sentada en el auto con las manos en puño. Las venas se notaban en su
cuello y frente. Su rostro estaba húmedo y rojizo. María tenía la cabeza sobre sus piernas, no
lloraba, pero sentía que le faltaba el aire. Ana abrió las ventanas. Las tres mujeres entraron a la
morgue.

Había un hombre de pelo negro lleno de gel, guantes amarillentos y un delantal blanco con
manchas que le cubría hasta las rodillas. Tenía escrito su apellido con plumón negro en el pecho al
lado izquierdo. María sintió sus piernas como fideos. Sofía miró a su mamá y salió hacia el auto. Se
acercó el forense que las acompañaba y comentó con la voz frágilmente severa que el cuerpo
encontrado estaba quemado y que pudieron atribuirlo a Noemí porque cerca del lugar de
explosión pillaron su bolso con documentos y objetos personales a unos metros del auto. Explicó
que el fuego provocó alteraciones muy marcadas, o sea una carbonización cadavérica. El cráneo
había estallado y las partes superiores se encontraban incompletas y faltaba parte del tronco
debido a que el foco de fuego actuó durante más tiempo. María tenía la cara rígida, tosca. El
hombre prosiguió diciendo que la hipótesis apuntaba a suicidio. El auto había sido robado en el
sector del casino al que la joven había ido la noche de su desaparición. Arrojó sus pertenencias
cerca del lugar de su muerte para hacer menos extensa su identificación. Dentro de la billetera
había una hoja muy bien doblada, escrita con letra temblorosa y tinta corrida.
“Lo siento, mamá. De verdad lo siento. Shofi, lo siento. Lo juro que lo siento, saca las cosas de mi velador
y llévatelas, no dejes que nadie más las vea. Quémalas. Yo las hubiera traído conmigo, pero…Perdónenme
y perdónenlo, que por él es todo este martirio. Por favor perdónenlo, que yo no pude hacerlo.”

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