Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LEÓN
HUESOS DE LA NACIÓN
Bones of the Nation
HUESOS DE LA NACIÓN
El Museo de La Plata, Argentina 1884-1888
A fines del siglo XIX, desde Liverpool y Manchester zarpan barcos hacia el
oeste cargando vías férreas, vigas y otros elementos constructivos a través
del Atlántico. Atracan en el puerto de Buenos Aires1. Descargan allí y las
vías se despliegan, se extienden y crecen a través de la pampa, las vastas lla-
nuras argentinas, como extensiones arácnidas de una gran red ferroviaria
que, hacia 1914, sería declarada la décima más larga del mundo, el orgullo
de Argentina2. La conquista de este territorio es necesaria para transfor-
marlo en un sitio de extracción, para cultivar grano y criar ganado que
sería procesado y enviado de regreso a Europa. Pero este territorio no está
vacío: quedan rastros del Pleistoceno, desde huesos de grandes mamíferos
hasta descendientes vivos de los primeros habitantes humanos del conti-
nente americano3. Estos rastros fueron contenidos en un nuevo edificio.
En medio de la pampa se construye una grilla y dentro de esta gri-
lla, el Museo de La Plata [FIG. 01]4. El museo puede entenderse como
un aparato que nos permite trazar diferentes redes de intercambio que
operan a grandes distancias de tiempo y lugar, desde el Imperio britá-
nico hasta la pampa argentina y desde los huesos del Pleistoceno hasta
las guerras del siglo XIX contra los pueblos americanos. De pie, al centro
de estas redes, el museo fue fundamental para disociar a las poblaciones
indígenas de su contexto contemporáneo y presentarlas como sujetos
pertenecientes a un pasado lejano. Así, la institución se hizo cómplice
de procesos de genocidio y expansión del imperio, vinculando estas re-
des de extracción e industrialización de recursos con la aniquilación de
una de las poblaciones más antiguas del continente.
La presencia de los tehuelche – una tribu conocida por su gran
estatura cuya presencia en la región se remonta hasta alrededor del
14.500 a. C. – en la exposición original del museo posee la clave de este
Lo mismo hice con los del Cacique Sapo y su mujer, que ha-
bían fallecido en ese punto, en años anteriores, en una de las
estadías de las tolderías. Ambos habian sido enterrados en
cementerio cristiano, conservando, sin embargo, las prácticas
indígenas en la colocación sentada de los cadáveres8.
Efectivamente, cuando el museo abrió por primera vez varias galerías per-
manecieron vacías y cerradas al público. Pero la comunidad científica no
se llevó una buena impresión y muchos colegas de Moreno protestaron.
Les parecía que la intención pedagógica se había convertido en un espec-
táculo vulgar, los esqueletos se disponían de manera amontonada en una
estética de lo gigantesco, buscando abrumar a los espectadores con su
tamaño en lugar de instruirlos [FIG. 07]12.
Los visitantes extranjeros tenían otras quejas. Al visitar el museo en
1893, el naturalista y geólogo británico Richard Lydekker quedó positi-
vamente impresionado por la cantidad y la riqueza de la colección, pero
también horrorizado por los métodos de clasificación de los paleontó-
logos argentinos13. En vez de revisar los huesos encontrados median-
te las clasificaciones de Richard Owen, los paleontólogos rioplatenses
asumieron que cada hueso provenía de una nueva especie, produciendo
una gran cantidad de ‘tipos’ nuevos y muchas dificultades para inter-
cambiar especímenes con otras instituciones. El rechazo argentino de
las clasificaciones británicas tuvo un origen nacionalista. A diferencia
de los museos de historia natural de Europa y Estados Unidos, que con-
taban con recursos para recolectar especímenes de todo el mundo, en
La Plata el museo se abastecía principalmente por hallazgos locales, cir-
cunstancia aprovechada para servir a la narrativa del Estado.
En 1825, Reino Unido firmó un tratado con Argentina, convirtiéndo-
se en uno de los primeros países en reconocer su independencia (1816).