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El poema es una ofrenda a la Virgen María. El poeta le ofrece su rebaño como símbolo de su vida, compuesta de momentos de dolor y alegría. A través de su madre terrenal y la Virgen María, el poeta encontró consuelo para sus penas. Con esta ofrenda simbólica de "pobres piedras del camino", el poeta la corona en nombre de los desafortunados.
Descripción original:
Título original
Con estas pobres piedras del camino Carlos Suarez Veintimilla
El poema es una ofrenda a la Virgen María. El poeta le ofrece su rebaño como símbolo de su vida, compuesta de momentos de dolor y alegría. A través de su madre terrenal y la Virgen María, el poeta encontró consuelo para sus penas. Con esta ofrenda simbólica de "pobres piedras del camino", el poeta la corona en nombre de los desafortunados.
El poema es una ofrenda a la Virgen María. El poeta le ofrece su rebaño como símbolo de su vida, compuesta de momentos de dolor y alegría. A través de su madre terrenal y la Virgen María, el poeta encontró consuelo para sus penas. Con esta ofrenda simbólica de "pobres piedras del camino", el poeta la corona en nombre de los desafortunados.
clavados en el cielo tan lejano y tan alto, pero, por un milagro de tu amor materno, tan cercano a mis ojos que parece como un puñal clavado dentro de ellos -el cielo azul y triste de tus ojos-
Madre, tan Madre mía!, yo te ofrezco
este rebaño que he venido arreando desde el lejano suelo del que, ,como los locos y los niños, me siento un poco dueño ...
Este rebaño que parece inmóvil
pero, bajo la luz de los luceros se pone en marcha si sobre él alienta el viento ardiente de un amor y un sueño:
ojos de once lagunas que en la tarde
beben nostalgias, sombras y silencio.
Cumbres en las que se hacen nieve
los suspiros del hombre y sus anhelos.
Ríos que son sólo el secreto símbolo
de nuestra ansia que marcha hacia lo eterno
Páramos en que canta su elegía
la soledad del huérfano.
Mil árboles que son como nosotros:
amarrados al suelo, creciendo en savia de dolor y sangre hacia la altura del azul sereno.
Y el rebaño pequeño de mis días.
Te acuerdas? Conocieron la luz en esa estrella del alba de tus ojos buenos.
Cuando la sangre me encendió los pulsos y
el horizonte se quemó de sueños, ellos le abrieron cauce de blancuras, de la ardua lucha en el dolor secreto.
Ellos, con su tristeza y su esperanza,
una mañana limpia me dijeron que era mi vida, de una hostia blanca el pobre surco abierto. Ellos vendaron mis secretas penas, besaron mis oscuros desalientos cavaron mi miseria, a que brotara agua para la sed en marcha al cielo.
Yo tenía otra madre: una mañana,
con su mantita negra, su silencio, con su paso menudo, su sonrisa, -una mezcla de lágrimas y besos- se fue a rezar ... y no volvió; qué negro se me volvió el camino de la vida!
Pero volviste tú: manto de cielo,
clavos, espinas, pero con tus ojos: desde entonces, en ellos dos miradas de madre me contemplan, dos miradas y un solo amor inmenso.
Todo esto, Madre, yo he venido arreando,
pastor desconocido, desde lejos.
No tengo, Madre, una corona de oro:
mas te corono, yo también, con esto: con estas pobres piedras del camino que tienen del amor vivos reflejos.
En nombre de los tristes, de los pobres,
del mirar dolorido del enfermo, de la quena que quiebra del páramo el silencio, y del mirar, absorto en lejanías, de los huérfanos.