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Informe preliminar al csc. curso lectivo 1993.

Área de Urbanología: (ver aclaraciones preliminares).

“Esperemos lo que deseamos pero soportemos lo que acontezca”. (Cicerón, citado en


Aguas Turbias, año 2 n°6. Rosario, verano 1992-93).

1 Aclaraciones preliminares:

-En primer término en lo referente a la denominación del Área (tal como se ha


advertido inicialmente):
La utilización de término “urbanología” en sustitución del más habitual de
“urbanismo” tiene su razón de ser, dado el tipo de aproximación a la cuestión urbana que se
desarrolla en esta forma de investigación. En ese sentido y a los efectos de concretar esta
buscada precisión semántica, me remito a las definiciones propuestas por Gabriele Scimeni,
autor que ha incursionado, a mi juicio correctamente, en estas preocupaciones:
“A fin de enfocar mejor la variedad de este panorama, podemos empezar con el avance
de una primera distinción -no muy rigurosa, aclarémoslo en seguida- entre dos categorías de
personas que se ocupan del problema de la ciudad: los que la tratan con fines analíticos,
especulativos, críticos, y los que se aplican con intenciones principalmente activas, o sea
prevenir, preparar o proyectar intervenciones. A los primeros reservaremos el apelativo algo
peregrino de urbanólogos, sancionado por la literatura usual del tema, y a los otros les
daremos el nombre más difuso de urbanistas”.
-En segundo término, en lo concerniente a la denominación y contenidos de la
temática propuesta para el presente ciclo; se ha hablado genéricamente de la “sociedad de
consumo” como configuración (básicamente) socio-económica, que definiría el objetivo de la
reflexión. Dentro de ese mismo andarivel disciplinar (para mi caso extradisciplinario) esta
aclaración apunta a convalidar dicha denominación, aunque económicamente tal vez
correspondería hablar de una “economía de consumo”. (Esto en referencia a lo apuntado en la
reunión del pasado viernes 26 de febrero, en cuanto al desplazamiento verificable en la
axialidad del pensamiento económico, desde la producción, objeto casi excluyente de las
teorías “clásicas” del siglo XIX, hacia los aspectos de distribución y consumo, protagonistas
de las preocupaciones económicas contemporáneas).
También debemos recordar que, en una definición de base más ideológica, se ha
acuñado la denominación (a mi entender menos expresiva) de “economía de mercado”,
haciendo mayor alusión a los mecanismos que a los comportamientos pero, en alguna medida,
recortando la real complejidad del fenómeno que evidente no se agota en la mera dimensión
económica. En una aproximación más socio-política, el modelo dominante podría
interpretarse (paradójicamente) como una derivación extrema y, al mismo tiempo, una crisis
de aquella ya tradicional categoría sociológica de “sociedad de masas”.
Aquí lo paradojal de la situación presente es la simultaneidad de las tendencias, por
una parte, a la homogeneidad de los mercados (expresión suprema aunque inesperada de las
ideas de la modernidad) y por otra parte, a una rígida estratificación social impuesta por las
mismas pautas de consumo (manifestación de pos-modernidad y de la reacción neo-
conservadora, característica de la década de los ‘80).
-Por último y en relación con el método, se ha optado (en función de la hipótesis
particular que luego se expondrá) por una combinación de textos reproducidos literalmente y
en otros casos analizados y comentados, estructurados en sucesivos “momentos” y contextos,
propios del objeto de estudio la metrópolis definido como emblemático (desde una
aproximación urbanística) del modelo estructural considerado (la “sociedad de consumo”).
Esta sucesión permitirá establecer algunas afirmaciones conclusivas, articulando el
modelo físico construido (la “urbis”) y su contenido socio-económico-político (la “civitas”),
en particular referidas a las condiciones singulares de nuestra realidad nacional.
2 Enunciado general o abarcativo.

La denominada “sociedad de consumo”, si bien expone como se ha dicho en el


presente una manifestación extrema y exacerbada aunque paradójica, de sus pautas de
comportamiento, no constituye un fenómeno de reciente formación; su génesis puede
remitirse a la maduración de loe procesos que dieron origen a la Revolución Industrial, a la
estabilización y desarrollo del capitalismo, a posteriori de los acontecimientos de 1848 en
Europa (la formación de los estados políticos “neo-liberales”) y a la simultánea expansión
política y económica norteamericana.

3 Hipótesis particular o específica.

A partir de lo expuesto en el “enunciado general” se puede reconocer al capitalismo


como una formación estructural intrínseca y necesariamente expansiva y a la metrópolis, en
tanto formación urbana, como su correlato en la manifestación física de la existencia social y
por lo mismo, expresión concreta de dichas tendencias a la expansión y complejización.
(Sobre todo a partir de su conversión industrial).

-Relación entre la hipótesis particular y el enunciado general.

En esta relación se vinculan estructuralmente las nociones de “sociedad de consumo”;


“capitalismo” (industrial); “metrópolis” y de esta vinculación, a su vez, se podría concluir
afirmando que esta conformación social se realiza en un sistema económico hegemónico y
encuentra su manifestación sensible en el fenómeno metropolitano, en tanto dimensión
espacial.
Reconocida la relación en una dimensión temporal, se podría reconocer una constante
de comportamiento (o tendencia) hacia una aceleración, expansión y complejización de sus
componentes y manifestaciones. (En realidad sería necesario considerar una cuarta
componente decisiva de esta relación: la “revolución científico tecnológica” que, operando en
el plano ideológico y en el instrumental, completa la construcción del sistema, motorizando en
particular, la dinámica antes aludida).
(Como se podrá observar en la bibliografía utilizada y en particular en los textos
anexados, la noción de “metrópolis”, como dimensión urbana instalada más allá de la idea
tradicional de ciudad, comienza a manifestarse en el pensamiento europeo en la segunda
mitad del siglo XIX. Sin embargo, como texto aclaratorio se anexa el fragmento introductorio
del ya clásico artículo de Hans Blumenfeld sobre la “Metrópoli moderna”, que a mi criterio,
define con singular precisión las características de este tipo de formación urbana.
En una visión epistemológica más específica, estas “formaciones” parecen responder
metafóricamente a la condición “disipativa” de los sistemas, enunciada como principio de la
dinámica por el científico Ilya Prigoyine, premio Nobel de Química en 1978).

“La revolución urbana, que tuvo sus comienzos en la segunda mitad del siglo XIX, ha
culminado en una nueva clase -desde el punto de vista cualitativo- de asentamiento
humano: una extensa área urbana con una densa ciudad central.

El precedente capítulo lleva por título Origen y evolución de las ciudades. El


presente versa sobre el resultado de tal evolución; resultado que no es ‘la ciudad
moderna’, sino ‘la moderna metrópoli’. Este cambio de nombre refleja el hecho de
que, después de una larga y lenta gestación, la urbe ha desembocado en un estadio
revolucionario; ha experimentado un cambio cualitativo. En efecto, metrópoli ya
no es una mera amplificada de la ciudad tradicional; es una forma diferente de
asentamiento humano.
Se viene discutiendo con bastante insistencia sobre el término a utilizar para dar
nombre a ese nuevo tipo de aglomeración urbana. Lewis Mumford opone sus
reparos a la denominación de ‘metrópoli’ (de las voces griegas ‘madre’ y
‘ciudad’); denominación que, históricamente, tuvo un significado muy diferente.
Dicho autor muestra preferencia por la palabra ‘conurbación’, creada por Patrick
Geddes, biólogo escocés y pionero del urbanismo. Esta palabra entraña el
significado de fusión de varias ciudades preexistentes; mas lo cierto es que el
origen de la mayoría de las metrópolis no responde a tal fusión. El vocablo
‘megalópolis’, creado por el geógrafo francés Jean Gottmann, se aplica
generalmente a una región urbanizada que contiene en su ámbito varias áreas
metropolitanas, como es el caso de la región que abarca las ciudades de Boston y
Washington. Después de todo, lo más acertado, al parecer, es conservar el término
‘metrópoli’, aceptado hoy por muchos idiomas como denominación de un gran
centro urbano y sus contornos.”1

4 Desarrollo

A continuación se pasa a presentar el esquema o encuadre sobre el que se desarrollará


el proceso de investigación referido básicamente a los contenidos de la “hipótesis particular”.
Dicho proceso se ha organizado en un recorrido espacio-temporal que reconoce cuatro fases o
“momentos” (considerados paradigmáticos) de la conformación metropolitana y su contexto
socio-cultural, en función de lo planteado en la tercera de las “aclaraciones preliminares”.

-1a fase: La formación de la metrópoli europea.


Para la consideración preliminar de esta fase se instala el texto de Tafuri y Dal Co,
fragmento de la Historia de la Arquitectura contemporánea (Capítulo Sexto, “La arquitectura
frente a la metrópoli”).
El texto elegido demuestra de que modo los intelectuales y artistas europeos (en
particular, por la índole del capítulo, se trata el panorama alemán) de fines de siglo pasado y
comienzos del presente eran concientes y sensibles a la presencia de esta nueva dimensión
ambiental y en que medida el fenómeno metropolitano ya afectaba profundamente la vida
social y cultural del periodo.
Otro texto sugestivo que se podría considerar es el de Benjamin “París, capital del
siglo XIX”. Aquí el autor recrea sutilmente la “construcción” (material y espiritual) de la
dimensión metropolitana de la capital de Francia (ya insinuada según Benjamin en la segunda
década del siglo XIX) y los “temas” que la van definiendo, bajo el novedoso y despiadado
dominio del “fetiche de la mercancía”: los “pasajes” o galerías comerciales (cuyo primer
modelo se construye en 1822); la reacción utópica (ya metropolitana en su radicalidad) de
Fourier y su “falansterio”; el auge de la construcción en hierro (“que comienza a crecer más
allá del arte...”); Daguerre, los “panoramas” y la génesis de la fotografía...; las babilónicas
exposiciones mundiales (que “erigen un universo de mercaderías” y “extienden el carácter de
mercadería al universo todo...”); el refinamiento decadente de los interiores (como decoración
de ambientes autónoma de la arquitectura del edificio); la nueva marginalidad urbana y la
poética “maldita” de Baudelair; el barón de Haussmann prefecto de París y sus monumentales
e interminables boulevares; su dialéctica en las barricadas desde el levantamiento de Lyon en
1831 hasta la Comuna de París en 1871; los juegos bursátiles y las gigantescas
especulaciones...
Benjamin concluye su texto afirmando: “Con el desmoronamiento de la economía
mercantil comenzamos a reconocer como ruinas, antes de que sean demolidas, a los
monumentos de la burguesía”.
1
Blumenfeld, Hans “La metrópolis moderna” en La ciudad. Scientific American. 1º ed. en castellano, Alianza,
Madrid, 1969.
No quedan dudas que el filósofo no imaginó en su momento, la reconstrucción
ampliada de las “ruinas”...

“Ya hacia mediados del siglo XIX las características de la metrópoli están
formadas por las de la sociedad de masas; en esta última ha desaparecido toda
experiencia interior, toda ‘historia’, toda introspección psicológica, todo sujeto. La
civilización maquinista encuentra en la metrópoli y en la multitud que la habita la
propia forma, reducida a trivialidad cotidiana. El intelectual ve comprometidos los
propios papeles. Entre intelectuales y metrópoli se abre ahora una brecha solo
rellenable internalizando la disención, aceptándola como tal. En Baudelaire -ha
escrito Friedrich- ‘las imágenes de la metrópoli son disonantes, por tanto, de
extremada densidad. Funden luces de gas y cielo de crepúsculo, perfume de flores
y olor de asfalto; están plenas de alegría y de lamentos y a su vez están en
disonancia con las grandes volutas vibrantes de sus versos. Extraídas de la
trivialidad, como drogas de plantas beneficiosas, se convierten, en su
metamorfosis lírica, en antídotos contra el vicio de la trivialidad.’ El intelectual,
en sustancia, descubre que la propia ‘unicidad’ ya no tiene lugar en la metrópoli
masificada, dominada por una reproductibilidad técnica que –como dice
lúcidamente Nietzsche- ha matado definitivamente toda sacralidad y divinidad.
Pero, al mismo tiempo, la metrópoli se transforma en la ‘enfermedad’ a la que se
siente condenado; ‘desterrado a la patria’, podrá intentar un último dominio del
mal que le asedia decidiendo abandonarse voluntariamente a una ‘santa
prostitución del alma’.
Baudelaire crea conscientemente una actitud que será constante en toda la
vanguardia europea: el rescate del intelectual puede llegar si este acepta la propia
condición como ‘enfermedad’, sublimable solo en la exentricidad del payaso.
Pero la experiencia de la metrópoli es también experiencia de conmociones
continuas. La metrópoli ya no es, como la ciudad tradicional, el lugar de la
memoria colectiva, sino del suceso privado de historia y del rostro irracional. Los
átomos que componen la masa indiferenciada como única su experiencia, la de la
conmoción, agudamente unida por Benjamin a las condiciones del trabajo obrero
en la fábrica. Ante el ‘morbo’ representado por la metrópoli, los intelectuales
intentan incorporar un nuevo papel, remontándose a la pureza originaria, a la
infancia de la Humanidad, a los tiempos míticos en los que el hombre y la
naturaleza no estaban aún contrapuestos: al momento –míticos repetimos- en el
que la comunión del hombre con el cosmos era permitida por las relaciones
precapitalistas de producción. El purismo de un Tessenow es indicativo a este
respecto. Para elevarse sobre la masa, Baudelaire sigue la norma de vida del
dandy y del voyeur: ‘Être hors de chez soi, et pourtant se sentir partout chez soi;
voir le monde, éter au centre du monde et rester caché au monde (...)
L’observateur est un prince qui jouit partout de son incognito.’ Pero tal respuesta
negativa a la democracia burguesa es el refinado recurso de un prince para
sobrevivir como tal. También Proust tratará de encontrar ‘le temps perdu’
volviéndose a hundir en la interioridad; pero habrá de admitir que la recuperación
del ‘aura’ absoluta del tiempo interior es imposible.
Todo proyecto de conciliación está avocado a resultar utópico. La
experiencia de la angustia como condición de existencia metropolitana llegará a
ser, no por casualidad, ideología fundamental de pintores y poetas expresionistas.
El Expresionismo, al menos en una primera fase, no tiende a pacificar al
individuo con la metrópoli. Al contrario: reconoce que tal disidencia angustiosa es
la única realidad comprobable. La experiencia de la conmoción, de la angustia, no
va a ser sublimada o alejada, sino internalizada. Un cuadro como el Urlo de
Munch es sintomático a este respecto. La diferencia y la contradicción, para
Munch, como para el primer Kokoschka o para Kafka, son inherentes al universo
sin cualidad de la metrópoli; solo queda vivir la angustiada condición de ‘libertad
de todo valor’, que la metrópoli -como lugar de la comercialización y de la
organización capitalista- provoca a todos los niveles de la vida asociada.
Organización y concentración, por tanto, como momentos y causas de alienación
generalizada; mejor aún, alienación consciente como última ‘libertad’ burguesa.
Max Weber tiene razón: la ‘libertad de valor’ es la condición de un nuevo
desarrollo total del sistema. Ante tal desarrollo, todo ‘sujeto’ es ya inesencial y,
por tanto, todo ‘valor’ y toda ‘vieja iglesia’ tendrá solo un papel refrenador. Pero
la cultura centroeuropea no sigue las líneas marcadas por el pensamiento de
Nietzsche y de Weber. En 1887, el sociólogo Ferdinand Tönnies publica el libro
Gemeinschaft und Gesellschaft (Comunidad y Sociedad), en el que a la sociedad
organizada se contrapone la ‘vida real y orgánica’ de la ‘comunidad’ primitiva,
unidad perfecta de la voluntad humana fundada por consensus. La comunidad de
Tönnies es, en realidad, el poblado organizado por unidad de vecindad en la que
domina lo que el autor llama la ‘voluntad esencial’, basada en los impulsos
orgánicos, en la costumbre, en la memoria. “Toda convivencia confidencial –
escribe Tönnies- (...) viene entendida como vida en comunidad; la sociedad es, en
cambio, el público, el mundo. En comunidad con los suyos, una persona se
encuentra, desde su nacimiento, unida a ellos en el bien y en el mal; mientras que
en sociedad se está como en tierra extraña.”
Aunque Tönnies tiende a dar aspecto científico a sus análisis, su libro -de
enorme éxito editorial- es un canto nostálgico a la ‘comunidad’ vinculada al
ordenamiento aldeano y, en último extremo, religioso. A través de tal invocación
al espíritu de la vecindad, asesinado por la impersonalidad del Grosstadt, es
comprensible el significado último de gran parte de las ideas antiurbanas de la
arquitectura moderna, de los barrios residenciales norteamericanos, de las Garden-
Cities europeas. El socialismo romántico de Tönnies tendrá modo de perpetuarse
en todo el filón de la urbanística de tendencia ‘orgánica’ y hasta se prestará a las
deformaciones que de él quiera hacer la mística nazi de la tierra y de la sangre.
A las nostalgias de Tönnies responderá Georg Simmel. En 1903, Simmel
publicó el ensayo Las grandes ciudades y la vida del espíritu, en el que todos los
temas de la crítica a la metrópoli reaparecen con signo cambiado. “El fundamento
psicológico sobre el que se asienta el prototipo del ciudadano -escribe Simmel- es
la identificación de la vida nerviosa, proveniente de una rápida e ininterrumpida
sucesión de impresiones.” Contra tal exceso de estímulos, el individuo
metropolitano reacciona con elevado poder de abstracción intelectual; y no por
casualidad, agrega Simmel, ya que la metrópoli existe solo como sede de la
economía monetaria, y “economía monetaria y predominio intelectual están
íntimamente ligados”. Organización, anonimato e indiferencia por los valores
convergen así en el tipo específico individuo metropolitano, el hombre blasé. “El
aspecto agotado (blasé) -continúa Simmel- define la ilusoriedad de las
diferencias. Su constante estimulación nerviosa, la búsqueda del placer resultan
experiencias completamente abstractas de lo individualidad específica de su
objeto: ningún objeto merece ser preferido a otro (...). Este estado de ánimo es el
fiel reflejo subjetivo de una completa internalización de la economía del dinero
(...). Todos los objetos flotan con igual peso específico en el movimiento
constante de la economía monetaria. Los objetos se hallan todos al mismo nivel y
difieren entre sí solo por el área que ocupan en el espacio.”
Simmel expresa aquí exactamente los fenómenos afrontados por la cultura
expresionista: la metrópoli como impulso al entrometimiento de la economía
monetaria donde toda acción humana se reduce a una mecánica “reacción de
choque”, completada con “máscaras” desencantadas. Pero, insistimos, todo eso
adquiere en Simmel un signo positivo como condición de una comprensión
superior de la realidad total de la metrópoli, premisa para una nueva síntesis;
exactamente como para Behrens o el primer Gropius.
Los arquitectos del Werkbund se sienten investidos en primera persona
respecto a tales temáticas. Tanto A. Endell como K. Scheffler escriben libros
sobre la forma del Gross Stadt: el primero, en 1913, describiendo un modelo
territorial de tipo norteamericano, corregido con una administración comunal
poseedora de la propiedad del suelo. Lo que cuenta es que ambos intentan
dominar el fenómeno metropolitano, vencer la inercia de la pura angustia, la
impotencia individual frente al superhombre. Una angustia que, en cambio, se
transparenta -como queriendo fijar y contemplar la conmoción metropolitana- en
la primera arquitectura de Hans Poelzig (1869-1936).
Si para Behrens el espíritu del Gross Stadt se expresa en una ‘viril
discreción’ lingüística, para Poelzig se hunde en las ambiguas condiciones de
existencia a que la metrópoli constriñe al individuo. Después de algunos edificios
vaga e irónicamente medievalizantes -la iglesia de Maltsch y el Ayuntamiento de
Löwenberg (1906)-, Poelzig proyecta una serie de obras en las que se ha querido
interpretar un auténtico expresionismo arquitectónico: un grupo de casas en
Breslau (1908-1912), los almacenes en Lunkenstrasse de Breslau (1911), la torre-
depósito de agua en Posen (1911), la fábrica de productos químicos de Luban. No
se trata de organismos innovadores, sino de masas escenográficamente dispuestas
para hacer de ‘antigracioso’ de la gran ciudad. No es casua1 que las
deformaciones volumétricas poelzigianas desemboquen en escenografías teatrales
y cinematográficas (suyos son, entre otros, los escenarios de la película Golem).
Pero la angustia, rendida imagen contemplable, no es ciertamente una respuesta a
los temas propuestos por Weber o por Simmel. Poelzig, y con él arquitectos como
Wilhelm Kreis, Paul Bonatz, Emily Fahrenkamp y, en parte, Fritz Schumacher en
sus primeras obras de Hamburgo, fundan una tradición que tendrá su continuación
después de 1918 con sus propias obras posteriores y con las de Fritz Höger o
Mendelsohn; pero su reacción al Gross Stadt es totalmente epidérmica. Y no muy
distintas son las reacciones de una figura como el holandés Van der Mey, que con
su Scheepvarthuis de Amsterdam fragmenta hasta la exasperación la volumetría
del edificio, o de algunos arquitectos de Praga que, en una serie de obras definidas
como ‘cubistas’, parecen reproducir una atmósfera de ansiedad kafkiana.
Behrens es, más bien, el que acoge, aunque a nivel teórico, el nuevo
sentido de la concentración metropolitana: en una entrevista concedida en 1912 al
Berliner Morgenpost, Behrens reconoce lo positivo de la transformación de Berlín
de ‘ciudad de trabajo’ a concentración direccional y terciaria, precisando el tema
en una intervención en el fundamental Congreso del Werkbund (1914) dedicado al
tráfico urbano. Ninguna satisfacción irracional en Behrens. Si el artículo sobre
Berlín considera necesario un control global fenómeno urbano en expansión,
señalando a Messel como el único arquitecto que se ha planteado el problema de
una tipología metropolitana, en su intervención de 1914 identifica en la lectura
cinética de la ciudad, que es obligatoria en los medios rápidos de locomoción, la
necesidad de un nuevo instrumento capaz de dominar informe metropolitano: la
uniformidad de la tipología, precisamente.
De ese modo, la renuncia a la imagen del primer Behrens desemboca en el
reconocimiento de una nueva percepción: por tipos, ya no más por única. En el
tipo arquitectónico, la indiferencia hacia los valores no solo responde a la actitud
blasé de la que habla Simmel, sino que indica la voluntad de posesión de una
realidad cada menos ‘dominable’. En tal sentido, la actividad de Behrens por la
AEG asume una nueva luz, así como su obra de posguerra para el ‘municipio rojo’
de Viena.
En cualquier caso, no es solo en Behrens donde es coherente el trayecto
del Werkbund hacia la metrópoli. La petición de organizaciones expresada por el
Werkbund encuentra en el Gross Stadt, ciudad de relaciones internacionales y
motor de la inteligencia capitalista, su relación natural. Los arquitectos de la
primera posguerra tenían como problema principal qué hacer con ese inquietante
descubrimiento. Por eso mismo, la metrópoli sin calidad de Ludwig Hilberseimer
se referirá directamente a Simmel para justificar la propia ostentación
desencantada de la primacía de la tipología.”2

-2a fase: La formación de la metrópoli norteamericana.


Para analizar el origen de este caso de formación metropolitana, parece necesario
ubicar dos “temas” o rasgos estructurales, decisivos en este tipo de conformación, aunque
diferenciados y aún opuestos:
Por una parte, el Downtown; área urbana central con una alta concentración de
actividades terciarias, fragmento dominado arquitectónicamente por la tipología edilicia del
rascacielos; combinación tipo-morfológica y funcional definida inicialmente por las
experiencias de la “escuela de Chicago”, experimentada precisamente en la reconstrucción de
dicha ciudad (en el denominado “loop”) después del incendio de 1870 y luego reproducida en
todas las grandes ciudades norteamericanas.
Por otra parte, la periferia o “suburbia” residencial de baja densidad (“miles de
chalecitos extendidos por una región en la que resulta difícil encontrar tanto el ‘campo’ como
un ‘barrio’ tradicional...”), que tal vez encuentre en Los Ángeles su expresión paradigmática.
Es precisamente a este último “tema” al que aplicaremos preferentemente la
investigación, tomando para este caso como texto de base el artículo de Iain Boyd Whyte “De
Greene a Gehry, Los Ángeles 1900- 1970”, incluido en Ecologías de la dispersión (Revista A
& V Monografías); esta selección se apoya en el convencimiento de que este tipo de
formación resulta el más expresivo de una conducta urbanística y social (tal vez en realidad
anti-urbanística y exacerbadamente individualista), propias de la cultura norteamericana y aún
generalizando de una concepción de vida anglosajona (de base religiosa), combinadas aquí
con una particular tecnología de movimiento y su objeto: el automóvil, producto emblemático
del deaarrollo industrial norteamericano. (Por el contrario, el “Downtown” se corresponde
más con el sistema de accesibilidad ferroviario, cuya estación “central” o terminal, se ubica
generalmente en el borde de este fragmento especializado).
Con relación a esta ideología anti-urbana (o como diría Tafuri ‘seudo-naturalista’) se
puede consultar el texto de Morton y Lucía White El intelectual contra la ciudad (de Thomas
Jefferson a Frank Lloyd Wright), donde es posible recorrer a través de la historia instalada
entre la existencia de estos dos personajes, la persistencia de este pensamiento que tan
fuertemente ha repercutido en la formación de la metrópolis norteamericana.
El autor del texto elegido, para el tratamiento de esta fase señala en los párrafos
iniciales de su artículo; “ya en 1915 Charles Summer Greene, uno de los miembros de la
firma Greene & Greene había observado que entre la manía del automóvil y la moda del
bungalow parece existir una afinidad psíquica...
Se han desarrollado juntas, simultáneamente, y ambas parecen ser la expresión de la
misma necesidad, del mismo deseo de liberarse de loe convencionalismos comunes”. De este
modo Iain Whyte proporciona una de las claves interpretativas de estas singulares
formaciones (urbanas?) que han roto todos los esquemas del urbanismo tradicional con esta

2
Tafuri, Manfredo - Dal Co, Francesco. Capítulo Sexto “El Wekbund. La Arquitectura frente a la metrópoli” de
Historia de la arquitectura contemporánea. Ed. Viscontea. Bs. Aires, 1982.
proposición de una extensión aparentemente ilimitada de edificaciones dispersas, en oposición
a la idea de ciudad como concentración de personas, bienes y arquitecturas. .
Como conclusión a esta presentación de la segunda “fase”, se reproduce el prólogo
presentado por la citada publicación al bloque de “Ecologías de la dispersión”. (El artículo de
base antes mencionado no se ha reproducido por su extensión y su dificultad para ser
fragmentado adecuadamente).

‘Movie-made’ Los Ángeles.

Los Ángeles, desde el avión, parece un oasis artificial expulsado del


desierto. No es una ciudad en sentido estricto, y tampoco lo que nosotros
llamaríamos una provincia. Dada su inmensa extensión, no es raro que cada
vecino se identifique con una pequeña porción o ‘comunidad’ a la que cree
pertenecer: Pasadena, Glendale, Watts, Santa Mónica, etcétera. Una infinidad de
chalecitos y palmeras confirman la impresión de que ésta es una de las metrópolis
menos densas del mundo, pero en su loop -escalofriante-, se encuentran los
rascacielos más altos y terroríficamente hermosos de toda la costa oeste
norteamericana. Se menciona siempre la llanura y la longitud desmesurada de sus
calles rectilíneas, pero también se habla de las casas colgadas en las laderas de las
montañas. Algunos ven aquí los mayores delirios del eclecticismo, mientras otros
clavan su mirada en los ejemplos culminantes del Movimiento Moderno
norteamericano (Wright, Schindler, Neutra, etcétera). Disneylandia y la casa
Lovell, el Queen Mary varado en el puerto de San Pedro y la deconstrucción
según Frank Gehry. Infierno o paraíso, ¿qué es Los Ángeles?.
Esta zona del mundo tiene un nombre que nos habla de su primera
[e]vocación celestial, y casi toda la nomenclatura de los antiguos ranchos y
misiones recuerda las ansias espirituales de los frailes-colonizadores. Luego
vinieron los anglohablantes del este, buscando un país romántico con intensa luz
mediterránea y huertos de ubérrimas cosechas. Esta tierra prometida tendría
naranjos de Valencia, viñedos, olivos andaluces, palmeras datileras y un sinfín de
exóticas plantas tropicales. La fantasía de prosperidad y eterna juventud tuvo dos
impulsores inesperados: el petróleo -que afloraba casi espontáneamente en los
jardines de algunas casas- y el cine. Así es como Los Ángeles, desde principios de
este siglo, iba a dar gasolina para el automóvil y alimento mítico para todas las
almas. Con los años (el nombre del lugar obliga), se desarrolló la industria
aeronáutica. Las antiguas alas de la imaginación ya lo eran también de verdad. El
santo patrón pasaba a ser Howard Hughes, con su propia catedral en la inmensa
cúpula de aluminio donde se guarda (y se adora) ese milagro industrial que es el
Spruce Goose, el avión con estructura de madera ‘más grande del mundo’.
Los Ángeles, más que por la velocidad, ha estado marcada por la
movilidad. Nada es sólido y duradero. A imitación de la imagen impermanente de
la pantalla cinematográfica, sabemos que todo cambiará de un momento a otro.
No hay centro ni periferia, sino, a lo sumo, aeropuertos mnemotécnicos donde
podría aterrizar por un tiempo nuestra sensibilidad urbana. Tal vez se altere el
espacio físico (calles y edificios), pero eso no viene mucho al caso: lo que cuenta,
estando aquí, es la inestabilidad de nuestra conciencia. Esta ciudad es como un
gigantesco universo proyectivo, una materialización ocasional (y casual) de
nuestros anhelos y de nuestros temores. Movie-made Los Ángeles. Dulce sueño y
pesadilla. Todo lo que digamos puede ser verdad.

Juan Antonio Ramírez.


-3a fase: La metrópoli post-industrial.
Se trata aquí de ubicar y reconocer las características del fenómeno metropolitano, en
su entidad contemporánea. Su contexto se encuentra marcado por los extraordinarios cambios
que comienzan a insinuarse en la década de los ‘70 y que finalmente estallan en la de los ‘80,
bajo la forma de profundas alteraciones políticas y sociales. Tal vez en un supremo intento de
síntesis se podrían establecer tres categorías designadas como decisivas en la caracterización
de aquella década de reciente finalización: la posmodernidad (en los aspectos culturales); la
reacción neo-conservadora (en el plano político-ideológico) y la aceleración definitiva de la
“revolución científico-tecnológica”. Si el tratamiento pormenorizado de este complejísimo
contexto escapa totalmente a una aproximación particularizada como la que define este
informe, en cambio es posible (y aún necesario) poder preguntarnos por la metamorfosis de la
metrópoli contemporánea, retomando lo afirmado en la “Hipótesis particular” y se relación
con el “Enunciado General”; en cuanto a su condición de “manifestación sensible” de una
determinada conformación social.
¿Es posible para este caso, hacer una sutil y detallada descripción de sus rasgos y sus
protagonistas como la que propone Benjamin para la París del siglo XIX, o una esquemática y
precisa definición de sus determinaciones estructurales, como la que se ha planteado en el
reconocimiento de la formación de la metrópoli norteamericana? En principio la respuesta se
aproximaría a una negativa... Sus facciones y contornos son mucho más borrosos e
indefinidos, aunque no por ello menos impresionantes. Incluso no sería sencillo establecer una
localización espacial y territorial determinada.
En general, se podría afirmar que la mayor parte de las grandes ciudades
contemporáneas presentan aspectos morfológicos, ambientales y funcionales propios de esta
metrópoli “post-industrial” (aunque, por ejemplo, Rem Koolhaas, autor elegido como
protagonista del texto de base, sostiene que dichos aspectos son particularmente perceptibles
en la ciudad japonesa); si hubiera que reseñar sus características más salientes habría que
precisar su condición de sistema inestable y flexible en sus determinaciones socio-económicas
y funcionales y una indiferencia hacia la forma como codificación lingüística, en tanto
construcción basada fundamentalmente en su operatividad. (La resultante coincidiría con lo
que se da en llamar el ‘caos’ por indeterminación y en esto vuelve a aparecer la figura de
Prigoyine...).
Dice Zaera Polo en un comentario que luego se reproducirá:
“Si la ciudad se constituye históricamente como concentración de plusvalías, la
metrópolis es la infraestructura física de los modos de integración económica basados en la
circulación de plusvalías más que en su localización...”
En esta nueva condición instalada habría tal vez que poder encontrar la clave
interpretativa de la presente organización metropolitana y de su significado como expresión
concreta de lo que hemos denominado “sociedad de consumo”.
En cuanto al texto que servirá de base al tratamiento de esta “fase”, nos remitimos al
artículo de Alejandro Zaera Polo, “Notas para un levantamiento topográfico”, artículo
destinado a comentar la producción del OMA (Office for Metropolitan Architecture),
organización profesional montada desde 1975 por el arquitecto holandés Rem Koolhaas,
cuyos objetivos fueron la definición de los nuevos tipos de relaciones (tanto teóricas como
prácticas) entre la arquitectura y la situación cultural contemporánea.
De dicho artículo, se pasa a reproducir loa párrafos iniciales:

Metrópolis: Topografía de In Acumulación Flexible

Aún a pesar del explícito rechazo del propio Koolhaas del adjetivo
metropolitano dentro del nombre de OMA, parece difícil encontrar un calificativo
mejor para explicar la actividad de la oficina, en cuanto ésta incide muy
directamente en las condiciones de producción que han convertido el
metropolitanismo en categoría cualitativa, más que en territorialización restrictiva.
Dentro de la geografía de las formas avanzas del capitalismo, metrópolis equivale
a mundo. Si la ciudad se constituye históricamente como concentración geográfica
de plusvalías, la metrópolis es la infraestructura física de los modos de integración
económica basados en la circulación de plusvalías más que en su localización, el
paradigma metropolitano supera la oposición ciudad/territorio y se estructura más
bien en la oposición desarrollado/subdesarrollado. El interés que el trabajo
reciente de OMA merece, consiste precisamente en la explotación de las
implicaciones culturales y epistemológicas de los modos de producción de la
civilización metropolitana.
Ni el tiempo ni el espacio, las categorías básicas de la experiencia, pueden
considerarse como abstractas o naturales, sino estrechamente relacionadas con los
procesos de organización material implicados en los modos de producción. El
trabajo reciente de OMA ensaya una redefinición de las concepciones del tiempo
y el espacio a través de la práctica material, iniciando un replanteamiento de la
arquitectura como disciplina de la organización material dentro del modo de
integración económica postcapitalista.

-4a fase: La formación metropolitana en el contexto nacional.


Como aproximación inicial al tratamiento de esta manifestación del proceso de
metropolización, en nuestro contexto nacional, se puede afirmar, sin duda, que es en nuestra
región ( genéricamente denominada ‘pampa húmeda’), donde se instala inicialmente el
proceso, que va a producir en la ciudad de Buenos Aires un caso metropolitano de gran
magnitud (aún a escala mundial) y en Rosario una manifestación mucho menor, aunque con
una estructuración análoga (el modelo ‘agro-exportador’ como componente estructural del
desarrollo de la región y el sistema ferro-portuario como catalizador del proceso de
urbanización en los finales del siglo pasado y comienzos del presente).
En efecto, las ulteriores metrópolis alternativas, Córdoba, Mendoza, Tucumán o aún la
singular conurbación del alto valle del Río Negro se corresponden con procesos mucho más
recientes y en situaciones de contexto sumamente modificadas a partir de la crisis de los 30.
A continuación se intercala una copia de un fragmento del texto de la ponencia a la
comisión de “Ambiente Urbano”, preparada para el Congreso Latinoamericano de Áreas
Metropolitanas (Buenos Aires, 1986), texto descriptivo y crítico de las supuestas condiciones
que definen las formaciones metropolitanas en nuestras realidades.

1) Ambiente, paisaje y patrones culturales

El ambiente de una ciudad es la síntesis histórica de la interacción continua


entre la sociedad y el espacio que aquella ocupa. El paisaje resultante es su
manifestación perceptiva directa.
En estas definiciones ambiente de noción ‘holística’ o integradora y
estructural; y el paisaje es la suma de los procesos fenomenológicos perceptivos
que permite aquella estructura.
Las aseveraciones anteriores implicarían reconocer que las características
concretas de la estructura urbana, la distribución de sus funciones, el diseño de sus
edificios, la traza de sus calles, la belleza y la sordidez, la opulencia y la miseria
de sus zonas, representan cabalmente la historia social y política de sus habitantes.
Esta linealidad fáctica entre y continente requiere sin embargo de una
sociedad identificada con su medio, participativa, autogestora de su hábitat, con
patrones culturales y productivos en que coincidan su cultura subjetiva
(necesidades y aspiraciones) y su cultura objetiva (tecnología, sistemas de
producción y consumo, valores de cambio).
En una sociedad aquejada de disfuncionalidades productivas y distorsiones
de sus raíces culturales, el espacio que resulta de sus actos puede no representarla,
puede hacerlo sólo parcialmente o puede ser (y es lo más frecuente) una
representación no lograda, anticipada, que no se incluye por lo tanto en cánones
paisajísticos.
Dos direcciones pueden asumirse a partir de esta constatación de hecho: a)
desconocer la validez intrínseca de ese paisaje, hoy caótico, pobre, fragmentario y
desestructurado, y negar su posibilidad de desarrollo y maduración, frente a
aquellos cánones o patrones que la cultura dominante (de los centros foráneos)
impone; b) intentar reconocer que este nuevo paisaje es la expresión inmadura e
incompleta de una nueva sociedad (que además y parabienes es la nuestra) y
aplicar nuestro esfuerzo a identificar sus propios patrones, para desarrollarlos y
buscar su máxima expresión.
Intentemos para empezar reconocer los componentes de la noción de
paisaje urbano.

2) Espacio social y espacio urbano

Resulta relativamente frecuente la confusión sobre el concepto mismo de


espacio urbano y en particular acerca de su tratamiento. En tanto el hábitat
construido ha pretendido ser representado por un espacio que responde en lo
conceptual y metodológico a relaciones de tamaños y formas dominados por la
geometría euclidiana, su verdadera estructura requiere también de descripciones y
representaciones topológicas, como aquellas que derivan del espacio
compotamental y económico.
Esto explica porque, por ejemplo, no es necesariamente la proximidad la
que explicará dentro de las áreas urbanas las características del proceso de
vinculación entre individuos, grupos, clases sociales, culturales, etc, que suelen
tejer entre sí relaciones a-espaciales (superposición de tramas espaciales o hábitats
propios que se cruzan y hasta se ignoran entre sí).
La sociedad contemporánea desarrolla micro-culturas cada una con
circuitos semicerrados de información (clubes, corporaciones, núcleos de intereses
por edades) que se independizan de su marco espacial y utilizan hábitats de
distinta naturaleza: urbano, extra-urbano, callejero, reservado, evidente o
escondido.
Por consiguiente seria desastroso para el conjunto del sistema social
adoptar criterios de planificación que no reconozcan estos fenómenos de
incomunicación entre micro-culturas y su desvinculación de patrones localizativos
históricos (la plaza, el barrio).
Este fue el error crucial de la planificación funcionalista moderna con su
propuesta de organización urbana por zonas y normas reguladoras restrictivas del
uso del suelo y el espacio.
Pero también suele ser el error de un enfoque ingenuamente culturalista,
que rechaza la diversidad cultural actual y también la dinámica de esos mismos
grupos sociales para intercambiarse entre sí y con su espacio, y pretende reeditar
patrones organizativos socio-espaciales (el centro vecinal, la parroquia, la
asociación de base, el playón deportivo) hoy en proceso de profunda
transformación.
Es a esta altura bastante evidente que el ambiente físico no es el único
componente importante que el urbanista o el planificador deben tomar en cuenta y
que el paisaje urbano y su calidad dependen del estilo de desarrollo y de sociedad
que cada comunidad le asigne (o a la cual aspire).

3) Patrones paisajísticos y organización social.

Los pueblos jóvenes que sufren disfuncionalidades entre su estructura


productiva, su grado de evolución tecnológica y su dependencia de los términos
de intercambio impuesto por los grandes centros productores y consumidores,
manifiestan en el paisaje que pueden construir aquellas mismas
disfuncionalidades.
La expresión genuina de sus necesidades y aspiraciones se ve
imposibilitada por carencias materiales; y el transplante forzado de sus patrones
de asentamiento rural a un proceso acelerado y sub-equipado de urbanización se
traduce en un aparente caos espacial.
Aquellos sectores económicamente favorecidos no encuentran por su parte
una mejor opción que adoptar los prestigiosos patrones urbanos de los países
centrales y esta adopción transculturalizada se suele evidenciar en caricaturas de
modelos que en la realidad no son sostenidos por recursos suficientes y por
contenidos auténticos.
Así nuestro paisaje típico reconoce dos áreas contrapuestas e irresueltas: la
periferia, indigna, sin condiciones urbanas en términos clásicos; y las áreas
centrales, excesivas, concentradoras, centralizadoras, caóticas y elitistas.
La periferia contiene lo peor de la ciudad (contaminación, artificialización,
conflictos sociales) y lo peor del campo (su marginalidad, su falta de
equipamiento).
El centro está reservado para pocos, muestra una sórdida lucha por la
especulación del suelo y el espacio, se especializa excesivamente y no controla ni
organiza eficientemente su complejidad funcional.

Como conclusión a lo expuesto, caben sin embargo algunas reflexiones, cuyos


contenidos definirían la axialidad de la investigación para esta “fase” de la indagación:
El relato expuesto en el texto de referencia se corresponde con un tratamiento
“clásico” (o más bien genérico) de la condición metropolitana en lo que se dio en llamar la
realidad del “tercer mundo”. Este tipo de descripción, típica de este tipo de reconocimiento, si
bien expresa algunos rasgos comunes o estructurales de este tipo de formación, omite
precisamente los aspectos diferenciados o singulares, que para nuestro caso considero que
resultan relevantes. (En efecto, no parece adecuado considerar como realidades idénticas o
aún análogas a casos tan diferenciados como Shangai, Calcuta, Addis-Abeba, Lagos,
Managua, San Pablo o Buenos Aires...).
En la búsqueda de dichas singularidades reside la clave de la reflexión a aplicar a esta
cuarta “fase” de la investigación, aunque en el plano teórico-analítico, los avances producidos
para una correcta interpretación de la naturaleza de este tipo de metrópolis de reciente
formación resultan aún escasos y poco consistentes.

Adrián A. Caballero
Santa Fe, 26 de marzo de 1993.
Textos citados:

· Benjamin, Walter “París capital del siglo XIX” en Sobre el programa de la filosofía
futura. Planeta - de Agostinis S.A. Barcelona, 1986.

· Blumenfeld, Hans “La metrópolis moderna” en La ciudad. Scientific American. 1º


ed. en castellano, Alianza, Madrid, 1969.

· Molinos, Juan - Pesci, Rubén - Yánez, Luis. “Calidad del Paisaje Urbano” en
Cuadernos del AMBA (Área Metropolitana de Bs. Aires) nº 2. Setiembre de 1986.

· Scimeni, Gabriele. “El papel de las teorías en la urbanística” en Teoría de la


Proyectación Arquitectónica. Ed. G. Gili. Barcelona 1971.

· Tafuri, Manfredo - Dal Co, Francesco Fascículo nº 9 de Historia de la arquitectura


contemporánea. Ed. Viscontea. Bs. Aires, 1982.

· White, Morton y Lucía. “El intelectual contra la ciudad (de Thomas Jefferson a
Frank Lloyd Wright)”. Ed. Infinito, Bs. Aires, 1967.

· Whyte, Iain Boyd. “De Greene A Gehry (Los Angeles 1900-1970) en Ecologías de la
dispersión”. A&V Monografías de Arquitectura y Vivienda nº 32. Madrid, 1991.

· Zaera Polo, Alejandro. “OMA. 1986-1991. Notas para un levantamiento topográfico”


en El Croquis nº 53. Madrid, Febrero-Marzo 1992.

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