Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1 Aclaraciones preliminares:
“La revolución urbana, que tuvo sus comienzos en la segunda mitad del siglo XIX, ha
culminado en una nueva clase -desde el punto de vista cualitativo- de asentamiento
humano: una extensa área urbana con una densa ciudad central.
4 Desarrollo
“Ya hacia mediados del siglo XIX las características de la metrópoli están
formadas por las de la sociedad de masas; en esta última ha desaparecido toda
experiencia interior, toda ‘historia’, toda introspección psicológica, todo sujeto. La
civilización maquinista encuentra en la metrópoli y en la multitud que la habita la
propia forma, reducida a trivialidad cotidiana. El intelectual ve comprometidos los
propios papeles. Entre intelectuales y metrópoli se abre ahora una brecha solo
rellenable internalizando la disención, aceptándola como tal. En Baudelaire -ha
escrito Friedrich- ‘las imágenes de la metrópoli son disonantes, por tanto, de
extremada densidad. Funden luces de gas y cielo de crepúsculo, perfume de flores
y olor de asfalto; están plenas de alegría y de lamentos y a su vez están en
disonancia con las grandes volutas vibrantes de sus versos. Extraídas de la
trivialidad, como drogas de plantas beneficiosas, se convierten, en su
metamorfosis lírica, en antídotos contra el vicio de la trivialidad.’ El intelectual,
en sustancia, descubre que la propia ‘unicidad’ ya no tiene lugar en la metrópoli
masificada, dominada por una reproductibilidad técnica que –como dice
lúcidamente Nietzsche- ha matado definitivamente toda sacralidad y divinidad.
Pero, al mismo tiempo, la metrópoli se transforma en la ‘enfermedad’ a la que se
siente condenado; ‘desterrado a la patria’, podrá intentar un último dominio del
mal que le asedia decidiendo abandonarse voluntariamente a una ‘santa
prostitución del alma’.
Baudelaire crea conscientemente una actitud que será constante en toda la
vanguardia europea: el rescate del intelectual puede llegar si este acepta la propia
condición como ‘enfermedad’, sublimable solo en la exentricidad del payaso.
Pero la experiencia de la metrópoli es también experiencia de conmociones
continuas. La metrópoli ya no es, como la ciudad tradicional, el lugar de la
memoria colectiva, sino del suceso privado de historia y del rostro irracional. Los
átomos que componen la masa indiferenciada como única su experiencia, la de la
conmoción, agudamente unida por Benjamin a las condiciones del trabajo obrero
en la fábrica. Ante el ‘morbo’ representado por la metrópoli, los intelectuales
intentan incorporar un nuevo papel, remontándose a la pureza originaria, a la
infancia de la Humanidad, a los tiempos míticos en los que el hombre y la
naturaleza no estaban aún contrapuestos: al momento –míticos repetimos- en el
que la comunión del hombre con el cosmos era permitida por las relaciones
precapitalistas de producción. El purismo de un Tessenow es indicativo a este
respecto. Para elevarse sobre la masa, Baudelaire sigue la norma de vida del
dandy y del voyeur: ‘Être hors de chez soi, et pourtant se sentir partout chez soi;
voir le monde, éter au centre du monde et rester caché au monde (...)
L’observateur est un prince qui jouit partout de son incognito.’ Pero tal respuesta
negativa a la democracia burguesa es el refinado recurso de un prince para
sobrevivir como tal. También Proust tratará de encontrar ‘le temps perdu’
volviéndose a hundir en la interioridad; pero habrá de admitir que la recuperación
del ‘aura’ absoluta del tiempo interior es imposible.
Todo proyecto de conciliación está avocado a resultar utópico. La
experiencia de la angustia como condición de existencia metropolitana llegará a
ser, no por casualidad, ideología fundamental de pintores y poetas expresionistas.
El Expresionismo, al menos en una primera fase, no tiende a pacificar al
individuo con la metrópoli. Al contrario: reconoce que tal disidencia angustiosa es
la única realidad comprobable. La experiencia de la conmoción, de la angustia, no
va a ser sublimada o alejada, sino internalizada. Un cuadro como el Urlo de
Munch es sintomático a este respecto. La diferencia y la contradicción, para
Munch, como para el primer Kokoschka o para Kafka, son inherentes al universo
sin cualidad de la metrópoli; solo queda vivir la angustiada condición de ‘libertad
de todo valor’, que la metrópoli -como lugar de la comercialización y de la
organización capitalista- provoca a todos los niveles de la vida asociada.
Organización y concentración, por tanto, como momentos y causas de alienación
generalizada; mejor aún, alienación consciente como última ‘libertad’ burguesa.
Max Weber tiene razón: la ‘libertad de valor’ es la condición de un nuevo
desarrollo total del sistema. Ante tal desarrollo, todo ‘sujeto’ es ya inesencial y,
por tanto, todo ‘valor’ y toda ‘vieja iglesia’ tendrá solo un papel refrenador. Pero
la cultura centroeuropea no sigue las líneas marcadas por el pensamiento de
Nietzsche y de Weber. En 1887, el sociólogo Ferdinand Tönnies publica el libro
Gemeinschaft und Gesellschaft (Comunidad y Sociedad), en el que a la sociedad
organizada se contrapone la ‘vida real y orgánica’ de la ‘comunidad’ primitiva,
unidad perfecta de la voluntad humana fundada por consensus. La comunidad de
Tönnies es, en realidad, el poblado organizado por unidad de vecindad en la que
domina lo que el autor llama la ‘voluntad esencial’, basada en los impulsos
orgánicos, en la costumbre, en la memoria. “Toda convivencia confidencial –
escribe Tönnies- (...) viene entendida como vida en comunidad; la sociedad es, en
cambio, el público, el mundo. En comunidad con los suyos, una persona se
encuentra, desde su nacimiento, unida a ellos en el bien y en el mal; mientras que
en sociedad se está como en tierra extraña.”
Aunque Tönnies tiende a dar aspecto científico a sus análisis, su libro -de
enorme éxito editorial- es un canto nostálgico a la ‘comunidad’ vinculada al
ordenamiento aldeano y, en último extremo, religioso. A través de tal invocación
al espíritu de la vecindad, asesinado por la impersonalidad del Grosstadt, es
comprensible el significado último de gran parte de las ideas antiurbanas de la
arquitectura moderna, de los barrios residenciales norteamericanos, de las Garden-
Cities europeas. El socialismo romántico de Tönnies tendrá modo de perpetuarse
en todo el filón de la urbanística de tendencia ‘orgánica’ y hasta se prestará a las
deformaciones que de él quiera hacer la mística nazi de la tierra y de la sangre.
A las nostalgias de Tönnies responderá Georg Simmel. En 1903, Simmel
publicó el ensayo Las grandes ciudades y la vida del espíritu, en el que todos los
temas de la crítica a la metrópoli reaparecen con signo cambiado. “El fundamento
psicológico sobre el que se asienta el prototipo del ciudadano -escribe Simmel- es
la identificación de la vida nerviosa, proveniente de una rápida e ininterrumpida
sucesión de impresiones.” Contra tal exceso de estímulos, el individuo
metropolitano reacciona con elevado poder de abstracción intelectual; y no por
casualidad, agrega Simmel, ya que la metrópoli existe solo como sede de la
economía monetaria, y “economía monetaria y predominio intelectual están
íntimamente ligados”. Organización, anonimato e indiferencia por los valores
convergen así en el tipo específico individuo metropolitano, el hombre blasé. “El
aspecto agotado (blasé) -continúa Simmel- define la ilusoriedad de las
diferencias. Su constante estimulación nerviosa, la búsqueda del placer resultan
experiencias completamente abstractas de lo individualidad específica de su
objeto: ningún objeto merece ser preferido a otro (...). Este estado de ánimo es el
fiel reflejo subjetivo de una completa internalización de la economía del dinero
(...). Todos los objetos flotan con igual peso específico en el movimiento
constante de la economía monetaria. Los objetos se hallan todos al mismo nivel y
difieren entre sí solo por el área que ocupan en el espacio.”
Simmel expresa aquí exactamente los fenómenos afrontados por la cultura
expresionista: la metrópoli como impulso al entrometimiento de la economía
monetaria donde toda acción humana se reduce a una mecánica “reacción de
choque”, completada con “máscaras” desencantadas. Pero, insistimos, todo eso
adquiere en Simmel un signo positivo como condición de una comprensión
superior de la realidad total de la metrópoli, premisa para una nueva síntesis;
exactamente como para Behrens o el primer Gropius.
Los arquitectos del Werkbund se sienten investidos en primera persona
respecto a tales temáticas. Tanto A. Endell como K. Scheffler escriben libros
sobre la forma del Gross Stadt: el primero, en 1913, describiendo un modelo
territorial de tipo norteamericano, corregido con una administración comunal
poseedora de la propiedad del suelo. Lo que cuenta es que ambos intentan
dominar el fenómeno metropolitano, vencer la inercia de la pura angustia, la
impotencia individual frente al superhombre. Una angustia que, en cambio, se
transparenta -como queriendo fijar y contemplar la conmoción metropolitana- en
la primera arquitectura de Hans Poelzig (1869-1936).
Si para Behrens el espíritu del Gross Stadt se expresa en una ‘viril
discreción’ lingüística, para Poelzig se hunde en las ambiguas condiciones de
existencia a que la metrópoli constriñe al individuo. Después de algunos edificios
vaga e irónicamente medievalizantes -la iglesia de Maltsch y el Ayuntamiento de
Löwenberg (1906)-, Poelzig proyecta una serie de obras en las que se ha querido
interpretar un auténtico expresionismo arquitectónico: un grupo de casas en
Breslau (1908-1912), los almacenes en Lunkenstrasse de Breslau (1911), la torre-
depósito de agua en Posen (1911), la fábrica de productos químicos de Luban. No
se trata de organismos innovadores, sino de masas escenográficamente dispuestas
para hacer de ‘antigracioso’ de la gran ciudad. No es casua1 que las
deformaciones volumétricas poelzigianas desemboquen en escenografías teatrales
y cinematográficas (suyos son, entre otros, los escenarios de la película Golem).
Pero la angustia, rendida imagen contemplable, no es ciertamente una respuesta a
los temas propuestos por Weber o por Simmel. Poelzig, y con él arquitectos como
Wilhelm Kreis, Paul Bonatz, Emily Fahrenkamp y, en parte, Fritz Schumacher en
sus primeras obras de Hamburgo, fundan una tradición que tendrá su continuación
después de 1918 con sus propias obras posteriores y con las de Fritz Höger o
Mendelsohn; pero su reacción al Gross Stadt es totalmente epidérmica. Y no muy
distintas son las reacciones de una figura como el holandés Van der Mey, que con
su Scheepvarthuis de Amsterdam fragmenta hasta la exasperación la volumetría
del edificio, o de algunos arquitectos de Praga que, en una serie de obras definidas
como ‘cubistas’, parecen reproducir una atmósfera de ansiedad kafkiana.
Behrens es, más bien, el que acoge, aunque a nivel teórico, el nuevo
sentido de la concentración metropolitana: en una entrevista concedida en 1912 al
Berliner Morgenpost, Behrens reconoce lo positivo de la transformación de Berlín
de ‘ciudad de trabajo’ a concentración direccional y terciaria, precisando el tema
en una intervención en el fundamental Congreso del Werkbund (1914) dedicado al
tráfico urbano. Ninguna satisfacción irracional en Behrens. Si el artículo sobre
Berlín considera necesario un control global fenómeno urbano en expansión,
señalando a Messel como el único arquitecto que se ha planteado el problema de
una tipología metropolitana, en su intervención de 1914 identifica en la lectura
cinética de la ciudad, que es obligatoria en los medios rápidos de locomoción, la
necesidad de un nuevo instrumento capaz de dominar informe metropolitano: la
uniformidad de la tipología, precisamente.
De ese modo, la renuncia a la imagen del primer Behrens desemboca en el
reconocimiento de una nueva percepción: por tipos, ya no más por única. En el
tipo arquitectónico, la indiferencia hacia los valores no solo responde a la actitud
blasé de la que habla Simmel, sino que indica la voluntad de posesión de una
realidad cada menos ‘dominable’. En tal sentido, la actividad de Behrens por la
AEG asume una nueva luz, así como su obra de posguerra para el ‘municipio rojo’
de Viena.
En cualquier caso, no es solo en Behrens donde es coherente el trayecto
del Werkbund hacia la metrópoli. La petición de organizaciones expresada por el
Werkbund encuentra en el Gross Stadt, ciudad de relaciones internacionales y
motor de la inteligencia capitalista, su relación natural. Los arquitectos de la
primera posguerra tenían como problema principal qué hacer con ese inquietante
descubrimiento. Por eso mismo, la metrópoli sin calidad de Ludwig Hilberseimer
se referirá directamente a Simmel para justificar la propia ostentación
desencantada de la primacía de la tipología.”2
2
Tafuri, Manfredo - Dal Co, Francesco. Capítulo Sexto “El Wekbund. La Arquitectura frente a la metrópoli” de
Historia de la arquitectura contemporánea. Ed. Viscontea. Bs. Aires, 1982.
proposición de una extensión aparentemente ilimitada de edificaciones dispersas, en oposición
a la idea de ciudad como concentración de personas, bienes y arquitecturas. .
Como conclusión a esta presentación de la segunda “fase”, se reproduce el prólogo
presentado por la citada publicación al bloque de “Ecologías de la dispersión”. (El artículo de
base antes mencionado no se ha reproducido por su extensión y su dificultad para ser
fragmentado adecuadamente).
Aún a pesar del explícito rechazo del propio Koolhaas del adjetivo
metropolitano dentro del nombre de OMA, parece difícil encontrar un calificativo
mejor para explicar la actividad de la oficina, en cuanto ésta incide muy
directamente en las condiciones de producción que han convertido el
metropolitanismo en categoría cualitativa, más que en territorialización restrictiva.
Dentro de la geografía de las formas avanzas del capitalismo, metrópolis equivale
a mundo. Si la ciudad se constituye históricamente como concentración geográfica
de plusvalías, la metrópolis es la infraestructura física de los modos de integración
económica basados en la circulación de plusvalías más que en su localización, el
paradigma metropolitano supera la oposición ciudad/territorio y se estructura más
bien en la oposición desarrollado/subdesarrollado. El interés que el trabajo
reciente de OMA merece, consiste precisamente en la explotación de las
implicaciones culturales y epistemológicas de los modos de producción de la
civilización metropolitana.
Ni el tiempo ni el espacio, las categorías básicas de la experiencia, pueden
considerarse como abstractas o naturales, sino estrechamente relacionadas con los
procesos de organización material implicados en los modos de producción. El
trabajo reciente de OMA ensaya una redefinición de las concepciones del tiempo
y el espacio a través de la práctica material, iniciando un replanteamiento de la
arquitectura como disciplina de la organización material dentro del modo de
integración económica postcapitalista.
Adrián A. Caballero
Santa Fe, 26 de marzo de 1993.
Textos citados:
· Benjamin, Walter “París capital del siglo XIX” en Sobre el programa de la filosofía
futura. Planeta - de Agostinis S.A. Barcelona, 1986.
· Molinos, Juan - Pesci, Rubén - Yánez, Luis. “Calidad del Paisaje Urbano” en
Cuadernos del AMBA (Área Metropolitana de Bs. Aires) nº 2. Setiembre de 1986.
· White, Morton y Lucía. “El intelectual contra la ciudad (de Thomas Jefferson a
Frank Lloyd Wright)”. Ed. Infinito, Bs. Aires, 1967.
· Whyte, Iain Boyd. “De Greene A Gehry (Los Angeles 1900-1970) en Ecologías de la
dispersión”. A&V Monografías de Arquitectura y Vivienda nº 32. Madrid, 1991.