Está en la página 1de 44
056465 SVEN BECKERT EL IMPERIO DEL ALGODON Una historia global Traduccién castellana de Tomas Femindez Az y Beatriz Eguibar CRITICA 2 Com pra Lib Bonille 20.19 S/liy 5017 BeDlEA 633.5 BAZ Primera edicidn: febrero 2016 Elimperio del algodin ‘Sven Beckert No se permite la reproduceign total o parcial de este ibe, ni su incorporacidn a un sistema informatio, ni su transmis cn cualquier forma o por eualquier medio, sea éste elec ‘mecinico, por fotocopia, por grabacién u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraceién ‘de los derechos mencionados puede ser consitutiva de delito ‘contra Ia propiedad intelectual (Art 270 y siguientes del Cédigo Penal) 0, Dirijase a CEDRO (Centro Espariol de Derechos Reprogriticos) si necesita reproducir algin fragmento de esta obra, Puede contactar con CEDRO a través de la web www conlicencia.com © por teléfono en el 91 702 19 70/93 272.04 47 Titulo original: Empire of Cotton. A Global History © Sven Beckert,2014 © dela traduceidn, Tomas Femindez de Az y Beatri2 Eguibar, 2016 Mapas de Mapping Specialists ‘© Editorial Planeta S. A, 2015, Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (Espaiia) Critica es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A. editorial @ed-critica.es www.ed-eritiea.es ISBN: 978-84-9892-914-0 Depésito legal: B. 638-2016 Para Lisa INTRODUCCION El imperi del algodén visto por Edgar Degas: comereiantes en ‘Nueva Orleins, 1873, ‘A finales de enero de 1860, los miembros de la Cémara de Comercio de ‘Manchester se daban cita en el ayuntamiento de esa ciudad para celebrar su reunién anual, Enire los sesenta y ocho hombres congregados en Ios salones ‘municipales de la que por entonces era la ciudad més industrializada del mun- do destacaba la presencia de los productores y comerciantes de algodén. En los ochenta aftos anteriores, esos hombres habian convertido la eampifia de la regidn en el eje de una actividad totalmente desconocida hasta entonces: una ted global integrada por una concatenada secuencia de procesos de produccién agricolas, comerciales e industriales. Los comerciantes compraban por todo el mundo el algodién en rama y lo transportaban después a las factorias briténi- ‘cas, en las que operaban incansablemente las dos tereeras partes de los husos de algodén del planeta. Un ejército de obreros hilaba el algodén, enrollandolo después en madejas con las devanaderas y tejiendo a continuacién telas bien acabadas. Transformadas de ese modo en mereanefas, estas eran finalmente enviadas por los distribuidores a los distintos mercados mundiales. Los caballeros congregados en la casa consistorial de Manchester mostra- 10 EL IMPERIO DEL ALGODON legas el «asombroso crecimiento» que habia experimentado la industria en la que trabajaban, subrayando «la prosperidad general de que disfruta el pais en- tero, y mas coneretamente la zona en la que nos hallamos», Se hallaban inmer- sos en un debate muy animado en el que se hablaba de expansién y de nego- cios, no solo en Manchester, sino también en Gran Bretafia, Europa, Estados ‘Unidos, China, la India, Sudamérica y Africa. El productor algodonero Henry Ashworth sazonaba la conversacién con superlativos de su propia cosecha, ensalzando la existencia de «un grado de prosperidad comercial que muy pro- bbablemente no haya conocido igual en toda la historia. Estos produetores y comerciantes de algodén, tan espléndidamente satisfe- chos de si mismos, tenian motivos para mostrarse engreidos: ocupaban el vér- tice de un imperio en expansidn que llegaba a los cuatro puntos cardinales: el imperio del algodén. Gobernaban fibricas con decenas de miles de trabajado- res dedicados al manejo de enormes miquinas de hilar y ruidosos telares me- cnicos. Compraban la materia prima en las plantaciones de esclavos de las Americas y vendfan el producto de sus tejedurias en los mercados de los mis remotos rincones del mundo. Los industriales del algodén abordaban los asun- tos mundiales con una asombrosa displicencia, olvidando que el carsicter de las ‘ocupaciones en que ellos mismos participaban era poco menos que trivial, ya que consistia en fabricar hill y telas de algodén para dedicarse a pregonar des- pués sus excelencias y ponerlas a la venta. Posefan un conjunto de fabricas tan eestrepitosas como sucias, ademas de atestadas y decididamente toscas. Vivian cen ciudades ennegrecidas por el hollin del carbon que alimentaba las méquinas de vapor. Respiraban una atmésfera hedionda, saturada de olor a sudor, orina y heces. Regian un imperio, pero nadie los habria tomado por emperadores. Solo cien aftos antes, los antepasados de estos peces gordos de la industria algodonera se habrian muerto de rsa ante la sola idea de levantar un imperio. Elal- godén se cultivaba en pequefios lotes y se trabajaba a mano junto al fuego del ho- ‘gar, Aun siendo muy generosos, todo cuanto podia decirse de la industria del algodén de esa época era que desempeftaba un papel sencillamente marginal en el Reino Unido. Desde luego, habia europeos que conocian la existencia de las hermosas muselinas, quimones y percales que llegaban a los puertos de Londres, Barcelona, El Havre, Hamburgo y Trieste procedentes de Ia India —y que los franceses denominaban genéricamente indiennes—. En las zonas rurales de casi todos los paises de Europa mujeres y hombres hilaban y tejan el algodén, trans- formandose asi en modestos competidores de los tejidos finos de Oriente. Tanto en las dos Américas como en Affica, y sobre todo en Asia, la gente sembraba al- ‘godén en medio de los plantios de boniatos, matz y sorgo. Hilaban la fibra de la planta para tejerla después y claborarasi la telas de uso doméstico que ellos mis- ‘mos necesitaban o que les pedian sus gobernantes. Los habitantes de un gran ‘mero de ciudades, como Daca, Kano o Tenochtitlan entre otras, levaban siglos, ¢ incluso mitenios, elaborando pafios de algodén y tiAéndolos de bellos colores. Algunas de esas telas se vendian en los mercados del mundo entero. Y unas cuan= tas eran tan extraordinariamente refinadas que sus coetineos las describian di- IxTRODUCCION n ‘Sin embargo, en lugar de un panorama de mujeres sentadas en una banqueta baja y atareadas en hilar el algodén en las pequefias ruedas de madera de sus hhogares, o enfrascadas en trabajarlo con ruecas y devanaderas delante de su cho- za, lo que vemos en el Manchester de 1860 son millones de telares mecénicos —movides por motores de vapor y manejados por trabajadores asalariados, mu- ‘chos de ellos nitios— que funcionan sin descanso, hasta catorce horas al dia, para producir miles de toneladas de hilo. En vez de un puftado de padres o ma- dlres de fumilia afanosamente dedicados a cultivar el algodén para transformarlo en una madeja de hilo hecho en casa y més tarde en una tela tejida a mano, nos encontramos frente a una legidn de millones de esclavos obligados a trabajar en las plantaciones algodoneras de las dos Américas, a miles de kilémetros de las fividas factorias que se abastecen de su esfuerzo y que también se encuentran, a su vez, a enormes distancias de las personas Tlamadas a servirse en itimo térmi- no de as telas producidas. ¥ lo que vemos es que Tos tejidos, en lugar de viajar en las caravanas del Africa occidental que transportan a lomos de camello este y otros articulos de un extremo a otro del Shara, navegan ahora a bordo de los potentes barcos de vapor que surcan los océanos del mundo, con las bodegas repletas del algodén producido en el sur de Estados Unidos o de los paiios que se fabrican en Gran Bretatia con esa misma fibra. En el afio 1860, los capitalistas algodoneros que vemos reunirse con el propésito de festejar sus logros conside- raban que la existencia del primer complejo fabril de la historia dedicado a pro- cesar el algodén mediante un sistema de articulacién internacional era un hecho perfectamente natural, pese a que el universo que ellos mismos habian contri- buido a crear fuese en realidad de muy reciente aparicii No obstante, el futuro que les aguardaba era casi tan inimaginable como el, pasado que habian dejado atrés. Si alguien les hubiera expuesto los cambios radicales que iba a experimentar el mundo del algodén en el transcurso del si uiente siglo, tanto los productores como los comerciantes de algodén habrian esbozado una sonrisa burlona. En 1960, la mayor parte del algodén bruto habia ‘vuelto a provenir de Asia, China, la Unién Sovietica y la India, al igual que el grueso de la produceién de hilo y tela de algodén. Tanto en Gran Bretaiia como en el resto de Europa y Nueva Inglaterra quedaban ya muy pocas tejedurias de algodén. Los antiguos centros dedicados a la produccién de paiios —como los de Manchester, Mulhouse, Barmen y Lowell, por citar solo unos cuantos— ‘mostraban en sus solares Ia Ilaga abierta de las fabricas desiertas, ensombreci- as por el espectro de los trabajadores en paro. De hecho, en 1963, la Asocia- cin Algodonera de Liverpool, que habia sido en su dia laagrupacién comercial as importante del sector del algodon, se veia forzada a vender su mobiliario en pblica subasta.? El imperio del algodén, dominado por Europa, siquiera parcialmente, habia terminado por venirse abajo. Este libro narra Ia historia del auge y posterior desplome del imperio del algodén que un dia aleanzara a presidir Europa. Sin embargo, debido al carie- 12 [BL IMPERIO DEL ALGODON bign la historia de la activacién y la reactivacion del capitalismo global y por ende del mundo modemo. Al subrayar y traer al primer plano la escala interna- cional de nuestro andlisis podremos comprobar que un puiiado de empresarios audaces y de poderosos estadistas curopcos consiguicron reorganizar Ia indus- tria textil en un plazo de tiempo asombrosamente breve, aunando para ello las fuerzas de la expansién imperial con el empleo de una mano de obra esclaviza- da, la introduccién de maquinas nuevas y la creacién de una masa de obreros asalariados. La mas que peculiar organizacién que crearon para el fomento del comercio, la produccién y el consumo de sus articulos hizo saltar en pedazos os muy dispares universos algodoneros que habian venido funcionando en los milenios anteriores, Los industriales europeos insuflaron vida al algodn, le aplicaron las energias del momento —que estaban transformando la faz de la Tierra— y se sirvieron después de ¢1 como de una palanca con la que mover el mundo. Apoderindose de la prodigalidad biolégica de un arbusto muy antiguo y subyugando la pericia profesional y los enormes mercados de una industria ya vieja en Asia, Africa y las dos Américas, los empresarios y los gobernantes de Europa levantaron un imperio algodonero de enorme empuje y vastisimo radio de accién. Por eso resulta irénico que su pasmoso éxito fuera también lo que diera en despertar las fuerzas mismas que terminarfan por reducitles a una po- sicién marginal en el seno del imperio que habian creado. Pero antes de sucumbir, millones de personas habrian de dedicar la vida ‘entera a labrar las numerosas hectireas de algod6n que estaban surgiendo poco a poco en todo el mundo, plantando miles de millones de semillas de la resis- tente planta del algodén, levando carros repletos de balas de producto hasta los barcos que, una vez llegados a puerto, los distribuian en tren por el cont nente, y trabajando, muy a menudo desde edades muy tempranas, en los «sata- nicos telares» repartidos por el globo, de Nueva Inglaterra a China. Los paises implicados no dudaron en librar guerras para tener acceso a esos fértiles cam- POS, los duefios de las plantaciones pusieron grilletes a un sinniimero de perso- nas, los patronos mutilaron la infancia de sus operarios, la novedosa maquina ria puesta a contribucién trajo consigo el despoblamiento de los antiguos centros industriales, y los obreros, ya fueran libres o esclavos, tuvieron que luchar para liberarse y obtener un salario con el que subsistir, Hombres y mu- {eres que durante largo tiempo habian sido perfectamente capaces de subvenir a sus necesidades cultivando pequerias parcelas de tierra y plantando algodén entre las hortalizas ¥ legumbres con las que se alimentaban, vieron cercenado su modo de vida. Tuvieron que abandonar sus aperos de labranza y partir rum- bo a las fabricas. En otros lugares del mundo, muchas de las personas que hasta entonces habian tenido ocasién de manejar un telar propio y de vestir ropas tejidas por ellos mismos vieron barridos sus productos del mercado a causa del incesante rendimiento de las méquinas, Dejaron sus ruecas y se tras- ladaron a la campinia atrapados de pronto en un ciclo de interminables presio- nes y perpetuas deudas. El imperio del algodén fue, desde un principio, un es- pacio de constante pugna global entre esclaves y colonos, mavorisas y INTRODUCCION 3 otros muchos aspectos, el imperio del algodén iba a encargarse de alumbrar el mundo modemo, En Ia actualidad, el algodén esti tan extendido que resulta dificil pereatarse de lo que es: uno de los mayores logros de la humanidad, Mientras lee usted estas lineas, es muy posible que Hleve puesta alguna prenda tejida en algodén. Y existen pricticamente las mismas posibilidades de que jamais haya cogido una planta de algodén por el tallo, visto la delicada fibra dei algodén en rama o escuchado el ensordecedor bramido de una maquina de hilar o un telar mecéini co. El algodén nos es tan familiar como desconocido. Damos su omnipresen- cia por sentada. Lo llevamos pegado a la piel. Dormimos envueltos en él. Lo tusamos para envolver a los recién nacidos. Hay fibras de algodén en los bille- tes de banco que manejamos, en los filtros del café que contribuye a es- pabilarnos por las mafianas, est presente en los aceites de semillas que em- pleamos para cocinar, en el jab6n con el que nos lavamos y en la pélvora que ‘empleamos en las guerras (y, de hecho, Gran Bretafia concedié a Alfred Nobel ‘una patente britinica por haber inventado el «algodén pélvora»).* El algodén ¢ incluso un componente del libro que sostiene ahora mismo en sus manos. Durante unos novecientos anos, del 1000 al 1900 d.C.. el algodén constituyé la base de la mis importante industria textil del mundo, Pese a que en la actuali- dad se haya visto superado por otros sectores, el alzodén sigue teniendo relevan- ccia debido a la cantidad de empleos que genera y al volumen del comercio mun= dial que mueve. Esta tan difundido que en 2013 el planeta tuvo que producir al menos 123 millones de balas de algodin con un peso de unos 180 kilos por uni dad: cantidad suficiente para fabricar veinte camisetas de manga corta para cada tuno de los habitantes de! globo. Puestas una encima de otra, esas balas habrian Jevantado una torre de mas de 64.000 kilémetros de altura, y colocadas horizon- talmente habrian dado una vuelta y media al ecuador. La Tierra est salpicada de plantaciones de algodén, desde China hasta la India, pasando por Estados Uni dos, el Africa occidental y el Asia Central. La fibra bruta que producen esas plantaciones, fuertemente compactada on balas, sigue embarciindose en buques que navegan por los siete mares y enviindose a flbrieas que emplean a centena- res de miles de trabajadores. Las prendas y tejidos terminados se venden des- ués en todas partes, desde la mas remota de las aldeas hasta el mayor de los supermercados. De hecho, los productos derivados del algodén podrian contar- se entre los pocos articulos artificiales disponibles précticamente en cualquier Punto del globo, circunstancia que da fe tanto de Ia utilidad del algodén como del impresionante incremento que el capitalismo es eapaz de imprimir ala pro- ductividad y al consumo de los seres humanos. Como decia muy acertadamente ‘una reciente campaita publicitaria de Estados Unidos: «El algodén es la urdim- bre de nuestra existencia».? ‘Tambien llamado nitrato de celulosa 0 fulmicotén, el algodn pélvoraes un compuesto ltamenteinflamable uilizado originalmenteen la elaboracién de explosivos, Se usa también en Ia fahricacin de celuloide einematogrifico, hallindoseigualmente presente cn tints, sellado= 4 EL IMPERIO DEL ALGODON Deténgase un instante e imaginese, si puede, un mundo sin algodén. Se levan- ta por la maftana en una cama eubierta con pieles 0 paja. Se viste con ropa de lana, 6, segtin el clima en el que habite o su grado de prosperidad, con tejidos de lino de seda incluso. Como no es facil lavar esos vestidos y ademés resultan caros —v es preciso trabajar con esfuerzo para elaborarlos, si es usted mismo quien los ‘confeceiona—, los cambia de tarde en tarde. Huelen mal y producen picor. En lamayoria de los casos son de un nico color, dado que, a diferencia del algodén, la Jana y otras fibras naturales aceptan mal la tinciGn. Y ademas vive usted rodeado de ovejas: seria preciso contar aproximadamente con unos siete mil millones de ovinos para generar una cantidad de lana equivalente a la actual produceién mun- dial de algodén, Esos siete mil millones de ovejas necesitarian setecientos millo- nes de hectéreas de terreno para pastar, lo que multiplica por 1,6 la superficie total que ocupa hoy en dia la Unién Europea.* Es dificil hacerse una idea, Sin embargo, en una buena porcién de las tie rras situadas en Ia vertiente més occidental del continente curoasiatico, ese Universo desprovisto de algodén fue durante mucho tiempo la norma imperan- te. Y al hablar de esa seccién geogrifica me estoy refiriendo a Europa. Hasta el siglo x1x, el algodén, pese a no ser una fibra desconocida, tuvo un rol mera- ‘mente marginal en la elaboracién y el consumo de productos textiles europeos. iCémo es posible que Europa, es decir, la regién del mundo que menos relacién tenia con el algodén, fuera al mismo tiempo la creadora y dominado- 1a Ultima del imperio del algodén? Cualquier observador que hubiera realiza- do un analisis en 1700, pongo por caso, habria considerado razonable esperar que la produccién de algodén continuara centrada en la India, o quiza en Chi- na. Y de hecho, hasta el afio 1780 esos paises estuvieron produciendo un volu- men de algodén bruto y tejidos de algodén inmensamente superior al de Euro- pa y Norteamérica. No obstante, después de esa fecha cambiaron las cosas. Los estados y los capitalistas europeos maniobraron con asombrosa prontitud y consiguieron que el eje de la industria algodonera pasara por sus paises y ‘empresas, dedicdndose después a poner en marcha una Revolucién Industrial desde su recién conquistada posicién. Tanto China como la India, al igual que otras muchas regiones del mundo, pasaron a actuar cada vez més como esta- dos vasallos, subordinados al imperio del algodén que acababa de establecer su centro en Europa. Més tarde, esos mismos europeos empezarian a valerse del dinamismo de su industria algodonera como de un trampolin con el que ‘rear otras industrias. De hecho, el algodén acabé convirtigndose en la pista de despegue de la Revolucién Industrial como tal. En 1835, Edward Baines, propietario de un periédico de Leeds, decia que el algodén estaba permitiendo asistir a un «espectaculo sin parangén en los anales de la industria». Argumentaba que «el estudioso haria mejor en dedicar sus desvelos» al andlisis de ese especticulo que al examen de «las guerras y las dinastiasy. Coincido con ese diagnéstico. Siguiéndole la pista al algodén, como veremos, podremos remontamos a los origenes del mundo modemo, & los primeros balbuccos de la industrializacién, al inicio de un rapido v conti- INTRODUCCION Is por un enorme ineremento de la productividad y al panorama de una desolado- ra desigualdad social. Los historiadores, los ciemtifios sociales, los responsa- bles politicos y los idedlogos de todas las tendencias han intentado desentraiiar el misterio de esos origenes. Una de las cuestiones que resiste de forma parti- cularmente enojosa los esfuerzos de los especialistas es la que debiera permi- timos averiguar por qué unas cuantas ramas del linaje humano de finales del siglo xvin se vuelven sibitamente mucho mds ricas que antes, tras tantos miles de ailos de lento crecimiento econémico. Los eruditos llaman hoy @ esas pocas décadas la «gran divergencia», que se corresponde con cl inicio de la inmensa fisura que todavia hoy marca la estructura del mundo que conocemos, estable- ciendo una linea divisoria entre los paises que se industrializaron y los que no, entre colonizadores y colonizados, entre cl hemisferio norte y el hemisferio sur. En tales condiciones resulta tan facil plantear magnas argumentaciones ‘como observar que unas caen en el pesimismo mientras otras se aferran a la esperanza. Sea como fuere, lo que me dispongo a hacer en el presente libro para abordar este rompecabezas es atenerme a un enfoque de cardcter global, fundamentalmente centrado en el curso historico de los acontecimientos. Em- pezaré, por tanto, a centrar mis indagaciones en la industria que se encuentra en el origen mismo de esa «gran divergencia».® El hecho de atacar la raiz del problema desde el doble dingulo de la produc cidn de algodén y de la frecuente brutalidad con la que este se desarrolla arroja una sombra de duda sobre las distintas explicaciones que tienden a dar por sentadas un gran niimero de observadores —demasiados, a mi juicio—. Me refiero a las que guardan relacién con la idea de que es posible dar cuenta del explosivo ascenso econémico de Europa tomando como base la maltiple cit- cunstaneia de que abrazara un conjunto de ideas religiosas mas racionales, de que poseyera una tradicién ilustrada, de que sus habitantes se desenvolvieran en un determinado clima, de que la geografia del continente fuera de esta 0 quella indole, o aun de que contara con instituciones de influencia beneficio- sa, como el Banco de Inglaterra o la primacia del derecho. Sin embargo, todos £508 atributos esenciales y muy a menudo inmutables son tan incapaces de ex- plicar Ia historia del imperio del algodon como de dar razén de los constantes ‘cambios a que se ve sometida la estructura del capitalismo. Y es mis: respon- den con frecuencia a un diagnéstico erréneo. Seria dificil considerar que el primer pais industrializado, Gran Bretafa, fuese, como tantas veces se dice, un estado liberal, austero, y provisto de instituciones fiables e imparciales. Antes al contrario, se trataba de una naciGn imperial earacterizada por asumir enor- mes gastos en materia militar y encontrarse poco menos que en permanente situacién de guerra, con una burocracia tan poderosa como intervencionista, una elevada presin fiscal, una astronémica deuda piblica y una amplia bate- tia de aranceles proteccionistas —sin olvidar que, desde luego, no era en modo ‘alguno democratica—. ¥ las tesis sobre la «gran divergencia» que centran tini- ‘camente la atencién en la existencia de conilictos entre las distintas clases so- ciales presentes en un particular conjunto de regiones o paises son igualmente 16 EL IMPERIO DEL ALGODON trar que los europeos aunaron las energias del capital y el poder del estado para forjar, a menudo con métodos violentos, un complejo produetivo de alcance mundial, valiéndose después de ese mismo capital, junto con las destrezas téc- nicas, las redes de relaciones y las instituciones vinculadas con el algodén, Pata iniciar el crecimiento tecnoldgico y la creacién de riqueza que define al mundo moderno. Al contemplar el pasado del capitalismo, esta obra ofrece al lector una historia dinamica de su despliegue.* A diferencia de gran parte de lo que se ha escrito en relacién con la historia, del capitalismo, £1 imperio del algodén no busca explicaciones en una sola parte del mundo. Comprende el capitalismo del tinico modo en que puede ser adecuadamente entendido: en un marco global. El movimiento de capitales, personas, mercanefas y materias primas por todo el planeta, junto con los lazos creados entre zonas del mundo muy alejadas entre si, es lo que constituye el niicleo mismo de la gran transformacién del capitalismo, y por ello forma tam- bién la columna vertebral de este libro. Si se ha producido una reconstitucién del mundo tan ripida y completa se hha debido tinicamente al surgimiento de nuevas formas de organizar la produe- cidn, el comercio y el consumo, La esclavitud, la expropiacién de los pueblos indigenas, la expansién imperial, el comercio protegido por escoltas armados yeel hecho de que los empresarios se declararan soberanos de gentes y territo- rios han sido todos ellos elementos centrales de esa transformacion. He dado a este sistema el nombre de capitalismo de guerra. Solemos pensar que el capitalismo surgié en tomo al aiio 1780 con la Re- volucién Industrial —al menos el que hoy conocemos, definido por su globali- zacién y su capacidad de produccién en masa—. Sin embargo, el capitalismo de guerra, que empez6 a desarrollarse en el siglo xv1, es muy anterior a las maiquinas y las factorias. El eapitalismo de guerra no florecié en las fabricas, sino en el campo, y no nacié con la mecanizacién sino con la explotacién in~ tensiva de la tierra y la mano de obra, apoysindose en la violenta expropiacion de tertitorios y fuerza de trabajo en Africa y las dos Américas. Este expolio produjo grandes riquezas y generd conocimientos nuevos que contribuyeron a su vez al fortalecimiento de las instituciones y los estados europeos —requisi- tos previos que en todos los casos resultaron eruciales para el extraordinario desarrollo econdmico que iba a experimentar Europa a partir del siglo XIX. ‘Muchos historiadores han coincidido en dar a este periodo el nombre de era del capitalismo «comercial» 0 «mercantib>, pero la férmula «capitalismo de guerra» expresa mejor su cruda y violenta realidad por un lado y su intima vin- culacién con la expansidn imperial europea por otro. El capitalismo de guerra, que constituye una fase particularmente importante —aunque con frecuencia ignorada—del desarrollo del capitatismo, fue desplegandose en un conjunto de puntos geogrificos en constante cambio, acompaiiado de una serie de rela- ciones en permanente transformacién. Y en algunas regiones del mundo se INTRODUCCION n Cuando pensamos en el capitalismo nos viene a la mente la imagen de una legion de trabajadores asalariados, cuando, en realidad, la fase del capitalismo ala que me refiero es anterior a esta y no se fundaba en el empleo de obreros libres, sino en la esclavitud. Asociamos el capitalismo industrial con la firma de contratos y el establecimiento de mercados, pero en la mayoria de los casos la base del capitalismo primitivo se asentaba en la violencia y la coercidn fisi- ca, El capitalismo moderno prioriza los derechos de propiedad, pero el periodo temprano al que aqui aludo se caracterizaba tanto por las expropiaciones masi- ‘vas como por la garantia de la propiedad. Fl capitalismo tardfo se afianza en la primacia del derecho y en un conjunto de potentes instituciones respaldadas por cl estado, pero Ia fase inicial de ese proceso, pese a requerir en tiltimo tér- ‘nino la cooperacién del poder estatal para crear imperios de dimension mun- , se basé en muchas ocasiones en la accion irrestricta de un puilado de indi- viduos particulares —como se aprecia en la dominacién de los amos sobre los esclavos y de los capitalistas de los territorios fronterizos sobre los indigenas que los habitaban—. El resultado acumulado de este capitalismo marcado por el gjercicio de una agresividad exacerbada y una voluntad de accién en el exte- rior terminaré poniendo en manos de los europeos el control de un universo comercial que Hevaba siglos operando —el del algadén—, permitiéndoles ab- sorberlo en un imperio unificado con sede central en Manchester y crear con él Ja economia global que tan claramente se nos antoja en nuestros dias Por consiguiente, el capitalismo de guerra sera el encargado de echar los cimientos sobre los que vendri a levantarse més tarde el capitalismo industrial —con el que ya estamos mis familiarizados—, un capitalismo caracterizado por la existencia de estados muy poderosos, dotados de una enorme capacidad de accién en los Ambitos de la Administracién, el ejército, la justicia y las in- fraestructuras. Al principio, el capitalismo industrial permanecié estrecha- ‘mente unido a Ia esclavitud y a la confiscacién de tierras, pero a medida que sus instituciones fueron ganando fuerza —y por instituciones me refiero a to- dos sus elementos operatives, desde el trabajo asalariado a los derechos de propiedad— encontré la manera de poner en prictica, en inmensas regiones el mundo, una forma nueva y diferente de integrar la fuerza de trabajo, las ‘materias primas, los mercados y el capital.” Y estas nuevas formas de integra- cin acabarian Hevando las revoluciones del capitalismo a un ndimero de zonas el planeta cada vez mas amplio. Air llegando el mundo modemo a su mayoria de edad, el algodén acabé por dominar el comercio mundial. Las fabricas de algodén descollaban entre todas las dems formas de manufactura de Europa y Estados Unidos. En este 'ltimo pais, el cultivo del algodén iba a ser la actividad econémica mas exten- ida durante buena parte del siglo x1x. Los nuevos sistemas de fabricacién se aplicaron por primera vez en el sector del algodén. La propia fibrica, como instalacién, fue un invento de la industria algodonera. Y lo mismo puede decir se del vinculo entre la agricultura esclavista de las dos Américas y la capaci- dad productiva que empez6 a extenderse por toda Europa. El hecho de que dhrante muchee déradae al alandén:fiese el motor ile Inindnetria enermen de 18 ‘mayor peso explica que se convirtiera también en fuente de enormes benefi- cios y que estos acabaran inviriiéndose en otros sectores de la economia del continente. En el resto de las regiones del mundo, el algodén se halla también, prieticamente en todos los casos, en la base de la industrializacién, ya se trate de Estados Unidos, de Egipto, de México, de Brasil, de Japén o de China. Al mismo tiempo, el predominio que Europa habia logrado alcanzar en la indus- tria algodonera global generé también una oleada de desindustrializaciones en bbuena parte del planeta, poniendo en marcha un tipo de integracién en la eco- nomia internacional tan novedoso como distinto a lo intentado anteriormente. ‘Sin embargo, y a pesar de que en la edificacién de! capitalismo industrial —que en el Reino Unido se inicia en la década de 1780 para extenderse des- pués por la Europa continental y Estados Unidos en los treinta 0 cuarenta pri- eros aftos del siglo x1x— se confiere un enorme poder tanto a los estados que Jo adoptaron como a los capitalistas radicados en su seno, también iba a sentar las bases de las ulteriores transformaciones que estaba llamado a experimentar cl imperio del algodén. A medida que se fue extendiendo el capitalismo indus- trial, el capital mismo empez6 a quedar unido a un conjunto de estados concre- tos. ¥ al ir asumiendo el estado un papel cada vez mis central, revelando ser la mais duradera y poderosa de todas las instituciones en adicién, ademas de la de expansion mas répida, también comenzaron a crecer las dimensiones y el po- der de la fuerza de trabajo. El hecho de que los capitalistas dependieran del estado y de que este dependiera a su ver de la gente otorg6 un cierto poder a los trabajadores que generaban a diario ese capital en las plantas fabriles. En la segunda mitad del siglo x1x, los trabajadores empezaron a organizarse de for- ma colectiva, tanto a través de sindicatos como pot medio de partidos polit cos, consiguiendo mejorar poco a poco, a lo largo de un gran mimero de déca- das, sus salarios y sus condiciones laborales. Esto incrementé a su vez. los costes de produccién, ofreciendo oportunidades a los trabajadores de otras 20- nas del mundo que estuvieran dispuestos a operar con costes inferiores. En el arranque del siglo xx, el modelo del capitalismo industrial lograria arraigar en ‘otros paises, siendo recibido con los brazos abiertos por las élites avidas de modemizacién. En consecuentcia, Ia industria del algodén abandoné Europa y Nueva Inglaterra, retornando a su tierra de origen en el hemisferio sur. Es posible que surja en algunos lectores la pregunta de por qué estas afirma- ciones relativas al imperio del algodén no pueden aplicarse a otras materias pri ‘mas. A fin de cuentas, los europeos habjan iniciado sus actividades mercantiles antes del afio 1760, asi que Llevaban tiempo comerciando ampliamente con un ‘gran niimero de productos basicos procedentes de las reiones tropicales y sub- ttopicales —de entre los que cabe destacar el azicar, el arroz, cl caucho y el digo—. No obstante, a diferencia de estas materias prinuas, la industria del algo- don pasa por dos fases que requieren un uso intensivo de la mano de obra: una ‘en los campos y otra en las fabricas. En Europa, el aziicar y el tabaco no erearon tuna vasta masa de proletarios industriales. El algodén si. El tabaco no provocd el surgimiento de nuevas yttinicas empresas manufacturer. El algodén si El HAlranetiwenrnarerciernariadharsrertah INTRODUCCION 19 cantes europeos. El algodén si. Las plantaciones de arroz de las dos Américas zno generaron un crecimiento explosivo de la esclavitud y el trabajo asalariado. El algodén si. ¥ en consecuencia, el algodén se extendié por todo el globo con ‘una fuerza que ninguna otra industria aleanzé a igualar. Y debido a las innova- ddoras formas en que vino a trenzar el destino de los continentes, el algodén nos ofrece la clave para comprender el mundo modemo, las grandes desigualdades {que lo caracterizan, la dilatada historia de la globalizacién, y los constantes cam- bios a que se halla sometida la economia politica del capitalismo. Una de las razones que determinan que no resulte nada fécil pereatarse de Ja importancia que tiene el algodén radica en el hecho de que las imigenes de las minas de carbén, los ferrocarriles y las gigantescas plantas sideriirgicas lo hayan ectipsado con gran frecuencia, superponiéndose a él en la memoria colectiva —ya que esas son las manifestaciones mas tangibles y monumenta- les del capitalismo industrial—. Hemos ignorado demasiado a menudo el des- tino de las zonas rurales para centrarnos en la ciudad y en los milagros que la industria moderna se afanaba en realizar en Europa y Norteamérica, omitiendo al mismo tiempo los vinculos que unian a esa misma industria con los produc- tores de materias primas y con los mercados de todos los rincones del mundo. YY en nuestro aféin de fabricarnos un capitalismo mas noble y més limpio tam- ign hemos preferido construir con excesiva frecuencia una historia del capita- lismo despojada de las realidades de la esclavitud, la expropiacién y el colo- nialismo. Tendemos a representarnos el capitalismo industrial como un empeiio predominantemente masculino, cuando lo cierto es que Ia mano de ‘obra femenina fue en gran medida la responsable de alumbrar el imperio del algodén, En muchos sentidos, el capitalismo fue una fuerza liberadora, el fun- damento de buena parte de cuanto consttuye la vida contemporinea: nos ha- amos inmersos en é1, y no solo en términos econdmicos, sino también en los planos emocional e ideolégico. Y hay veces en que lo mas facil es pasar por alto las verdades ineémodas. Los observadores del siglo x1x, por el contrario, eran perfectamente cons- cientes del papel que estaba desempeftando el algodn en la reorganizacién del mundo. Algunos ensalzaban la asombrosa capacidad de transformacién de la hueva economia global. Ejemplo de ello es el Cotton Supply Reporter de Man- chester, que en 1860 seitalaba, no sin cierta ansiedad, que «el algodén parece estar destinado a ponerse a la cabeza de las numerosas e inmensas institucio- nes del presente siglo, ya que opera como una entidad puesta en marcha para favorecer la civilizacién humana ... Con su comercio, el algodén se ha conver- tido en una de las muchas “maravillas del mundo”»* Con todo, si uno examina la planta del algodén convendra en que no parece evar la aureola de una potencial maravilla del mundo. Es un espécimen mo- desto sin nada de particular que presenta un gran nlimero de formas y tamaiios, ‘Antes de que Europa diera en crear el imperio del algodén, los diferentes pue~ Inlne da Toe dictintae mainnes del mundo cul 20 EL IMPERIO DEL ALGODON das ellas muy diversas entre si. Los habitantes de Suramérica tendian a centrar sus esfuerzos en el Gossypium barbadense, un arbusto bajo que da unas flores amarillas y produce un algodén de fibra larga. En la India, por el contratio, los, agricultores cultivaban el Gossypium arboreum, una variedad de cierto porte ‘que suele rondar los 2 metros de altura, tiene inflorescencias amarillas 0 mora- das y da un algodén de fibras cortas, mientras que en Africa prospera un pa- riente muy similar, el Gossypium herbaceum. A mediados del siglo xtX, tipo de planta que predomina en el naciente imperio del algodén es, en cambio, el Gossypium hirsutum, también conocido con el nombre de algodén mexicano 0 algodén de las tierras altas, En 1836, el médico y quimico Andrew Ure descri- be esta variedad originaria de Centroamérica diciendo que «alcanza una altura de unos 60 0 90 centimetras, emitiendo después una serie de ramas pilosas. Las hojas estan igualmente cubiertas de cerdas por st envés, presentando de tres a einco lobulos, El haz de las hojas es liso y con forma de corazén. Los peciolos tienen la superficie aterciopelada. Las flores que se encuentran cerca del extremo de las ramas son anchas, y de un color un tanto destucido. Las caipsulas son ovoides, con cuatro léculos y casi tan grandes como una manza- na, Producen un algodén notablemente fino y sedoso, muy estimado en el co- mercion.” Esta mullida fibra blanea forma el néicleo mismo de este libro. La planta, por si sola, no es la artifice de la historia, pero si la escuchamos con atencién nos relatara las peripecias de las personas que, en toda la superficie del globo, dedicaron su vida al algodén, desde los tejedores indios a los esclavos de Ala- bbama, pasando por los comerciantes griegos de las pequefias poblaciones del delta del Nilo o los bien organizados artesanos de Lancashire. Fueron su traba- jo, su imaginacion y sus habilidades las que levantaron el imperio del algodon, En 1900, cerca de un 1,5% de la poblacién humana —millones de hombres, ‘mujeres y nifios— intervenia en la industria del algodén, ya fuera cultivando- lo, transportandolo o manufacturndolo. Edward Atkinson, un fabricante de algodén radicado en el Massachusetts de mediados del siglo x1x, da prictica mente en el clavo al sefalar que «no ha habido en el pasado ningtin otro pro- ducto que haya alcanzado a ejercer una influencia tan poderosa y nociva en la historia y las instituciones del pais: y quiz no haya tampoco ningiin otro del que tanto venga a depender su futuro bienestar material. Atkinson se esta firiendo a Estados Unidos y a la crénica de la esclavitud vivida en la nacién, pero su argumento puede aplicarse al conjunto del planeta.!° Este libro sigue los pasos del algodén en el periplo que lo lleva de los cam~ pos a los mercantes, de las casas comerciales a las fabricas, de los recogedores a los hilanderos y de los tejedores al consumidor. No independizaremos la historia algodonera de Brasil de la de Estacios Unidos, del mismo modo que no disociaremos la de Gran Bretafia de la de Togo ni la de Egipto de la de Japén El imperio del algodén, y con él, la historia del mundo modemo, solo puede entenderse procediendo a la intereonexién —y no a la separacién— de los nu- 1merosos lugares e individuos que dieron forma a dicho imperio y se vieron a su INTRODUCCION 21 Uno de los puntos que centran mi interés académico es el de la unidad de lo diverso. Y precisamente en el algodén, como materia prima fundamental del siglo xIx, vienen a ensamblarse un conjunto de elementos aparentemente ‘opuestos elementos que de ese modo acaban transformindose, poco menos que al modo de la alquimia, en riqueza—. Pienso en factores como la esclavi- tud y el trabajo asalariado, en los estados y los mercados, en el colonialismo y el libre comercio o en los procesos de industrializacién y desindustrializacién. El imperio del algodén dependia de las plantaciones y las fbricas, del sudor de los esclavos y del afin de los jomaleros, de la pugna entre colonizadores y co- lonizados, dé los trenes y los barcos de vapor —en resumen, de una red global de tierra, trabajo, transporte, manufactura y venta—. Las actividades de la Bol- sa algodonera de Liverpool tenfan una enorme repereusidn pata los duefios de las plantaciones de algodén de Misisipi, las hilanderias alsacianas mantenian tuna estrecha relacién con las de Lancashire, y el futuro de los operarios de los telares manuales de New Hampshire o Daca dependia de factores tan diversos como la construecién de un ferrocartil entre Manchester y Liverpool, los pla- nes de inversion de los comerciantes de Boston o las politicas arancelarias de ‘Washington y Londres. E1 poder del estado otomano sobre los habitantes de las zonas rurales afectaba al desarrollo de la esclavitud en las Indias Occidentales, y las actividades politicas de los esclavos recién liberados de Estados Unidos incidia en la vida cotidiana de los cultivadores agricolas de la India.!2 Partiendo de tan volatiles pares de opuestos observaremos que el algodén posibilit6 tanto el nacimiento del capitalismo como su posterior reinvencién, ‘A medida que vayamos adentrindonos en el examen de! emparejado recorrido {que iran cubriendo con el paso de los siglos el algodén y el capitalismo por los senderos del mundo, veremos que los datos nos recuerdan una y otra vez que el ceapitalismo no conoce una sola situacién que pueda calificarse de estable 0 permanente. Todos y cada uno de los nuevos periodos que vayan sucediéndose ‘alo largo de la historia del capitalismo babrin de renovar las inestabilidades, & incluso las contradicciones, poniendo de este modo en marcha vastos procesos de reorganizacién, tanto en el émbito puramente espacial como en el contexto de la sociedad y la politica, La literatura relacionada con el algodén cuenta con una dilatada tradicién, De hecho, es posible que el algodén sea la industria humana que mas investi- gaciones haya suscitado nunca. Las bibliotecas estin repletas de tratados sobre las plantaciones de esclavos de las dos Américas, sobre los comienzos de las tejedurias del algodén de Gran Bretafa, Francia, los estados alemanes y Japén, y sobre los comerciantes que mantenian unido todo ese entramado. Mucho ‘menos frecuentes son los esfuerzos destinados a establecer los vineulos de unién entre tan variados sucesos. De hecho, el que probablemente sea el mas logrado de todos esos empefios tiene ya mis de doscientos aiios de antigtiedad, En 1835, fecha en la que Edward Baines redacta su History of the Cotton Ma- nies nintaheas: «Tat nufactuee in Groat Reitain olantor conechive can las sion 22 EL IMPERIO DEL ALGODON ‘vez se me permita seftalar .. que esta cuestién resulta de interés no solo por la magnitud de la rama de la industria que he tratado de describir, sino también por la asombrosa amplitud de las relaciones que aquella ha terminado por esta- blecer entre este pais y la totalidad de las regiones del mundo».!° Personal- ‘mente, comparto tanto el entusiasmo de Baines como la perspectiva global desde la que aborda su objeto de estudio. ‘Al dirigir un periddico en Leeds y residir cerca del centro neurilgico mis- mo del imperio del algodén, era casi obligado que Baines enfocara estos asun- tos desde un punto de vista general. # No obstante, al empezar los historiadores profesionales a ocuparse del estudio del algodén, se constata que su andlisis viene a girar casi siempre en torno a un conjunto de aspectos histéricos de al- cance loeal, regional o nacional, cuando lo cierto es que solo un ingulo de ob- servacién global puede permitirnos entender que todas esas evoluciones de corto radio de accién formaban parte de un vasto movimiento de reestructura- cién —constituido, entre otros elementos, por los enormes procesos de cambio ‘aque se estaban viendo sometidos los regimenes del trabajo agricola, por la generalizacion de los proyectos de fortalecimiento del estado que habian em- pezado a poner en marcha las élites nacionalistas, y por el impacto de las ac- mes colectivas que ya entonees estaban emprendiendo los miembros de la clase trabajadora. La presente obra bebe de esa amplisima literatura sobre el algodén, pero la sita en un marco nuevo. Y al proceder de ese modo tercia en la dinémica, aun- ‘que muy a menudo distorsionada, conversacién presentista sobre la globaliza- cién. £1 imperio del algadén viene a contradecir asi el alborozado descubri- tiento de una fase supuestamente nueva y global en la historia del capitalismo al mostrar que ese sistema de intercambio tiene dimensiones planetarias desde su mismo origen y que las fluidas configuraciones espaciales de la economia ‘mundial llevan trescientos afios constituyendo un rasgo habitual de su desen- volvimiento. El libro argumenta asimismo que durante la mayor parte de la historia del capitalismo, el proceso de globalizacién y las necesidades de los estados-nacién no han discurrido por vias conflictivas, como con tanta fre- cuencia se cree, sino que, muy al contrario, se han reforzado mutuamente. Y si Iara global que presumimos nueva ha llegado a introducir un elemento verda- deramente diferente del pasado, no es el haber planteado un mayor grado de interconexién global, sino por estar permitiendo hoy, por primera vez en la historia, que los capitalistas se vean capacitados para emanciparse de los esta- dos-nacién particulares, desentendiéndose de las instituciones mismas que sentaron en el pasado las bases para su afloramiento, ‘Como viene a sugerir el subtitulo de la obra, El imperio del algodén forma también parte de una conversacién de mayor envergadura: la que mantienen actualmente los historiadores que intentan reconsiderar la historia examinén- dola desde la éptica de un marco espacial de indole transnacional e incluso global. Si la entendemos como profesién, lo que observamos ¢s que la historia i, sino que ha desempeftado un no solo ha surgido de la mano del estado-na INTRODUCCION 2B las naciones, los historiadores han tendido frecuentemente a subestimar la re- levancia de un conjunto de vineulos que trascienden los limites de los estados, conformindose con aquellas explicaciones que es posible extraer de los acon- tecimientos, las personas y los procesos presentes en el seno de los distintos territorios nacionales. Este libro se propone contribuir a los esfuerzos que in- tentan equilibrar esos planteamientos de alcance «nacional» con una atencién ‘mas amplia a las redes, las identidades y los procesos que rebasan las fronteras politicas.!S Al centrarnos en el estudio de una materia prima en particular —el algo- dén— y estudiar los métodos de su cultivo, transporte, financiacién, manufac- tura, venta y consumo quedamos en situacién de percibir los nexos de union que existen entre unas gentes y unos lugares que habrian de verse inevitable- mente ocultos y en posicién marginal en caso de que nos embarciramos en un examen més tradicional, circunserito a las fronteras nacionales. En lugar de centrarse en la historia de un acontecimiento —el de la guerra de Secesién es- tadounidense—, un lugar —Ias factorias algodoneras de Osaka—, un grupo de personas —los esclavos de las Indias Occidentales obligados a cultivar el al- ‘godon— 0 un proceso —el de los labriegos convertidos en trabajadores asala- riados—, este libro utiliza la «biografia» de un producto como ventana abierta a algunos de los interrogantes mas significativos que podamos planteamos en relacién con la erénica de nuestro mundo, reinterpretando de este modo una historia de enormes consecuencias: la historia del capitalismmo."° tamos a punto de emprender un viaje que nos Mevaré a recorrer cinco mil aiios de historia humana, A lo largo de este libro iremos fijando la atencién y el analisis en un nico objeto, de cardcter aparentemente intranscendente —cl al- ‘godén—, con la vista puesta en la resolucién de un insondable misterio: zdén- ind el mundo modemo? Demos pues el primer paso de nuestro peri- plo y trasladémonos a los eampos de una pequefia aldea agricola de lo que hoy £65 México, tachonados por las blancas flores de unas plantas de algodén naci- das en un mundo totalmente distinto al nuestro, 5 LA ESCLAVITUD TOMA EL MANDO El capitalismo de guerra en accin: el maridaje de la esclavitud y In industria segin el American Cotton Planter, 1853. A lo largo de la década de 1780, es decir, en el mismo periodo en que las manufacturas briténicas de algodén experimentaban un crecimiento exponen- cial, las presiones que se ejercian en los campos de cultivo de todo el mundo pata lograr que produjesen las cantidades de materia prima que tan imperiosa- mente necesitaba la industria se inctementaron a wn ritmo igualmente acelera- do. A mediados de esa década, en el inviemo de 1785, un barco estadounidense nel puerto de Liverpool. El viaje no presentaba ninguna caracteristi- ca sobresaliente. Miles de naves antes que ella habian hecho llegar la prédiga presentiindose re- pletas hasta los topes de tabaco, indigo, arroz, pieles, madera y otros productos sicos. Con todo, aquel bugue era distinto: en sus bodegas, entre otras mer- cancias, aguardaban unas cuantas balas de algodén. Aquelia carga desperté enseguida las sospechas de los aduaneros, de modo que los funcionarios de fronteras de los muelles de Liverpool procedieron a la inmediata confiscacion del algodén, argumentando que tenia que haber sido necesariamente traido de contrabando desde las Indias Occidentales. Pocos dias después, la respuesta ue obtuvieron los comerciantes de Liverpool Peel, Yates and Co. —responsa- bles de la importacién de aque! algodén—al solicitar a la Camara de Comercio de Londres que se les permitiese entrar en las dependencias portuarias fue que ‘esa materia prima no podia «haber sido importada de alli, dado que no es un producto que se dé en los estados americanos».! En realidad, para los europeos de la década de 1780, el algodén era una ‘mereancia que Solo podia provenir de las Indias Occidentales, Brasil, el impe- rio otomano o la India —nero no de Norteamérica—, Para los funcionarios de LAESCLAVITUD TOMA EL MANDO 133 aduanas de Liverpool resultaba poco menos que inimaginable que pudiera im- portarse algodin de Estados Unidos. Y el hecho de que Estados Unidos pudie- ra llegar a producir algin dia una cantidad significativa de esa materia prima se les hubiera antojado todavia més absurdo. A pesar de que el algodén fuera tuna planta autéetona de las regiones meridionales de la nueva nacion y de que un gran niimero de colonos de Georgia y Carolina del Sur cultivaran pequefias cantidades de esa fibra para su uso doméstico, lo cierto es que nunca se habia procedido a sembrar los campos para dar a las cosechas una finalidad primor- dialmente comercial ni se habfan exportado cantidades de algodén dignas de ser tenidas en cuenta, Como sin duda debian de saber las autoridades de la frontera britanica, los plantadores estadounidenses dedicaban la fertiidad de sus extensisimas tierras y su no menos abundante cantidad de braceros esclavi- zados al cultivo del tabaco, el arroz, el indigo y también, aunque solo en parte, ‘ala cafia azucarera, pero desde luego no al algodén? Evidentemente, los funcionarios cometian un espectacular error de juicio. Estados Unidos era un pais formidablemente apto para la produccién de algo- don, El clima y el suelo de una amplia franja del sur de esa nacién poseia las condiciones que precisa el arbusto del algodén para prosperar, dado que no solo contaba con una pluviometria idénea, tanto por su cantidad como por su ciclo anual, sino que se caracterizaba por padecer pocas heladas, lo cual resul- taba perfectamente adecuado para la planta, Los observadores més perspicaces ya habian tomado buena nota de ese potencial: en 1786, apenas un atio después ‘de que se hubiera presentado en el puerto de Liverpool aquel inesperado carga- ‘mento de algodén estadounidense, James Madison ya habia predicho, en un arranque de optimismo, que Estados Unidos estaba Hamado a convertirse en un importante pais productor de algodén, mientras que, por otra parte, el mis- mo George Washington afirmaria que «el incremento de ese nuevo tejido (de al- godén) ... ha de tener por fuerza infinitas consecuencias en la prosperidad de Estados Unidos». Tench Coxe, un hombre de Filadelfia que ademas era un destacado terrateniente del sur, realizaria un alegato algo més sutil, aunque no obstante igualmente contundente, en favor de las latentes capacidades de Esta- dos Unidos como productor de algodén. En 1794, al constatar Ia répida expan- sién que estaban experimentando las manufacturas de algodén de Gran Breta- fia el vertiginoso ineremento de los precios que alcanzaba la fibra procedente de las Indias Occidentales tras la revolucién de Saint Domingue, Coxe lanz6 tun Hamamiento a sus compatriotas para hacerles caer en la cuenta de que «este articulo merece sin duda que los plantadores del sur le prestemos atencidn», Le animaban en esa iniciativa algunos industries briténicos, como por ejem- plo John Milne, un negociante algodonero de Stockport que a finales de la dé- cada de 1780 se habia tomado la molestia de embarcarse en la larga travesia del Atintico para convencer a los estadounidenses de lo atractivo que podia resultarles el cultivo del algodén2 Como tan acertadamente habian vaticinado estos observadores movidos, por intereses personales, la produccién de algodén no iba a tardar en convertir- se en una actividad nredominante en amplias zonas de Estados Unidos. De 134 FL IMPERIO DEL ALGODON hecho, este cultivo iba a terminar quedando tan intimamente asociado con la aventura estadounidense que las realidades anteriores —es decir, la hegemo- nia algodonera del imperio otomano, las Indias Occidentales y Brasil—no tardarian en caer en gran medida en el olvido. Se revelaba asi que Peel, Yates and Co. habian previsto la orientacién de una de las dindmicas més relevantes del siglo xrx.t En parte, la rapida expansién del cultivo del algocién en Estados Unidos se debié al hecho de que los plantadores se valieron de la experiencia que sus an- tepasados coloniales habian acumuulado en relacién con la explotacién del oro blanco. En 1607, los pioneros llegados a Jamestown ya se habian dedicado al laboreo de esta planta. A finales del siglo xvit, distintos viajeros habian intro- ducido semillas de algodén procedentes de Chipre y Esmimna en suelo esta- dounidense. Y a lo largo del siglo xvi, los granjeros continuaron reuniendo conocimientos relacionados con el cultivo del algodén, recopilando para ello toda la informacién que les llegaba de las Indias Oceidentales y el Mediterré- neo y plantando semillas de ese arbusto traidas de dichas regiones, a cuyas bras daban fundamentalmente un uso doméstico. En los agitados tiempos de las luchas por la independencia de Norteamérica, los plantadores comenzaron ‘cultivar mayores cantidades de algodén con el doble fin de sustituir con ellas las importaciones de tejidos de Gran Bretaiia —ahora interrumpidas— y de mantener ocupados a sus esclavos, habida cuenta de que los cultivos en que habitualmente trabajaban —basicamente tabaco y arroz— se habian visto abruptamente desprovistos de mercados. En 1775, por ejemplo, Ralph Izard, un cultivador de Carolina del Sur, dio prestamente érdenes de que «se plantara una considerable cantidad de algodén para vestir a mis negros».5 El hecho de que existieran importantes semejanzas entre el cultivo del ta- bbaco y el del algodén facilité la veloz difusién del arbusto. Los conocimientos acumulados en el laboreo del primero pudieron emplearse ahora en la explota- cién del segundo, Es mas, parte de las infraestructuras que habian permitido ‘mover el tabaco en los mercados mundiales quedaron a disposicidn de quienes quisieron dedicarse al algodén. Por otra parte, durante el periodo de agitacién revolucionaria que conocié el siglo xvi, tanto plantadores como esclavos an- duvieron yendo y viniendo entre las Indias Oceidentales y lo que més tarde habria de ser Estados Unidos, lo cual les dio la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos sobre las plantaciones de algodén. En 1788, por ejemplo, y con Ja intencién de publicitar su venta, los propietarios de un esciavo de Santa Cruz colocaron carteles en Estados Unidos en los que se afirmaba que el hom- bre estaba «familiarizado con el cultivo del algodém». El paradigma del cultivo del algodonero con esclavos que se habia inventado en las Indias Occidentales se difuundia asf a la region estadounidense del continente norteamericano.§ En 1786, los plantadores estadounidenses también empezaron a notar el alza de los precios generada a raiz de la répida expansion de la mecanizacion de la produccién de telidos de alzodén en ef Reino Unido. Ese afio. los planta- LAESCLAVITUD TOMA EL MANDO 135 dores recogieron la primera cosecha del conocido algodén de fibra larga de Sea Island, cuyo nombre se debe a que la ubicacién de las plantaciones en las ‘que crece —a partir de semillas traidas de las Bahamas— se encuentra en un cconjunto de islas situadas justo enfrente de las costas de Georgia. A diferencia de los algodones locales, esta variedad posefa un estambre largo y sedoso que Ja convertia en una materia prima extraordinariamente bien adapiada a la pro- duccién de los hilos y las telas més refinadas —articulos que gozaban de una ¢gran demanda entre los manufactureros de Manchester—. Pesca que las expli- caciones divergen, es posible que el primero en tomar la trascendental iniciati- vva de cultivar esta especie fuera un tal Frank Levett. Este individuo, nacido y criado en el gran emporio algodonero de Esmima, habia abandonado las col6- nias norteamericanas —que acababan de alzarse en rebeldia— para instalarse cn las Bahamas, pero al final regres6 a Georgia, recupers la propicdad de sus tierras y puso en marcha un gran proyecto de cultivo algodonero. Otros em- prendedores imitaron su ejemplo, asi que el cultivo de algodén de Sea Island terminé propagandose por toda la costa de Georgia y Carolina del Sur. De este modo, por ejemplo, las exportaciones de Carolina del Sur crecicron de forma exponencial, pasando de una produccién inferior las 4,5 toneladas —como la obtenida en 1790—a las 2.900 de 1800.7 En 1791, la produccién recibi6 un impulso decisivo al desaparecer, a caus de la rebelién, la competencia de Saint Domingue —que era la principal fuente con que contaba Europa para abastecerse de algodén—. Esto disparé los pre- cios y determiné que el conjunto de los plantadores de algodén franceses qui daran diseminados por toda la regidn: unos partieron a Cuba y a otras islas y ‘muchos terminaron por recalar en Estados Unidos. Jean Montalet, por ejen- plo, uno de los numerosos plantadores de algodén expulsados de Saint Domin- {gue, buscé refugio en el continente y poco después de llegar a Carolina del Sur adapté una plantacién de arroz a la produccién de algodon. De un solo golpe, la revolucidn llevaba asi la necesaria experiencia profesional a suelo estadou- hidense ¢ incrementaba simultineamente los incentivos econémicos de los plantadores estadounidenses, que de este modo encontraron un importante ac cate en el cultivo del algodén. Sin embargo, el levantamiento de los esclavos de las plantaciones de Saint Domingue también habria de transmit a los ma- nnufactureros, plantadores y estadistas la sensacién de que tanto el sistema del Cultivo esclavista del algodén como el proceso de expropiacién de tierras que estaban a punto de expandirse en Estados Unidos constituian una practica in- herentemente inestable.* Pese a que la produccién de algodén de Sea Istand creciera con gran rapi dez, lo cierto es que no tardé en alcanzar sus limites, ya que se trataba de un tipo de planta incapaz de prosperar en cuanto se la distanciara minimamente de la costa, En el interior medraba en cambio una variedad de algodén diferen te, el llamado algodén de las tierras altas, que no solo tenia un estambre mis Corto sino que poseia una fibra firmemente unida a la semilla. Con las desmo- tadoras que existian por entonces resultaba muy dificil eliminar los granos, pero dado que la demanda no dejaba de erecer y que los precios ascendian sin 136 EL IMPERIODEL Al DON esat, los plantadores pusieron a sus esclavos a la tarea, obligandoles a utili- zar, cn un lento y tedioso proceso, unas desmotadoras de rodillo inspiradas en las churkas indias? No obstante, pese a los esfuerzos de la mano de obra eselava, el resultado seguia siendo inadecuado. Los plantadores ansiaban disponer de algiin artilu- gio capaz de separar con mayor rapidez las semillas y las fibras. En 1798, Eli Whitney, que pocos meses antes llegaba a Savannah tras dejar atrés sus dias de cestudiante en la Universidad de Yale, construia el primer prototipo operative de una nueva forma de desmotadora de algodén que tenia la capacidad de eli- minar ripidamente las semillas del algodn de las tierras altas. De la noche a la ‘maflana, la maquina multiplicé por cincuenta la productividad del proceso de desmotado. La noticia de la innovacién corrié como la pélvora. Los granjeros de todo el pais comenzaron a construir copias del aparato de Whitney. Como ya ocurriera en su dia con la maquina de hilar y el bastidor hidraulico, Ia de ‘motadora de Eli Whitney también iba a permitir la climinacién de otro de los cucllos de botella que restringian la produccién de tejidos de algodén, Surgié de este modo un movimiento que solo puede calificarse como una «fiebre del algodon». De hecho, se dice que las tierras aptas para el cultivo del algodén triplicaron su precio tras la invencidn de la desmotadora mecénica, con lo que ‘los ingresos anuales de quienes lo plantaban pasaron a duplicar los que se “obtenian antes de la introduccién de este cultivon.!” Después del aito 1793, y gracias a esta nueva tecnologia, la produceién de algodn se expancié ripidamente, penetrando en las tierras interiores de Geor~ gia y Carolina del Sur. De este modo, en 1795 empezaron a llegar por primera Vez a Liverpool cantidades muy significativas de algodén—y en esta ocasién, hasta donde nos es dado saber, las aduanas no requisaron un solo gramo de estas nuevas partidas—. Con la llegada de nuevas y nutridas remesas de colo- nos a la regién —en muchos casos emigrantes procedentes de las zonas sep- tentrionales del sur de Estados Unidos—, la eampina local qued6 totalmente modificada, pasando de ser un area escasamente poblada —en la que habita- ban fundamentalmente unos cuantos grupos indigenas y algiin que otro granje- ro dedicado a la agricultura de subsistencia y al laboreo de unas pocas parcelas de tabaco— a convertirse en un territorio totalmente inmerso en la fascinacion del algodén.!! Para posibilitar esa expansién de la produceién, los plantadores llevaron conisigo miles de esclavos a las nuevas tierras. En la década de 1790, la pobla- cidn esclavizada del estado de Georgia vino pricticamente a duplicarse, alean- zando un total de sesenta mil trabajadores sometidos. En Carolina del Sur, el nimero de esclavos de las regiones algodoneras de la zona septentrional pasé de Ios 21.000 de 1790 a tos 70.000 que se registraron veinte aftos més tarde —cincuenta mil de los cuales acababan de ser traidos de Africa—, Al exten- derse las plantaciones de algodén, la proporcién de esclavos existente en cua- tro de los condados septentrionales més caracteristicos de Carolina del Sur se increment6 de forma notable, ya que el 18,4% del afio 1790 se transformé en sun 39.5% en 1820. ven un 61.1% en 1860. En los afios aue finalmente habrian LAESCLAVITUD TOMA EL MANDO 137 de desembocar en la guerra de Secesién estadounidense, el algodén y Ia escla- vitud crecieron de forma paralela ¢ intimamente ligada, dado que Gran Breta- fia y Estados Unidos se habian convertido en dos ejes fundamentales y geme- los del emergente imperio del algodén.!2 EL tinico problema de verdadera sustancia era el de la tierra, dado que una ‘misma parcela solo podia utilizarse unos cuantos afios: al eabo de ese tiempo ‘era preciso abandonar el algodén y plantar legumbres o abonar los campos con guano —Io cual resultaba extremadamente costoso—. En estos términos se la- mentaba un plantador del condado de Putnam, en Georgia: «Parece que no he- mos de regimnos més que por una sola regla, y esta consiste en producir todo el algodén que podamos y en agotar toda la tierra que nos sea posible ... Las ti rras que un dia se revelan capaces de producir media tonelada de algodén por cada media hectirea de terreno terminan no dando més de 180 kilos», Sin em ‘argo, ni siquiera el agotamiento del terreno conseguiria ralentizar el ritmo de los magnates del algodén: todo lo que hicieron fue desplazarse, avanzando ha- cia el oeste y hacia el sur. Las vastas extensiones de tierras recién despobladas por la fuerza y la circunstancia de que la mano de obra esclavizada pudiera ‘ransportarse, unidas a la nueva tecnologia del desmotado, permitieron transfe- rir sin dificultad el cultivo del algodén a nuevos territorios. Después del aio 1815, los plantadores de algodén se trasladaron al oeste, penetrando en las fér- tiles tierras del norte de Georgia y de Carolina del Sur. Su posterior migracién a Alabama y Luisiana, y su irrupeién final en Misisipi, Arkansas y Texas, se ajusté de la forma mas estrecha a las variaciones del precio del algodén, Pese a que el precio del algodén fuera dectinando gradualmente a lo largo de la prime- 1 mitad del siglo xix, los cicticos picos de los costes —como los registrados cn la primera mitad de la década de 1810, entre 1832 y 1837, y una vez. mas a mediados de los afios cuarenta del siglo x1x— acabarian saldindose con otras tantas explosiones expansionistas. Si en 1811, el 6,25 % del algodén que se cultivaba en Estados Unidos procedia de regiones y territorios situados en la zona occidental de Georgia y Carolina del Sur. en 1820 ese porcentaie se habia situado ya en un 33 %, aleanzando el 75% en 1860, Tanto en las fecundas ti rras sedimentarias que bordean las orillas del rio Misisipi como en la zona sep- tentrional de Alabama y la llamada «pradera negra* de Arkansas no tardarian en surgir nuevos campos de algodén. Tan rapido fue este desplazamiento hacia el oeste que a finales de Ia década de 1830 Misisipi se revelaba ya capaz de producir més algodén que cualquier otro estado del sur.!3 Estados Unidos irrumpié con tanta energia en el imperio del algodén que el cultivo de esa planta en el conjunto de las regiones det sur del pais empez6 a reorganizar répidamente el mercado global del algodén. En el affo 1790, tres afios antes de que Whitney sacara a la luz su invencién, Estados Unidos produ- ‘jo 680 toneladas métricas de algodén; en 1800, esa cifra haba ascendido a 16,556 toneladas; y en 1820 se situaba ya en 75.976. Entre 1791 y 1800, las * Suelo fil caracteristicamente consttuido por roca sedimentaria de origen continental, (N.detos td 138 EL IMPERIO DEL ALGODON 1D coanie Cont dt Sur TD Cann Sone 791 M0) 1S HL Na 13 UE TRDD 9 La progresion hacia el vest: produccién de algodn en ls diferentes etados {de Estados Unidos, 1790-1860, exportaciones a Gran Bretatia se multiplicaron por 93, volvigndose a multipli- car, esta vez por siete, en 1820. En 1802, Estados Unidos era ya el proveedor de algodén més importante con que contaba el mercado briténico, y en 1857 producia ya tanto algodén como China, El algodén de las tierras altas estadou- nidenses, a cuyo éxito habia contribuido tan eficientemente la desmotadora de Whitney, se adecuaba extraordinariamente bien a las necesidades de los manu- factureros britdnicos, pues a pesar de que la desmotadora daflaba las fibras, el algodén seguia siendo apto para producir hilos y telas econdmicos y bastos —y lo cierto era que las clases bajas de Europa y del resto del mundo deman- aban grandes cantidades de ambos articulos—. De no haber sido por los su- ministros estadounidenses, tanto el milagro de la produccién en masa de hilos ¥ tejidos como la posibilidad misma de que los nuevos consumidores aleanza- Sen a adquirir estos artfculos baratos habrian encallado en las vetustas realida- des del tradicional mercado del algodén. En el sector textil, la tan cacareada revolucién consumista fue el resultado de una espectacular transformacién de las estrueturas de las plantaciones de esclavos."* El ascenso de Estados Unidos a posiciones de predominio en los mercados, mundiales del algodén se verified a consecuencia de un radical vuelco de la situacién preexistente. Pero ;cémo pudo producirse esa dréstica transforma- cién? Como habria de sefialar Tench Coxe en 1817, por si solos el clima y el suelo no bastaban para explicar el potencial de la produccién algodonera de Estados Unidos, dado que el oro blanco —por emplear sus mismas palabras— «puede cultivarse en una inmensa franja del espacio que delimitan las zonas productivas de la tierra».!5 Lo que distinguia a Estados Unidos de casi todas las demas regiones del mundo que se dedicaban al cultivo del algodén era el LA ESCLAVITUD TOMA EL MANDO 139 hecho de que los plantadores pudieran echar mano de una cantidad préctica- ‘mente ilimitada de tierra, mano de obra y capital —por no mencionar la cit- ccunstancia afiadida de que disfrutaban de un poder politico sin precedentes—. Enel imperio otomano y en la India, como sabemos, el control de la tierra se hhallaba en manos de un pufiado de gobemantes indigenas notablemente pode- 080s, mientras los distintos grupos sociales, todos ellos firmemente atrinchera- dos en sus respectivas posiciones, pugnaban por explotarlas. En las Indias Oc- cidentales y Brasil, los plantadores de aziicar competian entre si por la tierra, los braceros y el cjercicio del poder. En Estados Unidos, por el contrario, donde las tierras parecian practicamenteilimitadas, nadie se veia enfrentado a ese tipo de obsticulos. Los primeros colonos curopeos habian tratado de internarse tierra adentro desde su mismo desembarco. Los indigenas que habitaban los territorios del interior no tuvieron més remedio que apechugar con lo que aquellos barcos les trajeron: primero enfermedades y més tarde acero. A finales del siglo xv, los indios norteamericanos seguian controlando importantes espacios territoriales situados tan solo a unos cuantos cientos de kilémetros de las provincias coste- ras, y sin embargo no lograron detener Ia constante usurpacién de los colonos blancos. Al final, ls pioneros ganaron la guerra, una guerra que ademas de ha- berse prolongado por espacio de varios siglos result extremadamente san- grienta, consiguiendo convertr los territorios de los indigenas norteamericanos en un conjunto de tierras juridicamente catalogadas como «vacias». Se trataba ademas de unas tierras cuyas estructuras sociales se habian visto terriblemente debilitadas —cuando no se las habia eliminado sin mas—, que habian quedado despojadas de la mayor parte de sus habitantes, y que por ese motivo se hallaban libres de todo tipo de enredo historico, Si observamos las cosas desde el reduci- do pero importante angulo de la disponibilidad de tierras desprovistas de cual- quier forma de reivindicacion, esta claro que no habia en el mundo del cultivo del algodén una sola regién que pudiera competir con el sur de Estados Unidos. Con el apoyo de las politicos de esos estactos sureitos, el gobierno federal consiguio apoderarse agresivamente de todo un conjunto de nuevos terrtorios, bien adquiriendo la tierra a otras potencias extranjeras, bien obligando a los igenas norteamericanos a cedérselas. En 1803, la adquisicién de la Lui duplicé practicamente el territorio de Estados Unidos. En 1819, la joven na- cidn compro a Espafa la regién de Florida, Y en 1845 se anexioné Texas, En todos esos territorios existian terrenos magnificamente bien adaptados para el cultivo del algodén. De hecho, en 1850, el 67% del algodén estadounidense crecia en tierras que apenas medio siglo antes no formaban parte del pais. El naciente gobiemo de Estados Unidos acababa de inaugurar el complejo algo- donero-militar con el que estaba llamado a hacer Fortuna Esa expansién territorial, la «gran fiebre de los nuevos territorios», segiin la denominacién que diera en utilizar el gedgrafo John C. Weaver para califi- car en su conjunto al periodo que nos ocupa, se hallaba estrechamente vincula- da con las ambiciones territoriales de los capitalistas dedicados a las plantacio- nes, las manufacturas v las finanzas. En su permanente biisaueda de nuevas 140. FL IMPERIO DEL. ALGODON 5 i g Pe Produccidn de algodin en Estados Unidos, en millones de libras, 1790-1859 tierras que dedicar al cultivo de esta materia prima, los plantadores de algodén se afanaban constantemente en ampliar los limites de los territorios coloniza- dos, moviéndose muchas veces por delante del propio gobiemo federal. Bl es- pacio que terminaron creando en regiones previamente consideradas inhdspi tas se caracterizaba por la casi total ausencia de supervision gubernamental, ya que en esas zonas la atribucidn al estado del monopolio de la fuerza no pasaba de ser un sueio lejano."® No obstante, los plantadores de las regiones inexplo- radas que se abrian en los imprecisos limites del imperio del algodén tenian buenos compaiieros de viaje —gentes de buenas prendas y mejor labia—. Uno de los mayores comerciantes algodoneros del mundo, el banquero briténico ‘Thomas Baring, por ejemplo, desempeié un papel fundamental en la expan- sidn del imperio del algodén al financiar la compra del territorio de Luisiana y negociar y vender los bonos con los que se sellé el pacto con el gobierno fran- és, Sin embargo, antes de dar curso a la operacién, Baring solicité la aproba~ cidn del gobierno britinico —que debia dar su visto bueno al tratarse de una expansién tan considerable de Estados Unidos—. Realiz6 las gestiones a tra- vés de Henry Addington, el primer ministro britinico. La reunién habia tenido tanta trascendencia para Baring que este llegé a garabatear las siguientes li- reas en su cuademo de notas: Domingo 19 de junio: me he entrevistado con el seor Addington en Richmond Park, le he communicado los detalles del asunto y he respondido a todas sus pregun- tas. Le he consultado claramente si aprobaba el tratado y nuestra eonducta. Dijo «que consideraba que el pais habria hecho bien en pagar un millon de libras esterli- nas para que Francia transfiriera Ia propiedad de la Luisiana a Estados Unidos y {que no vola nada en nuestro comportamiento que no pudiese aprobar. Parecis pen- sar que el hecho de que la Luisiana quedase en manos de Estados Unidos constituia ‘un medio adicional para que las iniciativas de nuestros manufactureros y compa~ ‘las encontraran mis facilidades que las de los franceses, al margen de otras raz0~ LA ESCLAVITUD TOMA EL MANDO lat Este impetu que empujaba a los colonos hacia el sur y el oeste no se cit- ccunscribia al empeito de unos cuantos plantadores ansiosos por encontrar nue- vvas tierras. La expansidn favorecia un gran niimero de inteteses: los de un esta- do que deseaba consolidarse répidamente; los de los granjeros del oeste americano, que anhelaban disponer de una salida sl mar; los de los manufactu- reros, que necesitaban materias primas; y los de los planificadores econémicos y politicos britinicos. Y al ampliarse el radio de accién det capitalismo indus- trial, la zona de influencia del capitalismo de guerra continué avanzando. Sin embargo, los tratados intemacionales, por si solos, no aleanzaban a sa- tisfacer todos los apetitos en juego. Para conseguir que la tierra resultara itil para los plantadores, era preciso arrebatar el control de estos nuevos territo- rigs, ahora consolidados, a sus habitantes indigenas. Ya a principios del si- z2lo xix, los indios creek, vigndose coaccionados, habian renunciado a las rei- vvindieaciones territoriales que mantenfan en Georgia —y sus tierras habian quedado posteriormente transformadas en explotaciones algodoneras—. Una década mas tarde, los creek sufrieron nuevas derrotas y se vieron obligados a firmar e| Tratado del Fuerte Jackson, por el que cedian 9,3 millones de hecté- reas de tierra en Ia regién que hoy ocupan Alabama y Georgia. Después de 1814, el gobierno federal firmé un conjunto de nuevos tratados con los creek, los chickasaw y los choctaw, consiguiendo controlar de ese modo varios mi ones de hectireas ms en el sur. De entre estos tratados cabe destacar el que rubricé en 1818 el presidente estadounidense Andrew Jackson con la nacién chickasaw —dado que permitié que la regidn occidental de Tennessee quedara abierta al cultivo del algodén—, y el tratado de 1819 con el pueblo choctaw, por el que se pusieron en manos del gobierno de Estados Unidos més de dos millones de hectireas de tierras situadas en el delta del Yazoo y el Misisipi —ras su permuta por unos terrenos de calidad inmensamente inferior ubica- dos en Oklahoma y Arkansas—. En 1835, David Hubbard, un congresista por Alabama, animé a la Compaiiia de Compraventa de Terrenos de Nueva York y Misisipi a comprar las tierras de las que acababan de ser expulsados los chic- kasaw, convirtiéndolas después en plantaciones de algodén: «Si a mi regreso ‘me encuentro con cualquier indicacién por su parte, especialmente en el caso de que adopte la forma de una clara propuesta de adquisicién de los terrenos priblicos de la nacién chickasaw, me hallaré usted dispuesto a actuar de mane- ra inmediata, en funcién de la magnitud de sus planes, presto a orientar las ac- ciones de mi futuro ejercicio del modo que mejor y mas plenamente se adapte a Jos planteamientos de sus capitalistas». Al final, ta compattia compré unas 10.100 hectéreas aproximadamente. En 1838, las tropas federales empezaron a cexpulsar al pueblo cheroqui de las tierras ancestrales de Georgia en que habita- ban, transformiindolas mas tarde en campos de algodén, Mas al sur, en Florida, el gobierno expropid entre los afios 1835 y 1842 un conjunto de tierras extraor- dinariamente fértiles y aptas para el cultivo del algodén a los seminolas, pro- vocando asi la guerra de més larga duracién de toda la historia de Estados Unidos —exceptuando la guerra del Vietnam—. Como argumenta un historia- dor no es de extratar ane los nlantadores de Misisini se mostraran «obsesiva- 142 EL IMPERIO DEL ALGODON ‘mente preocupados por la existencia y el mantenimiento de milicias bien o nizadas y entrenadas, la disposicion de un armamento adecuado y el respaldo de un ejército federal presto a reaccionar a la menor amenazay.'* Los indigenas norteamericanos comprendicron perfectamente los motivos, subyacentes de la expansién del binomio militar-algodonero: al ver que se ex- pulsaba a su pueblo de sus tierras, John Ross, el jefe de los cheroqui, denuncia- ren una carta dirigida al Congreso de Estados Unidos que «se saquean nues- tras propiedades ante nuestros propios ojos, se ejerce la violencia contra nuestras personas, incluso se nos quita la vida sin que nadie atienda nuestras uejas. Se nos desarticula como pueblo, se nos priva de nuestros derechos. ;Se nos impide pertenecer al género humano!». Unicamente la eoercién y la vio- lencia que exigia la movilizacién de la mano de obra esclavizada podia equipa- rarse a los requerimientos de la guerra expansionista que se estaba librando contra los pueblos indigenas. Nadia similar habia llegado a sofarse siquiera en la Anatolia o en Guyarat.'® Si el proyecto de la consolidacién de la parte estadounidense del continente norteamericano permiti6 obtener por un lado todo un conjunto de nuevas tierras aptas pata el cultivo del algodén, por otro se apropi6 también de los grandes ios que se precisaban para transportar dicha materia prima. Estados Unidos no estaba predestinado a disfrutar de unos costes de transporte notablemente eco- némicos, sino que esa ventaja se obtuvo, por el contrario, como consecuencia directa de la expansién de su territorio nacional. La més significativa de todas sts vias flaviales era la del Misisipi, que, gracias al enorme aumento de los fle- tes de algodén, no tardaria en convertit Nueva Orleans, en la desembocadura del rio, en el puerto algodonero clave de Estados Unidos. No obstante, otras corrientes de agua —como el rio Rojo de Luisiana o el Tombigbee y el Mobile de Alabama— también se revelaron importantes. En 1817 empezaron a dejarse vver en el Misisipi los primeros barcos de vapor, reduciéndose asi los costes de transporte, y en la década de 1830 el ferrocarril comenz6 a unir las recién ad- uiridas tieras de! interior con los tios y los puertos ce mar. Por consiguiente, las més modermas tecnologias posibilitaron la mis brutal explotaeién de la fuer™ zade trabajo que quepa imaginar.2° La insaciable demanda de plantadores de algodén se convirtié en la politica dominante de la nueva nacién, no solo porque estos empresarios dependian del estado para conseguir nuevas tierras y expulsar de ellas a sus anteriores habi- tantes, sino también porque necesitaban contar con una masa de mano de obra que se viera forzosamente obligada a trabajar en sus campos. A diferencia de Jo que sucedia en cualquier otra parte de! mundo, los plantadores de Estados Unidos podian utilizar grandes eantidades de braceros a muy bajo eoste —has- ta el punto de que el American Cotton Planter no dudaré en afirmar que se ‘rataba de «la mano de obra mis barata y més abundante del mundo»—. Hasta la década de 1940, fecha en la que se produce la introduccién de las cosecha~ doras automiticas, la explotacién del algodén requeria de un uso muy intenso de la fuerza de trabajo. El factor més limitante en la produccién de esta materia prima —mias aiin aue las horas que se necesitaban para culminar los procesos LAESCLAVITUD TOMA EL MANDO 143 de hilado y tejido— era la eseasez de braceros en el momento de la cosecha, «La verdadera limitacién que gravita sobre la produccién de algodén», explica el periddico surefio De Bow's Review, «es la mano de obra». En las complejas cstructuras agricolas de la India de los mogoles y del imperio otomano, los ‘campesinos que trabajaban en el medio rural tenian que asegurarse en primer lugar de que sus cultives de subsistencia salieran adelante, puesto que de ahi obtenian su propio sustento, y evidentemente esta circunstancia limitaba de forma clara las cantidades de producto que podian cosechar con vistas a en- viarlo al mercado. De hecho, como ya hemos visto, en la Anatolia occidental, uno de los factores que mis habia restringido la produccion habia sido el de la escasez de mano de obra, y en la India esta misma circunstancia habia frustra- do todos los intentos destinados a crear plantaciones algodoneras. En Brasil, donde no resultaba dificil encontrar braceros, el algodén competia muy mal con los ingenios azucareros, que absorbian parte de los peones que necesita- ban, ya que el niimero de trabajadores que requeria el caitamelar era atin ma- yor. ¥ en 1807, con la abolicién britinica de la esclavitud, los plantadores de las Indias Oceidentales empezaron a tener grandes dificultades para encontrar ‘mano de obra dispuesta a trabajar en sus explotaciones.? ‘Sin embargo, en Estados Unidos era posible solucionar préeticamente cual- quier escasez de braceros —siempre y cuando mediara la cantidad de dinero necesaria—. Los mercados de esclavos, tanto en Nueva Orleans como en otras ciudades, florecieron a la par que las explotaciones de algodén. Y Io que resul- ta igualmente significativo: si podia recurrirse al trabajo de cientos de miles de esclavos para cultivar el algodén era debido a que la produccién de tabaco en las regiones septentrionales del sur de Estados Unidos habia empezado a reve larse menos rentable tras la Revolucién, circunstancia que habia animado a los propietarios de esclavos de la zona a deshacerse de esa propiedad. Asi lo sefta- laria con gran perspicacia un observador britdnico en 1811: «En los iltimos tiempos se ha prestado menos atencién al cultivo del tabaco en Virginia y Ma- ryland, y las cuadrillas de negros que anteriormente trabajaban en su produc- cidn han sido enviadas a los estados del sur, donde los plantadores de algodén estadounidenses, reforzados con esta aportacién de mano de obra extra, han encontrado ocasién de iniciar sus operaciones con recrecido vigor». De hecho, en 1830 se dedicaban al cultivo del algodén en Estados Unidos nada menos que un millén de personas (0 lo que es lo mismo: uno de cada trece habitantes) —la mayoria de ellos esclavos. Por consiguiente, la expansién de la produccién de algodén reactivé la es clavitud y desemboeé en una enorme transferencia de mano de obra esclaviza- da de las regiones septentrionales del sur de Estados Unidos a las zonas mas meridionales. Solo en los treinta afios que siguieron a la invencién de la des- motadora (es decir, entre 1790 y 1820) se reubicd por la fuerza a un cuarto de mmillén de esclavos, mientras que, de acuerdo con las estimaciones académicas, entre el afio 1783 y el fin del tréfico internacional de esclavos en 1808, los ne- greros importaron 170,000 esclavos a Estados Unidos —nada menos que la tervera parte del total de la poblacién esclavizada que se habia visto conducida

También podría gustarte