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Laura María Restrepo Palomino – 202013289

El general es su laberinto

Simón Bolívar, libertador de Suramérica o, mejor dicho, la cara del


movimiento de independencia es, para muchos, un héroe, un dios. ¿Pero es esta
personificación cierta para toda su vida, o solo para aquel periodo de gloria? Bajo
esta premisa, El General en su Laberinto explora los últimos momentos de su
vida y pone en tela de juicio los sucesos históricos de los que formó parte. Esto,
como es una novela, lo hace volviendo a una persona de la vida real en un
personaje. O a lo mejor ni siquiera es un personaje, pero lo parece con lo patético
que es, tanto que el lector varias veces tiene que pausar, cerrar el libro (o el
computador en su defecto), y pensar “¿en serio este hombre liberó América?”,
“¿cómo llegó a convertirse en esto?”, “¿no fue él todopoderoso?”. Y la verdad,
incluso después de terminar el libro, es que sí lo fue, pero por las razones
equivocadas. Siguió siendo tan poderoso que solo él pudo arruinarse a sí mismo,
nadie más. Solo Bolívar pudo armar un laberinto que creció tanto que se reflejó
en su exterior, y uno del que nunca encontró salida.

Tal vez el primer indicio de que Bolívar estaba empezando a entrar en su


laberinto fue cuando la persona que estaba en los cuadros dejó de ser la que los
inspiró: “a medida que su gloria aumentaba, los pintores iban idealizándolo,
lavándole la sangre, mitificándolo, hasta que lo implantaron en la memoria oficial
con el perfil romano de sus estatuas” (pág. 105). ¿Tanto poder tenía, pero no
pudo parar esta caracterización errónea? Una persona tan meticulosa,
controladora y calculadora como él, comportamiento que incluso se sigue
observando mientras está perdido, no pudo haber dejado que esto ocurriera sin
intención. O tal vez su poder pasaba de ser político y estratégico, y se volvió uno
lo suficientemente fuerte para crear cada árbol en su laberinto, cada tronco una
decadencia nueva: desinterés por su figura, reducción de su cuerpo, fin de su
ideal político, entre muchas otras; “‘El hombre es usted’. El general lo cortó de
un tajo, ‘Yo no existo’” (pág. 83).

Y tanta es su decadencia y su poder sobre este laberinto, que lo arrastra


a los demás, a su alrededor. Cada lugar que visita, cada pueblo en el que se
queda refleja el estado de su laberinto, como si se hubiera expandido físicamente
y manifestado en cada pedazo de tierra que pisa, pues entre más avanza la
novela, su viaje, peor es el territorio, más las ramas del laberinto se envuelven
en su entorno. Hasta las hojas llegan a las personas cercanas a él: José
Palacios, aquel hombre que al principio de la novela llegó a ser contrastado con
Bolívar y resultó campeón, encuentra su final borracho, en un burdel. Y Manuela
Sáenz, aquella mujer poco que “Fumaba … se vestía de hombre y andaba entre
soldados … Leía” (pág. 7), termina en ruina. El general es su propio laberinto, y
por eso, cada cosa que entre él caerá si Bolívar lo hace.

Pero el verdadero momento importante es cuando se da cuenta él mismo.


Un laberinto solo es un laberinto cuando uno admite que está perdido. “‘Carajos’,
suspiró. ‘¡Cómo voy a salir de este laberinto!’” (pág. 153). Cuando por fin acepta
la verdad, cuando por fin enuncia esas palabras, ya es muy tarde. Las ramas de
su laberinto ya no tenían lugar más para crecer, y no tuvieron otra opción que,
finalmente, arrastrarlo a él. Y él, tan débil en este punto, tan patéticamente fuera
de control de todo lo que no fuera el laberinto, tan liviano y reducido, se dejó.
Laura María Restrepo Palomino – 202013289

Siempre estuvo destinado a llegar ahí, la “una y siete minutos” (págs. 20, 66, 146
y 153) siendo siempre el hilo de Ariadna que lo guiaba no a la salida, sino más
adentro, al corazón del laberinto, donde terminaría sin vida.

De esta manera, Simón Bolívar demuestra que siempre tuvo poder.


Alguna vez fue para liberar América, construir una sola nación, pero terminó
transformado en uno para construir su laberinto, que lo destruyó a él, a sus
alrededores, a sus confidentes, y que últimamente lo ahorcó y lo llevó a su final.
Tal vez habría una cualidad redentora si en algún momento hubiera dado indicios
de encontrar la salida, de ver el sol, pero, afortunada o desafortunadamente,
dependiendo a quien se le pregunte, el último sol que vio fue que se dio cuenta
que seguiría saliendo, sin consideración alguna, después de su muerte.

Referencias:

1. García Márquez, Gabriel. (1989). El general en su laberinto. Bogotá: Grupo


Editorial Norma, 2012.

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