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La ética, las heridas morales, la memoria y los

movimientos sociales chilenos hoy

Dra.Cecilia Aguayo Cuevas


Académica Escuela de Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile

Durante las últimas semanas nos hemos encontrado frente a un sinnúmero de


hechos preocupantes, como la violación de los Derechos Humanos, el Estado de
emergencia decretado por el gobierno, la transgresión de los espacios ciudadanos
e incluso imágenes televisivas que aluden a una suerte de reality show mostrando
personas amarradas boca abajo en el suelo. A la par hemos sido testigos de las
manifestaciones familiares, los cabildos auto convocados por la ciudadanía para
reflexionar un Chile más justo y Digno. Así mismo, de los jóvenes en las calles y de
las niñas y niños bailando al unísono de una cuchara y una olla. En este contexto,
cabe señalar dos interrogantes que podrían ayudarnos a dilucidar la complejidad de
lo que estamos presenciando hoy en día: ¿cómo puede contribuir la ética a la
reflexión sobre lo que estamos viviendo?, y ¿cuál es la relación que puede
establecerse entre la memoria colectiva chilena y el actual movimiento social?
Cuando una persona en Chile recuerda lo que vivió en dictadura, este recuerdo no
tendrá un carácter netamente individual, sino sobre todo colectivo. En efecto, al
recordar, se recuerda socialmente, ya que existe una memoria histórica, una
memoria de pueblo que ha sido traspasada de generación en generación, ya sea
por negación o por afirmación. En este sentido, la memoria se construye como un
elemento sociopolítico que nos lleva a no improvisar, orientándonos a escudriñar en
torno a ciertos dilemas que nuestras y nuestros antecesores vivieron en situaciones
similares y que hoy (finales del 2019), se actualizan y re-crean en los hechos que
vivimos como sociedad chilena. Es por esto que, como nos alertan muchos
historiadores, recordar permite no cometer los mismos errores del pasado. En
relación con lo anterior, recordar se convertirá en una suerte de imperativo ético, en
una obligación moral al estilo kantiano al buscar universalizar los deberes de cada
individuo. Recordar en momentos de crisis, además, nos permitirá mirar lo que se
hizo en tiempos complejos como el de la última dictadura, lo que estamos haciendo
hoy para darle un sentido de futuro a ese momento y las posibles asignaciones de
sentido que podemos atribuir a la propia Justicia Social que se ha erigido como uno
de los puntos clave exigidos por los movimientos sociales que se despliegan por
todo Chile.
Estos días nos hemos percatado de cómo los movimientos sociales actualizan y
recrean la memoria social y política de antaño. Lo más impactante es que los signos
sociales vuelven a recrearse y a significarse con un referente común. Vuelve a
aparecer, entonces, la cuchara y la olla, y el ruido de protestas que nos hacen
recodar una cadena de protestas pasadas. Se oyen gritos y se ven pancartas: “Chile

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despertó”, “nos costó mucho unirnos, ahora nos separaremos”, “hasta que la
dignidad se haga costumbre”, “más justicia social, menos fluoxetina”, “la calle no se
abandona hasta que valga la pena vivir”, “por la salud de mierda que te dejó partir.
mamita: por ti”, “luché en el 73, nunca pensé que lo haría otra vez”, “nos cansamos,
nos unimos”, cánticos que nos llevan del yo al tú y del tú al nosotros.
Otro signo político se observa en la conversación pausada entre grupos de amigas
y amigos que ya no tienen respuesta a lo que acontece, sino más bien preguntas
que llevan a más y más interrogaciones sobre el otro. Las respuestas que se
escuchan son: dignidad; justicia; amor; unión.
Son tiempos de reunirse, de volver a juntarse con las y los que dejamos de ver hace
tiempo y escuchar relatos que recrean lazos solidarios. Ante nuestro asombro, una
compañera de trabajo social de la universidad rememora la persecución que la
dictadura hizo de su familia y el miedo que le produce salir a las calles hoy, y de
inmediato las preguntas: ¿por qué nunca lo comentaste? ¿Qué pasó con tu familia?
¿Qué hace hoy tu familia? Hoy esas mismas calles, están llenas de gente, de
cucharas, de ollas y de valentía moral.
Es a partir de este diálogo solidario que empiezan a emerger valores como la lealtad
a la vivencia histórica y política, así como la confianza para comunicar y estar juntos.
Hoy los movimientos sociales, impulsados por estudiantes secundarios, que una
vez más son los pioneros, parecen exigir un diálogo con la confianza y la lealtad
necesarias para interpelar e invitar a otro a actuar.
La ciudadanía ha optado por una ética del reconocimiento que se resiste a
expresiones de menosprecio producidas por una sociedad de mercado extremo
representado por el Estado chileno. La sociedad capitalista chilena es productora
de los menosprecios y patologías sociales que estamos viviendo. El menosprecio
no afecta solamente a los sujetos, es decir, no se limita a las subjetividades, sino a
todas las estructuras sociales y a las relaciones entre sujetos. Dichas estructuras se
manifiestan en instituciones sociales que albergan distintas formas de no
reconocimiento y agravio moral, capaces de afectar los procesos de
intersubjetividad de los sujetos. Aquí los aportes de Honneth resultan relevantes
para distinguir tres formas de reconocimiento que estarían asociadas a tres formas
de menosprecio moral producidos por el sistema capitalista y neoliberal. Primero,
las personas que no se sienten amadas, en su entorno más inmediato, actuarán
desde la violencia para ser reconocidos; segundo, un Estado que no otorga
derechos sociales y jurídicos construirá un sociedad con el sentimiento de
desposesión, y, por último, la falta de lazos solidarios comunitarios producirá una
sensación de deshonra y aislamiento en las personas que componen estos lazos.
Un diagnostico ético de nuestra sociedad actual da cuenta de cómo estos tres
niveles de menosprecio moral, llevan a la sociedad chilena a actuar sin descanso
en sus derechos, sociales, civiles, económicos y jurídicos. A saber de una lucha por
el reconocimiento, siguiendo a Honneth

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El Estado chileno y su agravio moral se expresa por los cerca de 200 mil niñas y
niños del Servicio Nacional de Menores (SENAME) esperan aún ser atendidos en
instituciones de protección para el reconocimiento de sus derechos. Por otra parte,
familias de campamentos, cerca de 802, aún no tienen derecho a la vivienda propia.
En lugares como Quintero/Puchuncaví la contaminación pone en peligro la vida de
sus habitantes. Las actuales condiciones de jubilación de nuestros ancianos, la falta
de recursos en la salud pública, las condiciones laborales paupérrimas de nuestras
y nuestros jóvenes y las escasas posibilidades para ellos, en términos de derechos
sociales y laborales, son elementos que se repiten a lo largo de todo el territorio.
Más de 4 millones de chilenas y chilenos se encuentran en DICOM con una
morosidad promedio de 1.7 millones de pesos (Declaración ACHETSU 2019). Y,
los actuales agravios morales del estado dirigido por el presidente Sebastian
Piñera, en las protestas civiles han dejado hasta el momento 23 muertos, incluido
1 niño; 17 querellas de violencia sexual contra carabineros y el ejército militar;
3.193 personas detenidas; se cuenta con personas desaparecidas y 126
ciudadanos con daños oculares.
Ahora bien, la lucha por el reconocimiento moral y la historia de los movimientos
social nos permiten elaborar la siguiente pregunta ¿cómo contribuye la memoria
de nuestros antecesores y antecesoras a la construcción de la memoria social
colectiva de hoy? En este punto, cabe relevar tres acciones éticas que se
configuraron como eje de los movimientos sociales y de su accionar político en un
pasado que alude a nuestra historia presente:
Una primera acción refiere a prender a sobrevivir al momento instantáneo, al
desconcierto, a la inseguridad, al dolor y al miedo, creando lazos solidarios
organizados e institucionalizados, de modo de poder resguardar la propia
existencia. El lema de esta acción pareciera haberse traducido en no podemos
actuar solos ni desprotegidos. Una segunda acción refirió a desarrollar resistencias
éticas, lo que se expresó en no perder la esperanza, en desarrollar espacios
humanos y sobre todo de diálogo. El imperativo ético aquí se vincularía a crear
espacios de mini-democracia, espacios “protegidos” por la confianza moral. Por
último, una tercera acción refirió a no perder la esperanza de vivir la libertad, lo que
representó otro aprendizaje de nuestras antecesoras y antecesores, al comprender
que las metas a largo plazo, como lo eran conquistar la democracia, presupusieron
la generación de metas intermedias, como formarse para tal democracia, fortalecer
los movimientos sociales, aprender a defender institucionalmente los derechos
humanos y trabajar desde y con la ciudadanía.
Hoy, nuestras metas y las del movimiento social que inunda las calles del Gran
Santiago en “la marcha más grande la historia”, son la dignidad humana, la justicia
social, la igualdad social, cambiar la constitución, trabajar en la educación social
para saber vivir en Democracia, rehacer la forma de hacer política y proteger a
nuestras y nuestros jóvenes, niñas, niños y ancianos.

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La ética, por tanto, nos conduce a deliberar bien con el objeto de tomar buenas
decisiones, personales y sociales. En este sentido, la ética nos invita a forjar un
buen carácter, manifestando una fuerza moral en nuestras acciones. Ya no es tan
relevante ser moral o inmoral, sino tener fuerza moral, fuerza ética para resistir,
reflexionar y actuar. No se necesita llegar a negociaciones rápidas que no den
cuenta de un proyecto político futuro de justicia social y de lo que conocemos como
buena vida. La corrupción ética ésta dada por cada decisión que postergue una vez
más un proyecto de justica social común y aumente el agravio moral en Chile.

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