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Final parte 1 historia 2022

Historia Latinoamericana (Universidad de Buenos Aires)

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Cicerchia: El Orbe Americano: Una Historia Social de la Ciudad


Latinoamericana
I. El Período Clásico
La historia de América Latina es urbana y rural. Las ciudades y la cultura urbanas fueron el motor de una
dinámica social clave en el desarrollo de la región. El notable predominio poblacional de la ciudad y la
hegemonía de sus disposiciones culturales tienen íntima relación con los diferentes procesos históricos
de urbanización. Son más de dos mil años de urbanización en América latina: desde la ciudad
precolombina e indiana hasta la metrópolis moderna. Lo importante del mundo precolombino es que las
áreas sujetas a la influencia político-administrativa, institucional y económica, de las ciudades, no
abarcaban más del 5% de la región. El resto estuvo dominado por culturas sedentarias no urbanas,
nómades o despoblados. Se desarrollaron islas de urbanización, que se desplegaron en el valle central de
México y en las costas centrales del Perú. Los centros urbanos mesoamericanos superaban a los andinos,
aunque siempre estructurados de manera similar; un centro ritual-religioso, cuyo poder de atracción se
abría en amplísimos cirulos concéntricos.

En las regiones mexicanas se desarrollaron complejos sistemas urbanos, distribuyendo las áreas de la
ciudad, y organizando grandes poblaciones. No existió en Perú nada comparado con los centros urbanos
del norte. Las áreas no se hallaban divididas, las construcciones eran mucho más básicas. Aunque en el
último período prehispánico, en Cuzco, se hallaban picos elevados de vigilancia, agricultura en terrazas
de las laderas de las montañas. Por otro lado, en el imperio Inca, a diferencia del orden
comercial/mercantil de Tenochtitlán, la actividad era dirigida desde el carácter político-religioso. La
ciudad principal fue Cuzco, con poblados satélites a los alrededores, que en momentos de máximo
crecimiento se convierten en capitales regionales.

II. El Desembarco: Las Primeras Ciudades Coloniales


El imperio español centró su poder en la ciudad. El crecimiento imparable de los nuevos centros urbanos
se desarrollaba paralelamente con la destrucción de los centros urbanos prehispánicos. La drástica
disminución de la población nativa, resulto en una lenta pero consistente expansión de las poblaciones
urbanas a lo largo de todo el siglo XVII, y un crecimiento acelerado durante el siglo XVIII. Las divisiones
sociales se asentaron en una serie de factores: étnica, riqueza, ocupación, género; entre los cuales, la
raza desempeñó un papel crucial en la diferenciación y las jerarquías (status). Todo esto sumado a la
diferenciación entre ciudadanos y residentes (habitantes). La política se reservaba a los blancos, y en la
economía, las cargas e impuestos eran para los indígenas, los africanos eran esclavos y los blancos los
únicos propietarios, acompañados por la legislación colonial. La ideología jerárquica que impuso la
conquista significó que los europeos, así como sus descendientes americanos, gozaran con exclusividad
de posiciones de poder y prestigio. Aunque, como en todo conglomerado social, la dinámica urbana
también producía una lenta erosión de las fronteras sociales.

La cuadricula se llenaba según una receta común, las elites urbanas permanecían en el centro de la
ciudad, la alta burocracia, le seguía junto a sus oficinas, terminando en un área de mansiones de
hacendados. Esta estructura, determinó que las periferias y aun las afueras de la ciudad fueran los
lugares de residencia habitual para las clases populares. El incremento de cierta “clase media” vinculada
a la producción de servicios exclusivamente destinados al mercado urbano expresan mejor que cualquier
otro fenómeno, la nueva fisionomía urbana.

Las ciudades coloniales sirvieron de manera excepcional al montaje de la estructura mercantilista de la


región. Mientras que las grandes ciudades del continente combinaron funciones administrativas y
militares con desarrollos comerciales e industriales, la tendencia general fue la especialización en alguna
actividad o producción particular. Las ciudades resultaron el nexo entre los mercados europeos y las
producciones de materias primas americanas. Las ciudades importantes eran asiento de consulados y
gremios de comerciantes, creando redes de ciudades principales y secundarias que demarcaron las
primeras fronteras nacionales.

III. La Ciudad Iluminada


Pese a la preponderancia del campo en materia económica, así como en el régimen colonial, la ciudad
era sede del poder político y de la administración pública, donde el poder se centraba, y donde se
libraban batallas intestinas por conservarlo. Las grandes beneficiarias de la liberalización de la economía,

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fueron las capitales. Pero recién en las dos últimas décadas del siglo XIX se profundizo el cambio de la
fisionomía urbana de la región. El crecimiento demográfico, la urbanización, la integración en los
mercados mundiales, desarrollo industrial, mejoramiento de transportes y servicios públicos, la
centralización política y administrativa, la expansión del casco urbano, las instalaciones de aguas y
mejoras en la higiene; fueron factores determinantes para el desarrollo de la región. Nuevamente, las
capitales recibieron casi la totalidad de los inmigrantes europeos, multiplicando el crecimiento
demográfico. El comercio fue el factor determinante, la contracara las poblaciones aisladas y no
competitivas.

IV. Hacia las Urbes Funcionales y otros Problemas Estéticos


La ciudad comercial-burocrática (generalmente las capitales), muestra una tendencia a la expansión al
calor del incremento del comercio de exportación, el desarrollo de los transportes y las concentraciones
políticas y financieras; continuando con la premisa de control colonial. Seguidamente un segundo tipo
urbano, es el de la ciudad comercial industrial-burocrática, quien se alzará frente al colapso de las
artesanías regionales producido por la invasión de manufacturas del exterior, limitada al tratamiento de
materias primas, para futura exportación. El tercer modelo es el de la ciudad comercial-minera, eran
enormes espacios densamente poblados, ciudades miserables sin planificación y parecidas a campos
mineros gigantescos, que prosperaron, desaparecieron o migraron según los dictámenes del mercado
mundial. Finalmente, la ciudad comercial incluye a la gran mayoría de las experiencias urbanas de la
región. Desde pequeñas poblaciones junto al ferrocarril o a la vera de alguna ruta comercial secundaria,
hasta los grandes puertos marítimos. Todas las ciudades periféricas dependían en mayor o menor
medida de los flujos comerciales de las capitales, quienes dependían, a su vez, de las variaciones de los
mercados internacionales.

La ciudad definitiva, estuvo sometida a dos procesos simultáneos. El incremento constante de población
urbana y el retiro de las elites hacia zonas residenciales, aunque nunca abandonaron el control de la
plaza central. A pesar de los desplazamientos, la sociedad compartía la idea de la primicia del centro y el
lugar destacado de la plaza principal como símbolo de poder a la usanza del pasado hispánico.

V. Clases Populares, Masificación y Ciudadanía


La crisis de 1930 determino parte de los destinos de la región. El mercado deprimido inauguró un
periodo de escasez, inestabilidad y crisis recurrentes. La sociedad reaccionó entonces frente a la crisis de
todo un sistema de organización social, produciendo dos fenómenos paralelos: la emigración de las áreas
rurales hacia las ciudades y la consideración de un modelo de desarrollo más industrialista. En las clases
altas, los linajes fueron desapareciendo, dejando lugar a los clanes económicos. Finalmente, el
crecimiento cambió la planicie de las ciudades latinoamericanas, convirtiéndolas en una masa
arquitectónica de torres y edificios de departamentos.

Cicerchia: “Viajeros: ilustrados y románticos en la imaginación nacional”


Capítulo I.
A partir del siglo XVIII los viajeros se lanzaron a trazar el mapa definitivo del mundo. La fascinación por la
intensidad de la experimentación. Así se legitimaba la voz del observador directo en la producción de
saberes, seguramente el mecanismo discursivo fundamental de toda la literatura de viaje de la
modernidad. Con la convicción acerca de la necesidad de reforzar los métodos y estructuras del
conocimiento y la dominación de la naturaleza. Este clima de ideas desarrolló un tipo singular de
indagación, puso el énfasis en la información detallada y en un sistema referencial de fuentes, y diseñó la
observación crítica. Indicar con rigor geografías, etnografías y clasificaciones científicas fue, desde
entonces, el objetivo profundo de todas las crónicas de viaje.

Un tipo diferente de relación entre sujeto y objeto. Nostalgia por algo perdido: el tono humano.
Desplegó el discurso de las nuevas ciencias y reafirmo la supremacía de las identidades nacionales,
constituyéndose en uno de los mecanismos de la dominación cultural. Desencanto por la crisis de la
mitología cristiana, y punta de lanza del optimismo científico. Desarrollo del conocimiento empírico,
progreso infinito, sin predestinaciones. Curiosidad y necesidades prácticas, el legado del Humanismo
(que implicaba entender la colonización como un gesto de solidaridad humana). Los viajeros ilustrados y
sus crónicas dejaron un sello: la necesidad de definir una ideología racional de legitimación de la
dominación imperial; la impronta de la experiencia personal de un sujeto que observa y relata para, las
metrópolis, y la propuesta de construcción “colectiva” del conocimiento como base de los nuevos

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saberes científicos. Se cerraba así la etapa del pasaje de lo maravilloso medieval al descubrimiento, de lo
sagrado a lo profano, de la teología a la historicidad.

Fue justamente la expansión del discurso empirista lo que produjo la retirada del sistema teológico y la
aparición de una mirada crítica sobre las formas sociales y culturales de la civilización. Una práctica
novedosa y elaborada que comenzaba con una interrogación precisa, procedimientos de búsqueda,
ordenamiento y selección, y concluía con un relato estructurado en la experiencia y comprensión de lo
descubierto; especie de objetivismo que constituía al mundo natural como un espectáculo proyectado a
un observador que imprimía su mirada en la misma acción del encuentro y que, como “extranjero”,
transfería la experiencia a la naturaleza propia de los objetos. Se fue imponiendo una escritura con
racionalidad historia. El mundo real encerraba ya por sí solo bastantes maravillas y misterios.

El descubrimiento también se encargó de contenidos propios de la revolución científica. La conexión


orgánica de lo viviente con lo natural, de la criatura con el ambiente. Así el eurocentrismo moderno tuvo
su bautismo en la nueva ciencia de la naturaleza viva. Seleccionar, comparar, clasificar, sistematizar
fueron las tareas con las que Buffon organizaba el saber científico. El pensamiento del siglo XVIII sobre
América (aún como región exótica) fue campo de un notable desarrollo discursivo en torno a dilemas
científicos universales. El continente que legaba a Europa como un desafío filosófico, teológico,
cosmográfico y político, ahora tras el derrumbe del pensamiento y la mentalidad barrocos, se
representaba como naturaleza y clima. No tiene otra explicación la extraordinaria popularidad que
alcanzó la metáfora imaginada por Voltaire sobre la cobardía del león americano. Europa iluminada
adquiría plena conciencia de sí misma como nueva civilización con un mandato no ya simplemente
cristiano, sino universal. En América hay una población “ruda e indolente”. Es a partir de este texto
cuando se introduce gradualmente una mirada que corrige la dirección cerradamente naturalista de los
detractores del Nuevo Mundo. Humboldt firma su admiración por una América compleja, furiosa y
sublime. Humboldt recoge plantas, siluetas fósiles, calcula cielos, analiza rocas, compila, clasifica, relata.
Así funda la rutina del viajero naturalista.

Todavía sobrevivían cierta confusión entre geografía e historia natural. Corresponden a esta época los
ataques más violentos contra las especulaciones metafísicas y contra la filosofía aristotélica que seguía
permeando parte del pensamiento científico. Una nueva cruzada a favor de la razón y la experiencia. El
desarrollo de la física como ciencia exacta y experimental contribuyó a precisar aspectos que referían a la
matematización y la experimentación. El elemento pedagógico que implicaba este proyecto botánico
requería que los principiantes en el metier acumulasen conocimientos a partir de una estrategia de
refundación global del saber, caracterizada por la conversación, el ordenamiento, la clasificación y
difusión del patrimonio común de la Historia Natural.

Se establecen un proceder general en materia de diseño botánico con una arqueología propia. El
desarrollo y el perfeccionamiento de las técnicas del dibujo y el grabado marcaron el prestigio de las
nuevas imágenes. Imágenes de una naturaleza portátil porque llega a transferir el conocimiento. Fue el
siluetado en las ilustraciones lo que podía responder técnicamente al principio básico de la mimesis,
construyendo el primer paso en la formalización de la imagen exótica en su definitiva estampación. Aquí
se produce el pasaje desde la existencia del objeto o hecho natural hasta su definición como figura
botánica. Figura comparable, desmembrable, ordenable, apropiable. Seres contenidos en un discurso
circundante, con superficies visibles, aproximados de acuerdo con sus rasgos comunes, virtualmente
analizables y portadores de una nomenclatura. Reinando la experiencia.

El carácter provisional de cada fase de este proceso es justamente la ganancia en relación con la
construcción de la imagen que resume el trabajo. El dibujo final, un montaje iluminado. Este aspecto
novedoso de las láminas botánicas es auspiciado por una imagen verosímil. Solo entonces el icono se
convertía en cuadro de la naturaleza, sinónimo de realidad. Apuraba el transito del ejemplar a una
estética del conjunto. Ya no era importante fijar el retrato de un tipo aislado sino identificar y analizar las
consecuencias de su presencia en un ambiente determinado. Esta fisionomía del paisaje incluyo a su vez
el conocimiento de la historia de la especie humana y de las civilizaciones. Los medios para difundir el
estudio de la naturaleza, afirmaba Humboldt, consisten en tres formas particulares bajo las cuales se
manifiestan el pensamiento y la imaginación creadora. la descripción animada de las escenas y de las
producciones naturales; la pintura de paisaje desde el momento en que ha comenzado a expresar la
fisionomía de los vegetales, y el cultivo más extendido de las plantas tropicales y las colecciones de
especies exóticas. La retórica del conocimiento moderno se apoyaba así, como nunca antes, en el
complejo método de la organización de los contextos.

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El matrimonio entre romanticismo y la escuela natural se consagraba. La innovación incluyo técnicas


para el transporte de los materiales. También determino posiciones, y, por lo tanto, ángulos diferentes
para el artista, y un ritmo cercano a los movimientos naturales, poro por sobre todo el ajuste de la forma
humana al reino natural. Fue un nuevo orden del encuentro con la naturaleza que organizó el dibujo al
aire libre recogiendo las enseñanzas de los pinceles de Rembrandt. Para mediados del siglo XIX, esa
sociedad burguesa excepcionalmente audaz y ambiciosa se cristalizaba en la “mentalidad global” del
sueño victoriano. La melancolía del humanismo dio paso al esplendor de las ferias. Para entonces el
programa histórico de Humboldt había establecido el orden de lo empírico y de lo práctico desde donde
era posible comprender el Cosmos.

Capítulo II
La especie humana se sitúa en un centro capaz de otorgar medida y dimensión a su alrededor. A raíz de
que tal posición asegurada, organiza y articula el orden cósmico, las relaciones modernas se constituyen
a partir de las confrontaciones de dichos centros. El compromiso de la Ilustración consistía en la función
de un orden o sistema sostenido en una ciencia institucionalizada y en una nueva prosa que ofreciese a
un público educado, reducido, pero en crecimiento, las verdaderas historias de pueblos y lugares
imaginarios. La defensa y celebración del nuevo rumbo de los estudios científicos incorpora la idea de la
densidad del contexto en todo razonamiento. El movimiento de un discurso analítico-referencial (y de
clase) que comienza a ser hegemónico.

Este modo diferenciado de observar y comprender se manifiesta en la relación entre el viaje y la


narrativa de expansión de las fronteras. Durante el siglo XVI, en plena etapa de los descubrimientos, las
crónicas, según vimos, se instalan como relatos políticos y globales constituyendo los orígenes del
discurso etnográfico, una herramienta apta para la apropiación colonial. Este desarrollo paralelo de los
imperios coloniales y el género de viaje fue también simultáneo al nacimiento de la industria editorial y a
la consolidación de las comunidades nacionales. Existió una funcionalidad esencial en el imaginario
europeo hacia lo no europeo, su papel comenzó a representar mucho más la vanidad objetiva que una
vocación ficcional de épica y misterio. Aun los textos más ilustrados del siglo son básicamente un
compendio de datos etnográficos estrechamente relacionados a la empresa colonial. La observación y
divulgación de las formas y costumbres de los pueblos nativos era una expresión que lejos de proveer
placer estuvo vinculada a las formas y herramientas de la dominación cultural.

La fascinación de la geografía por los territorios inexplorados, la invención de una cartografía cósmica y
la clasificación y exhibición del conocimiento son parte del dispositivo del pensamiento ilustrado. El
fenómeno colonial proporcionaba el teatro al proyecto cultural de la ilustración. Viajar, reconocer
nombrar fueron todas prácticas fundamentales del proceso de expansión capitalista. La narrativa en
primera persona y el minimalismo anecdótico requería personajes necesariamente humanizados. La
absorción de la sustancia narrativa dentro de la sensibilidad de un protagonista narrador potencio las
posibilidades de verosimilitud de la nueva literatura de viaje. La geografía del siglo XVIII con un lenguaje
disciplinar renovado. Proceso general de refinamiento, especificación y precisión del vocabulario
geográfico en un movimiento que se desplazó de un lenguaje figurativo hacia otro fundamentalmente
geométrico, y la elaboración de una perspectiva jerárquica y sistémica. Las observaciones astronómicas y
lo levantamientos geodésicos y topográficos realizados durante los viajes de la segunda mitad del siglo
XVIII permitieron elaborar una cartografía más exacta.

La precisión topográfica fue la preocupación máxima de la matemática aplicada a la geografía. El método


científico, la matemática y las estadísticas nacionales comenzaron a expandirse en todos los rincones de
la vida social. La geografía estuvo entonces comprometida con una mirada descriptiva que le permitió
unificar e integrar la presentación de la superficie terrestre y todo su contenido. La popularidad
alcanzada por las imágenes de un mundo señaló la decadencia de la mentalidad insular de pequeños
cosmos naturales y sociales coexistiendo. Hacia el final del siglo, los geógrafos estaban casi enteramente
ocupados en la descripción y representación global, y seguros de su nuevo lenguaje.

La modernidad otorgó a la cartografía un estatus privilegiado como parámetro de veracidad. La nueva


narrativa geográfica estuvo íntimamente relacionada con este giro y su operación sobre el encuentro de
Europa con los nuevos mundos. La expansión económica y la consolidación de los estados nacionales y
sus apetitos imperiales impulsaron a un conjunto de personas a la exploración del mundo entero. La
narrativa del reconocimiento se organizó alrededor de un relato lineal que replicaba la ruta del
observador y cada uno de sus registros de observación. El núcleo de tal práctica consistía en que cada
fenómeno debía ser incorporado al relato en el momento y espacio determinado de cada jornada. Toda

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narrativa del acto de reconocimiento, aun los cuadernos de viaje, fueron documentos construidos. Su
objetivo era enumerar los detalles de cada lugar dentro de un marco más amplio del espacio geográfico
representado por un mapa general. Tal narrativa ofreció al mundo un conjunto de variaciones exóticas
analizadas científicamente. Esta combinación entre hechos y teoría fue determinante en la configuración
del canon del género del relato de viaje. Las memorias geográficas fueron entonces reemplazadas por un
nuevo tipo de género que incluyó cálculos matemáticos y un frondoso álbum gráfico.

Capítulo III.
Prácticas que otorgasen coherencia y consistencia filosófica e ideológica a los nuevos territorios. El
nuevo discurso imperial y científico desplegó una pasión inédita por el cálculo y el ordenamiento. Se
trataba de un tipo de actividad vinculada a la significación de la territorialidad y del otro como elementos
centrales de la construcción de las identidades nacionales emergentes. El prestigio de esta empresa
estuvo fuertemente determinado por la convicción de poder organizar en similitudes, oposiciones,
rangos, jerarquías, parentescos y anomalías, un sentido universal. Técnicas de medición que convierten a
la disciplina en el paradigma del archivo científico. Al finalizar el siglo XVIII ya se habían desarrollado
sofisticados sistemas de cálculo, compilación y producción de datos geográficos. Sin embargo, el dilema
del mapa, símbolo de esta construcción, solo sería resulto con la utilización de una técnica exploratoria:
la triangulación. Los costos hicieron inviables las empresas individuales.

Requerían ciertas cualidades del observador, rigor, disciplina, ascetismo, así como instrumental
apropiado. Tales premisas propias de la tradición naval europea se trasladan al campo científico y al viaje
exploratorio. Incluyen instrumentos de cálculo productores de datos. La relación entre itinerario y
registro. El itinerario fija el registro que luego hace del mismo itinerario un trayecto reconocible. El credo
humbnoldtiano fue justamente la promoción del cálculo y la medición de la observación científica. La
demarcación de puntos de referencia constituyó el corazón de esta estrategia. La caja de instrumentos
era el musculo del proyecto, inseparable de la identidad científica del viaje.

Experimentos de representación gráfica: una manera revolucionaria y creativa de capturar los resultados
del trabajo instrumental de base empírica con el objeto de producir proposiciones acerca de la
interacción de los fenómenos físicos. El ascenso de la cartografía temática fue, como vimos, el resultado
también del desarrollo de corrientes filosóficas y de nuevas tecnologías. Los relatos de viaje tuvieron en
este modelo, las bases de un canon seguro, innovador y riguroso capaz de sostener un imperativo
comunicacional fundamental para el proceso de modernización planetaria. Fue una idea diferente del
viaje exploratorio, ahora orientado a la producción del relato físico del planeta.

El registro lineal corresponde, según la idea de Humboldt, a las aventuras marítimas. Una autentica
representación de la legalidad natural requiere el relato sincrónico. El viaje es sobre todo el viaje de los
instrumentos. El resultado, una traducción de la medición.

Capítulo IV.
El naturalismo, de Carl Linné, designa categorías para todas las especies de plantas en la Tierra, define
con exactitud el metier de la nueva vanguardia científica. La sistematización de la naturaleza es entonces
un proyecto de construcción de conocimiento científico a escala global. La extracción y colección de
especímenes desde sus exclusivos ambientes naturales y su asimilación a los paradigmas clasificatorios
europeos fue parte fundamental de la apropiación cognitiva del mundo no europeo. La colección de
especímenes se convierte en una actividad de prestigio científico e impulsa el boom de las exhibiciones,
jardines botánicos y zoos. Además del objetivo pedagógico de estas muestras, se trata de la
demostración cabal de las posibilidades del dominio de la naturaleza por algunos miembros exclusivos de
la especie humana.

El corazón de su estructura representacional se ubica en los cuerpos. Como otros viajeros, la apariencia
física de las poblaciones indígenas es un asunto clave. Hay una correspondencia entre atributos morales
e intelectuales y el aspecto físico y sobre todo facial de los nativos. Las formas humanas son un símbolo
que las especulaciones etnográficas comienzan a codificar. Así se establecen una serie de convenciones,
un sistema formal de correspondencias entre los rasgos, sobre todo facial y las inclinaciones morales,
que orienta las percepciones. Las formas humanas se convierten en un símbolo. Estos cánones se
extendieron al mundo, formando parte del proceso de legitimidad de la autoridad europea. El mestizaje
fue otra de las obsesiones de los europeos. Estas denominaciones ilustraron el proceso de jerarquización
rígido. Una recurrente referencia a la belleza releva que el valor estético se constituye como un criterio
importante en el sistema clasificatorio. El juicio racialista se entrecruza con el de género en el discurso de

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la sexualidad, construido sobre la condición inferior de la mujer y de los no europeos. Todos los
indígenas se parecen debido a la ausencia de cultura y civilización. Las diferencias son también
entendidas como patologías que hacen del otro una aberración de lo normal. El otro es juzgado en
oposición, generalmente a la vida burguesa.

Carmangnani: “El Otro Occidente”


Capítulo II: La reactivación.
Esta reorientación común favorece entonces un creciente acercamiento entre las áreas europeas y
americanas, en tal contexto el proceso de occidentalización latinoamericana recibe el impulso de dos
vectores importantes, derivados de la nueva concepción de la libertad: la libertad económica y la libertad
política, consagradas en las constituciones.

Los contactos más estrechos entre ambos continentes tienen ligar en el último tercio del siglo XVIII,
como consecuencia de libre comercio autorizado por las monarquías ibéricas y del comercio ilegal que
incentiva las relaciones directas entre americanos y europeos no ibéricos. Sin duda este proceso de
creciente apertura cultural de las áreas latinoamericanas encontró un punto de referencia importante en
la idea de que era posible abrirse a un contexto internacional más amplio y reformar de paso las
monarquías ibéricas sin renunciar necesariamente a la fidelidad al monarca y a la religión católica. Las
elites advertían que no se podía subestimar las tendencias insurreccionales de las clases populares y los
efectos desestabilizadores que podían generar a nivel social y económico. Se van perfilando así, antes y
durante el proceso de independencia, las nuevas ideas sobre derechos humanos y derechos del
ciudadano, la república, la libertad de comercio y la circulación de las personas, y se comienza a difundir
la confianza en la capacidad autónoma de los hombres y países latinoamericanos para aprovechar de la
mejor manera los recursos.

La situación en que se encontraban las monarquías ibéricas constituye un elemento inédito en el


escenario internacional surgido tras el tratado de Westfalia. Ahora bien, la situación actual es
interpretada en España y en América como una usurpación francesa. Inicialmente se reitera en América
la tradicional lealtad al rey y a la corona, pero en realidad comienzan a abrirse nuevos horizontes y muy
consistentes novedades. Ampliación de las libertades de los súbditos en el orden monárquico. Así, en el
calor del combate antifrancés se iba transformándola idea de libertad hasta imponerse el universalismo.
El trono vacante, permite a los súbditos de las áreas americanas conquistar una mayor libertad de
acción, en la cual se conectan operativamente la tradición y la modernidad, observable entre la fidelidad
a la monarquía y la exigencia de garantías constitucionales para los derechos humanos y del ciudadano.

Desde la conquista no había conocido otras formas de representación de sus intereses que no fueran los
delegados o procuradores en la corte del rey designados por los cabildos de las capitales de los reinos. La
relevancia de la decisión de la Junta Central es aún más evidente si se tiene en cuenta que al incorporar a
la América española a la gestión de la monarquía, en realidad estaba desahuciando la política absolutista
de los Borbones. La prolongación de la guerra de España contra Francia y el consiguiente reforzamiento
de las tendencias autonomistas y liberales en las áreas americanas y europeas desembocaron en la
convocatoria a cortes.

En 1810, el año más crítico para la monarquía española, las tendencias centrifugas autonomistas y el
descontento de los funcionarios reales influyó también en los proyectos de refundación de la monarquía
hispanoamericana. Tanto es así que la Junta Central convoca a las cortes en enero de aquel año. Esta
convocatoria será crucial en la transformación política americana, en cuanto introduce los principios de
representación de tipo liberal. Se impone aquí la idea de que los ciudadanos tengan la posibilidad de
plantear sus exigencias a través de diputados elegidos por quienes gozan de derechos políticos, mientras
que en España los diputados a las cortes serán designados con el criterio tradicional de la cooptación por
parte de las juntas regionales y las ciudades. Esta convocatoria a las cortes, además, modifica
sustancialmente la norma tradicional respetada, a ante los representantes de las ciudades y de los
estamentos nobles y eclesiásticos; es el abandono del sistema de representación por estamentos.

La Restauración redimensionó la incidencia internacional de las áreas americanas. Tras el Congreso de


Viena, el retorno de los antiguos monarcas, estableció un clima hostil hacia los nuevos Estados
independientes latinoamericanos. Dicha hostilidad se expresa en el reconocimiento parcial de la
soberanía nacional de las repúblicas, las cuales eran consideradas como gobiernos de facto, mientras se
difundían en la opinión pública europea opiniones negativas sobre los gobiernos republicanos. Nace de

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esta manera, en los años veinte del siglo XIX, el mito de la inferioridad política de los países
latinoamericanos. Los europeos alegan la incapacidad de los nuevos gobiernos americanos para
mantener el orden al interior de sus países y garantizar las propiedades de los súbditos extranjeros,
condición para el reconocimiento de la soberanía, como parte de la comunidad internacional. La
revolución latinoamericana no obtiene solidaridad alguna por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña, ni
siquiera luego de la firma de tratados de amistad y comercio. Una de las razones era la forma de
gobierno, la mayoría de los países eran repúblicas, mientras que en europea eran monarquías,
rompiendo el orden internacional regido desde el tratado de Westfalia por el principio monárquico y
dinástico; de cara a las relaciones internacionales.

Sin embargo, Gran Bretaña, codiciosa de los mercados americanos, desarrolló semiclandestinamente un
sistema positivo de derecho contractual que ignoraba pragmáticamente el principio de la soberanía
monárquica. La negociación de tratados comerciales constituía un mecanismo que en los hechos fingía
ignorar la novedad de la existencia de repúblicas en las áreas americanas. El resto de los países europeos
acabaron por imitar dicha fórmula. Los Estados unidos habían llegado a reconocer la independencia de
los países latinoamericanos, aunque no toda la opinión pública estadounidense miraba con simpatía a los
hermanos latinos. La Doctrina Monroe, frenó las ambiciones europeas en las áreas americanas al
respaldar el derecho de los americanos a darse formas de gobierno distintas de las europeas y explicitar
la oposición de los Estados Unidos a toda tentativa colonialista en cualquier región de América. Los
países latinoamericanos gozaban de relativa ventaja en el contexto internacional, al poseer una cultura
política común con Europa, gracias a lo cual participaban en la vida de la comunidad internacional como
entidades políticas independientes y constitucionales; frenando el retorno del colonialismo y el
expansionismo norteamericano. Solamente a partir de los años 1830 la Santa Sede, preocupada por la
propagación del liberalismo, acabaron por aceptar la fórmula de reconocimiento limitado de la soberanía
latinoamericana propuesta por Gran Bretaña. Se reconoció el derecho de patronato a las repúblicas a
cambio de que se proclamen a favor del catolicismo como religión oficial del Estado, y de que la Iglesia
siga disfrutando todas las prerrogativas coloniales.

El comercio exterior y las actividades productivas desarrolladas por empresarios extranjeros eran
fundamentales para la vida económica nacional, y en consecuencia los gobiernos se iban convenciendo
de la necesidad de incentivarlas e incluso protegerlas con normas y reglamentos inexistentes en la época
colonial. Las economías representaban una oferta importante de materias primas y una relevante
demanda de bienes europeos destinados a la producción de otros bienes y al consumo de los distintos
grupos sociales. Buenas relaciones que los gobiernos y los agentes económicos mantenían con las casas
mercantiles, así como la confluencia de intereses entre las empresas extranjeras y nacionales. La relativa
rapidez con que se llevó a cabo la apertura comercial y financiera de las economías latinoamericanas; y
demuestra hasta qué punto la independencia supuso una ventaja para estas áreas. Las economías
latinoamericanas supieron adaptarse a los profundos cambios requeridos por los nuevos servicios
financieros prácticamente inexistentes antes de la independencia.

Pero a diferencia de lo que ocurría antes de la independencia, el déficit comercial no llevaba


necesariamente al aumento de la exportación de minerales presiones, sino que generaba una serie de
innovaciones de las técnicas mercantiles y cambiarias que limitaban los efectos negativos del
desequilibrio en la balanza comercial. Esta imagen positiva se deterioró a consecuencia del no pago de
los intereses y cuotas de amortizaciones acordadas con los gobiernos europeos; debido a las guerras
internas y la deficiente administración pública.

A partir de 1820 comienzan a notarse algunas novedades en los puertos latinoamericanos: arriban naves
con distintas banderas, se hablan distintos idiomas, se llevan trajes a la moda de París, se consumen
bebidas hasta entonces desconocidas. Con poca repercusión en el Interior, debido a que no se lleva a
cabo modernización alguna de las vías de comunicación internas. Se trata de economías regionales que
durante el siglo anterior habían sido terminales de rutas mercantiles y que en la primera mitad del siglo
XIX lograron optimizar los recursos naturales y el factor trabajo, minimizando las desventajas del elevado
costo del transporte. El contingente humano de las nuevas áreas productivas, ya no está formado, por
marginales, sino por núcleos familiares que poseen conocimientos, medios de producción y capacidad de
trabajo. La abundancia de recursos naturales favorece una producción extensiva que requiere poca
mano de obra. Desequilibrio entre recursos naturales y mano de obra favorece un aumento de la
productividad en las áreas de agricultura consolidada o aquellas áreas de nueva producción de bienes del
alto valor, genera al mismo tiempo un desplazamiento de población y de fuerza de trabajo hacia áreas

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baldías, mejorando así las condiciones de vida de los que permanecen en las áreas productivas
preexistentes.

El estancamiento de la demanda internacional en el periodo 1825-1850 incentiva la expansión de los


productos nuevos, mientras todos los precios de los bienes coloniales tradicionales, se enfrentan además
de la competencia de productos idénticos procedentes de otras regiones americanas. Sin duda esta
capacidad productiva no habría sido posible sin la libertad de comercio y la consiguiente competencia
entre las encomias europeas en las áreas latinoamericanas, ya que no sólo se registra un aumento en el
movimiento naviero sino también una notable disminución en el valor de los fletes. La expansión
productiva y comercial fue sin duda condicionada por la insuficiente transformación en la organización
financiera y por la escasa disponibilidad de liquidez de los nuevos gobiernos independientes; producto
de la incompatibilidad del antiguo aparato fiscal colonial con un contexto orientado a la liberalización
económica interna y externa, así como la dificultad de reabsorber la cuantiosa deuda pública.

Se da comienzo en este periodo a un largo proceso que arranca de una sociedad edificada sobre la base
de la unidad familiar que ostenta prestigio, honor y riqueza, para llegar a una organización social fundada
en el individuo y en los valores individuales, los cuales se ordenan según los ingresos generados por
actividades desempeñadas en comunidades locales, ciudades o a nivel nacional. Se trata pues, del
proceso de secularización social favorecido por el nuevo contexto de libertad de los actores. Asume un
papel importante la extensión a los nuevos actores sociales del antiguo rango de vecindad. A partir de los
años 1820 la condición de vecino es sinónimo de familia y de jefe de familia, personas que viven
honestamente de su trabajo, con una profesión, actividad artesanal o comercio. Esto permite al jefe de
familia elegir y ser elegido en el nuevo sistema electoral nobiliar, acceder a la guardia cívica o
republicana y por lo tanto el derecho de llevar armas, ocupar puestos burocráticos o asumir cargos en los
gobiernos regionales o municipales.

La idea de nación no precede ni acompaña a la revolución independentista, pero se irá manifestando a


medida que los Estados independientes comienzan a definir sus formas de gobierno. Crece el valor del
alfabetismo y se atribuye mayor importancia a la educación, a los libros a la prensa. Comienza a ser vista
como un instrumento de promoción social. Toda la clase política empuja en dirección de una
centralización política y administrativa que acabe con el desorden generado por la desaparición o
pérdida de poder de las viejas instituciones coloniales, a fin de aprovechar las oportunidades ofrecidas a
todas las áreas latinoamericanas por la apertura de relaciones internacionales. Surgen sujetos y familias,
bajo el estatus de vecinos, que se hacen con el control de municipios, organizando milicias que les dan
importancia política; que por su propia naturaleza se oponen a cualquier tipo de centralización regional o
nacional (paternalismo/caudillismo). El mecanismo opresor justifica el mecanismo de autodefensa de los
municipios locales, que se traduce en milicias propias. El caudillo es entonces aquella personalidad que
sirviéndose de las nuevas relaciones de clientela patrón-patrón asume, en su calidad de una alianza de
gobernadores comandantes, funcionarios, parlamentarios y altos eclesiásticos que a través de los
mecanismos electorales y constitucionales lo promueve al gobierno regional o nacional.

La igualdad política va desgastando al antiguo orden jerárquico. Será gradualmente reemplazado por el
principio nobiliario, basado en la definición del ciudadano como el jefe de familia. Expresa una
combinación de reciprocidad basados en una distribución asimétrica de beneficios entre notables y no
notables y que acabará por erradicar las distinciones étnico-raciales, de modo que la condición de
notable se extenderá a jefes de familias negros y mulatos. El sistema electoral es un sistema que termina
reforzando los lazos entre el sistema informal, basado en la relación entre caudillo y clientela y el sistema
institucional, fundado en las elecciones indirectas. Gracias a estas redes, la práctica política se va
adaptando a las normas instituciones, permitiendo una progresiva institucionalización de los nuevos
sistemas políticos. La aparente inestabilidad deriva de la dificultad, que no hay que confundir con
incapacidad, de adecuar las diferencias regionales a la forma de gobierno nacional por la que se ha
optado, ya que para aplicar las nuevas constituciones era necesario reorientar la práctica política en
dirección de un acuerdo entre la pluralidad de intereses territoriales, sociales y políticos y los nuevos y
débiles cuerpos administrativos centrales.

Capítulo IV: El Mundo Euroamericano


Hubo optimismo entre las culturas europea y americana hasta el estallido de la primera guerra mundial.
Que reflejaba la ambición de los protagonistas históricos de definir formas de convivencia entre las dos
orillas del océano. Las nuevas instituciones nacionales e internacionales están regidas por el principio del
equilibrio entre potencias, gracias al cual las guerras se limitan geográficamente y son relativamente

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breves. La segunda mitad del siglo XIX muestra a todos los países del área europea en una posición
internacional mucho más activa respecto al periodo anterior. La soberanía de los Estados adquiere un
significado nacional y ya no es un atributo de la forma monárquica de gobierno. De hecho, en este
periodo se afianza la idea de soberanía popular, como freno a la dictadura de la mayoría y a una eventual
tiranía de los gobiernos, lo que permite a los estados republicanos americanos se conviertan ahora en
estados soberanos de jure, después de haber sido reconocidos de facto.

El nuevo orden internacional abierto, que no restringe el número de las grandes potencias ni las limita al
ámbito europeo, comienza a ser visible. La transición desde el concierto europeo al internacional
inaugura un sistema internacional de estados que toma en consideración la disparidad entre dichos
Estados, pero introduciendo la condición de que por mínimo que sea el poder de un Estado Soberano,
éste será de todos modos suficiente para reservarle un lugar en el equilibrio de las potencias. No es un
sistema de orden rígido, puesto que ofrece la posibilidad de participación en los asuntos mundiales a
todos los Estados Soberanos. El equilibrio entre las potencias no depende solo del peso económico,
militar o político de cada una de ellas, sino también de la presencia de pequeños Estados que pueden
desempeñar un papel desequilibrante.

La creciente participación está estrechamente vinculada con la aspiración de crear organizaciones


estatales capaces de controlar el territorio al interior de fronteras nacionales, lo que no ocurría en la
primera mitad del siglo. Para alcanzar dichos objetivos, los latinoamericanos recurren a los mismos
instrumentos aplicados por los estados europeos, es decir la aceptación y el respeto del derecho
internacional, la diplomacia y la modernización económica como mecanismo que permite acumular
recursos destinados a potenciar la fuerza militar. Todos los países sudamericanos, enfrentan problemas
fronterizos y las áreas disputadas son por lo general regiones vacías o pobladas por grupos étnicos que
los gobiernos aspiran a integrar en sus naciones a partir de un proyecto de centralización política y
administrativa. La ocupación y defensa del espacio nacional se convertirá entonces en el objetivo
prioritario de los gobiernos, cuya política se orientará a la ocupación política, militar, cultural y
administrativa de las áreas de frontera. La implementación de políticas de colonización de fronteras
movilizando nuevos contingentes demográficos capturados del flujo de la emigración europea.

Desde finales del siglo XIX las repúblicas latinoamericanas y los Estados unidos buscan una proyección
activa en la esfera internacional, dejando atrás las doctrinas vigentes tras la independencia que los
mantenían al margen del concierto europeo consagrado por el Congreso de Viena. El presidente
Roosevelt proclama la política “del buen vecino”, que es oficializada en la Conferencia Panamericana de
Montevideo de 1933, cuando los Estados Unidos y 18 países latinoamericanos firman un acuerdo que
reconoce la paridad de las soberanías americanos.

En el periodo 1850-1929 dos tercios del comercio europeo se desenvuelven dentro del viejo continente,
que prácticamente cierra sus fronteras a los bienes no europeos. Paralelamente la economía
latinoamericana triplica el producto bruto interno, duplica el ingreso per cápita, triplica la población y
quintuplica su participación en el comercio internacional. Encausado por la puesta en práctica de los
principios de libre comercio, incluso antes de la declaración de independencia política entre la primera y
la segunda década del siglo XIX. Sin embargo, sólo a partir de los años 1850 esta política se generaliza
con la eliminación de los aranceles proteccionistas, proceso que culmina en 1880. La liberalización
comercial supone la rápida abolición de los aranceles para todos los productos de exportación, su
reducción en el caso de las materias primas y bienes de capital importados y su atenuación para los
bienes importados destinados al consumo.

Los cambios en la composición de las importaciones son los que explican el proceso de transformación
productivo en las economías latinoamericanas. Cabe señalar la importancia que asume en estos procesos
la modernización del transporte ferroviario, de los servicios urbanos y comunicaciones postales y
telegráficas, todo lo cual contribuye a disminuir los costos de las transacciones comerciales entre las
economías europeas y latinoamericanas. Incrementan sus exportaciones en sectores nuevos, más
remunerativos y con mayor margen de crecimiento y demanda internacional. Una menor importancia
relativa va revistiendo la exportación de productos agropecuarios, la cual sin embargo sigue aumentando
en rubros como trigo, maíz, lino carne bovina y ovina, productos que exigen nuevas técnicas de
conservación y nuevas formas de comercialización y financiamiento.

La inserción de las áreas americanas al comercio mundial se explica también por los nuevos servicios
financieros, que facilitan las transacciones comerciales, a la vez que alcanza los capitales europeos a

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América. La convergencia de las áreas americanas en el patrón oro unifica por primera vez en la historia
los distintos sistemas de pago, regionales y luego nacionales, existentes desde el siglo XVI, canalizando
las finanzas públicas y privadas hacia el centro financiero de Londres. Los bancos prestaron dinero a los
nuevos Estados, así como participaron en las grandes campañas de infraestructuras, ferrocarriles
principalmente. La expansión de los nuevos servicios financieros se acelera de la mano del telégrafo. A
partir de los años 1870-1880 las declaraciones de principio favorables a la libertad de comercio
comienzan a coincidir con la realidad financiera.

En los Estados nacionales, aumenta el gasto destinado a infraestructuras, educación y salud. Se asignan
mayores recursos a la educación y a la seguridad social, como resultado de las crecientes demandas de
las nuevas clases sociales medias y populares. Infraestructuras ferroviarias y portuarias, de una red
telefónica y telegráfica, de servicios públicos. Los ferrocarriles incentivaron el comercio exterior a la vez
que al mercado nacional, rompiendo el aislamiento de los mercados regionales, disminuyendo la
disparidad de precios; la circulación de ideas, la comunicación entre las personas y la formación de una
nueva sociedad nacional. Transporte marítimo, el cual exige también grandes inversiones de capital.

Uno de los obstáculos más serios para el desarrollo: la baja densidad demográfica. La inmigración como
el acelerador de las necesarias transformaciones económicas, sociales y culturales. Los flujos de
migrantes que se mueven voluntariamente afectan a todo el planeta y parten desde el viejo mundo para
dirigirse sobre todo a América. Sin embargo, tan solo la mitad de los emigrantes se queda
definitivamente. La inmigración europea se intensifica en Argentina y Brasil al llegar la ola que viene de
los países mediterráneos, movimiento que aumenta después de 1890, momento en que comienza a
disminuir el flujo procedente de la Europa atlántica.

Nuevas formas de organización social se manifiestan en las áreas latinoamericanas a partir de 1850.
Inicialmente las asociaciones voluntarias se confunden con las organizaciones de tipo religioso y militar,
pero luego son sobre pasadas por las nuevas agrupaciones seculares, cuya existencia estimula el
nacimiento de otro tipo de asociaciones católicas a partir de finales de siglo. Con las revoluciones
liberales de los años 1850-60 y el reconocimiento de los derechos humanos y del ciudadano, se da un
nuevo impulso a la libertad de prensa y asociación y se neutraliza el control burocrático ejercido por los
gobiernos sobre los cuerpos intermedios de la sociedad. Estas iniciativas rompen con el monopolio de la
iglesia, quien retrocede frente a los códigos civiles y el avance del Estado. La revolución liberal es de
hecho un movimiento nuevo que crea una interacción entre clases, a fin de configurar un orden político
que extienda y asegure institucionalmente la libertad, la propiedad y el orden a todos los actores
sociales, al margen de su pertenencia territorial y étnica. La lucha anti-corporativista constituye un
estímulo para libertad de todos los actores sociales a nivel político. Nuevas constituciones con derechos
y deberes de los ciudadanos, la forma de gobierno y el equilibrio entre poderes constitucionales. El
constitucionalismo liberal delimita las esferas de competencia de los tres poderes del Estado y fija demás
los mecanismos de control sobre los mismos.

Las diferenciaciones entre ciudadanos, que implicaban los distintos tipos electorales, debieron ser
reemplazadas por fuerza del avance liberal. Con la creciente actividad en los clubes y partidos políticos,
desde 1890, las reivindicaciones ciudadanas forzaron a las elites a un cambio en las reglas electorales.
Estas reformas tendieron a reducir la distancia que se venía acentuando entre gobernantes y ciudadanos.
Disminuyendo la presencia de notables en los parlamentos, a la vez que se incorporan administrativos,
profesionales y empresarios. Los nuevos protagonistas son los partidos políticos que vieron concluida su
formación, desde pequeñas asociaciones con la emergencia de nuevos ciudadanos electores,
preocupados por las cuestiones sociales; todos consientes de la importancia del Estado como
centralizador de la identidad nacional. Los estados federales comparten con las provincias le legitimidad
de mando.

Viotti da Costa: “Brasil: La Era de la Reforma, 1870-1889”


Cambio económico y social. Durante el siglo XIX hubo importantes cambios demográficos en Brasil. La
población aumentó de 3,8 millones en 1822 a 14 millones en 1889, año de la proclamación de la
República. Los esclavos, que habían constituido más de la mitad de la población en 1822, era solo el 5%
en 1888. La población esclava disminuyó en las ciudades y se concentró en las aéreas de las plantaciones,
en las cuales la economía estaba en expansión. En 1822, casi el 70% vivía en áreas de plantación
azucarera del noreste y del este; en 1879 se redujo a un 35%, mientras que el 65% se encontraba en las
provincias cafeteras del sur; área también preferida por los inmigrantes. La exportación era el fuerte de

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las ciudades y de los sectores rurales relacionados a la importación-exportación, que dejaban grandes
recompensas económicas, que sin embargo regresaban a Europa para compensar las inversiones y
créditos, principalmente británicos.

El sistema político del Imperio. Según la constitución de 1824, el emperador era el responsable del
nombramiento y la promoción de personal en la burocracia civil y militar. Aprobaba la legislación del
Parlamento y distribuía los recursos entre las ramas administrativas. El proceso político estaba viciado
por el fraude electoral, que permitía al gabinete la manipulación de las elecciones a favor de su propio
partido. Ninguna de las reformas atacó la base del fraude, que era la concentración por parte de
minorías de tierras y ofertas de trabajo de las grandes mayorías, permitiendo el asentamiento de una
fuerte oligarquía. El clero comprometido con la nueva línea agresiva adoptada por Pío IX, compartía
sentimientos de ahogo. La Iglesia estaba atada al Estado y dependía del patronazgo político; lo que
permitía domesticar a las elites regionales.

Las políticas de la reforma. Los tres manifiestos radicales de 1868-1870, liberal, radical y republicano,
tenían los mismos fines, aunque difieran en el grado de radicalismo. Intentaban reducir la interferencia
del gobierno en el sector privado, aumentar la autonomía provincial y socavar el poder de las oligarquías
tradicionales. El estado fue duro con los sacerdotes, pero más flexible con los militares. En 18787, los
conservadores fueron desalojados del poder tras diez años de gobierno.

El año 1889 no marcó una ruptura significativa en la historia brasileña. El país continuó dependiendo,
como lo había hecho siempre, de las exportaciones de productos agrícolas al mercado internacional y de
las inversiones extranjeras. El poder siguió en manos de los plantadores y comerciantes y de sus aliados.
El sufragio universal no incrementó sustancialmente el electorado, ya que el requisito de no ser
analfabeto impedía votar a la mayoría de la población brasileña. El sistema de patronazgo y clientelismo
permaneció intacto y los grupos oligárquicos continuaron teniendo el control de la nación con exclusión
de las masas. El sufragio universal, la adopción de un sistema federal, la abolición del carácter vitalicio de
los escaños del Senado, la abolición del Consejo de Estado y del poder moderador, la separación de la
Iglesia y Estado, todos los objetivos por los que habían luchado las reformitas, no tuvieron los efectos
milagrosos que se les había supuesto. El principal logro de la republica fue el de llevar al poder a una
nueva oligarquía de plantadores de café y sus clientes que solo promovió los cambios institucionales que
necesitaba para satisfacer sus propias necesidades. Para todos los demás grupos sociales, el 15 de
noviembre fue un engaño.

Halperín Donghi: “Historia Contemporánea de América Latina”


Reformulación del pacto colonial, nuevas posibilidades a la economía indiana, el peso de una metrópoli
que entendía reservarse muy altos lucros por un papel que se resolvía en la indeterminación con la
nueva Europa industrial. La lucha por la independencia sería en este aspecto la lucha por un nuevo pacto
colonial. La reforma político-administrativa, no puedo resolver los problemas fundamentales del
gobierno de la América española y portuguesa, con ligas de intereses locales demasiado poderosas.
Aseguro a las colonias una administración más eficaz que la antes existente. Los colonos prefieren tener
que enfrentar una administración ineficaz, ya que desarrollaban una oposición contra el creciente
centralismo. La crítica de la economía o de la sociedad colonial, la de ciertos aspectos de su marco
institucional o jurídico no implicaban entonces una disminución del orden monárquico o de la unidad
imperial. La implicaban todavía menos por cuanto la Ilustración americana estaba lejos de romper con el
pasado. El elemento desencadenante común en las tensiones creadas por la reforma administrativa, era
el aumento de la presión impositiva; aunque las respuestas fueron localmente muy variables. Una parte
de su población nativa iba a ver en el mantenimiento del orden colonial la mejor defensa de su propia
hegemonía, y en ésta la única garantía contra el exterminio a manos de las más numerosos castas
indígenas y mezcladas.

En América española, la crisis de independencia es el desenlace de una degradación del poder español
que, comenzada hacia 1795, se hace cada vez más rápida. El primer aspecto de esa crisis: ese poder se
hace ahora más lejano. La guerra con una Gran Bretaña que domina el Atlántico separa progresivamente
a España de sus indias. Hace más difícil mandar allí soldados y gobernantes, hace imposible el monopolio
comercial. Medidas de emergencia autorizan la progresiva apertura del comercio colonial con otras
regiones, a la vez que se conceden a los colonos libertad para participar en la ahora más riesgosa
navegación sobre las rutas internas del Imperio. Todo frente al atlántico del imperio español aprecia sus
ventajas y aspira a conservarlas en el futuro. Esas colonias se sienten enfrentadas con posibilidades

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inesperadas. La transformación es paulatina: sólo Trafalgar, en 1805, da el golpe de gracia a las


comunidades atlánticas de España. Como los comerciantes especuladores, también los productores a los
que las vicisitudes de la política metropolitana privan de sus mercados tienden a ver cada vez más el lazo
colonial como una pura desventaja. El agotamiento de los vínculos entre metrópoli y colonias comenzará
a darse más tardíamente que en lo comercial, pero en cambio tendrá un ritmo más rápido.

Inglaterra se halla necesitada de mercados que reemplacen los que se le cierran en el continente. El
virrey que en 1806 y 1807, ha huido frente al invasor, es declarado incapaz por la Audiencia;
interinamente lo reemplaza Liniers, el jefe francés de la Reconquista. La legalidad no se ha roto; el
régimen colonial está deshecho en Buenos Aires: son las milicias las que hacen la ley, y la Audiencia ha
tenido que inclinarse por su voluntad. Es el estallido de un drama de corte, cuyo ritmo gobierna desde
lejos Bonaparte. En las colonias estallan las tenciones acumuladas en las etapas anteriores, las elites
urbanas españolas y criollas desconfían unas de otras, ambas proclaman ser las únicas leales en esa hora
de prueba; para los peninsulares, los americanos solo esperan la ruina militar de España para conquistar
la independencia. Las colonias se organizan en justas de gobierno que, como la metropolitana de Sevilla,
gobierna en nombre del rey cautivo, Fernando VII. Los grandes cuerpos administrativos ingresan en el
conflicto político para conferir una legitimidad por otra parte bastante dudosa a las soluciones que esas
fuerzas han impuesto.

Estos episodios preparan la revolución. Mostraban, en primer término, el agotamiento de la organización


colonial: en más de una región ésta había entrado en crisis abierta; en otras, las autoridades anteriores a
la crisis revelaban, a través de sus vacilaciones, hasta qué punto habían sido debilitadas por ella. Los
puntos reales de disidencia eran las relaciones futuras entre la metrópoli y las Indias y el lugar de los
peninsulares en éstas. Ni la veneración por el rey cautivo, ni la fe en un nuevo orden español surgido de
las cortes constituyentes, podían aglutinar a este subcontinente entregado a tensiones cada vez más
insoportables. Esta España resistente, reducida a Andalucía y luego al recinto de Cádiz, parecía dispuesta
a revisar el sistema de gobierno de sus Indias, y convertirlas en provincias ultramarinas de un reino
renovado por la introducción de instituciones representativas; el monopolio económico estaba muerto.

Las revoluciones comenzaron por ser tentativas de los sectores criollos de las oligarquías urbanas por
reemplazarlos en el poder político. En 1810 la Junta Suprema de Sevilla, depositaria de la soberanía, era
disuelta sangrientamente por la violencia popular. Este episodio es seguido en casi todas partes por la
revolución colonial, una revolución que ha prendido ya a presentarse como pacífica y apoyada en la
legitimidad. Sin duda había razones para que un ideario independentista maduro prefiriese ocultarse a
exhibirse. Los revolucionarios no se sienten rebeldes, sino herederos de un poder caído, probablemente
para siempre. El nuevo régimen aspira a ser heredero legítimo de éste: en los defensores del antiguo
régimen le interesa mostrar a rebeldes contra la autoridad legítima. Son los cabildos abiertos los que
establecen las juntas de gobierno que reemplazan a los gobernantes designados desde la metrópoli.

Los gobiernos tenían que formar ejércitos cada vez más numerosos, en los que las clases altas sólo
proporcionaban los cuadros de oficiales; eso suponía armar a un número creciente de soldados
reclutados entre la plebe y las castas. Tenían que mantenerlos pasablemente satisfechos; ello implicaba
una tolerancia nueva en cuanto al ascenso. Ahora pasan a primer plano jefes criollos, y aun algunos de
los futuros generales mestizos de la Hispanoamérica independiente han alzado su grado en las filas
realistas. El libre comercio significa una vertiginosa conquista de estructuras mercantiles por
emprendedores comerciantes ingleses, que vuelcan sobre Sudamérica el exceso de una producción
privada de su mercado continental. Todo es ahora mucho más barato; comienza la lenta rutina de las
artesanías regionales.

Vencida la revolución, la represión utiliza mecanismos parecidos. La transformación de la revolución en


un proceso que integra a otros grupos al margen de la elite criolla y española ha avanzado de modo
variable según las regiones, donde las disensiones revolucionarias son las de las oligarquías municipales,
cuyo dominio no ha sido aún cuestionado. Pero en todas partes se ha avanzado demasiado en este
sentido para que sea posible clausurar todo el episodio con una deplorable rencilla interna a las elites del
orden colonial; hay ya demasiados interesados en que esto no suceda. Las soluciones políticas se
subordinan a las militares; a los episodios armados de una compleja revolución los reemplaza una guerra
en regla. Entre la primera y la segunda etapa de la revolución hispanoamericana se dio la restauración en
España y en Europa: de ella derivaban para la revolución peligros, pero también posibilidades nuevas. La
restauración absolutista española enfrentaba demasiados problemas internos para poder consagrar un
esfuerzo constante al sometimiento de las colonias aún sublevadas; tenía, además, que contar con la

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presencia de fuertes tendencias liberales en el ejército al que tocaría la tarea reconquistadora. Por otra
parte, la pobreza publica y probada, hacía más difícil la empresa de reconquista. Finalmente, la
revolución liberal de 1820, creaba una situación nueva. No pretendían renunciar a las colonias, pero
preferían salvar lo salvable, reconociendo la independencia de las tierras que se habían sublevado,
manteniendo las que se habían mostrado sumisas. La España liberal fue mal vista desde el comienzo por
los americanos contrarios a la revolución. La restauración del absolutismo en 1823 llegaba demasiado
tarde para influir, donde ya se preparaban los preparativos para la Independencia. Esto permitió a Gran
Bretaña poder inclinar su balanza a favor de los nuevos estados, secundado por Estados unidos, con la
Doctrina Monroe, 1823, que declaraba la hostilidad norteamericana a una empresa de reconquista
española.

Mientras en el Sur la iniciativa había correspondido a las elites urbanas criollas, en México la revolución
comenzó por ser una protesta mestiza e india. Se ha visto ya como en 1808 se dio en México. Se ha visto
como en 1808 se dio en México una primera prueba de fuerza entre las elites criollas y peninsulares;
vencedoras las segundas, la nueva oportunidad de 1810 iba a ser aprovechada por un inesperado
protagonista. El cura de Dolores, rica parroquia en el centro-norte minero, era Miguel Hidalgo. Algunos
gobernantes alentaron sin excesivo entusiasmo sus proyectos. Como jefe revolucionario logró la
adhesión de multitudes fervorosas. En septiembre de 1810, Hidalgo proclama su revolución: por la
independencia, por el rey, por la religión, por la Virgen india de Guadalupe, contra los peninsulares.
Peones rurales, y luego los de las minas, se unieron a las fuerzas revolucionarias, que tomaron
Guanajuato, donde la masacre y el saqueo hicieron mucho por separar del movimiento a los criollos
ricos. Cayeron ante los ejércitos rebeldes, inmensas multitudes mal armadas de composición
perpetuamente variable. Los hombres de Hidalgo fueron vencidos en el Monte de las Cruces, tras lo cual
se retiraron para reorganizarse, lo que fue fatal. La revolución se derrumbó después de una retirada que
terminó en fuga, Hidalgo fue capturado en Chihuahua y ejecutado. La revolución iba a encontrar un
nuevo jefe en otro eclesiástico, José María Morelos; quien ganaría paulatinamente el predominio sobre
los demás jefes revolucionarios locales. En 1812 elabora un programa que incluye la abolición de las
diferencias de casta y la división de la propiedad en manos de enemigos. También Morelos iba a ser
vencido y ejecutado en 1815. Un oficial criollo, Agustín Iturbide, se pronunció y pactó con Guerrero el
plan de Iguala, que consagraba tres garantías (independencia, unidad en la fe católica, igualdad para los
peninsulares respecto de los criollos) y preveía la creación de un México independiente gobernado por
un infante español cuya elección se dejaba a Fernando VII; quien se negó a darlo.

Brasil ofrece en este sentido un término de comparación adecuadísimo; allí la independencia se alcanzó
sin una lucha. Portugal había renunciado a cumplir plenamente con su función de metrópoli económica
respecto de sus tierras americanas, pronto integradas junto con la madre patria en la órbita británica;
aun los esfuerzos reales del despotismo ilustrado portugués por aumentar la participación metropolitana
en la vida brasileña habían sido necesariamente menos ambiciosos que los de la España de Carlos III.
Portugal, luego de una primera etapa que lo mostró integrando muy en segundo plano el bloque
contrarrevolucionario, se había acogido a una neutralidad fundada en el doble temor a la potencia naval
británica y a la potencia terrestre francesa, que la alianza de Francia y España transformaba en amenaza
directa. La pérdida de la metrópoli significó un cambio profundo en la vida brasileña, ahora Río de
Janeiro se transformaba en corte regia. En 1817 estalló una revolución republicana en el Norte, no
fácilmente sofocada. Pero en 1820, la revolución liberal estalló a su vez en Portugal; el rey se decidió
entonces a retornar a su reino, dejando a su hijo Pedro como regente del Brasil, a quien le aconsejó
ponerse al frente del movimiento de independencia de todos modos inevitable. La ruptura fue acelerada
por la difusión de tendencias republicanas en Brasil, y por la tendencia dominante en las cortes liberales
portuguesas a devolver a la colonia a una situación de veras colonial, mal disfrazada de unión estrecha
entre las provincias europeas y americanas, estas últimas insuficientemente representadas en el
gobierno central. Mientras el regente don Pedro ensayaba una política intermedia, la guerra de
Independencia se libraba ya de modo informal en el sitio de las fuerzas portuguesas. Finalmente, ante las
exigencias de las cortes liberales, que conminaban al infante a volver a una estricta obediencia a sus
directivas centralizadoras, don Pedro proclamo la independencia en Ipiranga (7 de septiembre de 1822).
En 1824, Pedro I daría una constitución, liberal y parlamentaria.

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Tutino: “Soberanía Quebrada, Insurgencias Populares, Y la


Independencia de México: La Guerra de las independencias, 1808-1821”
La independencia nacional no era uno de los objetivos en 1808 o 1810. La mayoría de los disidentes
políticos buscaba la autonomía dentro del imperio, con base en demandas de tierra, derechos de los
pueblos e independencia religiosa. Para los habitantes de las capitales provinciales, los pueblos
circundantes y diversos poblados rurales, el Estado nacional equivalía a una nueva concentración de
poder, menos lejana a la Monarquía de Madrid, y a menudo más demandante. Las exigencias de poder
estatal nacional, derechos provinciales e independencia de los pueblos se desarrollaron de manera
simultánea. Estas demandas compartían su oposición a los poderes establecidos. Los conflictos en la
Nueva España de 1808-1821 fueron una guerra de independencias, una guerra por y entre autonomías,
cargadas de las contradicciones que surgieron cuando la sociedad enfrento la provocación napoleónica
de 1808.

Con la captura de Fernando VII había un vacío de soberanía legítima en toda España y sus dominios. El
ayuntamiento de la ciudad de México contaba con una gran fuerza cuando convocaron a representantes
de ciudades y pueblos españoles de toda Nuevas España a una reunión para construir la soberanía. El
virrey representaba al monarca cautivo; el ayuntamiento de la ciudad representaba a elites
terratenientes y a profesionales. La Junta convocada de la Nueva España congregaría a representantes
de los poderosos para producir la soberanía en ausencia del monarca. El golpe de septiembre de 1808
profundizó la división entre españoles americanos e inmigrantes. Mientras tanto, los movimientos de
guerrilla que promovieron juntas en toda España convocaron una Junta Central en Sevilla con el fin de
forjar una nueva soberanía para España y el imperio. El proceso para elegir representantes y generar
peticiones se desarrolló durante 1809, pero la Junta Central apenas comenzaba su trabajo cuando los
franceses tomaron Sevilla. Entonces la se convocó en Cádiz, puerto que unía a España con sus posesiones
americanas. La apertura política que llevó a las Cortes de Cádiz fue limitada. Las elites provinciales se
reunieron en juntas clandestinas para exigir su participación en la reconstrucción de la soberanía. Estas
juntas siguieron el precedente ibérico; no conspiraron para conseguir la independencia; que luego
fueron denunciados y aplastados por autoridades leales, ante el arresto inminente, el padre Miguel
Hidalgo, llamaron al levantamiento en Dolores el 16 de septiembre de 1810.

La revuelta de hidalgo inicio tras dos años de soberanía incierta, debates sobre participación y
hambrunas que acechaban al pueblo. Con todo, sólo las élites provinciales y pueblos rurales se unieron a
la sublevación. Exigían el derecho a participar en la creación y el ejercicio de la soberanía, siempre en
nombre de Fernando VII, contra Napoleón. Las elites vieron con recelo los levantamientos populares que
amenazaban al régimen, expropiaban riquezas y atacaban el orden social. Sometieron a los rebeldes de
hidalgo en Puente de Calderón, en enero de 1811. Hidalgo, Allende y otros líderes no tardaron en ser
capturados, juzgados y ejecutados. Esta derrota, dejó a los rebeldes políticos e insurgentes populares
luchando en movimientos regionales dispersos. A partir de 1813, surgió la alternativa de exigir los
derechos municipales ofrecidos por la Constitución liberal de Cádiz de 1812. Pero cuando Fernando VII,
luego de regresar al trono, dio fin al gobierno liberal en 1814, sólo quedó la insurgencia política, ya en
deterioro, que se desplomó en 1815, y las insurgencias populares que comenzaron a decaer en 1815. El
movimiento guerrillero sobrevivió gracia a José María Morelos, buscando unir a todos los nacidos en
México, españoles, mestizos, mulatos e indígenas, como americanos oprimidos por España y sus
inmigrantes (en los puestos administrativos).

¿Por qué la insurgencia persistió en gran parte del Bajío, mas no en las cuencas alrededor de Querétaro?
Gran parte de los pueblos rurales vivía en tierras de haciendas privadas, y los habitantes eran en su
mayoría de origen mixto y vivían en un mundo comercial donde se les identificaba como españoles, unos
pocos mestizos, muchos mulatos y muchos más indios. Alrededor de 1800, la mayoría de las familias
rurales en todo el Bajío vivía en haciendas, en pueblos de orígenes étnicos amalgamados. El patriarcado
era la relación central que derivaban las jerarquías de desigualdad social en el bajío. Los hombres
poderosos dirigían la economía como empresarios y dominaban los ayuntamientos españoles de las
ciudades y pueblos más importantes de la región. Estos hombres poseían y presidían las propiedades
agrícolas, a menudo irrigadas, que dominaban la zona rural del Bajío. El patriarca lo definía la
organización de los pueblos en las haciendas y la vida de sus familias. En 1808, las familias del Bajío
enfrentaron profundas inseguridades. Los hombres luchaban por defender el patriarcado. No podían
mantener a sus familias. Estos problemas fueron provocados por los terratenientes y administradores
que aumentaron las rentas y redujeron los salarios, al tiempo que aprovechaban abiertamente la escasez

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de granos para subir los precios. En ese contexto, miles de habitantes del Bajío respondieron al llamado
de hidalgo en septiembre de 1810. Las familias de las repúblicas de indios en el altiplano mesoamericano
enfrentaron retos similares en contextos diferentes; principalmente debido al aumento de población y a
la escasez de tierras cultivables, cuando eran buenas las cosechas. En este contexto la participación de
los pueblos mesoamericanos en la revuelta de Hidalgo fue limitada.

En general donde la seguridad del patriarcado dependiente cedió su lugar a inseguridades dependientes
que atacaban el patriarcado, muchos hombres abrazaron la insurrección, y más tarde ayudaron a
mantener insurgencias duraderas. Donde la autonomía patriarcal siguió basada en repúblicas de indios
ligadas a las haciendas mediante explotaciones simbólicas, pocos se unieron a Hidalgo en 1810. Las
comunidades del Bajío rechazaron el poder del régimen y las propiedades agrícolas y descubrieron la
independencia y los riesgos mortales de la movilización armada. La mayoría de las repúblicas
mesoamericanas de indios, reafirmó sus orientaciones hacia los tribunales.

¿Cuál fue el papel de la religión y de otras expresiones culturales en la promoción o inhibición de las
insurgencias? Si bien las lealtades religiosas a menudo alimentaban y en ocasiones orientaban las
movilizaciones de los pueblos, raramente distinguían a quienes se volvían insurgentes de quienes
negociaban asuntos familiares y del pueblo por otras vías. Todo se entendía y legitimaba de formas
religiosas; las visiones religiosas daban forma a los pueblos, ya fueran insurgentes o no, de maneras
esenciales. Allí donde los hombres experimentaron las presiones demográficas, la inseguridad económica
y la hambruna como desafíos al patriarcado, la insurgencia fue bienvenida. Allí donde el patriarcado se
mantuvo, los hombres persiguieron sus metas familiares y comunes por medios menos conflictivos. La
división étnica local inhibió la movilización lo cual permitió que las milicias mantuvieran la paz mientras
que las haciendas seguían produciendo y fortalecían el patriarcado.

Cuando la noticia de la Constitución liberal de Cádiz llego a la Nueva España en el verano de 1812, las
insurgencias siguieron desafiando a los gobernantes. El nuevo orden político ofreció nuevas
oportunidades, sobre todo durante 1813. Elecciones de los representantes, diputaciones provinciales,
derechos municipales (sin bases ni limitaciones étnicas), la Constitución estableció la privatización de las
propiedades de los pueblos. Las municipalidades pudieron multiplicarse y se crearon en las repúblicas
indias. Los españoles y mestizos obtuvieron nuevos derechos en los pueblos indígenas. La insurgencia
decayó frente a las oportunidades de participación ofrecidas por la constitución. Morales no puedo
competir con la opción legalista, incluso cuando ofreció la independencia nacional, por lo que no logró
captar ni el Bajío, ni grandes regiones en general.

Fernando VII, restaurado en 1814, no entendió que los liberales habían peleado en su nombre para
restaurar la independencia española de la península y para que la Nueva España siguiera siendo una
colonia. A medida que los pueblos del valle de México perdían sus derechos municipales, muchos
crearon milicias patrióticas para defender al régimen. Éstas también ayudaron a consolidar los poderes
patriarcales entre notables y milicianos. Los pueblos de las cuencas mesoamericanas alrededor de la
ciudad de México se refundaron sobre autonomías patriarcales cuando Cádiz cayo y las insurgencias
populares fueron derrotadas. Concluyeron finalmente en el verano de 1820, salvo en las regiones
aisladas. Las concesiones negociadas acabaron con las sublevaciones populares, trajeron ganancias
reales: el gobierno local y las milicias, así como la producción en tierras arrendadas, consolidado el
patriarcado.

Con la restauración de la Constitución de Cádiz, a principios de 1820, bajo presiones de sectores liberales
y militares, Fernando VII se convirtió en monarca constitucional. En este contexto, Iturbide reunió una
coalición que buscaba la autonomía constitucional bajo el mando de Fernando VII. Para noviembre de
1821, convirtió a México en un imperio independiente de España. El Plan de iguala condujo a la
independencia de México, e inauguró más de un siglo de conflicto social y político. Sin embargo, una vez
alcanzada la independencia, el Imperio se desarticuló, y la coalición que lo había creado se desmembró,
principalmente por la falta de apoyo de las cortes españolas y del rey Fernando VII. Los liberales
mexicanos estaban dispuestos a luchar contra los viejos estamentos y los republicanos contra el Imperio
como sistema, la coalición previa solo logró la independencia. El imperio cayó en 1823 a manos de
fuerzas que combinan una visión republicana y una constitución federal, proclamada la república en
1824. Pero en 1828 Guerrero, el primer presidente fue derrocado y asesinado. Para 1830 una nueva
coalición que se pesaba conservadora tomó el control de la República.

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Pimenta: “Brasil y las Revoluciones de Hispanoamérica (1808-1822)”


Brasil fue el único Estado que, en forma estable y sostenible, adoptó un régimen de gobierno
monárquico; el único Estado que mantuvo la esclavitud colonial, y también el único que logró construir
una unidad territorial nacional equivalente a la que existía en los dominios coloniales. Los
comportamientos impuestos por las revoluciones hispanoamericanas al proceso de independencia
política de la América portuguesa. Esas revoluciones fueron amplia y detalladamente acompañadas en
Brasil, donde despertaron un profundo interés y estimularon actitudes colectivas que, en medio de un
panorama nebuloso en cuanto a las alternativas de futuro previstas para el estremecido Imperio
portugués, serían determinantes en la configuración del proyecto de separación política de Brasil y
Portugal, en 1822.

El impedimento de Carlos IV y Fernando VII ocasionó, de inmediato, un dramático vacío de poder de la


autoridad política máxima del Imperio. La retirada de la familia real de Lisboa en noviembre de 1807
rumbo a América, bajo la protección de la Armada británica, materializaba un proyecto que había sido
sugerido con anterioridad, que rompía con la posición neutral de Portugal entre Francia y Gran Bretaña.
No hay duda que la medida le garantizó a la monarquía de Braganza un aliento del que la impedida
monarquía de Borbón no disponía en ese momento. La creación de un centro máximo de poder político
imperial en territorios americanos, traía consigo la certeza de que los destinos de los territorios lusos se
encadenaban a los de los territorios hispánicos. La crisis de autoridad que recaía sobre los dominios de
Borbón ofrecía así a la Corte portuguesa posibilidades favorables de intervención en los asuntos de su
nueva vecindad. No obstante, esas posibilidades solamente se concretarían porque la intervención en
aquellos temas se convertía desde ya en condición sine que non para el éxito de la tarea representativa
de la integridad de la monarquía de Braganza y de la unidad de sus dominios.

La política desarrollada desde entonces por la Corte portuguesa sería, en realidad, bastante delicada y
circunscripta: partía de la conciencia de que la crisis que afectaba a la monarquía española también hacía
referencia a ella. La información, se convertía en un arma fundamental. La principal fuente de
información de los estadistas portugueses sería el Correio Brasiliense, periódico que, editado
mensualmente en Londres, tría noticias, rumores, documentos y análisis sobre los asuntos relacionados
con el Imperio portugués, con mención especial a los acontecimientos hispánicos. Más tarde prohibido
por don Juan, circulaba por la propia Corte, las capitanías de Brasil, en Europa, en rutas comerciales
marítimas y terrestres, establecidas entre diversas regiones de Brasil y de la América española,
alimentando el flujo de rumores, informaciones y publicaciones extranjeras, escuchadas y leídas con
avidez lambien por la Corte. Desde mayo de 1808, Brasil contaba con su primera imprenta, la imprenta
Regia, y desde septiembre con su primer periódico, la oficial Gazeta do Rio de Janeiro.

En Brasil, la transformación y ampliación de los espacios públicos, de discusión política, promocionadas


por la transferencia de la Corte se desarrollaban de manera progresiva, alterando radicalmente las
propias formas del ejercicio de la política en todos sus niveles y en todos los estratos sociales. En 1810,
ese desarrollo coincidía con la gravedad de la crisis de la monarquía española: la formación de juntas de
gobierno en nombre de Fernando VII en muchas partes de territorios americanos, representaban a los
ojos de los observadores portugueses el inicio de una trayectoria innegablemente independentista. En
medio de las incertidumbres, temores y expectativas. Los temores tenían que ver con la posibilidad de
que el Imperio siguiera el mismo camino que el español, y que las influencias vecinas afectaran el orden
vigente en Brasil. Circulaban por la Corte, copias del Plan de operaciones, elaborado por el gobierno
provisional de Buenos Aires, que planeaba la propagación de ideas revolucionarias en Brasil. A partir de
1810, la vigilancia por parte de las autoridades portuguesas, se centró en los españoles, especialmente
los provenientes de Hispanoamérica.

La Corte de Río de Janeiro era una Corte atemorizada, y esto se refleja en su política externa. En 1810
refuerza la presencia de agentes diplomáticos en Buenos Aires. En 1811 hubo medidas de intervención
militar en Perú, Chile y Paraguay, donde las tropas portuguesas rechazaban la autoridad de los gobiernos
provisionales. En la Provincia Oriental, ese apoyo se materializó en un principio en el suministro de una
imprenta que a partir de 1810 empezó a publicar la Gaceta de Montevideo, en oposición a la
revolucionaria Gaceta de Buenos Aires. Al año siguiente, la Corte decidió invadir esta provincia. Así
exacerbaba aún más la tensión de su delicada inserción geopolítica americana que, estaba organizada
por un equilibrio ante un conjunto cada vez más variado de agentes políticos. La guerra en las provincias
del Río de la Plata posicionaba ejércitos porteños en regiones limítrofes a Brasil, y generaba el temor, por
la propagación de revueltas en busca del apoyo esclavo. Entre las autoridades portuguesas de Brasil

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había un clima generalizado de inseguridad, de incertidumbre ante la posibilidad de que ese cuadro
pudiera hacerse realidad, lo que a su vez revela uno de los tipos de conciencia posibles, cerca de 1814,
de la gravedad que revestía el cuadro político lusoamericano en su conexión con la convulsionada
Hispanoamérica.

Aún después del fin de la guerra peninsular contra las fuerzas francesas que ocupaban Portugal, hecho
que se produjo en abril de 1814, la Corte insistía en permanecer en Brasil, desde donde pretendía
garantizar el dominio Corte la que se consideraba la parte más importante de sus dominios. La Carta de
Ley del 16 de diciembre de 1815, que creó el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, y confirió a la
América portuguesa un estatuto político equivalente al de la antigua metrópoli, El descontento de los
grupos portugueses, que veía en la transferencia de la Corte una inversión de papeles. Portugal se había
convertido en colonia de Brasil; una política americanista que era indebidamente financiada con tributos
y recursos de Portugal. Esas críticas reverberaban con fuerza en la península y evolucionarían hacia la
resistencia declarada.

En el año 1817 tropas portuguesas ocuparon la capital de la Provincia Oriental, Montevideo. Los
contactos tanto

con fuerzas revolucionarias como de la realiza en la lucha en Venezuela, establecidos en el norte de


Brasil por

comandantes de frontera, fueron causa de alarma. En medio de rumores de conspiración contra la Corte
y de tramas

políticas entre portugueses y el gobierno de Buenos Aires. Durante tres meses, de marzo a mayo de
1817, fue instaurado un gobierno regional republicano que desafiaba abiertamente la autoridad de don
Juan, la centralización política de Rio de Janeiro en el reino Unido y que busco apoyos en Gran Bretaña y
Estados Unidos. La dura represión de ese movimiento dio inicio a una fase de fortalecimiento del control
militar sobre las capitanías de Brasil y de diseminación de los siempre muy importantes reclutamientos.
Así en 1817, un ambiente propicio a la ruptura del orden vigente. El persistente descontento peninsular
con la política de don Juan en América llevara a la eclosión de la exitosa revolución constitucionalista del
Porto, iniciada el 24 de agosto de 1820. En el manifiesto del movimiento, los líderes exigían el regreso
inmediato de don Juan y de toda la familia real a Europa, así como la reunión de unas Cortes en Lisboa
que se encargarían de elaborar una constitución para toda la nación portuguesas, incluido Brasil, y de
instituir una monarquía constitucional. En Brasil ese movimiento, encontró gran respaldo; a lo largo de
1821 se fueron formando diversas juntas de gobierno independientes, leales a las Cortes, en
prácticamente todas las capitanías, ahora transformadas en provincias.

Los decretos de Lisboa establecieron la libertad de prensa en todos los territorios portugueses. Desde
1808 los espacios públicos de discusión política en la América portuguesa se habían venido ampliando y
ganando fuerza de manera progresiva, en 1821 el movimiento adquirió una dinámica vertiginosa: de los
tres periódicos regularmente editados en Brasil, solo durante ese año se pasó a 26, y al año siguiente a
38, en la capital y en las provincias. A partir del afianzamiento de las independencias Hispanoamericanas,
se cristalizó un paradigma positivo de los hechos, hasta el momento bastante temidos.

Finalmente, en abril de 1821, don Juan cedió a las presiones de las Cortes de Lisboa y retornó a Europa;
dejaría en Brasil a su hijo don Pedro en la condición de príncipe regente. Antes de partir, su gabinete dio
instrucciones a las autoridades portuguesas que gobernaban Montevideo para que organizaran una
asamblea soberana de representantes locales que deliberara, libremente, acerca de los destinos políticos
de la Provincia Oriental, que el 8 de agosto de 1821 decidió la plena incorporación al reino de Brasil. La
prensa americana era cada vez más contraria a las medidas tomadas por las Cortes de Lisboa en relación
con Brasil, como los decretos del 29/9 y 1/10, que exigían que don Pedro retorne a Portugal y organizara
gobiernos ultramarinos subordinados a las Cortes, además de las constantes amenazas de envíos a Brasil
de expediciones militares de control.

Manipulados y utilizados como instrumentos por grupos a los que les interesaba cada vez más la
creación en América de un centro de poder político independiente de Portugal, los antagonismos entre
el gobierno de don Pedro en Brasil, y las Cortes de Lisboa terminaron creando una idea política propia de
Brasil, hasta entonces inexistente. Y en ese mismo proceso, hicieron posible el propio proyecto de su
independencia y separación de Portugal. Lo que durante mucho tiempo había sido percibido como un
teatro de destrucción, se transformó en un paradigma de liberación del juego metropolitano europeo.

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Halperín Donghi: “Economía y Sociedad”


La franja marítima del Atlántico suramericano fue la zona que primero se incorporó al nuevo sistema
comercial. En 1808-1812 los comerciantes aventureros británicos llegaron a Río de Janeiro, a Buenos
Aires y a Montevideo en gran cantidad. Pocos años después Valparaíso se convirtió en el principal puerto
del Pacífico suramericano. Su objetivo era encontrar mercados para el excedente que amenazaba el
crecimiento de la economía inglesa. La venta rápida y los retornos igualmente rápidos. Como
consecuencia los precios descendieron para penetrar en el mercado latino, así como se expandió el
consumo existente al incorporarse a él nivele sociales que antes solo de forma muy limitada habían sido
consumidores. Lo que supuso un severo golpe a las viejas prácticas comerciales que al menos en la
América española se habían basado en una rígida jerarquía. La pacifica invasión británica de
Hispanoamérica se vio facilitada por el largo periodo de inestabilidad política, social y militar de las
guerras de independencia, en la que sus rivales locales quedaron debilitados; quienes se vieron obligados
a desarrollar una audacia creciente y muy pocos lograron sobrevivir. Finalmente, en el segundo cuarto
del siglo XIX, Gran Bretaña perdería su cuasi monopolio, a manos de los Estados Unidos, quienes vendían
productos no exclusivamente industriales, como los británicos; y de todas las latitudes del globo, incluida
Europa, aunque sus productos no eran de competencia directa con los británicos. Por lo tanto, Gran
Bretaña conservó una posición predominante como exportadora a Latinoamérica; a la vez que era la
principal compradora.

La mayor parte del desequilibrio comercial se cubría con la exportación de metales preciosos que en el
periodo colonial siempre había sido el principal producto exportado. Esto supuso una fuga de capital,
más que la reiniciación de una exportación tradicional. La razón principal del desequilibrio fue el
estancamiento de las exportaciones de América Latina, a la vez que el nuevo sistema comercial no
favorecía la acumulación local de capital. En cualquier caso, los intentos de desarrollar el sector
exportador se vieron severamente reducidos por la falta de capital local (acentuada por la guerra) y por
el desequilibrio de la balanza comercial existente en el periodo de la independencia.

La respuesta lenta y modesta de la minería requiere una explicación que va más allá del ciclo de
bonanzas y crisis dictado por el descubrimiento o agotamiento de los metales más ricos. Inmortalidad y
frivolidad de la clase gobernante, la dificultad de encontrar trabajadores dotados de cualidades
necesarias, la indisciplina laboral, la rigidez de las leyes, etc. También la escasez de mano de obra y de
capital. El problema de la falta de capital parece más serio, principalmente a consecuencia de los daños
ocasionados por las guerras. La expansión minera en casi todas partes se vio limitada por la necesidad de
capital que nunca llegó a cubrirse del todo. En contraposición, la ganadería era el sector productivo que
requería la inversión más pequeña; aunque era el más afectado por la disponibilidad de mercados
externos. La apertura del comercio permitió que los ganaderos latinoamericanos pudieran acceder al
mercado europeo que dese hacía mucho tiempo estaba dominado por los rusos. La vacuna fue la
actividad más afectada por las consecuencias de la liberalización comercial de principios del siglo XIX. Los
cultivos de clima templado, fueron limitados por la falta de demanda adicional y los altos costos del
transporte. El cultivo de caña de azúcar en toda la región se basaba en el sistema de la plantación que
empleaba a mano de obra esclava, y resultó difícil salirse de él.

Había tres rasgos de la sociedad que se oponían a la corriente liberal e igualitaria: la esclavitud negra, las
discriminaciones legales y la división de la sociedad. A principios del siglo XVIII la esclavitud no era en
ningún punto tan importante como en Cuba y Brasil. La mayoría de los gobiernos revolucionarios
abolieron la trata, y liberaron a los hijos de los esclavos; con relativo éxito efectivo. Por otro lado, el
ataque a las discriminaciones legales a las que habían sido sometidas las castas fue menos vacilante y en
suma tuvo mucho más éxito. La guerra favoreció el ascenso de la gente de sangre mezclada a posiciones
de influencia militar y política. Aunque los nuevos regímenes introdujeron en casi todos cambios
sustanciales en el status legal de los indios y adoptaron un concepto de la posición del indio en la
sociedad básicamente diferente del que existía bajo el Antiguo Régimen, parece que estas innovaciones
especificas tuvieron menos repercusión que la que provoco la crisis general del viejo sistema. Al nuevo
orden le repugnaba la idea de que existiera una república de indios separada y paralela; un obstáculo
para la asimilación en el nuevo orden.

En las ciudades la elite criolla fue la principal beneficiaria de la emancipación política; consiguió sus
objetivos de desplazar a los españoles de los cargos burocráticos y del comercio, a la vez que
aumentaron sus posibilidades de obtener puestos gubernamentales y administrativos. A la vez, que
vieron cómo se les sustraía porte de estas bases materiales de su preeminencia y también de buena

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parte de su justificación ideológica. La importación de manufacturas europeas tuvo efectos negativos


sobre aquellos que las producían en la región; pese a esto, surgieron comerciantes al detalle.

Otra variable es la evolución demográfica; basada en la expansión de la frontera agrícola. En el período


1848 hasta 1873, la demanda de materias primas europea y norteamericana, aumentó. La
sobreabundancia de capitales europeos, creó un clima más favorable para contratar préstamos europeos
y hacer inversiones en América Latina. Seguidamente se desarrollaron negocios bancarios, que serían
perjudicados por nuevas olas de guerras civiles.

Aguilar Rivera: “Tres Momentos Liberales en México (1820-1890)”


El liberalismo es una teoría política y un programa que florecieron desde la mitad del siglo XVII hasta la
mitad del siglo XIX. Las instituciones y prácticas liberales se desarrollaron primero en los siglos XVII y XVIII
en los Países Bajos, Inglaterra y Escocia, los Estados Unidos y Francia. Las prácticas centrales son la
tolerancia religiosa, la libertad de discusión, las restricciones al comportamiento de la policía, elecciones
libres, gobiernos constitucionales basados en la división de poderes, y una política económica
comprometida con el crecimiento sostenido en base a la propiedad privada. Las cuatro normas o valores
centrales son: libertad personal, imparcialidad, libertad individual, democracia.

Primer momento: la era de Constant y el consenso liberal: 1820-1840.


El principio de Constant era la defensa de la libertad individual contra las invasiones de la autoridad
arbitraria. La generación de revolucionarios liberales buscaba un punto medio entre los excesos y la
relación legitimista. La piedra angular de este pensamiento era la defensa del sistema representativo de
gobierno y el constitucionalismo. Este pensamiento era abrumador y articulo un consenso que duró
veinte años. Si hubo un atisbo de radicalismo, se había extinguido para cuando los representantes se
reunieron para deliberar en los primeros congresos constituyentes de principios de la década de 1820.
Un rasgo constitutivo de este primer liberalismo mexicano, que pretendió crear un Estado fuerte y un
régimen económico de individualismo sin trabas, fue lo que no abrazó, como el liberalismo en otros
países, la tolerancia religiosa ni la separación de la Iglesia y el Estado. Tampoco la eliminación de los
privilegios eclesiásticos y los del ejército y algunas corporaciones como los pueblos indios. Así, la
Constitución federal de 1824 proclamó la exclusividad de la fe católica, y la perpetuación de los fueros
eclesiásticos y militar, que no serían abolidos hasta 1850, con la llamada ley Juárez. Las vertientes del
liberalismo, radicales, moderados y tradicionalistas, se refiere a la concepción que tenían sobre la
rapidez con que debían realizarse las reformas liberales.

Dos factores influyeron en el liberalismo de este periodo: el quiebre constitucional y el inicio del
combate a los fueros y privilegios establecidos. Pese a la desilusión constitucionalista, no se produjeron
teorías antiliberales, que no llegarían hasta 1827. Ese optimismo fue parte de una vigorosa tendencia
exhibida por los liberales americanos.

Cuando finalmente cayó la República federal, fue reemplazada por la Constitución centralista de 1836.
Fueron expresiones del liberalismo centralista que también predominaba en Europa. Mantuvieron la
división de poderes, representación restringida y espacio de autonomía administrativa y hasta política en
los departamentos. Ya no se podía pasar por alto, como antes, la realidad del privilegio corporativo, de la
Iglesia y el Ejército. El Estado debía ser fortalecido para que la igualdad ante la ley y el individualismo
tuviesen algún sentido. Así, le dio la espalda al constitucionalismo. En 1833 Valentín Gómez Farías, llego
al poder gracias a una revuelta y lanzó un programa que intentaba combatir los fueros; quien no dudo en
usar leyes arbitrarias para combatir a sus enemigos políticos. Había un conflicto entre Estado fuerte para
atacar el privilegio corporativo y un Estado limitado respetuoso de lo individual.

Segundo momento: el disenso extemporáneo: 1840-1876.


La tragedia que representó para las elites mexicanas la guerra con Estados Unidos y la desmembración
de más de la mitad del país cambiaron todo; a menudo se reconoce en la conflagración un punto de
inflexión en el pensamiento político. Un debate nacional extemporáneo sobre la pertinencia misma de la
forma representativa de gobierno. Este debate se presentó a mitad de siglo, cuando ya nadie
cuestionaba esto en Europa. Los liberales, después de dos décadas de consenso, descubrieron a un
enemigo que no se contentaba con dudar de la representatividad del gobierno representativo, sino que
ponía en tela de juicio a todo el sistema. El debate sobre el monarquismo entre 1848 y 1849, tomó la
forma de un intercambio editorial entre los diarios El Universo, Siglo XIX y Monitor Republicano.

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Los liberales en su defensa afirmaron la primacía tanto de la soberanía popular como del gobierno
representativo. Una noción de derecho natural hibrida. De la misma forma aceptaron algunos de los
supuestos del naturalismo clásico de sus adversarios, la naturaleza política del hombre. Los
conservadores orillaron a los liberales a adoptar un tren de razonamiento muy parecido al de Hume en
su famoso ensayo contra el contrato original. Los hombres no obedecían por que se sentían obligados
por un contrato, sino porque les convenía. Entre 1855 y 1870, el liberalismo fue militante y radical,
estuvieron divididos entre moderados y puros. Cuando el presidente moderado Ignacio Comonfort se
negó a adoptar la nueva constitución de 1857, los puros tomaron el mando del país. Tres
acontecimientos marcaron el periodo: la dictadura de Santa Anna, la reforma anticlerical y la
Constitución de 1857; y la intervención francesa que llevó a un príncipe austríaco a ocupar el trono de
México. Finalmente, la República fue restaurada y el Partido Conservador desapareció de la arena
política. En la lucha contra los invasores externos el liberalismo se fusiono de manera inseparable con el
patriotismo mexicano; así, se nacionalizó. El radicalismo en México, fue el aborrecimiento de la Iglesia
Católica, cuyo poder e influencia se consideraba como el principal obstáculo para el progreso social,
económico y moral. Ramírez y Altamirano vieron en el movimiento de Hidalgo la fundación de la patria
radical.

Tercer momento: de la metamorfosis al ocaso del liberalismo: 1876-1900.


La influencia del positivismo condujo a la política a un camino de ciencia experimental, basada en hechos
observables. La sociedad debía ser administrada, más que gobernada por sus representantes electos.
Todos aquellos que albergaban aspiraciones políticas debían ser liberales. Los liberales puros o
doctrinarios propugnaban el respeto a la Constitución de 1857 y a las Leyes de Reforma. La utopía de
1857, debía ser superada por la realidad, a la cual el derecho individual debe adaptarse. Los derechos del
hombre estaban supeditados a los de la sociedad. Los positivistas críticos de la Constitución de 1857
pugnaban por reforzar el gobierno. A estos se oponían los liberales conservadores o nuevos, influidos por
el positivismo y por la experiencia de las repúblicas conservadores de Francia y España en la década de
1870; asimismo, habían terminado por oponer el orden a la libertad y en consecuencia veían con mayor
simpatía el régimen de Porfirio Díaz. Los nuevos liberales pedían una reforma integral de la Constitución
de 1857 para acercar el orden legal a la práctica política, no para dejarle las manos libres a Díaz. Los
nuevos liberales buscaban recuperar la tradición liberal abandonada en la práctica por Díaz. Madero
utilizó el regreso a la constitución liberal como bandera de combate. La tradición liberal fue resguardada
en el seno de las viejas familias, particularmente las del norte del país

Katz: “México: La Restauración de la República y el Porfiriato, 1867-


1910”
Tres momentos: 1) Gobierno de Benito Juárez, guerra civil + invasiones. 2) El Porfiriato 3) Ruptura y
comienzo de nueva era.

En 1884, se establece la reelección indefinida.

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