Está en la página 1de 3

Desde pequeños siempre fuimos muy unidos, no hay duda de ello, no existía nada más, sólo

éramos nosotros dos: Niños que se divertían en el patio cada vez que llovía, niños que
ocultaban secretos para proteger al otro cuando las bromas sobrepasaban nuestro
control, niños que reían ante los juegos que se generaban a lo largo del día. Sí, niños.

Esos niños crecieron y conocieron a más personas, algunas decían ser nuestros amigos, pero
siempre terminaban yéndose con el pasar del tiempo, lo único que perduraba era aquel lazo
que habíamos creado, y no importaba cuántas personas aparecieran, siempre contaríamos con
la presencia del otro. No había nada que nos detuviera.

A los quince años, uno de esos niños conoció a un lindo chico de sonrisa espectacular. Cada vez
que reía, sus ojos se cerraban formando una línea, todo su rostro se transformaba para dar
paso a una expresión demasiado angelical acompañada de una voz muy dulce. Todos esos
factores sirvieron para dar paso a un cúmulo de emociones que despertaban del interior de
uno de esos niños. Sí, yo era ese niño y, sin planearlo, me había enamorado inminentemente
de aquel joven de gran corazón. Con el pasar de los meses logré hacerme amigo del pequeño
rubio y grande fue mi sorpresa cuando en uno de los tantos eventos escolares me confesó sus
sentimientos. Recuerdo haber llegado a casa ese día con el corazón agitado y llorando de la
felicidad, mamá me preguntó la razón de tanta dicha y no dudé en contarle lo sucedido con
aquel bello ángel, porque eso era para mí, un ángel que había aparecido para alegrar mis días.

Dos días después nos hicimos novios y a la semana siguiente nos habíamos dado nuestro
primer beso, fue un pequeño roce de labios y, a pesar de nuestra notoria inexperiencia,
disfrutamos de aquella pequeña acción que lograba transportarnos a otro mundo. Todo era tan
perfecto en ese entonces, las salidas se volvían más constantes y pasar tiempo con él se volvía
mágico, tanto que tuve que sacrificar el tiempo que pasaba contigo para dedicárselo a mi
novio, pero no había problema porque sabía que comprendías, siempre me has entendido y
por eso te adoro.

Los años siguieron su trayecto y mi relación con Jimin se fortaleció al grado de pensar en vivir
juntos, aunque claro, eso aún no se lo contamos a nuestros padres, ambos sabemos que es un
tema delicado.

Con mi ausencia tú lograste hacer más amigos, aunque, si te soy honesto, eso no era un
problema, siempre fuiste bueno para congeniar con todo mundo. Salías a fiestas donde te
divertías y me contabas lo mucho que te gustaba tener libertad para hacer lo que quisieras. Me
encantaba escucharte. Una vez, llegaste a mi salón con una lonchera en manos, querías comer
conmigo, pero había quedado con Jimin. Te invité, mas te reusaste. Dijiste que había alguien
más esperándote y sólo dejaste la mitad de la comida en mis manos, llevándote así la otra
parte. Pensé que solo tal vez no querías interrumpir mi cita y salí a buscarte, te encontré con
un chico nuevo. Reías tanto que dejé de preocuparme y volví a donde mi novio me esperaba.
Pasaron muchos días en la misma situación hasta que dejaste de aparecer. Cada que pasaba te
encontraba en la compañía de aquel chico, se habían vuelto buenos amigos; de alguna forma
me aliviaba saber que habías encontrado alguien con quien platicar ya que yo ya casi no podía
hacerlo. Sí, las cosas marchaban bien, o al menos eso fue lo que creí.

Recientemente he descubierto algo nuevo, algo que me aterra aceptar porque sería tan
asqueroso como para poder vivir con ello. Estoy tras la ventana, observando cada uno de tus
movimientos mientras tu boca es devorada por aquel que se hacía llamar tu amigo. No tengo
tengo palabras para expresar cuán asqueado estoy en estos instantes, veo como tu lengua se
enreda con la de él y lo disfrutas tanto que me veo en la necesidad de apartar la mirada para
no correr y alejarlo de ti.

—Nam, cariño —Es mi madre quien logra distraerme de tan obscena escena—. Deja de
espiarlo, no es bueno mirar tras una ventana.

—Pero madre, él…

—¿Acaso debo recordarte que tú también hacías lo mismo cuando Jimin venía de visita?

—No es lo mismo

—Yoon Gi es el novio de Taehyung —Dice mi madre y un escalofrío recorre toda mi espina


dorsal—. Es normal que quieran pasar tiempo a solas, ¿no deberías entenderlo tú mejor que
nadie?

—Taehyung no debería…

Mi madre sonríe y acaricia mis cabellos— Nam, no puedes celar a tu hermano por cualquier
cosa, si ha comenzado a salir con alguien, sólo nos queda aceptar su decisión y confiar en su
buen juicio.

—Ti—tienes razón, madre —Toda la razón del mundo, no puedo sentir… esto de Taehyung,
porque la persona que amo es Jimin, pero si eso es así, ¿por qué tengo la necesidad de partirle
la boca a Yoon Gi cada vez que mira y toca a Taehyung?
Entre más lo pienso, más confundido me siento, pero termino aceptando tu explicación. Son
celos de hermanos porque nadie es suficientemente bueno para mi pequeño Tae-Tae. Sí,
seguramente es eso, tiene que ser eso.

Se escucha el sonido de la puerta y te veo entrar, estás solo y eso me alivia, al menos no tendré
que ver la cara de tu estúpido novio.

—¿Y Yoon Gi? —Pregunta nuestra madre—. Pensé que se quedaría a cenar.

—No puede ma’ —Sonrío ante tus palabras. Tú me miras y me besas en la mejilla a modo de
saludo y luego a nuestra madre.

—Pero había preparado más comida.

—Taehyung ha dicho que no puede ¿No es eso suficiente? —Mi voz sale más agresiva de lo
esperado, pero no me arrepiento, entre más lejos estés de él, mejor.

Taehyung, mi preciado hermano, dime que esto es algo pasajero. Dime que no te veo de la
manera equivocada. Por favor, dime que todo es parte de un sueño. Dilo y te creeré, porque si
no es así, juro que terminaré cayendo en un pozo sin fondo.

También podría gustarte