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Trasfondo: El ascenso de Bardok Melena Sangrienta

Bardok Melena Sangrienta estaba exhausto y al mismo tiempo eufórico, la sangre de su rivale empapaba sus
pezuñas, el silencio reinaba en el claro del bosque mientras Bardok se tomaba un momento para coger aire y
rasgar la atmósfera con un profundo bramido mientras alzaba su puño y levantaba su mirada hacia
Morrislieb, que se encontraba cercana a su plenilunio.

El resto de la manada se unió a su grito, proclamando así que Bardok era el nuevo Caudillo de la Manada del
bosque de Grovod al este de Erengrado, a los pies de los Riscos de Shargun.
Con los ojos inyectados en sangre, Bardok giró su cabeza mirando fijamente a todos los miembros de la
manada que le rodeaban, desafiando con la mirada a cada uno de ellos. Nadie aguantó la furia que
desprendían sus ojos y uno a uno fueron bajando la cabeza, satisfecho con la respuesta, se agachó y con sus
propias manos empezó a abrir el pecho de su rival, con un grito le arrancó corazón y empezó a devorarlo, era
la manera de finalizar el combate ritual, recuperar fuerzas, honrar al rival y apropiarse de la fuerza del
enemigo caído.

Esa noche las hogueras arderían con fuerza y un festín se celebraría en su honor. La música de los tambores
sonaría durante horas incluso días hasta que todos los miembros de la manada quedasen cebados y exhaustos.

Bardok se hallaba sentado en un lugar de honor debajo la Gran Piedra de Manada del claro con sus guerreros
de más confianza sentados a su alrededor, ya armados y nombrados Bestigors de la manada comiendo y
bebiendo con furia, siendo ruidosos y amenazantes antes cualquiera que se quisiera acercar a ellos. La fiesta
rugía, extendiéndose por el bosque y atrayendo los distintos grupos de bestias que lo habitaban, acercándose
a Bardok e hincando la rodilla, sabedores que siguiéndole podrían participar en las incursiones y pillajes de
las poblaciones de los alrededores.

El festín estaba en su apogeo, cuando de pronto los tambores de pararon, Bardok alzó la mirada, molesto con
la interrupción, vio como unas figuras se abrían paso entre la manada en dirección a la Piedra. De pronto se
presentó ante Bardok una silueta que conocía bien, la capucha y los distintos amuletos y huesos decorativos
le definían como el Chamán del Rebaño, Kura’k el Taimado, Bardok se fijó en las enormes figuras que
escoltaban a Kura’k, un grupo de minotauros le seguían, henchido de energía Bardok desafió con la mirada a
los recién llegados, preparado para el combate y derramar nueva sangre si fuera necesario. Los minotauros
eran conocidos por ser los guardianes de las Piedras de la Manada y raramente participaban en el día a día de
los gors, pero éso no hizo que Bardok bajara la guardia, una parte de él quería volver a empuñar sus hachas.

A una señal del Chamán, los Minotauros dieron dos pasos atrás, formando un semicírculo con Kura’k y
Bardok en medio. Kura’k alargó el silencio y aguantó la mirada del Beligor hasta que finalmente habló. Con
su voz gutural, Kura’k proclamó que los Dioses se le habían aparecido en sus sueños, concretamente Khorne,
el Dios de la Sangre le había mandado sembrar de cadáveres los campos de batalla y regar con sangre la
tierra bajo las pezuñas de sus guerreros y para ello había señalado y marcado a Bardok cómo su elegido. Al
oír tales palabras, Bardok se desprendió de sus ropajes, revelando la Marca de Khorne en su pecho. Al ver la
marca, Kura’k aulló de euforia, sus sueños se habían confirmado, a otra señal suya, los Minotauros se
despojaron de sus ropajes mostrando las marcas de Khorne decorando sus pellejos. Cogiendo sus enormes
hachas, unieron sus gritos a los de Kura’k contagiando con su energía al resto de la manada, los tambores
volvieron a sonar con fuerza y la festividad continuó.

Tras la llegada de Kura’k y los minotauros, éstos se colocaron alrededor de la Piedra en actitud protectora,
adoptando el papel de guardaespaldas de su nuevo Señor y Bardok se retiró con Kura’k a la oscuridad del
bosque. En silencio, el chamán guio al Beligor hacia una cueva cercana. Bardok identificó la cueva como la
guarida del chamán y vio como estaba decorada con huesos de todos los tamaños y formas, identificó
calaveras de los odiados enanos, de los traicioneros goblins, así como de los débiles humanos entre otras
formas que no supo identificar.
En el fondo de la cueva había un oscuro altar dedicado a los dioses oscuros y sobre él, Bardok vio un Cuerno
de Guerra que emitía un fulgor maligno, su poder era incluso percibido por alguien sin sensibilidad a la
magia, la sola visión del cuerno le erizaba el vello y le hervía la sangre con ansías de carnicerías. Tomando el
cuerno con reverencia, Kura’k lo alzó sobre su cabeza y cerrando los ojos se lo entregó a Bardok, quién lo
tomó con fiereza. Sin poder esperar más, Bardok salió de la cueva y se dirigió de nuevo hacia la Piedra de la
Manada, de pie en la piedra donde estaba sentado, cogió aire y sopló el Cuerno…

El ensordecedor rugido que salió del Gran Cuerno interrumpió todo ruido proveniente del festín, todos los
guerreros y criaturas del claro levantaron la mirada hacia su Señor, notaron como el rugido les penetraba y
les hacía vibrar con una energía y ansias de sangre cómo nunca la habían sentido, unieron sus voces al ruido
del Cuerno, levantando sus armas al cielo nocturno, sintiendo cómo la luz de Morrislieb les iluminaba.

Las señales estaban claras, el sueño del chamán debía cumplirse, el liderazgo del elegido de Khorne era
incuestionable, pronto, muy pronto, el destino de los reinos de los débiles humanos y de cualquiera que se
interpusiera en el camino de la manada quedaría sellado...

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