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Las librerías de viejo de Rosario

2º Prueba
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Las librerías 
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Fabián Ariel Gemelotti

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Gemelotti, Fabián Ariel


Las librerías de viejo de Rosario / Fabián Ariel Gemelotti. - 1a ed. -
Rosario : Esteban Sebastian Langhi, 2022.
56 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-88-6216-3

1. Historia de la Cultura. 2. Venta de Libros. 3. Escritura Antigua. I. Título.


CDD 306.488

1ª Edición: Septiembre 2020


2ª Edición: Octubre 2022

© 2022 - Megafón Ediciones


Tte Agneta 979 B, Rosario, Santa Fe, Argentina
Tel. (54) 341 153-182674
estebanlanghi@gmail.com

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.


Prohibida su reproducción total o parcial.

ISBN 978-987-88-6216-3

Diseño Editorial y tapa: Liliana Aguilar

Este libro se terminó de imprimir en Octubre de 2022


en ART - Talleres Gráficos - San Lorenzo 3255
Rosario - Santa Fe - Argentina

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Librerías de viejo de Rosario está dedicado


a la memoria de mi padre, cuya pasión por los
libros y Newell's me inculcó el amor
a la literatura y la búsqueda de libros
en los estantes polvorientos
de las librerías de viejo.

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ÍNDICE

Presentación.......................................................... 9

Prólogo.................................................................. 11

Capítulo Uno.......................................................... 15

Capítulo Dos.......................................................... 23

Capítulo Tres......................................................... 33

Capítulo Cuatro...................................................... 39

Capítulo Cinco....................................................... 47

Capítulo Seis.......................................................... 53

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Presentación

En 2020 escribí y publiqué este libro en seis plaquetas. Es


un libro que quiero mucho, quizás esté entre mis mejores escri-
tos. Salieron tres ediciones, dos en 2020 y una en diciembre de
2021. En esta edición de 2022 fueron corregidas algunas cosas
para que sea más claro lo que quería expresar y se agregaron al-
gunas cosas también; pero en general está tal cual fue publicado
en su primera edición.
No me gustan los prólogos, pero era necesario aclarar es-
tos puntos.
Esta edición 2022 sale en libro y no en seis plaquetas
como las anteriores ediciones. Espero que el libro sobre librerías
de Rosario sea del agrado del lector.
Este libro está dedicado a mi padre que partió el 26 de
junio de este año. Mi padre fue la persona que me motivó desde
niño a leer. Perder a mi padre fue el dolor más grande de mi vida.
Te amo papá y siempre te amaré.

Fabián Ariel Gemelotti

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Prólogo

A pesar de ser más conocida su faceta como escritor mal-


dito, cercano a Lamborghini, Perlongher o Bukowski, a temas
escatológicos y polémicos, existe otro Fabián Gemelotti, aplicado
a un rol extremadamente distinto, el de ensayista.
Fabián es un escritor polifacético y prolífico, un continuo
forjador de ficciones, un gran observador de las cosas, un agu-
do lector, un personaje inquietante. Una máquina escribir vive
en su cabeza. Una vieja Olivetti conectada a un pulmotor con-
seguido en un anticuario guía sus escritos. Y qué mejor que los
libros viejos para que Fabián destile esa capacidad de absorción
intelectual que lo hacen un verdadero artesano y maratonista de
la literatura. Y con un fuerte sentido barrial, hay algo que lo im-
pulsa a ese deambular perpetuo por cuevas y lugares donde el
pasado vive su telaraña recóndita. Porque en principio hay una
forma de recorrido por los espacios fantasmales de una ciudad
ahogada en las miserias del capitalismo. Un detallado periplo por
esos santuarios, como modo de recorrer los espacios urbanos y
sus historias. Y en este devenir, el traspaso a la virtualidad de la
pantalla marca un antes y un después en el modo de relación con
la obra literaria, un cambio aparentemente irreversible que se
acentúa con el correr de las generaciones.
Por eso, la defensa del libro-papel-objeto es encarnizada

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en Fabián y también una vocación irresistible. Hasta el polvo acu-


mulado en los estantes, el aroma a perfume de una vendedora
y y la calidez de dos ancianos ratones de biblioteca estimulan
su pasión.. Su gusto por el coleccionismo es compatible con su
amor por los libros. Y nos muestra, de paso, la tragedia de las
reliquias. Porque algunos textos solamente subsisten conserva-
dos en bolsas de celofán ya que representan delicados tesoros de
papel y se desarmarían ante cualquier intento de manipulación
de sus páginas para la lectura.
El libro es el maestro de todos los recuerdos, las calles re-
corridas, los amores perdidos, la familia y la infancia. La bibliote-
ca es el bastión de guerra de Fabián. Un fuerte infernal, donde se
resguarda de las estocadas de la vida, los fantasmas de un pasado
donde sus escritos se censuraron y el perverso sistema que lo
perturba. Constituye para él su verdadero tesoro, su pertenencia
más preciada, su caja de seguridad en el paraíso (¿o averno?) de
la literatura.
En “Las librerías de viejo en Rosario” se filtran entre la ri-
gurosidad de los datos del ensayo, pequeñas ficciones adosadas
como experiencias de vida y hacen la delicia del lector, impidien-
do la monotonía del discurso. Se reflexiona sobre el destino de
las bibliotecas de los muertos. Hay un futuro ominoso en los li-
bros que dejan los difuntos: alimentan las librerías de viejo o en
el peor de los casos, los containers de basura.
También encontramos una lectura histórica y política y
uno de sus puntos más interesantes es cuando, señalando como
hito a los años noventa dice: “…los noventa potencian un auge por
lo “viejo”, por el solo hecho de ser viejo. Gente que acumula de todo,

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se llenan de objetos insignificantes mezclados con objetos de culto.


La nostalgia por las series clásicas; por las ferias domingueras, entre
marginales y también con vendedores de oficio. Todo se mezcla, los
noventa dan lugar a un fango de lo novedoso, lo viejo, lo que ya no
está y en un gran porcentaje lo que no sirve”.
En definitiva, un interesante recorrido nos ofrecen estas
páginas de Fabián Gemelotti, que por suerte quedaron plasma-
das en el papel.
Un merecido homenaje a las librerías de viejo. Verdade-
ros altares plebeyos, donde la cultura reposa y trata de escapar
del polvillo y los pececitos plateados. Libros que han ido a parar
a una especie de asilo porque han sido traicionados, olvidados,
desechados, perdidos, vendidos, o simplemente superados por
el hilo del tiempo que renueva los ciclos. Un paseo por cierta ca-
naletas y alcantarillas de la literatura, donde reposan los textos
marginales, que no integran el circuito comercial y sueñan con
ser rescatados de sus tumbas entre paredes húmedas y moho.

Fernando Marquinez
Rosario, septiembre de 2022.

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Capítulo Uno:

osario supo tener muchísimas librerías de viejo, vie-


jas librerías polvorientas, cuevas del tiempo donde
se encontraba todo. Librerías emblemáticas, que marcaron
un tiempo único, una época ya pasada y que nunca volve-
rá. Me puse a pensar hoy cuál fue la más emblemática, por
muchos motivos: polvo, atención y esa variedad de objetos
más allá del libro. Hubo librerías solamente de libros y otras
de miles de objetos de colección. Siempre me gustaron las
cuevas raras, esas librerías donde podías encontrar de todo,
desde un boleto de colectivo hasta un soldadito de plásti-
co de los setenta o una revista de cine muy vieja. Revolver,
meterse en el polvo y encontrar lo que estabas buscando
pero no sabías lo que estabas buscando. Esa arqueología de
librería, algo muy urbano y de curioso y buscador de rare-
zas. Y me dije que la Librería Balcarce fue un emblema del
coleccionismo, del que busca todo y todo colecciona. La vie-
ja librería de don José Ochoa en 1955 se instala en Balcar-
ce 472, y tiempo después se muda a España 566. Después

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pasa a San Lorenzo 1620 y al tiempo se muda a una cuadra


al 1576. Y finalmente se muda enfrente de la Terminal de
Ómnibus, San Nicolás 650. La librería de José fue única en
la ciudad y me animo a decir que en el país. He viajado mu-
cho y visto miles de librerías de viejo, pero la de José era
única. Uno entraba ahí y se sumergía en el polvo, el olor a
libro viejo y se podía quedar horas revisando. Cuando esta-
ba en calle San Lorenzo iba a buscar revistas políticas. José
nunca me molestaba, me dejaba revisar tranquilo. Después
le decía: “¿cuánto todo?”, siempre barato. Nunca abusaba.
Tipo afable, leído y muy ordenado en su desorden. Después
los últimos años se mudan a La Terminal, ahí iba también
muy seguido. Una casa muy grande, de cinco habitaciones
con libros. Al final estaban los gráficos y revistas diversas y
diarios. Y una pieza para postales y libros en inglés e italia-
no. El salón era enorme, con tres mesas llenas de revistas y
libros. Una vitrina adelante con autitos y soldaditos. Ahí en
la librería podías encontrar discos de lo que busques. Una
vez encontré la tapa de un disco con una dedicatoria mía
a una novia hacía miles de años. Le pregunto a José cómo
llegó eso ahí. Me dice que era un lote que compró de alguien
que se mudó. Me regaló el disco al decirle que era mi letra.
Y se reía. Un día de 2011 llego a la librería y me dicen que
José murió. Me sentí muy mal, y me fui a tomar un café a
La Terminal. Después los nietos y parientes liquidaron todo.
Fui un par de veces a comprar en esos remates de libros. Me
daba mucha tristeza. Recuerdo que el día que anunciaron
por TV que se remataba todo la cola para entrar a la librería
era de una cuadra y la gente salía con bolsas con libros como

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se saldría del supermercado. Después hicieron remates de


lotes. Y un día todo estaba liquidado. El 13 de abril de 2013
no quedaba nada. Los 57 años de librería se esfumaron en
dos meses. Miles y miles de libros. Todo rematado por mo-
nedas, daba lástima eso. Fue un sacrilegio a la ciudad. Pero
a nadie le interesa. Así van muriendo las librerías de viejo,
una tras otra van cayendo.
Otra librería que siempre compré fue la de enfrente
de la Iglesia Pompeya por Mendoza al 5300. Una librería
muy particular, abierta en los años setenta por un marpla-
tense que se traslada a Rosario. Librería de canje, la famosa
Librería Mar del Plata, donde iba a canjear revistas de Con-
dorito, las de Columba y de artes marciales. Dos revistas
por una o una y unos pesos y te llevabas otra. Ahí encon-
traba esos libros que hicieron historia: Papillon, Expreso de
Medianoche, Cujo, Apagón, Aeropuerto. Y los libros del po-
licial negro, ediciones baratas y que descansan en un rincón
de mi biblioteca. Después al morir el dueño su nieto achica
la librería a la mitad e incorpora venta de útiles de escuela.
Pero era muy especial, mantiene la vidriera con libros raros.
Y una mesa en el medio con policiales y novelas de terror. Y
al fondo libros políticos. Mucho Peronismo ahí, libros con la
tapa donde Evita saludaba a los clientes que ingresaban al
polvo de la librería. Y saludaba Evita porque hace dos años
cerró y ahora una dietética reemplazó a los libros viejos.
Otra librería emblemática fue la de Pascual Rosas y
Mendoza, la librería de Ariel. Un viejo que siempre fue vie-
jo. Yo tendría 17 años y era ya viejo. Eran dos hermanos,

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librería de anarquistas. Ahí encontraba todo lo que sea anar-


quismo y Antropología. El sobrino estudiaba Antropología
y los tíos tenían miles de libros de Arqueología, Historia y
Antropología. Ahí iba seguido a comprar textos escolares,
y libros de Historia. Después muere uno de los hermanos y
Ariel en los últimos años de su vida se muda a una casa vieja
en Paraná y Mendoza. Ahí la humedad arruinó muchos li-
bros, pero seguía con esa impronta propia de una librería de
anarquistas. El viejo Ariel era hosco, cara de malo. Siempre
con dos gatos y te miraba con una mirada de miedo. Pero
era tan inteligente y buen tipo que me quedaba horas ha-
blando con él. Al morir Ariel hace unos diez años se cierra
esa emblemática librería de Zona Oeste.
Librerías de viejo, polvo, suciedad, desorden, sabi-
duría y amor al libro. Librerías para gente que ama los ob-
jetos antiguos. Librerías del amor al libro y al saber. Hubo
muchas y todavía quedan algunas emblemáticas. Por calle
Montevideo antes de llegar a Avellaneda supo haber dos de
canje de revistas. Muy lindas. Muy chiquitas. Se las comió
el Menemismo. Desaparecieron y con ellas una parte de esa
zona de Rosario. Hubo una también muy linda a cuatro cua-
dras de las cuatro plazas de Mendoza y Provincias Unidas.
Variedad de novelas policiales y de amor. Atendida por una
chica muy linda y muy afable y muy culta. Cerró hace unos
diez años.
La Librería Longo es otra librería que cerró. La qui-
se mucho. Abierta en 1908 por don Alfonso Longo, fue una
librería donde también funcionó una imprenta. Ahí se im-

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primieron muchos libros gauchescos, y mucha literatura


rosarina de escritores olvidados. Sarmiento 1173 fue emble-
mático, a unos pasos del teatro. Siempre que podía entraba,
revisaba y me llevaba algo. Ahí me compré miles de novelas
de Chase, mi escritor preferido del policial y el suspenso.
Y me llevaba postales, estampitas de santos y revistas de
Rosario. Me gustaba mucho, librería donde el culto al polvo
hacía honor al libro de viejo. Hace unos meses cerró para
siempre. Y un nuevo edificio crecerá para el olvido de la li-
brería más vieja de la ciudad.
Dicen que en Rosario las primeras librerías eran am-
bulantes, vendedores con un carrito tirado por un caballo.
Vendían libros y periódicos. Iban por las calles del Centro
y algunos incursionaban en las periferias. Esas fueron las
primeras librerías de Rosario.
Todavía quedan librerías muy lindas y de impronta
de librerías de viejo. La que me gusta mucho es la del Pez
Volador de Calle San Lorenzo. Viví nueve años en Sarmiento
al 400, en un décimo piso. Tiempos de estudiante universi-
tario e iba a ver libros al Pez Volador. Todavía sigo yendo a la
de calle San Lorenzo. Me encanta. Me gusta la vidriera y los
libros que eligen para poner frente al mostrador. Mucha psi-
cología, y mucha Historia. Al fondo del local hay una pieza
con libros viejos. Mantiene esa cosa de las librerías de viejo,
te hacen descuentos por muchos libros que lleves. Librería
muy linda. Muy pintoresca.
Pero voy a hablar para terminar de una librería que
adoro. La librería enfrente del Patio de la Madera. Esa libre-

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ría tan pero tan rara. Los sábados de tarde abre solamente,
de cuatro de la tarde a ocho de la noche. Ahí uno entra y ve de
todo, todo amontonado en una mesa gigante. A los costados
armarios con cajones donde hay etiquetas de cigarrillos, es-
tampillas, monedas, relojes, figuritas, chapitas. Y arriba una
habitación con discos y de todo lo que busques. Estuvo cerra-
da muchos años y volvió a abrir hace unos años. El vendedor
es un personaje único, un tipo que habla y habla. Te cuenta
historias muy divertidas de clientes y de libros. Ahí conseguí
miles de afiches de cine, uno mejor que el otro. Y libros de se-
cundario, esos libros de los años 50 con tapas de cartón duro
y dibujos inocentes. Me gusta esa librería. Cada tanto voy.
El vendedor siempre me dice al pagar: “son dos mil pesos,
lleves lo que lleves muchacho”. Me da un canasto y lo lleno y
pago. Un método hermoso, porque ahí pongo de todo.
Hay muchas librerías más y no quiero ser injusto. La
librería de Zinni, esa librería de la esquina de Juan Manuel
de Rosas. Ahí conseguí una Ley Orgánica del Poder Judicial
de 1887, y se la regalé a un juez muy amigo. Fue un regalo
a alguien que murió hace años y que fue una persona de
la cual aprendí mucho. Se puso muy contento. Amaba los
libros viejos. La librería El Pez Volador de calle San Luis, a
la vuelta del Cine Monumental. Voy siempre a comprar re-
vistas y mirar y me gusta la vitrina del fondo con libros muy
viejos. La librería El Pez Volador de calle San Juan, ahora en
un local en la Peatonal Córdoba. Ahí hay buen material para
bibliófilos. La librería de la Galería Alberdi, ahí es dueño el
ex dueño de la Librería Mar del Plata de Zona Oeste. La li-

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brería de la cortada Marcos Paz y San Nicolás, la Librería


de Leo. Un local muy chico, atesorando muchos libros muy
buenos y mucha historieta argentina y norteamericana. La
librería de Urquiza y Santiago, donde el orden es una im-
pronta de un librero con clase. La librería enfrente de la Pla-
za del Che, cerrada hace unos años. Y miles más que todavía
resisten y están ahí para disfrute de los lectores. El Mercado
Retro, donde voy a comprar figuritas y soldaditos antiguos.
Ahí consigo libros raros y revistas a montones. Y los libreros
de Rosario, Waldo, Jorge, Kongre libros y muchos otros que
venden por internet y tienen excelente material. Rosario es
una ciudad de librerías. Las ferias diversas, los manteros. El
hombre muy alto y muy amable, ese mantero que los sába-
dos tiende una manta y pone libros en Córdoba y San Mar-
tín. Uno se detiene y te dice: “levante sin compromiso”. Le
compro siempre, tiene libros muy buenos. Y la librería de
La Terminal, la de adentro. Siempre una mesa con saldos y
libros muy buenos. Es una excusa ir a La Terminal y tomar
un café y arrimarse y entrar a ver libros ahí.
Miles de librerías. Sería eterno enumerar las que ya
no están y las que resisten el trajinar cotidiano de la voraci-
dad del tiempo.
Librerías de viejo, donde el polvo es sabiduría y don-
de el tiempo se detiene para que todo amante de los libros
disfrute de la pasión de ver y comprar libros.

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Capítulo Dos:

ibrerías de viejo y el polvo que se acumula en los li-


bros amontonados. Esa pasión de la búsqueda de una
“reliquia” olvidada en un estante y que está ahí esperando
que vos la encuentres. Rosario y sus librerías de segunda
mano, esas cuevas donde el tiempo se detiene y el libro se
transforma en la quinta esencia de la vida. Las librerías de
viejo más antiguas y más famosas son los buquinistas de
París, en las riberas del Sena, el Mercat de Santiago Antoni
en Barcelona, y en Madrid la Cuesta de Moyano. Pero Rosa-
rio no le debe envidiar nada a Europa, porque la ciudad del
Paraná supo tener sus librerías de culto, donde amontona-
dos en estantes polvorientos y desordenados se encontraba
desde una primera edición a un libro de autor o un boleto de
tranvía. Las que perduran algunas mantienen esa impronta
de antaño, pero poco a poco se van transformando en libre-
rías modernas, y de cuevas del tiempo pasan a ser librerías
de libros nada más.

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La palabra libro viene del latín liber, la corteza de la


planta con la que se construía el papel. La palabra papel vie-
ne del catalán paper y ésta del latín papyrus y éste del griego
papyros. El papiro es una planta de las orillas del Nilo en
Egipto. De esa planta se fabricaron las láminas para escribir.
El papiro pasa a Grecia y fueron los soportes de la escritura
hasta que el pergamino va reemplazando al papiro. En la
ciudad de Pérgamo surge el pergamino, pero no hay exacti-
tud de fechas. Algunos autores hablan del siglo dos y otros
del siglo uno antes de Cristo. El rollo de Isaías del año 150 al
100 a.C. es el más antiguo que se conoce. Aunque ya en el si-
glo tres a.C. en la Biblioteca de Alejandría se menciona que
había rollos o textos en telas, pero eran muy caros y el papi-
ro más accesible para copiar. El pergamino se fabricaba con
piel de cordero o de otros animales y era más resistente y
menos quebradizo. Es una innovación muy grande en la An-
tigüedad, y una revolución cultural. Las tablillas de arcilla
se remontan del 3400 al 3200 a.C., siendo los documentos
de escritura más antiguos de la humanidad. De esas tablillas
al papiro y del papiro al pergamino y del rollo de pergamino
al libro manuscrito de papel de trapos y desechos hay mi-
les y miles de años. En la Edad Media copiar un texto era
un ejercicio de vida, encerrados los copistas dedicaban mu-
chas veces una vida a un manuscrito. La imprenta en el siglo
15 hace del libro algo masivo para la burguesía emergente.
Pero el libro tiene que esperar hasta el siglo 19 para hacerse
popular y de acceso a todo el mundo. Es en este siglo cuando
surgen las librerías de viejo, lugar de paso para los nuevos

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lectores que el capitalismo va creando en ciudades pobla-


das por obreros, empleados y burgueses. Si bien las libre-
rías siempre existieron también es importante marcar que
el comercio de textos, papiros, pergaminos, manuscritos
fue algo común en la Antigüedad y en la Edad Media. Ya en
época de Ptolomeo Sóter (el impulsor y creador del Museo,
los inicios de la Biblioteca de Alejandría) en el siglo 3 a.C. se
vendían papiros en las calles y era común las falsificaciones
y el tráfico de libros y la gran biblioteca de Ptolomeo se va
poblando por el robo, el saqueo y la compra. En la Roma
Republicana era frecuente los negocios de rollos, donde es-
clavos se dedicaban a copiar textos para los patricios que
eran los que podían costear un libro. En la Roma del siglo 2
y 3 y 4 se hizo muy común la venta de pergaminos y muchos
comercios de libros eran regenteados por cristianos que así
se ganaban la vida. En la Edad Media existían las ferias de
manuscritos, las más conocidas eran las alemanas e italia-
nas. Ahí se exponían textos y la nobleza, y burguesía que
recién se estaba formando recorrían esas ferias anuales y
adquirían libros para sus bibliotecas personales. Grandes
coleccionistas ya había en esos tiempos. La imprenta posi-
bilita la librería solamente de libros. Lugares donde se iba
solamente a comprar el libro ya impreso, y también por en-
cargo. El siglo 17 posibilita otra forma de venta, el anticuario
surge para la venta de manuscritos, reliquias religiosas y
cuadros de pintores desconocidos y también eran lugar para
ir a hacerse un retrato como si fuera una casa de fotografía.
El siglo 18 ya se acerca a lo que conocemos como librerías de

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libros. El libro no tenía una tapa decorada y generalmente


las tapas eran por encargo, por eso los libros antes del siglo
19 son de tapas duras y lisas. El siglo 19 ya incorpora las
tapas como se conocen ahora, esa forma de distinguir a un
libro de otro. Es la venta del libro para otro sector social, fue-
ra de la nobleza y las clases burguesas privilegiadas. Surge
el libro popular, de papel degradable con químicos. El libro
del 19 es ese típico libro de hojas amarillentas, que se rompe
fácilmente y donde los bichos del libro hacen estragos. Del
libro de trapos grueso y más perdurable pasamos al libro
degradable pero de acceso masivo y mucho más económico.
Acá surgen las librerías de viejo como las conocemos en la
actualidad.
La Revolución Francesa dejo miles de casas abarrota-
das de libros. A la nobleza se le saqueaba sus bibliotecas y
esos libros eran vendidos por kilos. Muchos comerciantes
compraban mucho y depositaban en casas de varios pisos.
De esos depósitos que deja el saqueo de bibliotecas surgen
las primeras librerías de viejo en París en el siglo 19. Pasaron
los años y comerciantes compraban depósitos enteros de li-
bros a muy bajo costo. Catalogan, ordenan y ponían precios
a cada libro y abren librerías para la burguesía. Ya en 1850
había muchas y también librerías de novelas y folletines
cerca de las fábricas para los obreros y empleados adminis-
trativos. Van surgiendo así las librerías de viejo. En Rosario
las primeras librerías de viejo son de comerciantes judíos.
La inmigración de judíos de países del Este Europeo y de
Alemania era común en Argentina, venían acá a dedicarse a

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la imprenta y a la venta de antigüedades y libros. Esas libre-


rías en Rosario estaban en lo que es ahora la parte del Cen-
tro y en el Saladillo. Ya el siglo 20 nos trae la Librería Longo,
la más vieja que perduró hasta el presente, cerrada el año
pasado. Los años veinte trae miles de librerías de viejo y ya
durante el Peronismo eran un aluvión de librerías Rosario.
En los sesenta y setenta había miles, de canje, venta y tam-
bién de otros objetos mezclados con los libros. Era común
en Zona Oeste las librerías de canje como la Mar del Plata
en Mendoza al 5300. Librería de historietas y novelas popu-
lares. Hubo muchas en Zona Oeste, muchas que fueron ce-
rrando en los noventa con el saqueo menemista. Había una
librería que no puse en mi primer escrito, un garaje por la
Cortada Marcos Paz al 5400. Ahí un hombre muy simpático
y su hijo adolescente vendían y canjeaban revistas de Con-
dorito. Nada más que de Condorito. Era una casa particular
que se podía ingresar si ibas acompañado de un conocido
del dueño de la propiedad. Era un lugar grande, con miles
de Condorito. Los setenta y ochenta fue el culto a esta revis-
ta. Uno iba y compraba y después canjeaba dos por una. Un
lugar raro en la impronta de librerías de viejo. Por Avenida
Córdoba cerca del hotel alojamiento Belgranito había una li-
brería de usados muy rara. Era un negocio bien enfrente del
hotel. Uno iba a comprar novelas de Sven Hassel. Leíamos
mucho sobre la Segunda Guerra Mundial y ese autor el que
mejor escribía. Fue soldado para el bando alemán y escribía
historias de guerra. En esa librería uno encontraba ese tipo
de novelas. Atendida por una mujer muy anciana y que nos

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decía: “me sé los amantes de todas las vecinas, yo de acá veo


cuando se meten al hotel”. Nos divertía eso, porque uno era
un niño y soñaba con entrar a ese hotel con una novia.
Una librería de viejo muy de viejo era una que queda-
ba por Córdoba pasando Provincias Unidas. Estaba en una
cortada, no me acuerdo bien la calle. Íbamos en bicicleta y
ahí comprábamos libros de Historia. En esa librería descu-
bro mi primer libro de Antropología, algo que marcaría mi
vida para siempre. Otra librería muy linda quedaba cerca del
Cementerio La Piedad, a dos cuadras. El olor a muerte pe-
netraba en el local y pasábamos horas buscando revistas de
historieta norteamericana en inglés. Ahí se conseguía todo,
en un barrio pobre y pegado al olor a muerte. Ahí conocí a
una chica muy pobre que me enamoré al instante. Vivía en
una casa en calle de tierra. Me llevaba a la casa a tomar la
chocolatada y su madre era tan buena que nos hacía chu-
rros. Fue uno de mis primeros amores. Marisa, morocha de
ojos verdes. Delgadita y con ropa remendada y siempre muy
limpia. Leíamos juntos en su habitación revistas y libros y
un beso ahí cada. Amor simple, sin sexo, pero con ternura.
Esos amores que a los diez años te marcan.
La Zona Sur supo tener grandes librerías. Pero a mí
me gustaba ir al Ejército de Salvación por calle Amenábar.
Ahí por monedas me traía de todo. Mucha literatura clásica
y mucha religión. Ahí me formé una biblioteca de libros reli-
giosos. El que atendía me decía: “todo ordenado”, me quería
decir que no desordene al buscar libros.
Librerías de viejo, el amor al libro y al coleccionismo.

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El amor a la lectura surge de niño, un chico lector es un


adulto lector. Amor a la Literatura y a la Historia. Amor al
pasado y a los libros viejos.
El Romano, ¡cómo no hablar de esa cueva de objetos
raros! Es una lugar donde todo se encuentra. En Pellegri-
ni y Corrientes, en un local en una galería por Pellegrini.
Ahí Juan tiene todo, desde monedas romanas hasta balas de
mosquetes y fotos antiguas y postales y libros muy raros.
Un lugar muy especial. Caro, pero el mejor de Rosario para
esas cosas.
Los libreros de internet, Waldo y su moto repartien-
do. Waldo del PC, un tipo que escribe muy bien. Un gran
tipo. Jorge que vende de todo, libros raros y a precio acce-
sible. Le compro siempre. Fernando de Kongre Libros, un
chico que tiene de todo. Un librero nuevo, que sabe del oficio
como si fuera un librero viejo. Y Marcelo de Alverdi, el que
tiene figuritas y muñequitos y revistas de principios del si-
glo 19.
Librerías de viejo, donde el olor a libro viejo penetra
en tu ropa y piel. Librería donde un boleto de colectivo se
lleva a las mil maravillas con la Odisea de Homero.
Hubo una librería muy linda cerca de la Aduana, la
librería Libros del Puerto. Ahí se hacían recitales de poesía y
presentación de libros. Ahí íbamos los sábados y uno podía
conocer a una chica, entre vino y libros surgía el amor. Los
libros desplegados al alcance de la mano mientras uno char-
laba. Librería donde conocí a Noelia, una pintora Santafesi-
na que me enloqueció. La veo un día buscando libros y nos

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pusimos a hablar. Ojos grises y cabello rubio corto. Pasamos


un fin de semanas juntos en un hotel céntrico. Después no
la vi más. Tenía novio y fue una aventura nada más. Pero
sigue pintando y su esposo es muy conocido en Santa Fe.
Librerías de viejo, la de Ochoa ya no está. La de Ariel
tampoco. La Longo tampoco. Murió su dueña hace un mes
y me puse triste. Librerías que fueron parte de mi vida y lo
son todavía. Librerías del amor al libro.
Ahora quedan algunas que mantienen esa impronta.
Pero van cerrando todos los años porque se lee menos, no
existe más el canje y las nuevas generaciones leen de la pan-
talla y no del papel. El tiempo del libro viejo fue nuestro. Algo
que no pueden comprender las generaciones del presente.
Nosotros amábamos eso. Jugábamos con botones, soldadi-
tos, piedras y gomeras. Las figuritas eran nuestra pasión. El
beso con la chica del barrio en la plaza. La pelota de cuero
y los equipos de barrio. Todo eso ya se está perdiendo para
siempre. Ahora todo pasa por lo virtual, novias virtuales, li-
bros virtuales, juegos virtuales. Son otros tiempos ni mejores
ni peores. Otros tiempos. Otras generaciones. Otro mundo.
He entrado a las librerías de viejo que quedan con
Ely, mi chica actual. Tiene 24 años y no se siente a gusta
en esos lugares. Con Alejandra hace veinte años pasábamos
horas buscando libros, Ella con su pelo colorado revuelto,
me miraba y me decía: “somos más que novios, somos una
sola persona buscando libros”. Y Ely con su pelo rubio y su
rostro aniñado que no representa sus 24 años me mira y me
dice: “todo viejo, vamos al shopping”.

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Librerías de viejo, donde el polvo y el desorden eran


nuestra impronta de vida.

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Capítulo Tres:

l polvo que cubre los estantes de las viejas librerías de


viejo de sabiduría se transforma en ruina del libro. El
libro se va destruyendo atacado por los bichos, el polvo y la
humedad ambiente. Pero qué nos importa eso a los compra-
dores de libros viejos, porque uno compra el libro, lo limpia
y lo mete en un folio y a la biblioteca. En los noventa surge
el coleccionismo compulsivo sin mirar la calidad del mate-
rial adquirido. Las viejas librerías de viejo, esas librerías con
libreros de oficio y que leían y sabían lo que era un libro,
van siendo reemplazos por libreros improvisados, con poco
conocimiento y poca lectura. Cierran muchas librerías en
Rosario. El uno a uno da lugar al crecimiento de las librerías
de nuevo. Llegan libros en inglés a montones, libros de Chi-
le, España, Italia. Surgen los shopping y ahí se estacionan
grandes cadenas de librerías que son multinacionales del li-
bro. Surgen autores que escriben por encargo y midiendo el
tejido social con estadísticas. Se escribe como si la literatura

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fuera una venta de pantalones o remeras o televisores. Se


lee poco o se consume basura literaria. Los escritores de im-
pronta muy personal van muriendo. Surge lo que se llama:
la literatura de cabotaje.
Todo esto hace que mueran las librerías de usado en
la forma tradicional de venta de libros y canje.
Así mueren las pequeñas librerías de canje de histo-
rietas. Hubo en Rosario miles, pasillos, garajes, casas viejas,
improvisaciones comerciales. En Zona Sur hubo una muy
linda cerca de lo que era el cine América. Una casa vieja, con
mucha humedad y con olor a viejo. Atendida por un anciano
que leía muchísimo. Ahí se conseguía mucha literatura béli-
ca y de espías y de aventuras. También hubo una librería que
era un pasillo, por Juan Manuel de Rosas y Zeballos más o
menos. Era un pasillo chorizo donde los libros estaban en el
suelo. Un estilo librerías de Marruecos. En los países árabes
las librerías ponen los libros en el suelo. Ahí atendía en la
vieja librería chorizo una chica rubia. No sé si iba por libros
o por la chica, para sentir el aroma de su perfume.
Viejas librerías de viejo que van desapareciendo, la
internet se come al libro y también la modernidad mediática
donde la información es tan rápida y tan abundante que no
da tiempo a la soledad necesaria para leer un libro. Leer es
un acto solitario, de mucho individualismo y un acto crea-
tivo. Eso se está perdiendo en un mundo donde lo que no
produce dinero no es bien visto.
La librería del Ruso. Una librería que quedaba por ca-
lle Rioja y Entre Ríos. Atendida por un hombre muy especial

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por su cultura. Después se muda a calle Sarmiento donde


estaba Homo Sapiens y ocupa el lugar que deja solitario la
emblemática librería. Homo Sapiens en los ochenta esta-
ba por calle Santa Fe, a la vuelta de Humanidades y Artes.
Empieza como librería casi de viejo, porque la impronta de
librería de viejo le abre el camino a Homo Sapiens. Fue al
principio una librería chiquita para textos de Filosofía, His-
toria y Psicología. Pasa el tiempo y se muda a calle Sarmien-
to casi Santa Fe y con los años al actual lugar que ocupa por
Sarmiento llegando a Córdoba. Va perdiendo esa cosa linda
de librería chica y se transforma en una librería con bar y
de libro nuevo. Cosa que pasa, cosa que la vida hace de las
librerías.
Rosario supo tener miles y miles de librerías de viejo.
Rosario se fue achatando, y esa mediocridad que se fue ins-
taurando en la ciudad fue quebrando las formas estéticas de
las cuevas de venta de libros usados.
Argonauta, una librería por calle San Luis. Supo te-
ner un taller literario. Creo que ya ha cerrado y el vendedor
vende por internet.
El Coleccionista, casa de Numismática por calle Cór-
doba enfrente del Jockey Club. Algo muy bello de venta de
monedas, billetes, medallas. Una cueva del tiempo entre la
modernidad y la impronta estilo casas de ventas de antigüe-
dades europeas. Cerró hace casi quince años. Ahora en la
galería de esa cuadra hay dos lugares de venta de monedas.
Pero no es lo mío, pero cada tanto voy a ver y comprar algu-
na cosa rara que tengan, pero no monedas.

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El Mercado Retro. Lugar dominguero, donde es un


recorrido obligado para los amantes de lo viejo.
Pero uno no puede ser siempre complaciente con los
libreros y librerías. Si los noventa, el liberalismo y la venta
de internet va creando una nueva forma de venta es bue-
no hablar del tema. Hay mucho chanterio y engaño en todo
esto de la venta de libros y antigüedades. En los noventa sur-
gen las bolsitas para el libro. Libros rotos, mal cuidados y
comidos por los bichos envueltos en folios y presentados al
público como “joyitas”, cuando en realidad es basura para
un contenedor. Nace un negocio muy marginal: la venta
de antigüedades por internet. El desempleo de los noventa
vuelca a mucha gente a la venta de cosas viejas. Crecen la
nostalgia de generaciones por lo viejo. Los nacidos en los se-
senta con treinta y pico o cuarenta son los consumidores de
objetos viejos, dando lugar a una nueva forma de consumo:
la adquisición de cualquier objeto que sea “viejo”. Surgen
los coleccionistas de figuritas a montones, de soldaditos de
plástico, de botones. Si bien siempre existió este coleccionis-
mo, los noventa potencian un auge por lo “viejo”, por el solo
hecho de ser viejo. Gente que acumula de todo, se llenan de
objetos insignificantes mezclados con objetos de culto. La
nostalgia por las series clásicas; por las ferias domingueras,
entre marginales y también con vendedores de oficio. Todo
se mezcla, los noventa dan lugar a un fango de lo novedoso,
lo viejo, lo que ya no está y en un gran porcentaje lo que no
sirve.
El siglo 21 potencia la venta por internet, todo virtual.

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Monedas, libros, figuritas, autitos. Mercado Libre se trans-


forma en la multinacional que maneja la mayor cantidad de
dividendos en el mercado local y mundial. Las multinacio-
nales mediáticas, como el Grupo Clarín y CNN se transfor-
man en los grandes manipuladores de opinión y en los que
deciden elecciones en los países periféricos. CNN en Espa-
ñol hace que el neoliberalismo se meta en las conciencias
de la clase media. El mundo de ser “real” se transforma en
“virtual” en dos décadas bien definidas con las nuevas tec-
nologías al servicio de los países ricos.
Y dentro de todo este engranaje mediático y de mul-
tinacionales prolifera el desempleo, crece la marginalidad
y la lectura de libros es reemplazada por la noticia rápida y
fácil de las plataformas de internet.
Las generaciones de lectores se van muriendo. Mue-
re un lector con miles de libros y se tira todo. “Hay que lim-
piar la casa y venderla”, y todo va al contenedor o se vende
por monedas a los nuevos anticuarios de libros. Los libros
de un lector muerto se esfuman por moneditas y ese mate-
rial es seleccionado por los vendedores y puesto a venta en
las plataformas de internet.
Ochoa en 2011 murió y su librería vendido su mate-
rial en remates y la gente con bolsas saliendo como se sale
del súper. Ariel murió y sus libros húmedos y viejos fue-
ron al contenedor. Su vieja librería fue tirada abajo y ahora
una casa moderna ocupa ese lugar emblemático. La Longo,
patrimonio histórico de Rosario, se tira abajo para que la
industria inmobiliaria construya un edificio. Y así casi todas

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las emblemáticas van desapareciendo. Y las nuevas librerías


de viejo pretenden emular lo viejo, pero no se arriman a la
impronta de librerías de viejo.
Es la modernidad. Nuevas formas de atrapar y adqui-
rir el conocimiento. De la lectura de libros en papel y la sole-
dad del lector y las grandes bibliotecas particulares se pasa
a la lectura de la pantalla. El mundo cambia, y no sé si para
peor o mejor. Eso no interesa.
Viejas librerías de viejo, donde el polvo fue sabiduría
y donde el tiempo se detenía para que el lector solitario se
meta en el túnel del tiempo de la lectura de libros.

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Capítulo Cuatro:

as librerías de viejo fueron y son una pasión en mi


vida. Mi generación muy lectora y que vivió la cen-
sura, la persecución y la desaparición forzada. Fui un niño
durante la dictadura, un niño que vio el terrorismo de Esta-
do y la destrucción cultural del país. ¿Por qué amo los libros
viejos? Mi abuela, mis tías y mi padre siempre me regalaron
libros. Mi padre Ferroviario traía las historietas de Colum-
ba, compradas en el kiosco de los Talleres de Pérez. Yo las
leía de un tirón. Mi abuela todos los domingos me compraba
La Nación y ahí leía a Borges en el Suplemento Literario.
Ahí en ese suplemento empecé a amar la Literatura. Mi tía
me compraba Anteojito y los libritos que venían ahí fueron
mis primeros contactos con la literatura clásica. Mi otra tía
me regalaba libros de aventuras. Mi abuela me llevaba a las
librerías de Alberdi a ver libros, y siempre me llevaba los de
Julio Verne. Y El Árabe, que era la novela preferida de mi
abuela, se transformó en mi novela de amor y aventura pre-
ferida. Así entre los cinco y diez años me hice lector. Chico

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que lee es un adulto que va a leer y estudiar humanidades


y sobre todo escribir. Escribe el que lee, porque escribir es
una forma de relacionarse con la lectura.
Pero lo que más me conecta a las librerías de viejo es
un episodio de mis ocho o nueve años. Mi tía asustada por
las persecuciones y las muertes de los militantes me dice un
día: “hijo, andá a las vías del tren y ahí quemá todos estos
libros”. Este episodio se lo conté a muy poca gente. Yo lo
tengo en la memoria grabado a fuego. En dos bolsas gran-
des me voy con Miguelito (un gran amigo muerto muy joven
a los 22 años de cáncer) a las vías. Y ahí quemamos libros
marxistas, peronistas, troskos, anarquistas y panfletos polí-
ticos. Era eso o correr el riesgo de la muerte si entraban a tu
casa los servicios. Pero yo no pude con mi genio y me guardé
muchos libros. Y lo escondí en el sótano de un club (el Club
Libertad de barrio Azcuénaga) donde íbamos a jugar a la pe-
lota. Y en ese sótano descubrí poco a poco a los anarquistas
primero, a Marx, a Trotski. Que un niño de 8 años empiece
a hojear libros marxistas y peronistas era muy común para
mi generación. Se leía mucho. Y después la adolescencia te
conecta con ese pasado de libros de la infancia y ahí empezá
a comprender los textos. Y después la facultad. Y después
el recorrido por las librerías de viejo buscando libros que
perduran en tu memoria, libros que fueron prohibidos por
la dictadura. Mis primeras incursiones en librerías de viejo
fueron para buscar literatura marxista y anarquista. Y de ahí
uno pasa a los clásicos. Y de ahí a las revistas. Y de ahí a todo.
La lectura es generacional, y cada época marca a su

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generación. Si los más grandes en los setenta fueron mili-


tantes, uno más chico hizo la primaria y veía el genocidio
con los ojos de niño. Uno veía desaparecer gente, veía a la
policía parar adultos en la calle y los autos particulares pa-
rados en las esquinas buscando a alguien. El niño es muy
observador y percibe la muerte más que un adulto. Si noso-
tros tan chicos sabíamos que desaparecía gente es mentira
que los adultos ignoraban lo que pasaba. Sabían, pero calla-
ban por cobardes o miedo, pero en definitiva también fueron
cómplices de la muerte.
Librerías de la muerte, porque eso fue la dictadura.
Quema de libros, saqueo de viviendas, persecución ideoló-
gica, comercios de libros cerrados por “subversivos” y sobre
todo una sociedad cómplice con su silencio y su bajeza hu-
mana que no les importó la muerte de una generación. Eso
fue el proceso, eso fue la dictadura asesina y que metió el
proceso económico neoliberal a punta de fusil en el país y
en toda América asociada a asesinos que destruyeron la cul-
tura del trabajo y a la clase trabajadora. Mi generación es la
generación de niños que vieron todo ese proceso de cambio
en la historia de América latina. Por eso quizás amamos
tanto a los libros, y muchísimo más que las generaciones
anteriores y posteriores. Somos una generación única. Fui-
mos marcados a fuego en nuestra infancia por el genocidio
de Estado.
Y llegan los ochenta y toda una literatura nueva. Lle-
gan las revistas de chicas desnudas, lo que se dice: la libe-
ración sexual. Hay que mirarlo en su coyuntura histórica,

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no con ojos feministas del 2020. En los ochenta revistas


como Libre, Hombre y Playboy fueron una revolución gene-
racional. Fueron la libertad a la castidad católica del proceso
militar. En 1988 abre la librería de César. ¿Quién es César?
Un personaje único, siempre bronceado y siempre hablando
de fútbol. Por calle Entre Ríos al 1700, a media cuadra de
Pellegrini, en un garaje, abre César su librería de revistas.
Ahí El Gráfico, Goles y Playboy y Libre vivieron en armonía
cultural. Una librería muy pero muy rara. En los noventa
César se la pasa a su hermano. Y el hermano fue un perso-
naje único en la ciudad, pero único. No habrá otro igual. En
esa librería se conseguía lo que otros libreros por pudor o
prejuicios no vendían. Ahí podías encontrar vídeos pornos
norteamericanos y brasileños. “Vos sabés pibe que antes
las minas la tenían peluda”, y desplegaba una revista porno
y aparecía una rubia con la vagina bien peluda. Era el año
2000 cuando las mujeres empiezan a depilarse. Yo me reía
muchísimo con este tipo. “Tengo una revista con Maradona
en bola”. Y me muestra a Maradona en bola. Era verdad.
Maradona en una revista italiana posó desnudo. La tengo a
la revista en mi colección de revistas. Y ahí comprábamos
La Libre, La Hombre y la Playboy norteamericana, donde
escribían los mejores cuentistas de Estados Unidos. Y un día
de 2016 se muere este librero tan personal. Se muere de
muerte natural. Y César me llama y me dice: “te vendo todas
las revistas de Ñuls” Y eran todas, por monedas. Todo Ñuls
a mi colección. Y el hermano, centralista y Peronista odiaba
a Ñuls y como sabía que yo soy fanático Leproso nunca me

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quiso vender revistas de Ñuls. Librería rara, donde el polvo


se acumulaba en las revistas, donde las cucarachas convi-
vían con una teta, una concha peluda y los bichos del libro
iban comiendo esas revistas de culto.
¿Cómo no hablar de Rubén Sevlever? El poeta Rosa-
rino y librero de oficio Rubén. Le he comprado miles de li-
bros. Siempre con su cigarrillo negro en la mano y ese olor a
pucho en la ropa. Siempre con su portafolio y su cuadernito
escolar donde tenía la lista de libros. Librero de pasillos, li-
brero que recorría universidades, despachos de jueces, la
Municipalidad, la EPE. Te veía y te decía: “tengo un libro que
nadie tiene”. Y ahí sacaba del portafolio un libro raro, una
primera edición o un libro agotado. Un día le digo sabiendo
que era judío: “Rubén estoy buscando Mi Lucha”. Era un
chiste porque era mi amigo. Pensé que se iba a enojar y me
iba a insultar. No dijo nada. A los días me trae Mi Lucha.
Una edición de los años cuarenta alemana. Un tipo muy cul-
to, muy buena persona. Un intelectual de los de antes. Tipo
que amaba los libros. Siempre fumando. Entraba a Huma-
nidades y en el patio desplegaba libros y ahí uno compraba.
Tiempos que los libros se tocaban. Uno gustaba de oler el
papel. Ahora la internet vende sin olor, el libro es una foto y
cuando llega a tu casa es un libro distinto al que imaginabas.
Rubén murió hace años. Una muerte que duele, porque fue
mi amigo y fue sobre todo uno de los grandes libreros de
pasillo de la ciudad de ROSARIO.
Había una librería de viejo a dos cuadras de Caramu-
to. Atendida por una pareja de ancianos. Iba siempre y la

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señora me hacía un café y me contaba historias de escrito-


res. Cuando murió mi abuela me fui a ver libros mientras
el cuerpo de mi amada abuela estaba arriba en la cochería.
La mujer me mira y me dice: “¿estás triste?”, no dije nada.
Y me hizo un café con leche y me regaló un libro. Hasta la
muerte te conecta con la lectura. El día del velorio esa libre-
ría fue mi sostén emocional.
En Pichincha había una librería chiquita cerca de lo
que fue El Telaraña. Una librería con mucha historieta. Amo
la historieta. Amo los libros con tapas de colores y edicio-
nes populares. Atendía un hombre muy viejo esa librería.
Me dice un día: “yo fui novio de Rita”, me estaba hablando
de Rita la Salvaje. Y me dice: “es una buena mujer, no sé si
se acordará de mí”. Y me contó la historia de ese amor de
juventud. Y fue tan bella que después escribí un cuento y lo
publiqué en una revista literaria.
Las librerías te conectan con la vida. Un librero es un
sabio, un filósofo. Los libreros modernos ven todo con ojos
de dinero. Los viejos libreros están muertos o muy ancia-
nos. Quedan pocos. Pero todavía hay libreros de oficio.
El otro día entro al Pez Volador de calle San Lorenzo.
Estaba el Flaco y escuchaba un disco de Carlitos Balá. Y el
Flaco bailaba y cantaba. Y ahí la música infantil sonaba her-
mosa. Y me llevé el disco. Y lo tengo en mi biblioteca. ¿Qué
gusto tiene la sal?
Viejas librerías de viejo, donde las figuritas y las re-
vistas de historieta y una revista de desnudos conviven con

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textos marxistas y revistas de Montoneros. Viejas librerías


de viejo, librerías que van quedando pocas para el goce inte-
lectual de mi generación.

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Capítulo Cinco:

ibrerías de viejo en mi memoria. Las que quedan so-


breviven tambaleándose entre el recuerdo y la mo-
dernidad.
No he entrado a todas las librerías de viejo, algunas
las conozco por referencia de amigos. Mis librerías fueron
las de Ochoa y la de Ariel y la de Juan Carlos Cesarini (la
del Gran librero enfrente de la Terminal) y la Mar del Plata
y el Pez Volador de calle San Lorenzo. Esas fueron mi pa-
sión, mis librerías de culto. Hubo otras también, pero fue-
ron amores furtivos como esas amantes que pasan por la
vida una noche y quedan en tu memoria como recuerdos
que cada tanto vuelven a tu memoria.
Le pregunto a Walter sobre Cacho.
—¿Quién fue Cacho?
Mis amigos más grandes siempre me hablan de Ca-
cho. Mi infancia y mi juventud fueron Zona Oeste, gran
parte Barrio Azcuénaga y otra parte Echesortu. Y el Centro,

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Las librerías de viejo de Rosario

Sarmiento al 400, ahí viví muchos años con Alejandra, uno


de mis grandes amores. Pero mi infancia fue el barrio Az-
cuénaga, mi amado barrio. Pero no recuerdo bien a Cacho,
quizás alguna vez hablé con él. Hay muchos libreros y ven-
dedores de libros que no fui amigo ni tampoco soy amigo
ahora de libreros que otros conocen. Hay librerías que nun-
ca voy, como El Pez Volador de Mendoza y San Martín. En-
tré una vez y me sentí incómodo. Hay otra librería por calle
Rioja llegando a San Martín, muy chiquita. Buenos precios.
Pero no tuve química con el librero nunca, me parece un
pedante. No me siento cómodo en ese lugar. Hay librerías
que no entraría nunca, porque me caen mal sus vendedores,
ya ver esos rostros sobre el mostrador me producen pánico.
—Walter hablame de Cacho.
—La librería de Cacho quedaba en calle corrientes en-
tre 9 de Julio y Zeballos.
—Creo que fui una vez Walter.
—Era una de las más caracterizadas de la ciudad, es-
taba del lado de la numeración impar, cerca de un bar que
todavía está, creo se llama Brunellesco, donde pedía sus ca-
fés. Fumaba mucho y era muy verborrágico.
—Me gusta eso Walter, me gustan esos libreros.
—No era un librero, vendía libros.
—Me molestan los libreros pedantes.
—Hablaba de todos los temas, lo que no quiere decir
que sabía.

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—¿Quién sabe algo? Muy pocos libreros y vendedores


de libros saben de libros.
—Desde Kung fu hasta la Biblia. Decía que sabía de
todo.
—¿Y de Historia?
—¡De historia te daba clases! Jajaja jajaja jajaja.
—Me gusta eso Walter. Me hubiese gustado tenerlo
de amigo.
—Era un personaje y le gustaba adornar con palabras
el libro que vos ibas a comprar o estabas en duda.
—Me gusta.
—Compré allí El hombre y la tierra, de Eliseo Reclus,
en seis tomos de tamaño muy grande, uno de los mejores
libros que tengo Fabián.
Mi amigo Walter me trae a la memoria a Élisée Re-
clus, el geógrafo francés del siglo 19. Reclus era un anarquis-
ta, el creador de la geografía económica. Tengo sus libros.
Librerías de viejo, el amor a autores de culto. Tapas
de colores, ediciones raras. Mis libros favoritos son los de
Historia, compro todo lo que encuentro. Y tengo una devo-
ción por los libritos muy chiquitos. Cuando entro a una li-
brería busco los Crisoles de Aguilar y los Crisolitos. Y me
enloquecen los diccionarios minis, los que sacaba Ediciones
Mayfe. Los libros de Anaconda otra devoción. Y todas las
ediciones de Julio Verne, la que encuentre. Todas y en cual-
quier idioma.

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Librerías de viejo, esa pasión que llevo bien adentro.


Y lo veo a Walter nuevamente. Está sentado en un
café, y una rubia muy linda sentada a su lado. Lo saludo y
me siento. Y hablando y hablando le digo a Walter que me
haga la definición de librero y vendedor de libros.
—Librero es una persona que se involucra con el
cliente-comprador dándole consejos, hablando del autor, de
la editorial, etc.
—Muy bien Walter. Estás contribuyendo a mi obra,
voy a ponerte en mi quinta plaqueta.
—Fabián quiero estar en tu obra. Vendedor de libros
es una persona que lo único que le interesa es que le com-
pres, nada más, haciendo privar lo económico por sobre lo
literario.
Y me voy a caminar. Y Walter ahí con la rubia. Y cami-
no por el Centro, rumbo al Pez Volador de calle San Lorenzo.
Estoy conforme por todo lo que saqué de Walter. Me sir-
ve para escribir. Ayer al preguntarle de Cacho me quedó la
duda sobre libreros y vendedores de libros. Y hoy al encon-
trarlo con la rubia ahí en un café escondidos en un rincón
me puse contento y me dije que debía preguntarle.
Librerías entre el polvo y el desorden. Eso es lo que
me gusta, sacar un libro del estante y que la tierra se meta
entre mis dedos.
En Barrio Echesortu hay un flaco alto que saca una
mesita y pone libros y vende. Es a una cuadra de la Morgue
Judicial. A veces me pongo a hablar con él. Es lector de Bor-

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ges. Un personaje del barrio. Me cae muy bien.


Por calle Cafferata llegando donde doblaba el 120 ha-
bía una librería de viejo. Siempre que iba en el bondi la mi-
raba por la ventanilla. Nunca entré. Me he quedado con las
ganas de revolver libros ahí. ¿De cuántas maravillas me he
perdido? Librerías que cerraron y ya no podré visitar nunca.
Viejas librerías de Rosario. Viejas cuevas del tiempo.
Viejas cunas del pasado.
La voy a ver a Ely, nos vamos a encontrar para tomar
algo. Y Ely llega y mientras estoy con ella pienso en mi bi-
blioteca, porque al fin y al cabo lo más importante de mi
vida son mis libros.
Viejas librerías de culto. Viejo desorden polvoriento
en la vida de un escritor. Rosario y sus librerías de viejo.

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Capítulo Seis:

l libro en los estantes esperando. Encontrar esa joya


ahí descansando entre el olvido y la tierra que se va
acumulando. Esa cosa de túnel del tiempo, de melancolía y
recuerdos es ya parte de un pasado que miramos con una
nostalgia que no sirve. Somos una generación de mucha
nostalgia, ¿o es que nos estamos volviendo viejos? Cuando
uno crece ve al pasado como algo hermoso y la frase “todo
lo pasado fue mejor” se hace carne en nosotros. El pasado
no fue ni mejor ni peor que el presente. Fue simplemente el
pasado. Y ese pasado vuelve a la mente cuando uno va cre-
ciendo. Los libros te remontan al pasado.
“El libro es una cosa entre las cosas, un volumen per-
dido entre los volúmenes que pueblan el indiferente univer-
so, hasta que da con un lector, con el hombre destinado a
sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada
belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psico-
logía ni la retórica. La rosa es sin por qué, dijo Angelus Si-

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lesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede”


(Jorge Luis Borges / Prólogos de autores clásicos )
Una biblioteca personal es un mundo particular. Cada
biblioteca es única. Cada lector es único. Las bibliotecas de
uno no se deben compartir, ni mostrar a nadie. ¿A quién le
interesa mi biblioteca y mis libros? Solamente a mí. Por eso
cuando muera todo se va a tirar o se va a vender a librerías
de viejo por monedas. Es un círculo vicioso. El lector acumu-
la, lee, guarda y muere. Y todo vuelve a las librerías de viejo.
O va a los contenedores de basura. Así funciona el mundo
de la lectura, de las bibliotecas personales. La nostalgia no
le interesa a nadie. La nostalgia termina con la muerte del
dueño de la biblioteca. La nostalgia es también basura para
contenedores de desechos
Seis plaquetas sobre Librerías de viejo. Plaquetas es-
critas de un tirón y editadas por una editorial de un amigo.
Forman una colección que quizás pasen al olvido pronto o
queden en estantes olvidados guardadas entre libros nuevos
y usados. O quizás vayan a contenedores de basura. Eso es
lo más seguro. No soy famoso ni tengo chapa municipal y
me lee muy poca gente.
Librerías de viejo, el polvo acumulado en los estan-
tes. He hablado de mis librerías preferidas. Las librerías que
he amado están todas en esta colección de plaquetas.
Faltan librerías, no es un trabajo de investigación his-
tórica. Ni tampoco un trabajo de nostalgia. Simplemente
quise escribir sobre librerías y sobre el lector y la Literatu-

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ra. No era el objetivo investigar y hacer un trabajo para los


aduladores de periódicos mediocres. No me interesa el pe-
riodismo literario. Son chapeados y acomodados los críticos
literarios. Generalmente el crítico es un imbécil que ve todo
desde el dinero. Y son la mayoría portadores de apellidos,
nada más.
Quedan muchas librerías que no he nombrado. Un
amigo me habla de un librero/peluquero. Un tipo que La
Capital de Rosario sacó muchos artículos. No conozco esa
peluquería. No voy a escribir sobre el tema. También hay
otras librerías que no aparecen en esta colección de plaque-
tas, no por olvido mío. Simplemente no aparecen porque no
me interesan esas librerías. También hay librerías de nuevo
que me gustan mucho (compro muchos libros nuevos), pero
también las buenas librerías de nuevos van cerrando. Que-
dan pocas interesantes. Las que siempre voy son Cúspide,
Técnica y el Ateneo y la que queda enfrente de Humanida-
des que ahora no me viene el nombre a la memoria mien-
tras escribo esto.
Librerías de viejo, esa cosa entre la nostalgia estúpida
y la búsqueda del pasado que se esfumó de nuestras vidas
con el paso de los años.
Las mejores librerías de viejo estuvieron en Zona
Oeste y el Centro. Zona Sur no tuvo casi librerías de viejo.
Zona Norte algunas. Las mejores librerías de viejo (y quizás
las únicas) eran el recorrido desde Zona Oeste hasta el Cen-
tro de Rosario.

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Hemos llegado al final. Hay otras cosas que publicar.


Otros temas para otras plaquetas y libros. El cine y la Lite-
ratura de terror, temas para abordar en próximas publica-
ciones en papel.
Espero que estas plaquetas hayan sido de lectura pla-
centera.

Fin

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