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Cuadernos Instituto Nacional de Antropología 12 1987

ISSN 0570-8346

HACIA UN REPLANTEO DE LA
CULTURA DE LA AGUADA

José Antonio Pérez Gollán y Osvaldo R. Heredia •

l. Han transcurrido más de doce años desde que hicimos los últimos
trabajos de campo en el valle de Ambato (Catamarca}. Esa ausencia no
fue, por cierto, por propia voluntad. El verano de 1976 ya anunciaba lo
que serían los años de plomo del llamado "Proceso"; la historia poste-
rior y las situaciones que muchos debieron afrontar son demasiado co,
nacidas como para volver sobre ellas.
Lentamente, y por propia iniciativa, los grupos de trabajo se recons-
tituyeron; al margen de la vida académica oficial de esos años, llevaron
a cabo sus tareas en precarias condiciones. El retorno a la vida consti-
tucional y democrática significó un importante aliciente para la investiga-
ción antropológica en general. Algunos regresamos al país después de
prolongadas ausencias, otros retomamos las labores académicas y la
mayoría volvimos a los temas de investigación que habíamos dejado por
completo o parcialmente.
Este escrito de arqueología da, ante todo, testimonio de esa circuns-
tancia histórica de la Argentina: "No hay una sola de esas cosas perdidas
que no proyecte ahora una larga sombra y que no determine lo que
haces hOY y lo que harás mañana" (Borges 1985}.
11. Juzgamos que a la luz de lo que se ha avanzado en la arqueo-
logía del NOA. en ·1os últimos años, de la experiencia acumulada en la
investigación de otras realidades históricas y, fundamentalmente, frente
a nuevas preguntas que es .necesario formularse, debemos revisar algu-
nos conceptos en torno a lo que se ha dado en denominar cultura de
La Aguada. Nuestro punto de arranque está en la consideración de que
este momento histórico constituye un proceso de i.ntegración regional
de gran parte del NOA. Tal proceso debe ser valorado por su carácter
socio-económico e ideológi-;o, el cual incidió en los modos de vida de
diversas sociedades locales. No es suficiente apelar a mecanismos difu-
sionistas para explicar las circunstancias históricas, es necesario, en cam-
bio .. enfocar el problema desde una perspectiva que tenga e.n cuenta la

* Mus_eo. Etnográfico~UBf' y Conicet.

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dinámica de las relaciones regionales y el intercambio de bienes y
recursos.
Las investigaciones en el valle de Ambato se iniciaron en el mes
de mayo de 1973 cuando realizamos una corta prospección de recono-
cimiento del área en cuestión. Posteriormente, en los meses de octubre
y noviembre del mismo año llevamos a cabo las primeras excavaciones
en un sitio de habitación, denominado Marlínez 1 (Ma-RG-1), complemen-
tadas co.n un sondeo estratigráfico en un pequeño basurero próximo a
la estructura mencionada, ambos situados en la parte baja del valle
(Assandri m.s.). Las observaciones iniciales ya nos habían alertado sobre
la existencia de amontonamientos de piedras más o menos planas dis-
puestos a una distancia relativamente constante unos de otros, en hilera.
En cada uno de estos agrupamientos todavía podía observarse que al-
gunas de estas piedras estaban superpuestas formando columnas, de
acuerdo con la técnica de construcción de habitaciones descriptas para
la cultura Alamito-Condorhuasi de la región de La Alumbrera (Go.nzález
y Núñez Regueiro 1958-9; Núñez Regueíro 1971a). La excavación de esta
estructura permitió determinar que las paredes habían sido construidas,
en su mayor parte, de acuerdo con los mismos patrones de la referida
cultura, es decir, con tapia de unos 0.45 m. de espesor, interrumpida a
distancias entre 0.90 m. y 1.50 m., por columnas formadas por numerosas
piedras superpuestas que debían servir, probablemente, como anclaje
para los segmentos de barro y, fundamentalmente, como soportes de las
vigas de sustentación del techo. Aunque se observaron algunas modifi-
caciones de detalle con relación a Alamito, indudablemente Jos principios
arquitectónicos en Ambato eran los mismos.
El sitio que describimos se presenta a la vista como un montículo
de aproximadamente 0.50 m. sobre el nivel del terre.no actual y de planta
subcircular de alrededor de 25 m. de diámetro. Al parecer sobre la parte
septentrional de la unidad· se disponlan una serie de recintos que ocupan
una superficie de 4 m. de ancho (N-S) por 15 m. de largo (E-W); el resto
del espacio, da la impresión de haber sido un patio cerrado por una
pared.
Las excavaciones que se realizaron e.n la porción sur de la unidad
permitieron determinar la existencia de un piso a 0.70 m. de profundidad
y un muro de barro de 0.45 m. de ancho tendido en dirección E.-W.;
esta pared presentaba el lienzo que !la hacia el interior recubierto de
piedras planas y, a trechos regulares de 0.90 m., las columnas de piedra
que ya hemos mencionado.
Sobre el piso de este sector predominaba la cerámica ordinaria Y
se recuperó, además, u.na vasija de 1 m. de alto con un motivo antropo-
morto pintado en negro y blanco sobre rojo, y cuya nariz está repre-
sentada por un gancho modelado. Hay indicios como para pensar que
esta porcióll meridional de la unidad pudo estar dedicada al almace-
namiento.
También se llevaron a cabo excavaciones en la parte norte del sitio
donde, como ya hemos dicho, era evidente la presencia de recintos.
El piso apareció a los 0.70 m. de profundidad y sobre él se hallaron
fragmentos de escudillas de cerámica negra con decoración grabada de
felinos, un hornillo de pipa con un feli.no modelado y decorado con
pintura poscocción roja y amarilla, cinceles y punzones de metal, pun-

162
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Tomado de Ardissone, R.· "La instalación humana en el valle de Cata marca. Estudio
antropogeográfico". Biblioteca Humanidades, t. XXVII, La Plata 1941.

zonas, espátulas y lanzaderas de hueso. Esta evidencia llevaría a pensar
en actividades vinculadas a la fabricación de cerámica y con la tejeduría,
dentro del área de habitación.
La excavación en el pequeño basurero próximo nos permitió recu-
perar numerosos fragmentos de cerámica con la típica decoración de
felinos, de personajes antropomorfos o de motivos geométricos. En aso-
ciación con ellos también encontramos alfarería con motivos tales como
las cabezas cuadrangulares de llamas con los dientes bien marcados en
un hocico prolongado, las cabezas humanas triangulares con los pelos
parados y fragmentos pintados en negro· sobre crema con dibujos geo-
métricos.
Simultáneamente realizamos un sondeo estratigráfico en un lugar
situado próximo al pueblo de Los Castillos, en los terrenos que suben
gradualmente hacia los faldeos de la sierra que limita el valle por el
Este. El sitio, denominado •El Altillo, está formado por una gran acumu-
lación de fragmentos de cerámica: más de 20.000 en una s-uperficie de
cuatro metros cuadrados. Esta concentración se localiza en el límite de
una superficie plana en su unión con los bordes de una barranca y los
sedimentos con material arqueológico se encontraron hasta 1.70 m. de
profundidad. El análisis tipológico del material cerámico mostró una
proporción relativamente alta de tiestos decorados con motivos geomé-
tricos representados por líneas y campos triangulares o cuadrangulares
pintados en negro, blanco y rojo; negro y rojo; blanco y rojo, y una gama
de tonalidades entre el castaño claro y el oscuro, al mismo tiempo que
matices del rojo, inclusive muy oscuro. Se trata, sin ninguñá duda, de
alfarería que en otros lugares del NOA. fue clasificada como pertene-
ciente a la cultura Condorhuasi. En alguno's casos la pintura está com-
plementada por aplicaciones al pastillage. Esta cerámica, en sus versio-
nes bicolor y tricolor, mantiene una frecuencia constante en toda la al-
tura del depósito; también constante, pero con representación mínima,
aparecen fragmentos de los tipos denominados Diablo y Manga (Gon-
zález y Cowgill 1975). Solamente en los últimos 0.30 ó 0.40 m. de la
ocupación del sitio se encontraron algunos pocos fragmentos de alfarería
con decoración felínica grabada. La cerámica sencilla, sin decoración,
constituye la mayoría y su característica más sobresaliente reside en el
tipo de antiplástico con laminillas brillantes, aparentes en la superficie,
semejantes a las que fueron mencionadas para el sitio Martínez 1, donde
cerámica con la misma textura en la pasta aparece con motivos antro-
pomorfos, geométricos o felinícos, pintados en negro y blanco sobre rojo.
La ausencia de unidades de vivienda en las proximidades de El Altillo
y la circunstancia de estar constituido por alfarería fragmentada y dese-
chos, nos lleva a pensar que no se trató de un depósito de basuras,
sino que, probablemente, pudo ser una coñstrucción de carácter cere-
monial.
En las temporadas siguientes de 1974, 1975 y 1976 reallzamos di-
versos trabajos de campo en la región de Ambato, entre otros la exca-
vación parcial de una unidad de vivienda diferente a la del sitio descrito
precedentemente. En nuestras prospecciones previas habíamos registrado
la existencia de dos tipos de recintos caracterizados, el primero de ellos,
por suaves montículos de unos 25 m. de diámetro donde se disponían
los conglomerados de piedras planas a intervalos regulares formando

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columnas como las descritas para el sitio excavado en 1973. Sin em-
bargo, esporádicamente se encontraron también otros ·reclntos cuya
planta aparecía como más compleja a simple vista. En el sitio Martínez 2
(Ma-RG-2) relevamos una estructura de este tipo.
Se trata de una construcción de p[anta subrectangular de aproxi-
madamente 25 m. de N. a S. y de 35 m. de E. a W., que en algunos
tramos estaba apare.ntemente delimitada por una pirca doble. Los lados
oriental y poniente se presentaban como áreas sobreelevadas en relación
a un espacio intermedio deprimido de unos 8 m. de ancho. En el sentido
N. a S. se observaban los derrumbes de las columnas de piedra que
estaban espaciadas regularmente entre 0.90 m. y 1.50 m. En las tres tem-
poradas de trabajo mencionadas se excavaron los dos tercios que co-
rresponden al sector S. de la unidad habitacional (Juez m.s.).
La excavación en el sector SW. permitió determinar la existencia
de dos recintos de 6 a 8 m. de N. a S. y entre 3 y 4 m. de E. a W.,cuyo
piso s-e encontraba a 0,90 m. de profundidad. En el recinto situado más
al s-ur, un fogón se ubicaba casi en el centro del mismo y tenia alrededor
tres vasijas ordinarias -una de ellas con patas- con huellas de hollln;
en ei lado norte del fogón s-e hallaron los fragmentos de tres escudillas
negras con decoración grabada de felinos. Cercanos estaban un cráneo,
dientes y huesos largos humanos. En el sector NE. se recuperó una
vasija negra grabada con un notable motivo decorativo. Se trata de una
escena en que el un personaJe, cuya vestimenta ha sido figurada me-
diante un reticulado, lleva en brazos a otro que muestra manchas fell-
nidas en el ouerpo, y desde cuyos genitales se proyecta un doble esca-
lonado en forma de V, como si se quisiera representar un acto de
emasculación. Sobre el piso se hallaron un cincel metálico y fragmentos
de escudillas decoradas con pintura negra y crema sobre ante pulido y
negro sobre engobe rojo.
En el otro recinto del sector SW. de la unidad aparecieron vasijas
grandes, dos de ellas con decoración en negro y blanco sobre rojo,
huesos de camélidos, costillas, un ilíaco v falanges humanas, aparente-
mente de dos individuos de diferentes edades.
Hacia el E. de estas construcciones que acabamos de describir se
extiende, de N. a S., un espacio techado a modo ·de galería que, además,
presenta una banqueta de adobe en el m-uro que las separa de las habi-
taciones. Hacia el lado del patio el techo se apoyaba en postes de ma-
dera como lo ponen en evidencia los pozos ·cónicos de 0,50 m. de
diámetro calzados con piedras. Aparentemente bajo esta galería se lle-
vaban a cabo las tareas domésticas, ya que all! se hallaron dos morteros
grandes y uno pequeño, y varias manos de cananas.
En relación a la banqueta que mencionábamos, aparecieron aplasta-
das seis vasijas grandes. Merece destacars·e una que tiene ·una cara an-
tropomorfa modelada con nariz en gancho, mientras que el cuerpo va
pintado en negro y blanco sobre rojo. Otra, presenta una guarda dé
cabezas humanas triangulares en negro sobre crema. Sobre el piso se
recuperaron fragmentos de un cráneo, falanges y un fémur humanos.
En el sector SE. se puso al descubierto otro recinto similar al del
lado opuesto, que presenta también una galería contigua hacia el patio.
Los hallazgos fueron -escasos: unos pocos tiestos y dos manos de ca-
nanas. Sobre el piso de la galería de este sector se halló un maxilar
superior humano.

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t::s de señalar que la técnica constructiva de esta unidad correspon-
de a paredes de barro de 0,40 m. de espesor con columnas de p:edras
chatas espaciadas de 0,90 a 1,50 m., como más arriba hemos dicho. Sin
embargo en algunos trechos se presentan muros levantados con piedras
elegidas por su forma rectangular que presentan hacia el exterior la
cara más regular, a fin de lograr un lienzo parejo.
Las excavaciones en la otra estructura con paredes del mismo tipo,
situada a unos 40 m. de la anterior, nos permitió reunir información
complementaria (Herrero m.s.).
Se trata del sitio M¡utínez 4 (Ma-RG-4) que se presentaba como un
montículo de aproximadamente 1 m. de altura y un diámetro cercano a
.lo? 17 m. ·en donde era aún visibles en la superficie los restos de co-
lumnas de piedra espaciadas reg·ularmente.
. . Las excavaciones se realizaron en la porción sur de la unidad, pues
allí. era evidente que se disponían los recintos de vivienda; el resto del
espacio -hacia el SE. y la totalidad del N.- debió estar l1bre de cons·
trucciones y servir como patio. Las excavaciones mostraron que el piso
s·e encontraba entre los 0,50 y O, 70 m. de profundidad. El ángulo SE. de
la unidad demostró ser un sector abierto (aunque sin poder afirmar que
existía una galería techada), donde se realizaron las labores domésticas;
allí fue hallada una canana, una espátula de hueso con una figura felí~
nica tallada, un cincel y una aguja de metal, un pan de pintura roja, así
como tamb,én numerosos tiestos cerámicos, la mayoría de uso doméstico.
Hacia el W. se determinó ia existencia de un recinto construido con
paredes de barro y columnas de piedra, dispuestas cada 1 m. En el in-
terior, y sobre el piso, parece haber un predominio de alfarería negra
con decoración antropo o zoomorfa grabada; en mucho menor cantidad,
aparece cerámica pintada en negro y blanco sobre rojo, probablemente
del tipo de vasijas que poseen nariz modelada en gancho.
El sondeo estratigráfico realizado en un montíc-ulo de aproximada-
mente 2 m. de altura -Mar!ínez 3 (Ma-RG-3)- posibilitó la recupera-
ción de gran cantidad de fragmentos de alfarería. Aún cuando faltan
realizar algunas tareas en el análisis del material de este sitio (Avila
Vázquez y Herrero m.s.), es posible adelantar algunos resultados gene-
rales. La cerámica que podría relacionarse con El Altillo posee una re-
presentación más notable en las capas profundas; los tipos negros y
gris pulido o grabado predominan en la porción más reciente del depó-
sito. Por último, la alfarería negra o gris incisa tiende a decrecer con
el tiempo.
A fines de 1977, Alberto Rex González (González 1983: 263-5) excavó
un montículo sobre cuyos flancos podían observarse restos de escalona-
mientos construidos con piedras. Esta estruceura, que se ubica en los
terrenos de la finca de La Rinconada, se conoce con el nombre de
Iglesia de los Indios y es uno de los sitios ceremoniales más importan-
tes del valle de Ambato.
La unidad comprende una superficie rectangular de 130 m. por
120 m. Las distintas estructuras son de planta rectangular o cuadrada
y se identifican por líneas de piedras ordenadas simétricamente como
si su distribución hubiese sido planificada y, como ya se ha menciona-
do, recu·erdan a los patrones arquitectónicos de El Alamito. En La Rin-
conada las estructuras se disponen, adosadas las unas a las otras, sobre
los lados N. y E. de un espacio central abierto a modo de plaza; el

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costado W., por el contrario, carece de restos superficiales visibles y
el S. está delimitado por un montículo artificial (Gordillo 1990).
Las excavaciones que realizó González (op. cit.) fueron limitadas
en relación a la magnitud del sítio y pusieron al descubierto, en el
lado N., una habitación de planta rectangular. Este recinto tenía paredes
de barro con columnas de rodados planos superpuestos, intercaladas a
una distancia regular •unas de otras; tales columnas se mantenian en pie
mediante mortero de barro. No hay duda que sirvieron como apoyo para
los troncos de aliso que soportaban el techo de paja.
Sobre el piso se hallaron fogones que presentaban una buena can-
tidad de restos óseos de animales, carbón y cenizas. Dentro de la habi-
tación se pudieron recuperar huesos humanos fragmentados. Recintos
como los que acabamos de mencionar, pero que rio fueron excavados,
se hallan sobre los lados N. y E.
La estructura más notable de todo el asentamiento lo constituye un
montículo, aparentemene piramidal, de 22 m. de largo por 13 m. de ancho
y 3,50 m. de alto; fue levantado en una sola etapa con sedimentos arci-
llosos, mezclados con fragmentos de alfareria y algunos huesos y ce-
nizas. Su lado E. presenta una orientación de 17 grados NE.-SO. El mon-
tículo está rodeado en todo su perímetro por un muro de piedra; por
el N., es decir la fachada que mira a la plaza, la pared está construida
con lajas escogidas y canteadas de 1 m. a 1,20 m. de largo, por 0,20 m.
a 0,25 de ancho y 0,05 m. a 0,06 m. de espesor. Fueron dispuestas en
línea con la cara plana hacia el exterior y el eje mayor en sentido verti-
cal; por arriba se disponen 3 ó 4 filas de las mismas lajas pero colocadas
en sentido transversal. En la base van aseguradas mediante rodados pe-
queños, La pared posee un lienzo exterior parejo que le confiere un
notable efecto estético y que, sin duda, fue lo que intencionalmente
buscaban sus constructores.
En la parte superior del monticulo aún pueden observarse los restos
de dos filas de piedras de 1,20 m. por 1,40 m., que delimitan una especie
de plataforma donde es probable que se rea1izaran las ceremonias. A la
pirámide se accedía mediante dos rampas; una, orientada de N. a S.,
está emplazada en el ángu·lo NE; la otra, corre de W. a E. y remata en
la esquina NW. del monticulo. El hallazgo de huesos humanos fragmen-
tados en los sedime,ntos de la periferia y cima del montículo, nos podrian
indicar la posibilidad de que allí se llevaran a cabo la inmolación y mu-
tilación de sujetos. Según otras evidencias, ésta aparecería como una
práctica muy extendida en este período. Dos análisis radiocarbónicos
obtenidos por González arrojaron las fechas de 570±40 y 690±40 d.C.
Por nuestra parte también pudimos localizar un complejo de mon-
tículo y recCntos semejantes en el paraje de Los Talas, a unos 8 km. al
Norte de la "Iglesia de los Indios", y que los pobladores actuales deno-
minan Bordo de los Indios. Su aspecto general se encuentra algo des-
virtuado porque la mayor parte de las piedras fueron extraídas para la
construcción de una escuela próxima.
Otros numerosos datos recuperados en excavaciones o prospeccio-
nes durante los cinco años de trabajo de campo no serán mencionados
aquí en detalle; algunos de ellos ya fueron adelantados en un trabajo
anterior (Pérez y Heredia 1975). De cualquier manera podemos mencio-
nar: diversas particularidades de los tipos cerámicos en sitios diferentes;

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plantas y dimensiones diversas e.n unidades de habitación; otros objetos
distintos a la cerámica, tales como piezas de metal, hueso y piedra;
descripciones de piezas·\)Qleras recuperadas por otras personas, particu-
larmente las de la colección Rosso; áreas probablemente destinadas al
cultivo en los faldeos de las sierras al E,. y W. del valle; cantidad y dis-
tribución de otros sitios arqueológicos con estructuras semejantes a
los excavadas; frecuencia de tipos cerámicos ya analizados en el la-
boratorio; diversidad de las figuras antropomorfas o felinizadas con
relación a los trajes que visten y a los tocados que cubren cabezas; etc.
El tratamiento en detalle de todos estos· aspectos nos llevarla a extensas
consideraciones y, eventualmente, en algunos casos, a conclusiones
prematuras considerando que el proceso de análisis de toda la docu-
mentación recuperada fue abruptamente interrumpido en 1976.
111. Los datos relevados y registrados hasta ahora (excavaciones pro-
pias y/o trabajos de otros investigadores; documentación existente en
diversas colecciones, etc.) nos permiten afirmar que el Valle del Ambato
constituyó el ce.ntro de origen (Pérez y Heredia 1975:68) de lo que Gon-
zález definió, en cronología y contexto pára otra área del NOA., como
cultura de La Aguada (González 1961,4). Fue en esta región del Ambato
donde se consiguió formalizar una nueva estructura socioeconómica e
ideológica específica que resultó de la conjunción de una serie de pro-
cesos ya en marcha, pero que son retomados y modificados, o bien de
otros que se elaboran internamente por primera vez, y que, con poste-
rioridad, constituirán un factor de integración regional para gran parte
del NOA.
En tal sentido es necesario destacar que el sitio de El Altillo mues-
tra claramente su presencia en un momento anterior a cualquier mani-
festación "Aguada" e.n el lugar. Fragmentos de cerámica Ciénaga indi-
can asimismo que esta cultura también es anterior,-por lo menos par-
cialmente, a "Aguada" en Ambato, lo cual está de acuerdo a la crono·
logia conocida (González 1955). ·
Una serie de evidencias muestran claramente la derivación de Con-
dorhuasi-Aiamito. La primera de ellas se refiere a la adopción en Ambato.
de las técnicas de construcción (tapia de barro y columnas) típicas de
los sitios de La Alumbrera y que están fechadas por C-14 en el siglo
IV de nuestra era; sospechamos que en Ambato pueden ser algo más
tardías. Sin embargo ,no se adoptó el patrón de asentamiento Al amito
caracterizado por unidades de vivienda. con habitaciones de tipo A y B
dispuestas alrededor de un patio central configurando una planta circu-
lar (Núñez Regueiro 1971b: 17-20). Este patrón se complementa con un
montículo basurero al Oeste, dos plataformas de piedra de función ce-
remonial, también al Oeste, y espacios cupiertos para actividades domés-
ticas y/o rituales. Ninguna de estas estructuras se encuentran en Am-
bato, probablemente porque en algún momento se procesa una profunda
modificación en la organización social que conduce a los grupos de
familias que habitaban las unidades de tipo Alamito a establecer otros
vinculos sociales. Es posible adelantar· la hipótesis de que estas nuevas
relaciones sociales desembocaron en el establecimiento de una vlda al-
deana mucho más compleja, la cual fue adoptada rápídamente en otras
regio.nes del NOA., tal como, por ejempló, es posible comprobar en los
sitios de Bañado de los Pantanos (La Rioja).

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En la cerámica ordinaria presente en El Altillo aparece clara la se-
mejanza en el tratamiento de la pasta con su similar de El Alamito, donde
también la vtilización del antiplástico de cuarzo y mica, esta última en
grandes proporciones, le da un aspeGto particular a la superficie, con
laminillas visibles sobre ella (Núñez Regueiro 1971b).
Otro elemento que refuerza la derivación de una base previa Con-
dorhuasi-Aiamito son las grandes vasijas que encontramos en los sitios
de vivienda excavados. Estas piezas tienen una pasta y una textura de
la superficie que responde a las descripciones de los tipos ordinarios
de Alumbrera y de El Altillo presentadas en el parágrafo anterior. Ade-
más, sobre ellas se pintaron motivos de felinos y de guerreros armados
con tocados felínicos, utilizando la combinación de negro, rojo y blanco
(a veces también amarillo), típicos colores de Condorhuasi. Un ejemplar
de este tipo fue descrito por Lorandi (1967), idéntico a los que tratamos
y que procede de Los Varelas, localidad del valle de Ambato. En estas
piezas es característico que la nariz del telino o del guerrero, según sea
el caso, se represente· mediante un gancho modelado.
Este tipo de vasijas del Ambato, está estrechamente vinculadas con
las cerámicas denominadas Cortaderas (Serrano 1958: 107), procedentes
del Este de Catamarca, y Las Mercedes (Gómez 1966) de Santiago del
Estero; tales vínculos que parecen ser de carácter históricos ya habían
sido señalados por nosotros (Pérez y Heredia o p. cit.: 66) y posteriormen-
te por Lorandi (1977).
En otro orden de manifestaciones sociales debe señalarse la pre-
sencia de un repositorio de arte rupestre -incomparable por su inten-
·>idad, valor estético y significado ideológico- en el E. de la provincia
de Catamarca, que hace ya años fuera dado a conocer por De la Fuente
(De la Fuente y Arrigoni 1975; De la Fuente y Díaz Romero 1975); a la
luz del avance de las investigaciones realizadas en Ambato se pueden
postular unos lazos históricos que van más allá de lo puramente casual
y entrever, por el contrario, nexos causales.
·Hoy día es posible detectar una relación del valle de Ambato con
.el oriente catamarqueño y la región de los ríos Dulce y Salado. Así se
pone en perspectiva una interrelación e_xtremadamente acHva entre las
tierras bajas .orientales y los valles occidentales, cuya dinámica se ex-
tendió probablemente hacia el oeste para alcanzar la Puna hasta San
Pedro de Atacama en el Norte Grande de Chile. Como prueba de tales
contactos tenemos el canasto, con característicos motivos decorativos
de Ambato, procedente del cemenerio Coyo Oriene, tumba 4010, y que
fuera publicado por Berenguer (1984). Este cesto se asocia con una ta-
bleta para alucinógenos con decoración tiwanaku típica (Torres 1987: 43.
plate 78).
En la mesopotamia santiagueña es de señalar la presencia de conos
Y cilindros de cerámica, los cuales fueron ilustrados por E. Wagner y O.
Righetti (1946); además uno de nosotros (Pérez 1966) publicó un objeto
similar _procedente de Rodeo Colorado (lruya, Salta). Juzgamos que tales
artefactos son los de.nominados "fire-dogs" del área amazónica (Róóse-
velt 1980), que integran un conjunto de elementos domésticos dedicados
-a la preparación· de alimentos de mandioca. De esta manera quedaría
planteada una rica problemática en torno a modos de vida de muy disí-
miles ambientes .naturales que entraron en contacto mediante dinámicas

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sa,ciales que, en el futuro, deberán ser investigadas en profundidad y con
detenimiento.
Se plantea así la necesidad de abordar ·una temática vinculada con
las relaciones que pudieron existir entre .los valles, las tierras bajas del
oriente (la mesopotamia santiagueña en el caso que tratamos), el alti-
plano y la costa del Pacífico para tener un panorama completo y cohe-
rente de la dinámica histórica del NOA.
Juzgamos que para este caso debe tenerse en cuenta la propuesta
de Dillehay y Núñez Atencio, quienes caracterizan a las sociedades cen-
tro-meridionales andinas por un modo de vida pastoril y caravanero cuyo
eje se sitúa en los circuitos de intercambio, vinculados por el apoyo de
comunidades agrícolas en un contexto transecológico; pero, en realidad,
no se trata tan solo de transferir recursos de una zona a otra, sino más
bien de movilizar recursos productivos a través de la localización plani-
ficada de actividades económicas especializadas, por lo general ubica-
das en establecimientos permanentes en diferentes r·egiones (Dillehay
y Núñez Atencio 1988: 603-4). La conformación de un tal sistema "agro-
pastoril" permitió a las sociedades de los andes centro-meridionales
practicar una flexible movilidad económica que cubría tanto la puna
como la costa del Pacífico y las tierras bajas orientales y, a la vez,
constituyó la base para el desarrollo de los señoríos como sistemas
de organización política (op. cit.: 611). Para la problemática que nos
interesa en particular, los autores ya mencionados sostienen que "La
integración, mas no la centralización, fue lograda en los andes centro-
meridionales a través de la participación en los múltipl·es circuitos com-
plementarios de pastores-caravaneros" (op. cit.: 620).
Otra hipótesis de trabajo nos lleva a postular una diferencia fun-
cional entre los dos tipos de unidades de habitación recuperados hasta
ahora. Las más comunes, ejemplificadas por Jos sitios Martínez 1 y Mar-
tinez 4, sugieren haber sido ocupadas por grupos domésticos de tamaño
relativamente reducido, donde probabl·emente cada unidad de vivienda
constituía la residencia de una familia nuclear, abandonando el patrón
presente en Alamito, en el que una familia ·extensa ocupó una •unidad.
El segundo tipo de recintos, representado por el sitio Martínez 2 y otros
aún mayores que hemos registrado, se prestan para algunas considera-
ciones, ya que se constituyen por más de un módulo compuesto por
recintos cuadrangulares que dan sobre un patio central donde se lleva-
ron a cabo las actividades domésticas; pero, fundamentalmente, porque
el espacio ocupado y las construcciones son considerablemente mayores
y más complejas. Hay, pues, unidades de este tipo con dimensiones
aproximadamente de hasta 80 m. de largo por 40 m. de ancho, tanto en
la propiedad de la familia Saavedra, contiguo al campo de Martínez,
como en los parajes de El Bañado, Cerco de Palo y en los terrenos de
La Rinconada. Al parecer todo indica un uso resid·encial de la unidad
y en ese caso el número de habitantes y sus vínculos entre sí pudieron
haber sido diferentes. El supuesto que los dos tipos de unidades corres-
ponden a dos épocas distintas no parece ser pertinente ya que, aunque
no tenemos fechados que las sitúen precisamente en el tiempo, las cerá-
micas de unas y otras parecen ser, por su tipología, contemporaneas.
Dado que incursionamos en el tema de los patrones de as·entamien-
tos, es necesario considerar un trabajo reciente. de Raffino (1988) que
.específicamente aborda la problemática en nuestra región de estudio, El

169
autor postula un modelo de trazados dispersos planeados representati-
vos del Formativo Superior (550·800 d.C.) que denomina tipo Ambato
y que se caracteriza por cuatro componentes: a) placaforma piramidal o
alpatauca; b) patio frente a la plataforma y lateral a las residencias; e)
calzada perpendicular a la plataforma; d) sector residencial (op. cit.:
94 y ss.). Un análisis detallado del texto de Raffino pone de reliev•e algu-
nos errores, supuestos no f·undamentados y omisiones.
En primer término es de señalar qu·e el mapa de la pág:na 86 está
mal orientado, ya que donde se marca con una flecha el norte en reali-
dad corresponde al sur; como consecuencia de esta falla, la descripción
del sitio de La Rinconada (como llama Raffino a la "Iglesia de los In-
dios") es inadecuada; se acumulan otros errores cosecha del propio
autor, como por ejemplo cuando se afirma: "Esta vía· (E) separa el
sector del patio hundido del residencial ubicado al oriente" (op. cit.: 94),
pues en el mapa antes mencionado el naciente aparece libre de cons-
trucciones. El mismo error vuelve a repetirse una página más adelante.
Se dice que en La Rinconada existe una calzada sobreelevada, que
las paredes poseen un refuerzo basal (banqueta) y que las habitaciones
son subterráneas. Por el momento la calzada sobreelevada se presenta
como un muro ancho que constituye el límite E. de una unidad de vi-
vienda; que exista una banqueta es posible, pero esto no se sabrá hasta
que no s-e practiquen excavaciones.
En cuanto a que las habitaciones son subterráneas no tiene sustento
en la realidad. Abunda el autor en el tema: "Estos singulares sostenes
(ias columnas) ·estuvieron confeccionadas con clastos planos y super-
puestos hasta alcanzar altura no mayores a las paredes, en un sistema
residencial subterráneo. Las columnas son así respuestas vinculadas
con una vivienda que no se eleva por sobr·e el piso natural sino que fue
concebida a bajo nivel (rasgo N9 24). Esta característica aumentaría no-
toriamente la capacidad de carga de las columnas, al estar éstas apoya-
das en las paredes naturales que surgieron de la excavación de la
vivienda. A la vez, permitiría que las paredes de tapia interpuestas entre
las columnas y que revestían los perfiles naturales de la excavación,
tuvieran una mayor apoyatura y consistencia. El proceso constructivo
de El Alamito y La Rinconada comenzaba con la excavación de .un es-
pacio seleccionado para la vivienda, proseg·uía con el alzado de las
columnas hasta alturas parejas con la profundidad del piso de las vivien-
das, luego con el tapizado de la pared natural con un esqueleto de
ramas y barro (tapia) y concluía con el techado con tirantes de aliso,
cañas y barro, apoyado todo sobre columnas" (op. cit.: 146). Hay que
decir rotundamente qu-e estas afirmaciones carecen por completo de
realidad; vale la pena preguntarse de dónde tomó Raffino esta evidencia
y cómo la respalda, pues todo lo publicado hasta la fecha no permite
sustentar una afirmación como la citada más arriba. Por otra parte, la
pura y simple lógica nos señala que si los núcleos habitacionales del
Ambato (y también de El Alamito) hubieran sido subterráneos, hoy los
sitios se nos presentarían como depresiones y no como montículos.
El Cuadro 11, "A. Rasgos de emplazamientos y asociaciones topo·
gráficas y funcionales. B. Rasgos arquitectónicos y urbanísticos" (op.
cit.: 128-30), trae, asimismo datos que son errados en relación con los
restos arqueológicos de Ambato. Tal es el caso, por ·ejemplo, cuando
se afirma que La Rinconada no está emplazada en el fondo del valle

170
sino en el pie de monte, cuando la realidad es absolutamente al revés.
También sin fundamento alguno se afirma la existencia de un sitio fune-
rario agrupado, necrópolis, (rasgo 11), y tumbas aisladas por fuera del
área residencial (rasgo 42); todo esto por una interpolación que realiza
Raffino (op. cit.: 152).
Omite el autor citar tres trabajos aparecidos hace ya algunos años
en revistas de circulación internacional (Pérez y Heredia 1975; González
1983 y Pérez 1986) y que aportan información útil sobre la arqueología
del valle de Ambato.
Si pasamos a considerar la alfarería del Ambato, esta muestra unas
técnicas de manufactura tan específicas que es posible diferenciarla,
sin mayor dificultad, de otras cerámicas contemporáneas; es así que
González (1977: 204-7) propuso tres áreas diferentes para la denomina-
da cultura de La Aguada. Tanto por el escaso espesor de sus paredes
y el tratamiento de la pasta (compacta), como por el acabado de la su-
perficie (generalmente negra pulida), se concluye que hubo una gran
uniformidad en el tratamiento de la arcilla y en el proceso de manufac-
tura, al punto de lograr una homogeneidad que probablemente sólo pudo
ser resultado del trabajo de un gr·upo de especialistas (Bedano, Juez y
Roca 1974). Esta hipótesis se ve reforzada cuando observamos los mo-
tivos antropomorfos y lo felínicos que decoran los vasos, los cuales dan la
impresión de haber sido trazados de acuerdo con un patrón casi idéntico
en piezas diferentes. Es probable que la cerámica simple u ordinaria
tuera fabricada por cada grupo familiar, pero pensamos en la posibilidad
que artesanos con una cierta especialización estuviern encargados de la
elaboración de la alfarería .de uso ritual. La propia existencia de piezas
de metal sugiere que hubo un manejo de técnicas que exigían un cono-
cimiento más profundo del proceso de transformación de la materia
prima.
Un aspecto de la investigación que necesita ser ·profundizado es el
referido a la producción. Hacia aproximadamente el 500 d.C. en Ambato
se produjo un aumento de la población en comparación con los momen-
tos anteriores, lo cual parece haber ocurrido en relación con cambios
socio-económicos. Esto lo indica la abundancia· de sitios de viviendas
distribuidos por toda la parte baja del valle, ocupados a partir del final
del siglo V d.C. o en los comienzos del siglo VI d.C. Hay, por el mo-
mento, débiles indicios de ocupación Condorhuasi-Aiamito anterior y las
evidencias Ciénaga están acompañadas por restos Ambato. La primera,
al parecer, ocupó preferentemente los conoides de los faldeos de las
sierras del este; tales prácticas concuerdan con las modalidades agríco-
las de épocas tempranas en el NOA., como ocurre, por ejemplo, en el
Campo del Arenal y Laguna Blanca.
Como aspectos íntimamente ligados e inseparables de un proceso
social totalizante -que hoy aislamos para proceder a su análisis- hay
que considerar el advenimiento de una nueva modalidad de organización
social, la elaboración de un sistema ideológico complejo que se nutría
en una antigua tradición .surandina, un aumento considerable de la po-
blación y la construcción de sistemas de riego más amplios y complejos
que abriero.n la posibilidad de poner bajo cultivo las tierras llanas del
fondo del valle. Aunque no podamos afirmarlo taxativamente, es válido
pensar que a partir de este momento se incrementó una dinámica que,
en corto tiempo, modificó las relaciones de producción. Parecen haber

171
indicios que én esta época se abandonaron las antiguas formas de pro-
ducción orientadas a la autosuficiencia del grupo familiar, para adoptar
modalidades más complejas y comunitarias, que hicieron posible la ,exis-
tencia de un excedente económico sobre el que se sustentó ese in'édito
despliegue de ceremonialismo.
Es casi seguro que la subsistencia se basó en el cultivo del maíz,
cuyos restos encontramos en la estratigrafía de Martínez 3. Habría que
tener presente, como hipótesis de trábajo, el pape1 que pudo haber
cumplido en este proceso de cambio la incorporación de nuevas varie-
dades de maíz (Tarragó 1980).
No es posible dejar de señalar que las sociedades que ocuparon
el Ambato debieron poner un fuerte acento económico en el pastoreo
de auchénico. Cuando decimos esto estamos pensando en la cabecera
norte del valle, alrededor de la localidad de Singuil, con sus prados
Rotos para la crianza de camélidos. Tampoco es posible pasar por alto
el importantísimo papel que debió cumplir en la dinámica social el trá-
fico caravanero.
IV. En virtud del desarrollo de los estudios arqueológicos en el NOA.
es posible (y necesario) plantearse una revisión profunda de lo que en
su momento tue detiniao por González: la cultura de La Aguada (Gon-
zalez 1961-4). Creemos que hoy día existen elementos de juicio como
para concebir lo que fuera denominado "cultura de La Aguada" (en
realidad el Período Medio de González ;¡ Pérez (1976: 74) que era ca-
racterizado, fundame.ntalmente, por Aguada como receptora de las in-
t,uencias t1wanakotas) como un momento de unificación de carácter
social e ideológico. Tal integración se llevó a cabo sobre las diversas
sociedades locales que, en sus modos de vida, poseían ya los elemen-
tos, materiales y simbólicos, que serán integrados en Ambato en un
nuevo orden. Es de hacer notar que una interpretación en muchos as-
pectos coincidentes con la que aqui expresamos ha sido elaborada por
1'Júñez Regueiro y Tartusi (m. s.). Uno de nosotros (Pérez 1986:64 y 69)
había senalado la existencia de un complejo religioso-ceremonial en
Aguada cuya explicación debería buscarse en un antiguo núcleo mítico-
simbólico surandino, multifacético y espeso por la diversidad de niveles
cronológicos.
Rafnno, por su parte, afirma que La Rinconada representa el ad-
venimiento de los ce,ntros rituales en el NOA. y "Este estadio no cons-
tituye un horizonte cultural, porque no se extiende por el universo de
estudio aislado (Atlas 2.a. Mapa 11). Es homotaxialmente equivalente al
norizonte Clásico o Wari-Tiwanaku de los andes centrales y significa la
emergencia de u,n dominio incipiente teocrático en las sociedades tri-
bales y como fundamento de la planificación urbana" (Raffino op.cit.:
94-6). Basta pasar la mirada por el mapa 11 de la obra comentada (op.
cit. 66-70) para darse cuenta que los sitios marcados como pertenecien-
tes al Formativo Superior con cerámica Aguada, se extienden desde el
centro-sur de la provincia de San Juan hasta el centro de Salta, sin con-
tar los que corresponden a Las Mercedes en Santiago del Estero y que
no figuran como tales; vale decir, unas buenas dos terceras partes del
NOA. Es insostenible la equivalencia de estadio del Formativo Superior
Y Wari,Tiwanaku, aun cuando se apele al ca,ncepto de homotaxialidad
tal y como lo define el autor (Raffino op. cit.: 10).

172
Nuestro punto de partida es que más allá de apelar a un mecanismo
difusionista para dar cuenta del proceso histórico del NOA. -en este
caso recurriendo a las influencias tiwanakotas- es necesario enfocar
el prc·!Jiema en términos surandinos. Pensado de esta manera, el NOA
se integra a una dinámica ideológica más abarcativa. Tal dinámica gira
en torno al culto solar (Punchao), cuyo eje se sitúa en la isla Titicaca.
Este espacio geográfico (que en términos generales correspondería, pos-
teriormente, al Collasuyu incaico) comparte, .desde épocas muy tem-
pranas, •una ideología que es posible rastrear a través de la iconografía
(Bouysse-Cassagne 1988). En consecuencia, en este momento que lla-
mamos de integración regional del NOA se desarrollan procesos ideoló-
gicos -profundamente enraizados en el tejido social de la época- que
son comparl1·dOs por un sinnúmero de sociedades surandinas y no que
derivan de una sola de ellas, v. gr. Tiwanaku; es más, esta última es
una de las tantas sociedades que comparten esa ideología surandina.
El eje de la problemática explicativa se traslada, entonces, desde la
difusión lisa y llana hacia un proceso interno de transformación sociaL
Volviendo sobre la temática de las "influencias" tiwanakotas es sintomá-
tico que hasta la fecha los hallazgos en el NOA. de objetos reputados
como fehacientemente pertenecientes a Tiwanaku no van más al sur
del sector septentrional de la Puna o de la Quebrada de Humahuaca.
Así planteadas las cosas, creemos que la denominación de La Agua-
da debe ser restringida al sector occidental (González 1977: 204) de
este p.3'ríodo; en consecuencia es necesario buscar una más ajustada
delimitación contextua! de las otras man:festaciones "Aguada"; tal el
caso, por ejemplo, de Bañado de los Pantanos, sur del valle de Cata-
marca (Huillapina), el valle de Lerma (Huachipas), Abaucán, un sector
del Valle Calchaquí, etc. Es válido, con los elementos que hoy tenemos
a mano, hablar de una entidad social Ambato que ocupó el valle homó-
nimo desde, por lo menos, el año 500 d.C.
Las elaboradas prácticas rituales, que antes mencionábamos, pare-
cen haberse desarrollado a partir del siglo VI en el Ambato. No hay
duda que la "Iglesia de los Indios" estudiada por González, fue una
estructura dedicada a la realización de complejas ceremonias religiosas.
No solamente su extensa rampa de acceso, sino también las otras es-
tructuras que la acompañan, hacen que todo el conjunto se presente
con una cierta impotencia para esta época y lugar con relación a las
demás construcciones domésticas. Lo mismo podemos decir del "Bordo
de los Indios" en la localidad de Los Talas que, a pesar de su mal
estado de conservación, puede ser diferenciado como una edificación
especial. No sabemos si uno y otro "templo" estuvieron en funciona-
miento al mismo tiempo o, si por el contrario, uno sucedió al otro; tam-
poco tenemos prueba ni indicios de posibles jerarquías entre ellos. En
ambos casos será importante descubrir las razones de las diferencias.
El montículo de El Altillo, tal como ya lo adelantáramos, probable-
mente no sea un simple depósito de desechos sino una precaria plata-
forma aterrazada en el borde de una barranca. Además, hemos men-
cionado las posibles relaciones que el Ambato guarda con la cultura
Condorhuasi-Aiamito de La Alumbrera; allí también está presente un
intenso ceremonialismo, al punto que .ninguna fa'milia ocupante de una
unidad de vivienda dejaba de construir sus plataformas ceremoniales,
en las cuales se han encontrado elementos vinculados con el ritual (Nú-

173
ñez Regueiro 1971:35 y 61 Tabla 11). Este ritual ejecutado en Ala mito
es claramente familiar, con la participación, si no exclusiva, por lo menos
preferencial, del grupo que habitaba la unidad respectiva. No hay nin-
guna otra estructura que pareciera destinada a sustituir, aunque sea
eventualmente, a las plataformas como lugares de ceremonias; todo in-
dica, además, que los ritos debieron ser administrados por un individuo
del propio grupo familiar, probablemente alternado su función sacerdotal
con otras actividades domésticas. En Ambato este ritual o ceremonia-
lismo familiar parece estar ausente. No sólo no hay indicios de cons-
trucciones ceremoniales para uso de pequeños grupos, sino que, por
el contrario, están presentes los mucho más Imponentes complejos ar-
quitectónicos de pirámide-plaza para la participación comunitaria: tal
son los "templos" representados por la Iglesia de los Indios y el Bordo
de los Indios ya mencionados. Considerando que las plataformas de
Alamito estuvieron en uso por lo menos hasta el 450 d.C. (Núñez Re-
gueiro op. cit.: 43 y 45<6) y que González en la Iglesia de los Indios
obtuvo una fecha de 570±40 y 690±40 d.C., resulta claro que en Ambato
a partir de este momento se produjo un cambio en la organización so-
cial. Las familias extensas de los tiempos de Alamito dejaron de vivir
agrupadas en torno a una unidad de vivienda, probablemente autosuficien-
te y de cumplir sus rituales religiosos familiares casi individualmente, para
pasar a participar de una vida comunal con relaciones que ya reconocían
otros vínculos sociales, no solamente de parentesco inmediato, y a practi-
car una religión o rituales administrados por individuos más o menos es-
pecializados en esas funciones. Debe destacarse que esta transición cons-
tituye, en nuestra opinión, la clave para entender el proceso de profunda
transformación que se opera en el interior de esta sociedad y que poco
tiempo después se extenderá a otros grupos sociales del NOA.
Ya hemos puesto en co.nsideración .la importancia de la ideología
en la constitución de lo que en su momento fuera denominado Período
Medio. El análisis de ciertas placas de bronce procedentes del NOA. y
de Bolivia, a la luz de las fuentes históricas (Pérez op. cit.), nos ha
llevado a reconocer, como ya hemos manifestado antes, una antigua
ideología surandina que gira en torno al culto del Punchao. Su repre-
sentación iconográfica está asociada a felinos, serpientes, sapos, sau-
rios y, en menor número, pájaros; los saurios, mitad peces, mitad hu-
manos, son comparados por Ramos Gavilán (1976) con Dagón, el dios
nacional de filisteos y fenicios. Este ídolo, llamado Copacabana, tenía
su adoratorio a orillas del lago Titicaca (antes denominado ~aguna de
Chicuito), y en relación de subordinación con la isla Titicaca y su ado-
ratorio.
Este era el templo más importante de todos los Andes, por ser ·el
centro de la geografía mltica y simbólica. Según Ramos Gavilán " ... llá-
mase nuestra laguna e isla Titicaca, por una peña llamada así, que sig-
nifica p-eña donde anduvo el gato y dio gran resplandor" (Ramos Gavilán
op. cit.: 46). Juzgamos que es posible establecer una clara vinculación
entre el felino y el sol (Punchao).
El ritualismo o ceremonialismo en Ambato no está solamente r·epre-
sentado por las construcciones destinadas a su práctica. Ello se mani-
fiesta también en otros aspectos de la vida. Entendemos que no ·es
posible pensar que la mayor parte de los motivos representados en las

174
ceramicas o ·en otras materias primas, tuvieron solamente un objetivo
decorativo o estético. Parece obvio que la frecuencia con que las figu-
ras de felinos o seres h·umanos felinizados o con atributos felínicos que
fueron r-epresentadas en las paredes de los vasos guarda una estrecha
relación con las prácticas religiosas. En general, no hay escenas de ac-
ción en los diseños, pero muchos de ellos muestran un momento de
una acción que debía formar parte de un ritual; tal el caso de ind:viduos
ataviados con diversos elementos, con armas o símbolos en una mano
y cabezas cortadas en la otra; o el de personajes con diversos adornos
cefálicos, trajes diferentes divididos en campos bí o cuatrípartidos, pec-
torales variados, perneras, etc., prcbablemente "retratados" en un mo-
mento de una acción ritual.
A pesar de no tener hasta el momento evidencias directas que indi-
quen el uso de alucinógenos en las prácticas religiosas, es posible
sostener la hipótesis de que algún tipo de sustancia psicoactiva, prefe-
rentemente de origen veg·etal, fue usada en el Ambato. Esta suposición
no es novedosa para los pueblos del Area Andina Meridional y mucho
menos para aquellos que estuvieron en estrecho contacto con las tierras
bajas tropicales o subtropicales. El uso del cebil o vilca, del coro, de
variedades de tabaco, el floripondio (datura) y el chamizo está atesti-
guado por las crónicas ·españolas en los siglos XVI y posteriores; en el
Norte de Chile, por ejemplo, hay suficientes documentación arqueoló-
gica sobre la utilización del cebil desde tiempos muy tempranos. En
Ambato sospechamos que también fue empleado como parte del ritual.
Ya en otro trabajo uno de nosotros (Pérez op. cit.) ha tratado la
cronología y el uso de sustancias al·ucinógenas en el contexto religioso
del NOA. Para reforzar la vinculación entre el culto a Punchao y un
alucinógeno, ·en este caso la vilca o cebil, hallamos en Bertonio (1984:
386): "Villca; El sol como antiguamente dezian, y agora dizen inti. Villca;
adoratorio dedicado al sol o otros ídolos .... Villca; es también una cosa
medicinal, o cosa que daua a bever como purga, para dormir, y que
durmiendo dice q acuadia el ladren que auia lleuado la hazi·enda del
que tomo la purga, y cobraba su hazienda: era embuste de hechizares".
· Es en este contexto que cobran sentido los keros de madera, piedra
o cerámica, algunos con representaciones de guerreros y/o felinos; las
espátulas de hueso o madera con tallas antropo y zoomorfas, que de-
bieron usarse junto con las tabletas de madera, cajas y estuches; los
morteros de piedra con tallas de felinos; las pipas de alfar·ería o pie-
dra; etc.
La práctica del "craneo trofeo" o de la "caza de cabezas" está
profusamente representada en los dibujos de los vasos de cerámica.
Esta circunstancia puede ser corroborada por los hallazgos realizados
durante nuestras investigaciones de restos óseos humanos desarticu-
lados, pero necesitamos todavía la confirmación que se tratan de sacri-
ficios o actos de canibalismo realizados, tanto en los sitios ceremoniales,
como en las unidades residenciales.
Hasta la fecha no hemos registrado evidencias de una ocupación
tardía del valle de Ambato y lejos estamos de tener una explicación
para esta circunstancia. Pero lo real es que la ideología qu·e cristalizó
en este pequeño valle catamarqueño persistió, en gran parte, en las
sociedades indígenas posteriores, y existen claras pistas que nos llevan
a pensar que, además, sirvió de sustenio a las rebeliones antícoloniales

175
que ésta.llaron en el NO A. en los siglos XVI y XVII. Parecería que' Jos
arqueólogos vamos construyendo una propia teoría de· los indicios ·que
dá cuenta, finalmente, de la utopía.

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