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LIB R O I

PECA DO O R IG IN A L Y LA C TA N C IA
DE A G U STÍN EN LA FE

SIN O P S IS

1-6 Introducción a la obra (invocación, alabanza de la bondad de la


creación y de Dios creador, plegaria y presentación)
7-12 Nacimiento y primera infancia de Agustín
9 Posibilidad de recordar la etapa prenatal
10 Dios eterno concede la existencia al ser humano efímero
11-12 El pecado, la concupiscencia, se halla ya presente en la
primera infancia
13-31 La niñez de Agustín
13 Las primeras palabras
14-15 El duro aprendizaje de las primeras letras
16 Pecados de la niñez
17-18 Catecumenado y tentativa de bautismo
19 La providencia divina regía la formación en lasletras
20-28 En la clase, del gramático griego y latino
21-24 Crítica de los textos comentados y la pedagogía utili­
zada
25-27 Crítica del canon escolar de autores: el ejemplo de Te­
rendo
28 Crítica del latín literario
29-31 Reflexión final sobre los pecados de su niñez
LIBRO I

Prólogo: a) Invocación

Grande eres, Señor, y por entero loable1;


grande es tu virtud y para tu sabiduría no hay número1.
Y alabarte desea el ser humano,
mera porción de tu creación,

1 Salmos 4 7 ,2 ; 9 5 ,4 ; 144, 3 y Tobías (Tob. 1 3 ,1 ss.). Esta invocación pare­


ce ser la respuesta de la creación al cántico victorioso con el que los justos ala­
ban al Creador en Apocalipsis 15, 3-4: grandes y adm irables son tus obras, Se­
ñor D io s todopoderoso: ju stos y verdaderos son tus caminos, Rey de las
generaciones. ¿Quién no te temerá, Señor, y engrandecerá tu nombre? D e este
modo, el com ienzo de estas Confesiones enlaza con su final, la aspiración a la
p a z d el sábado, el descanso eterno en la contemplación de Dios (X III3 5 ,5 0 ss.).
A todo esto, J. V a n O o r t , «Manichaeism and Anti-Manichaeism in Augustine’s
Confessiones», en L. Cirillo, A. van Tongerloo (eds.), M anichaean Studies ¡II,
Atti del Terzo Congresso Internazionale di Studi «M anichéisme e Oriente C ris­
tiano Antico», Tumhout, 1997, pág. 243, ve una alusión deliberada y polém ica
al Gran Padre de los maniques, principales destinatarios de la obra. La evoca­
ción bíblica cobra así un nuevo sentido si se considera que los salmos mani­
queos describen la morada divina, o «reino de la alabanza», com o lugar lumino­
so y lleno de los cantos armoniosos e ininterrumpidos que tributan los coros de
justos com o homenaje y ofrenda (cf. H.-Ch. P u e c h , «Musique et hymnologie
manichéennes», en Sur le manichéisme e t autres essais, Paris, 1979, pág. 187).
2 Salmos 146, 5. Se cierra así una invocación a la Trinidad {cf. G. N.
116 C O NFESIO NES

y el ser humano que exhibe su carácter mortal,


que exhibe el testimonio de su pecado
y el testimonio de que te opones a los soberbios3.
Y con todo, alabarte quiere el ser humano,
mera porción de tu creación.
Tú le incitas a que le deleite alabarte,
porque nos has hecho para ti,
e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti.

Concédeme, Señor, conocer y entender4


si antes debo invocarte o alabarte,

K n a u e r , P salm en zitate in Augustins K onfessionen, Gotinga, 1955, págs. 49-


51). Por otro lado, esta expresión bíblica está cargada de contenido filosófico
en el significado que A gustín otorga a los términos sapien tia «sabiduría» y
numerus «número» en el sentido de que es im posible llegar a D ios por el co­
n ocim iento científico y racional (sobre la piedad requerida para alcanzar di­
cha sabiduría mediante la confesión, vid. infra V 4, 7, n. 55). El primero de
esos dos conceptos, sapientia, lo define en C uestiones d iversas a Sim pliciano
II 2, 3, com o conocim iento de lo eterno e inmutable — D ios— y se opone a
scien tia «ciencia», que se dedica al conocim iento de lo s entes materiales que
percibim os por los sentidos. A su vez, num erus lo toma en sentido pitagórico
com o «proporción armónica» o «diseño» preexistente al que se conforma el
mundo real en su desarrollo, tal com o puede verse en el tratamiento que reci­
be este concepto en el libro VI de S obre la m úsica. A llí Agustín distingue una
serie de números: desde los más sensibles y som etidos al tiempo — por eso
los einco libros anteriores han versado sobre los pies métricos y sus com bina­
ciones, esto es, m ódulos formados por distintos números— a los m ás inteligi­
bles y propios del alma, los números espirituales o proporciones armónicas
que reflejan, en la estructura de la creación, la eternidad e inmutabilidad de
D ios.
3 Santiago 4, 6 y Pedro 5, 5. La soberbia es para Agustín el origen de todo
pecado por contravenir el orden de la creación, en cuanto que da la espalda y
dirige hacia uno mismo el amor que debe dirigirse a D ios. Esta es la primordial
falta que Agustín critica en los maniqueos a lo largo de esta obra.
4 Cf. Salmos 118, 34; 73; 144.
LIBRO I 117

y si saber lo que eres antes que invocarte5.


Pero, ¿quién te invoca sin saber lo que eres?
porque quien no lo sabe puede invocar una cosa por otra.
¿O es que eres invocado precisamente para que se sepa?
Es más, icótno van a invocar a Aquel en quien no han creído6?
¿O cómo van a creer sin que haya predicador tuyo7?
Y alabarán al Señor quienes lo buscan8,
pues quienes lo buscan lo encuentran9,
y al encontrarlo, lo alabarán.
Te buscaré, Señor, invocándote,
y te invocaré creyendo en ti,
pues nos has sido predicado.

Te invoca, Señor, mi fe, la que me has dado,


la que me has insuflado
gracias a la condición humana de tu hijo,
por ministerio de tu predicador.

b) Plenitud de la creación en Dios...

¿Y cómo voy a invocar a mi Dios, Dios y Señor mío,


ya que al invocarlo no dejaré de estar llamándolo hacia mí?
¿Y qué lugar hay en mí adonde pueda venir a mí mi Dios?

5 Salmos 21, 27 y Mateo 7, 7. Traducimos así el peculiar uso de scire,


nescire («saber», «desconocer») aplicado a Dios, cuya naturaleza no compren­
derían los maniqueos. Por ello se entiende que más adelante en X 2 4 ,3 5 , m ien­
tras recorre las cavernas de la memoria, Agustín use el verbo discere «apren­
der» para referirse a la noción de D ios previamente impresa en el alma y
reactivada con el aprendizaje, tal y com o sucede con las artes liberales.
6· Romanos 10, 14.
7 Sobre la repercusión de p raedicare, p ra ed ica to r en la concepción de esta
obra, véase el apartado 6.3 de la Introducción.
8 Salmos 21 27.
9 Cf. Mateo 7, 7-8; Lucas 11,10.
118 CO NFESIO NES

¿ A d o n d e lle g a r á D io s a m í,
e l D io s q u e h a h e c h o e l c ie lo y la t ie r r a 10!

Y así, Señor Dios mío, ¿hay algo en mí que te abarque, o es


que te abarcan el cielo y la tierra, que has hecho y en los que me
has hecho? ¿Acaso porque sin ti no existiría, te abarca todo lo
que existe? Por tanto, puesto que yo también existo ¿para qué
voy a pedir que vengas a mí, quien no existiría si no existieses
en mí? No es que yo ya sea parte del infiernou , y sin embargo
también allí estás pues, aunque descendiere al infierno, sigues
a mi lado12. Por consiguiente yo no existiría, Dios mío; en abso­
luto existiría si no existieses dentro de mí. O mejor dicho: no
existiría si no existiese en ti, por quien todo, gracias a quien
todo y en quien todo existe13. Así es, Señor. Así es.
¿Adonde te invoco, siendo que estoy en ti? ¿O de dónde
puedes venir a mí? De hecho ¿adonde me retiraré, más allá del
cielo y de la tierra, para que de ahí venga a mí mi Dios, que dijo:
«yo lleno el cielo y la tierra14»?

3 Así pues, ¿te abarcan el cielo y la tierra porque Tú los lle­


nas? ¿O los llenas y sobra, porque no te abarcan? ¿Y hacia dón­
de concentras cuanto queda de ti una vez se han llenado el cielo
y la tierra? ¿Acaso no necesitas ser contenido por todas partes

10 G énesis I I .
11 Proverbios 9, 18. Por otro lado, R. D . D i L o r e n z o , «Non p ie quaerunt:
Rhetoric, D ialectic and the discovery o f the True in A ugustine’s Confessions»,
Augustinian Studies 14 (1983), págs. 117-127, aprecia tras esta alabanza inicial
la estructura retórica que hace de la autobiografía de Agustín una hipótesis, un
caso concreto, de la tesis principal de la obra, la de mostrar la bondad de D ios
hacia la humanidad.
12 Salmos 138, 8.
13 Cf. Romanos 11, 36.
14 Jeremías 23, 24.
LIBRO I 119

Tú, que contienes todo, porque llenas cuanto llenas contenién­


dolo? Porque las vasijas que de ti rebosan no te hacen estable
porque, aunque se rompan, no te desparramas. Y cuando te des­
parramas sobre nosotros no te posas, sino que nos elevas; y no
te desperdigas, sino que nos congregas15. Pero todo lo que lle­
nas, todo por entero lo llenas de ti. ¿O es que como todo no
puede abarcarte por entero abarca todo una parte de ti y ese
todo abarca al mismo tiempo dicha parte? ¿Abarca cada parte
su parte, las mayores las mayores, las menores las menores?
Entonces, ¿existe alguna parte tuya mayor, alguna menor? ¿O
es que por todas partes eres todo y ninguna cosa te abarca por
entero?

y de Dios más allá de la creación

¿Qué eres, pues, Dios mío?


¿Qué, por favor, sino el Señor, Dios?
¿Quién es por tanto el Señor, fuera del Señor?
¿O quién es Dios, fuera de nuestro Dios16?
El más elevado, el mejor;
el más poderoso, el más todopoderoso;
el más misericordioso y justo;
el más oculto y más presente;
el más hermoso y más fuerte;
el estable y el más inasible;
el inmutable que todo lo muda:
nunca nuevo, nunca viejo,
que todo renueva y que a los soberbios guía
a la ancianidad ¡y no lo saben17!;

15 Cf. Salmos 146, 2.


16 Salmos 17, 32.
17 Cf. Job 9, 5.
120 C O NFESIO NES

siempre activo, siempre quieto;


el que acapara y no necesita;
el que sostiene y llena y protege;
el que crea y nutre y culmina;
el que busca, siendo que nada te falta.

Amas y no te arrebatas;
sientes celos y estás seguro18;
te arrepientes y no te lamentas19;
te enfadas y estás tranquilo20;
cambias de actividad, pero no cambias de propósito;
recibes aquello que encuentras y que nunca has perdido:
nunca necesitado, y te alegras de la ganancia;
nunca avaro, y exiges intereses21.
Se te da de más para que debas22
y ¿quién tiene algo que no sea tuyo?
Devuelves las deudas sin deber a nadie;
condonas las deudas sin perder nada.
¿Y qué hemos dicho., Dios mío, vida mía, dulzura sagrada mía,
o qué dice cualquier otro cuando habla de ti?
¡Ay de los que callan sobre ti, porque son mudos locuaces!

c) plegaría

5,5 ¿Quién me concederá hallar sosiego en ti?


¿Quién me concederá que vengas a mi corazón y lo embriagues
para que olvide mis males y abrace a mi único bien, a ti?
¿Qué eres para mí? Apiádate de mí para que hable.
¿Qué soy yo para ti, para que Tú me ordenes que te ame,

18 Cf. Joel 2, 18; Z acarías 1, 14; 8, 2.


19 Después del diluvio (G énesis 6, 6-7).
20 Contra la incredulidad de M oisés en Éxodo 4, 14.
21 Cf. la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).
22 En referencia a parábola del buen samaritano (Lucas 10, 29-37).
LIBRO I 121

y te enfades si no lo hago y me amenaces con grandes desgracias?


¿Es desgracia pequeña no amarte? ¡Ay de mí!
Por medio de tus actos de misericordia dime,
Señor Dios mío, qué eres para mí.
Di a mi alma: «soy tu salvación23»;
dilo de modo que lo oiga.
He aquí ante ti los oídos de mi corazón, Señor:
ábrelos y di a mi alma: «soy tu salvación24».
Echaré a correr en pos de estas palabras, y te abrazaré.
No quieras esconder de mí tu rostro25:
muera yo para no morir, para verlo.

d) presentación de sus Confesiones

, Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella:


que sea ensanchada por ti.
Está en ruinas: reconstruyela.
Tiene cosas que ofenderían a tus ojos,
lo confieso y lo sé, pero ¿quién la limpiará?
¿O a quién otro sino a ti gritaré:
«purifícame de mis faltas ocultas
y libera a tu siervo de las ajenas»26?
Creo y por ello también hablo27, Señor; lo sabes28.
¿Es que no te he expuesto, para desgracia mía, mis faltas, Dios mío,
y has disipado Tú la impiedad de mi corazón29?

23 Salmos 34, 3.
24 Cf. la nota precedente.
25 Cf. Éxodo 33, 23.
26 Salmos 18, 13-14.
27 Cf. Salmos 115, 10.
2S Esta expresión, m uy frecuente en todas estas Confesiones, se repite tam­
bién en el L ibro de los salm os. Aunque aquí no haga referencia a un salmo
concreto es un medio de dar colorido bíblico a la expresión (cf. G. N. ICn a u e r ,
D ie P salm em itate..., págs. 75-77).
29 Cf. Salmos 31, 5.
122 C O NFESIO NES

No me enfrento enjuicio a ti30, que eres la Verdad31; tampo­


co quiero engañarme a mí mismo para que mi maldad no se
mienta a sí misma32. Así pues, no me enfrento en juicio a ti por­
que, si observases mis maldades — ¡ay Señor, Señor!—, quién
las defenderá33?
6,7 A pesar de todo, permíteme que hable
ante tu misericordia, a mí, tierra y polvo34;
N a c im ie n to y
permíteme hablar a pesar de todo, puesto
p r im e r a in fa n cia
que es a tu misericordia a quien estoy ha­
blando, no a un ser humano que se ríe de
mí. Y Tú quizá te ríes de mí pero, una vez vuelvas tu rostro, te
apiadarás de m í35. ¿Qué es, pues, lo que quiero decir, Señor,
sino que no sé de dónde he llegado aquí, a esta no sé si decir
vida mortal o muerte vital36? No lo sé.

30 Cf. Jeremías 2, 29.


31 Juan 14, 6.
32 Cf. Salmos 26, 12.
33 Salm os 129, 3.
34 Para la expresión, cf. G énesis 18, 27; Job 42, 6.
35 Jeremías 12, 15.
36 A partir de ahora y hasta el libro IX, Agustín va a repasar su vida según el
peculiar sistema romano de división de la vida en cinco edades. Comienza por la
infantia, etapa que la ley romana extiende hasta los siete años — a éste y a los si­
guientes números séanles quitado uno en el cómputo moderno, pues los antiguos
no conocían el concepto de cero— , si bien Agustín sigue de cerca la etimología
(infans, «que no habla») y el uso habitual que la restringen a la etapa de la lactan­
cia. De ahí se pasa a la pueritia, que termina legalmente a los catorce/dieciséis
años; en el caso de las muchachas, los doce años suponen la entrada en la edad
casadera. El desarrollo hasta la madurez e independencia del varón se realizaba en
la adulescentia (literalmente adulescens es el que «está creciendo») y, una vez
completada, comenzaba la etapa de madurez o iuuentus, que grosso modo abarca­
ba las décadas de los treinta a los cincuenta. A partir de entonces aparece la vejez,
senectus. Éste es el esquema tradicional romano que parte de Varrón (según infor­
mación de C e n s o r i n o , Sobre el día del nacimiento 1 4 ,2 y de S e r v i o , Comenta­
rio a Eneida V 295) y de Séneca (según L a c t a n c i o , Instituciones divinas V I I 15,

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