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Seminario “Desigualdad, poder y subjetividad(es)” Mariana Carrizo

La presente recensión crítica, realizada en base a la puesta en diálogo de cuatro


textos obligatorios de la asignatura y algunas reflexiones compartidas en las clases del
seminario, se organizará en dos ejes principales. El primero, enfatiza la necesidad de
abordar la desigualdad como multidimensional y socialmente construida. El segundo,
las relaciones existentes entre desigualdad, fragmentación y convivencia social.
Para empezar, quisiéramos aclarar que entender a la desigualdad como una
construcción social implica afirmar que estamos frente a un hecho que, lejos de
constituir una realidad inalterable e inevitable, podría ser de otra manera. Ésta, como
veremos, opera mediante una serie de mecanismos, cuya naturaleza nos encargaremos
de desentrañar y analizar a continuación.
Pues bien, todos los autores consultados coindicen en que para dar cuenta de la
multidimensionalidad de la desigualdad fue necesario operar un corrimiento respecto de
la literatura tradicional acerca del tema, centrada casi exclusivamente en su dimensión
material. Si bien ésta es central e incluso determinante, 1 es preciso incorporar sus
dimensiones culturales, simbólicas, sociales y subjetivas, así como indagar en el modo
en que éstas se interrelacionan2
Podemos comenzar diciendo que la dimensión simbólica remite al hecho de que la
desigualdad también se origina, reproduce y perpetúa gracias a (y en base de) la forma
en que nos relacionamos con los otros. En esta línea, la mayoría de los autores citan a
Bourdieu, quien describe al “poder simbólico” como la capacidad de “hacer cosas con
palabras”, de clasificar, y generar categorías, imaginarios, mediante los cuales leemos a
las personas, sus prácticas, costumbres y estilos de vida. Este poder, tiene por tanto un
“carácter fuertemente performativo, pues permite que la visión particular de un grupo se
convierta en hegemónica”. (Bayón, 2019, p.15)3 Esta dimensión, como veremos, reviste
suma importancia debido a que es sobre la base de estas categorías que se diseñan
políticas públicas e incluso instituciones: el desafío consiste, pues, en pensar y
desarrollar prácticas sociales de “desclasificación”.4

1
Wickinson y Picket (2009) afirman que el grado de desigualdad material de una sociedad constituye “el
esqueleto que sustenta las diferencias culturales y de clase”.
2
Bayón (2019) cita aquí la noción de “interseccionalidad” (Creenshaw, 1991), la cual resalta el carácter
relacional de la desigualdad al mostrar que las múltiples fuentes de opresión (basadas en las categorías de
sexo, clase, raza, etnicidad, capacidad física, entre otras) nunca actúan de forma independiente y aislada.
3
Bayón, junto con otros autores, llaman a esto “dimensión moral de la experiencia de clase” (2019, p.18).
4
Wickinson y Picket adscriben a esta idea: “la sociedad constituye un gran sistema de clasificación” que
hace que la gente “se desplace en y por la escala social” en función de las características que le han
asignado y termina por reapropiarse y reproducir (2009, p.43)

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Comencemos pues este breve recorrido con el escrito de Theborn (2015), quien inicia
su tratamiento de la desigualdad afirmando que ésta “no es sólo una cuestión de
billetera”, sino que toma muchas formas y tiene diversos efectos y consecuencias
sociales. Es por esto que pondrá el foco tanto en los datos e índices empíricos de la
desigualdad material, como en los “grados existenciales” de autonomía y
reconocimiento, Partiendo de la definición de desigualdad como “denegación de la
capacidad para funcionar plenamente como ser humano”, Theborn identifica tres tipos
de desigualdad (vital, existencial y de recursos para actuar) que interactúan y se
entrelazan, aunque son irreductibles entre sí. (2015, p.56) Respecto de la primera, dirá
que se trata de la privación de oportunidades de vida de los organismos humanos, la
cual suele medirse a través de índices de mortalidad, esperanza de vida, salud, nutrición,
etc. La segunda, remite a la asignación desigual de los atributos que constituyen a las
personas, tales como autonomía, dignidad, libertad y respeto, entre otras. La tercera, por
último, refiere a “recursos” tanto económicos como psicológicos, esto es, ingresos,
educación, relaciones y contactos sociales, etc.
Ahora bien, estos tipos de desigualdad se producen y sostienen por la acción
conjunta de cuatro mecanismos básicos: distanciamiento, explotación, exclusión y
jerarquización. El primero se desarrolla en sistemas que forjan “ganadores” y
“perdedores” y no tienen en cuenta las condiciones desiguales de las que parten y con
las que cuenta cada uno. En este punto, vale traer a colación la idea, propuesta por
Bayón, de que el neoliberalismo opera mediante una estrategia de individualización de
los problemas sociales: culpabiliza a las víctimas de sus propios problemas y por ello
despolitiza, es decir, evita abordar las causas estructurales de los mismos. (2019, p.32)
El segundo opera una división categorial entre “personas superiores” e “inferiores”,
en base a la cual las primeras extraen valores de las segundas. El tercero cumple la
función de “impedir el avance o el acceso de otros” mediante una serie de obstáculos y
líneas divisorias entre “los que pertenecen” y “los que quedan fuera”. Por último, la
jerarquización produce una escala de subordinación que ubica a ciertas personas arriba y
otras más abajo. (2015, pp. 60-63)
En lo que respecta a nuestro segundo eje de análisis, quisiéramos señalar que
haremos foco en la “dimensión social” de la desigualdad (lo cual implica, a su vez,
pensar a ésta última como una categoría relacional), así como en el mecanismo de
“distanciamiento” antes mencionado. Respecto de esto vale subrayar, con Bayón (2019)
que, en el seno del neoliberalismo actual, la distancia que separa a ricos de pobres se ha

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ampliado tanto que ha dado lugar a una “fragmentación social”, traducida en la


coexistencia de “vidas paralelas”, que erosiona las posibilidades de una convivencia
social igualitaria y basada en la empatía. Esta fragmentación, como veremos con Saraví
(2015), remite a múltiples factores y procesos interconectados.
Es por esto que es necesario avanzar –como anticipamos- hacia una comprensión
relacional de las carencias sociales y de la “experiencia de clase”. Va en esta línea la
definición proporcionada por Wickinson y Picket (2009): “pobreza no es tener una
pequeña cantidad de bienes (…) Es, sobre todo una relación entre personas, un estatus
social” (p.38). Los autores proponen a la hora de estudiar la desigualdad es preciso
considerar el lugar que los sujetos ocupan en relación con los demás, dónde encajan en
la jerarquía social, más que “clasificarlos” en función de índices de ingresos y
estándares fijos: la desigualdad es, ante todo, una relación de poder. En este sentido,
Bayón menciona conceptos tales como “límites simbólicos”5, “fronteras morales”6, entre
otros, en tanto estrategias específicas a través de las cuales se crean, expresan y
reproducen estos estigmas en el trato cotidiano.
Otro punto que quisiéramos subrayar del texto de Bayón consiste en su identificación
del “espacio” como otra de las dimensiones de la desigualdad: la distribución de
determinados grupos poblacionales en ciertas áreas de las ciudades es expresión
palpable de las distancias de la vida social. (2019, p. 16) Estos contrastes, como hemos
visto, responden tanto a una inobjetable base material, como a una construcción
sociocultural del espacio basada en jerarquías sociales y sus derivas morales.7
En esta línea, Saraví comienza su texto preguntándose, precisamente, ¿cómo es
posible vivir juntos en sociedades tan profundamente desiguales? ¿Cómo lidian social y
subjetivamente las personas, y en particular los jóvenes, con la coexistencia de
diferencias y desigualdades socio-económicas y de clase tan marcadas y profundas?”
(2015, p.13) A fin de proporcionar una respuesta, el autor formula la hipótesis de la
“fragmentación social”, fenómeno surgido de la combinación entre exclusión y
desigualdad. Ésta, sostiene, permite pensar la existencia conjunta de espacios de

5
Esto es, “distinciones conceptuales hechas por los actores para categorizar objetos, gente y prácticas, a
partir de las cuales se establecen jerarquías, similitudes y diferencias que trazan fronteras entre ‘ellos’ y
‘nosotros’”. (Saraví, 2015, p. 18)
6
Refiere a la capacidad, desarrollada por el grupo dominante, de valorar ciertos atributos que juzgan
“positivos” como “universalmente válidos” (Bayón, 2019, p.18)
7
Saraví dirá: “una estructura urbana fragmentada se complementa con prácticas y pautas de interacción y
estigmas territoriales que favorecen la exclusión recíproca, para dar como resultado la coexistencia de
mundos aislados y distantes dentro de una misma ciudad”. (2015, p.36)

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exclusión recíproca -por un lado-, y de inclusión desigual -por otro-. 8 Así, su argumento
principal consiste en que la coexistencia social es posible debido a que “la desigualdad
llegó a tal nivel que transmutó en fragmentación” (2015, p.15): ricos y pobres carecen
de experiencias sociales compartidas (en escuelas, transportes y espacios públicos, etc.),
conduciendo a un “extrañamiento cultural” recíproco que se traduce, inevitablemente,
en un debilitamiento de la ciudadanía, la solidaridad y la cohesión social.
Ahora bien, dado que la fragmentación, así como la desigualdad, constituye un
concepto multidimensional, Saraví propone (al igual que el resto de los autores) sumar
al análisis sus dimensiones culturales9, sociales10 y subjetivas. Se dedicará, por tanto, a
analizar cómo operan éstas, particularmente en tres espacios clave de la experiencia de
socialización, construcción identitaria y subjetivación de la juventud 11: la escuela, la
ciudad y el consumo. (2015, pp. 39-40)
Consideramos que el aporte clave del texto de Saraví consiste en su inclusión de la
dimensión subjetiva de la desigualdad, aquella que moldea la forma en los sujetos se
ven a sí mismos y a la sociedad y, en este caso, cómo experimentan la coexistencia de
mundos social y culturalmente aislados. Uno de los efectos de la fragmentación,
concluye, es que cada uno de esos mundos es experimentado por quienes los habitan
como “el único que existe”, lo cual generalmente se traduce –lamentablemente- en
visiones parciales, acotadas, y poco abiertas a la otredad y la diversidad (2015, p.56).
Quisiéramos concluir señalando la originalidad del planteo de Wickinson y Picket
(2009), orientado a mostrar porqué la desigualdad ejerce un efecto tan importante en el
bienestar psicológico y social de las poblaciones modernas (p.49). Esto se debe, dirán, a
que ésta forma parte de una serie de complejas estructuras sociales de las cuales nuestro
psiquismo individual es inseparable. He aquí un potente contrargumento de la estrategia
neoliberal (mencionada al inicio) que hace de la sensibilidad ante los problemas sociales

8
Los primeros delimitan un “adentro y un afuera”, mientras que lo que se juega en espacios de “inclusión
desfavorable” es más bien la calidad de ese estar “dentro”.
9
Refiere al universo de valores, creencias y significados que forman parte del sentido común a través del
cual se ve el mundo, que expresan y orientan las experiencias cotidianas. Remite, pues, a las formas de
actuar y hablar, a las percepciones sobre los otros y uno mismo, a los estilos de vida, preferencias,
expectativas y prácticas cotidianas (Saraví, 2015, p.41).
10
La desigualdad se produce, expresa y perpetúa mediante y en las relaciones sociales: no sólo en
situaciones de dominación extremas, sino en muchas relaciones cotidianas que pueden parecer inocuas.
Esto se debe a que se articulan en base a las distinciones categoriales y las refuerzan. (2015, p. 44)
11
Es por esto que estudia las experiencias sociales de jóvenes universitarios de clases populares y
privilegiadas a fin de analizar comparativamente sus “formas de socialización”. Dado que, al igual que
Theborn (2015, pp. 46-49), sostiene que no debe confundirse “desigualdad” con “pobreza”, enfatiza que
no debe olvidarse la otra cara de este fenómeno, el otro efecto de la desigualdad, esto es, la riqueza y el
privilegio, así como tampoco la influencia recíproca que ejerce un fenómeno en el otro. (2015, p. 29).

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una cuestión de psicología individual. (2009, p.51) Lo interesante del artículo consiste,
creemos, en que los autores logran vincular problemas psíquico-colectivos tales como la
ansiedad, el estrés y la depresión, tan extendidos hoy en día, con la paulatina
desaparición de las viejas formas de vida comunitarias y el debilitamiento de los lazos
sociales.
Así es que tras una completa presentación de datos empíricos y una larga digresión
teórica y metodológica, los autores concluirán que los problemas sociales y de salud se
encuentran más extendidos en las sociedades más desiguales. 12 Esto se debe a que en el
escenario contemporáneo los sujetos experimentamos nuestra vida al modo de una
competencia desmedida, que muchas veces nos lleva a ponderar el “deseo de vivir de
acuerdo a los estándares dominantes”, por sobre nuestra calidad de vida y salud. Ahora
bien, a pesar de que los efectos de la presión y preocupación respecto del lugar que
ocupamos en la escala social y cómo nos ven los demás golpean con más fuerza a los
sectores menos favorecidos, Wickinson y Picket enfatizan que la amenaza constante al
estatus y el privilegio social se extiende a toda la población. Es por esto que culminan
su texto afirmando que reducir la desigualdad constituye, por tanto, la mejor manera de
mejorar la calidad de vida de nuestro entorno social y, por tanto, la calidad real de vida
de todos (2009, p.48). Reemerge aquí, como vemos, el carácter relacional de la
desigualdad.

Bibliografía:

-BAYÓN, M. Cristina. (2019). “La Construcción Social de la Desigualdad. Reflexiones sobre


convivencia y justicia social en tiempos de neoliberalismo” en Las grietas del neoliberalismo. Las
dimensiones de la desigualdad contemporánea en México, CDMX: IIS- UNAM, pp.9-36.

-SARAVÍ, Gonzalo (2015) Juventudes fragmentadas. Socialización, clase y cultura en la construcción de


la desigualdad., CDMX: FLACSO-México/CIESAS, pp.1 -56)

-THERBORN, Göran. (2015). Los campos de exterminio de la desigualdad, Buenos Aires: FCE, pp.9-70.

-WILKINSON, Richard y Kate Pickett. (2009). Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva,


Madrid: Turner, pp.19-65.

12
La “jerarquía social”, agregan, muchas veces constituye la causa principal de violencia en las
sociedades más desiguales (2009, p.60.)

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