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“La salud y la enfermedad no son acontecimientos que ocurran exclusivamente en el espacio privado de nuestra vida

personal. La calidad de la vida, el cuidado y la promoción de la salud, la prevención, la rehabilitación, los problemas de
salud, y la muerte misma, acontecen en el denso tejido social y ecológico en el que transcurre la historia personal”
(Costa, M. y López, E., 1986)

El concepto de salud no es único y universal, como tampoco lo es el de enfermedad. Son cambiantes y dependen de las
personas y de los contextos desde donde se conceptualizan. Cada época y cada contexto ha realizado su aportación con
la que se ha construido el edificio actual que conocemos. El presente artículo trata de hacer un recorrido en esa
construcción, dando a conocer los momentos principales que han supuesto un avance en el significado del binomio
salud-enfermedad y deteniéndose en la evolución del concepto de salud y de su percepción, entendiendo por
percepción la visión, el conocimiento, las sensaciones que inspira y el uso que se hace del término.

Concepción física de la salud o la salud como oposición a la enfermedad.


“La salud y la enfermedad, en sí mismas, como sucesos que les acontecen a los individuos y a las comunidades, son
también sucesos ecológicos, y por ello, las definiciones de salud no pueden obviar esta interdependencia.”(San Martín,
1982)
Mientras todos comprendemos el significado de enfermedad y tenemos formada una representación ya que la hemos
padecido en algún momento, no es tan común la idea de salud. La salud forma parte de la propia vida, parece
consustancial con nosotros, se posee, se vive con ella y no nos la cuestionamos, no reflexionamos sobre su significado.
La salud no parece medible, no es tangible. Se equipara a la vida y no se le puede poner límites porque cuando lo
hacemos aparece la muerte. La salud se iguala a la vida como la enfermedad a la muerte, especialmente en los tiempo
en los contraer una infección significaba un peligro letal. La salud y la enfermedad son conceptos opuestos y
construimos el significado de uno en función del otro, sobretodo del más conocido. Así, de la misma forma que la vida
es lo opuesto a la muerte, la salud tradicionalmente se ha representado como “la ausencia de enfermedades e
invalideces”.
Este concepto, más complejo que los anteriores, es expresado por la Oficina Regional para Europa de la O.M.S. (1985)
diciendo: “La salud es la capacidad de realizar el propio potencial personal y responder de forma positiva a los
problemas del ambiente”. Se considera la salud como un recurso para la vida, pero no como el objeto de la misma
Las enfermedades son entonces ciertas condiciones alteradas o desviadas que incapacitan a una persona para desempeñar
efectivamente sus “roles” en la sociedad y trastornan el funcionamiento social. Como consecuencia de esta concepción, el enfoque
funcionalista propone que la “salud” es un estado de funcionamiento “normal” ajustado a los estándares vigentes, el cual permite a
los individuos mantener el funcionamiento del sistema social; el enfermo, por su parte, es un desviado cuyo comportamiento se
aleja de los estándares y perturba la dinámica del grupo. Es importante tener en cuenta que, cuando habla de “desviaciones”, el
funcionalismo asume implícitamente el ordenamiento social vigente como algo bueno por sí mismo; el orden es bueno y no se
cuestiona; en cambio, las desviaciones que se apartan del orden son algo negativo. Si profundizamos en la perspectiva funcionalista
de “desviación” descubrimos que, para estos pensadores, el hecho de estar enfermo no se reduce a experimentar la condición física
de enfermedad, sino que configura un rol social, en la medida en que esta condición involucra conductas estrechamente
relacionadas con expectativas institucionales y con normas sociales. Parsons advierte, sin embargo, que la enfermedad, aunque
constituye una desviación del orden social y configura un rol, no es siempre una elección consciente ni deliberada del sujeto.
Para que pueda cumplir con su función de reordenamiento y control, la sociedad reconoce a los curadores autoridad para realizar
cuatro competencias:
1. Explicar al grupo la naturaleza de las dolencias y traumatismos. Los curadores atienden las dolencias que el grupo somete a
su cuidado, las clasifican, y actúan sobre ellas con la intención de controlarlas. De acuerdo con su experiencia y el éxito de su
intervención, los curadores explican y clasifican las dolencias. A este respecto, algunos autores que se distancian del
funcionalismo, como Canguilhem [16] y Foucault [44] consideran también que la noción de enfermedad impuesta a la sociedad
occidental, ha estado a cargo de los médicos, quienes han determinado no solamente qué es y qué no es una enfermedad, sino
también qué la causa.
2. Definir y legitimar el rol del enfermo. De acuerdo con su noción de lo que considera enfermedad, el curador define quién es un
enfermo y cómo debe comportarse en la sociedad. El enfermo, por su parte, debe someterse a la norma que fija el curador. Como
veremos adelante, esta concepción del rol del enfermo tiene implicaciones técnicas sobre la población enferma y sana, pero
también implicaciones sociales, éticas y políticas sobre el comportamiento del grupo.
3. Actuar sobre el cuerpo del enfermo y sobre su entorno. En el marco de otras normas y mecanismos de control dirigidos a
garantizar un cierto tipo de orden, la sociedad reconoce al curador autoridad para observar, manipular, invadir e intervenir el
cuerpo del enfermo, y ordenar cambios en sus comportamientos y condiciones de vida.
4. Definir la conducta del grupo frente al enfermo. Desde la explicación funcionalista, el curador no sólo tiene competencia para
definir el comportamiento del enfermo, sino también el comportamiento del resto de la sociedad frente a la enfermedad.

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