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2017

“Proceso salud-enfermedad-atención” 0

Universidad Nacional de Santiago del Estero


Facultad de Ciencias Médicas
Carrera de Medicina
Salud Pública II

Trabajo presentado en el Seminario de Antropología de la Salud en la


Maestría en Salud Familiar y Comunitaria, Facultad de Humanidades,
Ciencias Sociales y de la Salud de la Universidad Nacional de
Santiago del Estero
María Gabriela Picón

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Introducción

La vida, desde su inicio en la tierra, se la ha asociado con la enfermedad; a su vez,


esta última es reconocida como el proceso biológico más antiguo que el hombre.
Cada sujeto y grupo social vive la enfermedad según sus características
individuales y la construcción sociocultural particular del padecimiento, siendo su
comportamiento para el cuidado o recuperación de su salud, singular y dinámico.
Con el objetivo de ampliar el conocimiento teórico, desde una perspectiva
antropológica, del proceso salud-enfermedad-atención se procede a realizar el presente
trabajo monográfico; además, se incluye una comparación de la medicina tradicional y
científica como las principales instituciones sociales responsables de abordar el proceso
de atención con la propuesta relacional de Eduardo Menéndez.
Se considera que el presente trabajo aportará una profundización en el análisis del
proceso salud-enfermedad-atención, permitiendo reflexionar y abordar crítica e
integralmente cada instancia que se presente en la práctica de la medicina de la autora,
tanto a nivel profesional asistencial como docente.

Proceso Salud Enfermedad Atención

Los organismos vivos, incluido el hombre, son seres lábiles que viven en un
mundo de flujos y cambios, y “la salud y la enfermedad son aspectos correlacionados de
esta inestabilidad que los penetra” (Rosen, 1985, p. 11).
La salud y la enfermedad resultan de la “interacción de factores internos y
ambientales que operan en espacio-tiempo determinado” (Rosen, 1985, p. 50), por
cuanto se los considera procesos dinámicos.
En el hombre estas interacciones van más allá del fenómeno biológico, porque son
procesos que están siendo mediatizados y modificados por la propia experiencia
personal y por la relación del contexto social y cultural que mediante valores,
representaciones, roles y expectativas de las personas van configurando que es lo que
entiende y como se vive el proceso salud-enfermedad (Rosen, 1985). Incluso esa
experiencia personal no es una construcción aséptica individual, al ser el hombre un ser
social, también, la misma se encuentra impregnada de lo social y lo cultural (Freidson,
1978; Good, 1994).
Los daños a la salud, las enfermedades, los padecimientos son algunos de los
acontecimientos más comunes, frecuentes, continuos e inevitables que alteran el
desarrollo de la vida diaria de las personas y de los conjuntos sociales que integran una
sociedad, por lo que en todas partes y momentos se ha intentado “tratarlos lo mejor que
se ha podido” (Rosen, 1985, p. 52).
Los daños a la salud y las enfermedades son reconocidos como situaciones
identificadas y clasificadas por la intervención de otro que le confiere la característica
de objetividad; definida a partir de la percepción y de la concepción de ese otro (Singer,
2004). Mientras que los padecimientos suelen hacer referencia a una dolencia vivida por
el sujeto, definido a través de lo concebido por ese sujeto y su experiencia (Singer,
2004); es decir, incorpora la experiencia y la percepción (Kleinman, 1980). Estas
diferencias permitirían entender el porqué de algunos comportamientos de las personas
frente a estos procesos. A su vez, las conductas y los comportamientos de los sujetos
dependen de la percepción.
La percepción, definida como la impresión o aprehensión consiente de una
realidad, surge de la interpretación que el individuo o el colectivo construye a partir de
condicionantes estructurales (principalmente, sociales y culturales) y experiencias de
vida siendo un proceso necesariamente selectivo. Por lo cual, lo que se percibe en
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general, incluido la percepción de la enfermedad y el padecimiento, será diferente
porque dependerá del modo y del lugar o situación de donde se mire. Asimismo, la
percepción y definición de la enfermedad y de padecimiento cambia en relación a
transformaciones socioculturales más amplia (Singer, 2004).
La percepción de la enfermedad de los sujetos o grupos sociales, a su vez,
obedece a la posibilidad de identificar el problema y a la posibilidad de estar enfermo,
dependiendo esto último de los roles sociales que desempeñe el sujeto y del lugar que
ocupe la salud en su vida cotidiana. Por ejemplo, una persona que padece dolor crónico
(Good, 1994), puede vivirlo y manifestarlo sin ser determinado de manera concluyente
como enfermedad por distintos profesionales, ni siquiera el mismo sujeto puede
clasificarlo o interpretarlo; pero si identifica el problema cuando su vida cotidiana,
donde operan factores internos y ambientales en ese espacio y tiempo determinado,
empieza a desmoronarse, dejando de ser el “autor” de sus propias actividades. En este
caso, el rol social se ve afectado en relación con los cambios que se producen en sus
contextos personales y laborales, por cuanto en ellos se da la posibilidad de percibirse
como enfermos y buscar atención (Good, 1994).
Desde lo cultural, la enfermedad, funciona como símbolo (no siempre expresado
verbalmente) que se relaciona con una diversidad de experiencias propias de una misma
cultura, cuyo registro es fundamental para comprender el proceso salud-enfermedad-
atención. Es por ello que la percepción de este complejo proceso que, si bien es personal
y subjetiva, sólo puede comprenderse dentro del universo de valores, creencias y
conductas del medio sociocultural de cada sujeto. “Es la cultura la que construye los
significados” (Menéndez, 2003).
Los grupos sociales tienden, además, a evaluar lo que le sucede en su vida
cotidiana a partir de criterios de normalidad y anormalidad (como es el caso de salud y
enfermedad) donde la línea divisoria no es fácil de establecer, suelen basarse en criterios
culturales (Rosen, 1985). Es por ello, que la desviación de la norma o anormalidad
recibieron respuestas diferentes de sus grupos sociales teniendo en cuenta su contexto
cultural. A medida que la medicina se estableció para legitimar la reivindicación de que
la conducta apropiada ante lo anormal es el tratamiento a cargo de una profesión
garante, estas desviaciones se transformaron en enfermedades a tratar en lugar de
considerarse pecado o crimen como en épocas pasadas. Incluso el propio sujeto, sus
propias percepciones, sus propias opiniones no son consideradas porque carece de
conocimiento especial (Freidson, 1978).
La mirada dicotómica y reduccionista de situación de salud y situación de
enfermedad se encuentra en discusión, debido a que se considera que la salud
enmarcada en el proceso salud-enfermedad es vivida por un sujeto con un ciclo
permanente de nacimiento, crecimiento y muerte. Por lo cual la normalidad o salud
varía con el tiempo y el ciclo vital de las personas, quienes a su vez están insertas en un
contexto social y cultural, como menciona Good (1994) no es más ni menos que el
mundo constituido antes que el sujeto mismo.
Considerar como proceso al binomio salud-enfermedad implica mirarlo desde una
perspectiva de acción, de un movimiento, de un cambio; por lo tanto, las dos instancias
(salud-enfermedad) hacen presencia en la misma temporalidad y en el mismo espacio.
Desde esta mirada, conviene pensar cuál es el dominante de la totalidad del sujeto o
grupo social articulado a sus experiencias de vida, a sus significados, a sus condiciones
de vida, a su vida cotidiana, a su mundo vital; porque allí se expresa en su totalidad, y
allí también vive tanto su salud como su enfermedad.
La salud y la enfermedad son hechos sociales porque se “establece colectivamente
la subjetividad”, construyendo causales específicas de los mismos, las formas de
atención y de significados respecto del proceso salud-enfermedad que funciona
estructuralmente tanto en las personas, como en los estratos sociales y en toda la

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sociedad; de este modo, “estructurarán un saber para enfrentar, convivir, solucionar y, si
es posible, erradicar los padecimientos”, es decir la atención del mismo. Por cuanto, el
proceso salud-enfermedad-atención constituye “un fenómeno social desde la perspectiva
de los sujetos y conjuntos sociales” (Menéndez, 1994); que además, “refleja y reproduce
los patrones de desigualdad social” (Singer, 2004).
En muchas sociedades, ante la búsqueda de entender, enfrentar y/o solucionar los
padecimientos, se construyeron sistemas académicos y/o científicos a partir de
diferentes niveles de desarrollo económico, político, científico y técnico que se
volvieron hegemónicos en sus propias culturas. Así surgieron, como plantea Menéndez
(1994), los “curadores reconocidos institucionalmente y autorizados para atender un
determinado espectro de daños a la salud individual y colectiva”, pero no lograron
erradicar todas las representaciones y prácticas subalternas.
Tanto la medicina denominada científica, considerada por gran parte de la
sociedad como la forma más correcta y eficaz de atender el proceso salud-enfermedad,
como otras formas académicas o populares de atender los padecimientos constituyen
una “forma institucionalizada” de “pensar e intervenir sobre las enfermedades y, por
supuesto, sobre los enfermos”, produciendo significados técnicos, subjetivos y sociales
en los sujetos y en los grupos. Asimismo, Freidson (1978) y Kleinman (1980)
mencionan que la medicina tiene el rol de crear enfermedad como un significado social,
coincidiendo con Menéndez (1994):
“…el saber de todo curador inevitablemente se aplica sobre sujetos y grupos, y es el
saber del grupo el que articula las representaciones y prácticas recibidas del saber
médico, a partir de las representaciones y prácticas que dichos sujetos y grupos
manejan” (Menéndez, 1994, p.3)
El daño de la salud, la enfermedad y los padecimientos que son cargados de
significados negativos a nivel colectivo, producen estigmatizaciones y necesidad de
control siendo encargadas a instituciones que pretenden curar, proteger o controlar.
Estos hechos se terminan transformando en las diferentes sociedades en una de las
“principales áreas de control social e ideológico tanto micro como macrosocial”
(Menéndez, 1994).

Medicina Tradicional vs Medicina Científica

La medicina se considera como una forma simbólica a partir de la cual la realidad


se formula y organiza de manera específica; “es un modo de aprehender el mundo y de
influir en él a través de sus símbolos” (Good, 1994).
El proceso salud-enfermedad-atención es, además, un proceso histórico
caracterizado por las relaciones de hegemonía/subalternidad que funcionan entre los
sectores sociales que se relacionan en una sociedad determinada, incluidos sus saberes
técnicos (Menéndez, 1994).
A lo largo de los años se han encontrado como contrapuestas a las denominadas
“medicina tradicional” y “medicina científica”.
La medicina tradicional se considera como al conjunto de prácticas, creencias y
conocimientos sanitarios basados en la experiencia y la observación, transmitidos
verbalmente o por escrito de una generación a otra, donde usan recursos naturales
(plantas, animales o minerales), terapias espirituales y técnicas manuales que buscan
mantener la salud individual y comunitaria (OPS, 1978; Pereyra-Elías y Fuentes
Delgado, 2012).
La medicina científica es la medicina convencional que se estudia en las
universidades, basada en el método científico, cuyo principal paradigma se sustenta en
relaciones lineales de causa-efecto entre los déficits, los agentes externos, los procesos

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orgánicos y determinantes ambientales, tanto para diagnosticar como para tratar la
enfermedad. Se apoya en la farmacología para sus tratamientos, en la cirugía biológica,
el uso de instalaciones sanitarias y de equipamientos e instrumental específico. En
general “tiende a ver más la enfermedad y necesidad de tratamiento que salud y
normalidad” (Freidson, 1978).
Algunos autores mencionan, sin coincidir en ello, y discuten diferencias o
antagonismos entre ambas medicinas. En el siguiente cuadro, construido por la autora,
se proponen como medicinas opuestas y posteriormente se discutirá la polarización
planteada.

Criterios Medicina Tradicional Medicina Científica


Fundamento Mágico - Religioso (Ramírez Hita, 2010) – Cosmovisión desde las ciencias–
Metafísico – Filosófico (Viorel Viscarra y Observación – Hipótesis – Deducción
Viruez Soto, 2006)
Método Principio espiritual y empírico Método científico –ciencia
aplicado
Naturaleza Subjetiva – Cultural (Menéndez, 1994) Objetiva (Menéndez, 1994)
Se basa Fe – Valores – Creencias Lógica – razón: Experimentación –
Observación – “Racionalidad científica”
(Menéndez, 2003; Menéndez, 2009)
Verdades Absolutas, no se transforma, poco o no Relativas susceptibles de modificarse
modificables (Menéndez, 1994) con los nuevos descubrimientos.
Responsable Curadores populares especializados como Médicos y personal paramédicos
de la atención hueseros, culebreros, brujos, curanderos, (Menéndez, 2003; Menéndez, 2009)
parteras empíricas, espiritualistas,
yerberos, shamanes, etc. Pentecostales o
carismáticos (Menéndez, 2003; Menéndez,
2009)
Pastores, sacerdotes (Ramírez Hita, 2010)
Transmisión De generación a generación (OPS, 1978; Académica - científica (Menéndez,
Pereyra-Elías y Fuentes Delgado, 2012). 1994)
No científica (Menéndez, 1994) No
legalmente reconocidos (Viorel Viscarra y
Viruez Soto, 2006)
Diagnóstico Adivinación, examen del cuerpo o de sus Exámenes físicos y auxiliares; “pruebas
expresiones (OPS, 1978; Pereyra-Elías y objetivas” (Menéndez, 2003; Menéndez,
Fuentes Delgado, 2012). 2009)
Tratamiento Elementos de la naturaleza, terapias Elementos de la naturaleza o no,
con espirituales, técnicas manuales, cultos transformados por la industria en
religiosos y otros (OPS, 1978; Menéndez, medicamentos o fármacos. Está muy
2009; Menéndez, 2009; Pereyra-Elías y comercializada. (OPS, 1978; Pereyra-
Fuentes Delgado, 2012) Elías y Fuentes Delgado, 2012)
Referida a Étnicos amerindios, el campesinado Occidentalizados, de medios urbanos,
grupos sociales indígena, el criollo y/o el mestizo, los modernos, etc. (Menéndez, 2003;
estereotipados denominados grupos folk, una parte de los Menéndez, 2009)
“marginales urbanos”, etc. (Menéndez,
1994)
Fuente: elaboración propia

A partir de estas diferencias se observan algunos aspectos en particular:


En la medicina tradicional un punto erróneo es centrar a la “medicina tradicional”
como aquella cuyas prácticas y representaciones sin sustento científico, con resistencia a
los cambios producidos por la evolución social y, por lo tanto, se la piensa desde lo
académico como no modificable o poco modificable; o bien, como procesos de
antagonismo cultural y/o ideológico-político. Los saberes populares relacionados al
proceso salud-enfermedad-atención con frecuencia se consideran como necesariamente
inmutables, como verdades absolutas, y no son afectados por los cambios de las
macroestructuras económicas-políticas, como si los grupos se adhirieren a un

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determinado sistema de prácticas y de representaciones de manera definitiva y, que en el
caso de que se modifiquen estos cambios producirían un efecto negativo. Pero todos los
grupos sociales usan una variedad de representaciones y prácticas producto no sólo de la
medicina tradicional, incluso procedentes de la medicina científica y otros diversos
saberes, van a redefinir continuamente el sentido, significado y uso de la medicina
tradicional. La transformación de la medicina tradicional se constituye en uno de los
procesos continuos y necesarios para los grupos que suelen utilizarla (Menéndez, 1994).
En relación al uso sólo de recursos naturales, terapias espirituales, técnicas
manuales se observan que muchos saberes de la medicina científica, facilitados por el
acceso a la información y posibilidad de compra de medicamentos, son utilizados por
curanderos de la medicina tradicional.
Con respecto a la medicina científica se plantea como objetiva, con objetividad
pura, esto se refuta desde el concepto “norma de decisión médica” de Scheff (1966,
citado por Freidson, 1978) a partir del cual pone de manifiesto que el profesional de
salud considera que es mejor diagnosticar una enfermedad sin certezas (sin pruebas) que
no hacerlo por el bien del paciente lo que conduce a un sinfín de sobrediagnósticos y
sobreprescripción, olvidando que la enfermedad es un significado social conllevando al
riesgo de estigmatizar a una persona con una enfermedad que no tiene. Otro punto, es
que aún hoy muchos médicos utilizan medicamentos y procedimientos sin evidencia
científica porque su experiencia personal les dice que “dan resultados”.
Se la considera no basada en la fe, valores y creencias; probablemente erróneo
porque la designación de la enfermedad en sí es un juicio de valor moral irreductible, la
enfermedad es juzgada y la enfermedad es parte del sujeto. Además, en el encuentro
paciente-médico, el paciente que busca ayuda interactúa con un profesional que intenta
de brindarla, “es esperanza mutua”. El médico suele tener fe en su tratamiento,
comunica con confianza al paciente influyendo en la interpretación positiva de los
síntomas luego del tratamiento, o incluso para el mismo médico lo lleve a encontrar
mejoría (Freidson, 1978).
Ambos grupos sociales vinculados a las distintas medicinas demandan a una u
otra según sus percepciones individuales y construcciones socioculturales en relación al
proceso salud-enfermedad. Los grupos sociales preconceptualizados como tradicionales
utilizan, dependiendo la accesibilidad, los servicios sanitarios procedentes de la
medicina científica. Los grupos sociales occidentalizados y los mismos profesionales
formados en las universidades usan de la medicina tradicional, como la medicina
herbolaria, de manera frecuente (Menéndez, 2003).
Por lo tanto, cabe preguntarse si la medicina tradicional y la medicina científica
son realmente diferentes y opuestas. Si se consideran los puntos esenciales, teniendo en
cuenta principalmente el contexto sociocultural donde se desarrollan, seguramente la
respuesta es no (Pereyra-Elías y Fuentes Delgado, 2012):
• En primer lugar, se podría afirmar que ambas comparten el mismo fundamento:
dar respuestas a las necesidades y demandas de los sujetos ante una enfermedad o
padecimiento; es decir, ayudarlos a enfrentar, convivir, solucionar y, si es posible,
erradicar los padecimientos.
• Ambas se constituyen en sistemas médicos: “un cuerpo de doctrina por el que
cada cultura concibe el proceso salud-enfermedad y actúa con respecto a él en sus
diferentes dimensiones”.
• Se desarrollan en contextos donde las personas comparten la misma cultura, y
suelen encontrarse atravesados por dimensiones económicas, políticas y sociales.
• Actualmente, tanto la medicina científica como la medicina tradicional se ubican
en una posición oficial de su sociedad. “Tienen una ubicación social integrada, ya
que ninguna es marginada por la sociedad a la que pertenece”.

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• Una y otra viven en conformidad con las leyes instituidas por su cultura,
obedeciendo y colaborando con ellas.
• Los dos sistemas médicos tienen un responsable de la atención: un sanador (el
curandero o chamán en la medicina tradicional y el médico en la medicina
científica). Este sanador es un individuo preparado especialmente para
desempeñar esa labor (por un proceso educativo arduo y prolongado), siendo muy
difícilmente reemplazado por otro sujeto sin la preparación correspondiente.
Además, en ambos contextos, el sanador ocupa un rol importante y prestigioso
dentro de su grupo social.
• Tanto la medicina tradicional como científica son falibles y limitadas.
• Ambas medicinas son sistemas abiertos que se han ido modificando desde su
encuentro hace varios siglos, ya sea entre sí o por el contexto sociocultural del que
forman parte.
El proceso de articulación funcional que vienen sucediendo a lo largo de los
siglos, a nivel de las prácticas y representaciones principalmente entre los grupos
domésticos, así como las articulaciones intencionales promovidas o, por lo menos,
propuestas por el sector salud, funcionan dentro de las relaciones de
hegemonía/subalternidad en cada contexto (Menéndez, 1994).

Modelos de atención

En las sociedades actuales existen diversas formas de atención del proceso salud-
enfermedad y en su mayoría, incluso la medicina científica que no reconoce la
existencia de todo un conjunto de acciones de atención a los padecimientos y
enfermedades frecuentemente utilizadas por los distintos sectores de la población con el
fin de encontrar una solución a sus problemas. Esto refuerza “una concepción
dominante de antagonismos más que de articulaciones transaccionales entre las
diferentes formas de atención” (Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
Estas oposiciones se dan entre los propios curadores o sanadores de las distintas
formas de atención, en relación a reconocimiento de los saberes del otro y del rol social.
Mientras que a nivel de las prácticas de los grupos sociales existe cierta tendencia de
integración (Menéndez, 1994; Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
Se observa, cada vez con mayor frecuencia, el “pluralismo médico” o sea la
concurrencia a diversas formas de atención para un mismo o diferente problema de
salud. Existen varias causas, una de ellas es la exclusión, negación o subordinación de la
palabra del paciente. Se sostiene una asimetría que hace incluso que el paciente haga lo
que “debe” y no lo que desea (Menéndez, 2003; Freidson, 1978).
La persona que percibe un padecimiento y busca resolverlo mediante la actuación
de otros, empieza a concurrir a diferentes sanadores o curadores, tomando decisiones
para la elección de los mismos basadas principalmente en las experiencias previas,
propias o del grupo familiar. Si la persona no va encontrando respuesta que considere
oportuna, ya sea porque no resuelve su problema o no escucha lo que considera o no se
siente escuchado, recurre a otros curadores de igual o diferente forma de atención. En la
práctica, suele ser común observar en las historias clínicas de los centros de salud
registros donde las personas relatan las causas por las que buscan atención y, sobre
todo, la asistencia en otras instituciones (tanto de la medicina tradicional o científica) o
a otros profesionales de la misma institución, ya sea por el mismo problema o por otro
diferente. Se podría inferir que los sujetos van buscando cuál es la palabra o propuesta
de intervención de los sanadores que se ajusta a lo que ellos sienten o creen;
identificándose lo que se denomina “carrera del enfermo”, es decir, el paciente suele
consultar a diferentes formas de atención en busca de resolver sus problemas.
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Otro punto para resaltar es que la mayoría de la demanda se basa en los
padecimientos o enfermedades y no en la promoción de la salud; no sólo porque sea
propuesto e impulsado por los curadores sino porque es solicitado por los sujetos o
grupos sociales. Se observa que con la posibilidad de percibirse con un problema de
salud los sujetos sociales buscan, crean y resignifican formas de atención para carencias
sociales, enfermedades no curables, pesares existenciales y hasta la tan ansiada
“juventud eterna”, ante la falta de respuestas y/o soluciones en los ámbitos
habitualmente consultados (Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
El desarrollo de las distintas modalidades de atención depende de los procesos
económicos, sociales y culturales de los diferentes grupos sociales que construyen
colectivamente el significado de proceso salud-enfermedad-atención. Teniendo en
cuenta los contextos sociales y sus diferencias, se encuentra las siguientes formas de
atención potenciales procedentes de:
• la medicina científica, con sus profesionales en los diferentes niveles de atención
que se ocupan identificar padecimientos definiéndolos como enfermedades, con
sus instituciones oficiales y privadas.
• la medicina tradicional o popular, con sus curadores especializados ((hueseros,
culebreros, brujos, curanderos, espiritualistas, yerberos, shamanes, etc.) con sus
figuras o cultos que se desarrollan a través de grupos específicos.
• la medicina alternativa, paralelas o de new age que incluyen sanadores,
bioenergético, etc.
• devenidas de otras tradiciones médicas académicas como la acupuntura,
ayurvédica, etc.
• personas que padecen o co-padecen algún problema que se organizan en centros
de autoayuda.
Estas modalidades, seguramente pueden identificarse más, suelen articularse entre
sí ante la percepción de un problema de salud por las personas o conjuntos sociales. De
hecho, muchas de ellas suelen encontrarse en las prácticas de asistir las enfermedades
del propio sector salud, por ejemplo, la asistencia sanitaria del alcoholismo y los grupos
de Alcohólicos Anónimos. También, se encuentran en prácticas de curanderos la
utilización de fármacos para la curación de enfermedades, por ejemplo, el uso de
antibióticos o vitaminas.
Las articulaciones mencionadas como, asimismo, sus diferencias denotan lo
dinámico del proceso. Este dinamismo debe ser observado siempre en las prácticas
sociales y técnicas que se dan a partir de relaciones de hegemonía/subalternidad. Los
curadores, cualquiera de ellos, suelen apropiarse de prácticas procedentes de otras
formas de atención, pero manteniendo la diferencia basada en supuestos ideológicos,
técnicos, económicos y sociales con el fin de mantener su identidad (Menéndez, 1994;
Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
Este proceso es complejo, dinámico y diferenciado es posible ser estudiado si se
identifican y describen las formas de atención a partir de lo que hacen y usan las
personas y grupos sociales para atender sus padecimientos; esto facilita reconocer todos
los modos de atención existentes y su uso articulado en un contexto determinado con
sus características socioeconómicas, étnicas, religiosas, educacionales, de localización,
etc.
Los sujetos y grupos sociales se constituyen en eje central del uso, síntesis,
articulación, mezcla, yuxtaposición, reconstitución y organización de las distintas
formas de atención en actividades de “autoatención”; siendo esta última la forma de
atención más constante y el núcleo principal de articulación práctica de las mismas.
Siguiendo a Menéndez (2003), esta identificación, descripción y análisis
permitiría detectar las estrategias de atención que desarrollan en forma particular cada
curador; contribuyendo a una epidemiología de los comportamientos respecto del

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proceso salud-enfermedad-atención, comprendiendo la racionalidad de las acciones y
dando lugar a la posibilidad de articulación de las mismas.
Una de las grandes tensiones existentes en la actualidad se da con la medicina
científica. Los grandes avances tecnológicos iniciados con la microbiología y la eficacia
ante problemas principalmente infectocontagiosos la han posicionado en un lugar
dominante. La construcción y mediatización de indicadores de estructura, de procesos y
de resultados planteados para lograr recursos y evaluar calidad de servicios pone a la
medicina científica en un podio difícil de reemplazar. Además, la búsqueda de aumentar
la cobertura y disminuir los indicadores de morbimortalidad llevó al sector salud a
incluir prácticas en lugares donde era dominante la medicina tradicional u otro modo de
atención y donde el acceso del equipo sanitario se veía dificultado; por ejemplo,
preparando a los curadores para tratar diarreas con soluciones de rehidratación oral
mientras hacen sus rituales; a las parteras empíricas a realizar papanicolau para rastrear
cáncer de cuello de útero o a madres o vecinas con cierto compromiso a tratar con
aerosoles las patologías respiratorias, como así también formarlos como promotores de
la salud desde este modelo de atención.
El retorno de patologías infecciosas en lugares desarrollados o la aparición de
enfermedades crónicas no transmisibles pusieron en cuestionamiento a la medicina
científica. Pero a pesar de ello este modelo de atención sigue en una expansión de tipo
irregular generada por una parte, por avances basados en la investigación biomédica, en
la producción farmacológica y en la medicalización ya no sólo de padecimientos sino
también de comportamientos; por otra parte, por retrocesos a partir de la crítica
producida desde dentro y fuera de la misma medicina científica, por las actividades y
representaciones propuestas por otras formas de atención y por las prácticas de los
distintos grupos sociales con el fin de obtener respuestas reales o imaginarias a sus
padecimientos (Menéndez, 2001; Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
Probablemente, la consecuencia más grave de este modelo de atención es la
medicalización de procesos vitales cotidianos. Así el parto normal es reemplazado por
la cesárea o los niños inquietos se transforman en enfermos con trastorno de atención
que deben recibir tratamiento farmacológico o la lactancia materna debe ser
reemplazada por sucedáneos. Los sujetos y grupos sociales resignifican las
representaciones y prácticas en relación a sus padecimientos, buscan frecuentemente en
la farmacología la cura para sus problemas de salud; lo cual lleva a exigir tratamiento
antitusivo para toda tos o antibióticos ante la presencia de fiebre, en el caso de que no
sea indicado por el profesional termina asistiendo a otro profesional o automedicándose.
Esto lo aprendió directa o indirectamente de la intervención médica y se articularon con
lo cultural a través de los saberes y experiencias (Menéndez, 1994; Menéndez, 2001;
Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
En este punto, se considera interesante retomar el concepto “autoatención”, siendo
la forma de atención más frecuente, autónoma, constante e intermitente a la vez de los
sujetos y conjuntos sociales. Como se mencionó es la actividad nuclear y sintetizadora
desarrollada por los grupos sociales respecto al proceso salud-enfermedad-atención.
Siguiendo a Menéndez (2003):
“Por autoatención nos referimos en este trabajo a las representaciones y prácticas
que la población utiliza a nivel de sujeto y grupo social para diagnosticar, explicar,
atender, controlar, aliviar, aguantar, curar, solucionar o prevenir los procesos que
afectan su salud en términos reales o imaginarios, sin la intervención central, directa
e intencional de curadores profesionales, aun cuando estos pueden ser la referencia
de la actividad de autoatención; de tal manera que la autoatención implica decidir la
autoprescripción y el uso de un tratamiento en forma autónoma o relativamente
autónoma” (Menéndez, 2003, p.198).
La autoatención se plantea desde un nivel amplio o un nivel restringido
(Menéndez, 2003). El primer nivel se relaciona con las actividades que aseguran la

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reproducción biosocial de los sujetos y microgrupos, principalmente el grupo
doméstico. Se basan en objetivos y normas establecidos por la propia cultura del grupo.
Incluyen acciones en la atención y prevención de los padecimientos, preparación y
distribución de alimentos, en el aseo del hogar y corporal, en la obtención y uso del
agua, manejo de la persona moribunda o del cadáver, etc.
La autoatención planteada desde un nivel restringido refiere a las representaciones
y prácticas aplicadas intencionalmente al proceso salud-enfermedad-atención. Es decir,
incluye actividades (previas, posteriores o sin consultar a una forma de atención)
decididas y usadas por los sujetos y microgrupos con autonomía relativa, por ejemplo,
el autocuidado, la automedicación, las cataplasmas, las ventosas, los masajes, las
sustancias tóxicas, entre otras. Un punto para destacar es la automedicación,
considerada por la mayor parte del sector salud como negativa, aunque sea este mismo
quien la instala ya sea por el uso frecuente o para el inicio precoz de síntomas ante
cuadros leves, agudos y transitorios siendo desde este lugar mirada positivamente. En
relación con esto último, hay que tener presente que es el grupo doméstico quien inicia
la autoatención y luego define, si lo considera necesario, a qué y a cuántas forma de
atención acudir en función de sus condiciones sociales y culturales (Menéndez, 2003;
Menéndez, 2009).
En estas acciones se evidencia la presencia de un conjunto de saberes relacionados
con el proceso salud-enfermedad-atención dentro de los microgrupo, principalmente el
doméstico, que los lleva a diagnosticar o tratar (de manera errada o no) en base de esos
saberes y que los aplican constantemente a través de los diferentes padecimientos, y a
partir de esto establecen relaciones con las otras formas de atención.
Un aspecto fundamental a tener presente es que “la autoatención se constituye
estructuralmente” porque implica “la acción más racional, en términos culturales, de
estrategias de supervivencia e inclusive de costo/beneficio, no sólo económicos, sino de
tiempo por parte del grupo”. La autoatención puede llevar a consecuencias negativas o
positivas para la salud y se las debe asumir como parte de un mismo proceso. Lo más
importante, es que “es el medio a través del cual los sujetos y sus grupos evidencian su
capacidad de acción, de creatividad, de encontrar soluciones, y en consecuencia es un
mecanismo potencial de afianzamiento de ciertos micropoderes, así como de la validez
de sus propios saberes” (Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).

Propuesta relacional

Menéndez (1994) plantea una propuesta relacional para poder analizar el proceso
salud-enfermedad-atención. Es decir, que para investigarlo se hace necesario partir de
las relaciones existentes entre las partes incluyendo, de ser posible, tanto los diferentes
niveles en que dicho proceso actúa como la articulación entre niveles. La relación
diádica médico-paciente constituye un encuentro técnico y social, cuyo análisis
específico debe ser abordado como así también a las múltiples relaciones de los
diferentes niveles, por ejemplo, las socioeconómicas, las institucionales, las étnicas, etc.
articulando con la relación específica.
Para entender este campo relacional es necesario tener en cuenta las características
específicas de cada una de las partes, enfocándose en los sistemas de relaciones
construidas entre ellas. El análisis de cada una de las partes constituye una mirada
particular de esa parte de la realidad, pero en definitiva solamente pueden ser entendidas
en el mismo campo en el que interactúan.
En este interactuar entre partes se puede analizar la llamada medicina tradicional
como la medicina científica, que deberían ser investigadas desde el sistema cultural

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dentro del cual el conjunto social aplica una serie de representaciones y prácticas
resultante de dichas medicinas y de saberes que redelinean permanentemente el sentido,
significado y uso de cada una de ellas.
Cuando el análisis se centra en la interpretación de unas de las partes, se observa
que comúnmente a la “medicina tradicional” se la centra en lo “tradicional” y más
específicamente a los grupos preconceptualizados como tradicionales (grupos étnicos
amerindios, el campesinado indígena, pero también el criollo y/o el mestizo, los
denominados grupos folk, una parte de los “marginales urbanos”, etc.), dejando de lado
la totalidad de las prácticas y representaciones utilizadas en relación al proceso salud-
enfermedad-atención por estos grupos específicos (Menéndez, 1994).
La medicina científica se centra en la patología orgánica y no en la persona
enferma, cuando no reconoce a la enfermedad como una experiencia subjetiva de la
persona, deja de lado al ser humano como un individuo integro constituido social y
culturalmente, pierde la riqueza de reconocer en cómo interpreta sus padecimientos,
cómo experimenta ese cambio en su mundo vital, cuanto impacta en lo cotidiano ese
diagnóstico o tratamiento y viceversa.
Asimismo, existe una tendencia a evaluar el proceso salud-enfermedad-atención
centrado en el actor en sí de la atención, en lugar de incluir a todos los actores
significativos que intervienen en el mismo, principalmente el grupo doméstico que
interviene en la autoatención (Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
De este modo, se produce un análisis no relacional reducido a una de las partes,
como menciona Menéndez:
“ignorando los procesos dentro de los cuales opera, y sobre todo el rol y la función
de las otras partes en juego, de tal manera que algunas de estas aproximaciones
ignoran o colocan en un segundo plano los procesos de transformación que están
dándose, inclusive al interior del grupo (o parte del mismo) analizado, por no
adecuarse al esquema ideológico y/o académico del cual parte” (Menéndez, 1994, p.
5)
La consecuencia más grave es que se termina negando la realidad, su práctica
misma, por no poder interpretarla ya que la termina reduciendo al análisis de una parte.
El analizar cómo se organizan las representaciones y prácticas de los distintos saberes
mediante procesos de síntesis, de yuxtaposición o de exclusión en determinados
conjuntos sociales y pensándolos como un sistema de relaciones permitirá identificar
qué lugar ocupan lo “tradicional” o lo “científico” en la realidad de cada una las partes y
entre ellas (Menéndez, 1994).
El accionar técnico de curadores o médicos se “socializa y culturaliza en la
práctica concreta con el paciente, tanto desde la perspectiva del enfermo y su grupo,
como desde el funcionamiento de la institución médica”, al interactuar con la realidad
social se constituye, además, en un acto social. Este reconocimiento obtiene
particularidades de mayor significación cuando se lo plantea desde el proceso salud-
enfermedad-atención. (Menéndez, 1994).
El proceso de autoatención pone en evidencia como el sistema sanitario enseña a
autoatenderse aunque no sea su intención, y como la gente se apropia y aprende. Es en
el encuentro médico-paciente donde se produce el mayor y profundo aprendizaje, donde
se constituye en una apertura afectiva y cognoscitiva para poder asumir lo prescripto de
manera experiencial (Menéndez, 2003; Menéndez, 2009).
Reconocer las relaciones transaccionales en términos del proceso salud-
enfermedad-atención implicaría que el sistema sanitario se permita identificar la
realidad desde una mirada más integradora, holística; buscando sentido a las prácticas;
desde una relación médico-paciente más simétrica y complementaria. Por lo tanto, el
sistema sanitario debería impulsar intencionalmente las articulaciones entre los modelos
de atención y principalmente el proceso de autoatención, reforzando la capacidad y

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autonomía de los grupos sociales, con el objetivo de mejorar estas acciones mejorando
la eficacia de las mismas.
El rol de la medicina, sea la científica o no, no se define a priori en función de las
características de su saber tomado aisladamente, sino a través de las relaciones y
consecuencias de sus saberes en las condiciones de salud y de vida de los sujetos y
grupos sociales (Menéndez, 2003).

Conclusión

La salud y la enfermedad son dimensiones inseparables del ciclo vital de las


personas a largo de su vida. En todo momento histórico los distintos grupos sociales,
según sus valores, creencias y experiencias buscaron modos de resolver sus problemas,
así fueron construyendo colectivamente significados del proceso salud-enfermedad-
atención.
El proceso salud-enfermedad es una construcción social y cultural de los sujetos y
grupos sociales. Este proceso dinámico influye continuamente en el funcionamiento
personal, laboral y social de sus actores.
Así la medicina aparece como una institución social, incluso de control, con el
objeto de abordar de manera organizada el proceso salud-enfermedad-atención. Todas
las modalidades de medicina no difieren en esencia y sus prácticas conviven y se
articulan dentro de relaciones de hegemonía/subalternidad en cada contexto en
particular.
En la actualidad se da el pluralismo médico, y más allá de cuál sea la medicina
dominante, las mismas se relacionan entre sí a partir de intereses personales y de los
conjuntos sociales con las diferentes modalidades de atención. Aquí toma un papel
fundamental la autoatención.
Por lo tanto, el proceso salud-enfermedad-atención debe ser analizado e
interpretado desde las relaciones transaccionales que en el interior de él se producen.
Esto facilitaría comprender y abordar la realidad mejorando los resultados
sociosanitarios para cada grupo social en particular.

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