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JSTOR to digitize, preserve and extend access to Los miedos en la historia
INTRODUCCIÓN
[239]
na rechazó y sintió temor frente a las mujeres que no cumplían con las
características ideales de estos modelos culturales. 3
En la Nueva España, los miedos relacionados con el cuerpo de las
mujeres que vivían fuera de los conventos obedecieron a una concepción
católica, masculina y corporativa de la vida y el orden social. Sin embar-
go, este universo de temores no fue privativo de los hombres, ni mucho
menos, un conjunto de conceptos carentes de fundamentos prácticos,
físicos y materiales.
En la vida diaria, las mujeres interiorizaron muchas de las ideas y
creencias religiosas que generaban en ellas angustia frente a diversas sen-
saciones, emociones y experiencias corporales cotidianas, pero al mismo
tiempo, la propia naturaleza y fisiología de su cuerpo contribuyeron en
la construcción de saberes, creencias populares, concepciones médicas
y científicas que incidieron en la aparición de miedos y temores com-
partidos especialmente por las propias mujeres, que poseían un cuerpo
diferente al de los hombres.
Si bien los miedos y temores relacionados con el cuerpo femenino
fueron diversos, en realidad, en la Nueva España del siglo XVII, las inquie-
tudes colectivas relacionadas con la corporalidad femenina se vivieron,
sobre todo, desde dos dimensiones: la salud y la salvación, escenarios que,
por lo demás, casi siempre estuvieron intrínsecamente vinculados.
Los temores en torno a la salud comprendieron momentos y rutinas
como la higiene, la procreación, el embarazo, el parto, la lactancia, la
regla, las enfermedades de la matriz o de los senos; temas como la fecun-
didad o la esterilidad, lo mismo que la concepción o la anticoncepción
también formaron parte del universo de preocupaciones médicas y
sociales de la época. Es importante señalar que la experiencia de estos
temores cotidianos se vivió desde una concepción particular no sólo
de la mujer, sino también, de lo que significaba estar sano y de lo que
significaba contar con un cuerpo que cumplía con todas las expectativas
sociales y culturales de aquella sociedad.
En cuanto a los miedos relacionados con la salvación y el cuerpo
de las mujeres, la ansiedad se vivió en momentos de tentación en que
se pecaba, fundamentalmente, de lujuria y vanidad. En este sentido, la
concepción católica de la vida determinó conceptos muy importantes
en la experiencia de los miedos alrededor del cuerpo de las mujeres. Los
límites entre "lo lícito" y "lo ilícito"; el significado de "lo puro" y "lo
impuro", "lo sucio" y "lo limpio", "lo decente" y "lo indecente", fueron
factores trascendentales en la regeneración de la angustia colectiva alre-
dedor del cuerpo de las mujeres seglares. 4
Por otro lado, es importante señalar la existencia de otras condi-
ciones también fundamentales en la construcción colectiva de aquellos
miedos: las diferencias sociales entre las mujeres, el color de su tez, la
pertenencia a un grupo étnico particular o su condición. Los espacios
donde el cuerpo de las mujeres sentía y vivía diferentes emociones, sen-
saciones y experiencias, los ciclos de la vida e incluso los escenarios del
día o de la noche generaron diferentes miedos, todos relacionados con
la experiencia de la sensualidad y la corporalidad femenina de aquella
sociedad católica.
Ahora bien, el estudio de la construcción y reproducción cultural de
estos miedos y temores colectivos presentes en la cotidianidad novohis-
pana se enfrenta con el problema de las fuentes. En primer lugar, en la
mayor parte de los documentos de la época, el cuerpo está casi siempre
ausente y en el mejor de los casos, cuando éste aparece lo hace de una
manera tangencial y muchas veces borrosa.
Por otro lado, las voces femeninas que hablan sobre el tema son
pocas y es que la mayor parte de los documentos escritos que ofrecen
información sobre los miedos alrededor del cuerpo de las mujeres en dicha
sociedad fue redactada por médicos, teólogos, confesores o predicadores
del sexo masculino. 5 En este mismo sentido, los textos que habfan sobre
4 En la Historia del cuerpo, tanto Nicole Pellegrin como Sara F. Matthews Grieco
las ideas científicas en corno al cuerpo femenino eran contrarias a las ideas teológicas de la
época. De esta manera, por ejemplo, mientras los médicos insistían en la importancia de
que las mujeres experimentasen deseo y placer para conservar la salud, muchos teólogos
condenaban aquellas experiencias y las calificaban de altamente pecaminosas.
11 Cita de Sor Juana Inés de la Cruz, en Rosa Perelmuter, "Las voces femeninas",
era sólo una cuestión íntima y personal, sino una "cosa pública'' que demandaba el
cuidado de toda la sociedad. Lavrín, "La sexualidad ... ", en Rubial, Historia de la vida
cotidiana, p. 500.
15 Todos los miedos colectivos y culturales se experimentan dentro de un sistema
de ideas y valores particulares. Es decir, los miedos de este tipo sólo se pueden experi-
mentar a partir de la creencia en una serie de ideas previas que se transmiten histórica
y socialmente. Ver Hansberg, La diversidad, p. 38.
16 Barrios, Verdadera cirugía, s.p
similar debe haber sido motivo de gran temor no sólo entre las propias
mujeres, sino también, entre los familiares de las mismas.
Otra de las ideas populares en torno a la virginidad era la de pensar
que ésta consistía en tener una "tela'' o "membrana", que es "lo que llaman
himen y en que abrir estas carnosidades se desflora la virginidad" . 19 Sin
embargo, ya algunos doctores señalaban que la presencia de esta membra-
na tampoco era una garantía de que la mujer había sido verdaderam ente
casta hasta entonces.
Frente a la exigencia social de cumplir con esta condición, muchas
mujeres buscaron "permanecer" vírgenes ante la mirada pública y frente a
los ojos de sus esposos. 20 Se sabe que algunas comadres y parteras ofrecie-
ron el servicio de "remendar vírgenes" para evitar la angustia y el miedo
de muchas mujeres prontas a casarse y temerosas de ser descubiertas. 21
Por ello, frente al peligro de ser burlados, el doctor Barrios advertía a los
futuros esposos que tuviesen cuidado, puesto que:
... fácilmente pueden engañar las mujeres porque estando con su costumbre,
llegando a ellas saldrá sangre y la camisa con ella y no estará virgen ... con
maquinamien to y arte se puede hacer que las partes estén juntas y que salga
sangre y ella finja dolerle y no por esto estará virgen. 22
" .. .las más de las veces las manos y ojos de las comadres se suelen engañar",
por ello, continuaba el médico, lo mejor era que los maridos y padres de
familia "no se contenten con que vea una sola comadre a las doncellas, sino
a sus hijos como huérfanos o encontrar personas que los mantuvieran. Ver Asunción
Lavrín, "La sexualidad", en Rubial, Historia de la vida cotidiana, p. 500.
21 Entre muchas de las
especialidades de la Celestina, ésta era una de ellas. Ver
Bama, El siglo de oro, p. 141.
22 Barrios, Verdadera cirugía,
p. 19.
en razón suceda así lo que digo, porque la mujer que crece y aumenta hasta
los catorce años y en ese tiempo toda la sangre que engendra se gasta y
consume en el aumento de sus miembros, pero después de los catorce que
deja de crecer, toda aquella sangre que primero se consumía en el aumento
de sus miembros no hay en que se gaste y consuma ... cosa clara es que le
ha de sobrar, y si le sobra, ¿a qué miembro puede ir sangre demasiada y
sobrada que no le dañe? 27
34 Entre otros historiadores, Pilar Gonzalbo, Tomás Calvo y Asunción Lavrín han
apuntado que los nacimientos fuera del matrimonio fueron una realidad frecuente y
cotidiana en la sociedad novohispana. A pesar de los estigmas sociales y culturales que
existían en contra de las mujeres poco virtuosas que se embarazaban de esta manera, al
parecer, la moral de los habitantes de la Nueva España fue al menos flexible y permisiva
en este sentido. No obstante, es probable que algunas mujeres de sectores más altos sí
hayan sentido enorme preocupación al poner en peligro la honra de su familia mediante
un embarazo de este tipo. Por lo demás, incluso enrre las mujeres menos preocupadas
ción judía.
39 Juan de Barrios dedica algunas líneas de su tratado para combatir estas creencias
EL DESEO Y LA SEXUALIDAD:
ENTRE LA ANGUSTIA Y EL PLACER
hablaron del menstruo como un producto excrementa! más del cuerpo humano. Ver
Maclean, The Rennaissance, p. 40.
40 Cervantes, Novelas, p. 285.
pp. 490-492.
mujeres fue más fácil lidiar con aquellos temores que soportar el miedo
a no tener acceso al contacto corporal con los hombres.
Así lo muestra la historia de Mónica de la Cruz, mujer que en 1636
acudió con una hechicera de Cholula después de perder a sus dos aman-
tes. Mónica recurrió a las artes de la magia para que aquellos hombres
"volviesen a su ilícita comunicación"; para lograrlo, la mujer derramó en
frente de la casa de los susodichos una pócima de "aguartilla, sal y alu-
cema''. Además, con tal de recuperar a sus deshonestos amigos, también
utilizó "una pelotilla de chocolate y romero" .44
Los casos anteriores hacen pensar en el deseo como un elemento
cotidiano en la vida de muchas novohispanas. Es bien sabido que desde
los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia se encargó de atemorizar
a las mujeres que sentían esta necesidad corporal. Ya en la Edad Media
y el Renacimiento, muchos médicos insistieron en la idea de que las
mujeres que experimentaba n deseo eran proclives a padecer terribles
enfermedades. 45
En la Nueva España del siglo XVII, la medicina se rigió por las ideas
medievales y renacentistas que llegaban de Europa al Nuevo Mundo.
De esta manera, muchos médicos de este reino americano adoptaron
diversas teorías científicas relacionadas con el deseo y la sexualidad
propias de Occidente. Así, el doctor Juan de Barrios opinaba que "las
mujeres que son más húmedas, las que tienen úteros húmedos y las que
apetecen más al varón y son falaces" eran las más proclives a enfermarse
de purgaciones blancas, "que es enfermedad que apenas sana una, si no
que mueren miserable muerte". 46 Por lo demás, continuaba el médico
español radicado en la Nueva España, "el darse mucho a Venus", como
se decía comúnmente, era realmente dañoso "a los ojos, al celebro ... a los
diana, p. 497. El débito matrimonial sólo podía negarse si la mujer estaba enferma,
embarazada y como se ha visto en páginas pasadas, si ésta tenía la regla.
era que hacía dos años y medio, Andrés Parías, su esposo, "la hacía hacer
el pecado nefando con muchas amenazas y encerrándola con una daga
en las manos la amarraba y que de aquel modo hacía con ella el pecado
nefando". 62
Andrés insistía en que aquello no era pecado, porque ella sólo obe-
decía lo que su marido le ordenaba; que en todo caso, el que pecaba era
él y que por eso le pedía que no se confesara, pues él ya lo haría después.
A pesar de los contundentes argumentos de su esposo, Beatriz nunca se
dejó convencer. El miedo a estar pecando de algo tan terrible la llevó a
confesarse con un fraile del Carmen que la cercioró de que en efecto, lo
que su marido hacía con ella era un pecado gravísimo para los dos.
La violencia conyugal y el forzar a las mujeres a que cometieran actos
corporales indeseables para ellas no fue situación extraña en la Nueva
España. La sumisión era un valor femenino muy apreciado por los espo-
sos, pero además, era una de las virtudes más promovidas por las propias
autoridades eclesiásticas que veían en ella una condición indispensable
para ser una buena esposa.
El temor a ser violentadas fue una constante entre muchas mujeres
que se quejaron ante los tribunales de justicia y que incluso llegaron a
pedir, también, el divorcio. Ése fue el caso de Ana Rodríguez, española
que quería separarse de Pedro Velasco por el "temor reverencial" que
causaba en ella su padre. Entre los argumentos para solicitar el divorcio,
Ana expresó que el respeto que debía a su padre, así como el miedo que
acompañaba dicho sentimiento le impedían seguir casada con Pedro
Velasco. El abogado del marido argumentó que Juan Rodríguez, proge-
nitor de la esposa, nunca había sido un hombre violento y que lo que
verdaderamente movía a Ana a pedir el divorcio de Pedro Velasco era "no
querer cumplir con la quoabitación y uso del matrimonio". 63
Frente a la defensa del marido, Ana acusó a Pedro de haberla herido,
a lo que el abogado respondió que esa era una acusación falsa, puesto que
Velasco siempre había tratado a su mujer con "respeto marital y amor",
pero que en todo caso, continuaba el defensor, "tampoco se requiere con
el marido que sea todo suavidad y que la mujer se gobierne por sus antojos
y albedrío, que la coerción moderada en el marido no sólo es profunda
sino lícita y permitida". 64 El fallo del juez fue definitivo: mandar a Ana
que regresase con su esposo para que cohabitase con él.
Entre las situaciones de violencia intrafamiliar que más miedo debió
generar entre las mujeres con relación a su cuerpo se encontró el inces-
to. 65 Al parecer, a pesar de estar fuertemente prohibidas por la Iglesia,
en la Nueva España, las relaciones de este tipo fueron francamente
comunes. 66
De acuerdo con lo que registran los documentos, los temores propios
de esta situación oscilaron entre el miedo a la violencia y los maltratos de
los padres que obligaban a sus hijas a tener relaciones o contactos eróticos
con ellos y el terror a la condena eterna inculcado por la Iglesia.
El caso de Teresa de Guzmán y su hermana Josepha muestra el
ambiente de angustia en el que vivieron muchas mujeres de la Nueva
España expuestas a situaciones de violencia corporal similares. En 1674,
Josepha, hermana de Teresa acudió al Santo Oficio a denunciar a su padre,
Sebastián del Castillo, cacique mestizo del pueblo de Coyoacán.
El motivo de la denuncia era que Josepha, "inlimitadas veces vio que
el dicho su padre andaba retozando con la dicha su hermana en la casa
donde vivían pellizcándola". 67 A decir de la testigo, Sebastián miraba a
su hija "de arriba abajo" y muchas noches le llamaba a su cama para que
le apretase los pies. Josepha aconsejaba a Teresa que no fuera, pero ésta
no podía negarse a las exigencias de su padre.
Los actos de Sebastián llegaron a tal extremo que, una noche, mien-
tras Josepha dormitaba en su aposento, escuchó que su hermana visitaba
a su padre "y oyó que rechinaba mucho la cama de su dicho padre y
concibió que estaban conociéndose carnalmente". 68
De manera cotidiana, el cacique coyoacanense pedía a Teresa que le
acariciase el cuello, la abrazaba por los pechos y cuando ésta se lavaba
la cabeza en el patio sin que su padre la viera éste la reñía y la maltrataba.
Sebastián tenía prohibido que sus hijas o su mujer se confesaran con
ningún fraile y mucho más, que contasen lo que hacía con Teresa. A pesar
de ello, finalmente, más atemorizada frente al riesgo que también ella
corría si continuaba callando la historia que ante a las posibles represalias
de su padre, Josepha decidió denunciar a este último "por temor que no
hiciese con ella lo que con su hermana Teresa''. 69
EL MIEDO Y LA MATERNIDAD:
LA PROCREACIÓN, EL EMBARAZO Y EL PARTO
Los doctores de la época sabían que para engendrar era necesario que
"las simientes de varón y mujer se junten y se atraigan en lo hondo de la
madre". 71 Para ello, los cónyuges debían tener relaciones sexuales pero
en ocasiones, a pesar de la actividad íntima entre las parejas, la mujer
no quedaba embarazada. Esta situación generaba angustia y temor entre
muchas que no querían ser despreciadas por sus maridos.
72 Juan de Barrios explicaba que entre las mujeres sanas era imposible concebir sin
delatación, mientras que algunas enfermas podían embarazarse sin experimentar esas
sensaciones. Barrios, Verdadera cirugía, s.p.
73 Barrios, Verdadera cirugía, s.p.
En la Nueva España, el cuerpo femenino fue una pieza clave para man-
tener la continuidad de la vida, pero también, para conservar muchos
intereses económicos y sociales, así como para reproducir el sistema de
valores, ideas y creencias que dio orden y sentido a la existencia. Curio-
samente, a pesar de tratarse de una sociedad profundamente patriarcal,
en el universo simbólico novohispano, el cuerpo femenino tuvo, sin
duda, un lugar fundamental.
No obstante, si bien en la vida cotidiana, el cuerpo de las mujeres
jugó un papel trascendente en la construcción y reconstrucción del orden
económico, social y cultural de dicho reino americano, lo cierto es que
los historiadores han prestado poca atención a su estudio.
Como la de muchas otras mujeres en la historia, la corporalidad de
las novohispanas se vivió, concibió y experimentó oscilando siempre
entre los designios de la Naturaleza y los vericuetos de la cultura. Fue
allí, precisamente entre estas dos dimensiones, que los hombres y las
mujeres de la Nueva España construyeron, padecieron y transmitieron
un conjunto de miedos, temores y preocupaciones colectivos en torno
al cuerpo femenino.
BIBLIOGRAFÍA