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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

“…organizo, lo mejor posible, los socorros…


y presto servicios, especialmente,
en una de las Iglesias de Castiglione,
situada en una elevación, a la izquierda llegando de Brescia,
y llamada, creo, Chiesa Maggiore.
Hay allí cerca de quinientos soldados hacinados,
y hay otros cien, por lo menos,
sobre paja delante de la iglesia…”

Jean-Henry Dunant.
(1828-1910)
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Prólogo.

La Cruz Roja presta, desde hace más de un circunstancias diversas; la asistencia material,
siglo que existe, protección y asistencia a los es decir, los socorros que la Cruz Roja distri-
seres humanos desamparados. buye, supone gastos por varios millones de
dólares cada año, asistencia de la que se be-
En tiempos normales, al hombre, que gene- nefician innumerables personas, y que alivia
ralmente vive en una sociedad organizada, lo sus sufrimientos, tanto en tiempo de guerra
protegen las leyes; para subsistir, encuentra como en tiempo de paz.
recursos en su entorno. Pero, en caso de con-
flicto armado, en caso de catástrofe natural, la La Cruz Roja sigue su dinámica interior, el
sociedad se desorganiza, se pisotean las le- ideal de humanidad expresado en la acción
yes, se perturba el medio ambiente natural, concreta, que ha conquistado al mundo evi-
corren peligro la seguridad, la salud, incluso la denciando, así, que no está vinculada a una
vida. época, a una raza, a una religión o a una cultu-
ra. El sufrimiento es universal, y la Cruz Roja
Entonces, la Cruz Roja hace lo posible para se esfuerza por proteger y asistir, en todas las
proteger y asistir a quienes son víctimas de partes, a todos los que sufren.
tales calamidades.
El punto de partida de todo esto es la pequeña
Con unos muy modestos comienzos -un pe- obra que el lector tiene ahora mismo en sus
queño grupo de cinco personas que logra la manos. Escrita por Henry Dunant entre 1859 y
aprobación de un corto Convenio de diez artí- 1862, tras una traumatizante experiencia per-
culos para proteger a los heridos de guerra y sonal en el campo de batalla de Solferino, ha
para proporcionarles la necesaria asistencia inspirado a los fundadores y a las sucesivas
material- la Cruz Roja ha llegado a ser, en generaciones de miembros de la Cruz Roja
unos 120 años, un Movimiento universal que, universal. ¡Ojalá suscite, aún en nuestros días
junto con el Comité Internacional, está integra- y en un mundo presa de la violencia, movi-
do por 130 Sociedades nacionales, agrupadas mientos de humanitarismo y de generosidad
en una Federación mundial: cerca de 250 mi- que demuestren, como hicieron en 1859 los
llones de miembros. El derecho internacional habitantes de Solferino, que «todos somos
humanitario (los cuatro Convenios de Ginebra hermanos»!
de 1949 y sus Protocolos adicionales de 1977)
se ha desarrollado considerablemente y hoy Alexandre Hay.
tiene más de seiscientos artículos, para garan- Presidente del CICR.
tizar la protección de los seres humanos en
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Recuerdo
de Solferino.

La cruenta victoria de Magenta había fran- formaba el ala izquierda del ejército aliado,
queado la ciudad de Milán al ejército francés, y llegase, el 24 por la mañana, a Pozzolengo; el
el entusiasmo de los italianos llegaba a su más mariscal Baraguey d'Hilliers debía encaminar-
alto paroxismo; Pavía, Lodi, Cremona habían se hacia Solferino, el mariscal duque de Ma-
visto aparecer a libertadores y los recibían con genta hacia Cavriana, el general Niel había de
delirio; los austríacos habían abandonado las ir a Guidizzolo, el mariscal Canrobert a Medo-
líneas del Adda, del Oglio, del Chiese porque le; la guardia imperial tenía que trasladarse a
deseaban tomarse, por fin, una sonada revan- Castiglione. Los efectivos de estas fuerzas
cha de sus anteriores derrotas, y habían con- reunidas eran ciento cincuenta mil hombres y
centrado, a orillas del Mincio, cuantiosas fuer- unas cuatrocientas piezas de artillería.
zas, al frente de las cuales iba resueltamente
el joven y valeroso emperador de Austria. El emperador de Austria tenía a su disposición,
en Lombardía, nueve cuerpos de ejército, es
El 17 de junio, el rey Víctor Manuel llegaba a decir un total de doscientos cincuenta mil
Brescia, donde recibía las más efusivas ova- hombres, pues a su ejército de invasión se
ciones de una población oprimida desde hacía habían incorporado las guarniciones de Verona
diez largos años, y que veía, en el hijo de Car- y de Mantua. Siguiendo los consejos del gene-
los Alberto, tanto a un salvador como a un ral de artillería barón Hess, las tropas imperia-
héroe. les habían efectuado, desde Milán y Brescia,
una continua retirada cuya finalidad era la con-
Al día siguiente, el emperador Napoleón entra- centración, entre el Adigio y el Mincio, de todas
ba triunfalmente en la misma ciudad, en medio las fuerzas que Austria tenía entonces en Ita-
de la exaltación de todo un pueblo feliz de po- lia; pero el efectivo que iba a entrar en línea de
der demostrar su gratitud al soberano que lle- batalla no estaba integrado sino por siete
gaba para ayudarlo a reconquistar su libertad y cuerpos de ejército, o sea ciento setenta mil
su independencia. hombres, apoyados por unas quinientas piezas
de artillería.
En 21 de junio, salían de Brescia el emperador
de los franceses y el rey de Cerdeña, tras los El cuartel general imperial se había trasladado
respectivos ejércitos, que habían salido la vís- de Verona a Villafranca, después a Valeggio, y
pera; el 22, ya estaban ocupados Lonato, Cas- las tropas recibieron órdenes de volver a cru-
tenedolo y Montechiaro; el 23 por la tarde, el zar el Mincio en Peschiera, en Salionze, en
emperador dio, como comandante en jefe, ór- Valeggio, en Ferri, en Goito y en Mantua. El
denes precisas para que el ejército del rey Víc- grueso del ejército estableció sus cuarteles de
tor Manuel, acampado en Desenzano y que Pozzolengo en Guidizzolo, para atacar, bajo el
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

mando de varios de los más aguerridos tenien- Por consiguiente, aunque por una y otra parte
tes mariscales de campo, al ejército franco- se esperase una inminente y gran batalla, el
sardo entre el Mincio y el Chiese. encuentro de austríacos y de franco-sardos, el
24 de junio, viernes, fue realmente sorpresivo,
Las fuerzas austríacas formaban, a las órde- pues se engañaban acerca de la estrategia del
nes del emperador, dos ejércitos. Mandaba el respectivo adversario.
primero el general de artillería conde Wimpf-
fen, que tenía bajo sus órdenes los cuerpos Todos han oído hablar, o han podido leer algo
mandados por los tenientes mariscales de sobre la batalla de Solferino. Seguramente, no
campo príncipe Edmond de Schwarzenberg, se ha borrado para nadie este tan palpitante
conde Schaffgotsche y barón de Veigl, así co- recuerdo; tanto más cuanto que las conse-
mo la división de caballería del conde Zedtwitz: cuencias de aquella jornada se hacen sentir
era el ala izquierda, que había tomado posicio- todavía en varios de los Estados de Europa.
nes en los alrededores de Volta, Guidizzolo,
Medole y Castel-Goffredo. Al frente del segun- Como simple turista, totalmente ajeno a esta
do ejército iba el general de caballería conde gran lucha, tuve, por una coincidencia de cir-
Schlick, que tenía bajo sus órdenes a los te- cunstancias particulares, el raro privilegio de
nientes mariscales de campo conde Clam- poder presenciar escenas emocionantes, que
Gallas, conde Stadion, barón de Zobel y caba- he decidido reevocar. En estas páginas, no
llero de Benedek, así como la división de caba- consigno más que mis personales impresio-
llería del conde Mensdorff: era el ala derecha, nes: por ello, no se busquen especiales por-
que ocupaba Cavriana, Solferino, Pozzolengo menores ni datos de índole estratégica.
y San Martino.
Aquel memorable 24 de junio, se enfrentaron
Así pues, todas las alturas entre Pozzolengo, más de trescientos mil hombres; la línea de
Solferino, Cavriana y Guidizzolo estaban ocu- batalla tenía cinco leguas de extensión, y los
padas, la mañana del 24, por los austríacos, combates duraron más de quince horas.
que habían emplazado su formidable artillería
en una serie de collados que formaban el cen- El ejército austríaco hubo de soportar, ya al
tro de una muy extensa línea ofensiva y que alba del 24, tras la difícil y fatigosa marcha de
posibilitaba el repliegue tanto de su ala dere- toda la noche del 23, el violento choque del
cha como de su ala izquierda, protegidas por ejército aliado, y padecer, después, el excesivo
dichas alturas fortificadas, que ellos considera- calor de una temperatura sofocante, así como
ban inexpugnables. el hambre y la sed, pues la gran mayoría de
aquellas tropas no había tomado alimento al-
Aunque los dos ejércitos enemigos avanzaban guno durante las veinticuatro horas del viernes.
el uno contra el otro, no esperaban abordarse Por lo que atañe al ejército francés, ya en mo-
ni chocar tan pronto. Los austríacos tenían la vimiento antes de despuntar el día, no había
esperanza de que sólo una parte del ejército tomado más que el café de la mañana. Por lo
aliado hubiese atravesado el Chiese; no podí- tanto, al finalizar esta terrible batalla, era total
an conocer las intenciones del emperador Na- el agotamiento de los combatientes, ¡sobre
poleón, y estaban inexactamente informados. todo el de los desdichados heridos!

Tampoco los aliados creían que se encontrarí- A eso de las tres de la madrugada, los cuerpos
an tan de repente con el ejército del emperador de ejército mandados por los mariscales Bara-
de Austria, porque los reconocimientos, las guey d'Hilliers y Mac-Mahon iniciaron el avan-
observaciones, los informes de los ojeadores y ce hacia Solferino y Cavriana; pero, no bien su
las ascensiones en globo que se efectuaron el vanguardia hubo dejado atrás Castiglione, se
día 23 no presentaban indicio alguno de con- encontró con las avanzadillas austríacas, que
traofensiva o de ataque. le disputaban el terreno.
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Los dos ejércitos en estado de alerta. reiteradamente el suelo, la enorme avalancha


de proyectiles.
Por todas las partes, clarinazos de combate y
redoble de tambores. Enfrentándose con el encono de las baterías
que truenan vomitando la muerte sobre ellos,
El emperador Napoleón, que pernoctó en Mon- los franceses se lanzan, como otra tempestad
techiaro, se dirige precipitadamente hacia Cas- desencadenada en la llanura, al asalto de las
tiglione. posiciones que están decididos a conquistar.

A las seis, se cruzan disparos de baterías arti- A mediodía, cuando es tórrido el calor, los
lleras. combates, que se libran por doquier, son más
y más encarnizados.
Los austríacos avanzan, por caminos despeja-
dos, en un orden perfecto. En el centro de sus Hacinadas columnas se abalanzan, unas co-
masas compactas de guerreras blancas, flotan ntra otras, con la impetuosidad de un torrente
sus estandartes amarillos y negros, blasona- devastador que revuelca todo a su paso; regi-
dos con el águila imperial de Alemania. mientos franceses se precipitan, en orden dis-
perso, contra las masas austríacas, cada vez
Entre todos los cuerpos de ejército que van a más numerosas y amenazantes y que, pareci-
combatir, la guardia francesa ofrece un impo- das a murallas de hierro, resisten enérgica-
nente espectáculo. El día es radiante y la es- mente el embate; divisiones enteras dejan las
pléndida luz del sol de Italia cabrillea en las mochilas en el suelo para poder lanzarse mejor
brillantes armaduras de los dragones, de los contra el enemigo, bayoneta por delante;
guías, de los lanceros y de los coraceros. cuando un batallón es rechazado, otro lo re-
emplaza inmediatamente. En cada montículo,
El emperador Francisco José había salido, con en cada altozano, en cada cresta rocosa se
todo el estado mayor, de su cuartel general libran tozudos combates: hay montones de
para ir a Volta; lo acompañaban los archidu- muertos en las colinas y en las barrancas. Aus-
ques de la casa de Lorena, entre quienes se tríacos y aliados se pisotean, se matan unos a
distinguía al gran duque de Toscana y al du- otros sobre cadáveres que sangran, intercam-
que de Módena. bian contundentes culatazos, se destrozan el
cráneo, se destripan a sablazos o a bayoneta-
El primer choque tiene lugar en medio de las zos; ya no hay cuartel, es una matanza, un
dificultades de un terreno enteramente desco- combate de animales feroces, rabiosos y
nocido para los aliados. El ejército francés ha ebrios de sangre; incluso los heridos se de-
de abrirse paso, primeramente a través de rin- fienden hasta las últimas posibilidades; el que
gleras de moreras, entrelazadas por vides, que ya no tiene armas agarrota la garganta de su
oponen tenaz resistencia; entrecortan el suelo adversario, a quien desgarra con los dientes.
grandes zanjas secas y largos muros de poca
elevación, pero muy anchos en su base; los Más allá, la lucha es semejante, pero resulta
caballos han de trepar por tales muros y saltar más espantosa porque se acerca un escua-
tales zanjas. drón de caballería que pasa al galope: las
herraduras de los caballos aplastan a muertos
Los austríacos, apostados en los altozanos y y a moribundos; un pobre herido tiene la man-
en las colinas, disparan inmediatamente su díbula arrancada, otro tiene la cabeza esca-
artillería contra el ejército francés, sobre el cual chada, un tercero, a quien se podría haber
cae una incesante granizada de obuses, de salvado, tiene el pecho hundido. Con los relin-
bombas y de balas. Con las densas nubes de chos de los caballos se mezclan vociferacio-
humo de los cañones y de la metralla se mez- nes, gritos de rabia, alaridos de dolor y de de-
clan la tierra y el polvo que levanta, golpeando sesperación. Aquí, pasa la artillería a todo co-
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

rrer, siguiendo a la caballería; se abre camino Si, aquí o allá, parece que por momentos ceja
por entre los cadáveres y los heridos que, la lucha, no es más que para reavivarse con
promiscuamente, yacen por tierra: así, se va- más fuerza. Las reservas frescas de los aus-
cían cráneos, se rompen y se descoyuntan tríacos llenan en seguida los vacíos que hace
miembros, el suelo se empapa de sangre y la en sus filas la furia de ataques tan tenaces
llanura está cubierta de despojos humanos. como mortíferos. Se oyen constantemente, ora
aquí, ora allá, redobles de tambor y clarinazos
Las tropas francesas suben por los cerros y de acometida.
escalan, con el más impetuoso ardor, las es-
carpaduras y las pendientes rocosas, bajo el La guardia pelea con la más noble valentía.
tiroteo austríaco y entre estallidos de bombas y Con ella, rivalizan en valor y en audacia los
de metralla. tiradores, los cazadores y la tropa. Los zuavos
atacan a la bayoneta, saltando como fieras y
Apenas tomado un montículo, algunas compa- dando gritos aterradores. La caballería france-
ñías escogidas, cuando han logrado, con ex- sa arremete contra la caballería austríaca; ula-
trema fatiga y bañadas en sudor, llegar a la nos y húsares se traspasan y se dilaceran; los
cima, cayendo como un alud sobre los austría- caballos, excitados por el ardor del combate,
cos, los revuelcan y, empujándolos de un lugar participan también en este furor y se lanzan
a otro, los rechazan y los persiguen, incluso contra los caballos enemigos, mordiéndolos
hasta el fondo de los taludes y de las zanjas. rabiosamente, mientras que sus jinetes se
acuchillan y se descuartizan. Es tal el encarni-
Las posiciones de los austríacos son excelen- zamiento que, en ciertos puntos, por estar ago-
tes; están atrincherados en las casas y en las tadas las municiones y rotos los fusiles, se
iglesias de Medole, de Solferino y de Cavriana. pelea a pedradas, se lucha cuerpo a cuerpo.

Pero nada detiene ni interrumpe ni disminuye Los croatas degüellan a cuantos encuentran;
la carnicería: se mata al por mayor, se mata al golpean a los heridos del ejército aliado, rema-
detalle; se gana a la bayoneta cada pliegue de tándolos a culatazos, mientras que los tirado-
terreno, se disputan los emplazamientos palmo res argelinos, cuya ferocidad no pueden cal-
a palmo; se conquistan las aldeas casa por mar sus jefes, hacen otro tanto con los desdi-
casa, alquería por alquería; cada una de ellas chados moribundos, oficiales o soldados aus-
obliga a un cerco, y puertas, ventanas, corrales tríacos, y entran en contienda lanzando rugi-
no son más que una horripilante mezcolanza dos salvajes.
de degüellos. Se toman las posiciones más fuertes, se pier-
den, se vuelven a tomar, para perderlas de
La metralla francesa produce un espantoso nuevo y reconquistarlas. En todas las partes,
desorden en las masas austríacas, cubre de caen los hombres por millares, mutilados, agu-
cadáveres las laderas, hace estragos, a enor- jereados por balas, o alcanzados mortalmente
mes distancias, hasta en las lejanas reservas por proyectiles de toda especie.
del ejército alemán.
Y, aunque el espectador, situado en las alturas
Pero, aunque los austríacos ceden terreno, no cercanas a Castiglione, no puede seguir todas
lo ceden sino paso a paso, y para pasar sin las peripecias de la batalla, comprende que los
tardanza a la ofensiva; sus líneas se rehacen y austríacos intentan desfondar el centro de las
se rehacen incesantemente, para ser luego tropas aliadas, para proteger Solferino, cuya
otra vez desfondadas. posición será la baza decisiva de la batalla;
En la llanura, el viento levanta oleadas de pol- infiere que el emperador de los franceses rea-
vo, que superabunda en los caminos y que, en liza denodados esfuerzos para reagrupar los
densas cargazones, oscurece el aire y ciega a diferentes cuerpos de su ejército, que podrán,
los combatientes. así, sostenerse y apoyarse mutuamente.
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Viendo que falta a las tropas austríacas una avance del cuerpo de ejército del príncipe Na-
decidida y homogénea dirección de conjunto, poleón, una de cuyas divisiones procedía de
el emperador Napoleón ordena a los cuerpos Piacenza.
de ejército de Baraguey d'Hilliers y de Mac-
Mahon, después a la guardia imperial, manda- Los generales Forey y de Ladmirault son quie-
da por el mariscal Regnaud de Saint-Jean nes, con sus valerosos soldados, inician la
d'Angely, atacar simultáneamente los atrinche- contienda ese día memorable; se apoderan,
ramientos de Solferino y de San Cassiano, tras indescriptibles combates, de las crestas y
para presionar contra el centro enemigo, inte- de las colinas que confluyen en el vistoso alcor
grado por los cuerpos de ejército a las órdenes de los cipreses, célebre ya para siempre, junto
de Stadion, Clam-Gallas y Zobel, que no acu- con la torre y el cementerio de Solferino, a
den sino sucesivamente a defender estas tan causa de la horrible mortandad de la que estos
importantes posiciones. lugares fueron testigos gloriosos y ensangren-
tado teatro; se toma finalmente por asalto di-
En San Martino, el valeroso e intrépido maris- cho alcor de los cipreses y, en su cima, el co-
cal de campo Benedek hace frente, con sola- ronel d'Auvergne hace flotar, como prueba de
mente una parte del segundo ejército austría- victoria, su pañuelo atado a la punta de su es-
co, a todo el ejército sardo, que lucha con pada.
heroísmo a las órdenes de su rey, cuya pre-
sencia lo electriza. Pero estos éxitos cuestan caros a los aliados,
en cuyas filas se registran sensibles pérdidas.
El ala derecha de los aliados, integrada por
cuerpos de ejército que mandan el general Niel Una bala fractura un hombro del general de
y el mariscal Canrobert, resiste con indomable Ladmirault: a duras penas consiente este
energía contra el primer ejército alemán, man- heroico herido que lo venden en una ambulan-
dado por el conde Wimpffen, pero cuyos tres cia instalada en la capilla de una aldehuela y, a
cuerpos, a las órdenes de Schwarzenberg, pesar de la gravedad de su herida, vuelve a
Schaffgotsche y de Veigl, no consiguen actuar pie al combate, continúa animando a sus bata-
concertadamente. llones y una segunda bala lo alcanza en la
pierna izquierda. El general Forey, tranquilo e
Siguiendo con minuciosidad las órdenes del impasible en medio de las dificultades de su
emperador de los franceses, manteniéndose a posición, es herido en la cadera; el chubasque-
la expectativa (lo que tiene su razón de ser ro blanco que lleva sobre su uniforme es agu-
totalmente plausible), el mariscal Canrobert no jereado por balas, sus ayudantes de campo
hace intervenir, ya por la mañana, sus tropas son alcanzados a su lado; a uno de ellos, el
disponibles; sin embargo, la mayor parte de su capitán de Kervenoël, que tiene veinticinco
cuerpo de ejército, las divisiones mandadas años, un fragmento de obús le vuela el cráneo.
por Renault y Trochu, así como la caballería
del general Partouneaux participan muy acti- En la falda del alcor de los cipreses, avanzan-
vamente en la acción. do al frente de sus tiradores, el general Dieu es
derribado del caballo, mortalmente herido;
Si, en primer lugar, detiene al mariscal Canro- también el general Douay es herido, no lejos
bert la espera de la llegada contra él del cuer- de su hermano, el coronel Douay, que cae
po de ejército mandado por el príncipe Eduar- muerto. Una bala de cañón fractura el brazo
do de Liechtenstein, no incluido en los dos izquierdo al general de brigada Auger, que
ejércitos austríacos pero que, habiendo salido gana su ascenso a general de división en este
esa misma mañana de Mantua, preocupaba al campo de batalla, donde morirá.
emperador Napoleón, al cuerpo de ejército
mandado por Liechtenstein lo paralizan com- Los oficiales franceses, siempre al frente de
pletamente el mariscal Canrobert y el temor del los suyos, blandiendo la espada e incitando
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

con su ejemplo a los soldados que los siguen, África, se lanza contra una escuadra húngara,
son diezmados por los disparos de los cazado- pero las balas acribillan su caballo y él, a quien
res tiroleses, que apuntan con preferencia co- alcanzan dos disparos, es capturado por los
ntra sus condecorados y galonados adversa- húngaros, que logran reagrupar su escuadra
rios. En el primer regimento de cazadores de [1].
África, y cerca del teniente coronel Laurans
des Ondes que cae súbitamente muerto, el En Guidizzolo, el príncipe Charles de Win-
subteniente de Salignac Fénelon, que sólo disch-Graetz, coronel austríaco, se expone a
tiene veinticinco años, hace retroceder a una una muerte segura intentando recuperar, al
escuadra austríaca y paga con su vida tan frente de su regimiento, la fuerte posición de la
gran proeza. El coronel de Maleville que, en la Casa Nova; mortalmente herido, sigue impar-
alquería de la Casa Nova, bajo el terrible fuego tiendo órdenes; sus soldados lo sostienen, lo
del enemigo, se ve perdido ante el considera- llevan en brazos, permanecen inmóviles bajo
ble número de sus atacantes y cuyo batallón una granizada de balas, formando así, a su
ya no dispone de municiones, enarbola la ban- alrededor, un último cobijo; saben que van a
dera del regimiento gritando: «Quienes amen morir, pero no quieren abandonar a su coronel,
su bandera que me sigan». Sus soldados se a quien respetan, a quien aman, y que pronto
precipitan tras él a la bayoneta: una bala le expira.
destroza una pierna; pero, a pesar de crueles
sufrimientos, continúa dando órdenes hacién- Luchando así, con la mayor valentía, son gra-
dose sostener en su caballo. No lejos de allí, vemente heridos los tenientes mariscales de
es muerto el jefe de batallón Hébert, arrostran- campo conde de Crenneville y conde Palffy y,
do denodadamente el mayor peligro para im- en el cuerpo de ejército del barón de Veigl, el
pedir la pérdida de una insignia aquilina; derri- mariscal de campo Blomberg y su teniente
bado y pisoteado, antes de morir grita todavía general Baltin. Caen muertos el barón Sturm-
a los suyos: «Sed valientes, hijos míos». En el feder, el barón Pidoll y el coronel de Mumb.
otero de la torre de Solferino, el teniente Mo- Los tenientes de Steiger y de Fischer mueren
neglia, de los cazadores de a pie de la guardia, valientemente, no lejos del joven príncipe de
se apodera, él solo, de seis piezas de artillería, Isemburg quien, más afortunado que ellos,
de las cuáles cuatro cañones montados y será recogido en el campo de batalla todavía
mandados por un coronel austríaco, que le con un soplo de vida.
entrega la propia espada. El mariscal Baraguey d'Hilliers, seguido por los
El teniente de Guiseul, que lleva la bandera de generales Leboeuf, Bazaine, de Négrier,
un regimiento de infantería de línea, es cerca- Douay, d'Alton, Forgeot, así como por los co-
do, con su batallón, por fuerzas seis veces roneles Cambriels y Micheler, ha penetrado en
superiores; un disparo lo alcanza y cae apre- el poblado de Solferino, defendido por el conde
tando contra su pecho la preciosa enseña; un Stadion y los tenientes mariscales de campo
sargento se abalanza sobre la bandera para Palffy y Sternberg, cuyas brigadas Bils, Puch-
que no la arrebaten los enemigos, y una bala ner, Gaal, Koller y Festetics rechazan durante
de cañón le vuela la cabeza; un capitán que largo tiempo los más violentos ataques, en los
llega a empuñar el asta, tiñe con su sangre, en que se destacan el general Camou con sus
el mismo instante, el estandarte, que se rompe cazadores y sus tiradores, los coroneles Brin-
y se rasga; todos los que lo llevan, suboficiales court y de Taxis, heridos, y el teniente coronel
y soldados, caen unos tras otros, pero vivos y Hémard, que recibe dos balazos en el pecho.
muertos le hacen, con sus cuerpos, un último Con su habitual bravura y su admirable imper-
baluarte; por último, este glorioso guiñapo turbabilidad, el general Desvaux repele, al fren-
queda, totalmente destrozado, en manos de un te de su caballería y en un horrenda lucha, el
sargento mayor del regimiento que manda el encarnizado ataque de la infantería húngara;
coronel Abattucci. El comandante de La Ro- secunda, con el irresistible impulso de sus es-
chefoucauld Liancourt, intrépido cazador de cuadrones, la contundente ofensiva del general
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Recuerdo de Solferino.
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Trochu contra los cuerpos de ejército de von Rebecco cae en poder de los aliados; des-
Veigl, de Schwarzenberg y de Schaffgotsche pués, vuelve a ser de los austríacos, que lo
en Guidizzolo y en Rebecco, donde se desta- pierden de nuevo, lo recuperan y es definitiva-
can, contra la caballería de Mensdorff, los ge- mente ocupado por el general Renault.
nerales Morris y Partouneaux.
En el ataque contra el monte Fontana, son
La inquebrantable constancia del general Niel, diezmados los tiradores argelinos, mueren sus
que hace frente, en la llanura de Medole, con coroneles Laure y Herment, sucumben muchos
los generales de FailIy, Vinoy y de Luzy, a las de sus oficiales, lo que redobla su furor; para
tres grandes divisiones del ejército del conde vengar a tantos muertos, se excitan y se aba-
Wimpffen, permite al mariscal Mac-Mahon, con lanzan, con rabia de africanos y con fanatismo
los generales de La Motterouge y Decaen, así de musulmanes, contra sus enemigos matán-
cómo con la caballería de la guardia, rodear dolos con frenesí y como tigres sedientos de
las elevaciones claves para las posiciones de sangre. Los croatas se echan al suelo, se es-
San Cassino y de Cavriana, y establecerse en conden en las zanjas, dejando que se acer-
las colinas paralelas donde se habían congre- quen sus adversarios para, después, alzarse
gado las tropas de los mariscales de campo de repente y matarlos a quemarropa. En San
Clam-Gallas y Zobel; pero el caballeroso prín- Martino, es herido un oficial de bersaglieros, el
cipe de Hesse, uno de los héroes del ejército capitán Pallavicini; sus soldados lo llevan en
austríaco, muy digno de competir con el ilustre brazos hasta una capilla, donde recibe los pri-
vencedor de Magenta, y que tan intrépidamen- meros auxilios, pero los austríacos, momentá-
te ha combatido en San Cassino, defiende, neamente rechazados, vuelven a la carga y
contra decididos asaltantes, los tres collados penetran en ese lugar sagrado; los bersaglie-
del monte Fontana. ros, demasiado poco numerosos para resistir,
abandonan a su jefe; inmediatamente, croatas,
Allí, bajo las balas austríacas, el general de con grandes piedras que hay a la puerta, ma-
Sévelinges hace emplazar sus cañones estria- chacan la cabeza del capitán, cuyos sesos
dos, empujados por los granaderos de la guar- salpican sus guerreras.
dia, porque los caballos no pueden subir esas
escarpadas pendientes; y, para que las baterí- En medio de estos tan diversos combates, sin
as tan originalmente transportadas a estas cesar renovados por doquier, se oyen impre-
colinas puedan fulminar contra el enemigo, los caciones de hombres de tantas naciones dife-
granaderos llevan a los artilleros la munición rentes, ¡muchos de ellos obligados a ser homi-
pasándosela, tranquilamente, de mano en ma- cidas a los veinte años!
no, desde la llanura, donde han quedado los
furgones. En lo más enconado de la contienda, cuando
la tierra temblaba bajo un huracán de hierro,
El general de La Motterouge se adueña, por de azufre y de plomo cuyas mortíferas ráfagas
fin, de Cavriana, a pesar de la encarnizada barrían el suelo, y cuando por todas las partes,
resistencia y de los repetidos conatos ofensi- surcando los aires con furia, como relámpagos
vos de los jóvenes oficiales alemanes que, con siempre letales, aludes de fuego acrecían el
sus destacamentos, vuelven y vuelven al com- número de mártires en esta hecatombe huma-
bate. na, el capellán del emperador Napoleón, el
Los fusileros del general Manèque reaprovisio- presbítero Laine, iba de ambulancia en ambu-
nan, recurriendo a las de los granaderos, sus lancia llevando a los moribundos palabras de
cartucheras vacías; pero bien pronto faltos de consuelo y de simpatía.
municiones, se lanzan a la bayoneta hacia las
elevaciones entre Solferino y Cavriana que, a El comandante Mennessier, cuyos dos herma-
pesar de las considerables fuerzas opuestas, nos, uno coronel y otro capitán, murieron pe-
ocupan con la ayuda del general Mellinet. leando valerosamente en Magenta, cae, a su
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

vez, en Solferino. A un subteniente de infante- Roccolo, de la Madonna della Scoperta, que


ría de línea le fractura el brazo izquierdo un son tomados, perdidos y reconquistados cinco
casco de metralla y, de su herida, brota abun- o seis veces, y, por fin, se adueñan de Pozzo-
dante la sangre; sentado bajo un árbol, es en- lengo, aunque no intervienen sino por divisio-
cañonado por un soldado húngaro, a quien nes, sucesivamente y poco conjuntados. Sus
detiene uno de sus oficiales que, acercándose generales Mollard, de La Marmora, Della Roca,
al joven herido francés, le estrecha la mano Durando, Fanti, Cialdini, Cucchiari, de Sonnaz
con compasión y ordena que lo trasladen a un secundan, con los oficiales de todas las armas
lugar menos peligroso. Unas cantineras avan- y de toda graduación, los esfuerzos de su rey,
zan, bajo el fuego del enemigo, como simples que ve cómo caen heridos los generales Pe-
soldados; van a aliviar a pobres soldados muti- rrier, Cerale y Arnoldi.
lados que piden agua con insistencia y ellas
mismas son heridas dándoles de beber e in- Tras los mariscales y los generales de división,
tentando asistirlos [2]. Muy cerca, se debate, ¿cómo no mencionar, en el ejército francés, la
bajo el peso de su caballo muerto por un frag- parte de gloria que corresponde también a los
mento de obús, un oficial de húsares, debilita- valientes generales de brigada, a todos los
do a causa de la sangre que fluye de sus heri- competentísimos coroneles, a tantos denoda-
das; no lejos de allí, pasa corriendo un caballo dos comandantes y capitanes, que tan eficaz-
que arrastra el cadáver ensangrentado de su mente contribuyeron a lograr el resultado final
jinete; más allá, caballos, más humanitarios de esta gran jornada? Y, ¿qué duda cabe?, es
que quienes los montan, evitan, a cada paso, no poco honroso haber combatido contra gue-
hollar a las víctimas de esta furiosa y apasio- rreros tales como un príncipe Alexandre de
nada batalla. Un oficial de la legión extranjera Hesse, un Stadion, un Benedek o un Charles
cae mortalmente herido por bala; su perro, que de Windisch-Graetz, y haberlos vencido [3].
muy fielmente lo acompañaba desde que
había salido de Argelia, era el amigo de todo el «Parecía que el viento nos hubiera empujado»,
batallón; empujado por la marea de la tropa, decía pintorescamente un simple soldadito de
recibe también él un balazo, pero tiene todavía infantería, para describirme el brío y el entu-
fuerza para arrastrarse hasta donde yace su siasmo de sus camaradas entrando, con él, en
amo, sobre cuyo cuerpo muere. En otro regi- la contienda; «el olor de pólvora, el ruido del
miento, una cabra, adoptada por un fusilero y cañón, los tambores que redoblan y los clari-
mascota de los soldados, va impunemente, por nazos, ¡todo eso anima, todo eso excita!» De
entre las balas y la metralla, al asalto de Solfe- hecho, en esta lucha, parecía que cada hom-
rino. bre peleaba como si la propia reputación estu-
viese personalmente en juego y como si la
¡Cuántos valerosos militares, a quienes no victoria fuese asunto exclusivo de cada uno.
detiene una primera herida, que continúan
avanzando hasta que, heridos de nuevo, caen Hay realmente un ímpetu y una bravura muy
por tierra y ya no pueden proseguir la lucha! particulares en estos intrépidos suboficiales del
ejército francés, para quienes los obstáculos
En otro lugar, por el contrario, batallones ente- no existen, y que, seguidos por sus soldados,
ros, expuestos al más mortífero fuego, han de acuden a los lugares más peligrosos o más
esperar, inmóviles, la orden de avanzar y se expuestos, como si corrieran para no perderse
ven obligados a ser, aunque ardiendo en im- una fiesta.
paciencia, tranquilos espectadores de un com- Se han replegado las tropas del emperador
bate que los diezma. Francisco José. Antes incluso de que el maris-
cal Canrobert haya desplegado todas sus fuer-
Los sardos defienden y atacan, resistiendo y zas, el ejército del conde Wimpffen ha recibido
asaltando repetidamente, por la mañana y por (el primero) orden de su jefe de comenzar la
la tarde, los montículos de San Martino, de retirada; y el ejército del conde Schlick -a pesar
11
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

de la firmeza del conde Stadion, secundado Es indescriptible la desesperación del empera-


demasiado débilmente por los tenientes maris- dor de Austria: él, que se ha comportado
cales de campo Clam-Gallas y Zobel- excepto heroicamente, que ha visto menudear a su
la división del príncipe de Hesse, ha tenido que alrededor proyectiles de diversa índole, no
abandonar todas las posiciones, que los aus- puede menos de llorar ante tal desastre; tran-
tríacos habían convertido en otras tantas forta- sido de dolor, se lanza incluso delante de los
lezas. fugitivos para reprocharles su cobardía. Cuan-
do la calma se ha sobrepuesto a las explosio-
El cielo se ha oscurecido y grandes nubarro- nes de su vehemente exaltación, el emperador
nes cubren, en unos instantes, todo el horizon- contempla en silencio el teatro de tanta deso-
te; se desencadena furioso el viento y levanta lación, vierte incontenibles lágrimas y, sólo a
por los aires las ramas de los árboles, que se instancias de sus ayudantes de campo, con-
rompen; una lluvia fría y azotada por el hura- siente en salir de Volta con destino a Valeggio.
cán, o más bien una verdadera tromba inunda
a los combatientes, ya extenuados de hambre En su consternación, oficiales austríacos, lle-
y de cansancio, al mismo tiempo que ráfagas y nos de desesperación y de rabia, van al en-
torbellinos de polvo ciegan a los soldados, cuentro de la muerte, no sin vender cara su
obligados a luchar también contra los elemen- vida; algunos, en el exceso de su pena, se
tos. Los austríacos, flagelados por la tempes- suicidan, no queriendo sobrevivir a esta fatal
tad, se congregan, sin embargo, a la voz de derrota; los más no se reincorporarán al res-
sus oficiales; pero, a eso de las cinco, la lluvia pectivo regimiento sino cubiertos de la sangre
a cántaros, la granizada, los relámpagos, los de sus heridas o de la del enemigo. Rindamos
truenos y la oscuridad que invade el campo de a su bravura el homenaje que merece.
batalla obligan a suspender, por ambas partes,
tanto encarnizamiento. El emperador Napoleón acudió, durante toda
esta jornada, allí donde podía requerirse su
Durante toda la acción, el jefe de la casa de presencia; acompañado por el mariscal Vai-
Habsburgo se muestra notablemente tranquilo llant, capitán general del ejército, por el general
e imperturbable; está, cuando tiene lugar la de Martimprey, capitán general adjunto, por el
toma de Cavriana, con el conde Schlick y con conde Roguet, por el conde Montebello, por el
su ayudante de campo el príncipe de Nassau, general Fleury, por el príncipe de Moskova, por
en una cercana elevación llamada Madonna los coroneles Reille, Robert, por todo su esta-
della Pieve, no lejos de una iglesia rodeada de do mayor y por el escuadrón de los «cien guar-
cipreses. Tras haber cedido el centro austríaco dias», dirigió constantemente la batalla, trasla-
y cuando el ala izquierda ya no tenía esperan- dándose a los lugares en que era necesario
za alguna de forzar la situación de los aliados, vencer los más graves obstáculos, sin inquie-
se decidió la retirada general y el emperador tarse por el peligro que incesantemente lo
se resigna a encaminarse, con una parte de su amenazaba; en el monte Fenile, cayó muerto
estado mayor, hacia Volta, mientras que se el caballo de su cirujano, el barón Larrey, y
dirigen a Valeggio los archiduques y el gran fueron heridos varios de los «cien guardias» de
duque heredero de Toscana. En varios puntos, la escolta. En Cavriana, se instaló en la casa
el pánico se apodera de las tropas alemanas y, donde había estado, ese mismo día, el empe-
para algunos regimientos, la retirada se con- rador de Austria, casa desde la cual remitió
vierte en una desbandada total; los oficiales, una misiva a la emperatriz para anunciarle la
que han combatido como leones, intentan, pe- victoria.
ro en vano, retenerlos; nada los detiene, ni
exhortaciones, ni injurias, ni sablazos; es de- El ejército francés acampó en las posiciones
masiado su espanto, y estos soldados, que que había conquistado durante la jornada: la
han luchado con arrojo, prefieren ahora, más guardia vivaqueaba entre Solferino y Cavriana,
bien que no huir, dejarse golpear e insultar. los dos primeros cuerpos de ejército ocuparon
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

las elevaciones próximas a Solferino, el tercer seguir agua para el desventurado. ¡Cuántas
cuerpo estaba en Rebecco, el cuarto en Volta. lágrimas silenciosas se derramaron ese peno-
so atardecer, cuando se prescindía de todo
Guidizzolo permaneció ocupado hasta las diez falso amor propio, de todo respeto humano!
de la noche por los austríacos, cuya retirada
cubrieron, por el ala izquierda, el mariscal de Durante la acción, se habían instalado ambu-
campo Veigl y, por el ala derecha, el mariscal lancias provisionales en alquerías, en casas,
de campo Benedek que, controlando la situa- en iglesias y en conventos de los alrededores,
ción en Pozzolengo hasta altas horas de la o incluso al aire libre, a la sombra de los árbo-
noche, protegió el retroceso de los condes les, donde los oficiales heridos por la mañana,
Stadion y Clam-Gallas. Las brigadas de Koller después los suboficiales y los soldados, fueron
y de Gaal, así como el regimiento de Reis- someramente asistidos; todos los cirujanos
chach se comportaron honorabilísimamente y, franceses demostraron una infatigable disponi-
dirigidas por el príncipe de Hesse, las brigadas bilidad, y varios no se permitieron instante al-
de Brandenstein y de Wussin llegaron a Volta, guno de reposo durante más de veinticuatro
desde donde facilitaron a la artillería el paso horas; dos de ellos, que prestaban servicios en
del Mincio por Borghetto y Valeggio. la ambulancia dirigida por el doctor Méry, mé-
Se reúne a los soldados austríacos errantes, dico jefe de la guardia, tuvieron que cortar tan-
que son conducidos a Valeggio; los caminos tos miembros y hubieron de poner tantos ven-
están cubiertos de bagajes de los diferentes dajes que se desvanecieron; y, en otra ambu-
cuerpos de ejército, o de equipajes de puentes lancia, uno de sus colegas, agotado de can-
y de reservas de artillería; todos se empujan y sancio, se vio obligado, para poder continuar
se atropellan para llegar cuanto antes al desfi- su tarea, a que dos soldados le sostuvieran los
ladero de Valeggio; gracias a la rápida cons- brazos.
trucción de puentes portátiles, se salvó el ma-
terial expedicionario. Al mismo tiempo, comen- Cuando se libra combate, una banderola roja
zaban a entrar en Villafranca los primeros con- [4], izada sobre un punto elevado, indica el
voyes, integrados por heridos leves, a quienes lugar en que hay heridos o ambulancias de los
seguían los soldados más gravemente heridos regimientos implicados en la acción y, por
y, durante toda esa tan triste noche, fue enor- acuerdo tácito y recíproco, no se dispara en
me la afluencia; los médicos vendaban sus esa dirección; pero, a veces, llegan hasta allí
heridas, los reconfortaban dándoles algo de las bombas, que alcanzan por igual a los ofi-
comer y los enviaban, en vagones de ferroca- ciales administrativos, a los enfermeros, a los
rril, a Verona, donde el atasco llegó a ser es- furgones cargados de pan, de vino y de carne
pantoso. Pero aunque el ejército recogía, en su reservada para hacer el caldo que se da a los
retirada, a todos los heridos que podía trans- enfermos. Los soldados heridos que no están
portar en sus vehículos y en carretas requisa- incapacitados para andar, van por sí mismos a
das, ¡cuántos de esos desdichados yacían allí esas ambulancias; los otros son trasladados
abandonados sobre la tierra humedecida por en camillas o en parihuelas, debilitados, como
su sangre! con frecuencia están, a causa de la hemorra-
gia y de la prolongada privación de todo soco-
Al atardecer, cuando el velo del crepúsculo rro.
caía sobre ese extenso campo de estragos,
más de un oficial y más de un soldado francés En esta tan accidentada extensión de más de
buscaban, aquí o allá, a un camarada, a un veinte kilómetros de longitud, y tras las fases
compatriota, a un amigo; quienes encontraban de desconcierto originado por tan gigantesco
a un militar conocido, se arrodillaban a su lado, conflicto, soldados, oficiales y generales no
intentaban reanimarlo, le estrechaban la mano, pueden conocer, sino imperfectamente, el re-
restañaban sus heridas o rodeaban el miembro sultado de todos los combates librados; duran-
fracturado con un pañuelo, pero sin poder con- te la acción, apenas podían percatarse de lo
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

que ocurría en torno suyo o darse cuenta cabal che; pero no regresaron sin encontrarse toda-
de la situación; a esta ignorancia se añadía, vía con numerosos heridos, todos muy sedien-
para el ejército austríaco, la confusión o la au- tos. Un tirolés que yacía no lejos de donde
sencia de órdenes generales, concretas y pre- ellos acampaban les suplicaba, pero en vano,
cisas. que le diesen de beber; no había ni una gota
de agua; la mañana del día siguiente, apareció
En las elevaciones que hay entre Castiglione y muerto, con espumilla en las comisuras de los
Volta, rebrillan miles de fogatas alimentadas labios y la boca llena de tierra; su rostro tume-
por restos de furgones austríacos y por ramas facto estaba verde y negro; se había contor-
que la tempestad o los cañonazos abatieron; sionado en atroces convulsiones hasta el
los soldados secan al fuego su ropa mojada y amanecer, y las uñas de sus manos crispadas
se adormilan, vencidos por la fatiga, sobre los se habían retorcido.
guijarros o por tierra; pero quienes pueden
prestar servicios no descansan todavía, porque En el silencio de la noche, se oyen gemidos,
es necesario encontrar agua para hacer la so- suspiros ahogados llenos de angustia y de
pa o el café, tras esta jornada sin reposo y sin sufrimiento, desgarradoras voces que piden
alimentos. socorro: ¿quién podrá jamás describir las
horribles agonías de esta trágica noche?
¡Cuántos penosos episodios, cuántas conmo-
vedoras peripecias y cuántas decepciones de El sol del día 25 alumbró uno de los más es-
toda índole! Hay batallones enteros que care- pantosos espectáculos que puedan ofrecerse a
cen de víveres, hay compañías a las cuales se la imaginación. Todo el campo de batalla está
había ordenado que se despojasen de las mo- cubierto de cadáveres de hombres y de caba-
chilas, y que nada tienen; para otros, falta el llos; los caminos, las zanjas, los barrancos, los
agua, y es tanta la sed que oficiales y soldados matorrales, los prados están sembrados de
beben en charcos cenagosos, enfangados y cuerpos muertos que, en los accesos a Solfe-
llenos de sangre coagulada. Unos húsares, rino están, literalmente, amontonados. Campos
que regresaban, entre las diez y las once de la destruidos, trigales y maizales tumbados, setos
noche, al lugar donde acampaban (habían te- arrancados, huertos saqueados, aquí y allá
nido que ir muy lejos a buscar agua y leña para charcos de sangre.
hacer café), se encontraron, a todo lo largo de
su camino, con tantos moribundos suplicando Los poblados están desiertos y son bien visi-
se les diera de beber, que vaciaron casi todas bles las huellas de los estragos causados por
sus cantimploras cumpliendo este caritativo los mosquetes, por la metralla, por las bombas,
deber. No obstante, pudo por fin hacerse el por las granadas y por los obuses; paredes
café; pero, apenas terminada la cocción, se removidas y boqueteadas por balas de cañón,
oyeron disparos en la lejanía y se dio la voz de que han abierto grandes brechas; casas aguje-
alarma; los húsares saltan inmediatamente readas, agrietadas, deterioradas; sus habitan-
sobre sus caballos y se precipitan en dirección tes, que han pasado, sin luz y sin víveres, cer-
del tiroteo, sin tiempo para tomar su café, que, ca de veinte horas en las bodegas, comienzan
en el tumulto, se derramó: pero en seguida a salir; el estupor que se pinta en sus rostros
comprobaron que no era el enemigo de nuevo demuestra el prolongado padecer al que se
en pie de guerra, como habían pensado, sino han visto sometidos. En las cercanías de Sol-
que eran disparos de fusil procedentes de los ferino, sobre todo en su cementerio, el suelo
puestos avanzados franceses, cuyos centine- está cubierto de fusiles, de mochilas, de cartu-
las hacían fuego, por confundirlos con austría- cheras, de escudillas, de morriones, de cas-
cos, contra los propios soldados, que también cos, de kepis, de gorras, de cinturones, de ob-
buscaban agua y leña. Tras esta alerta, los jetos, en fin, de toda índole, e incluso de jiro-
húsares volvieron grupas para tenderse, exte- nes de vestimenta con manchas de sangre, así
nuados, en el suelo y dormir el resto de la no- como trozos de armas rotas.
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Los desdichados heridos recogidos durante había llevado todo durante la noche; la pérdida
todo el día están pálidos, lívidos, anonadados; es cruel para estos militares, cuya ropa y cuyo
unos, y más en particular los muy mutilados, uniforme están sudados y sucios, o gastados y
tienen la mirada entontecida y, al parecer, no rotos; y ahora se ven privados, al mismo tiem-
comprenden lo que se les dice; sus ojos son po, de sus efectos personales, tal vez de sus
de sonámbulos, pero esa visible postración no módicas economías -toda su pequeña fortuna-
les impide sentir sus sufrimientos; a otros agi- así como de objetos queridos, rememorativos
tan una conmoción nerviosa y un temblor con- de la familia y de la patria, o recibidos de la
vulsivo; aquéllos, con heridas abiertas, en las madre, de una hermana, de la novia. En varios
que la inflamación ya ha comenzado, están lugares, los muertos son despojados por la-
como locos de dolor; piden que los rematen y, drones, que ni siquiera respetan a los heridos
con el rostro contraído, se retuercen en los agonizantes; a los campesinos lombardos in-
últimos estertores de la agonía. teresa, sobre todo, el calzado, que arrebatan
brutalmente de los pies hinchados de los ca-
Más allá, desafortunados no solamente alcan- dáveres.
zados por balas o por fragmentos de obús que
los abatieron, sino también con las piernas o Con estas escenas deplorables se mezclan
los brazos rotos porque sobre sus cuerpos dramas solemnes o patéticos. Aquí, el viejo
pasaron las ruedas de piezas de artillería. El general Le Breton va y viene buscando a su
impacto de las balas cilíndricas hace que los yerno, el general Douay, herido y que ha deja-
huesos se esquirlen en todas las direcciones, do a su hija, la esposa del general Douay, en
de modo que la herida resultante es siempre medio del tumulto, a unas leguas y en la más
gravísima; los fragmentos de obús, las balas angustiosa inquietud.
cónicas producen también fracturas extrema-
damente dolorosas y, a menudo, terribles es- Ahí, el cuerpo del teniente coronel de Neuchè-
tragos internos. Esquirlas de toda índole, frag- ze que, viendo a su jefe, el coronel Vaubert de
mentos de hueso, retazos de vestimenta, par- Genlis, derribado del caballo y peligrosamente
tículas de objetos de equipo o de calzado, tie- herido, fue alcanzado por una bala en el cora-
rra, trozos de plomo complican e irritan las zón, al adelantarse para tomar el mando. Allí,
heridas y duplican los sufrimientos. el mencionado coronel Genlis, agitado por una
fiebre ardiente, y al que se prestan los prime-
Quien recorre este interminable teatro de los ros auxilios, y el subteniente de Selve de Sa-
combates de ayer encuentra a cada paso, y en rran, de la artillería montada, que un mes des-
una confusión sin igual, indecibles desespera- pués de salir de la Academia Militar de Saint-
ciones y todo género de miserias. Cyr va a ser sometido a la amputación del bra-
zo derecho. He ahí un desdichado sargento
Los hombres de algunos regimientos se habí- mayor de cazadores de Vincennes, cuyas dos
an descargado de la mochila, y había desapa- piernas están atravesadas por balas, a quien
recido su contenido en más de un batallón, volveré a ver en un hospital de Brescia, con
pues campesinos lombardos y tiradores argeli- quien me encontraré de nuevo en uno de los
nos arrancaron con todo lo que encontraban: vagones de ferrocarril en que viajaré de Milán
así, los cazadores y los fusileros de la guardia, a Turín, y que morirá, pasando el Mont-Cenis,
que habían dejado sus mochilas cerca de Cas- a causa de sus heridas. El teniente de Guiseul,
tiglione, para subir más fácilmente al asalto de a quien se daba por muerto, es recogido vivo
Solferino, acudiendo en ayuda de la división de donde había caído con su bandera y donde
Forey, y que habían descansado en las proxi- había permanecido sin conocimiento. Muy cer-
midades de Cavriana, tras haber combatido ca, y más o menos en el centro de un amasijo
hasta el atardecer, siempre avanzando, corren de lanceros y de cazadores austríacos, de tur-
hoy, muy de madrugada, hasta el lugar en que cos y de zuavos, yace, ostentado su elegante
están sus mochilas: ¡vacías! Alguien se lo uniforme oriental, el cadáver de un oficial mu-
15
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

sulmán, el teniente de tiradores argelinos Larbi cuidados que le prodigan los cirujanos france-
ben Lagdar, cuyo rostro, curtido y bronceado, ses le permitirán que se reúna, más tarde, con
reposa sobre el pecho lacerado de un capitán sus familiares quienes, privados de noticias
ilirio que luce su casaca de una radiante blan- acerca de su allegado y dándolo por muerto,
cura; de estos montones de restos humanos se habían puesto de luto.
emanaba un vaho de sangre.
De los muertos, algunos soldados presentan
El coronel de Maleville, herido luchando tan un semblante tranquilo; son los que, alcanza-
heroicamente en la Casa Nova, exhala el últi- dos repentinamente, perecieron en el acto;
mo suspiro; es enterrado el comandante de pero muchos de ellos están contorsionados a
Pongibaud, que murió durante la noche, y se causa de las torturas de la agonía, con los
encuentra el cuerpo del joven conde de Saint- miembros rígidos, con el cuerpo cubierto de
Paër, que había ascendido, hacía apenas una manchas lívidas, con las uñas de las manos
semana, a jefe de batallón. clavadas en el suelo, con los ojos desmesura-
También ahí, termina, a los veinte años, la ca- damente abiertos, con el bigote erizado, con
rrera militar del valeroso subteniente Fournier, un siniestro y convulsivo rictus que deja ver
de los tiradores de la guardia, gravemente sus dientes apretados.
herido el día anterior: voluntario a los diez
años, cabo a los once, subteniente a los dieci- Fueron necesarios tres días, con sus noches,
séis, había hecho ya dos campañas en África y para enterrar los cadáveres que había en el
la guerra de Crimea, donde fue herido, en el campo de batalla [6]; pero en un tan extenso
asedio de Sebastopol [5]. En Solferino se ex- espacio, no pocos restos humanos, escondi-
tinguió también, con el teniente coronel Junot, dos en zanjas o en surcos, ocultos en matorra-
duque de Abrantes, jefe de Estado Mayor del les o por accidentes del terreno, sólo fueron
general de Failly, uno de los apellidos más descubiertos mucho más tarde; despedían, lo
gloriosos del Primer Imperio. mismo que los caballos muertos, nauseabunda
Se siente más y más la falta de agua, los fosos fetidez.
están totalmente secos, la mayoría de los sol-
dados no dispone más que de una bebida mal- En el ejército francés, se designa, para identifi-
sana y salobre para restañar la sed y, en casi car e inhumar los cadáveres, a cierto número
todos los lugares en que hay una fuente, centi- de soldados de cada compañía; generalmente,
nelas protegen, con el arma cargada, el agua los de un mismo cuerpo recogen los restos de
para los enfermos; cerca de Cavriana, en un sus compañeros de armas; anotan el número
pantano, ya infecto, beben durante dos días de matrícula de los efectos personales y, des-
veinte mil equinos de artillería y de caballería. pués, ayudados en este penoso deber por
campesinos lombardos pagados con esa fina-
De estos animales, los que están heridos, cu- lidad, trasladan los cadáveres a una fosa co-
yos jinetes perecieron, y que han ido de acá mún en la que, con su ropa, serán enterrados.
para allá toda la noche, se arrastran hacia gru-
pos de sus camaradas, a los que parecen pe- Desafortunadamente, todo hace pensar, dadas
dir socorro; son rematados de un balazo. la precipitación con que se realiza esta tarea y
Uno de esos nobles corceles, magníficamente la incuria o la torpe negligencia de algunos de
enjaezado, ha llegado hasta en medio de un estos campesinos, que más de un viviente va a
destacamento francés; en el portamantas, que ser enterrado con los muertos. Más tarde, se
ha permanecido sujeto a la silla, hay cartas y enviarán a los familiares las condecoraciones,
objetos que lo delatan como perteneciente al el dinero, el reloj, las cartas y los documentos
valeroso príncipe de Isemburg: se busca entre pertenecientes a los oficiales; pero no siempre
los cadáveres y se descubre que el príncipe resulta posible, con tal cantidad de cuerpos
austríaco está herido y todavía desvanecido que esperan sepultura, cumplir escrupulosa-
por la pérdida de sangre; pero los más solícitos mente esta obligación.
16
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Un hijo, ídolo de sus padres, educado y aten- aquellos eran los árboles en los que iban a ser
dido durante largos años por una tierna madre, colgados; y varios, que recibieron generosa
que se asustaba por la menor de sus indispo- asistencia de los soldados franceses, se la
siciones; un competentísimo oficial, muy ama- recompensaban, en su ceguera y su ignoran-
do por su familia y que dejó en su casa esposa cia, de bien insensata manera: el sábado por la
e hijos; un soldado joven que, para enrolarse mañana, un fusilero, movido a compasión
en el ejército, hubo de separarse de su novia, viendo tendido, en el campo de batalla, a un
casi siempre de su madre, de sus hermanas, austríaco en lastimoso estado, se acerca con
de su anciano padre, ahí está tendido en el una cantimplora llena de agua y le ofrece de
lodo, en el polvo, bañado en su sangre, con su beber; sin poder creer en tanta bondad, el aus-
viril y hermoso rostro desfigurado, que el sable tríaco toma el fusil que tiene a su lado y golpea
o la metralla no respetó: sufre, agoniza; y su con la culata y con toda la fuerza que le queda
cuerpo, objeto de tantos desvelos, renegrido, al caritativo fusilero, al que contusiona en la
abotargado, repelente, va a ser arrojado, así, pierna y en el talán. Un granadero de la guar-
en una fosa apenas cavada, cubierto solamen- dia quiere levantar a otro soldado austríaco
te por unas paladas de cal y de tierra; las aves que estaba muy mutilado; éste, que tiene cerca
de presa no respetarán sus pies o sus manos una pistola cargada, la empuña y la descarga,
si sobresalen en el suelo empapado o en el a quemarropa, disparando contra el soldado
talud que le sirva de tumba: alguien volverá, francés que lo socorría [7].
echará un poco de tierra, clavará quizás una
cruz de madera donde su cuerpo reposa, ¡eso «No se extrañe usted de la dureza y de la za-
será todo! fiedad de algunos de nuestros soldados -me
decía un oficial austríaco prisionero- porque en
¿Y los cadáveres de los austríacos? Esparci- nuestra tropa hay salvajes procedentes de las
dos por miles en las colinas, en los contrafuer- más remotas provincias del imperio; en dos
tes y en las laderas de los montículos, o dise- palabras, verdaderos bárbaros.»
minados en medio de arboledas y en la llanura
de Medole, con su vestimenta desgarrada, con Unos soldados franceses querían, a su vez,
capotes grises manchados de barro o con gue- jugar una mala pasada a varios prisioneros
rreras blancas totalmente enrojecidas de san- que creían croatas, diciendo con exasperación
gre, eran devorados por enjambres de moscas, que «estos pantalones ajustados», como los
y aves de rapiña se cernían, con la esperanza llaman, siempre rematan a los heridos; pero
de suculento festín, sobre estos cuerpos ver- eran húngaros que, bajo un uniforme parecido
dosos que, por centenares, se amontonan en al de los croatas, no son tan crueles; conseguí,
grandes fosas comunes. con bastante facilidad, explicando esta diferen-
cia a los soldados franceses, liberar a estos
¡Cuántos jóvenes húngaros, bohemios o ru- húngaros, que estaban muy amedrentados; sin
manos, enrolados desde hacía algunas sema- embargo, los franceses no tienen, con pocas
nas se tiraban al suelo de fatiga y de inanición, excepciones, sino sentimientos de benevolen-
una vez fuera del alcance de los disparos, o cia para con los prisioneros; así, se autorizó,
debilitados por la pérdida de sangre, aunque por cortesía de los comandantes de ejército,
ligeramente heridos, pereciendo miserable- que oficiales austríacos conservasen su sable
mente de agotamiento y de hambre! o su espada; recibían los mismos alimentos
Entre los austríacos capturados, hay algunos que los oficiales franceses y, quienes estaban
que están llenos de terror porque alguien había heridos eran asistidos por los mismos médicos;
considerado conveniente decirles que los fran- se permitió incluso que uno de ellos regresase
ceses, en particular los zuavos, son demonios para buscar su equipaje. Muchos soldados
sin piedad; hasta tal punto que algunos, al lle- franceses compartían fraternalmente sus víve-
gar a Brescia, viendo los árboles de un paseo res con prisioneros famélicos; otros cargaban
de la ciudad, preguntaron muy en serio si con heridos del ejército enemigo para trasla-
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

darlos a las ambulancias, y les hacían, con He aquí el largo cortejo de vehículos de Inten-
tanta buena voluntad como compasión, todo dencia, cargados de soldados, de suboficiales
tipo de favores. y de oficiales de toda graduación, los unos con
Algunos oficiales se encargaban de asistir per- los otros (de caballería, de infantería, de artille-
sonalmente a soldados austríacos; uno de ría), llenos de sangre, extenuados, cubiertos
ellos rodeó la cabeza hendida de un tirolés, de harapos y de polvo; después, mulos que
que, para cubrirse, sólo tenía un trapo viejo, llegan al trote, y cuya carrera arranca, cada
roto y totalmente ensangrentado. instante, agudos gritos a los desdichados heri-
dos que transportan. La pierna de uno está
Si puede citarse una infinidad de actos aisla- rota y parece estar desprendida de su cuerpo;
dos y de incidentes que ponen de relieve la cada tumbo de la carreta que lo lleva le causa
gran valentía del ejército francés, así como el nuevos sufrimientos. Otro tiene un brazo parti-
heroísmo de sus oficiales y de sus soldados, do y, con el que le queda, sostiene y protege el
hay que mencionar también el humanitarismo miembro fracturado; un cabo tiene el brazo
del soldado raso, su bondad y su simpatía para izquierdo atravesado por la baqueta de un lan-
con el enemigo vencido o prisionero, cualida- zagranadas, baqueta que retira por sí mismo, y
des que, a buen seguro, tienen tanto mérito finalizada la operación, la utiliza como bastón
como su intrepidez y su bravura [8]. para poder llegar a Castiglione; pero varios
Está comprobado que los militares verdadera- expiran queriendo avanzar; se dejan sus cadá-
mente distinguidos son afables y educados, veres a la orilla del camino, y ya se volverá
como todos los que son en realidad superiores; más tarde para enterrarlos.
ahora bien, el oficial francés suele ser amable,
al mismo tiempo que caballeroso y magnáni- De Castiglione, los heridos deberían ser tras-
mo; sigue mereciendo este elogio del general ladados a los hospitales de Brescia, de Cre-
Salm, que dijo, cuando fue capturado en la mona, de Bérgamo y de Milán para recibir, por
batalla de Nerwinde y era tratado por el maris- fin, la debida asistencia o para someterse a las
cal de Luxemburgo con extrema cortesía, al necesarias amputaciones. Pero, dado que los
caballero du Rozel: «¡Qué nación la vuestra, austríacos habían requisado, a su paso, casi
lucháis como leones y, con vuestros enemigos todos los carros de la región y, como los me-
actuáis, tras haberlos vencido, como si fuesen dios de transporte del ejército francés eran
vuestros mejores amigos!» muy insuficientes en proporción con la enorme
cantidad de heridos, hubo que hacerles espe-
El servicio de Intendencia continúa haciendo rar dos o tres días, antes de poder admitirlos
recoger a los heridos que, vendados o no, son en Castigilone, donde el hacinamiento era in-
trasladados en mulos, portadores de parihue- descriptible [9]. Toda esta ciudad se transfor-
las o de artolas, hasta las ambulancias, desde ma, para los franceses y los austríacos, en un
donde son enviados a las aldeas y a los pobla- grandísimo hospital improvisado; ya el viernes,
dos más próximos del lugar en que cayeron o se había establecido allí la ambulancia del
del lugar en que primeramente fueron recogi- gran cuartel general, se habían descargado
dos. fardos de hilas, así como aparatos y medica-
mentos. Los habitantes dieron todo lo que pu-
En caseríos, iglesias, conventos, viviendas, dieron: mantas, sábanas, jergones y colcho-
plazas públicas, corrales, calles, paseos, todo nes. El hospital de Castiglione, la iglesia, el
se ha convertido en ambulancias provisionales; claustro y el cuartel de San Luigi, la iglesia de
en Carpenedolo, Castel Goffredo, Medole, los capuchinos, el cuartel de la gendarmería,
Guidizzolo, Volta y en todas las localidades de así como las iglesias Maggiore, San Giuseppe,
los alrededores se reúne a un considerable Santa Rosalia estaban llenas de heridos, que
número de heridos, pero los más de ellos son allí se hacinaban y yacían sobre paja solamen-
trasladados a Castiglione, donde los menos te; también se esparció paja por las calles, en
inválidos ya logran desplazarse arrastrándose. los patios, en las plazas, donde a toda prisa se
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

han habilitado aquí cobertizos de tablas, allí pero no manos bastantes para aplicarlas a las
entoldados para proteger un poco contra el sol heridas; la mayoría de los médicos del ejército
a los heridos, que de todos los lados llegan a hubo de ir a Cavriana, escasean los enferme-
la vez. Tampoco las viviendas particulares tar- ros y faltan brazos en tan criticas circunstan-
daron en estar ocupadas; oficiales y soldados cias. Así pues, hay que organizar, como fuere,
son allí recibidos por los más acomodados un servicio voluntario, pero resulta muy difícil
propietarios, que hacen lo posible para procu- en medio de tanto desorden, complicado con
rarles todo el alivio de que son capaces; algu- una especie de pánico, que se apodera de los
nos de ellos corren, desalados, por las calles habitantes de Castiglione y cuyos desastrosos
en busca de un médico para sus huéspedes; resultados son el desenfrenado aumento de la
otros van y vienen por la ciudad, con un aspec- confusión y la agravación, por las emociones
to desolado, solicitando con insistencia que se causadas, del lamentabilísimo estado de los
lleven de sus casas cadáveres, con los cuales heridos.
no saben qué hacer. A Castiglione son trasla-
dados los generales de Ladmirault, Dieu y Au- En realidad, una muy fútil circunstancia originó
ger, los coroneles Broutta y Brincourt, así co- tal pánico. A medida que se identificaba cada
mo otros oficiales superiores, a quienes presta cuerpo del ejército francés, tras haber tomado
asistencia el hábil médico Bertherand, que posición, se formaron, ya al día siguiente de la
efectúa, desde el viernes por la mañana, am- batalla, convoyes de prisioneros que, por Cas-
putaciones en San Luigi. Otros dos cirujanos tiglione y Montechiaro, se dirigían a Brescia.
mayores, los doctores Leuret y Haspel, dos Uno de estos destacamentos, escoltado por
médicos italianos, y los ayudantes mayores húsares se acercaba, por la tarde, avanzando
Riolacci y Lobstein operaron y curaron sin inte- desde Cavriana en dirección a Castiglione,
rrupción durante dos días, prolongando incluso donde los habitantes lo confundieron tonta-
su penosa tarea por la noche. mente, antes de haber aparecido en lontanan-
za, con el ejército austríaco volviendo en ma-
El general de artillería Auger, trasladado en sa. No obstante lo absurdo de esta noticia,
primer lugar a la Casa Morino, donde estaba la propalada por campesinos, por los conducto-
ambulancia del cuartel general del cuerpo de res auxiliares de los bagajes y por esos pe-
ejército del mariscal Mac-Mahon, al que perte- queños vendedores ambulantes que siguen a
necía, fue llevado después a Castiglione: este las tropas en campaña, la gente de la ciudad
tan eminente oficial tenía el hombro izquierdo creyó todavía más este ridículo infundio viendo
destrozado por una bala del seis, que perma- que todos estos individuos llegaban precipita-
neció incrustada, durante veinticuatro horas, dos y despavoridos. Se cierran inmediatamen-
en lo profundo de los músculos de la axila: te las casas, los habitantes se parapetan en
pereció el 29, tras la operación de la desarticu- sus hogares, queman las banderas tricolores
lación del brazo, necesaria para extraer la bala que ornan sus ventanas y se esconden en sus
y a causa de la gangrena que había invadido la bodegas o en sus desvanes; éstos huyen a los
herida. campos con sus esposas y con sus hijos, lle-
vando consigo todo cuanto de más valor tie-
Durante la jornada del sábado, llega a ser tan nen; aquéllos, un poco menos turbados, se
grande el número de los convoyes de heridos quedan en sus viviendas, pero instalan en ellas
que la administración, los habitantes y el des- a los primeros heridos austríacos que encuen-
tacamento de tropas que había permanecido tran, recogidos en las plazas, y a quienes, de
en Castiglione son totalmente incapaces de pronto, agasajan y colman de atenciones. En
aliviar tantas miserias. Comienzan entonces las calles y en los caminos, atestados de vehí-
escenas tan dolorosas como las del día ante- culos cargados de heridos con destino a Bres-
rior, aunque de muy diferente índole: hay agua cia y de convoyes para el aprovisionamiento
y víveres; sin embargo, los heridos mueren de del ejército, o que regresaban de esta ciudad,
hambre y de sed; hay hilas en abundancia, hay furgones conducidos a toda velocidad,
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

caballos huyendo en todas las direcciones en fuerzas para moverse; otros han de permane-
medio de gritos de espanto y de cólera, remol- cer inmóviles en el estrecho espacio que ocu-
ques cargados de equipaje, que vuelcan, car- pan. Resuenan bajo las bóvedas de los san-
gamentos de bizcochos que se desparraman tuarios, juramentos, blasfemias y gritos que
en las cunetas que flanquean el gran camino. ninguna forma de expresión puede reproducir.
«¡Ah, señor, cuánto sufro! -me decían algunos
Por último, los conductores auxiliares, cada de estos desdichados- se nos abandona, se
vez más aterrorizados, desenganchan los ca- nos deja morir miserablemente y, sin embargo,
ballos y se lanzan, a rienda suelta, por el ca- ¡hemos luchado con arrojo!
mino de Montechiaro y de Brescia sembrando A pesar de las fatigas que han soportado, a
el miedo, a lo largo de todo su recorrido, origi- pesar de las noches que han pasado sin dor-
nando una increíble barahunda, chocando co- mir, el reposo se aleja de ellos; en su desola-
ntra las carretas de víveres y de pan que la ción, imploran el socorro de un médico o se
administración municipal de Brescia envía con- revuelcan desesperados, presas de terribles
tinuamente al campamento del ejército aliado, convulsiones cuyo final serán el tétanos y la
arrastrando todo lo que encuentran por delante muerte.
y atropellando a los heridos, quienes suplican Algunos soldados, imaginando que el agua fría
que los lleven y que, sordos a las observacio- que se vierte sobre sus ya purulentas llagas
nes, salen tambaleándose de las iglesias y produce gusanos, rehúsan dejar humedecer
avanzan por las calles, sin saber hasta donde sus vendajes; otros, tras haber tenido el privi-
podrán ir. legio de ser vendados en las ambulancias, ya
Días 25, 26 y 27: ¡cuánta agonía, cuánto su- no fueron tan afortunados durante su estancia
frimiento! Las heridas, agravadas por el calor, forzosa en Castiglione, y esas vendas, excesi-
por el polvo, por la falta de agua y de asisten- vamente ceñidas teniendo en cuenta el traque-
cia, causan más intensos dolores; a pesar de teo del camino, eran para ellos una verdadera
los encomiables esfuerzos de Intendencia para tortura, pues no se sustituían ni se aflojaban.
mantener en buen estado los locales transfor-
mados en ambulancias, mefíticas emanacio- Estos, con el negro manchón de moscas que
nes vician el aire, y el insuficiente número de se pegan a sus heridas, dirigen, en todas las
ayudantes, de enfermeros y de sirvientes se direcciones, miradas despavoridas que no ob-
hace sentir agudamente, porque los convoyes tienen respuesta alguna; aquéllos, con el capo-
enviados a Castiglione continúan descargando te, la camisa, las carnes y la sangre formando
allí, cada cuarto de hora, nuevos contingentes una horripilante e indescriptible mezcla en la
de heridos. que hay gusanos; varios tiemblan pensando
Por grande que sea la actividad que desplie- ser carcomidos por esos gusanos, que creen
gan un cirujano jefe y dos o tres personas que ver salir de su cuerpo, pero que proceden de
organizan con regularidad transportes con des- minadas de moscas que infestan el aire. Aquí,
tino a Brescia, mediante carretas tiradas por hay un soldado, totalmente desfigurado, cuya
bueyes; por muchos que sean los solícitos ser- lengua sale, desmesurada, de su mandíbula
vicios que prestan los habitantes de Brescia desencajada y rota; se agita y quiere levantar-
poseedores de vehículos, que van a recoger se; riego con agua fresca sus labios resecos y
heridos, y a quienes se encarga el traslado de su lengua endurecida; tomo un puñado de
los oficiales, el número de salidas es muy infe- hilas, lo mojo en el cubo que llevan detrás de
rior al de llegadas, de modo que no cesa de mí y exprimo el agua de esa improvisada es-
aumentar el hacinamiento. En el pavimento de ponja en la abertura informe que reemplaza a
los hospitales o de las iglesias de Castiglione su boca.
han sido colocados, unos al lado de otros, Allí, hay otro desafortunado; le falta una parte
hombres de toda nación, franceses y árabes, del rostro, obra de un sablazo; tiene la nariz,
alemanes y eslavos; algunos, provisionalmente los labios, la barbilla separados del resto de la
recluidos al fondo de las capillas, ya no tienen cara; en la imposibilidad de hablar y medio
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

ciego, hace signos con la mano y, mediante levantan un poco el ánimo y la moral de los
esta enojosa pantomima, a la que se añaden enfermos. Muchachitos del lugar van de la
sonidos guturales, llama sobre sí la atención; iglesia a las fuentes más cercanas, con cubos,
le doy de beber y vierto sobre su rostro san- cantimploras o regaderas. Tras el reparto de
guinolento unas gotas de agua pura. Un terce- agua, se distribuyen caldo y sopa, que el servi-
ro, con el cráneo ampliamente abierto, expira cio de Intendencia ha de preparar en ingentes
esparciendo sus sesos sobre las baldosas de cantidades.
la iglesia; sus compañeros de infortunio lo em- Aquí y allá, se han colocado enormes fardos
pujan con el pie porque entorpece el paso; de hilas, pero escasean las cintas, la ropa in-
protejo sus últimos momentos y recubro con un terior, las camisas; son tan menguados los
pañuelo su cabeza, que él mueve débilmente recursos en esta pequeña ciudad, por donde
todavía. pasó el ejército austríaco, que ya no se pueden
Aunque cada casa se había convertido en una conseguir ni siquiera los objetos de primera
enfermería y aunque cada familia tuviese bas- necesidad; no obstante, compro camisas nue-
tante que hacer asistiendo a los oficiales que vas, por mediación de esas buenas mujeres
había acogido, conseguí, ya el domingo por la que ya han dado toda su ropa vieja y, el lunes
mañana, reunir a cierto número de mujeres del por la mañana, envío mi cochero a Brescia
pueblo, que secundan, lo mejor que pueden, para que allí compre provisiones; regresa,
los esfuerzos que se hacen para socorrer a los unas horas después, con su cabriolet cargado
heridos; pues no se trata de amputaciones ni de ropa, de esponjas, de vendas, de alfileres,
de ninguna otra operación, sino que es nece- de cigarros y de tabaco, de manzanilla, de
sario dar de comer y, sobre todo, de beber a malva, de saúco, de naranjas, de azúcar y de
personas que mueren, literalmente, de hambre limones, lo que permite dar una limonada re-
y de sed; además, hay que vendar las heridas, frescante, impacientemente esperada, lavar las
o lavar los cuerpos ensangrentados, cubiertos heridas con agua de malva, aplicar compresas
de barro y de parásitos, y hay que hacer todo templadas y renovar los apósitos.
eso en medio de fétidas y nauseabundas ema- Entre tanto, hemos reclutado: en primer lugar,
naciones, entre lamentos y alaridos de dolor, es un viejo oficial de Marina, después son dos
en una atmósfera rescaldada y corrompida. Se turistas ingleses que, curioseando por todas
formó, bien pronto, un núcleo de voluntarios, y las partes, entraron en la iglesia, y nosotros los
las mujeres lombardas corren hacia los que retenemos casi por la fuerza; por el contrario,
más fuerte gritan, aunque no siempre sean los otros dos ingleses se muestran inmediatamen-
más dignos de lástima; organizo, lo mejor po- te deseosos de ayudarnos; reparten cigarros
sible, los socorros en el barrio que de los mis- entre los austríacos.
mos parece más desprovisto, y presto servi- Un sacerdote italiano, tres o cuatro viajeros y
cios, especialmente, en una de las iglesias de mirones, un periodista de París, que después
Castiglione, situada en una elevación, a la iz- se encargará de dirigir los socorros en una
quierda llegando de Brescia, y llamada, creo, iglesia cercana, y algunos oficiales, cuyo des-
Chiesa Maggiore. Hay allí cerca de quinientos tacamento había recibido orden de permane-
soldados hacinados, y hay otros cien, por lo cer en Castiglione, colaboran con nosotros.
menos, sobre paja delante de la iglesia y bajo Pero bien pronto uno de esos militares se sien-
lonas que se tendieron para protegerlos contra te enfermo de emoción y, sucesivamente, se
el sol; las mujeres, que ya están en el interior, retiran los demás enfermeros voluntarios, in-
van de uno a otro, con jarras y cantimploras capaces de soportar mucho tiempo el espectá-
llenas de agua cristalina, para restañar la sed y culo de sufrimientos que no pueden sino tan
humedecer las llagas. escasamente aliviar; el sacerdote ha seguido
Algunas de esas improvisadas enfermeras son el ejemplo de los otros, pero reaparece para
bellas y agraciadas muchachas; su dulzura, su darnos a oler -delicada atención- hierbas aro-
bondad, sus hermosos ojos, llenos de lágrimas máticas y frascos de sales. Un joven turista
y de compasión, y sus tan atentas solicitudes francés, anonadado a la vista de esas ruinas
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

vivientes, de pronto estalla en sollozos; un co- ted escribir a mi padre, para que él consuele a
merciante de Neuchâtel se dedica, durante dos mi madre!» Tomé la dirección de sus padres y,
días, a vendar heridas y a escribir, por los mo- pocos instantes después, había cesado de vivir
ribundos, cartas de adiós a sus familiares; nos [10]. Un viejo sargento, condecorado con di-
vemos obligados, por su bien, a frenar su ar- versos galones, me decía con profunda triste-
dor, así como a calmar la compasiva exalta- za, al parecer muy convencido, y con fría
ción de un belga, tan subida que tememos un amargura: «Si se me hubiera prestado asisten-
agudo acceso de fiebre, semejante al que tuvo, cia más pronto, habría podido vivir; ¡pero, esta
a nuestro lado, un subteniente llegado de Milán tarde, estaré muerto!» Por la tarde, estaba
para reunirse con el cuerpo de ejército al que muerto.
pertenecía.
Algunos soldados del destacamento que había «¡No quiero morir, no quiero morir!», vocifera
quedado de guarnición en la ciudad intentan con obstinada energía un granadero de la
socorrer a sus camaradas, pero tampoco pue- guardia, lleno de fuerza y de vigor tres días
den soportar un espectáculo que abate su mo- antes, pero que, herido de muerte y sintiendo
ral impresionando demasiado vivamente su bien que sus momentos están irrevocablemen-
imaginación. Un cabo de ingenieros, herido en te contados, forcejea y se debate contra esta
Magenta, ya casi curado, que volvía a su bata- sombría certeza; le hablo, me escucha, y este
llón y que, según la hoja de ruta, disponía de hombre, ablandado, tranquilizado, consolado,
unos días, nos acompaña y nos ayuda con termina por resignarse a morir con la sencillez
valentía, a pesar de haberse desmayado dos y el candor de un niño.
veces seguidas. El intendente francés, que He ahí, al fondo de la iglesia, en el hueco de
acaba de establecerse en Castiglione, autoriza un altar, a la izquierda, ese cazador de África
por fin utilizar, para el servicio de hospitales, a acostado en la paja; lo alcanzaron tres balas,
prisioneros en buen estado de salud, y llegan una en el costado derecho, otra en el hombro
tres médicos austríacos, que secundan a un izquierdo y la tercera está alojada en la pierna
joven ayudante mayor corso, que me importu- derecha; es la tarde del domingo, y él dice que
na, varias veces, para que le expida un certifi- no ha comido nada desde el viernes por la
cado en el cual se ateste su celo durante el mañana; su aspecto es horroroso, está lleno
tiempo que lo vi actuar. de barro seco y de grumos de sangre; su ropa
está desgarrada, su camisa hecha jirones;
Un cirujano alemán, que había permanecido después de haber lavado sus heridas, haberle
intencionadamente en el campo de batalla pa- hecho tomar un poco de caldo, y tras haberle
ra vendar a los heridos de su nación, presta envuelto en una manta, lleva mi mano a sus
solícita asistencia a los de ambos ejércitos; en labios con indefinible expresión de gratitud.
prueba de gratitud, la Intendencia lo envía, A la entrada de la iglesia, hay un húngaro que
pasados tres días, para que se reúna en Man- grita sin tregua y sin descanso, reclamando, en
tua con sus compatriotas. italiano y con acento desgarrador, la presencia
de un médico; sus riñones, que fueron alcan-
«¡No me deje usted morir!», decían algunos de zados por fragmentos de metralla y están co-
esos desventurados que, tras haberme tomado mo surcados por garfios de hierro, dejan ver
la mano con extraordinaria vivacidad, expira- sus carnes rojas y palpitantes; el resto de su
ban no bien les abandonaba esa fuerza facti- cuerpo hinchado está negro y verdoso; no sa-
cia. Un cabo de unos veinte años, de rostro be cómo descansar ni cómo sentarse; impreg-
afable y expresivo, llamado Claudius Mazuet, no puñados de hilas en agua fresca e intento
había recibido un balazo en el costado izquier- hacer una compresa, pero la gangrena no tar-
do; su estado ya no permite la esperanza, y él dará en llevárselo. Un poco más lejos, hay un
lo sabe muy bien; así pues, tras haberle ayu- zuavo que derrama ardientes lágrimas y a
dado a beber, me lo agradece y, con lágrimas quien hay que consolar como a un chiquillo.
en los ojos, añade: «Ah, señor, ¡si pudiera us- Las fatigas anteriores, la falta de alimentos y
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

de descanso, la mórbida excitación y el temor de ellos, de diecinueve años, relegado con


de morir sin recibir socorro desarrollan, incluso unos cuarenta compatriotas suyos en la parte
en intrépidos soldados, una sensibilidad ner- más retirada de la iglesia, está desde hace tres
viosa que se expresa en gemidos y en llanto. días sin recibir alimentos; ha perdido un ojo,
Uno de sus pensamientos dominantes, cuando tiembla de fiebre y ya no puede hablar, tiene
no sufren demasiado cruelmente, es el recuer- apenas fuerzas para tomar un poco de caldo;
do de su madre y la aprensión del dolor que nuestros cuidados lo reaniman y, veinticuatro
ella sentirá al conocer la suerte que su hijo horas más tarde, cuando es posible trasladarlo
corre; se encontró el cuerpo de un joven que a Brescia, nos despide con pena, casi con
tenía el retrato de una anciana, su madre sin desencanto: el ojo que le queda, y que es de
duda, colgando de su cuello; parecía como si, un azul magnífico, expresa su viva gratitud, y
con su mano izquierda, apretase contra su oprime contra sus labios las manos de las cari-
corazón ese relicario. tativas mujeres de Castiglione.
Otro prisionero, presa de la fiebre, atrae las
Aquí hay, contra el muro, unos cien soldados y miradas; todavía no tiene veinte años y sus
suboficiales franceses, cada uno plegado bajo cabellos están totalmente blancos: encanecie-
su manta, muy cerca unos de otros en dos filas ron el día de la batalla, dicen sus compañeros
paralelas, por entre las cuales se puede pasar; y él mismo [12]. ¡Cuántos jóvenes de dieciocho
todos han sido vendados, se les ha distribuido a veinte años, llegados tristemente desde lo
la sopa, están tranquilos, sosegados; sus ojos más apartado de Germania o de las provincias
me siguen, todas estas cabezas giran a la de- orientales del extenso imperio de Austria, al-
recha si voy hacia la derecha, a la izquierda si gunos de los cuales quizás tengan que sopor-
voy hacia la izquierda. «Bien se ve que es un tar, por la fuerza, rudamente, además de los
parisino » [11], dicen unos. «No -replican otros- dolores corporales y la pesadumbre del cauti-
tiene aspecto de ser del Sur». «¿No es cierto, verio, la malevolencia procedente del odio de
señor, que es usted de Burdeos?», me pregun- los milaneses contra los austríacos, contra los
ta uno de ellos, y cada uno quiere que yo sea jefes de éstos, contra el soberano de Austria, y
de su provincia o de su ciudad. Digna de inte- que difícilmente encontrarán ya la simpatía
rés y de admiración es la resignación de la que antes de su llegada a tierra de Francia! ¡Po-
ordinariamente daban pruebas esos simples bres madres en Alemania, en Austria, en Hun-
soldados rasos. Individualmente, ¿quiénes gría, en Bohemia! ¿Cómo no pensar en vues-
eran, cada uno de ellos, en aquel gran desqui- tras zozobras al enteraros de que vuestros
ciamiento? Muy poca cosa. Sufrían, a menudo hijos heridos son prisioneros en país enemigo?
sin quejarse, y morían humildemente y sin rui- Pero las mujeres de Castiglione, viendo que no
do. hago distinción alguna de nacionalidad, siguen
mi ejemplo demostrando la misma benevolen-
Raras veces los austríacos heridos y prisione- cia para con todos estos hombres de tan diver-
ros intentan provocar a los vencedores; sin sos orígenes, todos ellos, para ellas, por igual
embargo, algunos rehúsan recibir un trata- extranjeros. «Tutti fratelli», repetían con emo-
miento del que desconfían; arrancan su venda- ción. ¡Honor a estas compasivas mujeres, a
je y hacen que sangren sus heridas; un croata estas jóvenes de Castiglione! Nada las as-
tomó la bala que acababan de extraerle y la queó, cansó o desanimó y su entrega sin alar-
arrojó a la frente del cirujano; otros permane- des no pactó con la fatiga ni con la repugnan-
cen silenciosos, abúlicos e impasibles; en ge- cia ni con el sacrificio.
neral, no tienen esa expansión, esa buena vo-
luntad, esa expresiva e invasora vivacidad que El sentimiento de la propia gran insuficiencia
caracteriza a la gente de raza latina; pero los en tan extraordinarias y tan solemnes circuns-
más están lejos de mostrarse insensibles o tancias, es un sufrimiento indecible; porque
rebeldes contra el buen trato, y en sus rostros resulta penosísimo no poder aliviar siempre a
sorprendidos se pinta una sincera gratitud. Uno quienes están ante nuestros ojos, ni llegar has-
23
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

ta los que nos llaman con súplicas, transcu- Los afortunados, los que reciben carta, la
rriendo largas horas antes de estar allí donde abren precipitadamente y sus ojos la devoran
se quisiera ir, retardados por uno, solicitados en seguida; los otros, los olvidados, se alejan
por otro y obstaculizados a cada paso por los con el corazón ensombrecido y se apartan,
numerosos desafortunados que se arraciman solitarios, para pensar en quienes allá queda-
ante nosotros, que nos rodean; además, ¿por ron.
qué dirigirse hacia la izquierda, cuando hay, a A veces, se pronuncia un nombre y nadie res-
la derecha, tantos que van a morir sin un gesto ponde. Se miran unos a otros, se preguntan,
amigo, sin una palabra de consuelo, sin ni si- esperan: ¡Muerto!, murmura una voz, y el sub-
quiera un vaso de agua para restañar su ar- oficial guarda esa carta, que volverá, cerrada,
diente sed? a quienes la escribieron; éstos estaban enton-
El pensamiento moral de la importancia que ces alegres; se decían: ¡qué contento se pon-
tiene la vida de una persona, el deseo de ali- drá cuando la reciba! Y, al verla volver, se hará
viar un poco las torturas de tantos desdicha- pedazos su pobre corazón.»
dos, o de reavivar su ánimo abatido, la forzada
o incesante actividad que uno se impone en Están más tranquilas las calles de Castiglione;
circunstancias tales, dan una nueva y suprema los muertos y los que ya se fueron han dejado
energía que produce algo semejante a una sed espacio libre y, aunque siguen llegando carre-
de socorrer al mayor número posible de nues- tas cargadas de heridos, se restablece el or-
tros prójimos; ya no se inmuta uno ante las mil den poco a poco y los servicios comienzan a
escenas de esta formidable y augusta tragedia, regularizarse, ya que el gran desorden no pro-
se pasa con indiferencia por delante de los venía de una mala organización o de imprevi-
más horriblemente desfigurados cadáveres; se siones administrativas, sino que resultaba de la
miran casi con frialdad, aunque la pluma se desmedida e inesperada cantidad de soldados
niega categóricamente a describirlos, cuadros heridos y del relativamente muy escaso núme-
incluso todavía más horribles que los aquí per- ro de médicos, de servidores y de enfermeros.
geñados [13]; pero, a veces, se parte de re-
pente el corazón, como fulminado por una Los convoyes de Castiglione a Brescia salen
amarga e invencible tristeza, a la vista de un con más regularidad; están integrados por ve-
simple incidente, de un hecho aislado, de un hículos de ambulancia o por rudimentarios ca-
detalle imprevisto, que llega más directamente rros tirados por bueyes, que avanzan lenta,
al alma, que gana nuestra simpatía y que sa- muy lentamente, bajo un sol de justicia y sobre
cude las fibras más sensibles de nuestro ser. un polvo tal que, en el camino, el peatón hunde
su pie hasta más arriba del tobillo en dunas
Para el soldado que vuelve a la vida diaria del movedizas y consistentes; y, aunque en esos
ejército en campaña, tras las grandes fatigas y tan incómodos vehículos se han puesto ramas
las fuertes emociones que le imponen el día y de árboles, éstas no protegen sino muy imper-
las postrimerías de una batalla como la de Sol- fectamente contra el ardor de un cielo de fuego
ferino, los recuerdos acerca de la familia y del a los heridos que están, por así decirlo, apila-
país se hacen más vivos, son más palpitantes dos unos sobre otros: ¿cabe figurarse las tortu-
que nunca. ras de ese largo trayecto?
Describen muy atinadamente tal situación es- Un amistoso movimiento de cabeza, dirigido a
tas conmovedoras líneas de un valeroso oficial estos malaventurados, cuando se pasa cerca,
francés, que escribió de Volta a un hermano en parece hacerles bien, y lo devuelven pronta-
Francia: «No puedes figurarte la emoción del mente y con expresión de gratitud. En todos
soldado cuando ve que llega el suboficial car- los poblados a lo largo del camino hacia Bres-
tero; porque nos trae, ¿cómo decírtelo?, noti- cia, las aldeanas están sentadas a la puerta de
cias de Francia, de la patria, de nuestra familia, sus casas haciendo silenciosamente hilas:
de nuestros amigos. Cada uno escucha, mira y cuando llega un convoy, suben a los vehículos,
tiende hacia él manos ávidas. cambian las compresas, lavan las llagas, susti-
24
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

tuyen las hitas, que empapan en agua fresca y tropas se les compra a muy elevados precios,
dan, a la boca de quienes ya no tienen fuerza pues siempre se valora de modo que los ven-
para levantar la cabeza ni los brazos, cuchara- dedores queden satisfechos; y las requisas
das de caldo, de vino o de limonada. En las para el ejército francés, por ejemplo de forraje,
carretas que sin cesar llevan al campamento de patatas, etc., se pagan generosamente a
francés víveres, forraje, municiones y provisio- los habitantes de la región, a quienes se resar-
nes de toda índole, que llegan de Francia o del cen también las inevitables pérdidas causadas
Piamonte, en lugar de regresar vacías, son por la contienda.
trasladados a Brescia los enfermos.
Las autoridades municipales de todas las po- Más ventajosas que en Castiglione son las
blaciones que atraviesan los convoyes hacen condiciones en que se encuentran los heridos
preparar bebidas, pan y carne. En los tres pe- del ejército sardo que fueron trasladados a
queños hospitales de Montechiaro, hay cam- Desenzano, Rivoltella, Lonato y Pozzolengo:
pesinas del lugar que, con tanta bondad como en las dos primeras de estas ciudades, dado
inteligencia, asisten a los heridos allí interna- que no fueron ocupadas, con pocos días de
dos. En Guidizzolo, se ha instalado convenien- intervalo, por dos diferentes ejércitos, se pue-
temente, en un gran castillo, aunque de mane- den conseguir más víveres, hay buen orden en
ra muy provisional, a unos mil heridos; y, en las ambulancias, los habitantes, menos turba-
Volta, un antiguo convento, transformado en dos y menos asustados, secundan activamen-
cuartel, aloja a cientos de austríacos. te al servicio de enfermería, y los enfermos
En la iglesia principal de la poco atractiva al- que, en buenas carretas provistas de una
dea de Cavriana han sido instalados austría- gruesa capa de heno, son trasladados a Bres-
cos, muy mutilados, que habían quedado ten- cia, van protegidos contra el sol por entoldados
didos, durante cuarenta y ocho horas, en las de frondosas ramas entrelazadas, que recubre
galerías de un mal cuerpo de guardia; en la una tela fuerte tendida por arriba.
ambulancia del gran cuartel general, se hacen
operaciones empleando el cloroformo que, en Extenuado de cansancio y sin poder ya conci-
los heridos austríacos, produce una insensibili- liar el sueño, hago aparejar, el 27 por la tarde,
dad casi inmediata y, en los franceses, con- mi cabriolet y salgo, a eso de las seis, para
tracciones nerviosas y una gran exaltación. respirar, al aire libre, el frescor del atardecer, y
para descansar un poco escapando, durante
Los habitantes de Cavriana carecen de provi- ese tiempo, de las escenas lúgubres que por
siones; son los soldados de la guardia quienes todas las partes nos rodean en Castiglione.
los alimentan compartiendo, con ellos, sus ra-
ciones y el rancho; los campos están devasta- Era un día favorable, porque (como más tarde
dos y casi todos los productos de consumo me enteré) no se había ordenado ningún mo-
fueron vendidos a las tropas austríacas, o por vimiento de tropas para el lunes. Así pues, la
éstas requisados. El ejército francés, aunque calma había sucedido a las terribles agitacio-
gracias a la sensatez y a la puntualidad de su nes de los días anteriores en el campo de ba-
administración, dispone de abundantes víveres talla, tan melancólico ahora, abandonado ente-
de campaña, tropieza con no pocos obstáculos ramente por la pasión y el entusiasmo; pero se
para conseguir la mantequilla, la grasa y las ven, aquí y allá, charcos de sangre seca que
legumbres que se suelen añadir a la ración enrojecen el suelo, y lugares en que la tierra
ordinaria del soldado; los austríacos habían está recién removida, blanqueada y espolvo-
requisado casi todo el ganado de la región, y lo reada de cal, donde reposan las víctimas del
único que los aliados pueden obtener fácilmen- 24.
te, en las localidades donde están acampados, En Solferino, cuya torre cuadrada domina,
es harina de maíz. Todo cuanto pueden toda- desde hace siglos, impasible y orgullosa, esta
vía vender los campesinos lombardos para comarca en la que, por tercera vez, se habían
complementar el régimen alimenticio de las enfrentado dos de las más grandes potencias
25
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

de los tiempos modernos, se ven todavía nu- ciudad. Los difusos rumores que se oyen bajo
merosos y tristes restos que cubren, en el ce- este hermoso cielo estrellado, estas hogueras
menterio, las cruces y las piedras tumbales de acampada que árboles enteros alimentan,
ensangrentadas. las tiendas de campaña iluminadas de los ofi-
Llego hacia las nueve a Cavriana: es un es- ciales; en pocas palabras, estos últimos mur-
pectáculo único y grandioso el despliegue béli- mullos de un campamento que vela y se ator-
co alrededor del cuartel general del emperador menta proporcionan agradable reposo a la ten-
de los franceses. sa e hiperexcitada imaginación. En las som-
Voy en busca del mariscal duque de Magenta, bras de la noche y en un solemne silencio,
a quien tengo el honor de conocer personal- afloran ruidos variados y las emociones de la
mente. No sabiendo con precisión dónde esta- jornada; se respira con delicia el aire puro y
ba acampado entonces su cuerpo de ejército, suave de una espléndida noche de Italia.
hago que mi cabriolet se detenga en una pla-
zoleta frente a la casa habitada, desde la tarde En estas semitinieblas y pensando estar tan
del viernes, por el emperador Napoleón, y me cerca del enemigo, estaba tan atemorizado mi
encuentro en medio de un grupo de generales cochero italiano que, más de una vez, me vi
que, sentados en simples sillas de anea o en obligado a retirarle las riendas y a ponerlas en
taburetes de madera, fuman sus cigarros to- las manos del cabo, o a tomarlas yo mismo.
mando el fresco ante el improvisado palacio de
su soberano. Este pobre hombre que, ocho o diez días an-
Mientras me informo acerca de la residencia tes, había huido de Mantua para sustraerse al
asignada al mariscal Mac-Mahon, estos gene- servicio austríaco, se había refugiado en Bres-
rales interrogan, a su vez, al cabo que me cia para intentar ganar allí su vida, y lo había
acompaña y que, sentado al lado de mi coche- contratado un propietario de carruajes, que lo
ro, les parece ser mi ordenanza [14]; querrían empleaba como cochero. Aumentó considera-
saber quién soy y descubrir la finalidad de la blemente su miedo porque se oyó a lo lejos el
misión que suponen se me ha confiado, pues disparo de un austríaco, que descargó su arma
apenas podrían suponer que un simple turista y huyó al acercarnos, desapareciendo en la
se arriesgue, solo a través de los campos y maleza: cuando se retiró el ejército austríaco,
que, llegado a Cavriana, se proponga, a hora algunos soldados fugitivos se escondieron en
tan tardía, ir más lejos. El cabo, que no sabe las bodegas de las casas de pequeñas aldeas
más que sus interrogadores, permanece natu- abandonadas por sus habitantes y medio sa-
ralmente impenetrable, aunque responde con queadas; aislados y empavorecidos, comieron
todo respeto a sus preguntas, y la curiosidad y bebieron más o menos, al comienzo, en esos
parece aumentar cuando se ve que reanudo sótanos; después, se escaparon furtivamente
viaje hacia Borghetto donde, al parecer, está el hacia los campos y, por la noche, erraban a la
duque de Magenta. El segundo cuerpo de ventura. El mantuano, incapaz de serenarse,
ejército, mandado por el mariscal hubo de ir, el ya no podía, en absoluto, conducir el caballo
26, de Cavriana a Castellaro, cinco kilómetros en línea recta; volvía continuamente la cabeza,
más allá, y sus divisiones acamparon a dere- de izquierda a derecha y de derecha a izquier-
cha y a izquierda del camino que va de Caste- da, escrutaba con ojos azorados todos los ma-
llaro a Monzambano; el mariscal estaba, con torrales del camino, temiendo ver, a cada ins-
su estado mayor, en Borghetto. Pero ya está tante, a un austríaco emboscado y dispuesto a
entrada la noche: sin haber obtenido más que disparar; avizoraba, con mirada atónita todos
bastante incompleta información, tras una hora los setos, todas las casuchas, se duplicaba su
de marcha, nos equivocamos de dirección y, aprensión a cada revuelta, y casi le dio un sín-
por un camino que llega a Volta, vamos a dar cope cuando un disparo de un centinela, que la
en medio del cuerpo de ejército del general oscuridad nos había impedido ver, rompió el
Niel, nombrado mariscal tres días antes, y que silencio de la noche, y a la vista de un gran
acampa en los alrededores de esta pequeña paraguas bien abierto, agujereado por tres
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

balas de cañón y por varias batas de fusil, que ojo durante toda la noche, y lo encontré, de
en el lindero de un campo se presentó a nues- madrugada, más muerto que vivo.
tras miradas, cerca del angosto camino que
llega a Volta: probablemente, ese paraguas El 28, a las seis de la mañana, fui recibido, de
había formado parte del exiguo bagaje de una la manera más condescendiente y más ama-
cantinera del ejército francés, a quien tal vez ble, por el bueno y caballeroso mariscal Mac-
se lo arrebató la tempestad del 24. Mabon, tan merecidamente llamado «el ídolo
de los soldados » [16]; y, a las diez, estaba yo
Rehicimos un trecho de camino para tomar la en la casa de Cavriana, ya histórica por haber
buena dirección de Borghetto; eran más de las recibido, en el lapso de la mañana al atardecer
once y hacíamos galopar nuestro caballo con del 24, a dos grandes monarcas enemigos.
toda la rapidez posible; nuestro modesto pe-
queño vehículo acortaba distancias, rodaba sin Ese mismo día, a las tres de la tarde, estaba
ruido por la Strada Cavallara, cuando nos sor- yo, de regreso, con los heridos de Castiglione,
prendió una nueva alerta: «¡quién vive, quién que me manifestaron la alegría de volverme a
vive, quién vive, o disparo!», nos conmina sin ver y, el 30, llegué a Brescia.
tomar aliento y a quemarropa un centinela a
caballo: «¡Francia!», responde con voz potente Esta ciudad, tan agraciada y tan pintoresca, se
el militar, que añade, especificando su gradua- ha transformado, no en una gran ambulancia
ción: «cabo en el primero de ingenieros, sépti- provisional como Castiglione, sino en un gran-
ma compañía...». «Pasen ustedes de largo», dísimo hospital: sus dos catedrales, sus igle-
se nos ordena. sias, sus palacios, sus conventos, sus cole-
Finalmente, a las doce menos cuarto, llega- gios, sus cuarteles, en dos palabras, sus edifi-
mos, sin otros encuentros, a las primeras ca- cios están atestados de víctimas de Solferino;
sas de Borghetto [15]. en cierto modo, de la noche a la mañana, se
Todo allí está silencioso y oscuro; pero brilla improvisaron quince mil camas; los generosos
una luz en una planta baja de la calle principal, habitantes hicieron más de lo que nunca, hasta
en una de cuyas habitaciones trabajan oficiales entonces, se había hecho en casos semejan-
administrativos quienes, aunque interrumpidos tes. En el Centro de la ciudad, está la vieja
en su tarea y muy asombrados por tan inespe- basílica llamada Duomo Vecchio o la Rotonda,
rada aparición a esas horas, se muestran ex- con sus capillas; allí se alojan unos mil heridos;
tremadamente corteses; y uno de ellos, el se- el pueblo en masa va a verlos, y las mujeres,
ñor A. Outrey, oficial pagador, me ofreció, in- de todas las clases sociales, les llevan, en
cluso antes de haber visto que era yo portador abundancia, naranjas, jaleas, bizcochos, ca-
de diversas recomendaciones de generales, ramelos, golosinas; la humilde viuda o la más
una cordial hospitalidad: su ordenanza aprontó pobre ancianita no se considera dispensada de
un colchón en el que me acosté sin desvestir- llegar y hacerse aceptar su tributo de simpatía
me, para descansar unas horas, tras haber y su módica ofrenda; idénticas escenas tienen
tomado un excelente caldo, a mi parecer tanto lugar en la catedral nueva, magnífico templo
más reparador cuanto que, ya durante no po- de mármol blanco, con una gran cúpula, donde
cos días, nada de bueno había comido, y dor- hay, en gran hacinamiento, cientos de heridos;
mí tranquilamente sin que me sofocasen, como y se repiten tales escenas en los otros cuaren-
en Castiglione, emanaciones malsanas, ni me ta edificios, iglesias u hospitales que albergan,
aguijoneasen las moscas que, hartas de cadá- en total, a cerca de veinte mil heridos y enfer-
veres, iban aún a torturar a los seres vivientes. mos.

El cabo y el cochero se habían instalado, sin El Ayuntamiento de Brescia se puso en segui-


más complicaciones, en el cabriolet, que había da a la altura de los acontecimientos y supo
quedado en la calle; pero el desventurado mantenerse dignamente al nivel de los deberes
mantuano, en continua zozobra, no pudo pegar extraordinarios que tan solemnes circunstan-
27
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

cias le imponían; prestaba servicios permanen- kepí identifican el arma a la que pertenece ca-
tes y recurría a los pareceres y a los consejos da hombre. Se comienza a impedir que entre
de los más notables ciudadanos, que colabo- la multitud, porque estorba y dificulta el servi-
raban eficazmente; tras propuesta del doctor cio. Al lado de militares con rostro marcial y
Bartolomeo Gualla, nombró, para la dirección resignado, hay otros que murmuran y que se
superior de los hospitales, una comisión cen- lamentan; los primeros días, todas las heridas
tral, presidida por dicho doctor e integrada por parecen ser de la misma gravedad.
los doctores Corbolani, Orefici, Ballini, Bonice- Se observa, en los soldados franceses, el ca-
lli, Cassa, C. Maggi y Abeni, que no escatima- rácter o el humor galo vivaz, neto, flexible y
ron esfuerzo alguno, ni de día ni de noche. fácil, aunque firme y enérgico, pero impaciente
y capaz de alborotarse por la mínima contra-
Esta comisión designó, para la gerencia de riedad. Porque se inquietan poco y apenas si
cada hospital, a un administrador especial y a se sienten afectados; su conformidad hace que
un cirujano jefe, secundado éste por algunos acepten con mejor disposición las operaciones
médicos y por cierto número de enfermeros. que los austríacos quienes, de talante más
Haciendo abrir un convento, una escuela o una plúmbeo, temen mucho las amputaciones, y
iglesia, habilitaba, en pocas horas y como por son más proclives a la tristeza en su aislamien-
encanto, hospitales con cabida para cientos de to. Los médicos italianos, cubiertos con sus
camas, con una espaciosa cocina y una lavan- grandes batas negras, asisten a los franceses
dería, y provistos tanto de ropa como de todo con el mayor miramiento posible, pero el modo
lo que podía ser útil o necesario. Se tomaron de tratamiento que siguen algunos de ellos
estas medidas con tanta celeridad y con tanto desola a sus pacientes, porque recetan dieta,
corazón que maravillaba, al cabo de pocos sangrías y agua de tamarindo.
días, el buen orden y la regularidad en los ser-
vicios de estos tan multiplicados hospitales; y Me encuentro, en estas salas, con varios de
era muy natural tal asombro, si se piensa que nuestros heridos de Castiglione que me reco-
la población de Brescia - cuarenta mil habitan- nocen: están aquí mejor asistidos, pero no ha
tes- casi se duplicó, de repente, con la llegada terminado su calvario. He aquí uno de esos
de treinta mil heridos o enfermos [17]. heroicos tiradores de la guardia, que fue herido
en la pierna por un disparo, y que estuvo en
Y, ¿cómo no recordar aquí que los médicos Castiglione, donde lo vendé por primera vez:
(eran ciento cuarenta) desplegaron, con admi- yace en su jergón; la expresión de su rostro
rable abnegación, durante todo el tiempo, sus denota un intenso sufrimiento, tiene los ojos
actividades, sin que susceptibilidad o rivalidad hundidos y enfebrecidos, su tez amarilla y lívi-
alguna alterase en nada, ni siquiera por un da anuncia que la fiebre purulenta complica y
instante, la buena armonía en pro del bien ge- agrava su estado, sus labios están secos, su
neral? Los secundaban estudiantes de medici- voz es temblona; el arrojo del valiente ha cedi-
na y unas pocas personas de buena voluntad. do ante no sé qué sentimiento de temerosa y
Se organizaron comités auxiliares y se nombró vacilante aprensión, incluso lo enerva la asis-
una comisión particular para recibir los donati- tencia que se le presta, tiene miedo de que le
vos y las ofrendas consistentes en equipo de toquen su pobre pierna, ya invadida por la
cama, en ropa y en provisiones de toda índole; gangrena. Pasa por delante de su cama el ci-
otra comisión dirigía el depósito o almacén rujano francés que efectúa las amputaciones;
central [18]. el enfermo le toma la mano, que estrecha entre
las suyas cuyo contacto quema como un hierro
En las espaciosas salas de los hospitales, los candente: «No me hagan ustedes daño, es
oficiales están, generalmente, separados de horrible lo que sufro», dice. Pero hay que ac-
los soldados, y los austríacos de los aliados; tuar, y sin demora: otros veinte heridos quieren
las series de camas parecen semejantes; pero, ser operados aún por la mañana, y ciento cin-
en un anaquel, a la cabecera, el uniforme y el cuenta esperan que les pongan apósitos; ni
28
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

queda tiempo para apiadarse de uno solo, ni un solo trazo, corta la piel en toda su circunfe-
para detenerse ante sus indecisiones. El ciru- rencia; se oye un penetrante grito en el hospi-
jano, de buen carácter, pero frío y resuelto, tal; el joven médico puede contemplar, cara a
responde solamente: «Déjeme hacer»; des- cara con el martirizado, en sus contraídas fac-
pués, levanta de un tirón la manta; la pierna ciones, hasta los mínimos pormenores de esta
fracturada ha duplicado su volumen, de tres atroz agonía: «Ánimo», dice a media voz al
lugares fluye una abundante y fétida supura- soldado, cuyas manos siente crisparse sobre
ción; manchas violáceas demuestran que, por su espalda, «¡todavía dos minutos, y habremos
haberse roto una arteria, ya no puede irrigarse terminado!». Se levanta el cirujano, comienza
esa extremidad y que, por consiguiente, ya no a separar la piel que recubre los músculos,
tiene remedio y el único recurso, si lo hay, es desnudándolos; corta y pela, en cierto modo,
amputar por el tercio superior del muslo. ¡Am- las carnes replegando la piel aproximadamente
putación!, palabra horrible para este desdicha- una pulgada, como un arremango; después,
do joven que, a partir de entonces, no ve ante volviendo a la carga, secciona con su cuchillo,
sí otra alternativa sino una muerte cercana o la de una vigorosa incisión, todos los músculos
mísera existencia de un lisiado. Y no tiene hasta el hueso; un torrente de sangre escapa
tiempo de prepararse para la última decisión: de las arterias recién cortadas, inunda al ciru-
«Dios mío, Dos mío, ¿qué va usted a hacer?», jano y se derrama por el pavimento.
pregunta todo tembloroso. El cirujano no res- En calma e impasible, el hábil cirujano no pro-
ponde. «Enfermero, trasládelo, ¡deprisa!», or- nuncia una palabra; pero, de pronto, en medio
dena. del silencio que reina en la sala, dirigiéndose
con cólera al torpe enfermero, estalla: «Imbé-
Y, de ese pecho jadeante, se eleva un grito cil, ¿no sabe usted comprimir las arterias?»
desgarrador; el torpe enfermero ha tomado la Éste, poco experimentado, no ha podido pre-
pierna inerte, pero tan sensible, demasiado venir la hemorragia aplicando conveniente-
cerca de la llaga: los huesos fracturados cau- mente el pulgar sobre los vasos sanguíneos. El
saban, penetrando en las carnes, un nuevo herido, en el ápice del dolor, articula débilmen-
suplicio al soldado; se ve que su pierna flexio- te: «¡Oh, basta ya, déjenme morir!», y un sudor
na, zarandeada por las sacudidas del transpor- helado baña su rostro; pero tiene que pasar
te hasta el quirófano. ¡Horrible cortejo! Parece todavía un minuto, un minuto que es una eter-
que conducen una víctima a la muerte. Repo- nidad.
sa, por fin, en la mesa de operaciones, recu- El ayudante mayor, siempre con mucha simpa-
bierta por una delgada colchoneta; a su lado, tía, cuenta los segundos y, con la mirada fija,
sobre otra mesa, una toalla oculta el instru- ora en el cirujano ora en el paciente, cuyo áni-
mental. mo intenta sostener, le dice: «¡Solamente un
El cirujano, totalmente absorto en lo suyo, na- minuto!» Y, de hecho, ha llegado el momento
da oye y no ve más que su operación; un joven de la sierra; ya se oye el acero que chirría al
ayudante mayor retiene los brazos del paciente penetrar en el hueso vivo, y que separa del
y, cuando el enfermero, asiendo la pierna sa- cuerpo el miembro medio podrido. Pero ha
na, arrastra, hacia el borde de la mesa, con sido demasiado intenso el dolor en este cuerpo
todas sus fuerzas, al enfermo, éste grita asus- debilitado y exhausto, y han cesado los gemi-
tado: «¡No me dejen caer!», y con sus brazos dos, porque se ha desvanecido el enfermo; el
se agarra convulsivamente al joven médico, cirujano, a quien ya no guían los gritos y queji-
dispuesto a sostenerlo, que, pálido de emo- dos del paciente, temiendo que su silencio sea
ción, está casi también tan turbado. El cirujano el de la muerte, lo mira con inquietud para cer-
se quita el traje, se remanga hasta cerca del ciorarse de que no ha expirado; los cordiales,
hombro, un ancho delantal le sube casi hasta guardados en reserva, logran apenas reanimar
el cuello; con una rodilla hincada en las baldo- sus ojos apagados, medio cerrados y como
sas de la sala y en la mano el terrible cuchillo, marchitos; sin embargo, parece que el mori-
rodea con su brazo el muslo del soldado y, de bundo recobra vida; está destrozado y exáni-
29
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

me; pero, por lo menos, han terminado sus En el hospital donde está el príncipe de Isem-
grandes sufrimientos. burg, ocupa, con otro príncipe alemán, una
pequeña habitación bastante cómoda.
En el hospital vecino, se emplea el cloroformo;
así, el paciente, sobre todo el francés, pasa Distribuyo, durante varios días seguidos, taba-
por dos muy distintos períodos: de una agita- co, pipas y cigarros en las iglesias y en los
ción, que con frecuencia llega hasta el delirio hospitales, donde el olor del tabaco es muy útil
furioso, cae en un abatimiento y en una com- para combatir las exhalaciones mefíticas, re-
pleta postración, en la que permanece sumer- sultantes del hacinamiento de tantos pacientes
gido como en un letargo; algunos militares, en locales sofocantes de calor; bien pronto se
habituados al consumo de licores fuertes, no termina todo el tabaco que había en Brescia y
pueden ser cloroformizados sino muy difícil- hay que hacer llegar más de Milán; es lo único
mente, y se debaten largo tiempo contra el que disminuye las aprensiones de los heridos
potente anestésico. Los accidentes y los casos antes de serles amputado un miembro; mu-
mortales debidos al empleo de cloroformo no chos han sido operados con la pipa entre los
son tan raros como se podría suponer y, a ve- labios, varios han muerto fumando.
ces, se intenta en vano hacer que reviva quien,
momentos antes, aún hablaba. Un honorable habitante de Brescia, el señor
Carlo Broghetti, me lleva, con extrema amabili-
Resultará fácil imaginar ahora lo que era una dad, en su carruaje a visitar los hospitales de
operación de esta índole en el cuerpo de un la ciudad y me ayuda a repartir nuestros rega-
austríaco que, sin saber italiano ni francés, se los de tabaco, preparados por los estanqueros
dejaba conducir, poco más o menos como una en miles de pequeños cucuruchos que llevan,
oveja al matadero, incapaz de intercambiar en grandísimas canastas y en cestos gigantes-
una sola palabra con sus caritativos verdugos. cos, soldados de buena voluntad.
En todas las partes soy bien recibido. Única
Los franceses encuentran simpatía en todas excepción, un médico lombardo, el conde Cali-
las partes; se los halaga, se los mima, se los ni, no quiso autorizar los cigarros regalados en
estimula y, cuando se les habla de la batalla de el hospital militar de San Luca, a él encargado,
Solferino, se animan y charlan; esos recuer- mientras que los otros médicos se mostraron,
dos, para ellos gloriosos, por transferir sus por el contrario, tan agradecidos como sus
pensamientos a un objeto diferente de sí mis- pacientes por los regalos de esta índole.
mos, mitigan un tanto su situación. Pero los No me detuvo este pequeño contratiempo, y
austríacos no tienen los mismos privilegios. En he de decir que fue el primer obstáculo con
los diversos hospitales donde están interna- que tropecé y la primera dificultad, aunque
dos, insisto para que me permitan verlos, o mínima en sí, que encontré; hasta entonces,
entro por la fuerza en las respectivas salas. no había tenido yo contrariedad alguna de esta
especie y, lo que es más de extrañar, ni una
¡Con qué gratitud acogen estas buenas perso- sola vez se me había exigido presentar mi pa-
nas mis palabras de simpatía y el regalo de un saporte ni las recomendaciones de generales
poco de tabaco! [18] para otros generales, cartas de las que mi
En sus resignados, tranquilos y apacibles ros- cartera estaba bien provista.
tros, se pintan sentimientos que no saben có-
mo expresar; sus miradas dicen más que todos Así pues, no me doy por vencido y, el mismo
los agradecimientos posibles; los oficiales se día por la tarde, tras un nuevo intento en San
muestran particularmente reconocidos por las Luca, consigo hacer una amplia distribución de
atenciones que reciben. Son tratados, al igual cigarros entre los buenos muchachos allí en-
que sus soldados, con humanidad, pero los camados, a quienes había hecho yo padecer,
brescianos no tienen para con ellos benevo- aunque no por culpa mía, el suplicio de Tánta-
lencia alguna. lo; no pudieron retener, al verme regresar, ex-
30
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

clamaciones y gestos de satisfacción y de ale- la fiebre y el sufrimiento; o es un oficial a quien


gría. el médico italiano desearía sangrar y que, ima-
ginando que quieren amputarlo, resiste con
En el transcurso de mis idas y venidas, entro todas sus fuerzas y, al acalorarse, sufre horri-
en una serie de habitaciones que integran la blemente; sólo con palabras convincentes y
segunda planta de un espacioso convento, una explicativas, pronunciadas en el idioma de su
especie de laberinto, cuyos entresuelo y primer patria, se consigue calmar o tranquilizar, cuan-
piso están atestados de enfermos; hay, en una do tienen lugar tales lamentables equívocos, a
de esas habitaciones de la planta superior, estos inválidos de Solferino. ¡Con qué dulzura
cuatro o cinco heridos y calenturientos, en otra y con cuánta paciencia asisten los habitantes
de diez a quince, en una tercera unos veinte, de Brescia a quienes tanto se sacrificaron por
cada uno de ellos tendido en su cama, pero ellos y por su país para liberarlos de la domi-
todos sin recibir asistencia y quejándose nación extranjera! Les causa verdadera aflic-
amargamente de no haber visto a ningún en- ción si muere su enfermo. ¡Qué conmovedor
fermero desde hacía varias horas: me piden, resulta ver a estas familias improvisadas seguir
con muchísima insistencia, que se les lleve un religiosamente, a lo largo de la gran avenida
poco de caldo, en vez de agua helada, que es de cipreses de la puerta de San Juan, hacia el
lo único que tienen para beber. Al extremo de Campo Santo, acompañándolo hasta su última
un interminable pasillo, en una habitación to- morada, a su huésped de unos días, a quien
talmente aislada, está muriéndose solo, inmóvil lloran como a un amigo, como a un pariente,
en su jergón, un joven bersagliero, invadido como a un hijo, y cuyo nombre tal vez ignoran!
por el tétanos; aunque parezca todavía lleno Se entierra de noche a los soldados que mue-
de vida y tenga los ojos muy abiertos, ya nada ren en los hospitales. Pero, por lo menos, se
oye ni entiende; por eso, está ahí abandonado. anotan, en la mayoría de los casos, el apellido
y el número correspondientes, lo que casi no
Muchos soldados franceses me ruegan que se hacía en Castiglione.
escriba a sus allegados, algunos a su capitán
que, según ellos, sustituye a su familia ausen- Todas las ciudades de Lombardía se honraban
te. Una dama de Brescia, la condesa Bronna, reivindicando sus derechos en el reparto de los
se entrega con santa abnegación, en el hospi- heridos. En Bérgamo, en Cremona, estaban
tal San Clemente, a prestar asistencia a los muy bien organizados los socorros y a las so-
amputados; los soldados franceses hablan de ciedades especiales secundaban comités auxi-
ella con entusiasmo; las más abyectas mise- liares de damas, que asistían perfectamente a
rias no la detienen. «Sono madre», me dice sus numerosos contingentes de enfermos. En
sencillamente. ¡Soy madre!, palabras que ex- uno de los hospitales de Cremona, dijo un mé-
plican todo lo que su entrega tiene de completa dico italiano: «Reservamos lo bueno para
y de maternal. nuestros amigos del ejército aliado, damos a
nuestros enemigos lo estrictamente necesario
En las calles, me detienen, cinco o seis veces y, si mueren, ¡peor para ellos!», añadiendo,
seguidas, burgueses de la ciudad que me rue- como si quisiera disculparse de estas barbaras
gan vaya a la respectiva casa para hacer de palabras que, según informes de algunos sol-
intérprete entre ellos y comandantes, capitanes dados italianos que habían regresado de Ve-
o tenientes heridos que han tenido a bien aco- rona y de Mantua, los austríacos dejaban mo-
ger y a quienes prodigan las más afectuosas rir, sin socorrerlos, a los heridos del ejército
atenciones, pero sin poder comprender lo que franco-sardo; a lo que una noble dama de
les dice el huésped, que no habla ni entiende Cremona, la condesa ***, que prestaba, de
italiano, y que, agitado e inquieto, se irrita por- todo corazón, servicios en los hospitales, se
que no es comprendido; así, toda la familia se apresuró a manifestar su desaprobación di-
desespera, porque ve sus más simpáticas soli- ciendo que ella asistía con la misma solicitud a
citudes pagadas con el mal humor que originan los austríacos y a los aliados, y que no hacía
31
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

diferencias entre amigos y enemigos, «porque Estrasburgo para colaborar con estos hombres
-añadió- nuestro Señor Jesucristo no hizo tales abnegados.
distinciones cuando se trataba de hacer el
bien». Aunque no fuese imposible que algunos De Bolonia, de Pisa y de otras ciudades italia-
prisioneros del ejército aliado fueran tratados, nas han acudido estudiantes de medicina.
primeramente, con cierta rudeza, dichos infor-
mes eran inexactos o exagerados y, en todo Además de los habitantes de Brescia, algunos
caso, nada podía justificar semejantes expre- franceses de paso, suizos y belgas, que llega-
siones. ron también para ofrecer sus servicios, los
prestaron muy útiles a los enfermos, y les da-
Por lo que atañe a los médicos franceses, ban naranjas, sorbetes, café, limonadas, taba-
hacen todo lo humanamente posible, sin pre- co.
ocuparse de nacionalidades, deplorando y sin-
tiendo muchísimo todo lo que no pueden Uno de ellos cambió un billete de un florín a un
hacer. Oigamos, a este respecto, al doctor croata que, desde hacia un mes, imploraba a
Sonrier: «No puedo -dice- sin profundas recaí- quienes veía que le hiciesen este cambio, sin
das de tristeza, pensar en una salita de veinti- el cual no podía, en absoluto, utilizar este mó-
cinco camas, en Cremona, ocupadas por los dico valor, que era toda su fortuna.
austríacos más gravemente heridos. Veo en-
tonces alzarse ante mí esos rostros macilen- En el hospital San Gaetano, un religioso fran-
tos, terrosos, con la tez ajada por el agota- ciscano se distingue, por su celo para con los
miento y por una prolongada reabsorción puru- enfermos, y un joven soldado piamontés con-
lenta, implorando con pantomima y gritos des- valeciente que, oriundo de Niza, habla francés
garradores, como una última gracia, la abla- e italiano, traduce sus quejas o sus solicitudes
ción de un miembro que habíamos querido a los médicos lombardos; por ello, se le pide
conservar, ¡para presenciar después, impoten- que se quede como intérprete. En Piacenza,
te, una lamentable agonía!» cuyos tres hospitales eran administrados por
particulares y por damas que hacían de enfer-
El intendente general de Brescia, señor Faral- meros y de enfermeras, una de éstas, una se-
do, el doctor Gualla, director de los hospitales ñorita joven, a quien su familia suplicaba que
de esta ciudad, el doctor Commisetti, médico renunciase a pasar allí todo su tiempo, por
jefe del ejército sardo, y el doctor Carlo Cotta, temor a las malignas y contagiosas fiebres
inspector sanitario de Lombardía, rivalizaban reinantes, continuaba, sin embargo, la tarea
en abnegación, y deben citarse honorablemen- que se había impuesto, con tan buena volun-
te sus nombres tras el del ilustre barón Larrey, tad y con tan amable dedicación que todos los
médico inspector jefe del ejército francés. El soldados la veneraban: «Trae -decían- la ale-
doctor Isnard, médico principal de primera cla- gría al hospital». ¡Ah! ¡Cuán valiosos habrían
se, demostró una notable habilidad como ciru- sido, en esas ciudades de Lombardía, unos
jano y como administrador. Cerca de él, se cien enfermeros y enfermeras voluntarios, con
distinguieron, en Brescia, el señor Thierry de experiencia y bien calificados para tal obra!
Maugras y toda una falange de denodados e
infatigables cirujanos cuyos nombres quisiéra- Habrían congregado a su alrededor socorros
mos consignar; porque es muy cierto que, si esparcidos y fuerzas diseminadas que, en to-
quienes matan pueden reclamar títulos de glo- das las partes, habrían requerido una clarivi-
ria, quienes curan, y a menudo con peligro de dente dirección, porque no sólo faltaba tiempo
la propia vida, bien merecen la estima y el a quienes eran capaces de asesorar y de
agradecimiento. coordinar, sino que la mayoría de quienes no
Un cirujano anglo-norteamericano, el doctor podían aportar más que la entrega individual
Norman Bettun, profesor de anatomía en To- (por consiguiente, insuficiente y, con mucha
ronto, Alto Canadá, llega expresamente de frecuencia, estéril) carecía de conocimientos y
32
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

de práctica. De hecho, ¿qué podía hacer, ante las e inoportunas, que le llegan de la cama de
tan ingente y apremiante empresa, un puñado al lado, lo acosan sin tregua ni descanso, y
de personas aisladas, por muy buena voluntad porque muy cerca hay otro compañero de in-
que tuviesen? Al cabo de ocho o diez días, se fortunio que acaba de expirar, lo cual le obliga
había enfriado no poco el entusiasmo caritativo a que asista, moribundo, a los tan expeditivos
(tan auténtico entusiasmo, sin embargo) de los funerales de este camarada, que prefiguran los
habitantes de Brescia; con muy pocas honora- propios ya cercanísimos; además, se da cuen-
bles excepciones, estaban cansados, hastia- ta de que alguien, viendo que no tardará en
dos. Además, hubo que prohibir la entrada en morir, se aprovecha de su estado de debilidad
las iglesias o en los hospitales a los burgueses para hurgar en su macuto y para desvalijarle
sin experiencia o poco sensatos, porque lleva- de todo cuanto encuentre que le convenga; y
ban a menudo alimentos malsanos para los este moribundo tiene, desde hace ocho días,
heridos; algunos, que habrían aceptado pasar cartas de su familia en el correo; si se las di-
una hora o dos a la cabecera de los enfermos, eran, serían para él una suprema consolación;
renunciaban cuando, para ello, había que ob- ha suplicado a los guardianes que vayan a
tener un permiso o realizar gestiones; y los buscárselas, para poder leerlas antes de que
extranjeros dispuestos a prestar servicios o a llegue su última hora; pero le han respondido
cooperar tropezaban con obstáculos imprevis- duramente que no tienen tiempo, porque hay
tos, ora de una índole, ora de otra, que los otras muchas cosas que hacer.
desanimaban. Pero enfermeros voluntarios,
bien elegidos y capaces, enviados por socie- Al parecer, habría sido preferible para ti, pobre
dades que tuvieran el refrendo y la aprobación mártir, que hubieses perecido bruscamente
de las autoridades, habrían vencido sin gran abatido por una bala en el campo de mortan-
esfuerzo todas las dificultades y habrían dad, en medio de esos espléndidos horrores
hecho, incomparablemente, mucho mayor que denominamos gloría; por lo menos, tu
bien. nombre se habría aureolado un poco, si hubie-
ras caído al lado de tu coronel, defendiendo la
Los ocho primeros días después de la batalla, bandera de tu regimiento; al parecer, habría
los heridos de quienes los médicos decían a sido incluso preferible para ti que te hubieran
media voz, al pasar por delante de sus camas sepultado todavía vivo aquellos zafios encar-
y meneando la cabeza: «¡Ya no hay nada que gados de enterrar, cuando, privado de conoci-
hacer!», casi no recibían asistencia alguna y miento, te recogieron inanimado en el alcor de
morían preteridos, abandonados. Y, dado el los cipreses o en la llanura de Medole; no se
escasísimo número de enfermeros con respec- habría prolongado tu agonía; pero, ahora, has
to a la grandísima cantidad de heridos, ¿no era de padecer una sucesión de agonías; ya no es
eso muy natural? ¿No era de una lógica tan el campo del honor lo que tienes ante ti, sino la
inevitable como desoladora y cruel dejar que muerte fría y lúgubre, con su cortejo de ame-
pereciesen sin ocuparse ya de ellos, sin dedi- drentamientos; y, por toda oración fúnebre,
carles un tiempo valiosísimo, y que tan nece- apenas escapará tu nombre al tan breve califi-
sario era reservar para los soldados recupera- cativo de «desaparecido».
bles? Muchos eran los así desahuciados por
adelantado; y no eran sordos los desdichados ¿Dónde está aquella ebriedad profunda, ínti-
contra quienes se pronunciaba este inexorable ma, inefable, que electrizaba a este valeroso
veredicto: bien pronto comprobaban su aban- combatiente, de tan extraña y misteriosa ma-
dono y, con el corazón lacerado y resentido, nera, cuando comenzó la campaña y el día de
exhalaban el último suspiro sin que nadie se la batalla de Solferino, en los mismos momen-
conmoviese o se preocupase; y tal vez el final tos en que se jugaba la vida y cuando su bra-
de alguno de ellos es todavía más triste y más vura tenía, en cierto modo, sed de la sangre de
amargo porque su vecino, acaso un joven zua- sus semejantes, que con pie ligero corría a
vo levemente herido, cuyas cuchufletas, frívo- derramar? ¿Dónde están, como estaban en los
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

primeros combates y cuando las tropas entra- con la llegada a las estaciones, donde hormi-
ban triunfalmente en las grandes ciudades de guea una muchedumbre triste y silenciosa,
Lombardía, aquel amor de la gloria y aquellos iluminadas por las pálidas luces de antorchas
tan comunicativos arrestos, mil veces acrecen- de resina, y con esa compacta muchedumbre
tados por los melódicos y fieros acentos de las que, palpitante de emoción, parece querer inte-
músicas guerreras y por los belicosos sonidos rrumpir la respiración para escuchar los gemi-
de las charangas resonantes, ardientemente dos o las ahogadas quejas que, desde esos
aguijoneados por el silbido de las balas, por el siniestros convoyes, hasta ella llegan.
retemblor de las bombas, por los metálicos
mugidos de las granadas y de los obuses que Los austríacos, al retirarse, en el transcurso
estallan y se rompen, en esas horas en que el del mes de junio, hasta el lago de Garda, cor-
entusiasmo, el embrujo del peligro y una vio- taron, en varios puntos del ferrocarril de Milán
lenta e inconsciente excitación hacen que se a Venecia, el tramo de vía entre Milán, Brescia
pierda de vista el pensamiento de la muerte? y Peschiera, pero pronto se reparó y se abrió
¡Bien se puede, en estos numerosos hospita- de nuevo a la circulación [22] esta línea para
les de Lombardía, ver y saber a qué precio se facilitar el transporte del material, de las muni-
compra lo que los seres humanos llaman pom- ciones, de los víveres que se enviaban al ejér-
posamente la gloria y lo cara que esa gloria se cito aliado, y para poder evacuar los hospitales
paga! La batalla de Solferino es la única que, de Brescia.
del siglo XIX, pueda parangonarse, por la
magnitud de las pérdidas que ocasionó, con Se habían construido, en cada estación, largos
las batallas de Borodino, de Leipzig y de Wa- y estrechos barracones para recibir a los heri-
terloo porque, como resultado de la jornada del dos, que, cuando salían de los vagones, eran
24 de junio de 1859, hubo, muertos o heridos, trasladados a camas, o a simples colchones
de los ejércitos austríaco y franco-sardo, 3 ma- alineados uno tras otro; bajo estos hangares,
riscales de campo, 9 generales, 1.566 oficiales hay mesas sobrecargadas de pan, de caldo,
de todas las graduaciones, de los cuales 630 de vino y, sobre todo, de agua, así como de
austríacos y 936 aliados, y unos 40.000 solda- hilas y de vendas, cuya necesidad se hace
dos o suboficiales [20]. sentir sin cesar. Antorchas en gran número,
Dos meses después, había que añadir a estas llevadas por los jóvenes de la localidad en que
cantidades, para el total de los tres ejércitos, se detiene el convoy, disipan las tinieblas, y los
más de 40.000 calenturientos y muertos de ciudadanos lombardos se apresuran a presen-
enfermedad, de resultas del excesivo cansan- tar su tributo de pleitesía y de gratitud a los
cio soportado el 24 de junio y los días que in- vencedores de Solferino; en un religioso silen-
mediatamente precedieron o siguieron a esa cio, vendan a los heridos, a quienes han saca-
fecha, o por la perniciosa influencia del clima do de los Vagones, con infinita precaución,
en pleno verano y por los calores tropicales de para tenderlos cuidadosamente en colchonetas
las planicies de Lombardía o, por último, a que les habían preparado; las mujeres del lu-
causa de los accidentes imputables a las im- gar les ofrecen bebidas refrescantes, comesti-
prudencias de los soldados. Hecha abstracción bles de toda especie, que distribuyen en los
del punto de vista militar y glorioso, la batalla vagones entre quienes, convalecientes, tienen
de Solferino fue, en opinión de cualquier per- que ir hasta Milán. En esta ciudad, adonde
sona neutral e imparcial, un desastre, por así llegan aproximadamente mil heridos cada no-
decirlo, europeo [21]. che [23], varias noches seguidas, los mártires
de Solferino son recibidos con la misma solici-
El traslado de los heridos, de Brescia a Milán, tud, el mismo afecto con que habían sido reci-
que se efectúa por la noche (a causa del tórri- bidos los de Magenta y de Marignano.
do calor diurno), ofrece un espectáculo emi-
nentemente dramático y sobrecogedor, con Pero ya no son pétalos de rosas lo que espar-
esos trenes llenos de soldados mutilados, y cen desde los engalanados balcones de los
34
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

suntuosos palacios de la aristocracia milanesa, les tutelares. Todas estas buenas obras se
sobre las brillantes charreteras y sobre cruces prodigan sin ostentación; y esta asistencia,
tornasoladas, de oro y de esmalte, esas gra- estas consolaciones, estas atenciones de cada
ciosas y bellas jóvenes patricias, embellecidas instante bien merecen, con la gratitud de las
todavía más por la exaltación de un apasiona- familias de quienes las recibieron, la respetuo-
do entusiasmo; son lágrimas ardientes, expre- sa admiración de todos. Algunas de estas da-
sión de un adolorado sobrecogimiento y de mas son madres cuyos vestidos de luto reve-
una compasión que se transformará en una lan pérdidas dolorosas muy recientes; recor-
dedicación cristiana, paciente y llena de abne- demos la sublime confidencia de una de ellas
gación. al doctor Bertherand: «La guerra me arrebató -
Todas las familias que disponen de vehículo le dijo la marquesa L...- al mayor de mis hijos;
van a la estación para recoger a heridos; son murió hace ocho meses, a causa de una bala
más de quinientos los enviados por los milane- recibida combatiendo, con el ejército de uste-
ses; tanto sus más ricas calesas como sus des, en Sebastopol. Cuando supe que llega-
más modestos carricoches se dirigen todas las ban a Milán franceses heridos y que yo podría
tardes hacia Porta Tosa, donde está la esta- prestarles asistencia, sentí que Dios me envia-
ción de ferrocarril de Venecia; las nobles da- ba su primer consuelo...»
mas italianas se honran acomodando, ellas
mismas, en sus vehículos, que han provisto de La señora condesa Verri Borromeo, presidenta
colchones, de sábanas y de almohadas, a los del comité central de socorros [25], dirigía los
huéspedes que les han correspondido y que almacenes de ropa y de hilas; supo también, a
son trasladados, en esas opulentas carrozas, pesar de su avanzada edad, disponer de su
por los señores lombardos, ayudados en esta tiempo y dedicar varias horas al día para leer
tarea por sus criados, que demuestran no me- al lado de los heridos. En todos los palacios se
nos celo. La multitud aclama, cuando pasan, a alojan heridos; en el de los Borromeo (de las
estos privilegiados del sufrimiento, se descubre Islas), hay trescientos. La superiora de las Ur-
respetuosamente, escolta la lenta marcha de sulinas, sor Marina Videmari, administra un
los convoyes, iluminando con antorchas los hospital que es un modelo de orden y de lim-
rostros melancólicos de los heridos, que inten- pieza, y de cuyo servicio ella se encarga con
tan sonreír, y los acompaña hasta la entrada las hermanas sus compañeras.
de los palacios y de las casas hospitalarias
donde recibirán la más asidua asistencia. Pero, poco a poco, se ven pasar, dirigiéndose
hacia Turín, pequeños destacamentos de sol-
Cada familia quiere acoger en su hogar a sol- dados franceses convalecientes, con la tez
dados franceses y trata, por todo género de bronceada por el sol de Italia, los unos con el
buenos procedimientos, de hacer más llevade- brazo en cabestrillo, los otros con muletas,
ra la privación de la patria, de la familia y de todos con huellas de heridas graves; sus uni-
los amigos; tanto en las mansiones particula- formes están gastados y rotos, pero llevan
res como en los hospitales, los asisten los me- magnífica ropa interior, generosamente pro-
jores médicos [24]. Las más nobles damas porcionada por lombardos ricos, a cambio de
milanesas demuestran, para con los heridos, sus camisas ensangrentadas: «Se ha derra-
una tan animosa como duradera solicitud; ve- mado vuestra sangre en defensa de nuestro
lan, con la más inquebrantable constancia, a la país -les decían esos italianos-, queremos
cabecera del soldado raso, lo mismo que a la conservarlas como recuerdo». Estos hombres,
del oficial; la señora Uboldi de Capei, la señora fuertes y robustos pocas semanas antes, pri-
Boselli, la señora Sala (de nacimiento, conde- vados hoy de un brazo, de una pierna, o con la
sa Taverna) y muchas otras damas pasan, cabeza empaquetada y sangrante, soportan
olvidando sus elegantes y cómodas costum- sus mates con resignación pero, incapaces de
bres, meses enteros al lado de los lechos de seguir, en adelante, la carrera de las armas o
dolor de los enfermos, de los que ya son ánge- de ayudar a la respectiva familia, se ven ya,
35
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

con dolorosa amargura, convertirse en objetos mejorando su estado y progresaba su convale-


de conmiseración y de piedad, una carga para cencia. Así pues, era inexplicable que su tris-
los demás y para sí mismos. teza aumentase de día en día. Una hermana
de la caridad lo sorprendió con lágrimas en los
No puedo menos de mencionar que me encon- ojos y tanto lo acosó con preguntas que termi-
tré, en Milán, a mi regreso de Solferino, con un nó por confiar a la buena religiosa que él era el
venerable anciano, el señor marqués Ch. de único sostén de su madre, anciana y lisiada, y
Bryas, ex diputado y ex alcalde de Burdeos, y que, cuando gozaba de buena salud, remitía a
que, propietario de una grandísima fortuna, no ella, cada mes, cinco francos, cantidad que
había llegado a Italia más que para ser allí útil economizaba de su paga; se veía actualmente
a los soldados heridos. Me fue grato facilitar a en la imposibilidad de ayudarla, y ella debía de
este noble filántropo su traslado a Brescia: tener grandísima necesidad de dinero, porque
durante la primera quincena de julio, eran tales él no había podido enviarle su pequeño subsi-
la confusión y el hacinamiento en la estación dio. La hermana de la caridad, movida a con-
de Porta Tosa, adonde lo acompañé, que re- miseración, le dio una moneda de cinco fran-
sultaba dificilísimo abrirse paso hasta los va- cos, cuyo Valor se expidió inmediatamente a
gones; a pesar de su edad, de su posición y de Francia; pero, cuando la condesa T..., que se
su cargo oficial (si no me equivoco, la adminis- había interesado por este valiente y digno sol-
tración francesa acababa de confiarle una mi- dado, y que se había enterado de la causa de
sión totalmente caritativa), no podía conseguir su extraordinaria tristeza, quiso darle una pe-
un asiento para viajar en el tren al que debía queña cantidad de dinero, para su madre y
subir. Este pequeño incidente puede dar una para él, rehusó aceptar, y respondió agradeci-
idea de la extraordinaria afluencia de gente do a esta dama: «Guarde usted ese dinero
que obstruía la estación y sus aledaños. para otros que lo necesitan más que yo; por lo
que atañe a mi madre, tengo buena esperanza
Otro francés, casi sordo, había recorrido, asi- de enviarle su pensión el próximo mes, pues
mismo, doscientas leguas para prestar asis- pienso poder trabajar ya pronto.»
tencia a sus compatriotas; ya en Milán, viendo
que los heridos austríacos estaban poco me- Una de las linajudas damas de Milán, de ape-
nos que abandonados, se dedicó más espe- llidos ilustres, puso a disposición de los heridos
cialmente a ellos y procuró hacerles todo el uno de sus palacios, con ciento cincuenta ca-
bien posible, a cambio del mal que, cuarenta y mas. Entre los soldados alojados en este mag-
cinco años antes, le había hecho un oficial nífico palacio, había un granadero del 70° que,
austríaco: el año 1814, cuando los ejércitos de a causa de una amputación, estaba en peligro
la Santa Alianza habían invadido Francia, di- de muerte. Intentando consolar al herido, esta
cho oficial, que se había tenido que alojar en dama le hablaba de su familia y él dijo que era
casa de los padres de este francés (que, muy hijo único de campesinos del departamento de
joven en aquella época, tenía una enfermedad Gers, y que toda su preocupación era que los
cuya naturaleza asqueaba al militar extranje- dejaba en la miseria, porque sólo él habría
ro), echó rudamente de casa, sin que alguien podido sustentarlos; añadió que habría sido,
pudiera impedírselo, al pobre chiquillo a quien para él, muy gran consuelo, antes de morir,
tal acto de brutalidad ocasionó una sordera de abrazar a su madre. Sin comunicarle su pro-
la que ha padecido desde entonces. yecto, la dama milanesa decidió súbitamente
salir de Milán, tomó el tren y fue al departa-
En uno de los hospitales de Milán, un sargento mento de Gers para ver a esta familia, de la
de los zuavos de la guardia, de apariencia que había obtenido la dirección, se hizo acom-
enérgica y fiera, a quien habían amputado una pañar por la madre del herido, tras haber deja-
pierna, y que había soportado esa operación do dos mil francos para el anciano y achacoso
sin proferir una sola queja, se sumió, poco padre, llevó consigo a la pobre campesina has-
después, en una profunda tristeza, aunque iba ta Milán y, seis días después de haber conver-
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

sado la dama y el granadero, éste abrazaba ble y un corazón capaz de conmoverse por los
florando a su madre y bendiciendo a su bien- sufrimientos del prójimo?
hechora.
Sociedades de esta índole, una vez constitui-
Pero, ¿por qué haber descrito tantas escenas das, y con existencia permanente, estarían en
de dolor y de desolación y haber hecho, tal cierto modo inactivas durante el tiempo de paz
vez, sentir emociones penosas? ¿Por qué [26], pero ya contarían con una buena organi-
haberse demorado como con complacencia en zación para la eventualidad de una guerra;
el pergeño de cuadros lamentables y haberlos deberían granjearse las simpatías de las auto-
reproducido de una manera que puede parecer ridades del país en que se hayan instituido, y
minuciosa y desesperante? solicitar, en caso de guerra, a los soberanos de
las potencias beligerantes, licencias y facilida-
Permítasenos responder a estas muy naturales des para llevar debidamente a cabo su obra.
preguntas formulando esta otra:
Por consiguiente, en estas sociedades debería
¿No se podrían fundar sociedades volunta- haber, para cada país, como miembros del
rias de socorro cuya finalidad sea prestar o comité superior dirigente, personalidades tan
hacer que se preste, en tiempo de guerra, honorablemente conocidas como apreciadas.
asistencia a los heridos?
Tales comités recurrirían a toda persona que,
Pues hay que renunciar a los deseos ya las impelida por sentimientos de auténtica filantro-
esperanzas de los miembros de la Sociedad pía, acepte dedicarse temporalmente a esta
de Amigos de la Paz, o a los sueños del abate obra, que consistiría en: 1°, prestar, de acuer-
de Saint-Pierre y a las inspiraciones del conde do con las Intendencias militares, es decir con
de Sellon; pues continúan los hombres matán- su apoyo y, si necesario fuere, siguiendo sus
dose los unos a los otros sin odiarse; pues el directrices, socorros y asistencia en un campo
colmo de la gloria es, en la guerra, exterminar de batalla, precisamente cuando tenga lugar
al mayor número posible de adversarios; pues un conflicto; y 2°, continuar en los hospitales
se asegura, como afirma el conde Joseph de dicha asistencia a los heridos hasta su total
Maistre, que «la guerra es divina»; pues se convalecencia. Aparecería, más fácilmente de
excogitan todos los días, con una perseveran- lo que suele pensarse, esta disponibilidad, del
cia digna de mejores fines, medios de destruc- todo espontánea, y muchas personas, persua-
ción más terribles que los ya poseídos; pues didas ya de que son útiles y seguras de que,
se estimula a los inventores de estos mortífe- con el estímulo y las facilidades de la adminis-
ros artilugios en la mayoría de los grandes Es- tración superior, irían sin duda, incluso corrien-
tados de Europa, que se arman a cuál mejor: do con los propios gastos, a realizar por corto
¿Por qué no se podría aprovechar un tiempo tiempo, una tarea tan eminentemente filantró-
de tranquilidad relativa y de calma para resol- pica. En este siglo XIX, acusado de egoísmo y
ver una cuestión de tanta importancia, desde el de frialdad, ¡qué señuelo para los corazones
doble punto de vista de la humanidad y del nobles y compasivos, para los ánimos caballe-
cristianismo? rescos, retar los mismos peligros que el gue-
rrero, pero con una misión de paz, de consola-
Una vez propuesto a las meditaciones de to- ción y de abnegación, totalmente voluntaria!
dos, no cabe duda de que este tema originará
las reflexiones y los escritos de personas más Los ejemplos que presenta la historia prueban
hábiles y más competentes; pero, ¿no será que nada hay de quimérico en contar con tales
necesario, en primer lugar, que esta idea, pre- actitudes de disponibilidad y, para no citar más
sentada a los diversos estamentos de la gran que dos o tres, ¿quién ignora que san Carlos
familia europea, polarice la atención y gane las Borromeo, arzobispo de Milán, acudió a esta
simpatías de todos los que tienen un alma no- ciudad desde lo más apartado de su diócesis,
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

cuando sobrevino la peste de 1576, para pres- notoriedad, no dudó en emprender esta her-
tar socorros y animar a todos? Y, ¿no siguió su mosa obra, sabiéndola merecedora también de
ejemplo, en 1627, Federico Borromeo? ¿No se la cordial simpatía de su soberana, y salió, en
distinguió, por la heroica actividad desplegada noviembre de 1854, hacia Costantinopla y Scu-
en 1720 y 1721, cuando el cruel azote de la tari, con treinta y siete damas inglesas que,
peste hacia estragos en Marsella, el obispo cuando hubieron llegado, comenzaron a pres-
Belzunce de Castel-Moron? ¿No recorrió John tar asistencia a los numerosos heridos de In-
Howard toda Europa, para visitar las prisiones, kermann; en 1855, llegó también la señorita
los lazaretos, los hospitales? Es bien conocida Stanley con otras cincuenta compañeras, lo
sor Marta, de Besançon, por haber curado, de que permitió a la señorita Nightingale trasla-
1813 a 1815, tanto a los heridos de los ejérci- darse a Balaklava para inspeccionar allí los
tos aliados como a los del ejército francés; y, hospitales.
antes que ella, se habla distinguido, el año Es sabido todo lo que en Crimea le hizo llevar
1799 en Friburgo, sor Bárbara Schyner por la a cabo su ardiente amor por la humanidad do-
asistencia prestada a los heridos de las tropas liente [28].
que invadían su país y a los propios compatrio-
tas. Pero, del número infinito de otros actos, mo-
dernos o antiguos, de abnegación, los más de
Pero mencionemos, sobre todo, dos casos los cuales oscuros o ignorados, ¡cuántos más
contemporáneos de dedicación, que tuvieron o menos estériles porque eran aislados y no
lugar en la guerra de Oriente y están directa- los apoyaban simpatías colectivas y organiza-
mente relacionados con el tema que nos ocu- das!
pa. Mientras que las hermanas de la caridad
asistían, en Crimea, a los heridos y a los en- Si hubiera habido en Castiglione el 24, el 25 y
fermos del ejército francés, llegaron, proceden- el 26 de junio, en Brescia por esas mismas
tes del norte y del occidente, para asistir a los fechas, así como en Mantua y en Verona, en-
de los ejércitos ruso e inglés, dos nobles legio- fermeros voluntarios, ¡cuánto inapreciable bien
nes de magnánimas enfermeras dirigidas por habrían podido hacer!
dos santas mujeres.
¿No habrían sido de la mayor utilidad, la noche
Ocurrió que, poco después de estallar la gue- nefasta del viernes al sábado, durante la cual
rra, la gran duquesa Elena Paulowna de Rusia desgarradores gemidos y súplicas escapaban
(de nacimiento, princesa Carlota de Wurtem- del pecho de miles de heridos atenazados por
berg), viuda del gran duque Miguel, salió de los más agudos dolores, padeciendo el indes-
San Petersburgo, con cerca de trescientas criptible suplicio de la sed?
damas que la seguían, para ir a prestar servi-
cios de enfermeras en los hospitales de Cri- Si manos compasivas hubieran recogido más
mea, donde merecieron las bendiciones de pronto al príncipe de Isemburg en el terreno
miles de soldados rusos [27]. A su vez, la se- húmedo y ensangrentado donde yacía desva-
ñorita Florence Nightingale, que había visitado necido, no sufriría, hoy todavía, de heridas
los hospitales de Inglaterra, así como los prin- peligrosamente agravadas a causa de un
cipales establecimientos de caridad y de bene- abandono de varias horas; y si su caballo no
ficencia en el continente, y que se había entre- hubiese hecho que, en medio de los cadáve-
gado a hacer el bien renunciando a la molicie res, lo descubrieran, ¿no habría perecido, por
de la opulencia, recibió un acuciante llama- falta de socorros, con tantos otros heridos, que
miento de lord Sidney Herbert, entonces secre- no eran menos criaturas de Dios, y cuya muer-
tario de la guerra del imperio británico, propo- te podía causar similar dolor a la respectiva
niéndole que fuese a prestar asistencia a los familia? ¿Se piensa en el hecho de que las
soldados ingleses en Oriente. La señorita hermosas jóvenes y las buenas mujeres de
Nightingale, cuyo nombre ha adquirido gran Castiglione salvasen la vida de muchos de
38
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

aquellos militares mutilados o desfigurados cerca de ellos a alguien para escucharlos y


(pero que podían curar), a los cuales prestaron consolarlos [30]?
asistencia? Se requerían allí, no solamente
débiles e ignorantes mujeres, sino también, al A pesar de todo el celo de las ciudades de
lado de ellas y con ellas, hombres de expe- Lombardía y de los habitantes de Brescia, ¿no
riencia, capaces, enérgicos, organizados con quedó muchísimo por hacer?
antelación para actuar ordenada y conjunta- En ninguna guerra, en ningún siglo se había
mente, así como para evitar los accidentes y visto un tan hermoso despliegue de caridad; no
las fiebres que complican las heridas hacién- obstante, faltó mucho para que guardase pro-
dolas muy rápidamente mortales. porción con la amplitud de los males que habí-
an de socorrerse; por lo demás, sólo se mani-
Si hubiese habido suficientes ayudantes asig- festó en favor de los heridos del ejército aliado,
nados al servicio de recogida de heridos en la y nada a favor de los austríacos; la gratitud de
llanura de Medole, en el fondo de las barran- un pueblo arrancado a la dominación extranje-
cas de San Martino, en las escarpaduras del ra produjo este momentáneo delirio de entu-
Monte Fontana y en los collados de Solferino, siasmo y de simpatía.
no habría quedado, el 24 de junio, durante lar- Bien es verdad que hubo, en Italia, mujeres
gas horas, en acongojante angustia y con el valientes cuya paciencia y cuya perseverancia
tan amargo temor del abandono, aquel pobre no desfallecieron; pero, desafortunadamente,
bersagliero, aquel ulano o aquel zuavo que, en definitiva podrían contarse con facilidad; las
esforzándose por erguirse a pesar de sus atro- fiebres contagiosas alejaron a muchas perso-
ces dolores, hacía en vano señas desde lejos, nas; no todos los enfermeros y los sirvientes
con la mano, para que le enviasen unas pari- desempeñaron largo tiempo su cometido tal
huelas. Y, por último, ¡no se habría corrido el como de ellos podía esperarse.
horrible riesgo de enterrar, al día siguiente,
como desafortunadamente es probabilísimo Para una tarea de esta índole, no se debe re-
que ocurriese, a vivos con muertos! currir a los servicios de mercenarios, a quienes
el hastío ahuyenta ola fatiga insensibiliza, en-
Con más perfeccionados medios de transporte durece y empereza.
[29], se habría evitado la dolorosa amputación Por otra parte, se requieren socorros inmedia-
a la que hubo de someterse en Brescia aquel tos, porque lo que hoy puede salvar al herido,
tirador de la guardia, imprescindible por una ya no lo salvará mañana y, con la pérdida de
deplorable falta de asistencia durante el trayec- tiempo, llega la gangrena, que se lleva al en-
to desde la ambulancia de su regimiento hasta fermo [31]. Por consiguiente, es necesario con-
Castiglione. tar con enfermeras y enfermeros voluntarios,
¿No debe causar cierto remordimiento o cierto diligentes, preparados o iniciados para llevar a
desasosiego ver a esos inválidos jóvenes, pri- cabo esta obra, y que, reconocidos y aproba-
vados de un brazo o de una pierna, que regre- dos por los jefes de los ejércitos en campaña,
san tristemente a sus hogares, porque no se reciban facilidades y apoyo en su misión.
intentó prevenir las funestas consecuencias de Siempre es insuficiente el personal de las am-
heridas que habrían podido restañarse si bulancias militares, y seguiría siéndolo aunque
hubiera habido eficaces socorros, oportuna- se duplique o se triplique: hay que recurrir,
mente remitidos y administrados? inevitablemente, al público; no queda otro re-
medio; y siempre será así, porque sólo con su
Y aquellos moribundos, abandonados en las cooperación se puede esperar el logro de la
ambulancias de Castiglione o en los hospitales finalidad propuesta.
de Brescia, de los cuales varios no sabían por Por ello, he ahí un llamamiento que ha de
quién hacerse comprender en el respectivo hacerse, una súplica que ha de presentarse a
idioma, ¿habrían exhalado su último suspiro, los seres humanos de todos los países y de
maldiciendo y blasfemando, si hubieran tenido todas las categorías, tanto a los poderosos de
39
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

este mundo como a los más modestos artesa- cumplimiento toda persona que tenga cierta
nos, ya que todos pueden, de uno u otro modo, influencia debe colaborar, y a la cual todo
cada uno en su entorno y según sus capacida- hombre de bien debe dedicar por lo menos un
des, colaborar, en cierta medida, para llevar a pensamiento.
cabo esta buena obra. ¿Qué príncipe, qué soberano rehusaría apoyar
Un llamamiento de esta índole se dirige tanto a a tales sociedades, y no sería feliz dando a los
las damas como a los caballeros, tanto a la soldados de su ejército la absoluta garantía de
princesa sentada en los peldaños de un trono que, si caen heridos, se les prestará inmediata
como a la humilde sirvienta huérfana y abne- y apropiada asistencia? ¿Qué Estado no que-
gada, o a la pobre viuda sola en la tierra, y que rría otorgar su protección a quienes intenten,
desea dedicar sus últimas fuerzas a aliviar los así, conservar la vida de ciudadanos útiles?
sufrimientos de su prójimo ; se dirige tanto al ¿No merece toda la solicitud de su patria el
general o al mariscal de campo como al filán- militar que defiende o que sirve a su país?
tropo y al escritor que puede, desde su despa- ¿Qué oficial, qué general no desearía, si con-
cho, divulgar, en sus publicaciones, una cues- sidera que sus soldados son, por así decirlo,
tión que afecta a toda la humanidad y, en un «sus hijos», facilitar el cometido de los men-
sentido más restringido, a cada pueblo, a cada cionados enfermeros? ¿Qué intendente militar,
comarca, incluso a cada familia, dado que na- qué cirujano mayor no aceptaría con gratitud
die puede considerarse invulnerable contra los que lo secunde una legión de personas inteli-
avatares de la guerra. gentes, llamadas a actuar con tacto bajo una
sabia dirección [33]? Por último, en una época
Si un general austríaco y un general francés en la que tanto se habla de progreso y de civi-
pudieron encontrarse, después de la batalla de lización, y dado que no siempre pueden evitar-
Solferino, sentados uno al lado del otro, a la se las guerras, ¿no es perentorio insistir en
hospitalaria mesa del rey de Prusia y charlar que se han de prevenir o, por lo menos, amino-
amistosamente, ¿quién les habría impedido rar sus horrores, no solamente en los campos
examinar y tratar una cuestión tan digna de su de batalla, sino también, y sobre todo, en los
interés y de su atención? hospitales, durante esas tan largas y tan dolo-
rosas semanas para los desdichados heridos?
En circunstancias extraordinarias, como cuan-
do se reúnen, por ejemplo en Colonia o en Esta obra exigirá, para llevarla a la práctica, un
Châlons, personalidades del arte militar, de alto grado de abnegación por parte de cierto
diferentes nacionalidades, ¿no sería de desear número de personas [34]; pero, sin duda, nun-
que aprovechen la ocasión de esa especie de ca será el dinero necesario lo que faltará para
congreso para formular algún principio interna- realizarla.
cional, convencional y sagrado que, una vez En tiempo de guerra, cada uno aportará su
aprobado y ratificado, serviría de base para donativo o su colaboración personal para res-
Sociedades de socorro a los heridos en los ponder a los llamamientos que harán los comi-
diversos países de Europa? tés; la población no permanecerá fría e indife-
rente cuando luchen los hijos de la patria.
Es tanto más importante ponerse de acuerdo y
tomar medidas previas cuanto que, cuando se ¿No es la misma la sangre que en los comba-
desencadenan hostilidades, los beligerantes ya tes se derrama y la que circula por las venas
están mal dispuestos los unos contra los otros, de toda la nación?
y ya no tratan las cuestiones sino desde el Por lo tanto, no será obstáculo alguno de esta
punto de vista de sus súbditos [32]. índole lo que comprometa la buena marcha de
tal empresa. No es ésa la dificultad, pero el
La humanidad y la civilización requieren impe- todo consiste en la seria preparación para una
riosamente una obra como la aquí bosquejada; obra de este cariz, y en la fundación misma de
al parecer, es incluso una obligación, en cuyo estas sociedades [35].
40
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Aunque parezca que los terribles medios de


destrucción de que disponen actualmente los
pueblos habrán de acortar, en el futuro, la du-
ración de las guerras, es muy probable que
sus batallas sean, en cambio, mucho más mor-
tíferas ; y en este siglo, en el que tanto inter-
viene lo imprevisto, ¿no pueden surgir guerras,
por un lado o por otro, de la manera más re-
pentina y más inesperada? ¿No hay, ante es-
tas solas consideraciones, motivos más que
suficientes para no dejarnos sorprender des-
prevenidos?

Henry Dunant.
41
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Notas

1. Enterándose de que un La Rochefoucauld había junio de 1849 y fue destinado a Argelia; ascendió a
sido capturado, y de que estaba herido, el empera- cabo el 6 de abril de 1850, a sargento el 1 de abril
dor de Austria ordenó que fuese tratado con todo de 1851, a sargento furriel el 11 de julio de 1852 y a
miramiento y que se le prestase la mejor asistencia sargento mayor en 1854; hizo la campaña de Cri-
posible. mea, los años 1855 y 1856, como ayudante y fue
nombrado, el 20 de noviembre de 1855, subtenien-
2. Son quizás las que, el 9 de junio de 1862, que- te en el 42° de infantería de línea, del que pasó con
maron los mejicanos atándolas, vivas, con cadenas esa graduación, el 13 de octubre de 1856, al 2°
a carretas de pólvora, con diez soldados que, con- regimiento de tiradores de la guardia imperial. Mor-
duciendo un convoy de víveres y de municiones talmente herido el 24 de junio de 1859, expiró el 25.
desde Veracruz hacia el campamento francés, fue-
ron rodeadas por guerrilleros a una legua, aproxi- 6. Tres semanas después del 24 de junio de 1859,
madamente, de Tejería. aún había, en diferentes puntos del campo de bata-
lla, soldados muertos de los dos ejércitos. Carece
3. Por lo que atañe al general Forcy, citemos unas de todo fundamento la afirmación según la cual
palabras del hermoso libro que escribió el señor bastó la jornada del 25 para identificar y recoger a
coronel federal Edmond Favre, El ejército prusiano todos los heridos.
y las maniobras de Colonia en 1861: «El rey nos
invitó a todos a cenar aquel mismo día en el castillo 7. Antes de la batalla de Marignano, el 8 dejunio de
de Benrath, cerca de Dusseldorf... Antes de sentar- 1859, sorprendido un centinela sardo (que estaba
nos a la mesa, el rey tomó de la mano al general en los puestos avanzados) por un destacamento de
Forey y al general Paumgarten: «Ahora que son soldados austríacos, éstos le saltaron los ojos para
ustedes amigos -les dijo riendo- siéntense ahí, uno que aprendiese -le dijeron- a ser más previsor otra
al lado del otro, y hablen». Nadie ignora que Forcy vez; y un bersagliero que se había alejado de su
es el vencedor de Montebello y Paumgarten su compañía fue capturado por un pequeño grupo de
adversario: pudieron despacharse a su gusto acer- austríacos; le cortaron los dedos y lo liberaron di-
ca de todos los pormenores de la jornada, viendo la ciéndole en italiano: «vete y reclama una pensión».
franca sonrisa del general austríaco, se notaba que Esperemos que estos hechos, que son auténticos,
había pasado el tiempo del rencor; en cuanto al sean, poco más o menos, los únicos de esta índole
general francés, sabemos que no tenía razón algu- cometidos durante la guerra de Italia.
na para odiar. Así es la guerra, así es el soldado;
estos dos generales, tan de acuerdo este otoño, tal 8. Los soldados franceses demostraron el mayor
vez se enzarcen el año que viene; para cenar de respeto para con todo lo que era propiedad de los
nuevo juntos, en algún lugar, dentro de dos años!» habitantes de la comarca, y se puede encomiar su
espíritu de disciplina, su civismo, su sobriedad y su
4. La bandera de los hospitales es negra. buen comportamiento durante toda la campana de
Italia. Son dignas de mención, a sus diferentes res-
5. El subteniente Jean-François Fournier, nacido en pectos, proclamas, como las hechas por el mariscal
Metz el 6 de febrero de 1839, se había enrolado, Regnaud de Saint-Jean d'Angely o por el general
como voluntario, en la Legión Extranjera el 4 de Trochu; merecen que se las considere como títulos
42
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

de gloria para quienes las dirigieron a sus soldados. 12. Se menciona este hecho, que cité en una se-
«...En la campaña que comienza -decía el general sión de la sociedad de Etnografía de París, en la
Trochu en su proclama del 4 de mayo de 1859, Revue orientale et américaine (enero, 1850), en un
fechada en Alexandria y leída a todas las compañí- notable artículo titulado «Los cabellos de los dife-
as de su división reunidas portando armas- nos rentes pueblos», escrito por el señor R. Cortambert.
enfrentaremos denodadamente con las más arduas
pruebas que, para nosotros, ya han empezado; 13. Dado que solamente tras más de tres años
seremos disciplinados y nos someteremos a los decidí reunir penosos recuerdos, que no tenía yo la
reglamentos, en cuya aplicación seré inflexible y, el intención de publicar, se comprende que estuviesen
día de la batalla, no soportaremos que los valientes ya un tanto borrosos y que, además, figuren aquí
sean más valientes que nosotros. No olvidemos abreviados por lo que atañe a las escenas de dolor
que estos habitantes son nuestros aliados: respeta- y de desolación de las que fui testigo. Pero estas
remos sus costumbres, sus bienes y sus personas; páginas pueden contribuir a desarrollar o a promo-
haremos la guerra con humanidad, con civilización. cionar la cuestión de los socorros en favor de los
De ese modo, serán honorables nuestros esfuer- militares heridos en tiempo de guerra, o de la asis-
zos, Dios los bendecirá, y yo, que soy vuestro co- tencia inmediata que se les ha de prestar tras un
mandante, consideraré que el más hermoso título combate, y si merecen la atención de las personas
de mi carrera habrá sido el demandarla Segunda dotadas de humanitarismo y de filantropía, en po-
División.» El mariscal Regnaud de Saint-Jean d'An- cas palabras, si la preocupación y el estudio de
gely se dirigió, el 18 de mayo de 1859 en Marengo, este tan importante tema, haciéndolo avanzar unos
a la guardia imperial en estos términos: «Soldados pasos, mejoran un estado de cosas en el que nun-
de la guardia..., daréis al ejército el ejemplo de la ca estarían de más nuevos progresos y perfeccio-
intrepidez en el peligro, del orden y de la disciplina namientos, incluso en los ejércitos mejor organiza-
en las marchas, de la calma y de la moderación en dos, habré alcanzado plenamente mi objetivo.
las tierras que váis a recorrer. El recuerdo de vues- 14. Este cabo, que había sido herido en Magenta y
tras familias os inspirará la benevolencia para con que, tras su convalecencia, iba a integrarse en su
los habitantes, el respeto de la propiedad y, no lo batallón, se había esforzado mucho, en Castigilone,
dudéis, la victoria os espera...» por ayudar a los inválidos; acepté el ofrecimiento
9. Castiglione delle Stiviere, situado a seis leguas al que me hizo de acompañarme en esta gira por en-
sudeste de Brescia, tiene cinco mil trescientos habi- tre los ejércitos, durante la cual el hecho de ser él
tantes. Fue delante de Castiglione donde, el 5 de un militar graduado podía servirme de salvoconduc-
agosto de 1796, el general Bonaparte, al frente del to. Ese mismo día, 27 de junio, a dos ingleses, que
ejército de Italia, obtuvo, dos días después de la quisieron aventurarse hasta el interior de las líneas
toma de esta ciudad por el general Augereau, una francesas, unos soldados los tomaron por espías
importante victoria contra el mariscal de campo alemanes y los condujeron a empellones a través
austríaco Wurmser. También muy cerca de allí, a del campamento adonde tan desatinadamente
orillas del Chiese, ganó el duque de Vendôme, el habían ido a parar, hasta que, felizmente para ellos,
19 de abril de 1706, la batalla de Calcinato contra el se encontraron con el mariscal comandante del
mariscal de Reventlow, que mandaba a los imperia- cuerpo de ejército, que puso rápidamente fin a una
les, en ausencia del príncipe Eugenio. desafortunada peripecia de la cual, por lo demás,
nuestros dos insulares quedaron encantados.
10. Los padres, que vivían en rue d'Alger, Lyon, y
de quienes este joven, enrolado como voluntario, 15. Borghetto es una población de dos mil habitan-
era hijo único, no recibieron más noticias que las tes aproximadamente, en la orilla derecha del Min-
mías: su hijo habría sido dado, como tantos otros, cio, poco más o menos en frente de Valeggio. En
por «desaparecido». 1848, pasaron allí el Mincio, las tropas sardas, a las
órdenes del rey Carlos Alberto, a pesar de la vigo-
11. Tuve la satisfacción de encontrarme en París, rosa resistencia de los austríacos, mandados por el
durante el año siguiente, sobre todo en la rue de mariscal de campo Radetzky.
Rivoli, con militares amputados e inválidos que, al
reconocerme, se dirigían a mí para expresarme su 16. El duque de Magenta es muy bienquisto en el
gratitud porque yo les había prestado asistencia en ejército francés; sus soldados lo aman tanto como
Castiglione. «Lo llamábamos el señor blanco -me lo veneran. He aquí un ejemplo: el año 1856, en
dijo uno de ellos- porque iba usted todo vestido de Argelia, por el camino de Constantina, dos ex zua-
blanco: ¡y es que allí no hacia poco calor!» vos iban en el interior de una diligencia en la que yo
43
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

ocupaba el cupé; iban, como obreros, a Bathna,


para cortar árboles en los bosques; conversaban 21. Oigamos a Paul de Molènes, que tomó parte en
acerca de la guerra de Oriente y del mariscal Mac- la batalla como oficial superior en el ejército fran-
Mahon, en su pintoresco lenguaje del que algunas cés, y a quien su noble corazón dictó las siguientes
frases me llegaron: «Ese general -decía uno- es líneas, que están en perfecta armonía con nuestro
único, ¡sabía mandarnos! Somos viejos soldados, tema: «Después de la batalla de Marengo -la de
veteranos gruñones, nunca hemos tenido miedo y, 1800- que no iguala, ni con mucho, a la batalla de
sin embargo, llorábamos. ¿Recuerdas, cuando nos Solferino en estragos, Napoleón I tuvo uno de esos
habló en la planicie, al licenciarnos, terminado sentimientos subitáneos y potentes, ajenos a los
nuestro período de servicio, que despidiéndose dijo: consejos de la política, superiores quizás a las ins-
«Hijos míos, habéis servido con valentía al ejército, piraciones mismas del genio, uno de esos senti-
volvéis a la vida civil, nunca cometáis bajezas, re- mientos, el secreto de las almas heroicas, que na-
cordad que tenéis un padre, ¡y ese padre soy yo! cen, bajo la mirada de Dios, en las partes más ele-
Llevándose la mano al pecho, añadió: ...«y mi bolsa vadas y más misteriosas de la conciencia. En el
es la vuestra; dadme todos la mano...» ¿Recuerdas campo de batalla -escribió al emperador de Austria-
cuando nos arrojó la bolsa llena de oro, diciendo: en medio de los sufrimientos de una multitud de
«Repartid pero, ante todo, ¡no disputéis!...» heridos y rodeado de quince mil cadáveres, conjuro
a vuestra Majestad a que escuche la voz de la
17. Según cifras oficiales, se recibió en los hospita- humanidad. Esta carta, que reproduce literalmente
les de Brescia, del 15 de junio al 31 de agosto, sin un célebre historiador en nuestros días, me ha im-
contar más que calenturientos y enfermos, a 19.665 presionado profundamente. Quien la escribió tam-
soldados, de los cuales más de 19.000 pertenecien- bién se había emocionado y sorprendido. Pero con
tes al ejército franco-sardo. su sorpresa no se mezclaba el secreto remordi-
Los austríacos tenían, a su vez, por lo menos miento que se apodera (a lo que ellos llaman su
20.000 enfermos en sus hospitales del Véneto, sin despenar) de esos hombres que acusan a su espíri-
contar al grandísimo número de heridos que tam- tu de haber dormido cuando han dejado realizarse
bién allí recibían asistencia. algún acto generoso de su corazón. Aceptó él, en la
18. La primera de esas comisiones estaba integra- imprevista forma en que se le presentaba, un pen-
da por los señores Pallavicini, Glisenti, Averoldi, samiento cuya procedencia comprendía y respeta-
Sienna, por los abogados Zuccoli y Conter y por el ba. Ahora bien, la procedencia del pensamiento que
canónigo Rossa; la segunda por los señores Basi- arrancó al vencedor de Marengo este extraño grito
letti, Caprioli, Rovetta y Da Ponte. «Hay 40.000 de piedad y de tristeza, la batalla de Solferino -
habitantes en nuestra ciudad -dijo tres días antes añade Paul de Molènes- lo hacía surgir de nuevo.»
de la batalla el alcalde de Brescia; por lo tanto, ten-
dremos 40.000 camas disponibles.» 22. Se lograron estos resultados gracias, en parti-
cular, a la actividad y a la energía del señor Carlo
19. En especial, del general marqués de Beaufort Brot, banquero de Milán, único miembro del consejo
d'Hautpoul, tan distinguido por su carácter bueno y de administración de los ferrocarriles lombardove-
afable como por sus excelsas cualidades militares: necianos que había permanecido en esta ciudad.
era jefe de estado mayor general del cuerpo de
ejército que había ocupado Toscana. Después, fue 23. A mediados de junio de 1859, y por consiguien-
comandante en jefe de la expedición de Siria. El te antes de Solferino, en los hospitales de Milán
general de Beaufort es sobrino del fallecido conde había ya unos nueve mil heridos de las batallas
de Budé, que era miembro del Consejo General de anteriores: sólo en el Hospital Mayor o gran hospi-
Ain, y que murió en Ginebra, el mes de julio de cio civil (fundado, el siglo XVI, por Bianca Visconti,
1862, muerte muy sentida por quienes lo conocie- esposa del duque Sforza), se alojaban cerca de tres
ron. 20. En periódicos franceses y en publicaciones, mil.
se ha escrito que, cuando se firmó el tratado de paz
de Villafranca, el mariscal de campo Hess declaró 24. Al cabo de pocos días, los habitantes de Milán
que, de los austríacos, hubo 50.000 hombres pues- tuvieron que llevar, en la mayoría de los casos, a
tos fuera de combate en la batalla de Solferino, los hospitales los soldados enfermos que hablan
porque -parece ser que añadió- «los cañones es- alojado en sus Casas, porque se quería evitar la
triados franceses diezmaban nuestras reservas». diseminación de los socorros y un exceso de traba-
Pero es lícito dudar de la veracidad de tales afirma- jo de los médicos, que no bastaban para efectuar
ciones. las correspondientes visitas. Se había encargado la
44
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

alta supervisión de los hospitales de esta ciudad al sobrevienen desastres como inundaciones, incen-
doctor Cuvelier, que desempeñó dignamente el dios; el móvil filantrópico del que nacerían las im-
difícil cometido que le confió el cirujano jefe del pulsaría a que actúen siempre que su acción pueda
ejército de Italia. Secundó a éste muy eficazmente, realizarse.
tras la batalla de Solferino, el señor Faraldo, inten-
dente general de la provincia de Brescia, cuya acti- 27. Durante la guerra de Oriente, el emperador de
vidad y cuyos elevados sentimientos merecen los Rusia, Alejandro II, visitó, el invierno de 1854 a
mayores elogios. Cuando, a mediados de junio, 1855, los hospitales de Crimea. Este poderoso so-
salió de Milán para dirigirse a Brescia, el ejército berano, de quien son bien conocidos el excelente
francés dejaba detrás refugios tutelares para más corazón y el alma tan generosa y tan humana, se
de ocho mil heridos. Hay que mencionar la buena impresionó de tal manera, ante el espectáculo que
organización del ejército francés desde el punto de se ofrecía a su mirada, que allí mismo decidió con-
vista humanitario, gracias, especialmente a S.E. el certar la paz, pues no podía soportar la idea de una
mariscal Randon, ministro de la guerra, al mariscal continuación de estragos que a tan penoso estado
Vaillant, general mayor del ejército de Italia, y al reducían a un tan considerable número de sus súb-
general de Martimprey, ayudante mayor general del ditos.
ejército.
28. La imagen de la señorita Florence Nightingale,
25. La condesa Justina Verri (de nacimiento, Bo- recorriendo por la noche, con una pequeña lámpara
rromeo) murió en Milán el año 1860, dejando pro- en la mano, los espaciosos dormitorios de los hos-
fundamente apenados a quienes tuvieron la dicha pitales militares, y tomando nota del estado de cada
de conocerla. Los almacenes de gasa, de vendas, uno de los enfermos, para recabar el más oportuno
etc., situados en Contrada San Paolo, que con gran tratamiento respectivo, nunca desaparecerá del
inteligencia ella administraba, se aprovisionaban corazón de los hombres que se beneficiaron o fue-
recibiendo envíos procedentes de diversas ciuda- ron testigos de su admirable caridad, y para siem-
des y de diferentes países, pero sobre todo de Tu- pre se conservará memoria de este hecho en los
rín, donde la marquesa Pallavicino-Trivulzio reali- anales de la Historia.
zaba una obra parecida a la de la señora Verri en
Milán. Ginebra y otras ciudades de Suiza, así como 29. Evitando, gracias a mejores medios de trans-
de Savoya, expidieron con destino a Turín grandes porte, los tan frecuentes accidentes durante el tra-
cantidades de ropa y de hilas, por mediación del yecto desde el campo de batalla hasta la ambulan-
doctor Appia que, en Ginebra, tomó la iniciativa de cia, disminuirá el número de amputaciones, y de-
esta excelente acción. Se asignaron elevadas can- crecerán las cargas de un gobierno que ha de pen-
tidades de dinero para proporcionar a los heridos, sionar a los inválidos. Varios cirujanos han hecho,
sin distinción de nacionalidad, pequeños socorros últimamente, del transporte de heridos tema de
de toda índole. La señora condesa G. propuso, con estudios especiales: así, el doctor Appia ha ideado
esta finalidad, instituir un comité, y tal propuesta, un aparato flexible, ligero y sencillo, que amortigua
favorablemente acogida en París, tuvo en Ginebra las sacudidas en los casos de fracturas de miem-
un comienzo de realización. Desde Suiza, país bros; y, afortunadamente, también el doctor Martès
neutral, donde las simpatías se repartían natural- se ha interesado por esta cuestión. El señor Louis
mente entre los dos ejércitos beligerantes, se Joubert, ex alumno en cirugía de los hospitales de
transmitieron a los comités oficiales de Turín y de París, primer agregado en el Gabinete de S.M. el
Milán socorros que debían distribuirse imparcial- emperador de los franceses, inventó, ya durante la
mente entre los franceses, los alemanes y los ita- guerra de Italia, un saco-camilla, de tan sencillo
lianos. como ingenioso mecanismo, y cuyas ventajas son
En Turín, la marquesa Pallavicino-Trivulzio, tan bastante notables para que las tropas expediciona-
buena, tan generosa y tan abnegada, presidía el rias francesas en Méjico y en Cochinchina hayan
comité principal (Comitato delle Signore per la rac- llevado consigo cierto número de estos aparatos.
colta di bende, filace, a prò dei feriti), con toda la Tras haber reconocido la utilidad del saco-camilla,
actividad que suponía tan gran tarea. Se instituye- diversos gobiernos lo han aprobado, y su empleo
ron otros comités en Turín, cuya población se había comienza incluso a generalizarse en Francia (admi-
mostrado muy en favor de las víctimas de la guerra. nistraciones civiles, grandes centros industriales
tales como fábricas, solares de construcción, explo-
26. Estas sociedades podrían incluso prestar gran- taciones mineras, etc.). El saco-camilla sirve, a la
des servicios en épocas de epidemias, o cuando vez, como tienda-refugio, litera de campaña, cama
45
Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

provisional de hospital y camilla cubierta con almo- enviados. Durante la guerra de Oriente, por ejem-
hada. El aparato del señor Joubert es, por su exce- plo, se hicieron, desde San Petersburgo con desti-
lente combinación, su gran ligereza, su forma y su no a Crimea, considerables envíos de hilas prepa-
poco volumen muy superior a los sistemas antiguos radas por las damas rusas ; pero esos fardos, en
y modernos, y no está integrado más que por ele- lugar de llegar a los hospitales adonde se remitían,
mentos ya familiares al soldado y que le son útiles a se encaminaron hacia las papelerías, que dispusie-
varios respectos. ¿No deberían honrar las socieda- ron de los mismos como si fuesen mercancía asig-
des que deseamos se constituyan, muy en particu- nada para su industria.
lar, a quienes dedican, como el señor Joubert, su
talento y sus desvelos a investigaciones y a inven- 34. Pero, para la fundación misma de los comités,
tos tan humanitarios y tan bienhechores? no se requiere sino un poco de buena voluntad por
parte de algunas personas honorables, dotadas de
30. Durante la guerra de Italia, hubo incluso solda- perseverancia, aunque no parece que, por lo que a
dos en tal grado aquejados por la nostalgia que las mismas atañe, deban dar pruebas de muy ex-
murieron sin tener otra enfermedad ni herida algu- traordinaria abnegación. Habría que formar a direc-
na. tivos, en estado latente, es decir una especie de
estado mayor integrado por un pequeño número
31. Al comienzo de la campana de Italia y antes de de generosos filántropos y que, siempre dispuesto
que tuviese lugar combate alguno, la señora N... a actuar, permanecería, sin disolverse, más o me-
propuso, ante los asistentes a la tertulia de un salón nos inactivo en tiempo de paz. Comités organiza-
en Ginebra, la formación de un comité para el envío dos en diferentes comarcas y en localidades distin-
de socorros a los heridos; varias de esas personas tas, podrían, aunque independientes los unos de
a las que se dirigía consideraban demasiado pre- los otros, entenderse bien e intercomunicarse en la
matura tal propuesta, y yo mismo no pude menos eventualidad de una guerra. El llamamiento ha sido
de decir: «¿Cómo se puede pensar en hacer hilas escuchado y, de varios países de Europa, el autor,
antes de que haya un solo herido? » Y, sin embar- que más que nunca está persuadido de que pueden
go, ¡a cuántos habrían sido útiles, ya desde los y deben instituirse estas sociedades, ha recibido
primeros enfrentamientos, esas hilas en los hospita- numerosos testimonios de auténtica simpatía por
les de Lombardía y del Véneto! Así pues, ver per- esta obra, procedentes de personas, militares y
sonalmente hechos tales como los aquí consigna- civiles, de todas las categorías.
dos fue lo que, cambiando mi opinión al respecto,
me indujo a presentar algunas reflexiones sobre 35. «... Es necesario que se vea, mediante ejem-
este tema, ¡y ojalá sean mejor recibidas que yo plos tan palpitantes como los que usted consigna -
recibí, en mayo de 1859, la propuesta de la señora se dignó escribirme, el 19 de octubre de 1862, el
N...! honorable general Dufour- lo que la gloria de los
campos de batalla cuesta en torturas y en lágrimas.
32. ¿No se convocan pequeños congresos de sa- Somos demasiado proclives a no ver, de una gue-
bios, de juristas, de agrónomos, de estadísticos, de rra, más que su aspecto de brillantez, y a cerrar los
economistas, que se reúnen expresamente para ojos ante sus tristes consecuencias. Conviene -
tratar cuestiones que, de todos modos, tienen me- añade el ilustre general en jefe de la Confederación
nor importancia, y no hay sociedades internaciona- Suiza- llamar la atención acerca de esta cuestión
les que se ocupan de industria, de beneficencia, de humanitaria y, a este respecto, las páginas por us-
obras públicas, etc.? ted escritas me parecen eminentemente apropia-
das. Un atento y profundo examen puede, con la
33. Con sociedades como las que prevemos, se cooperación de los filántropos de todos los países,
evitarán muchas posibilidades de derroche, o poco deparar la idónea solución...»
sensatas reparticiones de fondos y de recursos
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Comité de los 5
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

Propuestas de Henry Dunant:


la semilla y los frutos.

No se limita Henry Dunant, en su obra «Re- socorro y solicitaron, para las mismas, la pro-
cuerdo de Solferino » a describir una terrible tección y el apoyo de los Gobiernos. Además,
batalla ni a evocar sus impresiones y su inter- en el congreso se expresaron deseos de que
vención personal; también formula ideas y pro- las Potencias beligerantes declaren neutrales,
puestas referentes al futuro y cuya realización es decir inviolables, en tiempo de guerra, los
debería impedir la repetición de los sufrimien- lazaretos y los hospitales de campaña, de que
tos comprobados en Solferino. esta protección incluya también al personal
sanitario de los ejércitos, a los auxiliares volun-
Tales ideas y propuestas, modestas y audaces tarios y a los heridos y, por último, de que los
a la vez, así como su rápida realización, hicie- Gobiernos elijan un signo distintivo común para
ron del libro de Dunant más que un reportaje las personas y los bienes protegidos.
de guerra y, hoy todavía, lo hacen digno de ser
leído e indispensable para comprender lo que En 1864, el Consejo Federal suizo reunió una
es la organización mundial llamada «Cruz Ro- Conferencia Diplomática en Ginebra, en la cual
ja». participaron delegados plenipotenciarios de 16
países, que redactaron el «Convenio de Gi-
Doble era la finalidad de las propuestas de nebra para mejorar la suerte que corren los
Dunant: por una parte, la fundación, en todos militares heridos de los ejércitos en cam-
los países, de «sociedades voluntarias de so- paña», firmado el 22 de agosto del mismo año
corro para prestar, en tiempo de guerra, asis- y ratificado en el transcurso de los años si-
tencia a los heridos» ; por otra parte, la formu- guientes por la casi totalidad de los Estados.
lación de un «principio internacional, conven-
cional y sagrado», base y apoyo para dichas Este Convenio convertía en realidad los de-
sociedades de socorro. ¿Se han abierto cami- seos expresados en el congreso de 1863 y
no, en el transcurso de ya más de un siglo, consta, en el mismo, el importante principio -
esas propuestas? decisivo para el conjunto de la obra- según el
cual deben ser recogidos y asistidos, sin dis-
En 1863, cuatro años después de la batalla de tinción de nacionalidad, los militares heridos y
Solferino y un año después de la publicación enfermos. Como emblema que garantiza la
del libro de Dunant, un Comité privado, inte- protección y la ayuda así conferidas, se optó
grado por Henry Dunant, el general Dufour, por el signo heráldico de la cruz roja sobre
Gustave Moynier, los médicos Théodore Mau- fondo blanco, emblema mantenido para rendir
noir y Louis Appia, organizó un congreso, que homenaje a Suiza, de cuya bandera nacional
se celebró en Ginebra y en el cual participaron toma, intervertidos, los colores.
representantes de 16 países, que recomenda- Sobre la base de las resoluciones del congreso
ron la fundación de Sociedades nacionales de de 1863 y del Convenio de Ginebra, se desa-
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Recuerdo de Solferino.
Henry Dunant.

rrollaron, poco a poco, la organización humani- Sociedades de la « Cruz Roja», se han funda-
taria denominada «Cruz Roja Internacional» y do, con
la gran obra convencional, universalmente re- el emblema correspondiente, Sociedades de la
conocida, que son los Convenios de Ginebra «Media Luna Roja»y del «León y Sol Rojos».
para la protección de las víctimas de la guerra.
Organización mundial, por una parte, obra Hoy, la organización mundial de la Cruz Roja
convencional, por otra parte: ayuda humanita- está integrada por 130 Sociedades nacionales,
ria y protección jurídica que mutuamente se que totalizan unos 200 millones de miembros y
apoyan. De su unión, nace la fuerza que, para de colaboradores. Por lo demás, en la Cruz
miles y miles de personas ha sido, en las más Roja de la Juventud hay 50 millones de afilia-
graves circunstancias de calamidad: salvación, dos, que tienen de 10 a 18 años.
alivio, consuelo.
El campo de actividades de las Sociedades
Ya antes de concertarse el Convenio de Gine- nacionales ha desbordado ampliamente el ám-
bra, el « Comité de los Cinco » -aunque de bito de las tareas previstas por Dunant y por el
índole específicamente suiza- se constituyó en congreso de 1863. Partiendo de los socorros
« Comité Internacional de Socorro a los Milita- sanitarios «en favor de los militares heridos y
res Heridos» que, más tarde, pasó a llamarse enfermos», se ha desarrollado la asistencia a
Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), y todas las víctimas de la guerra, asistencia de la
se asignó los cometidos de propiciar la funda- que actualmente se benefician los prisioneros,
ción de sociedades nacionales de la Cruz Ro- los civiles heridos y enfermos, internados y
ja, de facilitar su obra común y de intervenir, en deportados, las personas evacuadas, las que
caso de guerra, como organismo imparcial, carecen de vivienda, la población de territorios
para proteger a las víctimas de la guerra y para ocupados, los refugiados.
prestar ayuda por doquier. En las dos guerras
mundiales, el CICR se preocupó, en primer El aumento de trabajo realizado por la Cruz
lugar, por la suerte que corrían los prisioneros Roja en período de guerra ha originado un in-
de guerra, haciendo que sus delegados visita- cremento de las tareas en tiempo de paz: los
sen los lugares de detención e instalando en colaboradores de la Cruz Roja que prestan
Ginebra una agencia central de información, satisfactorios servicios en período de infortunio
que transmitió millones de noticias entre los no quieren y no deben permanecer inactivos.
prisioneros y la respectiva familia. Durante la
Segunda Guerra Mundial, el CICR extendió su Conviene, por el contrario, que puedan contri-
actividad de protección y de asistencia a las buir a realizar, tanto en los países industriali-
personas civiles, en especial a los internados zados como en los del Tercer Mundo, la coti-
civiles y a la población civil en las zonas ocu- diana labor humanitaria. Así se ha organizado
padas. Además, el CICR ha contribuido am- el «trabajo de paz » de las Sociedades nacio-
pliamente, tras la Primera Guerra Mundial, a nales y así se han desarrollado las respectivas
mejorar y a completar los Convenios de Gine- actividades en favor de los enfermos, de los
bra; a su iniciativa se deben, esencialmente, heridos y de los impedidos, así se han fomen-
las revisiones y las nuevas disposiciones, tado las obras en favor de los ancianos y de
aprobadas en 1929 y en 1949, sobre las cua- los niños, de las víctimas de catástrofes en el
les todavía se volverá. propio país o en el extranjero. A estas tareas
médico-sociales de tiempo de paz se añadie-
Inmediatamente después de 1863-1864, se ron, tras la Primera Guerra Mundial, las activi-
fundaron Sociedades nacionales de la Cruz dades de la Cruz Roja de la Juventud, que
Roja en número considerable; más tarde, al prepara a los jóvenes para que ayuden y pres-
ritmo de los conflictos registrados. ten servicios, intentando, además, cultivar la
Se evidencia el desarrollo del Movimiento fuera comprensión y la amistad entre los adolescen-
de Europa por el hecho de que, además de las tes de toda nacionalidad.
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Henry Dunant.

Desde 1919, las Sociedades nacionales de la respeto de ciertos derechos fundamentales por
Cruz Roja son miembros de una federación lo que atañe a los habitantes de territorios
mundial, la Liga de Sociedades de la Cruz Ro- ocupados. Una Conferencia Diplomática cele-
ja. A la inversa del Comité Internacional de la brada, en 1929, por invitación del Consejo Fe-
Cruz Roja (exclusivamente integrado por ciu- deral suizo, revisó el Convenio de Ginebra de
dadanos suizos -garantía de independencia, 1906 y aprobó el «Convenio de Ginebra relati-
de neutralidad y de imparcialidad), la Liga es vo al trato debido a los prisioneros de guerra»,
un foro en el que se encuentran, en pie de en el que se completan y se puntualizan, te-
igualdad, para intercambiar sus experiencias y niendo en cuenta las experiencias de la Prime-
para ayudarse mutuamente, los representantes ra Guerra Mundial, las prescripciones conteni-
de la Cruz Roja de todos los países. Los prin- das en el «Reglamento de La Haya relativo a
cipales cometidos de la Liga son: auspiciar el la guerra en tierra». Por último, en 1949, otra
desarrollo de las Sociedades nacionales recién Conferencia Diplomática, reunida también por
fundadas, así como estimular y coordinar las el Gobierno suizo, sometió a una detenida re-
actividades de todas las Sociedades naciona- visión los textos de Ginebra ya en vigor, aña-
les, especialmente los socorros en caso de diendo otro: el «Convenio relativo a la protec-
catástrofe natural. ción de las personas civiles en tiempo de gue-
rra». También este Convenio remite al «Re-
En 1928, el Comité internacional, la Liga y las glamento de La Haya relativo a la guerra en
Sociedades nacionales se reunieron en una tierra», pero se tratan, en el mismo, cuestiones
organización «cimera» llamada Cruz Roja In- nuevas: hay, por ejemplo, disposiciones por lo
ternacional, en cuyos Estatutos se puntualizan que respecta a la protección de los hospitales
las respectivas competencias del Comité y de civiles y de los transportes sanitarios civiles, a
la Liga, así como las recíprocas relaciones: se la designación de zonas sanitarias y de seguri-
estipula que una «Conferencia Internacional», dad, al estatuto jurídico de los extranjeros en el
en la que participan representantes de las So- territorio de una Parte en conflicto, al trato de-
ciedades nacionales reconocidas, del CICR, de bido a los internados civiles y a la población de
la Liga y de los Estados Partes en los Conve- territorios ocupados. Otro factor importante es
nios de Ginebra, garantiza la unidad de las que los Estados contratantes deben aplicar los
actividades que despliegan todos los organis- cuatro Convenios de Ginebra de 1949 en todos
mos de la Cruz Roja. los casos de conflicto armado, incluso cuando
la guerra no haya sido declarada y cuando una
Así como estas organizaciones se han modifi- de las Partes no haya reconocido el estado de
cado, según las nuevas necesidades, al paso guerra.
de los años, así también el Convenio de 1864
ha sido adaptado a las circunstancias, y nue- Además, deben aplicarse, asimismo, algunas
vos instrumentos lo han completado. La prime- prescripciones fundamentales en los casos de
ra Conferencia para la Paz de La Haya (1899) conflicto armado no internacional (guerra civil)
aprobó un nuevo Convenio para «La adapta- que tenga lugar en el territorio de una de las
ción de los principios del Convenio de Ginebra Partes contratantes.
de 1864 a la guerra marítima». Se revisó, en
1906, el Convenio de 1864 y, por primera vez, A finales de junio de 1982, en los cuatro Con-
se menciona a las sociedades de socorro vo- venios de Ginebra de 1949 eran Partes 151
luntarias. La segunda Conferencia para la Paz Estados, de los cuales todas las grandes po-
de La Haya (1907) aprobó el «Reglamento tencias. En 1977, cuando finalizaron los traba-
relativo a las leyes y costumbres de la guerra jos de la Conferencia Diplomática sobre la re-
en tierra»; se prohíbe, en este texto, recurrir a afirmación y el desarrollo del derecho interna-
los medios de guerra que causen sufrimientos cional humanitario aplicable en los conflictos
crueles e inútiles, se propugna, para los prisio- armados -reunida en Ginebra el año 1974, por
neros de guerra, un trato humano, así como el invitación del Consejo Federal suizo- se com-
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Henry Dunant.

pletaron los Convenios de 1949 mediante dos de la Cruz Roja se guíen por el espíritu de los
Protocolos adicionales, relativos el primero a Convenios de Ginebra y de los Principios de la
los conflictos armados internacionales, a los Cruz Roja: por el espíritu de humanidad, de
conflictos armados no internacionales el se- conformidad con el cual la persona que sufre y
gundo. que se ve privada de libertad recibe, sin dis-
criminación de ninguna índole, protección y
Los Protocolos -integrados por un total de 130 asistencia; será también de capital importancia
artículos- contienen, junto con disposiciones que se aplique el principio de neutralidad, por
acerca de la protección y la asistencia a los el que se prohíbe a la Cruz Roja inmiscuirse en
heridos, a los enfermos y a los prisioneros, hostilidades y en controversias político-
normas referentes a la conducción de la guerra ideológicas. Humanidad, imparcialidad y neu-
tendentes, en primer lugar, a evitar sufrimien- tralidad garantizan la unidad y la universalidad
tos inútiles y a reforzar la protección debida a del Movimiento de la Cruz Roja.
la población civil contra los efectos de la gue-
rra. Los Protocolos adicionales entraron en Solamente como Movimiento unido y universal
vigor a comienzos de 1978; a finales de junio podrá la Cruz Roja cumplir su misión humani-
de 1982, los Protocolos habían sido ratificados taria, aportando así su contribución a la com-
por 25 Estados el I, por 22 Estados el II. prensión entre los seres humanos y los pue-
blos, su contribución también en pro de la paz.
Las Sociedades nacionales de la Cruz Roja y
de la Media Luna Roja, el CICR y la Liga ten- Profesor Hans Haug.
drán ante sí, los próximos años, ingentes ta- Expresidente de la Cruz Roja Suiza.
reas y difíciles problemas. Para resolver éstos, Berna, octubre de 1982.
requisito esencial será que las organizaciones
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