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Reseña | Javier Menéndez Llamazares

Una lúcida reflexión


Poesía. Libros del Aire publica la segunda entrega poética del escritor
cántabro Juan Francisco Quevedo

UNA MIRADA A ESTE TIEMPO NUESTRO


JUAN FRANCISCO QUEVEDO
Editorial: Libros del Aire, 2021. 126 páginas. Precio: 15 €.

«A pesar de que cambiemos de cielo, nunca conseguiremos mudar


de alma», asegura Juan Francisco Quevedo en ‘Invariable’, uno de los
poemas con que cierra ‘Una mirada a este tiempo nuestro’ (Libros del
Aire, 2021), su segunda entrega poética tras la seminal ‘La pesca de la
memoria’ (Ed. Septentrión, 2017). Y viene la cita a cuento de la especial
hilazón que hilvana ambos poemarios; si en primero el poeta ofrecía un
particular «mapa sentimental del autor», en este su mirada se amplía, y el
foco pasa del interior al entorno, aunque siempre tamizado por la visión
personal e intransferible de Quevedo. Una visión que, aunque pretenda
tender a cierto desencanto disfrazado de pesimismo –como cuando
señala que la vida no es más «que una hilera de esquelas aguardando la
nuestra»–, en el fondo no puede renunciar a la luminosidad, a la
salvación a través de dos caminos que a menudo convergen en el poeta:
el amor y la belleza.
‘Amor, dolor y poesía’ se llama, precisamente, el primer bloque de
poemas, que se abre con una suerte de poética que, con forma de
memorias personales o casi de currículum vitae, se convierte en un texto
autoexplicativo del título del libro: «el tiempo que vivo, el que quise vivir,
fue el nuestro, el de los dos, el de los cuatro, el de los dos, el de los que
hayan de venir». Destinatarios, pues, no muy numerosos, aunque en el
prólogo que firma el profesor José Luis García Martín se amplíe
considerablemente ese grupo, pasando del círculo de la estricta intimidad
a una dimensión más social: la de la amistad. Defiende el crítico que se
trata, a la manera del viejo Cossío, de un «libro para amigos» porque,
«aunque no vaya destinado en exclusividad a ellos, resulta imposible no
considerarse amigo suyo después de haberlo leído».
‘Tierra, polvo y luz’, el segundo bloque, cede la atención al entorno,
a un paisaje reconocible –con sus menciones a la bahía– que se acaba
fundiendo con la memoria familiar. Vida y escenario se unen con un hilo
tan invisible como irrompible. En el bloque final, ‘Pensamiento y
palabra’, quizá el más desengañado, la mirada se abre finalmente a los
otros, como en el muy significativo ‘Desfile atónito de vanidades’, para
terminar con una demoledora añoranza de la infancia, siempre desde
una línea clara en la que la memoria acaba provocando una lúcida
reflexión.

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