¿Puede el dinero conducirnos a la felicidad? Esto dependerá de tu actitud frente a lo material
No hay mayor objeto de deseo que el dinero, ese cheque al portador para
adquirir todo género de bienes económicos, precisamente aquellos que el dinero puede comprar. El dinero es una fuente importante de felicidad porque es imprescindible para comer, para vestirnos, para adquirir medicamentos, para estudiar o vivir en una casa digna. Todo estos bienes son vehículos importantes para ser felices. Resulta difícil (aunque no imposible) que un hambriento sea feliz, o que sea feliz quien está severamente enfermo, o quien vive en la calle. Vivir en una casa digna, comer ciertos alimentos o comprar medicinas son lujos para un tercio de la humanidad. Pero una cosa es que estos bienes alejen el dolor y otra muy distinta que aseguren la felicidad. ¿Puede el dinero conducirnos a la felicidad? Desde luego, pero todo depende del fin que le demos y con qué sentido lo ganamos. Este es el secreto: el dinero hay que ganarlo con honestidad y con esfuerzo, gastarlo con moderación, cuidarlo con inteligencia y compartirlo con el corazón. Fue Aristóteles quien propuso estas cuatro fórmulas, hace más de 23 siglos. Dicho de otra manera, ha de haber proporción entre lo que se gana, lo que se gasta, lo que se ahorra y lo que se reparte. Encontrar las proporciones más bellas es propio de los artistas. Quien cuida estas proporciones es un artista en el uso del dinero. Si la falta de dinero para lo indispensable puede entristecernos, poseer dinero no asegura que nos alegremos. El dinero no llena a nadie, lo que llena es el buen uso que le demos. En otras palabras, el fin del dinero no es poseer el mundo, sino vincularnos positivamente con el mundo. Sirve para estrechar vínculos personales con los demás. Por el contrario quien no crea lazos se aísla y se envilece. Las relaciones humanas basadas en el dinero no son relaciones profundas, sino relaciones superficiales y de conveniencia. Estos lazos desaparecen cuando se acaba el dinero. Los únicos lazos permanentes son los que están basados en la
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amistad, o en el amor. Cuando hay entrega de dinero por amor, también hay sacrificio, hay desprendimiento. Los demás lo saben, lo reconocen, lo admiran, lo aprecian. Para mucha gente es más fácil donar su sangre que desprenderse de su dinero. ¿Por qué, entonces, se dice que hay más gozo en el dar que en el recibir? Si esto es verdad, luego quien tiene más podrá gozar más, ya que para dar es necesario tener. El que tiene dinero puede ganarlo lícitamente o de manera ilegítima, puede dilapidarlo en frivolidades o gastarlo sabiamente , puede gastarlo todo o ahorrar una parte, puede gastar todo en sí mismo o compartir algo de lo que posee. Aristóteles propone que debe haber proporción en estas cuatro operaciones. Hay un vicio que consiste en ganar mal el dinero. Para algunos, el dinero es tan importante que lo buscan por cualquier medio, incluso pasando por encima de la ley, o de los demás. Estas personas, dijo Aristóteles, son como las bestias. No distinguen que el dinero es un medio para ser feliz, no un fin. El dinero por sí mismo jamás nos hará felices, pero es una buena ayuda cuando lo tenemos y sabemos cómo usarlo. Imaginemos un joven que gasta mucho y le gusta ostentar sus lujos y sus bienes. Lo seguirán quienes ansíen ser como él, pero lo harán mientras disfruten su dinero. Un joven invitó a varios amigos a comer y para impresionarlos eligió un restaurante muy caro. ¿De dónde saca tanto dinero?, se preguntaban sus amigos. Al poco tiempo dos bellas damas ocuparon una mesa cercana y el joven ordenó con ostentación dos botellas del más caro champagne. Fue notoria su intención de que ellas se percataran. Más tarde sus amigos calificaron la actitud del joven como vulgar. Queriendo impresionarlos a ellos y a las damas, este joven logró el efecto contrario. Todos saben qué improbable es, a tan corta edad, acumular tanto dinero. ¿De dónde le viene todo eso?, se preguntarán. Es un junior que vive de su padre y que nada ha hecho por sí mismo, o tal vez vive de negocios turbios.
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Quien tiene dinero sin esfuerzo no puede ser admirado. Quien triunfa con dinero mal habido será visto con desprecio. Si además ostenta vulgarmente lo que tiene, recibirá doble rechazo. No es lo que tenemos lo que causa admiración, sino el uso que damos a lo que tenemos. Será digno de alabanza quien sabe ganar dinero y además gasta con medida, en las cosas necesarias, sabiendo siempre con quién compartir lo que tiene. Un joven con talento para hacer dinero lícito seguramente será admirado. Parecerá razonable que viva con ciertos lujos, porque el origen de su riqueza será entendible y sus esfuerzos dignos de imitar. Todavía será más admirado quien, teniendo mucho, vive con sencillez, porque este sabe lo que vale y no cifra su valor en las cosas que posee. Los demás reconocerán su seguridad al no exhibir las cosas que legítimamente posee. Pero los más altos elogios estarán reservados para el que, teniendo mucho y siendo sencillo, además sabe compartir lo que posee. Este conoce lo que vale y también estima bien el valor de los demás. Su señorío sobre sí mismo causará admiración. Quien es un artista en el buen uso del dinero posee una virtud llamada liberalidad. Significa que es “libre” del poder de atracción del dinero. Esta persona renuncia a hacer dinero mañosamente; evita conservarlo todo para sí mismo; sabe cómo gastarlo. El liberal sabe a quién dar, por qué dar, cuándo dar y qué cantidad dar. Nunca se arrepiente por haber dado y por ello es muy querido, pues no gasta en exceso ni en sí mismo ni para divertir a sus amigos, y además sabe gastar en quien realmente lo necesita. Quien gasta o da más de lo que gana no es virtuoso. Esta persona padece un vicio llamado prodigalidad. Parecería que al pródigo le molesta tener dinero, pues inmediatamente siente la necesidad de gastarlo. Hay pródigos buenos, que dan a otros hasta lo que no tienen. También hay pródigos egoístas, que todo se lo gastan en fiestas y en excesos. Ambos están enfermos, pero finalmente se curan porque terminan igualmente en la ruina. El pródigo noble será más
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querido y recordado que el egoísta, pero esto no le servirá de consuelo cuando acabe en la quiebra. Ningún pródigo sabe cómo ser feliz con el dinero. Quien da mucho menos de lo que gana tampoco es virtuoso. Este se llama avaro. Hay gente que no gasta ni en ella misma. Su mezquindad hace que le duela profundamente cada moneda que saca de su bolsillo. Esta enfermedad, dijo Aristóteles, es incurable. Es gente ansiosa de seguridad, que teme la pobreza. Cree que teniendo dinero enfrentará la enfermedad, el hambre y la vejez. Olvida que su dinero será inútil contra lo inevitable y tampoco se lo llevará a la tumba. El pródigo y el avaro tienen un gran riesgo de buscar dinero en donde no deben, el primero para gastarlo y el segundo para atesorarlo. Ninguno de los dos sabe ser feliz con el dinero. El dinero compra títulos, pero no sabiduría; compra medicinas, pero no salud; compra comodidades, pero no paz interior; provoca admiración o envidia, pero no compra el amor. El dinero no compra los bienes más importantes: la verdad, la belleza, la bondad o la felicidad. Pocos bienes hay tan queridos como la juventud y a esta no la compra el dinero. Compra, eso sí, arreglos cosméticos que deforman los rostros, arrebatándoles la dignidad de la vejez. Pero el dinero puede traernos un gozo especial, cuando además de servirnos a nosotros mismos podemos ayudar a otros, en una proporción adecuada. Ser útiles, dando un poco de felicidad a otros, son fuentes de un gozo profundo y estrechan nuestros vínculos con los demás. Se equivocan quienes hacen dinero de donde no conviene, derrochan lo que tienen y, desde luego, no gastan ni dan lo que tienen. Por eso, después de saber ganar el dinero, es importante saber cuidarlo, gastarlo y darlo. Del dinero gozará mucho más el liberal porque está libre de la esclavitud del dinero. Por ello Aristóteles incluyo el “dar” dentro de la fórmula para que el dinero sí haga la felicidad.
MMC: Motivación y Mente Consciente: Un programa de 6 pasos enfocado a la apertura de la consciencia, al adiestramiento mental, a la productividad, a la plenitud y a la trascendencia