Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ANDER MAIS
Copyright © 2020 ANDER MAIS (3ª edición)
Title Page
Copyright
Prólogo.- La Vecina
1.- Cómo la conocí
2.- Todo Comenzó Con Un Topless
3.- Noche de Verano
4.- Encuentro en la cafetería
5.- Sorpresas en la Playa
6.- Pasión Entre las Rocas
7.- Secretos de Verano
8.- Una Cena Peculiar
9.- La Fiesta: Encuentros
10.- La Fiesta: Mi compañero del morbo
M
estaba haciendo el día realmente pesado. Tengo recuerdo de mi
mismo tirado en el sofá, frente al televisor, pasando canales con el
mando y sin saber muy bien cómo matar el tiempo.
Yo, de aquella, podría decirse que me consideraba un chico
con cierto éxito con la mujeres. Pelo castaño; ojos marrones;
estatura media (1,78), y complexión normal. Para nada es que fuese
el típico “guaperas ligón”, ni mucho menos, pero siempre de una
forma u otra me las había arreglado para tener chicas cerca. Yo creía que
más bien por mi carácter simpático y amigable que por mi atractivo físico.
Siempre me había visto a mi mismo como al que suelen llamar “el típico
resultón”, pero nada más.
Eso sí, desde que me había mudado a vivir solo, llevaba meses
dándome cuenta que la vida que llevaba de sábados de fiesta y de andar de
flor en flor, ya me estaba cansando. Cada día sentía más presente la
imperiosa necesidad de echarme de una vez una novia “de verdad”, o sea,
con la que convivir y sentar la jodida cabeza. Y aquella tarde de dura resaca
era otra inequívoca confirmación de que tenía que cambiar de hábitos de
vida. Llevaba ya casi seis años sin una pareja, digamos formal, y sin llegar a
nada concreto con ninguna de las chicas con las que había congeniado
últimamente.
Además, esa tarde estaba expectante por si volvía a oír llegar a la
vecina: una, supuestamente, profesora madurita de poco más de cuarenta y
cinco años que se había mudado recientemente al piso justo enfrente del
mío. Tenía una tremenda curiosidad por descubrir algo más de ella, tras dos
meses encontándonos por las escaleras, saludándonos en nuestras escasas
coincidencias por el rellano. Pero notaba en ella un cierto aíre pícaro y
sugerente, sobre todo en sus miradas hacía mí. Todo esto, hasta el domingo
anterior, donde había tenido un pequeño encontronazo con ella...
Hacía en ese momento justo una semana, me la topé a la entrada del
edificio cargada de libros y de una pesada maleta que traía. Como decía, ya
nos habíamos podido cruzar alguna que otra vez antes pero, hasta aquella
tarde, no llegamos a conocernos ni a entablar una conversación. Fue justo
en ese momento cuando descubrí que se llamaba Carmen, que estaba
destinada temporalmente como sustituta en un instituto cercano y que vivía
puerta con puerta conmigo...
Como chico educado, la acompañé hasta su piso para ayudarla con
aquella pesada carga. Vivíamos en un ático, en el cuarto piso de un edificio
sin ascensor. Subí con ella y, al dejarla en la puerta y terminar de posar sus
cosas, sentí una extraña atracción. Creí ver en su mirada el deseo de
invitarme a entrar. Pero, por desgracia, una llamada laboral que recibió nada
más abrir la puerta hizo que nos despidiésemos. Nos fuimos cada uno a
nuestro piso.
Pero, desde ese pasado domingo, quedó en mí esa impronta de que
aquella mujer quizás querría algo más de mí. Tal vez solo invitarme a un
café, o charlar un rato... Pero lo suficiente como para pensar que tal vez
tendría alguna posibilidad de tirármela.
Entonces, sin dejar de pensar en ella y en lo ocurrido hacía justo una
semana, sintiendo que tendría que estar al regresar a su piso, me levanté del
sofá, donde llevaba ya media tarde apoltronado, y me fui a la cocina para
hacerme un café que me espabilase. Mientras me lo tomaba tranquilo,
escuché a alguien caminar haciendo bastante ruido por las escaleras y el
rellano, arrastrando una maleta u otras pesadas cosas que traería consigo.
Estaba clarísimo, aquella no podía ser otra que Carmen, la vecina profesora.
Aquel ático solo tenía dos apartamentos: el suyo y el mio.
Raudo, me acerqué a la mirilla de mi puerta y así comprobé cómo
efectivamente era ella; estaba agachada frente a la entrada de su piso,
recogiendo sus llaves que seguramente se le habrían caído al suelo al tener
que transportar tantos bultos. No pude dejar de fijarme en su cuerpo: era
una mujer de sobre unos cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años (como
unos quince más que yo, le echaría).
Aquella tarde traía una falda de punto bastante corta, que le hacía
lucir unos bien torneados y estilizados muslos, bajo unas elegantes medias
color cobre. La visión de aquellas piernas, arqueadas ahora sobre sus
rodillas, me provocó la tentación de abrir la puerta y saludarla. Estaba claro
que me ponía... y mucho.
«Tal vez quiera algo conmigo. O, al menos, podríamos llegar a
conocernos un poco más», pensé para mí en ese instante. Era el prototipo de
madurita con la que todo joven fantaseamos alguna vez tirarnos, aunque
solo fuese una vez en la vida. Y para mí, aquella tía, algo me decía en sus
miradas que tal vez yo también le atrajese a ella.
Sin más miramientos, me decidí a abrir la puerta, pensando fingir salir
a tirar la basura y cogiendo en mi mano una pequeña bolsa que tenía ya
preparada.
Ella, al sentir abrirse de golpe mi puerta, y justo antes de llegar a girar
del todo la llave y entrar en su casa, se volteó hacía mí dando un pequeño
respingo...
—¡Uyy! Hola, vecino... ¿Eres tú? ¡Qué sorpresa! Me has dado un
susto y todo —exclamó nada más verme aparecer de golpe por el rellano.
—Sí... Carmen... bueno... yo solo salía a tirar la basura. Lo siento. No
quería asustarte —le contesté, con un tono tímido y entrecortado, más
propio de un adolescente acobardado que de un chico ya rozando la
treintena.
La verdad, que aquella situación, para mí era en cierto modo tensa.
Estaba claro, que en el pensamiento de ambos flotaba el encuentro de hacía
justo una semana, casi a la misma hora. Cada vez notaba más en su mirada
que ansiaba pedirme entrar en su casa. O ella en la mía, quién sabe.
—Oye, Luis... El otro día... fuiste muy amable al ayudarme a subir
con todos los trastos que traía. Creo que te debo al menos un café o algo,
como agradecimiento... —me sugirió, con un tono bastante pausado y
tranquilo, que chocaba con mi nerviosismo y apuro.
—Bueno... si eso, cuando suba de tirar la basura... te pico —dije, de
forma nerviosa, mientras comenzaba a bajar las escaleras.
—Vale, eso... al subir entras y te tomás algo conmigo. Me apetece
charlar un poco, que últimamente estoy tan sola aquí...
Bajé abajo y, durante todo el trayecto, un extraño cosquilleo me
removía el estómago. ¿Sería cierto que querría algo conmigo? La verdad
que me daba un morbo tremendo poder follarme a la vecina misteriosa y
buenorra.
Además, el otro día me había dicho que estaba de paso. ¿Qué tenía yo
que perder? Aunque estuviese casada, su marido no se iba a enterar. ¡Estaba
que me moría de ganas por subir!
Al llegar por fin de vuelta, al cuarto, a nuestro rellano, miré hacia su
puerta y descubrí que estaba cerrada. Estuve a un tris de introducir la llave
en la mía y volver a mi casa. Pero miré atrás, hacia la suya, y sentí su
presencia espiándome tras la mirilla. No pude evitar quedarme mirando
fijamente hacía allí... A los breves segundos, fue ella misma la que abrió su
puerta. Sin ningún tipo de vergüenza, nada más asomarse y haciéndolo con
una tranquilidad pasmosa, me llamó:
—¡Toma, Luis, ven!... Pasa, anda, que te preparo ese café que
tenemos pendiente, guapo —me decía ella, dejándome la puerta abierta, y
mientras la escuchaba desplazarse por el interior de su piso.
Me acerqué a la puerta y, cuando me quise dar cuenta, me vi dentro de
aquel apartamento. Tímidamente, fui caminado hasta quedarme parado en
el medio del pasillo. Al momento, la vi salir de lo que parecía su habitación.
Se había quitado la chaqueta que llevaba, quedándose con una blusa de
tirantes bastante escotada. Supuse para estar cómoda en casa... «O para
provocarme a mí», volví a pensar en mi mente calenturienta.
—Ahora preparo café. Dame un segundo —me dijo, retirándose al
instante, decidida, recorriendo el largo pasillo que había hasta su cocina—.
Y bueno... tú, si quieres, ponte cómodo. Esperame en el salón. ¡Como si
estuvieses en tu casa! —continuó diciendo mientras caminaba—. Porque
supongo que no te importará que esta vieja te haya invitado a su casa... ¿no?
—añadió, entre pícaras risas, ya desde la cocina.
La verdad, aquellas palabras de ella me dejaron ciertamente
anonadado. En verdad no sabía qué responderle. La situación ya se me
estaba tornando por momentos algo extraña.
—No... no, que vas a ser una vieja, si aún eres joven... —respondí de
un modo timorato, sin saber muy bien lo qué decir.
—Ya, bueno... ¡Qué me vas a decir tú! —Volvió a reír pícaramente—.
¿Lo quieres solo o con leche? —añadió, aún desde la cocina, manteniendo
esa misma risa tonta que tenía desde que crucé la puerta de su piso. Parecía
estar preparando café en una cafetera de esas de capsulas.
Me quedé unos segundos en silencio, sin saber cómo reaccionar; hasta
que me volvió a insistir:
—¡Luis!... ¿el café....?, ¿si te gusta solo o con leche? O cortado quizás
por lo que veo —Sus risas cada vez eran más explicitas. Estaba claro que
algo buscaba en mí.
—¡Eeeeeh....! Solo, solo —respondí nervioso.
Yo no sabía qué hacer. Lo único que me se me ocurrió, después de
aquello, fue sentarme en el sofá de su salón a esperarla. Al momento, según
llegaba con las tazas y se sentaba a mi lado, me dijo con descaro:
—Oye, y tú, ¿tienes novia? No se mosqueará si sabe que tienes una
vecina casada que te invita a café... y aprovecha a tirarte los trastos.
Con esa pregunta se me hizo un nudo la garganta... No pude
responderle con otra cosa que con la verdad:
—No... no.... Ahora mismo estoy solo. —Me temblaba el pulso al
coger el café que me traía.
—Pues qué raro, ¿no?... Alguna tendrás que tener por ahí. No me
puedo creer que un chico tan guapo como tú esté solo... y más teniendo un
piso para ti solito. Seguro que lo tendrás como picadero.
—Pues, no... Novia, lo que se dice novia, no tengo... —dije y, viendo
la situación, no pude evitar llevar mis ojos a su escote y devorarlo con
deseo. Estaba realmente buena para su edad.
—Mejor... —comentó, acercándose cada vez más peligrosamente a mí
—. Oye, sé que no nos conocemos casi de nada y tal vez te parezca una
descarada, pero quería preguntarte una cosa...
—¿Sí? —dije temiendo que en cualquier momento se lanzara a
besarme.
—Tú tienes pinta de ser un chico abierto, liberal... Sabes lo que quiero
decir ¿no? —continuó ella diciéndome, a la vez que una de sus manos se
posaba en mi rodilla derecha.
—Bueno... sí, supongo... —El tartamudeo de mi voz debió sonar algo
ridículo.
—Y yo... ¿Te gusto? —Carmen subió su mano por mi muslo,
mientras cada vez acercaba más su boca a la mía.
Yo estaba atónito. Nunca me había pasado una cosa parecida. Yo
pensaba que esto solo ocurría en las pelis porno.
—Sí... estás muy bien... —respondí mientras sopesaba si lanzarme ya
a tocar sus pechos.
Pero, de repente, cuando creí que estábamos a punto de juntar
nuestros labios, su móvil comenzó a sonar sobre la mesilla del salón...
—¡Joder, qué inoportuno! Le dije que me llamase en media hora...
Espero que no esté ya de camino —comentó ella alcanzando su teléfono.
Yo me quedé inmóvil, expectante...
—Es Miguel, mi marido... —me dijo.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Estuve a punto de levantarme
del sofá como un resorte y largarme de allí como alma que lleva el diablo.
Pero no lo hice. La escuché contestar:
—Dime, cielo... ¿Ya has salido?
Se hizo un pequeño silencio incómodo mientras hablaba su marido al
otro lado de la línea. Yo no le podía escuchar.
—Joder, pues es una pena —contestó Carmen mirándome—. Al final
sí, él está aquí... conmigo. Sí, el chico del que te hablé... el que vive
enfrente...
Los pelos se me erizaron al escuchar eso. ¿Qué coño estaba pasando
allí?
—No, aún no he tenido tiempo de preguntarle, justo se lo iba a
comentar ahora... —siguió hablando ella con su supuesto marido, mientras
a mí me miraba y me guiñaba un ojo—. Ahora te llamo. No seas
impaciente.
Carmen colgó y se giró hacia mí para hablarme. La tranquilidad con
la que lo hizo me dejó atónito.
—Bueno, lo que te comentaba, Luis: ¿si eres un tío liberal?
—Carmen.... ¿Pero a qué viene esto? ¡No entiendo nada! —exclamé
amenazando con levantarme de allí.
—A ver... sé que es difícil de entender para quien no sepa de qué va
esto, pero no es tan raro... ¿Te importaría hacértelo conmigo mientras mi
marido nos escucha desde el otro lado del teléfono? Creí que iba a venir,
pero a final creo que no va a poder.
—Pero, ¡¿qué cojones me estás pidiendo?!... ¡Me voy! Lo siento. Para
vuestras locuras buscaros a otro.
Me levanté como un resorte mientras su teléfono volvía a
sonar.
—¡No te vayas, Luis! Mirá, es mi marido de nuevo. Habla con él y te
lo explica. No es nada raro. Solo un juego morboso. Algo inocente.
¡Vuelve!
Ni contesté. Salí pitando de allí. Sin dudarlo ni un mísero segundo
más, abrí la puerta de aquel piso y salí lanzado hacia mi apartamento. Entré
en él, cerré la puerta de golpe, coloqué bien el seguro y la cadena, y me fui
hacía mi salón casi rezando para que a aquella mujer no se le ocurriese
picarme de nuevo.
Durante un buen rato, pensé en qué coño pretendía esa mujer. Por
momentos, incluso me rondó la idea de cambiarme de piso. No quería tener
más problemas con aquella loca como vecina de rellano. Ni con su marido.
A saber qué clase de tarados serían.
✽ ✽ ✽
CONTINUARÁ....
BOOKS BY THIS AUTHOR
Mi Natalia Vol.1 - Aquellas Vacaciones
Ya disponible.