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Selección de poemas

Wislawa Szymborska

Puede ser sin título


Ocurre que estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un suceso banal
que no pasará a la historia.
Nada que ver con batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni con tiranicidios dignos de ser recordados.
Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
he tenido que venir de algún lado
y antes
estar en muchos otros sitios,
exactamente igual que los grandes descubridores
antes de subir a cubierta.
Hasta el momento más efímero tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Y son tan reales sus horizontes
como los de los catalejos de los almirantes.
Este árbol es un álamo enraizado desde hace años,
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando unos pasos
formaron el sendero
El viento, para dispersar las nubes
tuvo antes que arrástralas aquí.
Y en los alrededores no pasa nada importante,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado, ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.
El silencio no sólo acompaña a conspiraciones secretas.
Ni un séquito de causas a ceremonias de coronación.
No sólo se erosionan los aniversarios de las sublevaciones,
también envejecen los guijarros de la orilla.
Complejo y denso es el bordado de las circunstancias.
costura de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas sobre el que se enhebra un tallo.
Por casualidad estoy aquí y miro.
Sobre mí una mariposa blanca bate en el aire
unas alas que sólo a ella le pertenecen
y una sombra se me escapa a través de la mano,
no otra, no la de cualquiera, sino su propia sombra.
Ante esta visión siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante

Visto desde arriba

Sobre un sendero yace un escarabajo muerto.


Ha doblado con cuidado sus tres pares de patitas sobre el vientre.
En lugar del caos de la muerte –orden y esmero.
El horror de esta imagen es moderado,
el alcance estrictamente local, entre la grama y la menta.
La tristeza no contamina.
El cielo es azul.

Para nuestra tranquilidad su muerte es más superficial,


los animales no fallecen, simplemente, se mueren
perdiendo –queremos creerlo— menos sentimiento
y menos mundo,
al abandonar –pensamos— un escenario menos trágico.
Sus ánimas sumisas no nos asustan de noche,
respetan la distancia,
saben qué es el rigor.

Y aquí está sobre el sendero el escarabajo muerto,


en un estado no lamentable brilla el sol.
Da lo mismo pensar en él o mirarle:
no parece que le haya pasado nada importante.
Lo importante, dicen, sólo está unido a nosotros.
Sólo a nuestra vida, sólo a nuestra muerte,
la muerte que se regocija de su forzada primacía.
Un gato en un piso vacío

Morir, eso no se le hace a un gato.


Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio
Fin y principio.

Después de cada guerra


alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros


a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
    
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
    
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
    
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
    
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
    
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
    
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
    
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
    
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

—-

Amor a primera vista

Ambos están convencidos


de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían


no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,


que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,


pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.


Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres


en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

Fotografía del 11 de septiembre

Saltaron hacia abajo desde los pisos en llamas:


uno, dos, todavía unos cuantos
más arriba, más abajo.

La fotografía los mantuvo con vida,


y ahora los conserva
sobre la tierra, hacia la tierra.

Todos siguen siendo un todo


con un rostro individual
y con la sangre escondida.
Hay suficiente tiempo
para que revolotee el cabello
y de los bolsillos caigan
llaves, algunas monedas.

Siguen ahí, al alcance del aire,


en el marco de espacios
que justo se acaban de abrir.

Sólo dos cosas puedo hacer por ellos:


describir ese vuelo
y no decir la última palabra

Wislawa Szymborska. (1997) El gran número, Fin y principio y otros


poemas. Madrid: Hiperión.

Posibilidades
Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas
del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

De “Gente en el puente” 1986

La estación de ferrocarril

Mi no llegada a la ciudad de N.
tuvo lugar puntualmente.
Fuiste avisado
con una carta no enviada.
Lograste no llegar
a la hora prevista.

El tren llegó al andén número tres.


Bajó mucha gente.
Entre la multitud se dirigió a la salida
la ausencia de mi persona.
Varias mujeres me sustituyeron
rápidamente
en aquella prisa.
A una de ellas se le acercó corriendo
alguien desconocido para mí,
pero ella lo reconoció
al instante.
Ambos intercambiaron
un beso no nuestro,
durante el cual se perdió
no mi maleta.
La estación de la ciudad de N.
pasó bien el examen
de la existencia objetiva.
La totalidad permanecía en su lugar.
Los detalles se movían
por trayectorias calculadas.
Tuvo lugar incluso
una cita acordada.
Fuera del alcance
de nuestra presencia.
En el paraíso perdido
de la probabilidad.
En otra parte.
En otra parte.
Cómo suenan estas palabras.

ESCRIBIENDO EL CURRÍCULUM .

¿Qué hay que hacer?


Presentar una instancia
y adjuntar el curriculum.

Sea cual fuere el tiempo de una vida


el curriculum debe ser breve.

Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,


convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.

De todos los amores basta con el conyugal,


los hijos: sólo los nacidos.

Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.


Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.

Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo


y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.

Deja en blanco perros, gatos y pájaros,


bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.

Importa el precio, no el valor.


Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.

FOTOGRAFÍA DEL 11 DE SEPTIEMBRE

Saltaron hacia abajo desde los pisos en llamas:


uno, dos, todavía unos cuantos
más arriba, más abajo.

La fotografía los mantuvo con vida,


y ahora los conserva
sobre la tierra, hacia la tierra.

Todos siguen siendo un todo


con un rostro individual
y con la sangre escondida.

Hay suficiente tiempo


para que revolotee el cabello
y de los bolsillos caigan
llaves, algunas monedas.

Siguen ahí, al alcance del aire,


en el marco de espacios
que justo se acaban de abrir.

Sólo dos cosas puedo hacer por ellos:


describir ese vuelo
y no decir la última palabra.

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