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AUTORA:

Valeria Thus es abogada (diploma de honor) de la Facultad de Derecho de la UBA. Doctora en Derecho
Penal, Magíster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos y Especialista en Derecho Penal
(UBA). Cursa el posdoctorado en derecho penal en la Facultad de Derecho (UBA). Docente del
Departamento de Derecho Penal y Criminología. Integra el Grupo de Estudios Críticos en Política, Derecho y
Sociedad (PoDeS) - IIGG-GIOJA. Dicta en grado y posgrado el seminario “Negacionismo y Derecho Penal”.
Es codirectora del Proyecto DECyT “Negacionismo y Derecho Penal” (2020/2022). Coordina el
Programa Justicia y Memoria y el seminario “Los/las estudiantes vamos a los Juicios” de la Secretaría de
Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil. Coordina el Programa Género y Derecho dependiente de
la Secretaría de Investigación de la mencionada Facultad. Ha publicado el libro “Negacionismo y
Derecho Penal” (Ediciones Didot, 2020), diversos artículos en revistas científicas y participado de
eventos académicos nacionales e internacionales. Es Representante Titular por la UBA ante la Red
Interuniversitaria de Derechos Humanos (RIDDHH) y la Red Interuniversitaria sobre Género (RUGE),
ambas del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN). Contacto: vthus@derecho.uba.ar
La persecución penal del negacionismo. Desafíos del liberalismo del Siglo
XXI.

1. Introducción. El negacionismo no es solo una palabra de moda.


Negacionismo es una de las palabras más escuchadas, utilizadas en las calles, en
los medios de comunicación y más rastreadas en los buscadores de internet en el último
año. Se habla de modo indistinto de los negacionismos de la dictadura, la pandemia, del
cambio climático, terraplanistas, antivacunas, etc. La conceptualización como
negacionismos de vastos fenómenos sociales inundan nuestras redes y medios de
comunicación.
Más allá de los debates en torno a su pertinencia conceptual y la conveniencia de
pensar el negacionismo para situaciones tan disimiles, desplegado por actores y
responsabilidades diversas (Estado, sociedad civil) me interesa referirme aquí de modo
exclusivo al negacionismo de los crímenes de Estado.1
Luego del genocidio nazi (pero también de los genocidios anteriores y
posteriores, como los que se produjeron en Armenia, Camboya, Ruanda, Bosnia,
Argentina y las restantes dictaduras del Cono Sur de América o Bangladesh, entre otros)
que marcó el inicio paradigmático de los procesos de reproche penal para este tipo de
crímenes y dio origen a la denominada etapa de mundialización de los derechos
humanos, resulta difícil poner en tela de juicio el deber de memoria y de castigo frente a
los responsables de los procesos genocidas. Ahora bien, la punición de las prácticas
negacionistas se presenta de manera más controversial.
Tal como advierte Stanley Cohen2, el movimiento de negación del Holocausto
como punto de partida epistemológico que puede hacerse extensivo a las negaciones de
los genocidios en general, planteó una nueva pregunta en el escenario político: ¿debería
(y puede) un Estado exigir que las personas reconozcan un pasado particular?, ¿o la
libertad de conciencia en una sociedad democrática alcanza también a la determinación
de cómo quiere relacionarse cada uno con el pasado?
La respuesta no se hizo esperar. Frente a la creciente propagación del fenómeno
negacionista, diversos Estados europeos decidieron la represión de estas prácticas
mediante la tipificación en sus respectivos códigos penales.

1
Negacionismo es hoy un término usado para describir un fenómeno cultural, político y jurídico, que se
manifiesta en comportamientos y discursos que tienen en común la negación, al menos parcial, de la
realidad de los hechos históricos percibidos por la mayor parte de la gente como hechos de máxima
injusticia- sea en su conceptualización como graves violaciones a los derechos humanos (desde el derecho
internacional de los derechos humanos) o crímenes internacionales (desde el derecho penal
internacional)- y, por tanto, objeto de procesos de elaboración científica y/o judicial de las
responsabilidades que se derivan de ellos (Luther, Jorg, “El antinegacionismo en la experiencia jurídica
alemana y comparada”, ponencia presentada en el Congreso “Historia, verdad, derecho” del 4 de abril de
2008 en Roma, publicado en REDCE, n° 9, enero-junio de 2008, pp.249).
2
Cohen, Stanley, Estados de negación. Ensayo sobre atrocidades y sufrimiento, Buenos Aires, Depto. de
Publicaciones de la Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires, 2005.
Si bien el ordenamiento jurídico brinda una numerosa oferta de respuestas
jurídicas para saldar sus cuentas con el pasado en los últimos años se ha recurrido al
derecho penal, es decir, a la faz más represiva de todo Estado de derecho, para dar
respuesta a la preocupante expansión de los fenómenos negacionistas con el objeto de
procurar y garantizar un ejercicio responsable de la memoria como modo de evitar que
este tipo de acontecimiento límite 3 se produzca en el futuro. Cada vez más, el sistema
penal contemporáneo se caracteriza por la multiplicidad y heterogeneidad de los niveles
de protección, en donde el derecho y la pena son vistos como instrumentos de
protección mnemónica preventiva contra estas prácticas.
La tendencia general es que “debemos recordar” para evitar el debilitamiento
progresivo de un pilar de la sociedad democrática, es decir la memoria colectiva de
crímenes significativos para la historia y el derecho penal es utilizado para perseguir los
objetivos de narrar y reafirmar memorias históricas 4. Vale recordar que las razones
políticas detrás de las leyes antinegacionistas incluyen la sensibilidad para con las
víctimas de los crímenes de Estado,5 la (correcta) percepción de que ninguna denuncia o
argumento erudito prevalecerá contra los negacionistas y la preocupación acerca de un
recrudecimiento de estos discursos en el contexto de retornos de neofascismos o
corrientes/ideologías totalitarias especialmente en Europa, pero también en nuestra
región. Por ello es importante precisar que el problema negacionista no es, como se
suele sostener, un debate entre la memoria y el olvido; los discursos negacionistas son
en la actualidad mucho más refinados, sutiles, subterráneos. Sino más bien sobre qué
tipo de memoria vamos a priorizar para evitar las consecuencias reorganizadoras de las
prácticas sociales genocidas y cómo entonces encaja, se inserta al derecho como
política pública de confrontación a estos discursos.
El presente trabajo aborda los ejes problemáticos en torno a la criminalización
del negacionismo, la relación tensionada con la libertad de expresión, su
conceptualización como discursos de odio, las diversas respuestas de los sistemas de
protección de derechos humanos y el rol de la memoria como dirimente normativo,
incorporando la temporalidad (el pasado) y la dimensión asimétrica en el universal (no
discriminación).

2. Negacionismo y libertad de expresión.


Desde el liberalismo penal se suele pensar la criminalización del negacionismo
con una serie de objeciones y aspectos problemáticos que se refieren a los alcances de la
libertad de expresión y la determinación de cómo cada uno quiere relacionarse con el
pasado reciente, es decir la delgada línea de no convertirse en un censor nacional
contra disidencias ideológicas. Se sostiene que las personas tienen derecho a delinear su
propio plan de vida (autonomía de la voluntad de los particulares) y los terceros
debemos tolerarlo, aunque nos desagrade.
Hoy, sin embargo, la relación entre negacionismo y libertad de expresión recoge
más matices. Hablar de libertad de expresión y negacionismo es hablar del papel que
3
Uso acontecimiento límite en el sentido dado por La Capra como acontecimiento radicalmente
trasgresor de la vida social, por ejemplo, el crimen contra la humanidad. (La Capra, Dominick, Historia y
memoria después de Auschwitz, Buenos Aires, Ed. Prometeo, 2009).
4
Fronza, Emanuela, El delito de negacionismo en Europa. Análisis comparado de la legislación y la
jurisprudencia, Buenos Aires, Ed. Hammurabi, 2018, p. 21.
5
Uso aquí el término crímenes de Estado en el sentido otorgado por Feierstein cuando agrupa en esta
categoría, por una parte, los crímenes contra la humanidad, de guerra y el genocidio. Por otra, también
podrían remitir a otras prácticas criminales de Estado aun no codificadas o que debieran ser incluidas
dentro de la reflexión (Feierstein, Daniel, Juicios. Sobre la elaboración del genocidio II, Buenos Aires,
Ed. Fondo de Cultura, 2015).
debe asumir el Estado frente a los discursos que contradicen los valores democráticos, el
concepto de democracia por el que se opta (procedimental o de contenido) y si se debe
adoptar un modelo militante o neutral en sus contenidos.6
Entonces un modo más epocal, para poder pensar esta problemática, que es muy
compleja, que nos cuestiona nuestra relación con el pasado, pero sobre todo qué
presente queremos construir, es preguntarnos qué vamos a hacer con el discurso
intolerante que se ampara en la libertad de expresión para discriminar y humillar,
cómo conformar un liberalismo de caras a las exigencias del siglo XXI, qué entendemos
por el significante democracia -entre otros aspectos nodales.
Porque, como sabemos, el liberalismo tiene hoy un compromiso con la libertad,
pero también con la igualdad -y para erradicar el discurso del odio-, modificando la idea
de democracia como autonomía de voluntad de los negacionistas a democracia como
aseguramiento de incorporar al debate a las víctimas y legitimando la intervención
estatal frente a estos discursos.
En esta línea, en los últimos años hay un modo de pensar los negacionismos, no
en el formato que se lo pensaba en la década del 90 como discursos contra la verdad
histórica, sino situarlos como discursos de odio. Este link- interesante- es el que aquí
vamos a analizar, dando cuenta del estado de situación normativo en el sistema
universal de protección de derechos humanos, más proclive a la regulación e incluso
intervención punitiva desde el prisma de la igualdad (discursos de odio) y con un
enfoque más restrictivo a la criminalización desde la libertad de expresión.
Veámoslo más en detalle:
En lo que se refiere a los alcances de la libertad de expresión, el Relator Especial
de las Naciones Unidas sobre la Libertad de Opinión y Expresión (RELE-ONU) ha
formulado declaraciones sobre la cuestión: en una Declaración Conjunta con el Relator
Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y el Representante
sobre la Libertad de los Medios de la Organización para la Seguridad y la Cooperación
en Europa (OSCE), reconoció en el año 2001 que las expresiones que incitan o
fomentan “el racismo, la discriminación, la xenofobia y la intolerancia” son perniciosas
y que los delitos de lesa humanidad con frecuencia van acompañados o precedidos de
esta forma de expresión. Se señala que las medidas que rigen las expresiones de odio,
habida cuenta de su interferencia con la libertad de expresión, deben estar “previstas por
ley, servir un fin legítimo establecido en el derecho internacional y ser necesarias para
alcanzar ese fin”. Se agrega que las expresiones de odio, de acuerdo con el derecho

6
Este modelo de libertad de expresión como libertad positiva que fuera adoptado por Alemania a partir
de la Segunda Guerra Mundial–modelo de la democracia militante–, ha establecido una serie de valores
públicos en su Constitución que son un compromiso activo para evitar los errores del pasado, en lo que se
conoce con la expresión “Nunca Más”, todo lo cual supone que la dignidad humana sea considerada
intangible y que la libertad de expresión se considere un derecho fundamental que se debe ponderar con
otros derechos según las circunstancias del caso. Por lo tanto, cuando los casos presentan hechos en los
que la dignidad humana y la libertad de expresión colisionan, la libertad de expresión debe ceder. El
concepto de democracia militante procede, como es sabido, del título del trabajo que Karl Loewenstein
publicó en 1937 desde su exilio estadounidense (ver: Loewenstein, Karl, “Militant Democracy and
Fundamental Rights”, The American Political Science Review, vol. XXXI, nº 3, pp. 417 y ss, y vol.
XXXI, nº 4, pp. 638 y ss., ambos de 1937). Se trata de “un concepto de combate, concebido para agitar
las conciencias frente a la legalistic self complacent” de unas democracias ingenuas, e incapaces de
advertir que sus reglas estaban siendo (en las palabras de Loewenstein) el “caballo de Troya a cuyos
lomos el enemigo invade la ciudad”. (Para un análisis exhaustivo del mencionado concepto y su
aplicación en Europa y en particular en España, ver: Revenga Sánchez, Miguel, “El tránsito hacia (y la
lucha por) la Democracia Militante en España”, Revista de derecho político, Madrid, n° 62, 2005, p.15).
internacional y regional, tienen que encuadrarse, como mínimo, en los siguientes
parámetros: 1) Nadie debe ser penado por decir la verdad;2) Nadie debe ser penado por
divulgar expresiones de odio a menos que se demuestre que las divulga con la intención
de incitar a la discriminación, la hostilidad o la violencia; 3) Debe respetarse el derecho
de los periodistas a decidir sobre la mejor forma de transmitir información y comunicar
ideas al público, en particular cuando informan sobre racismo e intolerancia; 4) Nadie
debe ser sometido a censura previa y 5) Toda imposición de sanciones por la justicia
debe estar en estricta conformidad con el principio de la proporcionalidad.7
Más recientemente, se han emitido una serie de documentos en contra de la
punición de las leyes memoriales. Se destacan: a) el informe RELE, del 7/9/2012 (UN
Doc A/67/357), párrafos 55 y recomendaciones de los párrafos 78 y 79;8y b) del informe
del Experto independiente sobre la promoción de un orden internacional democrático y
equitativo, Alfred-Maurice de Zayas remitido al Comité de Derechos Humanos, del
1/7/2013 (UN. Doc. A/HRC/24/38), párrafos 37 y 38. 9 En ambos documentos se
sostiene que las leyes que penalizan la expresión de opiniones sobre hechos históricos
son incompatibles con el PIDCyP.
Esta mirada se mantiene en el informe de la RELE sobre libertad académica del
año 2020, donde se sostiene con relación al negacionismo académico que, aunque se
caracterice apropiadamente como pseudocientífica, polémica, impulsada por la defensa
de los derechos o antisemita o racista, debe dejarse en manos de las estructuras de
autogobierno académicas, mientras que el discurso del odio debe tratarse de modo
diferente.
Por el contrario, desde la perspectiva de la igualdad como no discriminación y
la lucha contra los discursos del odio, las leyes memoriales no se encontrarían
prohibidas porque el fenómeno negacionista se encuentra en el centro de las
preocupaciones por los organismos de monitoreo y la propia Asamblea General.
Además del establecimiento de la Jornada Internacional de la Memoria, se destaca la
resolución A/61/L.53, adoptada por unanimidad –salvo el disenso de Irán- del
26/1/2007 y que condena “todo intento de negar o minimizar el Holocausto”.
Posteriormente, se adopta la resolución 70/139, “Combatir la glorificación del nazismo,
neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de
racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia”, del
17/12/2015, por la cual se condena, sin reservas, toda negación o intento de negación
del Holocausto (párrafo 10) y exhorta a los Estados para que adopten medidas, incluso
legislativas, para el cumplimiento de la ley y educativas, a fin de poner fin a todas las
formas de negación del Holocausto (párrafo 11).

7
Disponible en: http://www.article19.org/docimages/951.htm
8
Se exhorta a los Estados a abolir las leyes que prohíben el debate sobre acontecimientos históricos, a la
vez que recomienda que solo los casos graves y extremos de incitación al odio se tipifiquen como delitos
penales, debiéndose atender a los criterios estrictos y sólidos como: gravedad, intención, contenido,
alcance, posibilidad o probabilidad que cause perjuicios, inminencia y contexto.
9
Se considera que las leyes sobre la memoria histórica tienen implicaciones y consecuencias totalitarias,
violan la dignidad humana, el derecho a un debate abierto, la libertad académica y provocan el
estancamiento intelectual y la autocensura.
Por su parte, el Comité de Naciones Unidas contra la eliminación de la
discriminación racial (CERD) ha emitido una serie de documentos sobre este tópico.
Entre los primeros antecedentes, se destacan entre otros: a) UN Doc. A/52/18 (supp),
del 26/9/97, párrafos 217 y 226, donde se criticaba a Alemania y Bélgica en el año 1997
por no ampliar las leyes contra la negación del Holocausto a los diversos tipos de
genocidio; b) la Declaración y el Programa de Acción de Durban aprobados el 8/9/2001
por la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y
las Formas Conexas de Intolerancia, en particular el párrafo 2 de la Declaración y el
párrafo 86 del Programa de Acción, así como las disposiciones pertinentes del
documento final de la Conferencia de Examen de Durban, del 24/4/2009, en particular
sus párrafos 11 y 54. Allí se resolvió prohibir plena y eficazmente toda apología al odio
nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o
la violencia y hacer efectiva esta disposición mediante la adopción de las medidas
legislativas y judiciales que sean necesarias.
Al seguir esta línea de trabajo, debe mencionarse asimismo el Plan de Acción de
Rabat de 2012 que recomienda se haga una distinción clara entre (a) expresión
constitutiva de delito penal, (b) expresión que no es penalmente punible, pero que puede
justificar un procedimiento civil o sanciones administrativas y (c) expresión que no da
lugar a sanciones penales o civiles pero que, aun así, plantea problemas de tolerancia,
civismo y respeto a los derechos de los demás.
Afirma Elósegui Itxaso que
se ha elaborado una prueba que consta de seis partes para definir
un umbral que permita establecer adecuadamente qué tipos de
expresiones constituyen delito en el derecho penal: el contexto,
el orador, la intención del orador, el contenido y forma del
discurso, el alcance y la magnitud de la expresión, y la
posibilidad de que se produzca un daño así como su
inminencia.10
Continuando con los lineamientos del Plan Rabat, la Recomendación General
Número 35, La lucha contra el discurso de odio racista, del 26/9/2013 (UN Doc.
CERD/C/GC/35), en sus párrafos 14 y 15 recomienda que la denegación pública de
delitos de genocidio y crímenes de lesa humanidad, definidos por el derecho
internacional, o el intento de justificarlos se declaren actos punibles conforme a la ley,
siempre que constituyan claramente incitación a la violencia o el odio racial.
Considerando el Comité que deben tenerse en cuenta los siguientes factores
contextuales: a) el contenido y la forma del discurso; b) el clima económico, social y
político que prevalecía en el momento en que se formuló y difundió el discurso; c) la
posición o condición del emisor del discurso en la sociedad y el público al que se dirige
el discurso; d) el alcance del discurso y e) los objetivos del discurso.
Más recientemente, se destaca el Informe del Relator Especial sobre las formas
contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de
intolerancia, del 11/8/2016, (A/71/325), donde reitera su absoluta condena de toda
negación o intento de negación del Holocausto y todas las manifestaciones de
intolerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra las personas o las
comunidades sobre la base del origen étnico o las creencias religiosas. A la vez que
exhorta a la preservación activa de los lugares que durante el Holocausto sirvieron como
campos de exterminio, concentración y trabajo forzoso y cárceles nazis, y alienta a los
10
Elósegui Itxaso, María, “Las recomendaciones de la ECRI sobre discurso del odio y la adecuación del
ordenamiento jurídico español a las mismas”, Revista General de Derecho Canónico y Eclesiástico del
Estado, Número 44, 2017, p. 7.
Estados a que adopten medidas de índole legislativa y educativa para poner fin a la
negación del Holocausto (párrafo 80).
En el informe de la RELE sobre discurso de odio de 2019, se afirma que la
respuesta penal o la aplicación de cualquier restricción de la negación de la exactitud
histórica de atrocidades debe entrañar la evaluación de los factores señalados en el Plan
de Acción de Rabat.

3. La memoria como actor dirimente.


Esta tensión irresuelta entre libertad de expresión e igualdad, más o menos
favorable a la punición según la relatoría que intervenga, ha sido puesta en cuestión con
la aparición en los últimos años de un tercer actor en los sistemas de protección
universal - la Relatoría Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la
reparación y las garantías de no repetición de ONU- que entiendo puede dirimir
normativamente esa disputa.
En julio de 2020, elabora un informe titulado “Los procesos de memorialización
en el contexto de violaciones graves de derechos humanos y del derecho internacional
humanitario: el quinto pilar de la justicia transicional” donde sostiene, en el marco del
principio de no regresividad aplicado a los procesos de memoria, en lo que aquí interesa
que: a) el negacionismo respecto de políticas de exterminio como el Holocausto, los
genocidios y otros crímenes contra la humanidad cometidos en la historia, así como la
reivindicación o elogio de los regímenes que los llevaron adelante debe repudiarse
plenamente, son inaceptables y contrarias a la ética y a las obligaciones internacionales,
a la vez que revictimizan a las víctimas y ofenden a la comunidad internacional
(considerando 97); b) el principio de no regresividad aplicado a los procesos de
memoria constituye un límite a las tesis negacionistas o revisionistas que buscan negar
el alcance de violaciones pasadas y del daño causado a las víctimas (considerando 103)
y c) los procesos de memoria no pueden, en ningún caso, negar o intentar restar entidad
a las violaciones y crímenes cometidos que fueron constatados por comisiones de la
verdad y/o procedimientos judiciales. Dicha instrumentalización falaz de la memoria es
inaceptable y contraria a las obligaciones internacionales en materia de derechos
humanos (considerando 108).11
Este análisis normativo del derecho a la memoria tiene su correlato
criminológico con los Estudios sobre Genocidio que consideran al genocidio como un
proceso dinámico con una serie de momentos que lo integran que no culminan con el
aniquilamiento material, sino que continúan en los modos de representar y narrar esa
experiencia de aniquilamiento. Y, desde esta perspectiva, el negacionismo integra la
última etapa del genocidio.12 Luego del aniquilamiento, los perpetradores buscan eludir
11
Disponible en: https://www.ohchr.org/es/documents/reports/memorialization-processes-context-
serious-violations-human-rights-and
12
Para Stanton el genocidio puede ser explicado en 10 etapas: clasificación, simbolización,
discriminación, deshumanización, organización, polarización, identificación, persecución, exterminio y
negación Fein, por su parte, categoriza 5 etapas: definición (proceso de identificación de las victimas
discriminadas), pérdida (de derechos, roles, reclamos, etc), segregación, aislamiento y concentración.
Feierstein, por su parte, entiende que el proceso genocida requiere de una serie de momentos que lo
integran: 1) construcción de una otredad negativa, 2) hostigamiento, 3) aislamiento, 4) políticas del
debilitamiento sistemático, 5) aniquilamiento material y 6) realización simbólica. Para Theriault, la
negación es una característica de, al menos, tres etapas del genocidio: el aniquilamiento, el momento
inmediatamente posterior y el legado o secuela a largo plazo. En su opinión, la categorización de la
negación como constitutivo de la última etapa del proceso genocida no solo obtura análisis más profundos
de la secuela a largo plazo, sino que oscurece el importante rol que tiene la negación en las primeras
etapas del genocidio. Considera que la negación ocurre no solo después del genocidio sino “durante”
su responsabilidad cubriendo lo que hicieron. La negación funciona entonces para
destruir el grupo que ha sido víctima de los crímenes, limpiando incluso la memoria de
que ellos han existido (se niega la preexistencia).
Y ello se relaciona con el alcance que Lemkin 13 le otorgara tempranamente al
genocidio. Al acuñar el concepto, entendió que aquél se caracterizaba por dos etapas:
una, la destrucción de la identidad nacional del grupo oprimido; la otra, la imposición de
la identidad nacional del opresor. Recurriendo a dos conceptos muy potentes y
dislocadores para explicar el verdadero rostro del genocidio, el antagonismo oprimido-
opresor, algo poco común sobre todo para un jurista. Esa es la riqueza de la visión de
Lemkin, aquella que avizora que el genocidio no tiene como único objetivo el
aniquilamiento, sino también la reformulación de las relaciones sociales imponiendo las
del opresor. Es decir que cuando hablamos de genocidio nos estamos refiriendo a la
ocurrencia de dos momentos en su configuración: aquel que se refiere al aniquilamiento
(dimensión material) y aquel que se refiere a la reconfiguración de las relaciones
sociales posgenocidas (dimensión simbólica).
Siguiendo a Lemkin, si el objetivo del genocidio no son los muertos, sino
nosotros los vivos, no es algo que les sucedió a otros en un pasado (que se pretenda
clausurar y avanzar hacia un futuro en que no haya rastro del arrasamiento), sino que
nos sigue sucediendo, el modo de contarnos eso que nos pasó, de representar
simbólicamente, no es para nada inocente. Muy por el contrario, deviene un momento
esencial en la disputa por la eficacia genocida. Lo que se busca entonces es lograr que el
conjunto social construya una representación del genocidio en el cual el lazo social (más
allá de los cuerpos) aniquilado/s no puedan tener presencia. Se trata de una exclusión,
de un segundo proceso de destrucción, pero ahora en el ámbito de lo simbólico, en el
plano de la memoria. A través de la insensibilización y el pacto denegativo 14 se intenta
construir una narratividad que constituya una legitimación y justificación del
arrasamiento, clausurando su visibilización.
Me interesa traer a escena esta mirada del negacionismo porque visibiliza al
momento simbólico posterior al aniquilamiento como un campo de batalla- como
escenario agonal en las sociedades posgenocidas, y al rol que tiene la memoria, o “los
procesos de memorialización” a los que se refiere la ONU, como contracara o respuesta
a la eficacia genocida. A la vez porque nos permite comprender mejor la disputa sobre
la apropiación política del pasado que se esconde en las narrativas negacionistas y que
en rigor constituyen su motivación fundante.

aquel. La negación es entonces una característica típica del momento inmediato posterior al
aniquilamiento: y configura un modo de ayudar a los genocidas y cómplices para evadir la
responsabilidad de sus actos. Cuando se habla de las consecuencias o secuelas del genocidio a largo
plazo, el término que mejor captura este proceso es el de “consolidación”. (Theriault, Henry, “Denial of
ongoing Atrocities as a Rationale for Not Attempting to Prevent or Intervene”, Impediments to the
Prevention and Interventtion of Genocide, Genocide: a critical Bibliographic Review, Volume 9, Samuel
Totten Editor, Transaction Publishers, New Brunswick and London, 2014, pp. 47/75).
13
Lemkin, Raphael, El dominio del Eje en la Europa ocupada, Buenos Aires, Ed. Prometeo, Untref,
2008.
14
Existe un pacto denegativo cuando se establece un acuerdo inconsciente a nivel social en la exclusión
de toda referencia al suceso traumático. De este modo se producen mecanismos colectivos de ajenización
y distanciamiento a través de un proceso narrativo que excluye deliberadamente a la primera persona y se
estructura como la narración de algo ocurrido a otros. Por su parte la “ideología del sinsentido” constituye
un momento superior del proceso de represión, que lejos de desafiar el pacto denegativo busca instalarlo
en el plano de la conciencia, otorgarle una solidez narrativa y restablecer algún tipo de coherencia
identitaria al anular la propia existencia del yo previamente arrasado. (Feierstein, Daniel, Memoria y
representaciones, Buenos Aires, Ed. Fondo de Cultura, 2012, p. 79).
Sabemos que la estrategia negacionista procura, mediante la negación de la
cantidad e identidad de las víctimas, borrarlas de un plumazo y define las estructuras
sociales previas al genocidio como inexistentes.
No se trata solamente de hacer desaparecer los cuerpos, sino también los
recuerdos de los seres vivientes que ellos fueron, sus trayectorias, deseos, expectativas,
militancias, sus modos de ser y sentir social, las luchas que encarnaron, qué tipo de
relaciones sociales resultaban hegemónicas previas al aniquilamiento, cómo eran las
condiciones económicas, culturales, políticas e ideológicas previas al genocidio. A su
vez se niega el contenido simbólico de la lucha por la memoria del genocidio que
encarnan siempre de modo activo los sobrevivientes y los familiares (parte de la
sociedad civil), pero también las políticas públicas estatales de reconocimiento. Allí
radica su mayor gravedad: un sinsentido del pasado que se materializa en un sinsentido
del presente.
Por eso se piensa a los discursos negacionistas como afectación a la dignidad
humana de las víctimas (sobrevivientes y familiares) y al derecho/deber a la memoria de
la sociedad. Algo que también se destaca en el informe sobre procesos de
memorialización de la ONU al sostener que las voces de las víctimas de violaciones a
los derechos humanos deben ocupar un espacio privilegiado en la construcción de la
memoria (recomendación 109).

4. Repensando el liberalismo: reflexiones conclusivas.


Nos encontramos en un momento normativo sugerente, con recomendaciones de
los sistemas de protección de derechos humanos que no tienen una respuesta unívoca de
cara a la legitimidad de criminalización de estas expresiones, pero que empiezan a
quebrar paulatinamente el modelo liberal del iluminismo que encuentra en la libertad su
clave de bóveda, incorporando la temporalidad (memoria) y la dimensión asimétrica en
el universal (no discriminación).
Para decirlo sencillo: la libertad de expresión tiene límites y puede ser
restringida (incluso con la intervención penal), bajo ciertos parámetros, en casos de
discriminación, negacionismo o apología de genocidio y discursos de odio. A la vez
estas expresiones son inaceptables frente a la progresividad del derecho a la memoria de
los pueblos.
Y en este contexto se nos presentan pertinentes las críticas de Amartya Sen sobre
el liberalismo (desde adentro del liberalismo) al afirmar que llama la atención como los
liberales no consideran ni una sola medida para combatir la injusticia y la desigualdad
pueda significar una merma en la libertad y no se analice profundamente esos usos de la
libertad desde la modernidad en adelante, porque como bien sostiene Rousseau el origen
de las desigualdades tiene en la libertad su raíz más profunda. 15
Eso es lo que hay está en discusión.
Asistimos entonces a un momento que se nos presenta como una invitación a re-
pensar la relación entre el Estado y las víctimas de crímenes de Estado. Pero de un
modo particular: no olvidando el pasado, cumpliendo el imperativo adorniano de
reorientar el pensamiento y la acción para que el genocidio no se repita. Pero también, y
muy especialmente, cuestionarnos el dispositivo liberal, actualizándolo a las exigencias
del siglo XXI, animándonos a discutir qué vamos a hacer con los cobijos fascistas de
nuestras democracias liberales consensuales, porque si algo está claro es que no lo
hemos hecho bien hasta acá. Asistimos a un momento de recrudecimiento de discursos
de odio, negacionismos y retornos de (neo)fascismos en el escenario global y regional.
En ese marco, con organismos de monitoreo que disputan sentido (la relatoría de
libertad de expresión, por un lado, y las relatorías contra la discriminación y de
memoria, verdad y justicia, por el otro), la ley puede presentarse, al interior de una
comunidad política democrática, como una posibilidad de participación en un proceso
de diálogo colectivo, gradual, constructivo y de robustez democrática.
El debate legislativo por la punición del negacionismo puede ser una
oportunidad interesante si reconocemos: a) por un lado, que nadie tiene en su poder la
capacidad para decidir sobre todos y en lugar de todos, de un modo apropiado para
todos, acerca de qué es lo que corresponde hacer frente a los principales problemas
públicos que enfrentamos y que no queda más que sentarnos a discutir, intercambiar
ideas, con un proceso de deliberación inclusivo y participativo y b) por el otro, que en
esa apertura al diálogo y a la narrativa maestra de la nación que es la ley como diálogo
común, tal como exhorta el informe de la relatoría de memoria, las víctimas deben tener
un lugar prioritario, escuchando entonces lo que tienen para decirnos, rescatando su
importancia epistemológica, ética y política.
De este modo la herramienta legislativa, con su capacidad nominativa y
performativa, puede permitir una instancia formal de diálogo común para que cada
sociedad se pregunte qué valores decide priorizar, la libertad de expresión de los
negacionistas o la dignidad de las víctimas de los crímenes de Estado y responder a la
pregunta de qué, a quién y para qué castigar. Se los debemos a los muertos, nuestros
muertos.

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Sen ha expresado: “¿Por qué cualquier violación de la libertad por significativa que sea, tiene que ser
invariablemente considerada como más grave para una persona o una sociedad que el sufrimiento del
hambre, las epidemias y otras calamidades? (…) tenemos que distinguir entre dar cierta prioridad a la
libertad y la exigencia extremista de conceder una prioridad lexicográfica a la libertad de suerte que
consideremos que la menor ganancia de libertad–no importa cuán pequeña– es razón suficiente para hacer
sacrificios enormes en otros bienes de una buena vida–no importa cuán grandes–”. (Sen, Amartya, La
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