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Rubio (Vicenza), 21 de agosto de 1987 Memoria litúrgica de San Pió X.

Mensaje dado de viva voz durante el Rosario

Madre de la adoración y de la reparación.

«Hijos predilectos, estoy contenta de que hayáis subido aquí como


niñitos que se dejan llevar en mis brazos matemos.

Haceos cada vez más pequeños, dóciles, puros, sencillos, abandonados


y fieles.

¡Qué grande es la alegría que siente mi Corazón de Madre cuando os


puedo conducir a todos como homenaje perfumado y precioso, para
ofrecérselo a mi hijo Jesús, realmente presente en el Sacramento de la
Eucaristía!

Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.

Junto a cada Tabernáculo de la tierra está siempre mi presencia


materna.

Esta compone un nuevo y amoroso Tabernáculo a la solitaria presencia


de mi hijo Jesús; construye un jardín de amor a su perenne permanencia
entre vosotros; forma una armonía celeste que le rodea de todo el
encanto del Paraíso, en los coros adorantes de los Ángeles, en la
oración bienaventurada de los Santos, en la sufrida aspiración de tantas
almas, que se purifican en el Purgatorio.

En mi Corazón Inmaculado todos forman un concierto de perenne


adoración, de incesante oración y de profundo amor a Jesús,
realmente presente en cada Tabernáculo de la tierra.

Hoy mi Corazón de Madre está entristecido y profundamente herido


porque veo que, en tomo a la divina presencia de Jesús en la Eucaristía,
hay tanto vacío, tanto abandono, tanta incuria, tanto silencio.

Iglesia peregrina y sufriente, de la que soy Madre; Iglesia, que eres la


familia de todos mis hijos, arca de la nueva alianza, pueblo de Dios,
debes comprender que el centro de tu vida, la fuente de tu gracia, el
manantial de tu luz, el principio de tu acción apostólica se encuentra
sólo aquí, en el Tabernáculo, donde se custodia realmente a Jesús.

Y Jesús está presente para enseñarte a crecer, para ayudarte a


caminar, para fortalecerte en el testimonio, para darte el valor para
evangelizar, para ser el sostén de todo tu sufrir.
Iglesia peregrina y paciente de estos tiempos, que estás llamada a vivir
la agonía de Getsemaní, y la sangrienta hora del Calvario, hoy quiero
traerte aquí Conmigo, postrada delante de cada Tabernáculo, en un
acto de perpetua adoración y reparación, para que tú también puedas
repetir el gesto que siempre está realizando tu Madre Celeste.

Yo soy la Madre de la adoración y de la reparación.

En la Eucaristía Jesús está realmente presente con su Cuerpo, con su


sangre, con su Alma y con su Divinidad. En la Eucaristía está realmente
presente Jesucristo, el Hijo de Dios, aquel Dios a quien Yo he visto en El
en todo momento de su vida terrena, aunque estuviera escondido bajo
el velo de una naturaleza frágil y débil, que se desarrollaba a través del
ritmo del tiempo y de su crecimiento humano.

Con un acto continuo de fe en mi hijo Jesús siempre veía a mi Dios, y


con un profundo amor lo adoraba.

Lo adoraba cuando aún estaba escondido en mi seno virginal como un


pequeño capullo, y lo amaba, lo nutría, lo hacía crecer dándole mi
misma carne y sangre.

Lo adoraba después de su nacimiento, contemplándole en el pesebre


de una gruta pobre y destartalada.

Adoraba a mi Dios en el niño Jesús, que crecía; en el joven inclinado


sobre el trabajo de cada día; en el Mesías, que cumplía su pública
misión.

Lo adoraba cuando era desdeñado y rechazado, cuando era


traicionado, abandonado de los Suyos y negado.

Lo adoraba cuando era condenado y vilipendiado, cuando era


flagelado y coronado de espinas, cuando era conducido al patíbulo y
crucificado.

Lo adoraba bajo la Cruz, en acto de inefable padecer, y mientras era


conducido al sepulcro y depositado en su tumba.

Lo adoraba después de su resurrección cuando, lo primero, se me


apareció en el esplendor de su cuerpo glorioso y en la luz de su
Divinidad.

Hijos predilectos, por un milagro de amor que, sólo en el Paraíso lograréis


comprender, Jesús os ha hecho el don de permanecer siempre entre
vosotros en la Eucaristía.
En el Tabernáculo, bajo el velo del pan consagrado, se guarda al mismo
Jesús, a quien Yo, la primera, vi después del milagro de su resurrección;
al mismo Jesús, que en el fulgor de su Divinidad se apareció a los once
Apóstoles, a muchos discípulos, a la llorosa Magdalena, a las piadosas
mujeres que le habían seguido hasta el sepulcro.

En el Tabernáculo, escondido bajo el velo eucarístico, está presente el


mismo Jesús resucitado, que se apareció también a más de quinientos
discípulos y deslumbró al perseguidor Saulo en el camino de Damasco.

Es el mismo Jesús que se sienta a la derecha del Padre en el fulgor de su


cuerpo glorioso y de su divinidad, si bien, por vuestro amor se vela bajo
la cándida apariencia del Pan consagrado.

Hijos predilectos, hoy debéis creer más en su presencia entre vosotros;


debéis difundir, con valentía y con fuerza, vuestra sacerdotal invitación
al retomo de todos a una fuerte y testimoniada fe en la presencia real
de Jesucristo en la Eucaristía.

Debéis orientar a toda la Iglesia a reencontrarse ante el Tabernáculo,


con vuestra Madre Celeste, en acto de perenne reparación, de
continua adoración y de incesante oración.

Vuestra oración Sacerdotal debe convertirse toda en oración


eucarística.

Pido que se vuelvan de nuevo a hacer, por doquier, las horas santas de
adoración ante Jesús expuesto en el Santísimo Sacramento.

Deseo que se aumente el homenaje de amor hacia la Eucaristía, y que


se haga manifiesto, incluso a través de signos sensibles, pero tan
indicativos de vuestra piedad.

Rodead a Jesús Eucarístico de luces y de flores; envolvedlo en delicada


atención; acercaos a Él con gestos profundos de genuflexión y de
adoración.

¡Si supieseis cómo os ama Jesús Eucarístico, cómo una pequeña muestra
de vuestro amor le llena de gozo y de consuelo!

Jesús perdona muchos sacrilegios y olvida una infinidad de ingratitudes,


ante una gota de puro amor sacerdotal, que se deposite en el cáliz de
su Corazón Eucarístico.

Sacerdotes y fieles de mi Movimiento, id con frecuencia delante del


Tabernáculo; vivid delante del Tabernáculo; orad delante del
Tabernáculo.
Sea vuestra oración, una perenne plegaria de adoración y de
intercesión, de acción de gracias y de reparación.

Sea, la vuestra, una oración que se una al canto celestial de los Ángeles
y de los Santos, a las ardientes imploraciones de las almas que aún se
purifican en el Purgatorio.

Sea, la vuestra, una oración que reúna las voces de toda la humanidad,
que debe postrarse delante de cada Tabernáculo de la tierra, en acto
de perenne gratitud y de cotidiano agradecimiento.

Porque en la Eucaristía, Jesús está realmente presente, permanece


siempre con vosotros; y esta presencia se hará cada vez más fuerte,
resplandecerá sobre el mundo como un sol, y señalará el comienzo de
la nueva era.

La venida del Reino glorioso de Cristo coincidirá con el mayor esplendor


de la Eucaristía.

Cristo instaurará su Reino glorioso con el triunfo universal de su Reino


Eucarístico, que se desarrollará con toda su potencia y tendrá la
capacidad de cambiar los corazones, las almas, las personas, las
familias, la sociedad, la misma estructura del mundo.

Cuando haya instaurado su Reino Eucarístico, Jesús os conducirá a


gozar de esta su habitual presencia, que sentiréis de manera nueva y
extraordinaria, y os llevará a experimentar un segundo, renovado y más
bello Paraíso terrenal.

Pero ante el Tabernáculo, vuestra presencia, no sólo sea una presencia


de oración, sino también de comunión de vida con Jesús.

Jesús está realmente presente en la Eucaristía porque quiere entrar en


una continua comunión de vida con vosotros.

Cuando vais delante de Él, os ve; cuando le habláis, os escucha;


cuando le confiáis algo, acoge en su Corazón cada una de vuestras
palabras; cuando le pedís algo, siempre os atiende.

Id ante el Tabernáculo para establecer con Jesús una relación de vida


simple y cotidiana.

Con la misma naturalidad con que buscáis a un amigo, os fiais de las


personas que os son queridas, y sentís la necesidad de los amigos que os
ayudan, id así también ante el Tabernáculo en busca de Jesús.
Haced de Jesús el amigo más querido, la persona de más confianza, la
más deseada y amada.

Expresad vuestro amor a Jesús; repetídselo con frecuencia porque sólo


esto es lo que le contenta inmensamente, le consuela de todas las
ingratitudes, le recompensa de todas las traiciones: “Jesús, Tú eres
nuestro amor; Tú eres nuestro único gran amigo; Jesús, nosotros te
amamos; nosotros estamos enamorados de Ti.”

De hecho, la presencia de Cristo en la Eucaristía tiene, sobre todo, la


función de haceros crecer en una experiencia de verdadera comunión
de amor con El, de modo que nunca más os sintáis solos, pues
permanece aquí abajo para estar siempre con vosotros.

Luego debéis ir ante el Tabernáculo a recoger el fruto de la oración y de


la comunión de vida con Jesús, que se desarrolla y madura en vuestra
santidad.

Hijos predilectos, cuanto más se desarrolla toda vuestra vida al pie del
Tabernáculo en íntima unión con Jesús en la Eucaristía, tanto más
crecéis en la santidad.

Jesús Eucarístico se convierte en el modelo y la forma de vuestra


santidad.

Él os lleva a la pureza del corazón, a la humildad elegida y deseada, a


la confianza vivida, al abandono amoroso y filial.

Jesús Eucarístico se hace la nueva forma de vuestra santidad


sacerdotal, a la que llegáis a través de una diaria y escondida
inmolación; de una capacidad de aceptar en vosotros los sufrimientos y
las cruces de todos; de una posibilidad de transformar el mal en bien, y
de obrar profundamente para que las almas que os están confiadas,
sean conducidas por vosotros a la salvación.

Por esto os digo: han llegado los tiempos en que os quiero a todos ante
el Tabernáculo, sobre todo quiero a vosotros Sacerdotes, que sois los
hijos predilectos de una Madre, que está siempre en acto de perenne
adoración y de incesante reparación.

A través de vosotros, quiero que el culto eucarístico vuelva a florecer en


toda la Iglesia de manera cada vez más intensa.

Debe cesar ya esta profunda crisis de piedad hacia la Eucaristía, que ha


contaminado a toda la Iglesia, y que ha sido la raíz de tan gran
infidelidad, y de la difusión de una tan vasta apostasía.
Con todos mis predilectos e hijos a Mí consagrados, que forman parte
de mi Movimiento, os pongo delante de cada Tabernáculo de la tierra,
para ofreceros en homenaje a Jesús, como las joyas más preciosas, y las
más bellas y perfumadas flores.

Ahora, vuestra Madre Celeste quiere llevar a Jesús, presente en la


Eucaristía, un número cada vez mayor de hijos, porque estos son los
tiempos en que Jesús Eucarístico debe ser adorado, amado,
agradecido y glorificado por todos.

Hijos míos amadísimos, junto a Jesús que, en cada Tabernáculo se


encuentra en perpetuo estado de víctima por vosotros, os bendigo en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»

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