Está en la página 1de 2

DESTELLOS HEROICOS DE LA VENERABLE GLORIA MARÍA ELIZONDO

GARCÍA (1908-1966).

La época en que nos ha tocado vivir, después del Concilio Vaticano II y hasta
nuestros días, reclama a la Iglesia, que ahora el Papa Francisco quiere de puertas
abiertas, la teología vivida en los santos, es decir, modelos de vida que puedan ser
imitables para conocer más a profundidad a Dios en la persona de Jesucristo que se
encarnó entre nosotros y nos dejó un camino a seguir.

La Venerable Gloria María Elizondo, que dejó este mundo precisamente cuando el
Concilio Vaticano II se realizaba, se adelantó a su tiempo y desde varios años
antes, como laica comprometida, antes de ingresar a la vida religiosa, vivió su
compromiso bautismal trazando un camino, que bien puede ser seguido con
sencillez para alcanzar la santidad.

Su vida, sellada con la experiencia de una profunda relación con Dios, la llevó a
vivir las virtudes cristianas en grado heroico y a contagiar, a quienes estaban a su
alrededor, del gozo de vivir para Cristo en una amistad íntima en medio de las
ocupaciones de cada día, ya sea como laicos o como personas consagradas.

Su enseñanza, en el libro que hoy se presenta y en otros escritos más, así como en
el testimonio de su vida, es de una actualidad impresionante para quienes, como
ella, quieran dejarse sorprender por el amor de Jesús bajo la mirada dulce de su
santísima Madre.

Ella, desde mucho antes de ingresar a la vida religiosa como Misionera Catequista
de los Pobres, supo conjugar los dones naturales que Dios le dio con el esfuerzo
espiritual que la llevó a vivir las virtudes en grado heroico.

Como miembro de su familia, desde su niñez y hasta la vida como adulta madura,
ya en el convento, fue muy querida y admirada, debido a su gran calidad humana.
Luego, como joven seglar, fue muy apreciada por sus amigos, quienes veían en ella
una joven inquieta, pero con los principios de la fe católica muy bien instalados.
Después, ya como una mujer empresaria, brillaba en su persona la tenacidad y la
prudencia al dirigir la empacadora que ella misma fundó y de la que se valió para
catequizar a tanta gente, empezando por sus propios empleados y muchas
personas más a través de quienes contagiaba del amor a Cristo convirtiéndolos en
catequistas.
Enamorada de Cristo y sensible para descubrirlo en los acontecimientos de la vida
ordinaria, llegó al corazón de muchos para sembrar en ellos la semilla de la fe o
reavivar la flama de la misma, en quien por alguna situación se sentían
desanimados o desalentados. Gloria María, tanto como seglar, como religiosa,
después, solía decir: Quiero que las personas se den cuenta que Dios las ama para
que se acerquen a Él con confianza”.

Ya en el convento, desde sus primeros pasos en la formación inicial, dio muestras


de vivir cada una de las virtudes cristianas llevándolas al máximo en las tareas
encomendadas. No se diga del tiempo, corto, pero sumamente productivo, que
vivió como superiora general del instituto de las hermanas Misioneras Catequistas
de los Pobres. Ninguna hermana quedaba indiferente ante el trato con la madre
Gloria hacia dentro de la comunidad, y lo mismo ocurría en el trato con sacerdotes
y laicos.

Este libro, que hoy se presenta en su reimpresión, llegó a miles de hogares. De


hecho yo mismo lo encontré en la biblioteca de la casa de mis padres, y, a través de
él, de una forma sencilla y coloquial, la madre Gloria ha inflamado en el amor a
Jesús a quienes se dejaron cautivar por su sencillez al buscar catequizar a quien
leyera aquellas líneas que brotaron de su corazón enamorado de Cristo esposo.

Ciertamente el centro de la vida espiritual de la madre Gloria fue la oración,


nutrida, sobre todo, de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Por eso, este libro, que
es una gran obra de catequesis, deja ver con claridad, el amor profundo que la
madre Gloria tuvo a Jesús.

Tanto su vida, como este libro en concreto, pueden motivar profundamente a


quienes quieran vivir el seguimiento de Cristo de una manera comprometida,
tanto en el mundo de trabajo como en el de la consagración a Dios en la vida
religiosa.

P. Alfredo L. Delgado Rangel, M.C.I.U.

También podría gustarte