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La nueva

Administración Pública

Rafael Bañón
Ernesto Carrillo
Compiladores

Alianza Universidad

Madrid, 1997

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
CAPÍTULO 11. EL ANÁLISIS DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

MANUEL TAMAYO SÁEZ


Universidad Complutense de Madrid. Instituto Universitario Ortega y Gasset

1. Introducción

A. ¿Qué son las políticas públicas?

Los gobiernos no son más que conjuntos de organizaciones –ministerios, concejalías, empresas
públicas, juzgados, escuelas, hospitales, etcétera– que combinan recursos –normativos, humanos, financieros
y tecnológicos– y los transforman en políticas, en programas públicos, en servicios, en productos, para
atender los problemas de los ciudadanos, controlar sus comportamientos, satisfacer sus demandas y, en
definitiva, lograr unos impactos –objetivos– sociales, políticos y económicos (Rase. 1984).
Las políticas públicas son el conjunto de objetivos, decisiones y acciones que lleva a cabo un
gobierno para solucionar los problemas que en un momento determinado los ciudadanos y el propio gobierno
consideran prioritarios.
Desde este punto de vista, las políticas públicas se pueden entender como un proceso que se inicia
cuando un gobierno o un directivo público detecta la existencia de un problema que, por su importancia,
merece su atención y termina con la evaluación de los resultados que han tenido las acciones emprendidas
para eliminar, mitigar o variar ese problema. El proceso o ciclo de construcción de las políticas públicas
comprende las siguientes fases:

1. Identificación y definición del problema.


2. Formulación de las alternativas de solución.
3. Adopción de una alternativa.
4. Implantación de la alternativa seleccionada.
5. Evaluación de los resultados obtenidos.

FIGURA 1. El ciclo de las políticas públicas.

A este conjunto de decisiones y acciones emprendidas por el gobierno para influir sobre el problema
lo denominamos política pública. La educación obligatoria hasta los dieciséis años, la atención sanitaria
primaria, el control de las actividades contaminantes, las campañas de educación vial, las pensiones públicas
son piezas de otras tantas políticas públicas sectoriales: la política educativa, sanitaria, medioambiental, de
seguridad vial, de protección social. Es conveniente, en este momento, hacer una distinción tajante entre el
concepto general de política pública, las políticas públicas concretas o políticas sectoriales y la política,
entendida en el sentido tradicional de lucha por el poder.

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CUADRO 1. El proceso de las políticas: un caso práctico.
Un gobierno local puede, por ejemplo, considerar prioritario intervenir en el mercado de la vivienda, al
observar que los precios son muy elevados y que buena parte de los ciudadanos no pueden acceder a una
vivienda en propiedad o alquiler –FASE DE IDENTIFICACIÓN Y DEFINICIÓN DEL PROBLEMA–. La
intervención puede seguir muy distintos caminos: desde construir viviendas y donarlas a las familias con
menores ingresos hasta subvencionar los créditos hipotecarios facilitando el acceso a una vivienda libre –
FASE DE FORMULACIÓN DE ALTERNATIVAS–. El gobierno opta finalmente por construir, en los
próximos cinco años, mil viviendas de protección oficial en suelo municipal, para familias de bajos ingresos
–FASE DE ADOPCIÓN DE UNA ALTERNATIVA–. La Empresa Municipal de la Vivienda comienza la
construcción, diseña un sistema para seleccionar a las familias beneficiarias y controla el proceso de
construcción y adjudicación –FASE DE IMPLANTACIÓN DE LA ALTERNATIVA SELECCIONADA–.
Una vez entregadas las viviendas, el Pleno del Ayuntamiento quiere saber a quién se han entregado
finalmente, qué coste ha supuesto la operación para las arcas municipales, y, si es necesario, continuar con
el programa de construcción de viviendas –FASE DE EVALUACIÓN DE RESULTADOS.

El proceso de las políticas públicas tiene un carácter cíclico. El gobierno, una vez efectuada la
intervención, mide los efectos de la misma sobre el problema y tras observar si éste ha concluido o si
permanece se pregunta si es necesario seguir actuando. En caso afirmativo esto daría lugar a un nuevo
proceso de formulación de alternativas. Los resultados de la política retroalimentan el proceso.
En todo caso, conviene señalar que el ciclo o proceso de las políticas públicas es una construcción
conceptual que no tiene por qué ocurrir en la realidad. No todas las políticas públicas de un gobierno siguen
este proceso en todas sus fases, e incluso con frecuencia algunas políticas alteran el orden del proceso.

B. ¿Qué es el análisis de políticas públicas?

El análisis de políticas es un conjunto de técnicas, conceptos y estrategias que provienen de distintas


disciplinas –la Ciencia Política, la Sociología, la Teoría de la Organización, la Psicología y la Antropología,
entre otras– que intentan mejorar la calidad de ese proceso de transformación de recursos en impactos. El
análisis de políticas es “investigación para la acción”; su objetivo es ayudar al decisor público a responder a
preguntas tales como: ¿debería intervenir el gobierno para solucionar un problema concreto?; ¿cómo se debe
orientar esa intervención?; ¿cuánto tiempo será necesario actuar sobre él?; ¿qué costes acompañarán a las
acciones emprendidas?; ¿quién se beneficiará de la intervención y quién resultará perjudicado por ella?;
¿serán o no satisfactorios los resultados de la intervención?
El análisis de políticas públicas implica todo el proceso de la política pública y puede centrarse en:

x Los aspectos externos a la administración pública, preocupándose por el problema a tratar, sus
dimensiones, la gravedad del mismo, el número de personas a las que afecta, etcétera.
x La implicación y comportamiento de los actores sociales críticos con intereses en el proceso de
la política.
x Los objetivos y las metas, interesándose por conocer la adecuación entre las previsiones y los
logros.
x Los medios e instrumentos utilizados –recursos humanos, financieros, organizativos y
tecnológicos– para desarrollar la política.

Es interesante resaltar que el análisis de las políticas públicas lo realizan personas que filtran la
realidad a través de sus valores, de su capacidad técnica, de sus intereses circunstanciales y de su grado de
Información. De este modo, las conclusiones del análisis se ven afectadas por estos factores (Weimer y
Vining, 1992). Consecuentemente, es importante siempre tener presente la relación que exista entre la
realidad y el análisis, y los analistas y la realidad. De otra forma, podríamos atribuir un valor inapropiado al
análisis.

C. La relación entre el proceso de la política y su análisis

Hecha abstracción de la acción del analista, existen dos perspectivas que ponen en relación la
política y su análisis. En primer lugar, y la más importante, es la perspectiva del responsable de la política en
cualquiera de sus fases (formulación, implantación, evaluación y, en su caso, reformulación). Esta es la
perspectiva del directivo, policy maker, en las organizaciones públicas. La otra es la perspectiva del analista

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de políticas públicas, que es un agente que enriquece el universo de información que se pone a disposición de
los directivos para que puedan tener un criterio de decisión en cualquiera de las fases de la política pública.
Este analista no tiene por qué ser, necesariamente, un agente interno de la organización pública; de hecho,
con frecuencia es un agente externo a la misma de quien se recaba consulta.
Cualquiera que sea la perspectiva adoptada, lo que parece claro es que el proceso de las políticas
públicas no tiene ningún sentido si no se vincula a la actividad del análisis. La principal razón de que ello sea
así es que todas las fases del proceso de las políticas públicas están íntimamente vinculadas con un nexo de
dependencia, de tal forma que un replanteamiento en cualquiera de las fases del proceso afecta a las
posteriores y, eventualmente (véase figura 1), a las anteriores.
El análisis de políticas intenta responder a una serie de cuestiones fundamentales que se plantean en
cada una de las distintas fases del proceso de la política pública. El papel del analista es aplicar, en la medida
de lo posible, sus conocimientos técnicos y su visión política del problema, para dar respuesta a esas
preguntas y producir informaciones cualificadas que serán tenidas en cuenta por los policy makers en las
fases del proceso de las que son responsables.
En todo caso, el proceso de las políticas públicas es asimilable conceptualmente a la noción de
sistema. De tal forma que ninguna fase aislada del proceso tiene sentido en sí misma, ni se basta para definir
las características del proceso. Es perfectamente posible hacer una adecuada definición del problema
determinando a quién afecta la necesidad de afrontarlo, el momento adecuado para abordarlo y su posible
coste, y, sin embargo, no acertar con el plan de implantación de las soluciones que se han elegido para
neutralizar y responder al problema. Para subrayar esta idea habría que decir que tampoco la implantación y
la adecuada evaluación de los resultados obtenidos por la política pública nos da, necesariamente, la llave del
acierto en la redefinición del problema que se intentaba resolver (véase Cuadro 2) y en la reformulación de
las alternativas.
Tener presente la unidad de la política pública y, por tanto, del proceso no exime de la
contemplación específica y detenida de cada una de las fases y elementos del proceso. Por el contrario, la
realidad de la actuación administrativa pública se concentra generalmente en partes del proceso y no en la
contemplación global de la política. Se podría argumentar con tranquilidad que la unidad de la política
pertenece más bien al plano conceptual de los analistas de la política que al operativo, el de los responsables
de cualquiera de las fases del proceso de la política pública (Hogwood y Gunn, 1988).

CUADRO 2.* Las relaciones entre el proceso y el análisis de políticas.


FASES DEL PROCESO DE PREGUNTAS QUE PLANTEA EL ANÁLISIS DE POLÍTICAS
LA POLÍTICA PÚBLICA PÚBLICAS
1. LA DEFINICIÓN DEL PROBLEMA ¿CUÁL ES EL PROBLEMA?
¿CUÁLES SON SUS DIMENSIONES?
¿CUÁLES SON LAS CAUSAS DEL PROBLEMA?
¿A QUIÉN AFECTA Y EN QUÉ MEDIDA?
¿CÓMO EVOLUCIONARÁ EL PROBLEMA SINO
ACTUAMOS SOBRE ÉL?
2. LA FORMULACIÓN DE LAS ¿CUÁL ES NUESTRO PLAN PARA ATAJAR EL
ALTERNATIVAS DE SOLUCIÓN AL PROBLEMA?
PROBLEMA ¿CUÁLES DEBEN SER NUESTROS OBJETIVOS Y
PRIORIDADES?
¿QUÉ ALTERNATIVAS EXISTEN PARA ALCANZAR
ESAS METAS?
¿QUÉ RIESGOS, BENEFICIOS Y COSTES ACOMPAÑAN
A CADA ALTERNATIVA?
¿QUÉ ALTERNATIVA PRODUCE LOS MEJORES
RESULTADOS CON LOS MENORES EFECTOS
NEGATIVOS?
3. LA ELECCIÓN DE UNA ALTERNATIVA ¿ES VIABLE TÉCNICAMENTE LA ALTERNATIVA
SELECCIONADA?
¿ES VIABLE POLÍTICAMENTE LA ALTERNATIVA
SELECCIONADA?
4. LA IMPLANTACIÓN DE LA ALTERNATIVA ¿QUIÉN ES EL RESPONSABLE DE LA IMPLANTACIÓN?
ELEGIDA ¿QUÉ MEDIOS SE USAN PARA ASEGURAR QUE LA
POLÍTICA SE LLEVA A CABO DE ACUERDO AL PLAN
PREVISTO?
5. LA EVALUACIÓN DE LOS RESULTADOS ¿PODEMOS ASEGURAR QUE HEMOS ALCANZADO LOS

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OBTENIDOS OBJETIVOS?
¿QUÉ CRITERIOS HAY QUE TENER EN CUENTA PARA
JUZGAR LOS RESULTADOS DE LA POLÍTICA?
¿HAY QUE CONTINUAR O TERMINAR LA POLÍTICA?
¿PODEMOS DECIR QUE LA POLÍTICA HA SIDO JUSTA?
(•) Cuadro adaptado de STARLING, 1988.

La exposición sobre las políticas públicas la vamos a articular alrededor de las fases del proceso
para, de esta forma, reconstruir el concepto de política a través del conocimiento de sus fases.

II. La definición de los problemas públicos

La definición de problemas es la primera fase del ciclo de las políticas públicas. Tradicionalmente no
se le ha dado una gran importancia a este aspecto, tendiendo, tanto los analistas como los directivos públicos,
a concentrar su atención en la búsqueda y valoración de las alternativas de solución, en lugar de concentrarse
en el problema planteado. Esta concentración del interés, prácticamente en exclusiva, en la fase de
formulación de las políticas es una de las características de los primeros años de desarrollo de este enfoque.
La preocupación por la elección de la mejor alternativa soslayaba la importancia de la definición de los
problemas en la creencia de que éstos se podían definir objetivamente. En otras palabras, se pensaba que el
problema existía, estaba ahí, se podía reconocer con facilidad. La dificultad se circunscribía, a lo sumo, a
ciertos aspectos técnicos para separar el problema de otros y cuantificarlo con exactitud, de tal forma que se
pudiera calcular su magnitud.
La realidad nos muestra, por el contrario, que los problemas no existen, sino que son construidos,
definidos subjetiva e interesadamente por un observador. Actores distintos entenderán el problema planteado
de manera diferente, reflejando en sus respectivas definiciones sus propios intereses y valores. Por ello los
gestores públicos deben ser conscientes de que su visión del problema es sólo una de las posibles y no tiene
por qué ser siempre la más correcta. De hecho, una medida conveniente para mejorar la calidad de la
definición es preguntarse cómo entienden el problema otros actores –los usuarios directos e indirectos, los
proveedores y los oponentes a la política, entre otros–. Se trata de incorporar a la definición la perspectiva
que del problema tienen los actores políticos y sociales estratégicos.
La primera tarea del analista de políticas en esta fase es, por tanto, identificar a los actores con algún
tipo de intereses en el problema y reconstruir sus definiciones, la forma en que ven el problema. Desde este
punto de vista, la definición de problemas es ante todo una cuestión política, decidir a quién se tiene en
cuenta y hasta qué punto. El apoyo para la decisión sobre la definición del problema se resuelve con
herramientas políticas –consultas, reuniones, intercambios de información, negociaciones– y posteriormente
con técnicas instrumentales –fijación de las fronteras del problema, cuantificación del número de afectados,
comprensión de sus posibles ramificaciones y evaluación de la gravedad e intensidad del problema.
El carácter eminentemente político de esta fase se muestra en toda su extensión cuando observamos
las consecuencias que produce optar por una definición del problema y no por otra. Si definimos el problema
de la drogodependencia como un problema de seguridad ciudadana, las alternativas de solución serán
distintas a las que tendríamos en cuenta si lo definiésemos como un problema de integración social.
Ciertamente, es muy distinto considerar al drogadicto como un marginado que necesita servicios sociales,
que como un delincuente potencial al que hay que vigilar. Las definiciones, a pesar de su posible apoyo
técnico y estadístico (a algunos les gusta hablar de fundamento científico), no son asépticas ni objetivas. De
ahí que cuando el directivo público opta por una definición debe preguntarse por sus consecuencias,
previendo a quién beneficia o perjudica con ella, y en qué medida. En resumen, la definición del problema es
una decisión de gran importancia que marca absolutamente el posterior desarrollo de la política pública, al
reducir el ámbito de posibles alternativas a considerar. Una definición inadecuada del problema está en la
base del fracaso de muchas políticas públicas.
La preocupación por la definición de los problemas públicos hace insoslayable considerar la forma
en que se produce la información, el acceso a la misma y la racionalidad de la elección de alternativas. En
breve se plantean dos preguntas esenciales para poder adecuar la acción a la realidad:
¿Cómo conocen los directivos públicos la existencia de los problemas? LA DETECCIÓN DE LOS
PROBLEMAS.
¿Por qué eligen unos problemas y no otros? EL DISEÑO DE LA AGENDA.

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A. La detección de los problemas

El análisis de políticas pierde gran parte de su utilidad si los directivos públicos no detectan los
problemas con la suficiente antelación. Es decir, el problema hay que anticiparlo para poder controlar sus
efectos. Una política reactiva –la que surge cuando un problema entra en crisis– no corresponde a la
detección intencional del problema; más bien al contrario, el problema se manifiesta ante los ojos del decisor
y éste no puede pararse a definirlo, a evaluar vías alternativas de solución, a anticipar impactos y a calcular
costos; simplemente actúa con la mayor celeridad posible para intentar paliarlo. El tipo de destrezas y
conocimientos necesarios para poner en funcionamiento una política reactiva es más la capacidad de acción
que la de análisis.
Las administraciones públicas disponen de muchos mecanismos rutinarios que ayudan a los
directivos a tomar conciencia de los problemas. La disposición personal para la detección anticipada de los
problemas es una cuestión eminentemente de actitud y valores culturales y de estilo de liderazgo. Con los
mismos instrumentos básicos hay directivos que se orientan al reconocimiento de problemas, que aún no lo
son, y a la anticipación de amenazas, aun cuando sólo hay signos débiles, mientras que otros no lo hacen. La
detección anticipada del problema no asegura el éxito de la política, pero coloca a su responsable en mejor
posición para lograrlo. De entre los mecanismos para detectar problemas destacan los siguientes:

1. La función directiva

El principal papel del directivo en cualquier organización, pública o privada, es mantener a su


organización en contacto permanente con el entorno. El directivo analiza los cambios del exterior para prever
cómo su organización deberá afrontarlos.
Esa labor de búsqueda y análisis permanente de información estratégica es uno de los mecanismos
más efectivos para detectar problemas.

2. La participación en redes de gestión

La complejidad de los problemas públicos obliga, cada vez en mayor medida, a la participación
simultánea de diversos actores públicos y privados en el proceso de la política. La red se establece para
intercambiar recursos y, muy especialmente, información. La pertenencia a una red ofrece muchas
oportunidades para conocer problemas que ya están afectando a otros y comprobar el impacto de las medidas
que se han diseñado para enfrentarse a ellos.

3. El diseño de segmentos organizativos especializados en la detección de problemas

Los gabinetes de análisis, las oficinas de información al público, las unidades que recogen
reclamaciones y sugerencias o las figuras como el defensor del usuario son instrumentos diseñados para
recoger información y detectar problemas.

4. El análisis de los clientes

En general, los clientes son la principal fuente de información para las administraciones públicas. El
estudio de su estructura y composición, el análisis de su comportamiento, la valoración de sus expectativas y
demandas son instrumentos que ayudan a descubrir problemas nuevos o cambios de tendencia en los
problemas conocidos.

5. La evaluación de las políticas y de los programas en funcionamiento

La utilidad de la evaluación es producir información de calidad para orientar nuevos procesos de


decisión, aprendiendo de los éxitos y los fracasos. Desde este punto de vista, la evaluación es un recurso
fundamental para detectar problemas de eficacia –evaluación de impacto–, de eficiencia –evaluación de
rendimiento– y de gestión del programa –evaluación de la implantación.
En conclusión, la detección es una tarea de búsqueda de informaciones que nos permitan reconocer
la presencia de demandas, amenazas u oportunidades, para orientar las políticas presentes y futuras. La
búsqueda de información puede realizarse mediante distintas estrategias, desde la más estructurada e
intencional, la investigación científica, que persigue obtener informaciones concretas para un propósito

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específico, hasta la menos estructurada, la exposición indirecta a la información, que consiste simplemente
en mantener <dos ojos bien abiertos” recogiendo información selectiva, inteligentemente. La investigación
científica, a pesar de su aura de racionalidad y objetividad, es la menos adecuada para detectar problemas
nuevos, o anticipar el desarrollo de problemas de los que sólo tenemos información parcial, fragmentada e
inexacta (Hogwood y Gunn, 1988).

B. El diseño de la agenda

Podemos convenir que el volumen total de problemas que preocupan a la sociedad es más amplio
que el de problemas que reciben atención por parte de las administraciones públicas. No todos los problemas
detectados tienen la misma prioridad para los decisores públicos, sólo algunos de ellos tienen la entidad
suficiente para convertirse en problemas públicos. Al conjunto de problemas que preocupan a una sociedad
en un momento determinado se le denomina agenda sistémica. De esa agenda, los decisores públicos extraen
algunos y confeccionan la agenda institucional o agenda política (Jones, 1984). Esta agenda está compuesta
por los problemas que los directivos públicos consideran prioritarios en un momento determinado. La
inclusión de un problema en la agenda institucional es una condición necesaria, pero no suficiente, para que
el problema dé lugar a una política pública que intente solucionarlo. En muchas ocasiones los problemas
entran en la agenda institucional y poco después desaparecen de ella –disipación de temas o problemas– o no
reciben atención hasta que pasa un largo periodo de tiempo –incubación de temas–. La disipación e
incubación de temas se debe a múltiples causas: la desaparición del problema de la agenda sistémica, la
pérdida de interés de los directivos por el problema, la búsqueda infructuosa de recursos para afrontarlo o la
entrada de nuevos problemas más graves (Starling, 1988).
En general, la agenda política es más estable que la agenda sistémica, reflejando la primera la
evolución de la segunda. Veamos un ejemplo: el alcantarillado no es un problema que figure hoy en día en la
agenda sistémica de una gran ciudad industrializada, pero, sin embargo, es un problema que permanece en la
agenda institucional de la concejalía correspondiente. En la agenda institucional encontramos muchos
problemas como el del alcantarillado, algunos problemas recurrentes –como la inseguridad ciudadana– y, en
menor medida, problemas nuevos. En realidad, esa acumulación dé problemas viejos y recurrentes se debe a
que los problemas públicos en muy pocas ocasiones tienen una solución definitiva; más bien al contrario, el
impacto de las políticas consigue aminorar o eliminar unas dimensiones del problema, poniendo en evidencia
la existencia de otras dimensiones. Los ciudadanos ya no se preocupan por la escasez de plazas escolares, esa
dimensión del problema se ha solucionado, su demanda se ha transformado: de cantidad a calidad. La calidad
es una dimensión nueva de una demanda antigua. Por ejemplo, en el caso de la educación la demanda, en un
principio, era la escolarización obligatoria. Hoy en día, en cambio, lo que se demanda es la calidad en la
prestación del servicio.

FIGURA 2. El diseño de la agenda.

Ambas agendas se pueden medir. Las encuestas y los barómetros de opinión pública sirven para
establecer la importancia de los problemas que componen la agenda sistémica; el análisis del presupuesto de
una organización pública, y su evolución en el tiempo, es el mejor modo de medir con precisión qué temas
componen su agenda y qué orden de prioridad han establecido sus directivos.
No todos los problemas de la agenda sistémica tienen las mismas posibilidades de acceso a la agenda
institucional; unos entran con más facilidad que otros. Podemos hablar, por tanto, de la existencia de sesgo

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en la accesibilidad a la agenda institucional. Los directivos públicos tienen que ser conscientes de la
existencia de ese sesgo y eliminarlo en lo posible, de modo que los problemas de ciertos colectivos sociales
no queden rutinariamente fuera de las prioridades de las organizaciones públicas. Por fortuna, existen
contrasesgos, que ayudan a superar las barreras de la desigualdad de poder, las barreras culturales y las
barreras a la innovación. Entre otros están: los medios de comunicación, los deseos de crecer de las
organizaciones públicas, el comportamiento y las actitudes de los decisores y la competencia política.
Los sesgos negativos de mayor importancia son:

1. El poder y la capacidad de presión de los grupos de interés

Ciertos grupos sociales son más poderosos que otros y tienen mayor capacidad para hacer prevalecer
sus problemas ante la administración. La organización de estos grupos, su capacidad para presentar
demandas y para influir en las decisiones públicas, les asegura una cuota mayor de temas en la agenda de la
administración que la que pueden conseguir grupos poco estructurados y con menor influencia.

2. Los sesgos culturales

Hay problemas y temas más proclives que otros a ser incluidos en la agenda institucional. Los
valores culturales y la cultura política u organizativa hacen de filtro de la percepción de los mismos por los
directivos. Es difícil esperar que la administración de un país mayoritariamente católico incluya entre sus
prioridades la liberalización del aborto o la planificación familiar. En España, hasta hace relativamente poco
tiempo, el problema del medio ambiente no era una preocupación social fundamental, no era un problema
culturalmente apreciado y, por tanto, era de menor interés para los directivos públicos.

3. El peso de la tradición

Las administraciones públicas tienden a incluir en su agenda problemas que conocen bien, que han
tratado en el pasado y sobre los que pueden anticipar el impacto de sus intervenciones. Es más fácil que se
incluya en la agenda un problema conocido, o parecido a otro ya tratado en el pasado, que un problema
desconocido, nuevo, que genera un alto grado de incertidumbre sobre su desarrollo posterior, los costos de
las acciones para afrontarlo, el compromiso de recursos futuros y los resultados de la intervención.

4. Las actitudes y valores de los decisores públicos

La decisión de incluir un problema en la agenda institucional la acaba adoptando una o varias


personas. Los valores de las personas –las actitudes hacia el problema, la posición ideológica, la especialidad
profesional– se reflejarán en esa decisión.
La influencia de los valores en la decisión es mayor cuanto más desconocido es un problema y
cuanto menor es el consenso entre los grupos implicados en el mismo. No es de extrañar que los argumentos
para decidir sobre problemas como la eutanasia, el aborto, la pena de muerte, la experimentación genética y
otros sean esencialmente ideológicos más que científicos y racionales, por mucho ropaje “cientifista” que los
acompañe.
Si estos y otros factores que crean un sesgo a la introducción de problemas actuasen de manera
permanente la agenda institucional variaría muy poco, dejando fuera de ella los intereses de individuos y
grupos sin poder, problemas culturalmente sin valor y sobre todo problemas nuevos o desconocidos.
Afortunadamente existen sesgos positivos que mitigan la influencia de los anteriores:

a) Los medios de comunicación de masas

Los medios son uno de los elementos más eficaces en las democracias pluralistas para ayudar a
introducir problemas en la agenda institucional, al llamar la atención de los decisores sobre problemas que
afectan a personas o a colectivos determinados. La agenda de los medios se especializa en problemas

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emotivos, en problemas que enlazan con valores y tendencias de moda y en situaciones que afectan a la
legitimidad del sistema.

b) La competencia política

Los procesos electorales son momentos de cambio en la agenda institucional. Cuanto más
competitivo sea el mercado político, mayor será la presión para incluir problemas en la agenda y ampliar la
oferta de servicios. Los directivos electos escudriñan la agenda sistémica en busca de problemas que liderar
para adquirir visibilidad política, ganar apoyos y mantener “vivos” los problemas de sus constituencies.

c) Los deseos de crecer de las organizaciones públicas

La legitimidad de las administraciones públicas se basa cada vez más en su capacidad para responder
con eficacia y economía de medios a las necesidades de los ciudadanos. Una agencia pública legitima su
existencia solucionando problemas. La importancia de un organismo público se puede medir por el número y
la significación social y política de los problemas sobre los que actúa. Ampliar la agenda es, en muchas
ocasiones, el único método que tienen los gestores para justificar la necesidad de ampliar sus recursos, crear
oportunidades de desarrollo profesional a sus empleados, defenderse de la competencia de otros organismos
y, en última instancia, asegurar la supervivencia de su organización.

III. La formulación de las políticas públicas

Una vez que un gobierno conoce la existencia de un problema, lo define y rechaza la opción de no
actuar sobre él, comienza el proceso de elaboración de la política pública para intentar proporcionar
soluciones. La formulación de la política incluye: el establecimiento de las metas y objetivos a alcanzar, la
detección y generación de los posibles caminos –alternativas– para llegar a los objetivos, la valoración y
comparación de los impactos de esas vías alternativas y, finalmente, la selección de una opción o
combinación de ellas. La fase de formulación es una tarea exclusiva de los actores públicos, la
responsabilidad sobre la decisión final y el diseño de la política permanece en manos del gobierno. Para que
una política sea pública es requisito indispensable que esté investida de legalidad, es decir, que sólo desde el
ámbito público se puede formular una política pública.
El acuerdo sobre el concepto de elaboración de las políticas es aún un tema abierto que ha generado
dos corrientes principales de análisis: el racionalismo y el incrementalismo. La diferencia fundamental entre
ambas corrientes es la importancia que conceden al análisis de políticas para influir y mejorar la elaboración
de las políticas. Para los racionalistas es posible, mediante el análisis, que las decisiones públicas se
asemejen a las decisiones que adoptan los ingenieros, los industriales, los estrategas militares, decisiones
cuantificables, operativas, guiadas por criterios de eficacia en la consecución de los objetivos y eficiencia
económica, preocupándose no sólo de qué hacer, sino también de cómo hacerlo (Quade, 1989). Por el
contrario, los incrementalistas abundan en el carácter elusivo, complejo, fragmentado y a veces
incomprensible de los procesos sociales sobre los que las políticas públicas intentan influir, de modo que el
análisis de políticas poco puede hacer para ordenar el cambio en presencia de factores como las relaciones
entre los distintos niveles de gobierno, la divergencia de intereses, la inexistencia de objetivos claros y
compatibles sobre qué debe hacerse, las presiones de individuos, grupos y empresas.
No abundaremos en los términos de la discusión sobre la utilidad del análisis para centrarnos en la
descripción de estas corrientes.

A. La elaboración de políticas desde el modelo racionalista

El racionalismo intenta sustituir la intuición, la opinión y la experiencia del decisor por un conjunto
de técnicas y métodos precisos que le ayuden a encontrar no una decisión cualquiera, sino la mejor decisión.
En última instancia propone sustituir un proceso de decisiones intuitivo por un proceso racional de adopción
de decisiones.
Herbert Simon (1957) hizo la formulación más completa del modelo racional de adopción de
decisiones, modelo que se asemeja mucho al esquema de “acción racional respecto a fines” de Max Weber.
Este modelo divide el proceso de adopción de la decisión en una serie de pasos interdependientes y
acumulativos, que, de cumplirse, dan lugar a una elección racional. Los pasos son los siguientes:

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Primero: EL ESTABLECIMIENTO DE LOS OBJETIVOS

El proceso comienza estableciendo las metas y objetivos a lograr con la política pública,
ordenándolos según su importancia. Los objetivos deben expresarse primero en términos generales, y
posteriormente traducirse a términos operativos, señalando, para cada uno de ellos, las expectativas de logro.

FIGURA 3. El modelo racional puro de adopción de decisiones.

Segundo: EL ESTABLECIMIENTO DE LAS ALTERNATIVAS

Las alternativas son las distintas opciones, las diferentes políticas y medios disponibles para alcanzar
los objetivos. Para ser absolutamente racional, el decisor debe identificar todas las alternativas posibles para
lograr los objetivos. Las alternativas no tienen por qué ser excluyentes entre sí; en ocasiones, la decisión final
es una combinación de alternativas. Las alternativas no son sólo las opciones conocidas: en el proceso se
inventan y generan alternativas nuevas.

Tercero: LA VALORACIÓN DE LAS CONSECUENCIAS DE LAS ALTERNATIVAS

El decisor racional, para optar entre las distintas alternativas, tiene antes que valorar los efectos de
cada una de ellas. En definitiva, se trata de saber qué ocurrirá si elegimos una alternativa determinada, en qué
medida se alcanzarán los objetivos y qué costes y beneficios acompañarán la elección. El decisor racional
calcula todos los efectos, todos los costes, todos los beneficios de todas las alternativas, incluidos los
impactos de cada alternativa sobre otros objetivos, otros problemas y otras políticas ya en marcha. En otros
términos prevé las externalidades y los costes de oportunidad.

Cuarto: LA COMPARACIÓN DE LAS ALTERNATIVAS

Conocidas las consecuencias de las distintas opciones es necesario ordenar las alternativas de modo
que se pueda saber cuál es la más deseable. El decisor racional tiene que establecer unos criterios que
permitan comparar y relacionar los objetivos, las alternativas y sus efectos, para poder seleccionar la mejor
opción posible.

B. El modelo de racionalidad limitada

El propio Simon concluyó que la aplicación del modelo racional puro de adopción de decisiones es
impracticable en la realidad debido a la presencia de una serie de limitaciones que merman las capacidades
del decisor. En última instancia, ese modelo no es más que un tipo ideal que nos sirve para conocer en qué
medida los procesos reales de adopción de decisiones se aproximan o desvían del mismo. En la elaboración
cotidiana de las políticas los directivos públicos no aspiran a encontrar la mejor política –el comportamiento
óptimo, en términos de Simon–, se conforman con identificar políticas satisfactorias –comportamiento
satisfactorio–. Simon se concentró en describir las limitaciones que hacen imposible la aplicación estricta del
modelo racional puro, contrapuso la racionalidad de la economía clásica con la racionalidad administrativa.
Entre otras, las principales limitaciones a la aplicación de la racionalidad económica clásica son:

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1. De carácter psicológico

Un comportamiento perfectamente racional necesita de una inteligencia, unos conocimientos y unas


habilidades que superan con mucho las capacidades reales de cualquier persona. La información sobre la que
se ha de basar la decisión no siempre es suficiente, o es demasiado amplia como para sistematizarla en el
tiempo disponible. Los conocimientos del decisor son limitados y ha de decidir, a menudo, sobre temas y
problemas poco conocidos y estructurados; su capacidad de cálculo y previsión de costes y beneficios es
mucho menor que la del hombre económico.

2. Los valores

El hombre económico decide en solitario; las consecuencias de su decisión le afectan a él en


exclusiva y se orienta por sus propios valores –la soberanía del consumidor y la función de utilidad
individual– y preferencias. Los decisores públicos no actúan en solitario, muchas veces deciden con otros, en
presencia de valores que entran en competencia o conflicto y sus decisiones determinan el bienestar o
malestar de terceros. La diferencia de intereses y valores está presente, se reconoce y se admite como un
elemento fundamental de las democracias pluralistas. La resolución del conflicto de valores no admite un
esquema de racionalidad pura; una alternativa satisfactoria para un grupo social es fuente de problemas para
otros grupos.

3. De carácter organizativo

El decisor forma parte de una organización y aun cuando supera sus limitaciones individuales,
tropieza con las limitaciones que le impone su organización. La excesiva departamentalización, la
especialización funcional, los defectos en el diseño de los sistemas de información para la decisión, la
tendencia a eludir o limitar la evaluación de los programas y políticas son barreras al comportamiento
racional muy difíciles de superar.

4. Los costes

El modelo racional es intensivo en información, en medios tecnológicos, en recursos humanos de


gran cualificación y, sobre todo, en tiempo. Ser racional es muy caro, luego, si no parece obvio que del
proceso de análisis se obtendrán resultados de gran calidad, es preferible ser menos racional y dedicar los
recursos a otros fines. La situación deseable sería poder establecer de antemano cuando merece la pena
intentar una aproximación racional, pero éste es un supuesto difícil de alcanzar. En términos generales, no
obstante, se debe intentar si:

– Hay tiempo para el análisis y esperamos obtener unos buenos, resultados que justifican los costes
de llevarlo a cabo.
– El problema y la decisión no están muy politizados.
– El problema es central para la organización y afecta a su misión principal.
– El problema es complejo y presenta muchas ramificaciones y aspectos desconocidos.
– La decisión que se adopta hipoteca, en gran medida, la capacidad de decisión futura.
– Desconocemos los costes de la intervención, prevemos un salto en los mismos o tememos no poder
dejar de intervenir perjudicando otros programas y políticas.

5. Limitaciones situacionales

El principal punto débil del modelo racional puro es que parte de cero para elaborar la decisión: antes
no había nada, ahora se decide todo. En muy pocas ocasiones los decisores públicos se encuentran en una
situación como ésta, lo habitual es que tengan que continuar las decisiones del equipo de gobierno anterior,
tratar problemas que ya están tratando otras administraciones y desarrollar políticas que no se han decidido
explícitamente. En resumen, pocas veces se decide en el vacío. La presión de los precedentes, las
expectativas y demandas de los usuarios, la búsqueda de las alternativas socialmente deseadas y
políticamente viables limitan significativamente la capacidad de elección. En otras palabras, buena parte de

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la agenda de problemas, alternativas y decisiones está escrita antes de que el decisor enfrente su
responsabilidad.
La conclusión de Simon es obvia; en las administraciones públicas el proceso de adopción de
decisiones se rige por la racionalidad limitada. La limitación a la racionalidad individual está constituida por
todos los factores enumerados más arriba y por el concepto del decisor sobre la finalidad de la decisión, que
puede ser distinto del de la organización, sus valores y su grado de información.

C. La elaboración de las políticas desde el modelo incremental

Charles Lindblom revisó las tesis de Simon sobre las limitaciones del modelo racional de adopción
de decisiones públicas, al negar que fuese el mejor modelo para la elaboración de las políticas. Según
Lindblom el comportamiento de los decisores públicos rara vez se adapta a ese modelo, ya que sus
decisiones no son más que ajustes marginales sobre políticas ya en marcha. El modelo incremental es más
descriptivo que prescriptivo y se basa, en buena medida, en la observación del comportamiento cotidiano de
los policy makers.
Lindblom (1990) no admite que el análisis racional sea el factor principal del proceso de elaboración
de la política pública. “Cuando decimos que la política más que el análisis determina las políticas (públicas),
queremos decir que las políticas se elaboran a través de los distintos mecanismos por los que la gente ejerce
control, influencia o poder sobre otros”, es la interacción política entre los individuos y los grupos sociales el
factor que más condiciona la elaboración de las políticas públicas.
El análisis cobra así su verdadero significado, pues no es la alternativa al juego político, como se
infiere del modelo racional, sino una pieza del mismo. El análisis “se convierte en un método de ejercer
control”, en una forma útil para la interacción, en un instrumento de persuasión para atraer a los participantes
hacia una postura determinada. Lindblom concluye que el análisis de políticas es siempre partisano, los
individuos usan “los recursos analíticos solamente para impulsar sus propios intereses”.
El modelo incremental argumenta que las decisiones sobre las políticas son, ante todo, pragmáticas,
no se basan en relaciones causales bien estudiadas, ni en cálculos exhaustivos de costes y beneficios, sino en
el método de las aproximaciones sucesivas y limitadas. Dicho con claridad, el decisor sólo toma en
consideración aquellas alternativas que difieren muy poco de las políticas que ya se llevan a cabo,
rechazando las demás, y analiza sólo los aspectos en que la opción nueva y sus consecuencias difieren de la
situación actual, obviando el resto (Aguilar, 1993). De este modo el análisis se simplifica sensiblemente, al
rechazar cualquier opción que se aleje de las opciones conocidas, y al no valorar más que algunas
consecuencias de las opciones objeto de análisis. Así se reduce el universo de posibilidades y de
consecuencias a tener en cuenta.
La primera idea básica del incrementalismo es que, cuanto más se aleje una alternativa de las
políticas conocidas, más difícil es anticipar sus consecuencias e impactos, más complejo es ganar apoyos
para sustentar su elección y, por tanto, es menos viable políticamente. Además, Lindblom insiste en la
naturaleza permanente de buena parte de los problemas públicos, de modo que las decisiones casi nunca son
inéditas; por el contrario, la decisión de hoy forma parte de una larga cadena de decisiones pasadas, de
errores y de logros, de ensayos mediante diferentes medios y de precedentes.
Comparar únicamente las opciones que se parecen a las políticas pasadas permite anticipar con gran
precisión sus impactos, sus costes y sus beneficios. Asimismo se reducen las posibilidades de error y fracaso
y se amplía la capacidad para prever el comportamiento de los individuos y de los grupos con intereses en el
problema y su solución. La teoría causal no es necesaria, puesto que se opta por efectuar cambios sobre
políticas existentes, que muestran, en cierta medida, resultados positivos. La viabilidad de la decisión queda
asegurada al basarse en una larga secuencia de cambios incrementales.
Este estilo de elaboración de políticas públicas, que “aumenta correctivamente, vez por vez, el
margen de maniobra de un gobierno, fue considerado por él (Lindblom) como el estilo propio y obligado de
las democracias pluralistas, ‘poliárquicas’, en sociedades con grupos de interés poderosos, bien informados,
autónomos y capaces de presión efectiva” (Aguilar, 1993).
Los críticos de este modelo arguyen que el incrementalismo niega la racionalidad y enfatiza en
exceso el factor de viabilidad política como criterio definitorio de lo que es una política adecuada. Cambiar
las políticas sólo marginalmente reduce el riesgo del fracaso al limitar el cambio radical, pero imposibilita
los superiores beneficios de iniciativas más ambiciosas e innovadoras.
El modelo incremental ha sido tachado de conservador por legitimar la estructura y el balance de
poder existente en la sociedad. En esta contemplación no se atacan los verdaderos problemas, ni sus causas,
no se buscan soluciones definitivas, sino pequeñas variaciones respecto de la situación presente. El

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incrementalismo, en la medida que se convierte en doctrina prescriptiva, supone una legitimación teórica de
la inercia y de la resistencia a la innovación y se asocia al comportamiento de las organizaciones burocráticas
garantistas.

D. ¿Qué debe hacerse?

La respuesta a cuál es la mejor perspectiva a adoptar no es sencilla, pero sí se puede arriesgar una
recomendación pragmática, casi de tautología incrementalista: seamos racionales cuando sea posible,
utilicemos el incrementalismo lógico cuando sea oportuno. Racionalismo e incrementalismo no son
estrategias antagónicas: el incrementalismo es altamente racional, puesto que aboga por actuar sólo mediante
alternativas cuyos impactos podamos prever. El incrementalismo es la racionalidad de lo plausible, de lo
previsible, de la certidumbre.
El análisis para la elaboración de las políticas es valioso, independientemente del modelo de
elaboración que se considere, bien para orientar la decisión y el futuro, bien para comprender el
funcionamiento de las políticas pasadas, descubrir los puntos de mejora y de resistencia. La utilidad del
análisis de las políticas depende del problema que se trate, de la política evaluada y de los condicionantes
presentes. Ahora bien, el incrementalismo no es la mejor estrategia si las políticas precedentes muestran
resultados insatisfactorios, si los problemas son nuevos o cambian a gran velocidad y, por añadidura, no sirve
para incorporar soluciones nuevas que surgen de avances teóricos y tecnológicos. Por el contrario, es la
mejor estrategia para desenvolverse en un entorno estable, ante problemas con soluciones conocidas y
comprobadas (Dror, 1989).
Una estrategia de elaboración racional es oportuna en escenarios que, como el actual, presentan un
volumen y una intensidad de cambio social, político y económico de gran magnitud. La orientación racional
puede ser el instrumento de mayor utilidad para acercarse a las variaciones de ese entorno, en el que las
soluciones del pasado comienzan a mostrarse inadecuadas e insuficientes. En última instancia, se trata de
tener en cuenta conjuntamente razón y política y, dependiendo de la situación, una tendrá más importancia
que la otra para contribuir en el diseño de la política pública. Este “tercer enfoque” denominado mixed
scanning (Etzioni, 1967, en Aguilar, 1992) toma distancia de los dos modelos y los reúne proponiendo
efectuar una exploración mixta de la elaboración de las políticas. La racionalidad, por imperfecta que sea,
debe utilizarse para las grandes decisiones de las políticas, para determinar la orientación estratégica que el
incrementalismo no permite, y, la adaptación y el ajuste, para adecuar la decisión a las capacidades
organizativas reales y los determinantes políticos presentes.
En palabras de Etzioni, “la exploración mixta incluye elementos de ambos enfoques empleando dos
cámaras por así decir: una cámara de gran angular que cubriría todo el campo, pero sin gran detalle –la
visión estratégica, racional del problema– y una cámara que se enfocaría a aquellas áreas que, reveladas por
la primera, merecen un examen en profundidad –las alternativas organizativa y políticamente viables–“, En
resumen, el decisor público debe tener en cuenta en el momento de la formulación no sólo la racionalidad,
los valores de eficacia y eficiencia económica que recomienda una política intachable desde el punto de vista
técnico, sino también la viabilidad y legitimidad políticas, el valor de la sensibilidad democrática, que
recomienda tener en cuenta quién gana qué y quién pierde qué con cada alternativa.

IV. La implantación de las políticas públicas

Los estudios de implantación de políticas comienzan a desarrollarse al final de los años sesenta y
conocen su máximo desarrollo en las dos décadas siguientes. Hasta ese momento la reflexión teórica y los
estudios de caso se habían centrado en la fase de formulación. Era como si se presumiera que el proceso de
formación de las políticas públicas concluía con la adopción de una alternativa. Se hacía coincidir el
concepto de política pública con el de adopción de decisiones, de modo que la implantación, entendida como
puesta en marcha de la decisión, no formaba parte de la política. La implantación era una cuestión técnica,
sin importancia, que debían resolver los administradores profesionales.

A. La implantación como puesta en marcha. El modelo top-down

La implantación concebida como maquinaria burocrática en movimiento cumpliendo con diligencia


y sumisión las decisiones es una transposición del modelo wilsoniano de relación entre la esfera política y la
esfera de la administración. Según este modelo, ambas esferas deben permanecer necesariamente separadas,
sin líneas de contacto. La esfera política decide, la esfera administrativa pone en marcha las decisiones. Hay

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una especialización absoluta de papeles –quien decide no implanta, y viceversa– y en el reparto al decisor le
toca el papel de protagonista (Nakamura y Smallwood, 1980). La administración no es más que una variable
dependiente de la política. Esta forma de entender el proceso de formación de las políticas públicas se ha
dado en denominar modelo Top-Down o de arriba abajo.
En este contexto, el análisis de políticas se concentra, en sus primeros años de vigencia, en el estudio
de las decisiones para mejorar su calidad. Se estima que la calidad de la decisión es el factor crítico del éxito
de las políticas públicas: si la decisión es correcta la política alcanzará sus objetivos. Con este bagaje
conceptual, la meta es ayudar al decisor a seguir el modelo racional de adopción de decisiones, y la obsesión
es transformar cualquier decisión en una decisión programable. En aquellos años, legiones de ingenieros y
economistas intentaban resumir la complejidad de las decisiones políticas en modelos lógicos, matemáticos,
en los que figurasen todas las variables clave a considerar. El impulso de aquel enfoque ingenieril termina a
mediados de los años setenta con el fracaso definitivo de su tecnología más depurada: la presupuestación por
programas. Esa preocupación por la decisión se acompañaba de un interés prioritario por el control del
proceso de implantación, concibiendo mecanismos que asegurasen una correcta circulación de la
información desde los decisores hasta los últimos escalones de la maquinaria organizativa. La idea
subyacente es que si la decisión no se cumple es porque no se conoce, o porque los sistemas de control –
sanciones y recompensas a los implantadores– a disposición de los directivos para asegurar el cumplimiento
de sus decisiones son insuficientes.
El interés por la implantación comienza en los Estados Unidos en un momento en el que se acumulan
fracasos en sus principales programas de bienestar social. De repente, se pone de manifiesto que el gobierno
es mucho más hábil diseñando planes que sus administraciones poniéndolos en marcha. Los pobres
resultados obtenidos por los programas de asistencia social –Guerra contra la pobreza–, de renovación
urbana –Ciudades Modelo–, y de educación compensatoria llamaron la atención sobre un problema que, hoy
día, sigue siendo una preocupación fundamental: la eficacia de la acción pública. La incapacidad de estos y
otros programas para conseguir sus objetivos era tan evidente que comenzó a pensarse que quizá la calidad
de la decisión no era el único factor determinante del éxito de las políticas públicas.

B. La implantación como proceso de interacción entre las condiciones iniciales y los resultados esperados

Pressman y Wildavsky (1984), en un estudio que se ha convertido en un clásico, analizaron la


implantación de un programa que pretendía generar empleo para minorías. Los resultados de ese estudio
pusieron de manifiesto la importancia de la fase de implantación para el éxito o el fracaso de las políticas.
Estos autores ofrecen una definición de implantación muy distinta a la de simple puesta en marcha: la
implantación es el proceso de interacción entre los objetivos y los resultados. La implantación, en definitiva,
es un proceso, no un momento y, además, un proceso difícilmente distinguible de la decisión, puesto que en
él se adoptan multitud de decisiones.
Cuando Pressman y Wildavsky analizaron la situación del programa habían transcurrido cuatro de
los seis años previstos para darlo por concluido, se habían gastado seis de los 23 millones de dólares
disponibles y se habían generado unos 60 puestos de trabajo. Los resultados no podían ser más
descorazonadores e incomprensibles. ¿Cómo puede fracasar un programa que surge de una decisión que
contaba con el consenso inicial de los actores implicados, respaldada con recursos suficientes, y que
perseguía objetivos claros, concretos y cuantificables? La respuesta no es sencilla, pero hay que buscarla en
un hecho que estos autores consideraron crucial: la complejidad de la acción conjunta.
El análisis del programa puso de manifiesto la cantidad de factores que el plan inicial no tenía en
cuenta, el sinnúmero de actores, no previstos, que se fue incorporando al proyecto durante su implantación y
las múltiples adaptaciones que sufrió el plan inicial hasta hacerlo compatible con las condiciones locales y
con los intereses de los distintos participantes. Este programa de creación de empleo para minorías es un
ejemplo de programa que plantea la importante dimensión de la gestión intergubernamental. En este tipo de
programas, en los que se rompe la unidad organizativa entre provisión –formulación de la decisión– y
producción –implantación del programa–, las relaciones de jerarquía (dependencia) entre los distintos actores
tienen una influencia muy limitada, siendo sustituidas por relaciones de interdependencia. El éxito final del
programa depende de la capacidad de los distintos actores para llegar a acuerdos e intercambiar recursos.
Gestionar intergubernamentalmente es gestionar a través de otros, logrando que determinados actores –que
pueden estar muy o muy poco interesados en el proyecto– lo lleven a efecto. Desde este punto de vista, la
implantación no es un mundo perfecto de administradores que cumplen asépticamente las decisiones de sus
superiores, sino un campo de negociación política en la que actores con la misma legitimidad –un ministro,

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un presidente regional y un alcalde– establecen las condiciones iniciales que permiten la implantación de la
política y, conseguidas éstas, mantienen su compromiso durante el desarrollo de la implantación.
Pressman y Wildavsky hicieron mucho hincapié en esta cuestión tratando de determinar qué son y
qué no son problemas de implantación. En realidad existen dos casos de políticas fallidas: las políticas que
no se implantan y las políticas que dan lugar a una implantación; defectuosa. En el primer caso no podemos
hablar de problemas de implantación; si la política ni siquiera se inicia es que el proceso de formulación se
concluyó sin éxito, en otras palabras, no se consiguieron las condiciones iniciales que permitían iniciar la
implantación: el consenso sobre los objetivos del programa y el acuerdo sobre los instrumentos y los
recursos del mismo. En el caso de que la política se implante defectuosamente las causas son de varios tipos.
En primer lugar, puede existir un error en la teoría que sostiene el programa, es decir, un defecto de
formulación. En última instancia todas las políticas públicas no son más que una hipótesis de relación causal
entre las condiciones iniciales y los resultados esperados. La implantación es el conjunto de acciones que hay
que emprender para que esa relación causal ocurra. Buena parte de las políticas que fracasan lo hacen porque
esa relación causal, la teoría que soporta la política, es una teoría incorrecta, es decir, haciendo x no es
posible obtener y. En el caso del programa de creación de empleo para minorías, la teoría interna del
programa era incorrecta. La teoría venía a decir lo siguiente: si se crean unas condiciones de desarrollo
determinadas, creando infraestructuras y empresas, mediante subsidios al capital, se generarán
automáticamente puestos de trabajo nuevos, que favorecerán a las minorías. Esta teoría se había mostrado
cierta en zonas del país muy poco desarrolladas, en las que inyecciones de capital generaban una fuerte
demanda de empleo por parte de las empresas. Sin embargo, aplicada a una ciudad con una economía
principalmente de servicios y de empresas con un alto nivel tecnológico, no produjo los mismos efectos. En
un entorno de estas características es muy probable que los subsidios den lugar a la creación de empresas
intensivas en tecnología, que demandarán personal muy cualificado, penalizando, de este modo, las
posibilidades de empleo de aquellos segmentos del mercado laboral con menores cualificaciones. En otros
términos, esta teoría podría haber generado efectos completamente contrarios a los deseados.
En segundo lugar, si la implantación se retrasa, o fracasa en sus objetivos, a pesar de que se han
conseguido las condiciones iniciales y la teoría causal es correcta, podemos hablar de problemas de
implantación estrictamente. Las dificultades de implantación surgen por la complejidad de la acción conjunta
y por la complejidad del programa. Como se apuntó más arriba, gestionar con otros supone adaptar el
programa a las capacidades e intereses de los participantes. La regla general es que cuanto más elevado sea el
número de actores en el proceso de la implantación, menores son las posibilidades de conseguir una
implantación que se ajuste al diseño inicial. La acción conjunta implica retrasos –primer síntoma de que la
implantación no funciona bien– porque es necesario revisar y volver atrás continuamente para introducir
modificaciones en el programa, intercambiar información, convencer y motivar a los actores que muestran
una escasa disposición a participar en el proceso. La dificultad de gestionar conjuntamente aumenta cuanto
más complejo es un programa,
La complejidad de un programa se mide por el número de decisiones que es necesario adoptar para
que éste se mantenga en funcionamiento. Cuanto más elevado es el número de actores y el número de
decisiones, más difícil es controlar el proceso de implantación. Pressman y Wildavsky hacen una distinción
entre punto de decisión y punto de veto. Un punto de decisión ocurre cuando se requiere el acuerdo de todos
los actores implicados para que el programa continúe. Un punto de veto tiene lugar cuando se necesita que
un actor individual dé su consentimiento a una acción. Es decir, todos los programas tienen varios puntos de
decisión y, por cada uno de ellos, tantos puntos potenciales de veto como actores participan en el proceso de
implantación. En un caso muy sencillo, un programa en el que participan tres actores, y es necesario tomar
cinco decisiones conjuntas, el número máximo de vetos potenciales sería de quince.
En conclusión, los autores mantienen que la implantación es un proceso que debe tenerse en cuenta
en la fase de formulación, determinando entonces cuál de los posibles caminos –diseños de implantación–
reduce, en mayor medida, los efectos perversos de la gestión conjunta –retrasos, desviación del plan inicial,
imposibilidad de llegar a acuerdos y paralización del programa– y presenta una menor complejidad,
incrementando las posibilidades de que ocurra esa relación causal entre las condiciones iniciales y los
resultados esperados.

C. La implantación como proceso de ensamblaje

A todos los efectos un programa público no es más que el resultado de la combinación de


determinados elementos. La implantación puede entenderse, por tanto, como la sucesión de actividades para
ensamblar los distintos elementos del programa. Esos elementos –recursos financieros, recursos humanos,

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normas, decisiones y capacidades administrativas– están en manos de diferentes actores relativamente
independientes entre sí, con sus propios objetivos e intereses.
La definición de implantación como proceso de ensamblaje se la debemos a Eugene Bardach (1980),
quien resalta el carácter eminentemente político del proceso de implantación de las políticas públicas. La
implantación es una sucesión de movimientos –juegos– entre actores, para decidir en qué condiciones
entregarán los recursos –los elementos que componen el programa– que controlan. Desde este punto de vista
la decisión inicial –el mandato legal– no es más que el pistoletazo que marca el inicio del juego; a partir de
ese instante los jugadores –los actores participantes–intentarán todo tipo de estrategias para conseguir que la
política a implantar maximice sus propios intereses y minimice el nivel de sus contribuciones, liberando
recursos para otros juegos –otros procesos de implantación.
Rota la unidad entre provisión y producción, situación típica de sistemas de gobierno multinivel, los
actores se especializan en el control de alguno de los recursos clave y en el desarrollo de papeles específicos.
Las organizaciones de la administración central controlan y distribuyen gran parte de los recursos
financieros, especializándose en papeles de diseño, supervisión y evaluación de resultados. Las
organizaciones de los gobiernos subnacionales controlan la información y las redes de distribución de
servicios, especializándose en el papel de implantación. Ningún actor en solitario puede intentar la aventura
de la implantación, al no tener bajo su control la totalidad de los elementos que hay que ensamblar.
Como el éxito de la política depende en buena medida de las acciones emprendidas por los distintos
actores, cada uno, por separado, intentará imaginar qué parte del éxito final se debe a sus contribuciones y
cuál será imputable al comportamiento y las contribuciones del resto, intentando llevar a cabo estrategias que
les permitan controlar los elementos de otros actores, sacando provecho de ellos. Estas estrategias o juegos
dan lugar a una serie de efectos negativos en el proceso de implantación del programa, Los principales son:

1. La disipación de los recursos del programa

La disipación de los recursos del programa es producida por los intentos de aprovechamiento de esos
recursos para otros fines. Esta situación es posible por el enorme volumen de recursos que las
administraciones intercambian entre sí y proporcionan a los actores privados. Este volumen es la razón
misma que imposibilita, en buena medida, el control sobre el destino final de los recursos. La consecuencia
más grave es el incremento de los costes del programa.
2. La disipación de los objetivos del programa

La disipación de los objetivos del programa, especialmente cuando éstos se han establecido de
manera imprecisa. El programa se convierte en presa fácil para algunos actores que intentan variar los
objetivos iniciales hasta hacerlos coincidir con los suyos propios. La variación e inflación de los objetivos
acaba por sobrecargar los programas en primer término y por arruinarlos completamente en última instancia.

3. La resistencia al control de la conducta de los participantes

La implantación mediante redes de expertos y administraciones es posible siempre y cuando los


actores que participen obtengan más beneficios que deseconomías. Si los controles son muy estrictos algunos
actores preferirán no participar en absoluto, escapando a sus responsabilidades o aportando contribuciones
simbólicas. Si los recursos se pueden obtener de otros actores el problema no es grave; ahora bien, si el actor
que se retira del proceso de implantación domina un elemento concreto de manera monopolística, el
programa peligra.

4. La pérdida de energías

Los participantes en la implantación gastan buena parte de sus energías políticas y organizativas en
imaginar y participar en estas estrategias y juegos, distrayendo su atención del proceso de implantación del
programa. La causa es la incertidumbre que domina a todos los actores sobre cuál será el comportamiento de
los demás, qué les conduce a no actuar, permaneciendo a la espera hasta comprobar cuáles son las verdaderas
intenciones de los otros jugadores.
En sus recomendaciones Bardach pone de manifiesto la importancia de tener en cuenta, en el
momento del diseño de la implantación, la presencia de estas estrategias y juegos, de modo que se
instrumenten mecanismos para intentar evitarlos o al menos suavizar sus efectos. La construcción del
escenario de implantación es el modo que propone el autor para llevar a cabo esta tarea de previsión. “El

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problema de la implantación es lograr el control de las acciones de muchos individuos y organizaciones para
configurar una acción colectiva con el fin de alcanzar los objetivos de una política, no disparar sus costes y
reducir al máximo los retrasos; entonces el diseño deberá prever lo más exactamente posible cuáles son o
deberían ser los jugadores, los juegos y las apuestas” (Aguilar, 1993). Para ello lo mejor es concebir un
escenario en el que imaginamos cómo ocurrirá la implantación, cuáles son los elementos clave del programa,
qué actor o actores los controlan, qué disposición a participar les suponemos, cómo podemos vencer sus
resistencia y qué habremos de hacer en el caso de que no quieran compartir los recursos que poseen.
Lógicamente este escenario no es más que una historia con distintos finales, dependiendo del
comportamiento de los actores. Su utilidad principal es adivinar los puntos de resistencia que el programa
habrá de afrontar en el proceso de implantación.

D. La implantación desde abajo. El modelo bottom-up

El modelo top-down refleja una concepción jerárquica del funcionamiento de las políticas públicas,
lo que importa es la decisión, que ésta sea acatada y que se cumpla en sus propios términos. Las
recomendaciones que surgen a la luz de este modelo hacen hincapié en el mando, el control, la coordinación
y la reducción del número de actores para simplificar la implantación. Los resultados del perfeccionamiento
de los sistemas de control, la mejora de la decisión y la comunicación en el proceso de implantación han
demostrado, no obstante, ser insuficientes para asegurar la eficacia de la implantación.
El modelo top-down, agotado en su capacidad prescriptiva, ha dado paso a un modelo alternativo de
comprensión de la implantación de las políticas públicas. Este modelo, llamado bottom-up, surge a principios
de los años setenta respaldado por un buen número de estudios de caso. Este modelo explica la implantación
como el proceso para conseguir los impactos deseados sobre la población. Implantación es lo que ocurre
cuando un ciudadano entra en contacto con la organización pública responsable de distribuir los bienes y
servicios de una política concreta. Es en el punto de distribución donde la implantación tiene éxito o fracasa.
Las políticas públicas acaban implantándose en cientos o miles de oficinas públicas repartidas por el
territorio por millares de empleados públicos del último escalón de la jerarquía administrativa, en contacto
con clientes singulares, con demandas particulares y concretas. Las decisiones más complejas acaban siendo
interpretadas y adaptadas por una multitud de funcionarios que intermedian entre el cliente y la política
pública. Personas que en ningún caso han participado en el proceso de formulación y que reciben
cotidianamente las presiones de los ciudadanos para conseguir servicios públicos.
Los programas más complejos, las políticas más ambiciosas están en manos del personal de
ventanilla, que debe resolver, en cada caso concreto, los defectos de formulación de la política, la vaguedad
de los objetivos y las imprecisiones y rigideces del diseño de la implantación de acuerdo a sus propias
capacidades y valores y a su comprensión de los fines y metas de la política pública.
El modelo bottom-up pasa el énfasis del cuartel general a la oficina local, del decisor al burócrata de
calle, del control a la capacidad para solucionar los casos singulares. El problema de la implantación para
este modelo no es el ajuste fiel a la decisión inicial, tal y como fue formulada, sino la adaptación de la
decisión inicial a las características locales y al contexto en el que se produce.
Siguiendo a Williams (Williams, 1971, en Aguilar, 1993), lo importante a la hora de implantar una
política es no olvidar que la atención a las demandas de los ciudadanos es el objetivo principal, de modo que
el diseño de la implantación debe combinar, razonablemente, lo mejor de la decisión inicial y lo mejor de la
iniciativa local. No importa tanto la conformance –aquiescencia con la decisión– como la performance–logro
de los objetivos.
En cualquier caso, el modelo bottom-up no aboga por la discrecionalidad absoluta de los
responsables locales, ni por la negación de la planificación, muy al contrario, lo que intenta es mostrar la
utilidad de formar la decisión partiendo del contexto local, de las capacidades reales de las organizaciones
que habrán de poner en marcha los programas, y una vez valoradas sus debilidades y fortalezas, orientar la
decisión (Elmore, 1978, en Aguilar, 1993). La implantación adquiere una dimensión contingente puesto que
las capacidades de las distintas localizaciones en las que ocurrirá y las características y las demandas de los
usuarios pueden ser muy variables.
El Programa para la Prestación de Servicios Sociales Básicos, que impulsa el Ministerio de Asuntos
Sociales, es un claro ejemplo de programa que se implanta de acuerdo a un modelo de abajo arriba (Agranoff
y Tamayo, 1991), son los ayuntamientos los que deciden el tamaño del programa en su territorio, el tipo de
servicios que desean prestar y los mecanismos para producirlos, siempre y cuando cumplan con una serie de
requisitos –objetivos generales, orientación de los servicios y utilización de las subvenciones– establecidos
desde el Ministerio. La implantación de este programa será correcta si se logra el objetivo de extender sobre

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el territorio una red de servicios sociales básicos –objetivo del Ministerio– adaptados a las características de
la población de los distintos municipios –objetivo de los gobiernos locales.
Berman (Berman, 1978, en Aguilar, 1993) señala que el éxito final de una política depende, en gran
medida, de la adaptación mutua entre el plan de acción generado desde el centro y las condiciones y
capacidades de las agencias locales. Por ello propone el concepto de “implantación adaptativa” como el
concepto contrario al de “implantación programada”, que es el que sostiene el modelo top-down.

V. La fase de evaluación

“Si viviésemos en un mundo de absoluta certidumbre y perfecto funcionamiento de las


administraciones públicas, no habría necesidad de efectuar evaluaciones: habiendo seleccionado y puesto en
marcha la mejor opción posible, sabríamos cuáles serían los resultados por adelantado” (Hogwood y Gunn,
1988). Desgraciadamente, ese mundo de certidumbre no es en el que operan las políticas públicas. Los
procesos sociales sobre los que las políticas y programas públicos intentan influir son conocidos sólo
parcialmente, la información sobre la que se basa la definición de los problemas y la elección de las
alternativas es imperfecta, los condicionantes políticos obligan aplicar soluciones de compromiso que
minimicen los conflictos de intereses, los conocimientos y habilidades de los que pueden disponer las
organizaciones públicas no son siempre las adecuadas para asumir los desafíos de la implantación y, por
último, las políticas producen, a menudo impactos imprevistos. En suma, existen multitud de razones
técnicas, organizativas y de gestión que hacen necesaria la evaluación de las políticas.
La evaluación es la última fase del proceso de la política pública y, puesto que el proceso es cíclico,
es también la primera. El análisis de los resultados conduce a una revisión del estado del problema que puede
dar lugar a una nueva política, a la continuación de la existente o a la terminación de la misma. Como
argüimos anteriormente, los problemas públicos rara vez tienen una solución definitiva, de modo que las
políticas que intentan atajarlos raramente ven satisfecha esa aspiración. La situación más común tras la
evaluación es la introducción de variaciones en la política preexistente o la sucesión de ésta por otra más
adecuada al nuevo estado del problema.
La evaluación de políticas no es un simple instrumento técnico, es también un mecanismo político de
primer orden. En los sistemas democráticos los productos de la evaluación tienen diferentes utilidades
políticas (Warin, 1993):

x El control parlamentario de las actuaciones del ejecutivo y sus administraciones.


x La presentación de resultados a los usuarios de los servicios públicos y al resto de los
ciudadanos.
x La legitimación de acciones de rediseño organizativo o de políticas de ajuste de recursos.
x El mantenimiento de la confianza y la cooperación entre los actores públicos y no públicos que
participan en el proceso de las políticas públicas.
x El reforzamiento –o la destrucción– de la reputación de eficacia, eficiencia y oportunidad de una
política.
x El reforzamiento de la legitimidad de un tipo de liderazgo y de las oportunidades organizativas
de apropiación presupuestaria.

En definitiva, en un sistema democrático, el gobierno tiene que rendir cuenta de sus actos, explicar
sus decisiones a los ciudadanos, presentar los logros alcanzados en las distintas áreas en las que interviene y
legitimar, con resultados, sus decisiones. La evaluación cumple la función política de ofrecer un mecanismo
de justificación de las actuaciones ante los clientes/ciudadanos, incluso en los casos en que ésta constituye
sólo una representación simbólica de la responsabilidad pública, sin consecuencias prácticas de tipo
correctivo. La justificación última de la evaluación es, pues, el ejercicio de la responsabilidad política y la
búsqueda de lo que se ha denominado la eficacia democrática (Bañón y Carrillo, 1994). Esta finalidad
política de la evaluación es particularmente clara en el caso de países como el nuestro, en que se observa un
aumento del volumen do, programas y políticas que se gestionan intergubernamentalmente. La gestión
conjunta de políticas por parte de organizaciones pertenecientes a distintos niveles de gobierno resalta la
necesidad del control de las actuaciones y de la demostración de los resultados obtenidos. La evaluación,
como el análisis de políticas, no es una disciplina autónoma, sino que toma de las disciplinas científico-
sociales lo que necesita para realizar una “aplicación sistemática de los procedimientos de la investigación
social para valorar la conceptualización, el diseño, la implantación y la utilidad de los programas de
intervención social” (Rossi y Freeman, 1989). La meta general de la evaluación es producir información que

18
sirva para orientar y valorar las decisiones vinculadas al diseño, la gestión y el futuro de las políticas
públicas.
Existen diversos tipos de evaluación que, por los objetivos que pretenden, se pueden relacionar en
términos generales con las distintas fases del proceso de la política pública (Palumbo, 1987). La tipología de
evaluaciones que presentamos no es exhaustiva y la conexión entre los tipos y las fases del proceso se realiza
a título orientativo.
A continuación describimos brevemente los distintos tipos de evaluación reseñados (Palumbo, 1987;
Rossi y Freeman, 1989):

CUADRO 3. Las fases del proceso de la política pública y los tipos de evaluación.
FASES DEL PROCESO DE LA POLÍTICA TIPOS DE EVALUACIÓN
PÚBLICA
1. IDENTIFICACIÓN Y DEFINICIÓN DEL * EVALUACIÓN ANTICIPATIVA
PROBLEMA * EVALUACIÓN DE LA EVALUABILIDAD
* EVALUACIÓN DE NECESIDADES
2. FORMULACIÓN Y ADOPCIÓN DE UNA * EVALUACIÓN TEORÍA Y DISEÑO
ALTERNATIVA * EVALUACIÓN DE VIABILIDAD
POLÍTICA/CONTEXTO
3. IMPLANTACIÓN DE LA ALTERNATIVA * EVALUACIÓN DE IMPLANTACIÓN
ADOPTADA * ESTUDIOS DE SEGUIMIENTO DE
PROGRAMAS
4. EVALUACIÓN DE LOS RESULTADOS * EVALUACIÓN DE IMPACTO
* EVALUACIÓN DE CALIDAD

A. Evaluación anticipativa

Está orientada a la producción de información para alimentar el proceso de definición del problema y
la formulación de las alternativas. Se centra en el análisis del contexto político; administrativo, legal, social y
económico en el que se va a desarrollar la política pública y en el estudio del problema al que hay que hacer
frente. La información que produce es de gran utilidad para conocer las conexiones entre la política pública y
los factores críticos del entorno en el que habrá de operar.

B. Evaluación de la evaluabilidad de la política

Consiste en la realización de un primer análisis, breve y con recursos limitados, de la filosofía, los
elementos y los instrumentos de la política. Su objetivo es descubrir los eventuales puntos débiles del diseño
de la misma, ofreciendo información para la puesta en marcha, en su caso, de una evaluación más profunda.
Es especialmente adecuada en situaciones caracterizadas por la escasez de recursos.

C. Evaluación de necesidades

Tiene como objetivo conocer en profundidad el problema que la política pretende eliminar o mitigar.
La evaluación de necesidades trata de delimitar las fronteras y características esenciales del problema –su
gravedad y evolución, el volumen, la estructura y la distribución geográfica de los grupos sociales afectados–
, así como su alcance y las posibles conexiones con otros problemas no considerados explícitamente.

D. Evaluación de la viabilidad política/evaluación de contexto

Este tipo de evaluación pretende dilucidar si el diseño de la política permite lograr las metas y
objetivos deseados. Su principal utilidad es conocer y asegurar una correcta conexión entre la teoría que
sustenta la política y los instrumentos de la intervención.

E. Evaluación de la viabilidad política/evaluación de contexto

Constituye una variante de la evaluación anticipativa. Se centra en la comprensión del contexto


general y el entorno específico en el que se desarrolla la política pública. Su objetivo es producir información
para afrontar las amenazas y aprovechar las oportunidades presentes en ese entorno. Específicamente, se

19
utiliza para identificar a los actores con intereses en el problema, elaborando el mapa de apoyos y
resistencias que habrá de afrontar la política en sus distintas fases.

F. Evaluación de la implantación/evaluación de procesos


Produce información destinada a alimentar el proceso de adopción de decisiones vinculado a la
puesta en marcha y gestión de las políticas. Su objetivo es determinar el grado de cumplimiento de los
mandatos incluidos en la política, comparando el diseño inicial de la intervención con el funcionamiento real
de la misma.

C. Estudios de seguimiento de programas

Es un tipo de evaluación que se lleva a cabo de forma continua mientras ocurre la política y produce
información en tiempo real que es suministrada a los responsables de las distintas fases del proceso para que
introduzcan, en su caso, las correcciones oportunas en los mecanismos de operación de la política. Su
objetivo es detectar posibles variaciones en la naturaleza del problema y las eventuales desviaciones respecto
del plan inicial de implantación. Implica la definición de criterios operativos de logro y la construcción de
baterías de indicadores –de procesos de gestión, de rendimiento, de cobertura, de uso de servicios y
económicos– que se aplicarán sistemáticamente mientras se desarrolla la intervención.

H. Evaluación de la eficacia/impacto

Facilita información sobre los efectos –impactos– de la política pública e intenta mostrar en qué
medida los efectos observados se deben a la política implantada y no a otras causas –variaciones en el
problema, intervención de otras políticas o cambios en las condiciones sociales– ajenas a ésta. Su objetivo es
medir la eficacia de la política pública, comparando los impactos previstos con los observados.
Complementariamente, puede abordar aspectos relacionados con la eficiencia en la consecución de los
objetivos, poniendo en relación los beneficios producidos por la política con sus costes. Los resultados de la
evaluación de impacto se utilizan para responder, desde una posición más sólida, a preguntas sobre la
conveniencia de continuar actuando sobre el problema y, en su caso, sobre la adecuación de la actual
política.

I. Evaluación de la calidad

Su objetivo principal es conocer si la política produce los beneficios esperados por los distintos
actores que participan en el proceso. No se circunscribe a una fase concreta del proceso de la política, sino
que considera éste en su conjunto e intenta mostrar las conexiones entre sus distintos elementos y la
satisfacción de las expectativas de los usuarios y clientes de la política pública. Una política puede ser muy
eficaz, alcanzando todos sus objetivos –tal y como fueron establecidos por los formuladores– sin acertar a
cubrir las expectativas y demandas de los ciudadanos. La diferencia primordial con los otros tipos de
evaluación radica en que utiliza los objetivos y valores de los usuarios como criterio para valorar la política,
negando un papel protagonista a los objetivos y metas de los responsables de ésta. La evaluación de calidad
tiene una conexión directa con el marketing de servicios públicos.
Por último, conviene señalar que la evaluación es una tarea que debe considerarse ya en el momento
del diseño de la política. Para garantizar la plena utilidad de sus resultados deben articularse mecanismos que
permitan la integración de los procesos de evaluación en el conjunto de procesos organizativos para el diseño
y desarrollo de la intervención pública.

VI. Conclusiones

El valor del enfoque de las políticas públicas radica en su preocupación por la acción del gobierno y
sus administraciones. No se interesa tanto por la estructura y composición del sistema político-administrativo
como por su funcionamiento. El análisis de políticas es a la vez un arte y una ciencia. Es un arte porque hace
referencia a la labor de los directivos públicos, que intuitivamente reproducen con sus decisiones las fases
del proceso de las políticas sin dominarlo conceptualmente. Es una ciencia porque aspira a entender el
complejo mundo de la acción pública y prescribir, en la medida de lo posible, la mejor forma de aproximarse
al proceso de las políticas.

20
El concepto de política pública es inseparable de la noción de análisis de políticas; la política pública
no existe en la realidad, sólo la intervención del analista otorga un sentido a la multitud de decisiones y
comportamientos de los administradores y de los demás actores sociales involucrados en el proceso. La
riqueza del análisis radica en su capacidad para integrar y ordenar lógicamente esas decisiones y
comportamientos.
El análisis de políticas públicas es un campo de especialización profesional emergente que está
cobrando una gran importancia. El análisis, la evaluación, la investigación aplicada al proceso de formación
de las políticas no es un lujo, es una necesidad que habrán de afrontar las organizaciones públicas para
asegurar su supervivencia. Sólo mediante políticas eficaces –desde el punto de vista del impacto social que
generan y de la eficiencia en la utilización de los recursos– se puede legitimar, efectivamente, la acción de
los gobiernos en una democracia pluralista.

21
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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presentada en el Seminario sobre Gestión de Calidad de las Administraciones Públicas. 9 y 10 de junio.
Santiago de Compostela (Galicia).

22
HAROLD D. LASSWELL

1. La orientación
hacia las políticas*

crisis de seguridad nacional que vivimos nos


L
A PERSISTENTE
obliga a usar de la manera más eficiente la fuerza de trabajo,
las instalaciones y los otros recursos del pueblo norteamericano.
El talento altamente capacitado es siempre escaso y costoso. De
ahí que la crisis plantee el problema de cómo utilizar nuestros re­
cursos intelectuales con la más sabia economía. Para resolver nues­
tras necesidades políticas debemos resolver algunas preguntas,
¿Qué temas vale la pena investigar? ¿Qué recursos humanos y
materiales deberían destinarse a la investigación en las dependen­
cias oficiales y en las instituciones privadas? ¿Qué métodos son
los que permiten una recolección e interpretación de datos rele­
vante para las políticas? ¿Cómo se puede lograr que los hechos
y sus interpretaciones influyan de manera efectiva en el proceso
de tomar decisiones?
La urgencia de la defensa nacional realza la importancia de es­
tas preguntas, pero éstas no son de ninguna manera nuevas. Por
años ha existido una viva preocupación en los círculos intelectua­
l~s acerca del problema de cómo superar las tendencias de la vida
moderna a la división y al aislamiento, y de cómo crear una inte­
gración completa de los objetivos y métodos de la acción pública
y privada. El ritmo de especialización en la filosofía, las ciencias

,,{,,,* Publicado originalmente con el título "The Policy Orientation", en The Policy
Sciences, por D. Lemer y H. D. Lasswell, pp. 3-15. Stanford Universíty Press, 1951. Tra­
lfuéción al español de María del Carmen Roqueñí.
[79 J
80 HAROLD D. l.ASSWELL

naturales, la biología y las ciencias sociales ha sido tan rápido que


los colegas de una facultad en una misma universidad o incluso los
miembros de un mismo departamento se quejan con frecuencia de
que no logran entenderse entre sí. La unidad de la vida intelectual
y la armonización entre la ciencia y la práctica han sido minadas
por estas fuerzas "centrífugas". En los últimos años, sin embargo,
ha ido ganando fuerza en Norteamérica la tendencia hacia la in­
tegración. En los colegios de arte y humanidades, el proceso de
selección ha dado lugar a un currículo más sistemático y los cursos
propedéuticos han sido diseñados para intrúducir al estudiante en
campos más amplios de conocimiento y prepararlo a adquirir una
visión de conjunto. En el área de la investigación, se reúnen equi­
pos interdisciplinarios de especialistas para trabajar sobre proble­
ma~ comunes con la esperanza de contrarrestar los efectos nega­
tivos de la excesiva atomización del conocimiento. En el campo
de la política, se ha prestado mayor atención a la planeación y a
los sistemas de información en los que basa el personal directivo
sus decisiones operativas. Nos hemos vuelto más conscientes de
que el proceso de la política (poliey proeess), de su elaboración y
realización, es objeto de estudio por derecho propio, fundamen~
talmente con la esperanza de aumentar la racionalidad de las de­
cisiones.
Se ha venido así desarrollando una orientación hacia las polí­
ticas (poliey orientation) que atraviesa todas las especializaciones
establecidas. Esta orientación tiene una doble dimensión: por una
parte se interesa en el proceso de la política y por otra en las ne­
cesidades de inteligencia de este proceso. La tarea de la primera
busca desarrollar la ciencia de la formación y ejecución de las po­
líticas, utilizando los métodos de investigación de las ciencias so~
ciales y de la sicología. La tarea de la segunda busca mejorar el
contenido concreto de la información y de la interpretación dis­
ponibles para los hacedores de las políticas y, por consiguiente,
rebasa las fronteras de las ciencias sociales y de la sicología. En
LA ORIENTACiÓN HACIA LAS POLÍTICAS 81

tanto esta orientación aspira a desarrollar el estudio científico de


las políticas, su enfoque es más estrecho que el de las ciencias so­
ciales y sicológicas, las cuales tienen muchos otros objetos de in­
vestigación. Sin embargo, cuando las necesidades de inteligencia
de una política son prioritarias, cualquier campo de conocimiento
-dentro o fuera de los límites de las disciplinas sociales- puede
ser relevante. Podríamos tener necesidad de saber cuáles son las
instalaciones portuarias en Casablanca, o las actitudes de un pue­
blo de isleños del Pacífico hacia los japoneses, o el máximo alcan­
ce de una pieza cualquiera de artillería. Podemos utilizar el térmi­
no "ciencias de política" (policy sciences) a fin de designar el
contenido específico que la "orientación hacia las políticas" alcan­
za en un momento determinado. Las ciencias de política incluyen:

1) los métodos de investigación del proceso de la política,


2) los resultados de los estudios de las políticas y
3) los descubrimientos de las disciplinas que pueden aportar
contribuciones importantes para las necesidades de inteli­
gencia del momento. Si es necesario avanzar en nuestra
averiguación científica del proceso de producción y ejecu­
ción de las políticas, obviamente resulta esencial aplicar y
mejorar los métodos mediante los cuales se lleva a cabo la
investigación en las ciencias sociales y sicológicas.

Este libro destaca, en consecuencia, aquellos avances de inves­


tigación que son de importancia capital para entender mejor la
elección del ser humano. Si se debe mejorar la racionalidad del
proceso político, debemos dar a la "función inteligencia" un espa­
cio especial de estudio. Hasta cierto punto, la tarea de mejorar es­
ta función depende de técnicas más efectivas de comunicación
entre los investigadores, los consultores, los asesores políticos y
los decisores finales. Por consiguiente las ciencias de políticas po­
drán avanzar sólo si se afinan los métodos de información genuina

~ .......... ~ ----~---- -_..... _-~_ ........ _ - - - - - - - - - - - - - - - - - _ .... ~----


82 HAROLD D. LASSWELL

e interpretación confiable y se les integra al juicio del decisor. En


cierta medida la calidad de la función de la inteligencia, depende
de su capacidad para anticipar exitosamente las necesidades de
una política antes de que éstas hayan sido ampliamente reconoci­
das. La predicción exitosa depende del cultivo de ciertos patrones
de pensamiento. Por ejemplo, es importante tomar siempre en
consideración el contexto mayor en que se desarrollan los eventos
que puedan afectar a ciertos problemas futuros de la política. Por
tanto, el mundo en su conjunto debe ser objeto de atención per­
manente. Resulta también esencial cultivar la práctica de pensar
el pasado y el futuro como partes de un contexto; y hacer uso de
"modelos de desarrollo" (developmental constructs) que sirvan co­
mo instrumentos para explorar el flujo de los eventos a lo largo
del tiempo. Un ejemplo de este tipo de pensamiento a escala glo­
bal será incluido en este libro en los capítulos que tratan de las
potencialidades del "estado cuartelarío".
La expresión "ciencias de política(s)" no es de uso común en
Estados Unidos, aunque se utiliza con mayor frecuencia que an­
tes. Quizá debería señalarse que el término no debe ser tomado
como sinónimo de ninguna otra expresión de uso corriente entre
los académicos. No es simplemente otra forma de hablar de las
"ciencias sociales" como un todo o de las "ciencias sociales y
sicológicas". Las "ciencias de políticas" tampoco son idénticas a la
"ciencia social aplicada" o a la "ciencia social y sicológica aplica­
da". Como se explicó con anterioridad, la oríentación hacia las po­
líticas no hace más que destacar uno de los muchos problemas de
las ciencias sociales y utilizar los resultados de las ciencias socia­
les, sicológicas y naturales, si se relacionan con las necesidades de
inteligencia de una política determinada.
No debe considerarse a "las ciencias de política(s)" completa­
mente idénticas a la materia de estudio de los "po litólogos", tér­
mino común para designar a los profesores universitarios y
escritores que se ocupan del gobierno. Es cierto que un sector de
LA ORIENTACiÓN HACIA LAS POLÍTICAS 83

los po litólogos académicos identificaría el campo con el estudio


del poder (en el sentido de la toma de decisiones); sin embargo,
este punto de vista es menor en la actualidad. Muchas de las con­
tribuciones más valiosas a la teoría general de la elección (inclu­
yendo las "decisiones", en el sentido de elecciones permitidas)
han sido elaboradas por personas que no son politólogos, en el
sentido de la actual división académica del trabajo. Los ejemplos
abundan e incluyen la "teoría racional de la elección", llamada
"teoría de juegos", desarrollada por el matemático von Neumann
y el economista Morg~nstern. Entre los colaboradores del presen­
te volumen, los economistas Arrow y Katona se han interesado
particularmente por la teoría de la elección. Y no sería difícil
mencionar a sicólogos, antropólogos y otros, quienes han logrado
niveles fructíferos de especialización en sus estudios orientados a
la comprensión de la elección.
La palabra "política" (policy) ha sido usada con frecuencia pa­
ra designar las elecciones más importantes de la vida organizada
y de la privada. Hablamos de "política gubernamental", "política
empresarial" o "mi propia política" con referencia a las inversio­
nes a hacer o a otros asuntos. Por tanto, "política" está libre de
muchas de las connotaciones indeseables implícitas en la palabra
política (politics), la cual con frecuencia se considera ligada a "par­
tidarismo" o "corrupción".
Cuando hablo de la "orientación hacia las políticas" enfatizo
lo que parece ser una corriente dominante entre muchos univer­
sitarios y científicos, particularmente en las ciencias sociales. Las
ciencias de políticas están dando lugar a una reflexión sobre es­
tas tendencias recientes y coadyuvan a esclarecer sus más am­
plias posibilidades. El movimiento no apunta meramente hacia las
políticas, sino más específicamente hacia las ciencias de políticas
de la democracia.
84 HAROLD D. LASSWELL

El énfasis en el método
El significado del desarrollo actual será más claro si revisamos las
tendencias entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. La pri­
mera fue un viraje en la historia de las ciencias sociales y sicoló­
gicas en Estados Unidos. ¿Por qué solamente algunas disciplinas
hicieron contribuciones importantes durante el desenvolvimiento
de la guerra? La evolución de las disciplinas sociales en Estados
Unidos en el periodo de entre guerras se explica en gran medida
según la manera como se responda a esta interrogante.
La respuesta más aceptada es la siguiente: las disciplinas que
contaban con métodos cuantitativos fueron las que ejercieron ma­
yor influencia. Es el caso de la economía. Se empleó mucho a los
economistas en actividades cuyo objetivo era estimar las instala­
ciones, la fuerza de trabajo y los recursos necesarios para producir
el armamento del ejército y para canalizar hombres y material a
los sitios requeridos. Los economistas que lograron hacer las ma­
yores contribuciones utilizaron las matemáticas y la estadística.
Tenían método, y éste era cuantitativo. Pudieron manipular los
datos a la luz de un sistema general de postulados, leyes e hipóte­
sis. Lo mismo ocurrió con los sicólogos. El grupo de mayor éxito
fue el que diseñó y utilizó "pruebas de inteligencia" como un
medio expedito de seleccionar el personal idóneo para varias
operaciones. Sus resultados alcanzaron gran notoriedad inme­
diatamente después de la Primera Guerra Mundial, cuando apa­
recieron artículos que señalaban que la mayoría del ejército nor­
teamericano tenía una capacidad intelectual por "debajo de la
inteligencia promedio". Tomó muchos años modificar las malas
interpretaciones de esos primeros informes sensacionalistas. Ob­
viamente, la palabra "promedio" tenía un significado enteramente
diferente para el público lector y para los sicólogos que habían
elaborado y aplicado la prueba. Sin embargo, la publicidad dada
a las pruebas y a la sicología aumentó considerablemente el inte­
LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 85

rés por su cientificidad y por la disciplina profesional en particu­


lar. Una vez más, el éxito de la disciplina parecía depender de
la utilización de métodos cuantitativos. Las pruebas de inteligen­
cia fueron desarrolladas y aplicadas con la ayuda de procedimien­
tos estadísticos. El auge de los economistas y de los investigadores
sicométricos parecía indicar que mientras más se acercaran los
científicos sociales a los métodos de la ciencia física, tendrían más
probabilidades de aceptación.
Este punto de vista fue enfatizado por Charles E. Merriam,
profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago, quien
ocupa un sitio importante en la remodelación de las disciplinas so­
ciales. El profesor Merriam tomó la iniciativa de organizar el Con­
sejo de Investigación de la Ciencia Social, que es el organismo
representativo de las asociaciones universitarias en ciencia política,
economía, sociología, sicología y otras ciencias sociales. Merriam
subrayó la importancia de cancelar las barreras que dividían a los
catedráticos y de elevar su competencia metodológica. En 1925,
en el prefacio de su libro New Aspects 01 Politics, escribió: "El pro­
pósito de este estudio ...es sugerir algunos acercamientos posibles
de método, con la esperanza de que otros asuman la tarea y, a tra­
vés de la reflexión y la experimentación, aporten técnicas más in­
teligentes tanto al estudio y a la práctica del gobierno como a las
actitudes populares sobre el proceso gubernamental." 1 Al mismo
tiempo que se organizaba a nivel nacional el Consejo de Inves­
tigación en Ciencia Social, las universidades líderes creaban
también programas de investigación interdisciplinaria. En la
Universidad de Chicago, por ejemplo, se estudiaba sistemática­
mente la ciudad de Chicago por el Comité de Investigación de
la Comunidad Local (que más tarde se llamó Comité de Inves­
tigación de Ciencia Social); la Universidad de Columbia y la
Universidad de Harvard desarrollaban programas conjuntos y se

1 Charles E. Merriam, New Aspects o/ Politics, (1925), p. xiii.


86 HAROLD D. LASSWELL

había establecido en la Universidad de Yale un Instituto de Rela­


ciones Humanas. Estos programas eran financiados en gran medi­
da por la Fundación Rockefeller y, de la misma fundación, el
Fondo en Memoria de Laura Spelman Rockefeller. Una de las
personas más imaginativas y comprometidas en el programa era
Beardsley Ruml, quien en varias ocasiones fue administrador de
ambas fundaciones. Cabe señalar que Ruml era Doctor en sico­
logía, versado en estadística, y participante en el programa de prue­
bas de inteligencia del ejército en la Primera Guerra Mundial.
La visión de Merriam y la de sus colegas de la generación de
la posguerra se hizo explícita en muchas publicaciones de los años
veinte. El tema de la interdisciplinariedad es central en A History
01 Polítical Theones: Recent Times, volumen editado por Merriam
y el profesor Harry Elmer Barnes, publicado en Nueva York en
1924. Además de los científicos políticos que contribuyeron al
simposio, había abogados, E.M. Borchard y Caleb Perry Patter­
son; un economista, Paul H. Douglas; un historiador, Carlton J. H.
Hayes; un filósofo, Herbert W. Schneider; sociólogos, Barnes y
Frank H. Hankins; un sicólogo social, Charles Elmer Gehlke; un
antropólogo, Alexander A. Goldenweiser; y un geógrafo social,
Franklin Thomas.
Una evidencia del énfasis metodológico fue el Comité para el
Método Científico, aprobado por el Consejo de Investigación de
Ciencia Social, que en 1931 sacó a la luz Methods in Social Science:
A Casebook, editado por Stuart A. Rice. El libro estaba compues­
to por cincuenta y dos análisis metodológicos de diversas ciencias
sociales. Los analistas incluían autoridades de muchas áreas tales
como Robert E. Park y F. Ogburn, sociología; AL. Kroeber y Ed­
ward Sapir, antropología; John Maurice Clark y Frank H. Knight,
economía; W.Y. Elliott y George E. G. Gatlin, ciencia política;
Heindrich Klüver y Robert S. Woodworth, sicología; Floyd
Allport y Kimball Young, sicología social; Philip Klein, trabajo so­
cial; Raoul Blanchard y K.c. McMurry, geografía social; y Henri
LA ORIENTACiÓN HACIA LAS POLÍTICAS 87

Pirenne y Sidney B. Fay, historia. Otro medio de estimular el in­


terés en los métodos fue el programa colegiado de posdoctora­
do del Consejo de Investigación en Ciencia Social. El programa
fue concebido para ofrecer estímulos a los catedráticos jóvenes,
capaces de mejorar sus instrumentos científicos mediante la incor­
poración de técnicas novedosas en su especialidad.

Las consecuencias
de la Depresión y la Guerra
Los avances científicos posteriores son resultado de la importan­
cia que se dio a la afinación de los instrumentos de investigación
de las ciencias del hombre. Nadie pone seriamente en duda que
el nivel de excelencia técnica de la ciencia social norteamericana
surgió entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, a pesar de
la Depresión. Cuando la segunda guerra estalló, las nuevas disci­
plinas habían ya evolucionado lo suficiente para hacer sentir su
presencia e integrarse a las antiguas especialidades.
La economía continuó haciendo grandes contribuciones a la
reorientación de la planta productiva norteamericana al servicio
de la Segunda Guerra Mundial. No hay duda de que los audaces
planes y proyectos de un grupo clave de economistas de la Junta
Directiva de Producción Bélica tuvieron un impacto decisivo al
momento en que el país entró en guerra. Me refiero especial­
mente al trabajo de Stacy May, Simon Kuznets, Robert Nathan
y sus asociados (Kuznets fue uno de los colegas más productivos
del profesor Wesley C. Mitchell en la investigación de los ciclos
económicos, realizada en la Oficina Nacional de Investigación
Económica). Los sicólogos fueron mucho más numerosos y efi­
caces en la Segunda Guerra Mundial. Además de los avances en
las pruebas de inteligencia, los sicólogos habían progresado no­
tablemente en la medición de las aptitudes y de la estructura de
la personalidad durante el periodo de entreguerras. También los
88 HAROLD D. LASSWELL

sociólogos y los sicólogos sociales entraron en escena de manera


más prominente que en la primera guerra. El profesor Samuel A.
Stouffer y sus colegas hicieron estudios continuos y sistemáticos
sobre las actitudes prevalecientes entre el personal militar, utili­
zando y desarrollando procedimientos cuantitativos elaborados
en el periodo de entreguerras por el profesor L. L. Thurstone,
entre otros.
A la luz de los éxitos obtenidos, no hay razón para dudar que
el énfasis puesto en los métodos- cuantitativos está suficientemen­
te justificado. Éstos seguirán inspirando a los jóvenes catedráticos
ambiciosos en el campo de las relaciones humanas. Hay, sin em­
bargo, razones para pensar que los científicos sociales en los pró­
ximos años concentrarán sus esfuerzos en otros temas, pues la ba­
talla del método ha sido ganada. Me parece que los científicos
sociales y los sicólogos se sienten lo suficientemente seguros de sí
mismos para aceptar el método como algo dado, elegir problemas
significativos y enfatizar aquellos en los que el método sea aplica­
do y desarrollado.

¿ Conocimiento para qué?


Aunque la importancia del método cuantitativo fue el tema do­
minante en la ciencia social del periodo de entreguerras, hubo
muchos indicadores de que las políticas comenzaban a ser un fo­
co intelectual de interés creciente. Un primer y vigoroso expo­
nente del enfoque de políticas fue el profesor Robert S. Lynd de
la Universidad de Columbia, coautor de estudios clásicos sobre
la comunidad y secretario del Consejo de Investigación de la
Ciencia Social por mucho tiempo. El profesor Lynd dió, en 1939,
una serie de conferencias en la Universidad de Princeton con el
título de "¿Conocimiento para qué?". A lo largo de ellas insistía
en la importancia de utilizar todos los medios posibles de adqui­
sición de conocimiento, a fin de acabar con la crisis gigantesca
de nuestro tiempo.
LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 89

El enfoque de políticas no debe ser confundido con la idea su­


perficial de que los científicos sociales deberían abandonar la
ciencia e involucrarse de tiempo completo en la práctica directa
de la política. Tampoco debe confundirse con la sugerencia de que
los científicos sociales tengan que pasar la mayor parte de su tiem­
po asesorando a quienes elaboran las políticas, sobre cuestiones
inmediatas. Aunque sería provechoso para los catedráticos dedi­
car más tiempo a los asuntos prácticos, la idea más fructífera de
la ciencia de políticas es diferente. Lo realmente importante es
que todos los recursos de nuestra ciencia social en expansión se
encaucen hacia los conflictos básicos de nuestra civilización, tan
vívidamente expuestos por los estudios científicos de la persona­
lidad y la cultura.

Elección de problemas centrales


El enfoque de políticas, en consecuencia, pone el énfasis en los
problemas fundamentales del hombre en sociedad, más que en
los tópicos del momento. Los esfuerzos conjuntos de los investi­
gadores modernos han expuesto las raíces de tensión de nuestra
civilización, de las cuales no éramos previamente conscientes. Son
obvias nuestras dificultades para hacer que funcionen las institu­
ciones económicas y políticas. La ciencia y la política han evadido
toda una serie de factores humanos que obstaculizan la solución
racional de estos problemas. Basados en el trabajo de Freud y
otros sicopatólogos, Harry Stack Sullivan y varios siquiatras seña­
laron detalladamente la importancia fundamental de la auto-esti­
ma para la evolución sana de la personalidad humana. En la me­
dida en que los lactantes y los niños sean capaces de amarse a sí
mismos, serán capaces de amar a otros. Las interferencias en el
desarrollo de una concepción sana del yo desvían la personalidad
hacia la destrucción. Sullivan y sus colegas descubrieron que el
verdadero campo del siquiatra no es el organismo individual ais­
90 HAROLD D. LASSWELL

lado sino el contexto de las relaciones interpersonales en que vive


el individuo. Mediante el estudio de las manifestaciones sicóti­
cas, neuróticas y sicopáticas del desarrollo distorsionado, estos si­
quiatras descubrieron el modo en que patrones específicos de la
cultura desvían las relaciones interpersonales productivas y de
empatía. Una vez que las fuentes de destructividad humana han
sido descubiertas y señaladas, éstas pueden ser modificadas. La
base para una profunda reconstrucción de la cultura descansa en
el estudio y la reforma constante, y no por (o ciertamente no sólo
por) los métodos de agitación política tradicionales.
En una época inicial de su trabajo, el Dr. Sullivan y ciertos co­
legas suyos buscaron la cooperación de otros científicos sociales.
La interacción entre siquiatras, sicólogos infantiles, antropólogos
y otros científicos sociales ha arrojado luz sobre el impacto de la
cultura en la formación de la personalidad. Entre los antropólo­
gos, por ejemplo, las contribuciones de Ruth Benedict, Margaret
Mead,2 Ralph Linton y Clyde K.1uckhon son las más repre­
sentativas.

La utilización de modelos
No existe prácticamente aspecto de la sociedad humana que no
sea ya visto con nuevos ojos corno resultado de la siquiatría mo­
derna. Un rasgo significativo de este desarrollo es que se ha uti­
lizado la observación meticulosa, la medición y el registro
de datos, pero la cuantificación ha sido relegada relativamente
a un segundo plano. La riqueza del contexto en el estudio de la~

2EI trabajo del Dr. Sullivan se puede apreciar mejor en las páginas de Psychiatry, I
revista publicada por la Fundación de Siquiatría Wmlam A1ansan White, Washingtor
D.C., con la que Sullivan colaboraba antes de su muerte en 1949. Ruth Benedict era prc
fesara de antropología en Columbia cuando murió, en 1948. Su libro más importante fu
Patterns o/ Culture, 1934. Margaret Mead y Clyde Kluckhon son colaboradores del pn
sente volumen. Para una introducción a Linton, véase Linton (ed.) The Science of Ma
in the World Crisis, 1945.
LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 91

relaciones interpersonales es tal que sólo puede expresarse par­


cialmente en términos cuantitativos. Un estudio puede ser con­
vincente aun cuando sólo parte de sus resultados sean expuestos
en términos numéricos. Un excelente ejemplo de este tipo de
contribuciones a la ciencia y a la política es el informe de Ale­
xander Leighton sobre las relaciones humanas en un campo de
reubicación de "japoneses"3 dirigido por Estados Unidos duran­
te la última guerra. El problema de cómo abordar las relaciones
complejas ha hecho que muchos científicos sociales desarrollen
una gran perspicacia en la utilización de modelos más creativos
en su trabajo científico. Los modelos pueden ser en prosa y pue­
den ser extensos o breves; pueden ser también expresados ma­
temáticamente y referirse a magnitudes medible s o no.
Los científicos sociales y los siquiatras siempre han derivado
sus hipótesis más provechosas de modelos bastante complejos. Al­
gunos ejemplos ilustrativos son los conceptos de Freud sobre los
tipos de personalidad oral, anal y genital; o los tipos de líderes y
de relaciones de poder descrito por Max Weber, quien analizó ex­
tensamente el papel metodológico de los "tipos ideales". Cuando
uno piensa en términos de políticas básicas, resulta esencial utili­
zar modelos cuya elaboración permita al investigador tratar con
situaciones institucionales complejas.
La importancia que los modelos depurados tienen para la
ciencia y para las políticas fue comprobado de manera espectacu­
lar en los años treinta. El "Nuevo Trato" de Franklin D. Roosevelt
fue un brillante éxito dado que logró superar y contener la gran
crisis económica con políticas mucho menos drásticas que las uti­
lizadas por el estado autoritario fascista o comunista. Este resul­
tado se logró, en parte, debido al apoyo que el gobierno recibió
de los economistas, muchos de los cuales habían sido liberados de
las estrechas doctrinas del análisis económico clásico por las ideas

3 The Governíng of Men. 1945.


92 HAROLD D. LASSWELL

de Alvin Hansen en Estados Unidos y de John Maynard Keynes


en Inglaterra. No había nada nuevo en la idea general de que el
gobierno tenía que hacer algo si se presentaba una crisis masiva
de desempleo. Pero la idea no tenía una base racional en la con­
cepción económica prevaleciente sobre el sistema de libre merca­
do. Se pensaba que las depresiones recurrentes eran simplemente
"fricciones" dentro del sistema y que la acción del gobierno, cuan­
do era finalmente aceptada, se justificaba como un medio para en­
frentar las diversas "fricciones". El enfoque de Keynes-Hansen
era muy distinto. En lugar de considerar el prolongado desempleo
masivo como resultado de fricciones, Keynes y Hansen demostra­
ron que el desempleo podía ser resultado de la estructura misma
de la economía libre. Si se dejaba la cuestión a la dinámica de las
decisiones privadas, las decisiones podrían perpetuar la subutili­
zación del trabajo en lugar de iniciar nuevas empresas para absor­
ber la mano de obra. Las implicaciones de este enfoque para la
política pública son obvias: la intervención del gobierno es esen­
cial a fin de eliminar el desempleo y para reactivar las fuerzas de'
libre mercado.
Este es un ejemplo notable de cómo se puede llegar a resulta
dos creativos a partir de modelos de procesos institucionales, lo
cuales pueden unificar observacíones cuantitativas y no-cuantita
tivas y señalar el camino para nuevas actividades empíricas, teóri
cas y de política. 4

El esclarecimiento de las meta


El enfoque científico de políticas no sólo pone el acento en l{
problemas básicos y los modelos complejos. También exige ql
los propósitos valorativos subyacentes en una política sean escl
recidos. Después de todo, ¿en qué sentido un problema es "bá!
4 El título siguiente es significativo en este sentido; E. Ronald Walker, trom Eeol
mie Theory lO Po/iey, 1943.
LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 93

co"? Las valoraciones dependen de qué consideran los postulados


como relaciones humanas deseables. Para fines del análisis, el ter­
mino "valor" significa "una categoría de eventos preferidos", tales
como paz en vez de guerra, altos niveles de empleo productivo en
lugar de desempleo masivo, democracia antes que despotismo,
personalidades adaptables y productivas en lugar de destructi­
vas. Cuando al científico se le solicita que considere propósitos va­
lorativos, rápidamente descubre conflictos en la cultura y en su
propia personalidad. Su personalidad ha sido moldead~ por una
cultura de agudas contradicciones teóricas y prácticas. En la di­
mensión doctrinal existe la demanda por alcanzar una comunidad
mundial donde la dignidad humana se logre teórica y práctica­
mente. Contradictoriamente, se demanda crear un mundo seguro
para la supremacía "aria" o blanca. En una palabra, existen toda­
vía legados del mundo de castas que prevalecía antes de que las
revoluciones francesa y norteamericana dieran ímpetu a la idea de
la movilidad social basada en el mérito individual.

Las ciencias de políticas


de la democracia
Es bastante factible considerar que el enfoque de políticas logre
incorporar una serie de ciencias "especiales" al campo general de
las ciencias sociales, de la misma manera que el deseo de curar
sirvió para desarrollar una ciencia de la medicina distinta, aunque
vinculada con la biología. En Estados Unidos ya se perfila la na­
turaleza de tales ciencias. La tradición norteamericana dominante
defiende la dignidad del hombre, no la superioridad de una clase
de hombre. Es por ello que puede vislumbrarse que todo el énfasis
se pondrá en el desarrollo del conocimiento que permita la reali­
zación más completa de la dignidad humana. Llamémosle a esto,
por conveniencia, el desarrollo de las "ciencias de políticas de la
democracia" (policy sciences of democracy). Existe una gran canti­
94 HAROLD D. LASSWELL

dad de indicadores para afirmar que se marcha por esta dirección.


Sin embargo, una discrepancia notoria entre la doctrina y la prác­
tica en Estados Unidos es el maltrato a los negros y a otras pobla­
ciones de color. La Fundación Carnegie financió una encuesta
acerca de las probables tendencias de las relaciones étnicas en Es­
tados Unidos. Su propósito era esclarecer el verdadero estado del
problema, descubrir sus factores condicionantes y lanzar políti­
cas en contra de la discriminación. El producto de este estudio
se encuentra enAn American Dilemma: The Negro Problem and
Modem Democracy, editado por Gunnar Myrdal en 1944. La ini­
ciativa de investigaciones orientadas por problemas específicos de
política ha sido impulsada no sólo por fundaciones privadas sino
también por asociaciones privadas de empresarios. Tal vez el
ejemplo de mayor éxito es el Comité para el Desarrollo Económi­
co, organizado en los albores de la Segunda Guerra Mundial a fin
de construir políticas que evitaran o mitigaran una recesión eco­
nómica de posguerra en Estados Unidos. El programa de investi­
gación fue llevado a cabo por una junta directiva de eminentes
economistas .presididos por el profesor Theodore O. Yntema de
la Universidad de Chicago. Con base en los estudios publicados
por la junta directiva, los empresarios sugirieron políticas al go­
bierno, a las instituciones privadas y a los individuos. El Comité
para el Desarrollo Económico ha seguido funcionando a partir
de la guerra con el fin de proponer investigaciones de largo alcan­
ce y recomendaciones para el mantenimiento de la economía de
libre mercado.

La conciencia del tiempo


La orientación hacia las políticas conlleva un sentido agudo del
tiempo. An American Dilemma es un buen ejemplo. El proyecto,
cuyo resultado fue el libro, se eligió porque las relaciones étnicas
en Estados Unidos comenzaron a ser consideradas de gran impor­
LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 95

tancia para la seguridad futura del país y para la realización de las


aspiraciones democráticas. En la medida en que el científico se
vuelve valorativo, acepta o rechaza proyectos de investigación de
acuerdo con sus metas valorativas, e inicia investigaciones que
contribuyan a esas metas.
No es necesario que el científico sacrifique la objetividad al
ejecutar un proyecto. La elección de las metas últimas de la acción
no es objetiva. Pero una vez que se ha hecho esta elección, el cien­
tífico procede con la máxima objetividad y utiliza todos los méto­
dos disponibles. Más aún, es importante no abandonar la idea de
mejorar el método. Todos estos puntos mencionados están bien
ejemplificados en la encuesta Myrdal, puesto que los datos fueron
obtenidos e interpretados con espíritu crítico y los métodos fueron
mejorados a lo largo de la investigación. Por ejemplo, el apéndice
metodológico preparado por Myrdal ha sido útil para la difusión
de ciertas pautas importantes de pensamiento entre los científicos
sociales norteamericanos.
El énfasis en el propio tiempo no se agota en seleccionar algún
proyecto específico orientado a la decisión de políticas. En efecto,
en la medida en que se proyectan metas para el futuro, no puede
dejar de observarse críticamente el presente y el pasado a fin de
descubrir en qué grado las tendencias se aproximan a los valores
deseados. Se extrapolan entonces las tendencias al futuro y se es­
tima su viabilidad a la luz del conocimiento disponible de tenden­
cias y factores. Las políticas alternativas se estiman de la misma
manera.

El espacio abarca el mundo


La perspectiva de la ciencia orientada hacia las políticas es global,
en virtud de que la población del mundo constituye una comuni­
dad en la que el destino de unos afecta a otros. En este sentido,
el futuro de los objetivos fundamentales depende del desarrollo
mundial en su conjunto.
96 HAROLD D. LASSWELL

Se pueden examinar los fenómenos mundiales desde el punto


de vista de la creación, la extensión y el reflujo de las institucio­
nes sociales. Bajo esta perspectiva, Moscú es el centro eruptivo
de la revolución mundial de nuestro tiempo. Una de las tareas del
análisis político y de la gestión administrativa es apoyar o res­
tringir la difusión de este patrón revolucionario. Dicho más especí­
ficamente, un problema esencial de nuestra época es concluir los
procesos revolucionarios de nuestro periodo histórico al menor
costo humano. Éste es el problema de todos los que creen en la
dignidad del hombre y que, en consecuencia, esperan reducir al
mínimo toda forma de coacción.

Modelos de desarrollo:
la revolución mundial de nuestro tiempo

Las ciencias de las políticas de la democracia, preocupadas por


los sucesos mundiales de nuestro tiempo, deben comenzar por crear
hipótesis globalizadoras. Los modelos especulativos de los princi­
pales cambios sociales de nuestra época pueden ser denominados
"modelos de desarrollo" por cuanto especifican el patrón institucio­
nal del cual nos desplazamos y aquél hacia el que nos dirigimos.
Los modelos de desarrollo no son hipótesis científicas en senti­
do estricto, ya que no formulan proposiciones de correlación
entre factores. Un modelo de desarrollo se refiere únicamente a
la sucesión de acontecimientos tanto futuros como pasados. Cabe
aclarar que muchas hipótesis acerca del futuro presumen de tener
validez científica, como la concepción marxista acerca de la emer­
gencia de una sociedad sin clases. Sin embargo, es inaceptable toda
pretensión de "inevitabilidad". Los hechos futuros no pueden
ser conocidos de antemano con absoluta certeza: son en parte
probabilidad y en parte azar. Los modelos de desarrollo son auxi­
liares en la tarea global de esclarecer metas, destacar tendencias
y estimar las posibilidades futuras.
LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 97

No es el propósito de este capítulo presentar en detalle las hi­


pótesis de desarrollo sobre la revolución mundial de nuestro tiem­
po. Sin embargo, es necesario resaltar brevemente la distinción
entre el patrón de comportamiento del centro eruptivo de un mo­
vimiento revolucionario mundial y el patrón de la revolución
mundial de una época. Quienes tomaron el poder en París en 1789
(e inmediatamente después) fueron, sin lugar a dudas, la élíte del
centro eruptivo de ese periodo. No obstante, el patrón que preva:­
leció en su tiempo y lugar no fue idéntico al patrón revoluCiona­
rio de la época histórica en su conjunto, aun si tenían elementos
comunes. Es evidente que la élite de 1917 en Moscú puede ser
llamada la élite del centro eruptivo de nuestro tiempo, pero es muy
dudoso que el patrón dominante en Moscú tenga muchos elemen­
tos idénticos a los patrones revolucionarios de nuestra época. Cier­
tamente, una de las mayores tareas de las ciencias de políticas hoy
en día es seguir detalladamente los procesos de transformación
social, difusión y reflujo a nivel mundial, para estimar el signifi­
cado de acontecimientos específicos. 5

La actitud de sensibilidad al problema

Un rasgo adicional del "enfoque de políticas" es la importancia


que atribuye al acto de imaginación creativa, capaz de introducir
políticas nuevas y exitosas en el proceso histórico, aunque no se
pueda garantizar de antemano cuáles podrían ser las ideas exito­
sas. Esta actitud aumenta la probabilidad de que el investigador
alumbre propuestas político-administrativas históricamente via­
bles. La actual crisis que se origina en la expectativa de violencia
5 Me pennitiré hacer referencia a mis propios escritos en los que he desarrollado al­
gunas de estas distinciones. La primera exposición está en World Polítics and Personal
Insecurity, 1935. Es más accesible The Analysis of Political Behaviour: An Empírical Ap­
proach, publicado en 1948 en la "Intemational Library of Sociology and Social Recons­
truction" editado por Karl Mannheim. Ver en particular la parte n. Mi modelo de de­
sarrollo sobre el "estado cuartelario" de 1941 se reimprimió en The Analysis ofPolitical
Behavíour.
98 HAROLD D. LASSWELL

(ya sea por la guerra o por la revolución) nos obliga a utilizar el


mayor ingenio para diseñar políticas capaces de realizar eficiente­
mente los propósitos de una ciencia de políticas democráticamen­
te orientada. No se trata sólo de mejorar la organización de la Na­
ciones Unidas y otras dependencias oficiales. Se trata de
introducir transformaciones saludables dondequiera que se pon­
gan en práctica políticas.

La creación de instituciones
El científico de políticas se encuentra mucho más interesado en
evaluar y reconstruir las prácticas de la sociedad que en construir
personalmente elevadas abstracciones que sirvan de base a sus va­
lores. Esto significa dejar de lado mucho del bagaje tradicional de
la metafísica y de la teología. Un ejemplo es el trabajo de John
Dewey y de otros filósofos norteamericanos del pragmatismo, que
siempre prestaron atención a las instituciones sociales (Dewey,
por ejemplo, lanzó un movimiento de escuelas experimentales).
Esta inclinación del científico de políticas ha sido alentada por el
positivismo lógico de Rudolf Carnap y colegas, aunque Carnap
no haya extraído todas las implicaciones. Si les conceptos tienen
como propósito designar acontecimientos, éstos no tienen una re·
ferencia estable en tanto no se formulen específicamente los "in·
dicadores operacionales". Estos indicadores son operacionale:
cuando pueden ser aplicados para fines descriptivos por un ob
servador competente con relación a un determinado ámbito di
acontecimientos. La posición de observación es el procedimien
to utilizado para adentrarse en una situación dada con el propé
sito de recolectar datos ("elaboración del protocolo").6
Los términos clave que utilizan las ciencias de las políticas s
refieren a significados, pero los contextos de significado so

6 Además de Carnap y su escuela, Alfred Korzybski ha sido ampliamente difundic


Véase: Science and Sanity, 1933.
..

LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 99

cambiantes. Esto hace que los indicadores operacionales elegidos


para los términos clave de las ciencias sociales sean menos esta­
bles que los indicadores usados generalmente por los físicos para
describir los eventos que son su objeto de estudio. De ahí que se
hable de la "inestabilidad indicativa" de los términos en las cien­
cias de las políticas.
Puesto que los indicadores operacionales son inestables, es ne­
cesario realizar continuamente encuestas a fin de que se ajusten
permanentemente a la realidad. Por ejemplo, las características
observables de ciertas agrupaciones de clase se modifican con el
tiempo, por lo que es necesario restablecer las que son esenciales,
a fin de identificar con propósitos descriptivos al miembro de una
clase determinada. Las consideraciones técnicas que se acaban de
delinear refuerzan otros incentivos que inducen a los científicos
sociales y sicólogos a mejorar las instituciones para la auto-obser­
vación del hombre en sociedad. Por ejemplo, una de las propuestas
más creativas de la UNESCO ha sido la de establecer una encuesta
permanente sobre la tensión internacional.
Actividades de esta clase son esenciales si queremos tener cla­
ras las metas, tendencias y factores, además de contar con alter­
nativas apropiadas a las ciencias de políticas de la democracia. Las
actividades de observación internacional que existen hoy en día son
pasos importantes hacia la obtención de información más signifi­
cativa acerca de los pensamientos y sentimientos de la humanidad.
La utilización de procedimientos para realizar pruebas pre­
liminares que contribuyan a evaluar la consistencia de distintas
políticas alternativas está íntimamente vinculada con la creación
de instituciones de auto-observación que abarquen todos los as­
pectos importantes. Estas pruebas han logrado un alto nivel de
perfección técnica en el mundo empresariaL Los efectos de las
variaciones mínimas de los ingredientes de los productos o de
los cambios en su empaque son probados en unos cuantos luga­
res que proporcionan muestras (en el sentido estadístico) de las
100 HAROLD D. LASSWELL

reacciones del público consumidor potenciaL Las políticas hacia


el personal son también probadas en algunas plantas antes de que
sean generalizadas a todas las plantas que controla una corpora­
ción. Las pruebas y experimentos preliminares pueden extenderse
del campo de la mercadotecnia a muchas otras situaciones en la
sociedad.

Los científicos sociales no son


los únicos que pueden contribuir
a las ciencias de las políticas
La ciencia de políticas reconoce el hecho de que los científicos so­
ciales no son los únicos que pueden contribuir a su desarrollo. Los
especialistas en teoría social y sicológica perfeccionarán induda­
blemente el análisis del proceso de formación de políticas. No
obstante, a diferencia de la opinión más común entre expertos
académicos, los hombres experimentados en la elaboración de po­
líticas pueden hacer también contribuciones importantes al análi­
sis. Con frecuencia, los hombres de negocios, con gran curiosidad
intelectual y objetividad, se observan a sí mismos y observan el
comportamiento de los demás en la empresa, en el gobierno y en
instituciones similares. Algunos de estos participantes activos de­
sarrollan teorías del proceso que merecen una revisión cuidadosa
a la luz no sólo de la opinión experta, sino de la investigación en
los hechos.. Generalmente, los hombres de acción carecen de in­
centivos para escribir libros técnicos o artículos en los que sus teo­
rías sean sistematizadas y confrontadas inmediatamente con los
datos disponibles. 7

7 Chester Barnard es una excepción de este planteamiento. Como ejecutivo activo de


negocios publicó The Flmctions ofthe Executive, 1938, que tuvo gran aceptación. Baroard
es actualmente presidente de la Fundación Rockefeller. El Comité sobre Casos de Admi­
nistración Pública (Consejo de Investigación en Ciencia Social) ha elaborado estudios de
caso sobre formación de políticas mediante la revisión de registros escritos y también a
través de entrevistas a los participantes.
p

LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 101

Sin embargo, resulta de gran provecho para el especialista aca­


démico retomar algunas de estas ideas y darles la sistematización
y evaluación necesaria. Es necesario crear nuevas instituciones (o
modificar las existentes) a fin de vincular provechosamente a los
académicos con los elaboradores profesionales de las políticas.
En muchas de las instituciones de educación superior ya se han
establecido seminarios con este propósito, como en Harvard, la
Graduate School of Business y la Littauer School. Muchas organi­
zaciones nacionales de administradores públicos tienen oficinas
cerca de la Universidad de Chicago que fomentan el contacto en­
tre el claustro universitario y los directivos de las organizacio­
nes. El acelerado crecimiento de la administración pública como
actividad profesional ha facilitado la interacción de intelectuales
universitarios, funcionarios públicos y líderes. Hasta hace poco
tiempo, las escuelas de leyes tenían una concepción muy estrecha
de la capacitación profesional. El programa de estudios consistía
en memorizar y discutir las decisiones (y opiniones de apoyo) de
las apelaciones en las cortes. Recientemente se ha ampliado el
programa para incluir información práctica acerca de las conse­
cuencias sociales de 1as doctrinas legales y sus procedimientos. La
Escuela de Leyes de Yale ha sido pionera en este cambio, al grado
de invitar científicos sociales a su cuerpo de profesores.
El enfoque científico de políticas, además del conocimiento
del proceso de hecura de las políticas, Implica reelaborar y evaluar
el conocimiento, procedente de cualquier fuente, que parezca te­
ner un peso importante en los problemas de las principales polí­
ticas del momento. Hoy en día, por ejemplo, el conocimiento de
la energía atómica y de otras formas de energía que manejan los
físicos y otros científicos naturales tiene gran relevancia para la se­
guridad mundial. El intercambio creativo entre los físicos, los
científicos sociales y los hombres de acción resulta necesario. 8 El

8 Los éxitos y fracasos en este campo se setialan con frecuencia en The Bulletin 01
Atomíc Scientísts, publicado en Chicago.
102 HAROLD D. LASSWELL

cultivo de técnicas para lograr una cooperación fluida entre "equi­


pos interdisciplinarios" es una de las principales tareas para el de­
sarrollo de una ciencia de las políticas.

Resumen
Entre las dos guerras mundiales, las ciencias sociales y sicológicas
norteamericanas dieron gran importancia al perfeccionamiento
del método, especialmente del método cuantitativo. El resultado
fue una elevación general del nivel de competencia para elaborar
observaciones fundamentales en el procesamiento de datos. Re­
cientemente existe la tendencia a tomar el método como algo ya
dado y a poner el acento en su aplicación a problemas que pro­
meten tener relevancia en el diseño de las políticas.
Podemos considerar las ciencias de las políticas como el con­
junto de disciplinas que se ocupan de explicar los procesos de ela­
boración y ejecución de las políticas, y se encargan de localizar da­
tos y elaborar interpretaciones relevantes para los problemas de
políticas de un periodo determinado. El enfoque de políticas no
implica dispersar la energía entre un conjunto de tópicos variados,
sino más bien tratar los problemas fundamentales --y con frecuen­
cia no reconocidos-- que surgen de la adaptación del hombre a la
sociedad. El enfoque de políticas no significa que el científico
abandone la objetividad en sus actividades de recolección e inter­
pretación de datos o deje de perfeccionar sus instrumentos de in­
vestigación. El énfasis en las políticas obliga a la elección de pro­
blemas que contribuyan a la realización de las metas valorativas
del científico, a la utilización de una objetividad escrupulosa y a
un máximo ingenio técnico en la ejecución de los proyectos em­
prendidos. El marco de referencia del estudio de las políticas hace
necesario tomar en cuenta el contexto completo de los eventos
significativos (pasado, presente y prospectivo) en que el científico
está viviendo. Esto obliga a utilizar modelos especulativos del pro­
.

LA ORIENTACIÓN HACIA LAS POLÍTICAS 103

ceso revolucionario mundial de la época y sitúa a las técnicas de


cuantificación en un lugar respetable aunque subordinado. Debi­
do a la inestabilidad de los indicadores disponibles para dar una
definición operacional de los términos clave, es particularmente
importante el desarrollo de instituciones especializadas que ob­
serven las transformaciones mundiales e informen acerca de ellas.
Esto permite probar preliminarmente los posibles cambios en la
práctica social antes de que sean introducidos en gran escala. Es
muy posible que las ciencias de políticas busquen aportar el cono­
cimiento necesario para mejorar la práctica de la democracia. En
una palabra, se pone todo el énfasis en las ciencias de políticas de
la democracia, cuya meta última es la realización de la dignidad
humana en la teoría y en los hechos.
G. DAVID GARSON

4. De la ciencia de políticas
al análisis de políticas:
Veinticinco años de progreso *

H A PASADO más de un cuarto de siglo desde la aparición de


The Policy Sciences, en 1951, escrito por Daniel Lerner y
Harold Lasswell. En una disciplina notoriamente descuidada con
su herencia intelectual, tal vez ya no sea-el caso mirar hacia atrás
sobre los años transcurridos. No es necesariamente cierto que
quienes ignoran los errores pasados estén condenados a repetir­
los, pero la mirada retrospectiva puede resultar aleccionadora.
Como al viejo profesor que vuelve a enseñar el curso introducto­
rio, esta empresa nos proporciona la estimulante oportunidad de
revisar los orígenes de nuestro campo de conocimiento y las pre­
misas de nuestro pensamiento.
La tesis de este ensayo es que la visión lasswelliana de las cien­
cias de política aún es relevante, aunque en gran parte haya que­
dado incumplida. Se sostiene que es irrompible el nexo que vincula
el análisis de políticas con las cuestiones tradicionales de la cien­
cia política, quizá más de lo que el mismo Lasswell se dio cuenta.
Por esto, los intentos de desarrollar de manera interdisciplinaria
las ciencias de política a partir de la premisa de la supuesta fuerza
unificadora de un núcleo metodológico común han conducido más
bien a la fragmentación, que a la integración de una nueva disci­
plina aplicada. Aunque la mayoría de los analistas hoy dan la bien­
• Publicado originalmente con el t(wlo "From Policy Science to Policy Analysis", en
Policy Analysis: Perspectives, Concepts and Methods, editor William N. Dunn. Jai Press,
Greenwich, Conn. 1986. pp. 3·22. Traducción al español de Jonathan Molinet.

[ 149]
150 G. DAVID GARSON

venida al eclecticismo resultante, está vivo también el anhelo de


hacer descansar la disciplina emergente sobre una base teórica
más satisfactoria.
Una revisión del debate teórico actual muestra el conflicto en­
tre análisis de sistemas y política, métodos cuantitativos y análisis
de caso, planificadores e incrementalistas, analistas y "bombe­
ros"(muddlers). Este debate, institucionalmente, se ha estereoti­
pado corno la "escuela Harvard de los trituradores de números"
contra la "escuela Berkeley de los politiqueros" (Nelson, 1979). El
debate entre los modelos empírico-analíticos y la visión neoplura­
lista ha terminado por hacer perder la visión de las ciencias de po­
lítica. Peor aún, el debate amenaza con hundir el análisis de polí­
ticas en las aguas estancadas de asuntos ya discutidos sin resultado
en la ciencia política de los años cincuenta y sesenta. ¿Cómo llegó
el análisis de políticas a esta situación? ¿Qué cosa se puede hacer
aún? Son las preguntas de este artículo.
Las secciones que siguen abordan tres ternas. Primero, se discu­
ten las contribuciones pioneras de Harold Lasswell y Charles Me­
rriarn, su profesor en Chicago, quienes proyectaron las esperanzas
iniciales de las ciencias de política. Segundo, se analizan las tradi­
ciones sinóptica y antisinóptica, dominantes en las siguientes dos
décadas, para explicar el desarrollo de los modelos empírico-analí­
tico y neopluralista en el análisis de políticas. Finalmente, el artículo
concluye con una perspectiva histórica relativa a los valores y al­
cance del análisis de políticas moderno corno disciplina emergente.

Lasswell y Memam

Correctamente se ha llamado a Harold D. Lasswell "el fundador


moderno de la ciencia de política" (Scott y Shore, 1979: 46). Las­
swell fue profesor de ciencia política en la Universidad de Chi­
cago (1922-1938), continuó en Washington (1938-1947) corno in­
vestigador y consultor durante la guerra, y terminó sus años
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 151

activos en el claustro de la Escuela de Derecho en Yale (1947­


1973). Lasswell fue uno de los científicos sociales norteamerica­
nos verdaderamente grandes, con gran influencia en su tiem­
po. V. O. Key, David Truman, Herbert Simon, Gabriel Almond
y Edward Shils, se cuentan entre sus discípulos. Sin embargo, un
biógrafo escribió respecto de su carrera:

Debe observarse que Lasswell, intelectualmente, no marchó al


paso de muchos de los logros disciplinarios de la década de
posguerra. Sólo hacia el final de su carrera comenzó a recono­
cerse profesionalmente el esfuerzo de toda su vida por hacer
que los principales problemas y conflictos sociales fueran ob­
jeto de estudio, su creencia de que no deberían descuidarse los
factores contextuales y su apreciación de las dificultades me­
todológicas que encierran las investigaciones significativas de
políticas" (Marvick, 1977: 7-8).

Su ambiciosa visión de las ciencias de política promovió el de­


sarrollo de este nuevo campo, y al mismo tiempo, irónicamente,
ocasionó que sus ideas se estereotiparan como utópicas.
Lasswell, al escribir The Policy Sciences en 1951, expresó su
consternación ante el deterioro de la vida intelectual en el periodo
de posguerra. Las "fuerzas centrifugas" de la especialización en la
ciencia, la filosofía y las ciencias sociales eran quizá inevitables. El
resultado era, empero, la ruptura de la armonía entre la ciencia y
la práctica. Lasswell creyó que la orientación hacia las políticas
permitiría rebasar las especializaciones fragmentadas y establecer
una nueva ciencia social unificadora (Lerner y Lasswell, 1951: 3-4).
Las ciencias de política iban a ser una ruptura con el pasado.
No eran, por ejemplo, ciencia social aplicada del tipo que prolife­
ró en Washington durante la guerra. Lasswell tampoco invitaba al
activismo a los científicos sociales como lo hizo una década antes,
en 1941, en Democracy Through Public Opinion.
152 G. DAVID GARSON

En su visión, las ciencias de política iban a convertirse en una


teoría general de la elección (Lerner y Lasswell, 1951: 4). Explí­
citamente afirmó que los asuntos particulares del momento no
eran el interés central de las ciencias de política (Lerner y Las­
swell, 1951: 8-10).
Esta visión de las ciencias de política teóricamente orientadas
contrastaba mucho con el carácter ancHar de la tradición guber­
namental del análisis de políticas, que llegó a ser dominante una
década después. Aunque los asuntos de los hombres prácticos
eran una parte integral de las ciencias de política (Lerner y Las­
swel1, 1951: 13) y aunque Lasswell elogió los seminarios de la Es­
cuela Littauer, en Harvard, donde participaban conjuntamente
graduados y funcionarios, Lasswell vio fundamentalmente las
ciencias de P?lítica como algo muy distinto de la ciencia social
aplicada. Las ciencias de política deberían interesarse en los "pro­
blemas fundamentales del hombre en sociedad" (Lerner y Las­
swell, 1951: 8). Tendrían una perspectiva global, enfatizarían el
contexto histórico de la política y el estudio del cambio, difusión,
invención y revolución (Lerner y Lasswell, 1951: 11-12). En este
sentido, consideró ejemplar el estudio épico de Gunnar Myrdal
sobre la política de derechos civiles en An American Dilemma, en
1944.
Años después Lasswell continuó con su insistencia sobre la
oportunidad que las ciencias de política ofrecían a los científicos
políticos para reconstruir su disciplina. En The Future of Polítical
Science, 1963, Lasswell consiguió el apoyo de la Asociación Nor­
teamericana de Ciencia Política para presentar su tesis más siste­
mática sobre el tema. En esta obra reclamó insistentemente una
ciencia política centrada en la teoría de la elección inherente al
proceso de decisión entre políticas.

Me parece, escribió, que conforme la ciencia política se aden­


tra en el futuro se encuentra en una mejor posición para tomar
DE LA CIENCIA DE POLíTICAS AL ANÁLISIS DE POLiTICAS 153

la importantísima iniciativa de integrar creativamente el pen­


samiento y la organización tanto en los niveles superiores co­
mo en los inferiores del conocimiento y de la política. La es­
peranza de hacer realidad un trabajo armónico entre los
variados y diferentes enfoques, proporciona a los científicos
políticos la oportunidad, que sólo han utilizado parcialmente,
de llegar a una concepción coherente e integrada de una dis­
ciplina de solución de problemas, orientada hacia los asuntos
más universales de la vida del hombre en sociedad (Lasswell,
1963: 38-9).

Con estas observaciones premonitorias, Lasswell pedía a sus


colegas dirigir su disciplina a un conjunto de asuntos sociales y po­
líticos más sustanciales. El fracaso relativo posterior condujo a
una variedad de rupturas en la ciencia política durante los años
sesenta y principios de los setenta (Garson, 1978: Caps. 4-5).
Parte del fracaso de la ciencia política para actuar según la vi­
sión lasswelliana está en el mismo Lasswell. Aunque cualquier lec­
tura seria de su obra revela la profundidad de sus intereses huma­
nistas, debe decirse que su entusiasmo con los métodos
conductuales terminó por ocultar lo que quería defender y por lo
que abogaba. El medio de investigación se convirtió en el mensa­
je. The Future 01 Polítical Science, por ejemplo, fue conocido, den­
tro de la American Political Science Review (Zawodny, 1964: 121­
2) al igual que en otras partes, por su fuerte énfasis en favor de la
metodología cuantitativa al servicio de la toma de decisiones de
políticas. Se perdía el mensaje visionario de las ciencias de políti­
ca. La impresión pública fue que se trataba de un alegato por cen­
tros de investigación avanzados, utilización de grandes bancos de
datos, micromodelización y experimentación de laboratorio (Las­
swell, 1963: Caps. 3-10).
En la visión que tenía Lasswell de las ciencias de política, se
yuxtaponen conductismo y humanismo:
154 G. DAVID GARSON

Si, como científicos políticos, fuéramos omniscientes, ten­


dríamos a nuestra disposición herramientas analíticas y des­
criptivas que nos harían capaces de cumplir las siguientes
operaciones: elaborar una rápida encuesta de las tendencias
mundiales; "predecir" (retrospectivamente) los factores con­
dicionantes que explican la dirección e intensidad de estas
tendencias; predecir la manera en que estas tendencias se ex­
presarían y configurarían bajo el impacto de cualquier cons­
telación concebible de factores condicionantes futuros; pre­
decir la probabilidad de ocurrencia de las constelaciones
futuras; esbozar las estrategias mediante las que se podría
modificar (a un costo establecido en términos de valo­
res) la probabilidad de las futuras constelaciones de factores
y conectar las secuencias pasadas y esperadas de aconteci­
mientos con metas específicas (en nuestro caso la meta es
realizar la dignidad del hombre -y otras formas avanzadas
de vida- a la más amplia escala).

Esta es una visión conmovedoramente optimista de las posi­


bilidades de los métodos conductuales para alcanzar los fines hu­
manísticos. Después, en A Preview 01 Polítical Science (1971),
Lasswell definió al científico de las políticas como a alguien que
estaba "interesado en dominar las habilidades apropiadas para
tomar decisiones ilustradas en el contexto del orden público y cí­
vico" (Lasswell, 1971: 13). Las "habilidades" se volvieron casi el
único énfasis del análisis de políticas; a su vez, el "contexto" ­
histórico, transcultural, a tratar con muchos métodos- que rep­
resentaba el más profundo compromiso de Lasswell con el con­
cepto que tenía de la ciencia de políticas, resultó oscurecido, por
la desmesura del proyecto, frente a las habilidades empíricas. El
"orden cívico", por su lado, una preocupación filosófica aún más
profunda, terminó perdiéndose por entero a medida que los
años de la posguerra transformaron las ciencias de política al
DE LA CIENCIA DE POLíTICAS AL ANÁLISIS DE POLíTICAS 155

servicio de la democracia en análisis de políticas al servicio del


gobierno. Esta transformación materializó un profundo cambio en
las premisas.
Lasswell
en el contexto de Merriam
La ambigüedad entre bases humanistas y conductuales, caracterís­
tica de la visión que tenía Lasswell de las ciencias de política, fue
una versión extrema de la misma tensión que estaba presente tam­
bién en el pensamiento de Charles E. Merriam, su maestro. Tal
vez Merriam fue el científico social más eminente en los años de
la depresión y de la guerra. Estuvo íntimamente vinculado con los
primeros años de la Asociación Norteamericana de Ciencia Polí­
tica, la fundación de la Oficina de Chicago para Investigación Mu­
nicipal y el establecimiento del Consejo de Investigación en Cien­
cia Social. Merriam simbolizó una generación de científicos
sociales interesados en la política pública: Louis Wirth, Harold
Odum, Robert Park, John Commons, William Ogburn y J. Allen
Smith, para nombrar sólo unos pocos. Merriam fue el infatigable
animador de la Comisión de Estudios Sociales (1932-1935), la Co­
misión de Manejo Administrativo (1935-1937) y la Oficina Nacio­
nal para la Planeación de Recursos (NRPB, por sus siglas en in­
glés) (1933-1943).
Esta última, NRPB, ilustra la visión primera de la ciencia de
políticas. En Systematic Politics (1945) Merriam describió la
NRPB como "una agencia asesora de planeación que busca el me­
jor uso de los recursos nacionales, naturales y humanos" (Me­
rriam, 1945: 157). Su posición era parte de un interés general en
la política de planeación de los años treinta (Garson, 1973). Me­
rriam consideró que la NRPB podría ser el primer paso en la crea­
ción de una oficina nacional de planeación cuya función sería
asesorar al presidente en la coordinación de las múltiples políticas
de las dependencias gubernamentales, al diseñar una "política na­
· 156 G. DAVID GARSON

cional de largo plazo en el sentido más amplio del término" (Me­


rriam, 1945: 158).
En la práctica, la NRPB encabezada por Merriam fue relati­
vamente inconsecuente. No obstante simbolizaba muy bien la vi­
sión de las ciencias de política. Merriam concebía la planeación
como una ciencia interdisciplinaria, no precisamente como análi­
sis económico, planeación agrícola u otras perspectivas especiali­
zadas.

Será posible hacer uso completo de la ciencia y de· la demo­


cracia al planificar para la expansión de la producción, para la
justicia, para la distribución imparcial de la riqueza nacional,
para la realización de niveles superiores de vida, para la liber­
tad, para el reconocimiento de la dignidad del hombre y de su
derecho a participar plenamente en la civilización que él ha
ayudado a crear (Merriam, 1945: 337).

En este señalamiento vemos el énfasis dual en el método


científico y en los fines humanistas, característicos también de
Lasswell.
De hecho, Merriam hizo más que cualquier otro científico de
su época en la promoción del rigor y del esmero metodológico.
En la Universidad de Chicago, dio todo su apoyo a jóvenes bri­
llantes, a quienes impulsó para que se adentraran en las nuevas
técnicas elaboradas por otras disciplinas, como la sicología y la
economía. Lasswell estuvo entre estos jóvenes. Chicago se convirtió
en uno de los pocos lugares de Estados Unidos donde los métodos
cuantitativos empezaron a dominar la ciencia política.

Es posible localizar sin dificultad -escribió después Lasswell­


la época y el lugar en que los aspectos más 'nuevos' de la cien­
cia política norteamericana se desarrollaron por primera vez.
El centro creativo fue la Universidad de Chicago y la época de
DE LA CIENCIA DE POLíTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 157

los años veinte y los primeros de los años treinta. La figura di­
rigente fue Charles E. Merriam que alentó los nuevos énfasis
en la Universidad ya través de la Asociación Norteamericana
de Ciencia Política (Lasswell, 1963: 37).

Más tarde, como director del Consejo para Investigación en


Ciencia Social, Merriam tuvo la oportunidad de extender el nuevo
evangelio al ámbito nacional. Merriam era un organizador, adepto
a la obtención de fondos privados y públicos. Lo movía siempre el
deseo de poner la ciencia al servicio de la democracia y de sacar
a los académicos de la biblioteca y llevarlos al mundo real donde
había muchas cosas por hacer. Escribió:

La planeación inteligente implica prestar atención sistemática


al crecimiento de las ventajas de la civilización, al modo y ran­
go de su distribución, y a los principios de justicia y libertad.
En su aplicación práctica ... esto requiere que el gobierno ga­
rantice, como uno de los avales, la seguridad en el empleo,
normas mínimas de salud, educación y seguridad social, e igual
acceso a las oportunidades de desarrollar las potencias creati­
vas de la personalidad humana (Merriam, 1945: 334).

Se trataba de una visión de la ciencia social como la herra­


mienta que hace posible la planeación nacional bajo la bandera de
un gobierno positivo en un sentido liberal y humanista. Hoy
es importante darse cuenta que esta visión fue de muchas maneras
la estimulante fuerza motriz del trabajo de Merriam y del
concepto que tenía Lasswell de las ciencias de política, des­
pués de la guerra. Merriam entendió claramente que algunos
podrían pensar que las habilidades científicas llegarían a ser la
ciencia de política. Dejó claro que era un error.
158 G. DAVID GARSON

No está en discusión que en el futuro se sabrá mucho más que


ahora sobre la ciencia social y política, pero ... siempre habrá
margen para las alternativas -un margen donde los valores y
las opciones humanas serán importantes y concluyentes .... La
conservación de la comu~idad moral se facilita por la partici­
pación de la comunidad en los asuntos comunitarios (Me­
rriam, 1945: 329).

Lo primero era el énfasis en los valores humanos y en la plena


participación de los hombres en la civilización que habían contri­
buido a crear; las habilidades científicas resultaban secundarias.
La ciencia de políticas era impulsada no sólo por la metodología
empírica, en ·función del interés propio de la ciencia, sino por el
interés en la democracia. Merriam vio pocos problemas en el ca­
samiento de la ciencia y la democracia.
Lógicamente se puede pensar que su énfasis en la elección
de los valores y en la participación cívica lo alejaban del enfoque
empírico-analítico y lo conducían hacia la tradición neopluralis­
tao Merriam minimizó las fuerzas que lo llevarían en esta direc­
ción. Creyó optimistamente que podrían ocurrir dos hechos que
minimizarían el conflicto político y maximizarían el potencial del
análisis científico. Creyó, primero, que los hombres de acción y
los científicos podían fácilmente trabajar juntos en los grandes
temas del día, como lo hicieron en la NRPB cuando él era su
director. Segundo, creyó que los sistemas de valores de los ne­
gocios, la religión y el gobierno podían confluir en un nuevo con­
senso ilustrado sobre los valores básicos del gobierno al servicio
de la democracia y de la dignidad del hombre (Merriam, 1945:
340). Con un consenso valorativo de fondo -plausible en el con­
texto de unidad en tiempo de guerra- y con la participación di­
recta en los procesos de planeación -otro tema de movilización
en tiempo de guerra- la conjunción del análisis científico y del
humanismo democrático era un desarrollo probable, incluso ine­
DE LA CIENCIA DE POLfTICAS AL A..~ÁLISIS DE POLÍTICAS 159

vitable. La visión de Lasswell sobre las ciencias de política fue un


hijo natural de las bodas optimistas del análisis científico con la
planeación humanista.

Las tradiciones sinóptica


y antisinóptica
Esta dualidad del concepto de ciencias de política se hizo pronun­
ciada en los años cincuenta y sesenta. Tomando un préstamo de
Charles Lindblom podemos etiquetar a los dos conjuntos de pre­
misas como "sinóptico" y "antisinóptico". La sinopsis, que signifi­
ca visión global del todo, fue condensada en el análisis de sistemas
(por ejemplo, Easton, 1953); en contraste, los académicos antisi­
nópticos acentuaron los límites -de hecho, la imposibilidad- del
conocimiento racional para abarcar sistemas enteros de acción
(por ejemplo, Simon, 1952: 1134-5). Estos dos puntos de vista extre­
mos dieron pie a algunas de las disputas más impresionantes entre
los enfoques contemporáneos del análisis de políticas. A ellos se
debe, particularmente, la división entre la orientación empíri­
co-analítica y la orientación neopluralista del análisis de políticas.
Aunque en lo personal los académicos suelen sustentar opi­
niones más complejas e incluso autocontradictorias, se pueden
identificar dos corrientes dominantes en los años cincuenta y se­
senta. La corriente sinóptica pura se caracterizó por su identifica­
ción con el análisis de sistemas como meta teoría, el empirismo es­
tadístico como metodología y la optimización de valores como
criterio de decisión. La corriente antisinóptica pura se caracterizó
por su identificación con el pluralismo como metateoría, el análi­
sis con textual y de casos como metodología y la racionalidad social
(en el sentido de integración de intereses) como criterio de deci­
sión. Aunque la opinión antisinóptica llegó rápidamente a ser do­
minante en la ciencia política en general, la tradición sinóptica
probó ser ampliamente útil en la administración pública y el aná­
lisis de políticas.
160 G. DAVID GARSON

Aunque no dominante en la ciencia política, la tradición sinóp­


tica contó con el apoyo de fuerzas poderosas. Primero, se montó
, en la cresta de la revolución conductista de las ciencias social y
política, su énfasis interdisciplinario, su búsqueda de precisión
cuantitativa en general, su proyecto de encaminarse hacia una teo­
ría empírica sistemática (véase Ranney, ed., 1962). Segundo, retu­
vo algo del manto de legitimidad que le conferían Lasswell, Me­
rriam y otros con la idea de apoyar la planeación nacional. Por
otro lado, la agitación social de los años sesenta dio lugar a una
intensa crítica de la alternativa pluralista. En particular, tuvieron
bastante éxito los ataques de académicos reputados como Lowi
(1967) contra el pluralismo (e indirectamente contra toda la tra­
dición antisinóptica). Desde este punto de vista, el pluralismo sig­
nificaba la incapacidad del sector público para dirigir y cumplir su
obligación de rendir cuentas.
Por su lado, la tradición sinóptica se volvió más compleja y ela­
borada a medida que terminaban los años sesenta. Defensores de
la planeación nacional como Amitai Etzioni (1968), elaboraron
modelos mixtos para tomar decisiones racionalmente. Estos mo­
delos evitaban los supuestos irrealistas de los enfoques racionales
y omniabarcantes, a la par que todavía sostenían la idea de la pla­
neación y condenaban vigorosamente el incrementalismo y los
modelos pluralistas de política.
El éxito de los economistas fue otra fuerza más en favor de la
tradición sinóptica. El punto culminante de esta tendencia fue
la adopción del Sistema de Planeación y Presupuestación por Pro­
grama (PPBS, por sus siglas en inglés) durante los años de Ken­
nedy y Johnson, años de un sustancial incremento del número de
economistas en el gobierno dedicados a la elaboración de la polí­
tica federal (Amacher, Tollison y Willet, eds., 1976: 37). Aunque
años después se descartó al PPBS, la metodología del análisis cos­
to beneficio y de evaluación de programas fue, en muchos círculos
gubernamentales', sinónimo de análisis de políticas.
DE LA CIENCIA DE POLíTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 161

Mientras que los críticos antisinópticos continuaban con sus


golpes al hombre de paja de la imposibilidad de la decisión racio­
nal pura, los comentaristas más penetrantes llegaban a la conclu­
sión de que el modelo sinóptico podía considerarse como un tipo
ideal aceptable. Esto significa, como en todos los tipos ideales,
que el modelo sinóptico debía ser tratado como un patrón contra
el cual medir la práctica real pero no algo que realmente se pu­
diera alcanzar. Alice Rivlin, quien después dirigiría la Oficina de
Presupuesto del Congreso, reconoció las criticas pero mantuvo
básicamente su posición en favor del enfoque racional, como se
muestra en su influyentísimo libro Systematic Thinking lor Social
Action (1971). La propia obra de Lasswell (1971: 46-60), en gran
medida, decía lo mismo.
Una revisión reciente de las escuelas de políticas públicas, re­
alizada por Fry y Tompkins (1978: 306), concluyó:

El evidente acuerdo sobre la importancia de los enfoques racio­


nal-exhaustivos en la asignación de recursos y la falta también
evidente de acuerdo sobre qué más podría ser útil y apropiado
en la enseñanza de políticas públicas, es una combinación que
hace muy problemática la enseñanza de esta materia.

Fry y Tompkins hicieron notar la fuerte presencia de mate­


máticos, investigadores de operaciones, expertos en computa­
ción, estadísticos y economistas en los programas existentes de
políticas públicas, y procedieron a recomendar que se cambiara
urgentemente la dirección de los estudios de políticas públicas.
Hay, sin embargo, una fuerte razón para que los enfoques
cuantitativos y sistemáticos jueguen un papel prominente en el
análisis. El estudio de Caplan (1976: 231) acerca del uso que ha­
cen del conocimiento los ejecutivos federales encontró que la uti­
lización más alta ocurría entre usuarios orientados hacia métodos
162 G. DAVID GARSON

científicos. Al observar esto, Scott y Shore (1979: 72) preguntaron,


en su estudio de sociología y análisis de políticas:

¿Cómo tendría que ser el proceso de elaboración de políticas


para que las cosas que saben hacer los sociólogos pudieran
aportar alguna contribución? Se respondieron a sí mismos:
Vernos que la sociología corno está constituida puede ser más
útil a un sistema de planeación de base científica.

Scott y Shore argumentaron, a la manera del estudio de Ca­


plan, que los enfoques antisinópticos suscitaban cuestiones teóri­
cas muy atractivas para los académicos, pero que únicamente los
enfoques sinópticos de los científicos sociales podían aportar algo
que los usuarios gubernamentales querrían comprar.
Dada la herencia de la planeación, la fuerza impulsora del
conductismo, el éxito de los economistas y los buenos resultados
de la investigación del mercado entre los usuarios gubernamenta­
les, es muy difícil que resulten sorprendentes los hallazgos de Fry
y Tompkins; es decir, las orientaciones empírico-analíticas están
fuertemente representadas en los programas norteamericanos de
políticas públicas.

La reacción neopluralista
a la tradición sinóptica

Corno toda fuerza tiene su contrafuerza, la tradición sinóptica


tiene su contraparte antisinóptica, un punto de vista alternativo
apoyado por fuerzas igualmente significativas. La tradición anti­
sinóptica nunca ha sido un movimiento intelectual unitario de
gran consenso, pero es unánime en el punto de la imposibilidad
de los métodos racional-exhaustivos, debido a límites insupera­
bles en los requerimientos de información y a la intrusión de las
cuestiones de valor en el proceso de elaboración de la política.
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 163

De la misma manera que los enfoques sinópticos se remiten al


elemento científico en las ciencias de política de LassweU, el en­
foque antisinóptico corresponde al elemento humanístico. Un
ejemplo se encuentra en los escritos de Dwight Waldo, durante
muchos años editor respetadísimo de la Public Administration Re­
view. En su ensayo "Development of Theory of Democratic Ad­
ministration" (Waldo, 1952: 97), criticó la eficiencia en el análisis
administrativo como norma presuntamente neutral respecto de
los valores. Su propósito era devolver a su lugar central la cuestión
de los valores. "La historia que vivimos", escribió, "es el resultado
de los ideales que perseguimos" (Waldo, 1952: 99). Buscar eva­
luaciones científicas, valorativamente neutrales, de las políticas
era un intento desorientado de evadir las cuestiones más funda­
mentales de los valores societales. La opinión de Waldo obtuvo
eco repetidamente en otros ataques ulteriores que acusaron al en­
foque empírico-analítico de trivializar la ciencia social.
Dos de los científicos sociales norteamericanos de primera lí­
nea en el periodo de posguerra, Robert E. Dahl y Charles E. Lind­
bIom, lanzaron en el siguiente año un ataque aún más efectivo. En
Politics, Economics and Welfare (1953) argumentaron que los sis­
temas de cálculo y de control racional resultaban inherentemente
ineficientes si no es que eran inoperantes. Este amplio argumento
se dirigía no sólo a la planeación central y al socialismo sino tam­
bién a las versiones de política pública del estado de bienestar.
Cualquier toma de decisiones, incluyendo la elección de política
es reducible a cuatro tipos: jerarquía, poliarquía, negociación y
mercados. Se consideró que todos los sistemas requerían una
combinación de los cuatro tipos de toma de decisiones puesto que
cada tipo tenía sus fuerzas y debilidades (no obstante, se hacía
hincapié en las debilidades de la jerarquía y en las fuerzas de la
negociación y la formación de precios a través del mercado). El
argumento de Dahl y Lindblom, posteriormente, se apoyó en in­
fluyentes estudios empíricos de toma de decisiones en política pú­
164 G, DAVID GARSON

blica (Dahl, 1961), y también con formulaciones teóricas más ela­


boradas (Dahl, 1956; Braybrooke y Lindblom, 1963; Lindblom,
1965). Estos estudios parecían probar que, aunque los responsa­
bles de tomar decisiones podían enseñar métodos sinópticos en
las aulas, practicaban de hecho el incrementalismo, el ajuste mu­
tuo entre posiciones partidarias y el llano "salir apenas del paso".
Debe observarse que el incrementalismo fue una variante de
la teoría pluralista aplicada al caso de las políticas. El pluralismo,
como fue articulado por Robert Dahl, se convirtió en el marco de
referencia explicatorio dominante para el proceso político nortea­
mericano. Puesto que la ciencia política estaba más orientada a la
descripción causal y el análisis de políticas a la prescripción, y
puesto que ,el pluralismo/incrementalismo era más exacto como
descripción que como argumento relativo a preferencias prescrip­
tivas, al pluralismo le fue considerablemente mejor en la ciencia
política que al incrementalismo en la administración y en la polí­
tica pública.
El incrementalismo en sentido limitado es algo poco contro­
vertido. Los presupuestos para un año dado se predicen mejor,
aproximadamente en todos los casos, mediante extrapolación de
los años inmediatamente anteriores. De hecho, los presupuestos
de cada año incrementan los mismos renglones del año anterior.
Sin embargo, en sentido amplio, el incrementalismo es el
"ajuste mutuo de posiciones partidarias" sugerido por Lindblom.
Ahora bien, la condición de reciprocidad en las relaciones de ne­
gociación fue una formulación teórica inadecuada en la elabora­
ción de políticas, aun para propósitos descriptivos. El trabajo de
Herbert A. Simon y James G. March suministró un marco de ref­
erencia teórico mejor y más influyente, aunque igualmente antisi­
nóptico.
Donde la conceptualización de Dahl y Lindblom tendía a in­
troducir jerarquía y planeación, el trabajo de Simon presentó una
visión de control jerárquico sin toma de decisiones racional-ex­
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLíTICAS 165

haustiva. Esta opinión otorgaba claramente a la alta gerencia el


control de las organizaciones y de las políticas no a través de la
planeación, sino a través de controles menos estorbosos (por
ejemplo, mediante influencia en la estructura de valores de
la cultura organizacional). La toma de decisiones tenía lugar
conforme a un limitado proceso de búsqueda que acepta alter­
nativas satisfactorias, no necesariamente óptimas (satisficing).
Se tenía gran confianza en los repertorios de reglas estándar de
operación y de acción, al igual que en la socialización de los
miembros de la organización dentro de los patrones organi­
zacionales. Era una concepción antisinóptica de la toma de de­
cisiones, pero mucho más compleja que el incrementalismo
simple. Su crítica de los enfoques de la planeación central
racional iba más lejos que el enfoque de la negociación ra­
cional descentralizada de Dahl y Lindblom. March y Simon, en
un ataque más profundo a la tradición sinóptica, sostuvieron que
los factores irracionales eran básicos para comprender las orga­
nizaciones y, por extensión, la toma de decisiones relativa a las
políticas. La modelización de March y Simon, no obstante estar
intensamente comprometida con las aplicaciones de los métodos
conductuales (March, 1955; Simon, 1957), estaba al servicio de
la teoría académica y no de la planeación gubernamental para
los objetivos de la democracia, como en la visión de Merriam.
A los modelos antisinópticos del proceso de política se agregó
otra posición igualmente contraria a la tradición sinóptica, elabo­
rada sobre el entusiasmo de Dahl y Lindblom por la formación de
precios en el mercado como un mecanismo de decisión respecto
de políticas. La teoría de la Elección Pública se volvió prominente
en los años setenta como un movimiento que reclamaba que exis­
tían procesos de decisión similares al mercado en las arenas de
política pública. Este mensaje provino parcialmente de economis­
tas que exportaron sus análisis hacia áreas que previamente sólo
pisaban los científicos políticos (Niskanen, 1971). Pero también,
166 G. DAVID GARSON

fue obra de científicos políticos que veían en la teoría de la elec­


ción pública una salida para la crisis intelectual que se percibía en
la administración pública norteamericana (Ostrom, 1973). Estos
autores tuvieron el mérito de dar una formulación más aceptable
al enfoque de mercado, un territorio que anteriormente sólo era
pisado por conservadores extremos como Friedman (1962).
Finalmente, varios estudios empíricos acerca de la elabora­
ción de políticas mostraron la manifiesta inferioridad de la toma
de decisiones jerárquica y de la planeación, al compararlas con
los enfoques que incorporaban un mayor conflicto de grupo. Un
ejemplo temprano prominente fue el trabajo de Aaron Wil­
davsky titulado Dixon-Yates: A Study on Power (1962). Estos es­
tudios, junto con los imponentes ejercicios de teoría descriptiva
que hicieron Dahl, Lindblom, March, Simon y otros, propor­
cionaron a muchos estudiantes de políticas públicas un apoyo
convincente para sostener que la poderosa tradición sinóptica
estaba conduciendo el análisis de políticas por el camino equi­
vocado. Se agregó la línea independiente de crítica representada
por Waldo, quien insistía que el mero empirismo simplemente
era un fracaso al no plantear las preguntas más importantes, las
que se refieren a los valores.

Los valores en el desa"ollo


del análisis de políticas
A principios de los años cincuenta, las ciencias de política, según
la visión de Lasswell, tenían por base habilidades metodológicas
comunes y eran un movimiento interdisciplinario emergente que
servía simultáneamente a los valores democráticos, a la construc­
ción académica de teorías y a las necesidades gubernamentales.
Los académicos y los profesionales prácticos serían, creyó Las­
swell, fácilmente integrados en esfuerzos mutuos que servirían a
las necesidades de ambos grupos. Aunque los años cincuenta vie­
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 167

ron el surgimiento de la investigación interdisciplinaria (por ejem­


plo los estudios urbanos), una revisión histórica efectuada por Ir­
ving Louis Horowitz y James E. Katz (1975) mostró que en gran
medida se habían frustrado las esperanzas de investigación con­
junta, mutuamente beneficiosa.
En el nivel académico los departamentos tradicionales fueron
una poderosa fuente de resistencia ante el emergente movimiento
interdisciplinario. De mayor importancia fue el hallazgo del estu­
dio de Horowitz y Katz hacia los años sesenta: el análisis de po­
líticas había llegado a caracterizarse por lo que denominaron
"enfoque ancilar" (Horowitz y Katz, 1975: 156-7). Querían decir
que se trataba de investigación teórica, sujeta a las especificacio­
nes federales y más emparentada con el trabajo de aplicación in­
dustrial que con la investigación académica. Algunos, como David
Truman (1968), pidieron con urgencia un enfoque más balancea­
do en la colaboración gobierno-universidad a través del intercam­
bio de personal, seminarios y conferencias conjuntas. Horowitz y
Katz concluyeron haciendo notar que la ciencia social seguía sien­
do contratada ampliamente por dependencias gubernamentales y
que cada vez más los analistas de política, cuando deseaban ana­
lizar las políticas nacionales lo hacían sin los auspicios guberna­
mentales.
A pesar de algunas tendencias que proponían dar marcha atrás
hacia el modelo de la "torre de marfil" en la investigación de po­
líticas, el "enfoque ancilar" seguía vivo y en buen estado. El resur­
gimiento del interés en la ciencia social aplicada a principios de la
década de los setenta (Nagel, 1977: 9) alimentó el fuego de esta
orientación. Con frecuencia el análisis de políticas todavía era defi­
nido como un esfuerzo para ofrecer información a los encargados
de elaborar la política (Quade, 1977: 21). Mac Rae (1977: 161-5)
se refería a los egresados de los programas de políticas públicas
del nivel de maestría -y este nivel era el corazón de los programas
organizados para el análisis de políticas- cuando escribió:
168 G. DAVID GARSON

Las personas entrenadas en las escuelas de análisis de políticas


para graduados esperarían en buena medida encontrar un em­
pleo no académico parecido al modelo de ingeniería, capaz de
ofrecer consejo técnico y habilidades a las grandes organiza­
ciones con fines previamente dados. En este punto, el entre­
namiento del posgraduado en políticas públicas debería pare­
cerse al entrenamiento en ingeniería ...

Algunos, como Scott y Shore (1979: 201-5) sostuvieron vigoro­


samente que:

... deben abandonarse los esquemas de gran escala ... , a la Las­


swell, en que los sociólogos y políticos se vuelven socios y, en
su lugar, promover "enfoques menos pretensiosos que se sin­
tonicen estrechamente con las realidades políticas y se vincu­
len menos a intereses académicos y utópicos".

Los analistas sintonizados con la comercialización del análisis


de políticas, tales como Quade, Mac Rae, Scott y Shore, no hacían
más que reflexionar sobre el estado de la demanda existente. Sin
embargo, sus posiciones contribuyeron ampliamente a poner el
énfasis sobre las habilidades, en línea con la tradición sinóptica.
Era inevitable, por tanto, que aquellos que se encontraban en
otras tradiciones hayan dado, a la disciplina, un consejo opuesto.
Kenneth Dolbea~e (1974), por ejemplo, criticó agudamente a los
analistas de políticas por su dependencia excesiva de las metas y
valores de los encargados de elaborar las políticas, lo cual hacía
que sus estudios fueran sólo productos incrementales en vez de
examinar los niveles fundamentales de la política. Horowits y Katz
han observado que el "enfoque ancHar" tiende a malbaratar la
capacidad de crítica, un papel tradicional y vital jugado por las
universidades, y debilita la posibilidad de lograr un enfoque siste­
mático del análisis de políticas como un movimiento interdiscipli­
DE LA CIENCIA DE POLÍTICi'.S AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 169

nario coherente. Otros, como Cohen y Rakoff (1978) del Círculo


del campus de Chicago de la Universidad de Illinois, han buscado
que sus programas de maestría en políticas públicas tengan esta
orientación crítica, al hacer hi11capié en la formación para el aná­
lisis contextual, una reminiscencia de Lasswell, aunque con dife­
rente enfoque político. Cada una de estas criticas al "enfoque an­
cilar" replantea a su manera las cuestiones relativas al análisis de
políticas como ciencia social, ya anticipadas, años antes, por Me­
rriam y Lasswell.
La relación del análisis de políticas con la ciencia social está
en disputa. Algunos han visto en el análisis de políticas, no un des­
perdicio de ~nergías, sino una oportunidad real para el avallce
científico. MacRae (1977: 152), por ejemplo, contrastó el "carác­
ter cerrado de las disciplinas individuales" con la flexibilidad de
la investigación interdisciplinaria de las políticas. Aunque las dis­
ciplinas seleccionan variables independientes de acuerdo con
un interés teórico, mientras que la elección en el análisis de polí­
ticas es dictada por prioridades valorativas, la diferencia no es, en
su opinión, tan grande como puede parecer. El discurso valorativo
puede ser sistemático y operativo como la investigación causal.
Ciertamente, la investigación causal debe estar en el corazón
de una ciencia social del análisis de políticas. No obstante, como
observaron Dye (1976: 78) y otros, la incapacidad para probar teo­
rías causales, ha sido una falla común del análisis de políticas co­
mo disciplina emergente. Los mayores fondos gubernamentales
orientados a la investigación causal, junto con el trabajo de
MacRae y otros, han dado estímulo, si no optimismo, a la opinión
de que el análisis de políticas evolucionará centrado en la teoría
causal.
Dye mismo, sin embargo, no es optimista acerca de que la in­
vestigación de políticas con fondos gubernamentales pudiera ge­
nerar una teoría causal de ciencia social. En una reseña de "por
qué las dependencias gubernamentales hacen mala investigación
170 G. DAVID GARSON

de políticas" (Dye, 1976: 97-8) observa muchos problemas, tales


como la resistencia a la evaluación en las dependencias (particu­
larmente aquellas cuya función es simbólica), la predisposición a
mostrar sólo los resultados positivos, los intereses creados en los
programas en curso, la presión de tiempo que descarta el estudio
y la evaluación, la falta de consenso valorativo respecto a los cri­
terios de juicio, la falta de voluntad para considerar diseños expe­
rimentales y la subordinación del investigador (en materia de fon­
dos e información) respecto de la dependencia oficial
responsable. Elkin (1974) también observa problemas parecidos
al analizar la naturaleza "teóricamente frágil" del análisis de po­
líticas: énfasis excesivo en los datos disponibles, subénfasis en los
factores causales no locales que afectan los resultados locales,
concepción trivial de los resultados como gastos. Scott y Shore
(1977: 227) citan también la dificultad de los profesionistas que
necesitan explicaciones causales mucho más simples (por tanto
más manipulables) que las que comúnmente provienen de la in­
vestigación académica convencional.

Los problemas de políticas públicas, son problemas 'ariscos'.


Esto es, pueden no tener formulación definida y carecer de
una regla de terminación que diga al que ha de resolverlo
cuando tiene una solución. (Quade 1977: 25)

Entre los distintos problemas del análisis de políticas, particu­


larmente el análisis de políticas con fondos gubernamentales, nin­
guno ha causado más discusión que la relativa al papel de los va­
lores. En particular, la mayoría de las críticas a la tradición
sinóptica del análisis de políticas han girado sobre este punto parq
nada nuevo. Lippman (1955), Wengert (1955) y Appleby (1950)
estuvieron entre quienes argumentaron hace dos décadas sobre la
importancia de los valores del interés público en el estudio de las
políticas públicas y de la administración. A su vez, Schubert (1957)
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 171

estuvo entre quienes defendieron el conductismo. Herbert Kauf­


man, que escribía en 1956, vio entonces la administración pública
escindida entre quienes veían las cuestiones disciplinarias en tér­
minos de ciencia administrativa y quienes las veían en términos de
poder y conflicto de valores. Kaufman, además, vio a la Sociedad
Norteamericana de Administración Pública desplazándose hacia
el primer campo ya la Asociación Norteamericana de Ciencia Po­
lítica hacía el segundo (Kaufman, 1956: 1073). Posteriormente, las
exigencias de "relevancia" en el alboroto social de los años sesen­
ta, condujeron a lo que Easton (1969: 1052) llamó la "nueva revo­
lución en la ciencia política" y, en consecuencia, en el conjunto de
las ciencias de política. Similarmente, la revisión posterior de la
educación en las escuelas norteamericanas de políticas públicas,
efectuada por Trow (1973: 251), solicitaba un énfasis mucho mayor
en el estudio de los contextos políticos y las estructuras organiza­
cionales junto con los valores y la cultura política que representan.
Aaron Wildavsky, decano de la Escuela de Graduados de Po­
líticas Públicas en Berkeley, ha sido un portavoz de este punto de
vista. A partir de sus críticas al Sistema de Presupuestación por
Programa en su primer trabajo sobre Presupuestación (Wildavsky,
1964: 422) hasta la reciente recopilación Speaking Truth fo Power
(1979), Wildavsky ha mantenido consistentemente una visión del
análisis de políticas como "un arte y una artesanía", no como una
angosta ciencia. Sostiene tercamente en línea con la tradición an­
tisinóptica que ('sobre todo el análisis de políticas se ocupa del
mejoramiento de las preferencias de los ciudadanos respecto de
las políticas que ellos -la gente- deben preferir" (Wildavsky,
1979: 19).
Podemos recapi tular diciendo que una perspectiva de la uti­
lización del conocimiento, como es ilustrada por los autores
discutidos en la parte inicial de esta sección, conduce más bien
directamente a la tradición sinóptica. El interés en el análisis
causal y en las cuestiones valorativas, manifiesto en los autores
172 G. DAVID GARSON

discutidos en la parte final, lleva en la dirección antisinóptica. Éste


es el dilema subyacente en la fragmentación actual del análisis de
políticas.

Conclusión: el ámbito
del análisis de políticas
El debate entre las tradiciones sinóptica y antisinóptica, entre las
escuelas empírico-analítica y neopluralista, y entre el análisis de
políticas como una ciencia o como un arte, es un debate que tien­
de a oscurecer una consideración razonada del alcance propio de
la disciplina. La tendencia natural es comenzar con saber cuáles
son las habilidades profesionales vendibles del análisis de políticas
y, de hecho, para muchos analistas aquí no sólo es donde comien­
za sino también dónde termina el análisis de políticas. Una mirada
más compleja argumenta que para desarrollar las habilidades ana­
líticas se debe asumir un marco de referencia de procedimiento
-el sinóptico- y después examinar otros procedimientos para to­
mar decisiones, el incrementalismo por ejemplo. Sólo a pocos se
les ocurre ir más allá. Por ejemplo, Fry y Tompkins (1978), llegan
a proponer un marco de referencia teórico que divide a los ana­
listas no sólo por el tipo de procedimiento, sino también por el
nivel de análisis.
Pero, a medida que se agregan nuevas dimensiones, como el
nivel de análisis, a la dimensión original del tipo de procedimien­
tos, la complejidad del análisis crece geométricamente. Esto es
ilustrado con la conceptualización relativamente simple de Fry y
Tompkins. Estos autores sólo discuten tres procedimientos (opti­
mización racional, ajuste mutuo y rutinización burocrática) y cua­
tro niveles de análisis (sistémico, organizacional, grupos pequeños
e individuos). Este marco de referencia bidimensional arroja un
espacio con once lugares, que los autores discuten uno por uno
con relación a la literatura existente en ciencias sociales.
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 173

El espacio disponible no permite elaborar este útil esquema,


aunque vale la pena destacar que este simple mapeo nos llama la
atención sobre la importancia que tienen para el análisis de polí­
ticas toda una serie de contribuciones, desde la teoría y conducta
de la organización hasta la ciencia política y las disciplinas tradi­
cionales. "Puede verse, concluyeron Fry y Tompkins, que este ma­
pa identifica muchos más fenómenos que los mapas parciales que
caracterizan el estudio actual de políticas públicas" (Fry y Tomp­
kins, 1978: 311). Aunque tratar de cubrir toda la extensión de este
mapa impone muchos costos al análisis de políticas, ¿alguien es
capaz decir que se le puede ignorar tranquilamente o que los au­
tores han seleccionado demasiados valores para cada dimensión?
El presente trllbajo sostiene que la complejidad del marco de
Fry y Tompkins es:Ínadecuada para mapear el alcance real del aná­
iísis de políticas cómo disciplina emergente. Se requerirían al me­
nos seis dimensiones para mapear este campo. Estas dimensiones
no se ocupan solamente del procedimiento y del nivel, sino también
de la función, la secuencia, el contexto y los criterios normativos.

1. Procedimiento. Esta dimensión puede dividirse en tipos ra­


cional, tradicional y carismático (Weber, en Aron, 1964:
103), racional exhaustivo contra ajuste mutuo (Lindblom,
1965), satisficiencia (Simon, 1948), exploración mixta (Et­
zioni, 1968), incrementalismo (Wildavsky, 1964), rutinas
organizacionales (Allison, 1971), poliarquía (Dahl, 1956) y
muchas otras variantes.
2. NiveL Esta dimensión puede dividirse, como hicieron Fry y
Tompkins, en niveles de análisis sistémico, organizacional,
o de grupo pequeño e individual, a los que se podrían agre­
gar distinciones más finas, tales como los miembros del
equipo de trabajo y la línea de mando, funcionarios desig­
nados o de carrera, niveles profesionales y no profesionales.
3. Función. Hay una variedad de maneras para conceptualizar
esta dimensión. Incluyen el tradicional esquema de planea­
174 G DAVID GARSON

ción, organización, personal, dirección, coordinación, pre­


sentación de informe y presupuestación (POSDCORB, por
sus siglas en inglés) en la administración pública; Bell
(1973) destaca cuatro situaciones funcionales (científica,
tecnológica, administrativa y cultural) y cinco instituciona­
les (gubernamental, económica, académica, social y militar).
A su vez, Almond y Powell (1966) utilizan una tipología
funcional más compleja en tres niveles que cubren las ca­
pacidades del sistema (extracción, regulación, distribución,
producto simbólico, capacidad de respuesta), funciones de
conversión (articulación de intereses, agregación de intere­
ses en alternativas de política, conversión de alternativas de
polí~icas en reglas de autoridad, adjudicación de reglas, co­
municación política) y funciones adaptativas (socializa­
ción política, reclutamiento, ajuste de recursos y demandas).
4. Secuencia. Esta cuarta dimensión del análisis de políticas
divide el análisis de acuerdo con una secuencia todavía bur­
da de etapas. Lasswell (1971) propuso un esquema de siete
pasos (inteligencia, promoción, prescripción, invocación,
aplicación, terminación y valoración) donde el enfoque
racional-exhaustivo únicamente era un subconjunto (clari­
ficación de metas, descripción de tendencias, análisis de
factores causales condicionantes, proyección de desarro­
llos, invención, evaluación, selección de alternativas y se­
lección de estrategias óptimas). En esta dimensión quizá
prevalece más el trabajo de Jones que utiliza once etapas
secuenciales (percepción, definición, agregación, organiza­
ción, representación, formulación, legitimación, apropia­
ción, implementación, evaluación y resolución/termina­
ción) (Jones, 1977: 10).
5. Contexto. En esta dimensión, la división amplia ocurre en­
tre el análisis histórico y el análisis comparativo, entre el
análisis de los contextos económico y cultural. Lasswell, en
DE LA CIENCIA DE POLÍTICAS AL ANÁLISIS DE POLÍTICAS 175

su visión de las ciencias de política enfatizó mucho más esta


dimensión.
6. Criterios normativos. El análisis de políticas, en esta dimen­
sión ha tomado como premisa principal los criterios de efi­
ciencia/efectividad; otros criterios esenciales incluyen cues­
tiones de poder/control y de distribución/equidad. Si estos
criterios últimos se volvieran dominantes en el análisis de
políticas, éste adquiriría una complexión política entera­
mente distinta.

Estas seis dimensiones requerirían un espacio apropiado de


más de cuatro mil divisiones. Obviamente, los marcos de refer­
encia más simples, como los de Jones, de Fry y Tompkins, pueden
ser más útiles debido a su simplicidad. Una revisión de conjunto
de las seis dimensiones, sin embargo, sirve para recordarnos que
los debates teóricos tales como el que se da entre la tradición em­
pírico-analítica y la neopluralista representan una parte pequeña,
muy pequeña, del alcance teórico potencial que tiene el análisis
de políticas como disciplina.
Con independencia de la presión del mercado profesional que
tiende a favorecer las capacidades empírico-analíticas y los enfo­
ques sinópticos, la historia académica sugiere que a largo plazo la
jinámica del análisis de políticas como campo se orientará hacia
una investigación y debate más y más balanceados en todas las di­
mensiones que componen el ámbito de lo que puede abarcar el
análisis de políticas. Lasswell observó hace mucho tiempo esta
misma tendencia en otro campo con bases teóricamente frágiles,
las escuelas de administración de negocios. Las escuelas de admi­
nistración de empresas no pudieron mantener mucho tiempo un
estatuto universitario sin llegar gradualmente a interesarse en las
consecuencias sociales del sistema empresarial. Brevemente, los
profesores de administración se convirtieron en profesionales y no
en empleados de tiendas. Ellos mismos se interesaron por el efec­
176 G. DAVID GARSON

to agregado de las instituciones económicas y ampliaron los con­


textos del currículo para incluir el conocimiento consciente de la
interacción total entre los negocios y la comunidad (LasswelI,
1963: 39).
Lasswell creyó que las mismas tendencias se presentarían tam·
bién en la administración pública. Quizás en el futuro el análisis
de políticas nunca logre la síntesis idealista representada por las
ciencias de política a la Lasswell, pero su futuro tampoco se en·
cuentra en el "enfoque ancilar". El movimiento de esta disciplina
nueva se encaminará hacia una cobertura más balanceada de su
dominio. A medida que este desarrollo ocurra, los debates con·
temporáneos -como el que Nelson caricaturizó para las escuelas
de Harvard y Berkeley entre los enfoques neopluralista y empíri­
co-analítica- llegaran a verse como partes más y más pequeñas del
campo del análisis de políticas. "Por todas partes, escribió Las­
swell, más pronto o más tarde, la unidad busca tomar su papel al
descubrir un mapa del todo" (Lasswell, 1963: 41).
Si hay deficiencias en el pensamiento de Lasswell, al menos
puede decirse que en su visión de las ciencias de política tenía un
mapa del todo. No sólo incluyó las preocupaciones racional·empí­
ricas de procedimiento, sino que se interesó profundamente en to­
dos los niveles del análisis, desde el sistema hasta el individuo, en
la comparación por función, en el análisis secuencial por eta­
pas y, sobre todo, en las preocupaciones relativas al contexto y a
las normas. Lasswell luchó durante años por conformar una nueva
ciencia política que incluiría todo y se aplicaria al análisis de las
políticas públicas. La aproximación multidimensional al análisis
de políticas es un objetivo relevante todavía hoy. Irónicamente el
progreso del análisis de políticas depende de un examen cuidado­
so de su pasado, representado por teóricos de la talla de Lasswell
y Merriam, y, aun antes, de Weber y Marx.
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