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¿La misa de siempre?

Hace no poco, su Santidad aplicó varias restricciones al uso del misal anterior a la reforma del Concilio
Vaticano II. Esta situación ha provocado que corra mucha información falsa respecto a las
características, tanto del misal de Pío V, como del misal emanado de la reforma del Vaticano II, por lo
tanto, en Sacrificium Laudis queremos dedicar varios posts a este tema.

Lo primero, sería hablar de la afirmación que el Misal de Pío V es la misa de siempre, y en cambio, el
misal de 1969 es un invento de la noche a la mañana. Si bien es cierto que el Misal de Pío V recoge la
tradición de la Iglesia de Occidente de aquella época, la cual se gestó durante varios siglos, es
importante mencionar que muchos de los elementos característicos de la misa de Pío V, e incluso del
rito de hoy en día, tienen su origen en lo que hoy es Francia en el Siglo VIII y que además provienen del
extinto rito galicano, junto con las ceremonias imperiales que se practicaban en la Roma imperial.

No podemos decir que es la misa que siempre se ha celebrado, empezando porque el rito romano ni
siquiera es el único rito de la Iglesia, por casi dos milenios la misa de San Pío V nunca se celebró en
varios lugares donde la cristiandad era o es rebosante, como Constantinopla, Antioquía, Alejandría, etc.

Por otra parte, si bien es cierto que el misal de Pío V recoge la tradición de la Iglesia en Roma, realmente
se fue extendiendo a muchas partes del Orbe católico gracias a la orden de los frailes menores, ya que
ellos usaban el misal que usaba la curia Romana, y en sus misiones fueron extendiendo este por todo el
orbe católico, incluyendo el nuevo mundo; por ello Pío V decidió usar el misal de Roma como base para
la uniformización que hizo del rito Romano.

Con esto podemos notar que el misal de Pío V no es el reflejo fiel de la liturgia que vivía usualmente San
Gregorio Magno, o San Agustín, tampoco los grandes santos de Oriente como Juan Crisóstomo o
Damasceno. Lo que sí no cabe duda es que dicho misal, al igual que el misal promulgado por San Pablo
VI recoge la milenaria tradición de la Iglesia y expresa la fe de la Iglesia en Cristo nuestro señor.

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